Nueva semana y nueva actividad en el escrito_activo_semanal. Esta vez, nos centramos en una primera vez.

Espero que la disfrutéis.


Aquello era una estupidez.

Se repetía una y otra vez, intentando descifrar en qué momento a ella se le había ocurrido soberana idiotez. Pero por más que lo pensaba, nada en absoluto, llegaba a su mente.

No podía ser algún tipo de venganza ¿verdad?

Observaba como ella se levantaba tranquila y movía las manos con solemnidad ante la mirada de su invitado y la suya propia. Contuvo un gruñido, procurando que su mujer no se diera cuenta de su insatisfacción, recordando su advertencia la noche anterior.

O te comportas o dormirás en el bosque una semana entera.

En teoría lo amaba. ¿Cómo podía hacerle eso?

Vio que el invitado se movía incómodo, pensando quizá lo mismo que él. Estaba sentado, con las piernas cruzadas y los brazos sobre ellas, manteniéndose impasible, observando como Kagome se movía de un lado a otro.

¿Por qué cojones había accedido?

Cuando él cedió ante la propuesta de su mujer, tenía la seguridad de que él no accedería, que no se rebajaría a aquella humillación. Sin embargo, ahí estaba, esperando con paciencia velada mientras la azabache se sentaba entre ellos dos con los utensilios. Sus ojos chocolates estaban fijos en su labor de acabar de mezclar con aquel palo de bambú, el líquido pastoso que desprendía un olor amargo por toda la cabaña.

Suspiró. Llevaban cerca de dos horas en aquella posición. Las piernas empezaban a sentirlas entumecidas con un molesto cosquilleo que recorría de éstas hacia la espalda. Miró al techo de su hogar, rogando a cualquier entidad, divina o demoníaca, que los interrumpiera de una maldita vez.

¿Dónde estaba Miroku con sus encargos cuando se le necesitaba?

¿Por qué Kaede no había venido para buscar a Kagome y empezar su entrenamiento?

¿Dónde estaba el maldito esclavo verde de su hermano? ¿Por qué no lo había detenido?

Kagome acabó de mezclar aquella pasta verde. Entonces Sesshomaru se movió, sin levantar las rodillas del suelo, y cogió un pequeño cuenco para servirse aquel líquido verde espesado. Inclinó de forma leve la cabeza y sorbió un poco. Degustó con los ojos cerrados, pareciendo más estúpido de lo que ya era de por sí. Inuyasha esperaba a que el imbécil le dijera alguna grosería a su mujer para poder saltar sobre él y partirle aquella cara de imbécil, pero el maldito solo asintió.

—Gracias, cuñada —contestó antes de acabar de beber.

La mandíbula del hanyō cayó al suelo. ¿Acababa de decir cuñada? ¿En serio? Miró a su mujer quien no parecía estar en mejores condiciones que él, sin embargo, sabía disimularlo mejor.

Sesshomaru siguió como si no hubiera pasado nada. Limpió el platillo con un papel y se lo cedió a él, sin ninguna expresión en el rostro. Por unos segundos, Inuyasha inspeccionó el objeto, olisqueando y analizando que no hubiera dejado rastros de veneno en él. Kagome carraspeó con disimulo y él, a regañadientes, le cogió el objeto y siguió el mismo procedimiento. Después, se lo devolvió a su hermanastro y éste se lo pasó con delicadeza a la joven, quien asintió con una sonrisa.

Sin más, la joven sacó tres cuencos individuales y colocó otro líquido menos espeso. Cuando Inuyasha recibió el suyo casi lloró de alegría. Aquel líquido aplacaba el sabor amargo del otro, provocándole un suspiro de satisfacción. Estuvo a punto de levantarse, estirar las piernas e ir a picar algo, porque aquel tentempié del principio le pareció irrisorio, cuando observó que los otros dos seguían bebiendo con lentitud.

Ahora estaba seguro, aquello era una tortura.

Por fin, Kagome empezó a recoger los utensilios y los dejó en el otro lado de la sala, separada por una cortina y que hacía de pequeña cocina. Cuando volvió, hizo una reverencia a ambos sin decir nada más y sonrió.

