XXII

El Mundo Ninja es una sarta de mentiras acordadas. Cuando llegó a los cerosos oídos de Danzo que Kiri había matado al Sanbi, que una Aldea había masacrado a su propio Biju, liberándose de paso del régimen del Cuarto Mizukage, lo atribuyó a una leyenda negra difundida para inquietar a los filisteos. Sabía bien de aquella incursión menor de ninjas de Konoha en el País del Agua que perseguía enarbolar algunos ánimos incendiarios, pero desconocía en detalle los alcances verdaderos del Golpe que había armado Ao, quien no podía compararse con el "Hokage en las Sombras" en lo que respecta a estrategia, jugarreta y gamberrada (aunque confiaba algún día aunque sea igualarlo), pero a quien debería tener en consideración a partir de ahora, aún más después de la tremenda información que le hizo llegar por medio de una perforación en su red de telarañas.

Resulta que Shisui Uchiha había formado parte de uno de los escuadrones desplegados en las costas, designado por un benefactor misterioso, pero más que conocido. Tenía una misión específica, aunque nadie sabe cuál. Lo que sí se sabe es que tuvo el honor de ser dirigido por Duy el Inmortal. El Maestro de la Escuela del Puño Fuerte recibió ese título al volver a la Aldea tras casi una década de firmada su acta de defunción. Cierto es que nunca hubo cuerpo, y que la declaración de su deceso fue más un acto simbólico, pero nadie esperaba que el bajo pero macizo Duy volviese chato y panzón. Había permanecido en las montañas, como un ermitaño, junto a Roshi de Iwa, quien fuera su objetivo y terminó siendo su amigo. ¿Acaso la marginal posición de ambos hombres sirvió de base para forjar su improbable hermandad? Poco se sabe de aquella convivencia entre la entera Hoja y la flexible Roca, pero se sospecha de un intercambio rudo de posiciones, puntos de vista y fluidos corporales. En ese entonces todavía se creía en la mística de los aislados, por lo que nadie quiso acusar de nada y no se sospechó de la lenta degeneración de las habilidades de aquellos hombres, que primaron la meditación y el arte del auto-descubrimiento sobre el ejercicio del cuerpo y el incremento bruto de la fuerza. Intuían quizás el camino que había llevado al Mundo Ninja a una violencia insondable y ellos, como unos de los muchos instrumentos de esa violencia, ensayaban alguna alternativa difícil de replicar y más aún de explicar. Al final Duy volvió, dizque porque extrañaba el ramen de Ichiraku y los atardeceres crepusculinos de Tangamandapio, como él solía llamar a Konoha en un léxico desconocido que quién sabe dónde aprendió, pero la verdad del asunto, si es que hay una, es que mucho se especuló sobre una ruptura irreconciliable entre las visiones cósmicas de aquellos gurús, o el cansancio de una compañía que era idéntica a la soledad.

Y Duy no había terminado de extrañarse por aquella estatua de bronce fundida en su honor cuando la Aldea ya lo estaba requirieron para una nueva misión en el País del Agua. Accedió comandar el grupo solo al descubrir la juventud e inexperiencia de los miembros. Estos eran Ebisu, un brillante muchacho de una familia civil, pero sin demasiadas actitudes de combate; Genma del Clan Shiranui, aquel clan tan criticado por su libertinaje sexual repartiendo hijos por los Países Ninjas y más allá, y por su ininterrumpida alianza con el Clan Uchiha; también representado en el equipo por el llamado nuevo genio Shisui, a quien Duy consideraba demasiado joven para liderar sin importar qué méritos llevase encima.

—Me puedo cuidar solo —reaccionó el muchacho.

—Eso espero —le respondió Duy sin ofrecerle los ojos—, pero los jóvenes no deberían cargar con el peso de nuestras vergüenzas…

Y aun así no andaba del todo convencido. Lo descubrió en el primer encuentro, cuando intentó salvarlo de un ataque, pero este terminó salvándolo a él, usando su Técnica del Cuerpo Parpadeante, y aniquilando a los enemigos ocultos. Con una toz aclaradora, Duy encaminó la misión hacia el Sur, y avanzaron con el bambú a un lado sin mayor problema cuando les alcanzó la noticia de la liberación de Kiri, y ya relajados consideraron pasarse por la Aldea Nadeshiko para disfrutar sus frutos, siendo entonces que toparon con una pequeña compañía de la Niebla la que sospecharon huía del cambio de régimen y que decidieron interceptar para que todo esto no fuera un desperdicio. Se trataba de los Shinobigatana prófugos.

