Turquesa

Cuando Draco consiguió terminar el papeleo que, como había predicho le tocó hacer a él, eran ya las cuatro y media de la mañana.

Según dejaba el Ministerio pensó en irse directamente a la mansión pero las palabras de Hermione, pidiéndole que volviera a ella cuando terminara, se repetían una y otra vez en su cabeza por lo que, finalmente, cuando llegó a las chimeneas del Atrio, acabó en casa de ella.

Fue una suerte que la mujer hubiera cambiado las protecciones para permitirle la entrada por la red flú o hubiera tenido un percance al chocarse contra la defensa, pero aquella bruja inteligente y previsora le había dado paso a su casa del mismo modo que a su vida, completamente.

Aún ni siquiera era capaz de creer en su buena suerte, porque sí, aunque su yo de hacía veinte años no lo hubiera imaginado jamás, que Hermione Granger estuviera en su vida le hacía el hombre más jodidamente afortunado del mundo, porque ella podría entregarse a cualquiera, regalar a cualquier hombre seguramente mucho más merecedor que él sus sonrisas, su preocupación, su tiempo… pero había elegido a Draco, un ex mortífago que había pasado la vida tratando de limpiar su nombre y que aún ahora seguía siendo un paria en la mitad de la sociedad mágica ¿Cómo no iba a tener suerte?

Se quitó los zapatos y los dejó en la entrada junto a la capa que había visto tiempos mejores después de su extraña y caótica noche y subió las escaleras hasta llegar a la puerta del dormitorio de Hermione.

Dormía envuelta en unas sábanas de color turquesa que tapaban las partes interesantes de su cuerpo aunque dejaba al descubierto sus brazos y sus piernas. Tenía el pelo sobre la almohada y los hombros y el rostro apoyado en una mano con los labios entreabiertos.

Decidió darse una ducha y supuso que a Hermione no le importaría ya que acostarse en su cama después de haber rodado por el asqueroso suelo del autobús noctámbulo, sería mucho peor que compartir su toalla.

Cuando salió del cuarto de baño ella estaba sentada en el borde de la cama, esperándole. Se había enrollado con las sábanas y le miraba en silencio con el rostro serio, pese a que en sus labios jugueteaba una pequeña sonrisa.

— Has vuelto —dijo rompiendo el silencio.

—Me dijiste que lo hiciera —respondió él parado bajo el dintel de la puerta.

Hermione sonrió.

Su toalla rosa rodeaba las caderas de Draco, el pecho le brillaba con pequeñas gotitas de humedad y su pelo estaba lacio y mojado, algo revuelto por haberse pasado las manos por él.

Era apuesto, sexy como el demonio, con un cuerpo esbelto y marcado que la hacía desear moldearle en barro para recordar cada uno de sus músculos en el futuro.

Y era suyo.

Sintió un fiero arranque de posesividad.

Puede que no la amara, pero sentía algo por ella y además la deseaba, tanto como ella a él. Es posible que Hermione, por el contrario hubiese empezado a quererle, bueno ¿A quién quería engañar? Le quería, amaba a ese Draco en el que se había convertido, a ese hombre imperfecto que había tenido que romperse del todo para poder empezar a recomponerse y encontrarse a sí mismo. A ese Draco perdido, tenaz y, sorprendentemente valiente que había descubierto con los años y no pensaba dejarle escapar tan fácilmente.

Hermione iba a luchar por quedarse con él, costara lo que costase, había pasado toda una vida viviendo a medias y ahora que había encontrado esa persona que parecía complementar su alma, no pensaba renunciar.

Estiró la mano ofreciéndosela y Draco se acercó a ella al instante y la tomó.

Con una infinita ternura que sorprendió al mago, Hermione besó los nudillos de aquella mano grande y elegante y frotó su mejilla después, antes de soltarla para sujetar sus caderas.

—¿Habéis atrapado al malo? —susurró demasiado cerca de cierta parte de la anatomía de Draco como para que estuviera tranquilo.

—Sí —respondió él tragando saliva con fuerza.

—¿Por dónde íbamos cuando te fuiste?

—No me acuerdo —dijo Draco con voz gruesa — pero podemos improvisar.

—Oh sí —Hermione, mirándole a los ojos desde su posición más inferior, sonrió —me encanta improvisar.

De un tirón le quitó la toalla y el miembro de Draco se estiró en su plenitud.

Estaba tan cerca de él que la punta ya humedecida golpeó a Hermione en la nariz y ambos jadearon ante el contacto.

—Hermione —murmuró él.

—Shhhh —dijo ella repitiendo lo que él le había dicho horas atrás —estoy improvisando.

Con una de las manos acarició los testículos del hombre de forma suave y los sintió contraerse bajo su palma.

—No tienes que… Oh Merlín, mierda.

Ella había rodeado el venoso tronco con las manos y las deslizaba por toda su longitud, apretando al llegar a la punta.