—Muchas gracias por compartir conmigo mi primera ceremonia del té en familia —sonrió la joven acariciando la pequeña barriga abultada. Una manía que había adquirido desde que empezó a notársele.

Y que la hacía extremadamente adorable.

—Gracias por la invitación —contestó escueto Sesshomaru.

—Podríamos repetir en cualquier otro día. Antes de que crezca más —dijo algo apenada. Ambos la observaron y luego se midieron entre ellos.

Ya entendía que le ocurría a Sesshomaru, por desgracia, lo mismo que le ocurría a él y a todos los hombres que vieran a una mujer embarazada. No podía decirle que no. Suspiró y asintió, entendiendo por fin algo de aquella extraña tarde. El daiyōkai asintió de vuelta y se marchó sin decir una sola palabra más.

—A estado bien ¿verdad? —preguntó ella con una alegría genuina. Él la observó, embobado—. No ha sido tan malo ¿no? —agregó con un brillo pícaro en su mirada, descolocándolo —. ¿Qué?

—Tú, pequeña traidora, has utilizado tu condición porque sabías que ninguno de los dos podríamos negarnos. —Ella, como respuesta, le sacó la lengua—. Juegas con fuego, mujer. Podría haber acabado muy mal.

—Pero no lo ha hecho —matizó con el mismo tono juguetón—. Somos familia y ahora más que nunca. Debemos comportarnos como una.

Antes de poder decir nada, su estómago rugió como un demonio dentro de una caverna, provocándole una risa descontrolada a la sacerdotisa. Aquella reacción casi histérica de la joven enterneció al hanyō, para ella también era su primera ceremonia del té, pero en este caso, oficiándola. Se contagió de aquella risa, harmoniosa y alegre que llenó por completo la estancia.

Gracias a ella, aquella cabaña era eso, harmonía y alegría.

—¿Te parece si comemos algo de ramen? —Inuyasha la miró esperanzado—. Esta mañana he ido al mercado y he comprado todos los ingredientes que hacen falta. Estoy segura que me quedará un ramen igual que el de mi época —agregó dándole un beso en la mejilla.

—Mujer, tú sí que sabes cómo conquistarme.

Él la acercó y la besó con anhelo y amor. Otra particularidad que tenía Kagome estando embarazada es que provocaba que él mismo no pudiera apartar ni los ojos ni las manos de ella. Su hermosa tez se acentuaba, sus ojos brillaban de alegría y su rostro denotaba los diferentes cambios de madurez que la hacían más apetitosa a los ojos de cualquiera. Su cuerpo, antes más joven había adquirido unas curvas exquisitas, fruto en parte de la nueva vida que ambos esperaban.

El estado de buena esperanza le sentaba bien.

Ella sonrió entre sus besos e intentó apartarlo para dirigirse a la cocina y empezar a hacer el plato prometido. Sin embargo, él la cogió en brazos y se dirigió con ella al dormitorio recibiendo un pequeño grito de sorpresa de ella.

—¿No tenías hambre? —preguntó extrañada. Notó como el calor corporal le subía con rapidez y sus mejillas tomaban un tinte rojizo.

—Me apetece otra cosa —contestó sediento. Ella se agarró al cuello dejándose llevar a su destino, despertando, ahora sí, aquella excitación que le daba el permiso necesario. Inuyasha sonrió, le encantaba despertar en ella esas reacciones con el tacto.

Bendito estado de buena esperanza.


¡Hasta aquí!

Bueno, estoy muy contenta de lo que me ha quedado la verdad. No quería hacer una primera vez de pareja porque creo que ya hay mucho de eso y recordé la escena en la que Inuyasha imagina compartiendo un té con Sesshomaru... no podía dejar pasar la oportunidad xD

Perdón por no haber contestado mensajes, voy algo atareada en mi vida adulta y me da para llegar, dejar el fic y desaprecer xD. Pero este finde, que tengo más libre, me pondré más al día. Muchísimas gracias por dejar vuestros comentarios, por pasaros y por darle una oportunidad. Vosotros haceís que siga dando la lata (cosa que no sé si es bueno xD)

Espero que lo disfrutéis.

¡Nos vemos la semana que viene!