Aunque estaban incompletos, y no todos cargaban con sus espadas (detalles que explicar tomaría demasiado tiempo), eran los suficientes y lo suficientemente fuertes para dar crédito de su propio mito. Mangetsu, tan orgulloso de dominar las siete espadas, ahora no tenía ninguna; Ameyuri, con los signos avanzados de su enfermedad tumoral, había encargado la Kiba a su clan (aunque adivina y teme que Raisa pueda haber emboscado a sus familiares); mientras que Jinin, Jinpachi y Kushimaru nunca se separaron de sus armas porque no tenían costumbre y la situación no les dio oportunidad. Ahora, las disparidades comienzan aquí. Cualquiera podría pensar, inspirado por una ayahuasca maldita, que Shisui bastaba y sobraba para vencer a los cinco espadachines, y puede que el mismo Shisui, acostumbrado a sus barbitúricos, también lo pensase, pero como fuere el Capitán Duy acortó sus pretensiones heroicas, aunque eran más bien altruistas, y mandó a los tres muchachos que lo dejasen atrás. El joven Shisui se ha limitado a resaltar el gran pundonor del capitán, con honorable realismo, y rechaza cualquier versión que sugiera la xenofobia del guerrero. Genma por su parte ensalsa las míticas habilidades de su capitán, que para igualar las cosas realizó el Jutsu de Invocación Escuadrón de Tortugas Ninjas Gigantes Come Hombres, con el que trajo a cuatro reptiles humanoides de caparazones octogonales que usaban instrumentos Shinobis así como sus enormes mandíbulas para atrapar a su víctima, y si bien han surgido cuestionamientos respecto a cómo Duy conoció a estos animales y llegó a hacer tratos con ellos, se ha llegado a sugerir que fue por intermediario de Roshi, el otro Roshi, el que llaman Maestro Tortuga por allá, más allá de la Neblina y el Imperio, en una isla que es como un paraíso en medio de las oceánides, y entonces nunca falta el que salte en medio de todo e interrogue lleno de indignación, como si les ofendieran a la madre.

—¿Pues qué tanto viajó ese men?

—Quién sabe… Lejos —le suelen responder sonrientes los entendidos del puño, como si vieran algo en la frontera—, lejos —repiten, antes de reír.

Ebisu, por su parte, ha preferido un respetuoso silencio, quizás consciente de su incapacidad verbal de alcanzar lo verdadero o a lo mejor para dejar florecer las imaginaciones ajenas y las hipótesis que sin control se disparan en todas las direcciones posibles, rectas o chuecas, planas y verticales, horizontales y curvadas. Pero hay una gran verdad y es la de siempre: la muerte, todos murieron.

Es probable, dentro de todo, que Kushimaru, el más veloz de los espadachines, hubiese iniciado el ataque. En tal caso, Duy lo esquivaría no sin ganarse un par de cortes en su aceitosa piel. Pasa que no se había quitado las pesas de los tobillos, pero aprovechó estas para lanzarlas contra Jinin y Jinpachi, reventándole un pómulo a uno y apretándole un riñón al otro. Con su velocidad sónica adquirida, se movió entre los enemigos sin que apenas pudieran verlo. Pero Ameyuri, que tenía bien aprendido el arte de la percepción sensorial, y siendo capaz de usarla a pesar de su deteriorado estado, fue capaz de alcanzarle en un destajazo que le abrió el hombro, y a cambio fue incapaz de continuar el ataque debido a un espasmo sanguinolento. Mangetsu, que nunca necesitó sus espadas para considerarse un asesino, se lanzó contra el bajo Shinobi, enredándose en sus brazos y piernas para limitar su movimiento. No le importaba ser apuñalado, golpeado o pateado. Esos ataques no podían matarlo. La Kabutowari descendió con el peso de su acero para encontrarse con la dura cabeza de Duy, reforzada por Chakra, inquebrantable. El ruido del golpe dejó inmóviles a los espadachines, incrédulos de la resistencia de aquel hombre que ahora empezaba a dejar salir su Chakra sin miramientos. Mangetsu lo sintió primero al estar más cerca de él. Retrocedió, con su constitución maltrecha, y junto a sus compañeros espadachines contemplaron al pequeño hombre recubierto de un aura que no dejaba de elevarse sobre las copas de los árboles. Era lo que se decía, que Duy el Poderoso devenido en solitario Inmortal había alcanzado el Secreto de las Ocho Puertas y los 108 nodos al peregrinar por las planicies más estériles del mundo y al sumergirse en los Estanques del Lazarillo o algo así. Y a pesar de que Jinpachi se adelantó con la Shibuki, Duy ni se molestó en esquivarla, recibiendo de lleno el impacto de las docenas de papeles explosivos en el plexo solar, sin inmutarse lo más mínimo, porque había aprendido a desviar todo ataque directo de una mujer tremenda y salerosa, que ocultaba bajo un gran sombrerote un rostro pequeño y angelical. Los Shinobigatanas lo supieron entonces: ellos estaban en desventaja.

