Personajes: Pansy, Luna, Ginny, Astoria, Lavender y Parvati
— Pansy... no me apetece.
Su amiga se sentó al borde de su cama, con un suspiro frustrado.
— No puedes guardarte esto dentro. Draco se ha portado como un cerdo.
—Eso no...
— Eso sí. Se merecía un ojo morado como Potter.
Astoria hizo una mueca. Desde el almuerzo toda la escuela hablaba de cómo Ginevra Weasley le había puesto un ojo morado a Potter. ¿El motivo? Que Potter le había confesado que se había enamorado de Draco Malfoy. Su prometido, que no había tenido la deferencia de hablar con ella en lugar de dejar que se enterara así.
— Draco no quería estar conmigo, Pans, lo sabes.
— ¡Eso no le justifica! —respondió rabiosa Pansy, apretando los puños—. Somos amigos hace años, lo mínimo era ser honesto, maldición. Levántate, venga, vamos a hacer esto.
Pansy era terca y orgullosa como pocas personas. Desde niñas la había tomado bajo su ala, como la mejor amiga de su hermana Daphne, ambas habían protegido siempre a la tímida Astoria. De hecho entre ellas siempre decían que la chica en Slytherin era como una paloma en un nido de halcones.
— Pero...
— Es el momento de que las chicas nos unamos —sentenció Pansy, poniéndose de pie para sacarla de la cama.
La primera sorpresa al entrar en el aula en desuso, a la que llegó prácticamente empujada todo el camino por Pansy, fue ver quiénes eran las demás. Al fondo, sentadas en el suelo sobre una alfombra vieja, Brown barajaba un mazo de cartas. Estaba apoyada contra el pecho de una de las gemelas Patil, que la abrazaba ligeramente la cintura mientras le hablaba bajito cerca del oído.
Sobre la mesa del profesor, Ginevra Weasley estaba sentada con los brazos cruzados sobre el pecho con fuerza y la misma cara de odio que le había visto a la hora del almuerzo. Junto a ella, Lovegood se entretenía jugando con su varita, que expulsaba luces de colores que iluminaban la habitación como pequeños fuegos artificiales.
— Ya estamos aquí —anunció Pansy.
Luna se bajó de un saltito de la mesa y se acercó a tomar a Weasley de la mano para hacerla moverse hasta las recién llegadas.
— ¡Hola! —saludó con esa vocecita de pájaro alegre que tenía.
— Lovegood —le saludó con una inclinación de cabeza Pansy.
— ¿Cómo estás, Pansy?
Tanto Astoria como Ginny miraron con sorpresa de Luna a Pansy. El gesto habitualmente desdeñoso de la Slytherin se había ablandado e incluso estaba un poco sonrojada.
—Bien, es casi un buen día.
Luna sonrió, bondadosa, y se puso de puntillas para besarle la mejilla.
— Me alegra. ¿Nos sentamos con las chicas? —preguntó, señalando con la cabeza a la pareja sobre la alfombra.
Sorprendida todavía, Astoria vio como Luna tomaba a Ginny del codo y la llevaba hasta la alfombra.
— ¿Desde cuando te relacionas tú con la lunática? —interrogó bajito a Pansy mientras las otras se acomodaban junto a Patil y Brown.
— No la llames así —respondió Pansy, frunciendo un poco el ceño—. Es una historia larga...
Astoria echó a andar cuando se dio cuenta de que Pansy no tenía intención de hablar más y se dirigía con seguridad a sentarse junto a Luna. Se sintió incómoda por el silencio cuando ocupó el único hueco libre, entre Pansy y la pareja que seguían sentadas una contra otra. El rostro de Brown era serio, surcado de cicatrices, nada que ver con la coqueta muchacha que todos habían visto correr detrás de Ronald Weasley. La única que sonreía, con ese eterno gesto un poco ausente, era Lovegood, Ginevra seguía pareciendo enojada, Pansy había vuelto a su gesto distante de siempre y Patil tenía la cara en parte tapada por el voluminoso pelo rubio de su novia.
— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó por fin con voz tímida, mirando a su alrededor.
— Cuando empezaron las clases —comenzó a hablar Pansy—, yo tenía... estaba mal. —Tomó aire y miró a Luna, que le animó a hablar— Había un hombre, mayor, un amigo de mi padre. Cuando tenía quince años, era estúpida...
— Pansy... —le llamó la atención Luna con dulzura.
— ... impresionable e inmadura. Hice todo lo que les diría a mis amigas que no hicieran, hasta que murió a manos de los aurores cinco semanas después de la batalla. Una noche al poco de volver aquí para este curso, Luna me encontró en la torre de astronomía, pensando en saltar.
Las otras cuatro muchachas contuvieron la respiración por las palabras de Pansy y la aparente frialdad con la que lo estaba contando.
