ficción

Historias de Albert y Candy

presenta

Quédate Conmigo

Por Mayra Exitosa

En la mansión que yacía escondida por la montaña colmada de grandes abetos y vegetación boscosa, el chofer de Candy que se encontraba descansando, al escuchar el ruido de los neumáticos en el pavimento de la cochera, salía para observar la llegada de dos vehículos, por lo que se cubría con una chaqueta, al haber un frío húmedo que calaba los huesos, para poder atender el ingreso de visitantes inesperados, este se preocupaba por como ingresaban a la propiedad dos camionetas obscuras blindadas sin que le dieran aviso los guardias de la entrada, miraba al hombre que bajaba de la camioneta exageradamente custodiado, de inmediato era reconocido en cuanto este se acercaba,

- Hola John, que gusto que hayas traído a mi esposa, ¿no te parece interesante que nos encontremos de nuevo en este lugar? El rubio de traje con gabardina afelpada y una tela que envolvía su cuello, era el hombre que él mismo había traído varias ocasiones de manera privada a esa misma propiedad hacía mucho tiempo,

- ¡Señor Andrew! Que placer tan grato verlo de nuevo. Ignoraba que la señorita Mc Bride fuera su esposa. - Si, John, nos casamos recientemente. El rubio mostraba orgulloso la imagen de su matrimonio que para esos momentos llevaba en el celular, este lo felicitaba con la cortesía y el respeto que se merecía el propietario de todos los hoteles de la zona turística de los Ángeles California, donde la agencia para la que él trabajaba también estaba incluida.

El rubio cuestionaba, - ¿mi esposa se encuentra descansando? - Así es señor, espero tener suficientes camas para sus hombres. - Si, las hay, ¿y la enfermera? - Parece que la señora ordeno que tomara la habitación de visitas. - Bien. Iré a ver a mi mujer. El personal que acompañaba a William, se quedaba revisando los alrededores, reconociendo el lugar al que habían revisado hacía mucho tiempo atrás, ahora veían los detalles de cambio en los árboles y las plantas más abundantes que antes, incluso observaban las ubicaciones en las que se acomodarían para custodiar el lugar.

Ingresar a su habitación le hizo sentir un golpeteo enorme en su corazón, temía despertarla con el sonido de este, su rostro se veía inmaculado a la luz de la luna mismo que se filtraba por la ventana, sus cabellos como hacía mucho los había visto, se encontraban despilfarrados por encima de los almohadones, ella parecía hacer un ronroneo con ciertos sonidos de su boca, mismos que él reconoció como suyos. Se había dado una ducha fría para no irse encima de ella, sabía que debía dejarla descansar y por la mañana hablarían, pero ver sus bustos acrecentados y despiertas las puntas de sus pezones, lo hizo tragar seco. La rubia se destapaba al girar para subir descuidadamente una de sus piernas por fuera de los cobertores, mostrando sus glúteos bien formados. Inconscientemente se despertaba el macho cavernícola que ella había creado en la isla del cielo y por sus labios brotaban las declaraciones suyas, - ¡mía! ¡Mi mujer! ¡Solo mía!

Entrar a la cama, atraerla a su lado, fue desear llorar por haberla dejado sola tanto tiempo, los sonidos de su boca sonaban algo familiar, pues sus gemidos la hacían ver más excitante, entonces lo notaba, ella estaba soñando y los movimientos que hacía, eran los mismos que ambos tenían en su luna de miel. Probando por ver si era eso, le soplaba en su oído el aliento a lo que ella lo abrazaba haciendo su cabeza hacia atrás para que él pudiera tener acceso a su cuello y no podía imaginar menos, que darle besos suaves a su doncella y al hacerlo, ella se estremecía y jadeaba, con sus manos tentaba su cuerpo notándola preparada y alterada, zigzagueando en sonidos de su boca, que él recordaba claramente en su noche de bodas, la gota que derramaba el vaso fue cuando lo nombraba y una lagrima salía de sus ojos, dejando claro que lo estaba anhelando. -..Bert… - ¡mi vida! ¡Te amo! ¡Perdona mi ausencia! No te volveré a dejar jamás.

Su cuerpo cobro vida, él solo inició la ronda de caricias suaves que hacía mucho deseaba tener con su mujer, besando sutilmente sus hombros casi probándolos con su boca, acariciando sus glúteos, despojándola de sus prendas estorbosas y habiéndola ansiado tanto, no pudo evitar dar rienda suelta a sus más ardientes anhelos en sueños que ella misma retroalimentaba devolviéndole cada beso y caricia, dejándolo probar su piel cual si estuviera despierta, ella mordisqueaba su barbilla y esos suaves movimientos lo estaban enloqueciendo de placer, era tenerla de nuevo con su instinto finamente despierto al recordar aquellas preciadas noches colmadas de placer, haciéndola suya tantas veces como nunca debió dejarla sola, pues aunque no fuera una Legan, ella era una Andrew, eso debía ser suficiente para amarse por siempre.

Acomodarse a su cuerpo, luego de comprobar que sus agitaciones la humedecieran, fue entrar a la gloria y el paraíso juntos, buscando moverse suavemente sin lastimarla, quedando exageradamente ajustado al introducirse por su cuerpo para moverse insistente en el vaivén de sus choques paulatinos que ambos deseaban indiscriminadamente, pensando que era su esposa ante Dios eso importaba más que nada, ella lo llamaba, porque en ese acto tan entregado eran uno para el otro. Tomaba sus labios y ella devolvía sus mordiscos exigentes con un suave murmullo pidiendo - ¡más! Por lo que besarla para luego dejar que sus uñas se anclaran en sus hombros, sintiendo que se movía todavía dormida reaccionando por instinto y cabalgándolo cual amazona salvaje. Fue tan placentero que solo se calmo cuando la hizo gozar varias ocasiones hasta dejarla agotada, que él pudiera culminar dentro de su cuerpo vibrante y ansioso por hacerlo muchas ocasiones consecutivas, ella suspiro al culminar junto a él sumergiendo su rostro en su pecho y llorando emocionada por volver a tenerlo. - ¡Candy! ¡Te amo, mi vida! Le confirmaba en su oído mientras continuaba viéndola plenamente dormida luego del placer con el que lo había recibido sin darse cuenta.

Sus respiraciones se tranquilizaban luego de yacer en ella de nuevo, todo se volvía a su calma inicial, meditando que había regresado el barco a su puerto tirando el ancla en arena blanda, dejando su semillas en donde por meses ansiaba haberlo estado haciendo constantemente, sus fuertes brazos no la quisieron soltar y los suspiros de ella acompañados con lagrimas solo alcanzaron a decir entre sus labios, - ¡Albert!

Continuara...


Gracias por sus comentarios deseando poder continuarla hasta su finalización. Agradecida también por no tomar mis escritos, ni adaptar ni utilizar

por ningún medio auditivo o plataforma alternativa, en parte o completa ninguno de estos.

Con sincero aprecio,

Un abrazo a la Distancia

Mayra Exitosa