30. RUBOR NATURAL
Se dice que hacía calor en la tierra lejana
cuando los Portadores del Vacío entraron en nuestras canciones.
Los trajimos a casa para alojarlos
y esas casas se volvieron suyas.
Sucedió gradualmente.
Y pasaron años antes de que se dijera que así tenía que ser.
De La canción de las historias de los oyentes, estrofa 12
Lexa se quedó boquiabierta ante el súbito estallido de color. Rompía el paisaje como un rayo en el cielo despejado. Lexa soltó sus esferas (Indra la estaba haciendo practicar con ellas) y se puso en pie en la carreta, sujetándose con la mano libre al respaldo de su asiento. Sí, era inconfundible. Rojo brillante y amarillo en un lienzo marrón y verde por lo demás poco llamativo.
—Indra —dijo Lexa—. ¿Qué es eso?
La otra mujer estaba sentada con los pies colgando y un sombrero blanco de ala ancha cubriéndole los ojos, a pesar de que se suponía que estaba conduciendo la carreta. Lexa llevaba el sombrero de Bluth, que había recuperado de sus cosas, para librarse del sol. Indra se volvió hacia un lado, alzando el sombrero.
—¿Eh?
—¡Allí! —dijo Lexa—. El color.
Indra entornó los ojos.
—No veo nada.
¿Cómo podía no ver aquel color, tan vibrante en comparación con las colinas llenas de rocabrote, juncos y zonas de hierba?
Lexa cogió el catalejo de la mujer y lo alzó para mirar con más atención.
—Plantas —dijo—. Hay un saliente de roca allí delante, que las protege del este.
—Oh, ¿eso es todo? —Indra volvió a acomodarse y cerró los ojos—. Aunque también podrían ser las tiendas de una caravana o algo.
—Indra, son plantas.
—¿Y…?
—¡Flora divergente en un ecosistema por lo demás uniforme! —exclamó Lexa—. ¡Vamos! Voy a decirle a Macob que dirija la caravana hacia allí.
—Chica, sí que eres extraña —dijo Indra mientras Lexa les gritaba a las otras carretas para que se detuvieran.
Macob se mostró reacio a desviarse, pero por fortuna aceptó la autoridad de Lexa. La caravana estaba a un día de las Llanuras Quebradas. Se lo habían estado tomando con calma. Lexa trató de contener su entusiasmo. Allí en las Tierras Heladas casi todo era uniformemente aburrido; algo nuevo que dibujar era más emocionante de lo normal. Se acercaron a la cordillera, que había creado un alto saliente de roca justo en el ángulo adecuado para formar un rompiente. Las versiones más grandes de estas formaciones se llamaban laits. Valles protegidos donde podía florecer una ciudad. Bueno, esto no era tan grande, pero tenía vida alrededor. Una especie de bosquecillo crecía allí, árboles blancos como el hueso. Tenían vívidas hojas rojas. Enredaderas de numerosas variedades cubrían la pared de roca, y el suelo rebosaba de rocabrote, una variedad que permanecía abierta incluso cuando no había lluvia, los capullos cargados de pesados pétalos que caían desde el interior, junto con tentáculos como lenguas que se movían como gusanos en busca de agua. Un pequeño estanque reflejaba el cielo azul, alimentando a los rocabrotes y los árboles. La sombra de las hojas, a cambio, daba refugio a brillante musgo verde. La belleza era como veta de rubí y esmeralda en una piedra parda. Lexa se bajó de un salto en el momento en que las carretas se detuvieron. Asustó a algo en los matorrales, y unos cuantos sabuesoshacha, muy pequeños y salvajes, huyeron. Lexa no estaba segura de a qué raza pertenecían; en realidad, ni siquiera sabía a ciencia cierta si eran sabuesos-hacha, tan rápido se movían.
«Bueno —pensó, acercándose al diminuto lait—, esto probablemente significa que no tendré que preocuparme por criaturas más grandes». Un depredador como un espinablanca habría espantado a las criaturas más pequeñas.