Jinpachi muy seguramente fue partido a la mitad por una patada de gallo conectada a la perfección, que hizo desintegrar sus piernas en una explosión con sonido chistoso y dejando la duda de qué mierda era Jinpachi. Kushimaru y Jinin, a pesar de andar bien acostumbrados a la muerte, vieron como insólita aquella baja, aquel miembro de menos en los Shinobigatanas tan indignante, y atacaron por los flancos con rápidos y contundentes ataques que ya antes habían desgajado ballenas, pero Duy no cedió, la piel del ninja de Konoha era de un material impenetrable, imposible. Se dice que la espada quebradora fue rota en este fugaz intercambio de ataques, así como la máscara de Kushimaru quién, habiendo perdido su orgullo, se dio por descontado en la pelea. Mangetsu al ver el fracaso de sus compañeros, levantó ambos índices y utilizó la Pistola de Agua, que arrojaba gotones a miles de metros por hora, para perforar el cuerpo de aquel ninja que al principio les parecía tan básico y común, y ahora se les plantaba como un hombre invencible, como un auténtico demonio al que le disparaba una, dos, cien veces, y aunque Duy podía esquivar esos disparos (porque había visto en películas cómo hacerlo y dedujo el truco), los recibía de lleno, dejando en su cuerpo las puntadas oscuras pero sin dar ninguna señal de dolor, sin retroceder, sin ceder nada, sin inmutarse.

—¡¿Por qué no te mueres?!

—¿No lo sabes? —dijo con una voz que parecía venir del infierno—. Los ninjas de Konoha somos inmortales. ¡La Bestia Verde de la Hoja ha florecido!

Y Mangetsu fue hecho pedazos por un torbellino de patadas que creo que se dice Tatapuruket o algo así, y que aprendió de un ermitaño que vivía como perro en una cueva donde nunca le daba el Sol. Los unió el amor por las tortugas y su desprecio por bañarse, atesorando y cultivando los aceites naturales del cuerpo. Y eso, a pesar de lo impresionante que resultó, no mató a Mangetsu, solo lo dejó regado como baldazo callejero, y mientras iba acumulando sus moléculas tuvo el tiempo suficiente para pensar en un contraataque.

Duy seguía con su paso de piedra y Mangetsu se arrojó a sí mismo hacia él, directo a la cara, llegando a entrar por la boca y la nariz, para así intentar ahogarlo y de esa forma cortar la hoja de raíz de una vez y ya, no joda, marico, que ya va siendo hora que vaya estirando la pata, puto viejo, pero más bien parecía que la estaba regando por dentro, jódase, como quien le hecha vinoco a un fuego, viejo marica, revitalizando al hombre que no se deshacía ante los improperios y las amenazas venidos del interior de su cuerpo, y más bien empezó a contener la respiración, porque era un maestro en eso de respirar chido y se lo había enseñado en un pueblito del Himalaya un tal Zapatilla, donde también aprendió a fundir el calor de adentro y el calor de afuera, y así empezó a subir la temperatura de cada célula corporal, y Mangetsu, será por su cerebro derretido, no se dio cuenta que estaba hirviendo hasta que era demasiado tarde y mucho de él se había evaporado y lo que quedaba en proceso iba de deshacerse, y quizás pudo entonces entender lo estúpido que había sido con esa idea tan desesperada y, pues, estúpida, tan estúpida que terminó firmando, dicen muchos, su sentencia de muerte, muerte que aún hoy algunos se afirman en negar, alegando que el punto de ebullición es una perspectiva de los dioses y que Mangetsu, al convertirse en un recuerpo vaporoso que se confundía con el aire, impregnaba la nada de sus susurros constantes y secretos. Fue la primera Muerte por Ebullición del Mundo Ninja, y ni siquiera están seguros.