—Quiero probarte —con la punta de la lengua Hermione recogió una pequeña lágrima de humedad que resbalaba por el borde del hinchado glande y Draco simplemente se quedó allí, con la respiración entrecortada y los ojos fijos en aquella rosada lengua que recogía su líquido preseminal entre extasiados gemidos —me gusta tu sabor —susurró antes de meterse la cabeza de su polla en la boca y absorber con los labios firmemente apretados a su alrededor.

—Joder ¡Hermione! —sujetó la cabeza de la bruja con ambas manos, conteniéndose para no follar su boca de la forma en la que sus caderas le exigían y trató de apartarla sin lograrlo.

—No —respondió ella volviendo a empujarle dentro de su boca, aferrándole de las nalgas para que se balanceara contra ella.

Draco echó la cabeza hacia atrás con un rugido y dio un paso atrás para terminar con aquella tortura antes de que fuera demasiado tarde.

—En otro momento —dijo agachándose hasta poder morder sus labios —querré mirarte a los ojos mientras me corro en tu boca, quiero ver como te bebes todo de mi —Ella jadeó y Draco sonrió besándola con lentitud, lamiendo aquellos labios que amenazaban con ser una puerta al puto paraíso —pero ahora necesito follarte hasta que te olvides de tu propio nombre y solo recuerdes el mío.

La empujó hacia el medio de la cama y se tumbó a su lado, acariciando sus pechos, su estómago plano y la curva de una de sus caderas hasta llegar a su sexo.

—Te ha gustado chuparmela —dijo con una sonrisa burlona que hizo enrojecer a Hermione de la cabeza a los pies—tu cuerpo está preparado para mi.

—Te deseo —sus palabras se convirtieron en un gemido cuando los dedos de Draco la penetraron sin avisar —Oh Draco, por favor.

—Sí…

Los preliminares, pasaron a un segundo plano mientras sus cuerpos se buscaban, ansiosos y hambrientos. Se devoraron con manos, dientes y lenguas, probando, tocando, intentando memorizar cada uno de sus rincones más íntimos.

—Te necesito —susurró ella besando la mejilla del hombro y rodeándole las caderas con las piernas.

—Después… —estaba diciendo él mientras se agarraba la base del miembro con una mano buscando la entrada de ese cuerpo que le estaba volviendo loco —te compensaré, pero no puedo, estoy demasiado… ¡Hermione!

Se empujó en ella de golpe, hasta el fondo, disfrutando del grito de la mujer quien no se esperaba esa brusca intromisión y se quedó quieto, deleitándose con las contracciones internas del cuerpo de Hermione que se aferraban a él, tratando de exprimirle con sus ligeros espasmos.

Miró su rostro, enrojecido, con los ojos vidriosos y los labios entreabiertos. Tenía el pelo sobre la frente y la mejilla y le costaba respirar.

—Draco.

Era tan jodidamente hermosa que le dolió el pecho al mirarla.

No era perfecta, su piel estaba manchada con pequeñas pecas y ya no era tan tersa como antes, su pelo era un desastre y su cuerpo tenía las señales de los años y la maternidad.

Era todo lo que Draco jamás habría podido desear y mucho más, en ella veía su pasado, el niño que fue, el estúpido adolescente que cometió infinidad de errores, su presente, la lucha por encontrarse, por perdonarse, por recomponerse y también veía su futuro, el hogar, la calma… el amor.

Buscó sus manos y entrelazó los dedos con los de ella, acariciando sus nudillos mientras elevaba sus brazos por encima de su cabeza y bajaba sobre su cuerpo para besarla con suavidad, saliendo de su cuerpo para entrar de nuevo en una lánguida y tierna embestida que la hizo sollozar.

—Te quiero, Hermione —dijo sobre sus labios —estoy —besó uno de sus párpados — completa —besó el otro —e irremediablemente —murmuró sobre su nariz —enamorado de ti.

Buscó sus ojos castaños y vio como algo cambiaba en ellos cuando la comprensión llegó.

Felicidad, dicha, alegría… ella era un libro abierto mostrándole todas y cada una de las emociones que la embargaban en ese instante.

—Te amo Draco —susurró ella buscando de nuevo su boca —por favor…

—Shhh —pegó su cuerpo al de ella, frotándose con cada empuje de sus caderas, acariciándola de la cabeza a los pies sin dejar de besarla de forma lenta y terriblemente erótica —déjame hacerte el amor, Hermione y mírame, quiero que me veas, que seas que soy yo.

—Sé que eres tú —gimió ella aferrándose a sus dedos —hace mucho que sólo eres tú.

El resto de la noche y buena parte de la mañana pasó en una bruma sensual de la que ninguno de ellos quería salir, se amaron con sus cuerpos y sus almas, dejando al desnudo cada sentimiento, cada palabra que nunca se habían atrevido a decir. Se volvieron salvajes, fieros, desesperados, para después derretirse en caricias lánguidas y besos acariciadores, en susurros de amantes que sanaron cicatrices que ninguno de ellos sabía que aún tenía.