— Acababa de descubrir que estaba embarazada. Yo... —se giró a mirar a Luna de una manera que hizo que las otras chicas se estremecieran por lo que transmitía—, sé lo que es que te decepcione la persona con la que creías que ibas a pasar tu vida.
Los ojos verdes de Pansy pasaron del rostro de Luna a los de las otras cuatro chicas.
— Luna y yo pasamos muchas noches aquí, hablando. No habría llegado a Navidad sin ella —afirmó sin ninguna duda, tomando una de las pequeñas y pálidas manos de la chica—. Hace un par de meses, una de esas noches, nos cruzamos con Parvati.
— Lav y yo nos habíamos peleado. Desde que salió del hospital, nosotras... peleamos mucho —explicó con voz dolida, pero abrazando con más fuerza el cuerpo delante de ella.
— Me ha costado mucho entender que merezco amor. Después de que tu hermano me dejara —miró a Ginny— y todo se volviera oscuro ese verano, Vatty me devolvió la fe en mi misma y en poder ser querida. Pero luego vino la batalla y con ella la licantropía... eso me hizo cuestionarme cómo podía ella seguir conmigo y, bueno, he pasado meses siendo una persona horrible.
— Para alejarla de ti —murmuró Ginny, comprendiendo.
Ambas chicas asintieron. Parvati estrechó su abrazo y le dijo algo en el oído antes de besarle la mejilla.
— Luna y Pansy me escucharon aquella noche y, bueno, se convirtió en algo que ayudaba, hablar las cuatro. Aún ayuda.
Astoria comenzaba a entender las palabras de Pansy de un rato antes: es el momento de que las chicas nos unamos.
— Al lado de lo que habéis pasado vosotras —habló, tratando de sobreponerse a su habitual timidez—, lo mío parece...
— No digas que parece poca cosa —le amonestó Ginny con brusquedad—. Que te engañen no es poca cosa, que te hagan promesas para no cumplirlas. No es poca cosa apoyar por encima de todo a un hombre para que luego pise tu dignidad en público. No les disculpes, Greengrass.
— No lo estoy disculpando. —Pansy levantó una ceja burlona hacia ella— Yo no elegí casarme con Draco. Ahora él es el malo y yo soy libre. Claro que me duele, pero yo no le quería como tú a Potter.
Ginevra parpadeó dos veces, un poco sorprendida por la serenidad de Astoria. Ella estaba furiosa, dolida, traicionada. Ponerle un ojo morado a Harry no le había hecho sentir mejor.
— Me siento tan ridícula —acabó confesando, pasándose los dedos por el pelo, frustrada.
— Tienes derecho a sentirte así, Gin —le dijo Luna, con suavidad—. Estamos aquí para que saques eso fuera.
— No sé si tengo palabras. El cuerpo me pide romper cosas —contestó con la mano engarfiada sujetando la varita.
Lavender sonrió, una sonrisa sombría a juego con su rostro y su nuevo carácter, y movió su varita para hacer aparecer una montaña de bolas de colores del tamaño de un puño. Con otro hechizo hizo flotar unas cuantas antes de girarse de nuevo hacia su compañera de casa.
— ¡Dispara!
La pelirroja pareció indecisa un momento. Con solo un movimiento fluido, Astoria sacó su varita, apuntó y disparó, haciendo estallar una de las bolas en pequeños trozos de colores.
— Sí que sienta bien —se le oyó decir en un susurro.
Parvati estrechó un poco los ojos y disparó también, casi a la par que Pansy. Tras ellas, Ginny se puso de pie por fin y lanzó un tercer hechizo; en cuestión de segundos, la habitación era un caos de trocitos de bolas de colores, el brillo de los hechizos y gritos de satisfacción.
Un poco más apartadas, Lavender y Luna hablaban en voz baja, ajenas al caos.
— Tenías razón, Luna. Sus auras son compatibles —susurró Lavender, observando las cartas extendidas ante ella.
Luna miró a las cuatro brujas, mientras hacía aparecer y flotar más bolas. Se veían exultantes, reían a carcajadas y se felicitaban entre ellas por sus disparos. Ginny y Astoria habían acabado casi hombro con hombro, con sus movimientos coordinados, sus energías mágicas tocándose. Se recuperarían, y estarían una para la otra. Y esa unión que las seis establecerían se afianzaría para ser la familia que necesitarían para salir adelante al terminar la escuela. Sonrió y, varita en mano, se acercó a Pansy para disparar junto a ella, sintiendo la caricia de sus magias saludándose.
Creo en esto, creo en la hermandad entre las mujeres y en la familia elegida. Afortunadas las que tenemos amigas que siempre están ahí. El amor romántico es estupendo, pero el amor de la amistad llena tantos espacios en nuestras vidas.