Lexa avanzó con una sonrisa. Era casi como un jardín, aunque por supuesto las plantas eran silvestres, no cultivadas. Se movieron con rapidez para retirar capullos, palpos y hojas, abriendo un hueco a su alrededor. Lexa contuvo un estornudo y continuó caminando hasta encontrar un estanque verde oscuro. Allí colocó su manta sobre un peñasco y se sentó a dibujar. Los otros miembros de la caravana fueron a explorar por todo el lait o alrededor de la cima de la pared de roca. Lexa inspiró la maravillosa humedad mientras las plantas se relajaban. Los pétalos de los rocabrotes se extendieron, desplegando tímidas hojas. El color aumentó a su alrededor como si la naturaleza se ruborizara. ¡Padre Tormenta! No se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos la variedad de plantas hermosas. Abrió su cuaderno y sacó una rápida oración en nombre de Luna, Heraldo de la Belleza, por quien Lexa llevaba el nombre.
Las plantas volvieron a retraerse cuando alguien se movió entre ellas. Gaz pasó ante un grupo de rocabrotes, maldiciendo mientras trataba de no pisar las enredaderas. Se acercó a Lexa, luego vaciló y miró el estanque.
—¡Tormentas! —exclamó—. ¿Eso son peces?
—Anguilas —supuso Lexa mientras algo hacía ondular la verde superficie del estanque—. De color naranja brillante, según parece. Teníamos algunas similares en el jardín ornamental de mi padre.
Gaz se agachó, tratando de echar un buen vistazo, hasta que una de las anguilas rompió la superficie con un coletazo y lo salpicó de agua. Lexa se echó a reír, tomando una memoria del ojo tuerto asomado a aquellas profundidades verdes, los labios arrugados, secándose la frente.
—¿Qué quieres, Gaz?
—Bueno —dijo él, vacilando—. Me preguntaba… —Miró la libreta.
Lexa pasó a una nueva página.
—Naturalmente. Como el que hice para Glurv, supongo.
Gaz tosió llevándose la mano a la boca.
—Sí. Ese estaba bien.
Lexa sonrió y empezó a dibujar.
—¿Necesitas que pose o algo? —preguntó Gaz.
—Claro —dijo ella, más que nada para mantenerlo entretenido mientras dibujaba.
Él se arregló el uniforme, encogió su panza, levantó la barbilla. Sin embargo, la principal diferencia tuvo que ver con su expresión. Miraba al cielo, a la distancia. Con la expresión adecuada, el parche del ojo se volvía un elemento noble, aquella cara surcada de cicatrices se tornaba sabia, el uniforme se convertía en una marca de orgullo. Lexa añadió algunos detalles en segundo plano que recordaban aquella noche junto a las hogueras, cuando la gente de la caravana le dio las gracias a Gaz y los demás por rescatarlos. Arrancó la hoja del cuaderno y la volvió hacia él. Gaz la aceptó con reverencia, pasándose la mano por el pelo.
—Tormentas —susurró—. ¿De verdad tengo ese aspecto?
—Sí —dijo ella. Sintió ligeramente a Patrón mientras vibraba con suavidad cerca de ella. Una mentira… pero también una verdad. Así era, sin duda, como la gente a la que Gaz había salvado lo veía.
—Gracias, brillante —dijo este—. Yo… gracias.
¡Ojos de Ceniza! ¿Estaba llorando?
—Guárdalo bien y no lo dobles hasta esta noche —dijo Lexa—. Le daré barniz para que no se emborrone.
Él asintió y se marchó, asustando a las plantas de nuevo mientras se retiraba. Era el sexto hombre que le pedía un retrato. Lexa recibía de buen grado las peticiones. Cualquier cosa que les recordara lo que podían, y deberían, ser.
«¿Y tú, Lexa? —pensó—. Todo el mundo parece querer que seas algo. Anya, Indra, tu padre… ¿Qué quieres ser tú?».
Volvió a repasar el cuaderno hasta que dio con las páginas donde se había dibujado a sí misma en media docena de situaciones diferentes. Erudita, mujer de la corte, artista. ¿Qué quería ser? ¿Podría serlo todo?
Patrón zumbó. Lexa miró hacia un lado y descubrió que Vathah acechaba en los árboles cercanos. El alto jefe de los mercenarios no había dicho nada de los dibujos, pero ella interpretó sin vacilar su expresión.