Más seguros están, porque la colina entera desapareció, de que Jinpachi o alguien muy parecido a él, aun partido por la mitad, pero aún vivo, logró activar su técnica secreta: Océano de Tormenta Explosiva, que inundó todo su alrededor con una ola de papeles bomba y un tornado que atrapó en su tórrido abrazo de talismanes a todos los cuerpos presentes, especialmente a Duy que terminó todo forrado por tinta inflamable, pero él no cedió, y más bien siguió avanzando, firme y entero, concentrando todas las fuerzas que de él emanaban y hacia él iban, preparándose para lanzar un golpe poderoso y definitivo, quizás demasiado poderoso y demasiado definitivo porque se lo habían enseñado los monjes en un templo secreto en la montaña que ellos mismos habían tallado con sus propias manos y no debía utilizarse sino era para salvar a una Nación entera o si frente a él no estuviera el mismísimo Ser Único interponiéndose en su camino, pero quizás Duy sabía que su inmortalidad estaba a punto de acabarse y no quiso irse de este mundo enorme y hermoso, con sus ríos y sus lechos, con sus santos y sus brujos, con sus geometrías y sus piedades, con su gobierno y su anarquía, su buenaventura y su malvivir, el amor suave y el crimen infantil, sus discursos rabiosos y sus susurros de estrella, con sus tiranos y poetas, con sus liras y sus ninfas, con sus comadres y las putas, las niñeras y las verduleras, las que lavan su ropa en río y las que se comen la huevera del pescado, las adúlteras y las vírgenes, las que mandan adentro y afuera, las que matan rápido y las que matan lentamente, a lo largo de toda una vida, todo ello y mucho más, lo innombrable incluido, que conforman lo que llamamos mundo, tan grande como la tierra, tan pequeño como una gota de sudor, o un fragmento de lluvia, o el reflejo de una lágrima, y que se perdería en tan solo un instante, un instante que le bastaba para tomar su última decisión, la de no dejarlo ir sin antes acabar con ese maldito bastardo con el peso universal de La Mano de Dios.

—¡Muérete, hijo de perra! —gritó Jinpachi.

—¡Jinpachi! ¡¿Qué demonios vas a hacer?!— le gritó Ameyuri antes de que todo fuera tragado por una inmensa bola de fuego y todo volase en pedazos.

—¡La Mano de Dios!

Ese, se cree, fue el fin de los Shinobigatana, porque nunca más se les volvió a ver ni de casualidad ni se oyó el chirrido de sus espadas en ninguna noche lejana por más niebla plutónica que reinase. Y fue, mucho se resisten a creerlo, pero lo más probable es que así fuera, el final de Duy, que no murió en la batalla (está decidido) sino a los pocos minutos, dados seis pasos hacia el sol, de cansancio.

A todo esto; el Nuevo Equipo Shisui se encontró con una Kiri despejada de los terrores de antaño. Una Aldea que era como un conjunto de balsas que sobrevivía más por la solidaridad de las cuerdas que las sujetaban que por la maestría que las amarraba, y donde soplaba una brisa fresca y casi azucarada entre hombres de brazos nuevos y mujeres de sonrisas silenciosas. Shisui sintió lagrimearle el ojo, y parpadeó repetidas veces, y alguno vio eso y lo creyó un tic, y de allí el origen del nombre Shisui el Parpadeante. Pero la verdad que les costaba extraer era que Shisui, por más poderoso Sharingan que traía, era incapaz de reconocer engaño alguno en esa fotografía prístina de casas lindas y ollas abiertas. Cierto es que algunos vendieron el secreto del triunfo dominados por un júbilo embriagador tras una ronda de aplausos en las puertas de El Faro.

—Ahora gobernarán los ricos.

