Personajes: Sirius y Severus


La paz. Una de las cosas preferidas de Severus era ese trocito escondido de costa, le generaba una paz infinita sentarse allí, sobre la arena con un libro y escuchar solamente el sonido de las olas y el de las gaviotas.

Había recuerdos positivos unidos a ese solitario lugar, recuerdos de un verano tras salir de la escuela, antes de que todo en su vida se volviera loco. Con un suspiro, cerró el libro y contempló el mar. Durante un par de semanas, aquella playa lo había visto reír, incluso soñar. Allí mismo, a unos pasos de donde se sentaba en ese momento, habían hecho promesas que al final no habían logrado cumplir.

Y sin embargo volvía, volvía cada verano a pesar de que dolía como la herida sin cerrar que era después de quince años. Escocía como si la lavara con esa agua salada que moría en pequeñas olas a un par de metros de sus pies descalzos.

Un movimiento a su derecha le puso en alerta, su mano directa al bolsillo en el que guardaba su varita. Con el corazón golpeando fuerte, descubrió a su lado un gran perro negro, con un palo en la boca. Parpadeó dos veces y se pellizcó el brazo, tratando de decidir si lo que estaba viendo era real o un recuerdo traicionero.

El animal dio un paso hacia él y dejó el palo cerca de sus pies. Después se sentó a mirarlo con un gemido y las orejas gachas. Estiró la mano hacia él y lo acarició, temblando. No podía ser, tenía que estar soñando, no, no, no...

Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, tratando de controlarse. Era un adulto, un hombre conocido por su mal carácter, por asustar niños, no podía ser que un perro vagabundo tuviera el poder de descomponerle de aquella manera. Pero el tacto del pelo bajo su mano y el sonido de los bajos gemidos del perro eran los mismos.

Ese era su juego, había pasado las horas muertas allí mismo tirando un palo como ese para que Padfoot lo recuperara entre la espuma de la orilla. Después, cuando volviera a ser Sirius, jadeando por el ejercicio y con el pelo enredado por el viento y la sal, se abalanzaría sobre él y lo derrumbaría sobre la arena para besarle hasta dejarle sin aliento.

Abrió los ojos y lo miró. No pudo evitar que su voz saliera pequeña y un poco temblorosa al preguntar.

— ¿Sirius?

El perro ladró, moviendo el rabo con entusiasmo, y tomó el palo del suelo para acercarlo a su mano. Se lo lanzó y lo siguió con la mirada hasta la orilla. Lo vio entrar entusiasmado en una ola, ladrando feliz, y recuperar el trozo de madera para llevarlo hasta él una, otra y otra vez.

Había perdido la noción del tiempo y de la realidad, metido en el recuerdo, así que apenas le sorprendió que a la décima vez, el perro se convirtiera de camino a él en un hombre. Un hombre muy delgado con largo pelo oscuro que se enredaba con la brisa y la sal. Un hombre de ojos grises que se detuvo a un par de metros, indeciso.

— Severus —le escuchó murmurar.

No le importó. Ni que fuera un sueño, o una trampa, o un desvarío por demasiado sol en la cabeza. Le dio igual, sólo rompió la distancia con dos largas zancadas y lo abrazó.

— Severus, yo...

No lo dejó hablar, simplemente sujetó el demacrado rostro entre las manos y lo besó, si aquello no era real, al menos volvería a sentirlo suyo unos segundos.

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Apoyado en el marco de la puerta de su dormitorio, con una taza de té en la mano, Severus observaba al hombre dormido en su cama. Aún no podía creerlo, aunque bien pensado tenía toda su lógica: los dementores no detectan a los animales. En realidad, lo que le tenía asombrado no era que hubiera huído, sino que hubiera acudido en primer lugar a él. Cuando se lo había dicho, los ojos que ahora eran enormes en el rostro demacrado, habían brillado enfadados.

— ¿A quién más crees que acudiría, Severus?

— A Dumbledore. O a Lupin.

Al decirlo en voz alta fue más consciente de que a Sirius no le quedaba nadie más. Sus amigos de la escuela estaban casi todos muertos, y los que vivían estaban locos o desaparecidos.

— ¿Sabes qué me ha mantenido cuerdo en prisión? Imaginar el momento en el que te encontraría y tú sabrías que yo no lo hice.

— Sirius...claro que sabía que eras inocente, se lo dije muchas veces a Dumbledore. Nunca dudé de que no eras el traidor.

En ese momento Sirius sonrió, casi como cuando eran adolescentes, y se inclinó por encima de la mesa en la que le había servido de comer para besarle.

— Por eso he venido.

Severus apuró la taza de té y dejó la taza con cuidado sobre el tocador al entrar en el dormitorio. Se quitó la camisa y los zapatos de camino a la cama y los pantalones sentado al borde. Con cuidado, se tumbó detrás de Sirius, lo abrazó por el pecho para pegarlo a él y volver a sentir su piel. Cerró los ojos y se dispuso a dormir la primera de las muchas siestas que le esperaban ese verano.


Si me seguís en Facebook o Twitter, esto os sonará. Quería traerlo aquí y de paso darle un poquito más de entidad. Estos dos en realidad pertenecen a algo que tengo en mente y no acabo de sacar, pero de momento me hace feliz verlos aquí d renuevo juntos.