—Deja de asustar a mis plantas, Vathah —dijo Lexa.
—Macob dice que nos quedaremos a pasar la noche —respondió el hombre antes de marcharse.
—Problema… —zumbó Patrón—. Sí, problema.
—Lo sé —dijo Lexa, esperando a que el follaje regresara para dibujarlo. Por desgracia, aunque había conseguido carboncillo y barniz de los mercaderes, no tenía tizas de colores, así que no podía intentar algo más ambicioso. Con todo, sería una bonita serie de estudios. Todo un cambio respecto al resto de su cuaderno de dibujos.
No quiso pensar en lo que había perdido.
Dibujó y dibujó, disfrutando de la paz del pequeño bosquecillo. Los vidaspren se unieron a ella, sus diminutas motas verdes flotando entre las hojas y capullos. Patrón se acercó al agua y, curiosamente, empezó a contar las hojas de un árbol cercano. Lexa hizo varios dibujos del estanque y los árboles, con la esperanza de poder identificarlos en algún libro más adelante. Se aseguró de plasmar imágenes que mostraran las hojas en detalle, y luego se entretuvo retratando todo lo que le llamaba la atención. Era muy agradable no tener que dibujar en una carreta en marcha. Allí el entorno era perfecto: suficiente luz, paz y tranquilidad, rodeada de vida…
Se detuvo, advirtiendo lo que había dibujado: una costa rocosa, con claros acantilados que se alzaban detrás. La perspectiva era lejana; en la orilla escarpada, algunas figuras en sombras se ayudaban unas a otras a salir del agua. Juraría que una de ellas era Yalb. Una vana esperanza. Deseaba tanto que estuvieran vivos…
Probablemente nunca lo sabría.
Pasó la página y dibujó lo que se le ocurrió. Una mujer arrodillada sobre un cuerpo, alzando un martillo y un cincel, como para clavarlo en la cara de aquella persona. El que estaba en el suelo estaba tieso, acartonado… ¿Tal vez era de piedra?
Lexa sacudió la cabeza mientras soltaba el lápiz y estudiaba ese boceto. ¿Por qué lo había dibujado? El primero tenía sentido: le preocupaban Yalb y los otros marineros. Pero ¿qué decía de su subconsciente que hubiera dibujado esta extraña imagen?
Alzó la cabeza, advirtiendo que las sombras se estiraban y el sol se disponía a descansar sobre el horizonte. Lexa le sonrió, luego dio un brinco cuando vio a alguien de pie ni a diez pasos de distancia.
—¡Indra! —dijo Lexa, llevándose la mano segura al pecho—. ¡Padre Tormenta! Me has dado un susto.
La mujer se abrió paso entre el follaje, que se retiró.
—Esos dibujos son bonitos, pero creo que deberías pasar más tiempo practicando para falsificar firmas. Tienes un don natural, y es un tipo de trabajo que puedes hacer sin tener que preocuparte por meterte en líos.
—Lo practico —contestó Lexa—. Pero también necesito desarrollar mi arte.
—Te metes de verdad en esos dibujos, ¿no?
—No me meto en ellos. Pongo a los demás en ellos.
Indra sonrió mientras llegaba junto a ella.
—Siempre rápida en la respuesta. Eso me gusta. Tengo que presentarte a unos amigos cuando lleguemos a las Llanuras Quebradas. Te desplumarán antes de que te des cuenta.
—Eso no suena muy prometedor.
—Bah —dijo Indra, saltando a una parte seca de la roca cercana—. Seguirías siendo tú misma. Lo único que tus chistes serían un poco más subidos de tono.
—Vaya —replicó Lexa, ruborizándose.
Pensaba que Indra se reiría de su rubor, pero en cambio la mujer pareció pensativa.
—Tendremos que buscar la manera de hacerte saborear la realidad, Lexa.
—¿Ah, sí? ¿Ahora viene en forma de tónico?
—No, viene en forma de un puñetazo en la cara —replicó Indra—. Y deja a las niñas bonitas llorando, suponiendo que tengan la suerte de salir con vida.