Ao asintió sin prestar atención, y se acercó para recibir a los enviados extranjeros, bajo el camuflaje de una misión diplomática para reestablecer las relaciones políticas. Se iba a inclinar, pero quedó cautivado ante el bello color del Chakra que Shisui traía en los ojos, y entendió de ello una jugada maestra de Danzo que en realidad no existía. Tras un moderno apretón de manos y un tanteo de hombros, se acercó al joven y le susurró tres palabras que han dado mucho debate. Con ello, dio un paseo bastante nominal sobre la espuria arquitectura sobrante y sobreviviente en la isla, siguió con los pleitos de los Clanes disidentes y evitó mencionar lo más posible el asunto de las independencias regionales, de las que había prosperado mejor la de la Aldea de las Olas, renombrado País y exterminada su fina capa de Shinobis para convertirse en un feudo mafioso donde la Mano Negra podría mandar tras el ídolo ficticio de un gobierno civil. Con la consensuada explicación de distender el conflicto, pasó a enumerar las virtudes del recientísimo gobierno de la Quinta Mizukage y a elogiar la creación de la llamada Comisión de la Verdad y su Interpretación, como no podía ser de otra manera, e ideada para sacar a la luz los terribles crímenes del régimen de Yagura, y aunque no quedaba muy claro qué hacer con aquella información, Mei confiaba en que la reflexión conjunta ayudaría a cerrar una época para iniciar otra donde tales hechos fueran impensables y nunca más ocurrieran.

—La memoria ya no es tan corta.

A Danzo no le interesaban las delicadezas del recuerdo ni el peso de los traumas que podría causar su paso, y solo esperó la confirmación casual del equipo a su vuelta, pero recibió algo distinto, algo más jugoso, algo inquietante que le hizo reconsiderar todo su panorama y modificar sus planes a todo plazo. Convocó a dos ANBU de su más profunda confianza, integrantes en secreto de su subsección La Raíz, y ordenó un exhaustivo informe sobre la Cuestión Uchiha y una pronta actualización de la lista de usuarios del Sharingan. Su sospecha podía considerarse válida a la luz del descubrimiento de Ao en Kiri, ¿no podía acaso un Uchiha superdotado utilizar el poder de un Genjutsu, uno tan avanzado que los ojos Hyuga no pudieran detectarlo por discreto y sublime, para influir de manera irremediable en la mente de un líder supremo con el título de Kage? Cualquier Kage, consideró de inmediato, que cayera en una trampa tan ligera no merecía ser reconocido como un Shinobi ejemplar al que valiese la pena seguir sino como un simple hijo pródigo con el título de Kage. Pero, ¿y sí además ese falso Kage estuviese en posesión de una Bestia con Colas? Danzo lo sabía, lo que ya sabían hace años pero no decían: quien controle a los Bijus, controla esta fracción de tierra llamada Mundo Ninja, ¿y qué otro poder capaz de hacerlo? Pensándolo fríamente, poco rato después con la manzanilla pasada, puede que se haya precipitado en acciones radicales basadas en informaciones no confiables, pero era un hombre muy versado a la antigua y demasiado fiel a sí mismo como para arrepentirse de cualquier cosa por minúscula que fuese, menos lo iba a hacer con algo que llevaba esperando décadas si no es que la vida entera. ¿Cómo confiar en un Uchiha? ¿Cómo siquiera confiar en un medio Uchiha? A través de una rama indiscreta observaba una Aldea que respiraba sospechas.

—Supe lo que pasó —dijo Kakashi—, fue tremendo, lo siento mucho.

—No pasa nada —respondió Guy, contemplando la estatua de bronce que adornaba la entrada de la Escuela Marcial—, no sé qué es peor, que volviese después de que pensamos que estuvo muerto o que no sepamos si esta vez murió de verdad.

—Si lo hizo... fue como un héroe. Doble Héroe. Eso ya es mucho.

Kakashi se mantuvo intrigado por la danza de las polillas en la farola. Bajo una rama negra de ciprés marchito prosperaba un capullo turbio quebrándose para liberar una mariposa multicolor. Guy no se volvió para hablar.

—Kakashi... ¿Alguna vez te preguntas qué pasó con tu padre?

No es que nunca lo haya investigado, es que llegó a la conclusión de que no necesitaba saber nada más. Sakumo Hatake, héroe defenestrado, se reducía ahora a un puñado de recuerdos muy puntuales protagonizados por diálogos de dudosa profundidad y el ocre característico de las fotografías viejas. Al final, solía reflexionar Kakashi, la gente cree lo que quiere creer, es más, lo necesita. Ese gran marco de cinismo etílico le llevó a desentenderse de filosofías tales como la Voluntad de Fuego e incluso la Maldición del Odio que le requería demasiado compromiso. ¿De qué sirve, pues, elaborar una verdad si al final cualquier relato es igual de válido? Pensó entonces que una estatua de bronce no era más que un costoso pisapapeles que los cuervos se encargarían de repintar.