—Creo que descubrirás que mi vida no ha sido toda de dulce y caramelos.
—Estoy segura de que eso crees —dijo Indra—. Le pasa a todo el mundo. Lexa, te aprecio, de verdad. Creo que tienes muchísimo potencial. Pero para lo que te propones… hará falta hacer cosas muy difíciles. Cosas que retuercen el alma, la destrozan. Vas a verte en situaciones en las que no has estado nunca antes.
—Apenas me conoces —contestó Lexa—. ¿Cómo puedes estar tan segura de que nunca he hecho esas cosas?
—Porque no estás rota por dentro —respondió Indra con expresión distante.
—Quizás estoy fingiendo.
—Muchacha, haces dibujos de criminales para convertirlos en héroes. Bailas entre lechos de flores con un cuaderno de dibujo, y te ruborizas con la simple mención de algo picante. Por mal que creas haberlo pasado, prepárate. Será peor. Y, sinceramente, no sé si podrás soportarlo.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque dentro de poco más de un día alcanzaremos las Llanuras Quebradas. Esta es tu última oportunidad de dar marcha atrás.
—Yo…
¿Qué iba a hacer con Indra cuando llegaran? ¿Admitir que solo le había seguido la corriente para aprender de ella? «Conoce gente —pensó Lexa—. Gente en los campamentos de guerra que sería muy útil conocer».
¿Debería continuar con el subterfugio? Quería hacerlo, aunque una parte de ella sabía que era porque le caía bien Indra, y no quería darle a la mujer ningún motivo para que dejara de enseñarle.
—Estoy decidida —se encontró diciendo—. Quiero seguir adelante con mi plan.
Una mentira.
Indra suspiró antes de asentir.
—Muy bien. ¿Estás dispuesta a contarme cuál es ese gran timo?
—Bellamy Griffin —dijo Lexa—. Su hija está prometida a una mujer de Jah Keved.
Indra alzó una ceja.
—Vaya, eso es curioso. ¿Y la mujer no va a llegar?
—No cuando ella espera.
—¿Y te pareces a ella?
—Digamos que sí.
Indra sonrió.
—Bien. Por lo que me dijiste, interpreté que se trataría de hacer chantaje, que es muy duro. Esto, sin embargo, es un timo que podrías llevar adelante. Me siento impresionada. Es osado, pero factible.
—Gracias.
—Entonces, ¿cuál es tu plan? —inquirió Indra.
—Bueno, me presentaré ante Griffin, indicaré que soy la mujer con la que se va a casar su hija, y permitiré que me instale en su casa.
—No me parece bien.
—¿No?
Indra sacudió bruscamente la cabeza.
—Te pone demasiado en manos de Griffin. Te hará parecer necesitada, y eso socavará tu capacidad de ser respetada. Lo que vas a hacer se llama el timo de la cara bonita, un intento de limpiar a una mujer rica de sus esferas. Ese tipo de trabajo se basa en la presentación y la imagen. Tienes que instalarte en una posada en un campamento diferente y actuar como si fueras completamente autosuficiente. Mantén un aire de misterio. Que la hija no te capture demasiado fácilmente. ¿Cuál es, por cierto? ¿La mayor o el menor?
—Clarke —dijo Lexa.
—Hum… No estoy segura de que sea mejor o peor que Aden. Clarke Griffin tiene fama de conquistadora, así que comprendo que su padre quiera verla casada. Pero será difícil mantener su atención.
—¿De verdad? —preguntó Lexa, sintiendo una punzada de auténtica preocupación.
—Sí. Ha estado a punto de comprometerse una docena de veces. Creo que llegó a hacerlo una vez. Menos mal que me tienes a mí. Tendré que reflexionar sobre esto para determinar la estrategia adecuada, pero desde luego no aceptarás la hospitalidad de Griffin. Clarke nunca expresará interés si de algún modo no eres inalcanzable.
—Es difícil ser inalcanzable cuando ya tenemos un acuerdo previo.
—Sigue siendo importante —dijo Indra, alzando un dedo—. Tú eres la que quiere realizar un timo amoroso. Son difíciles, pero relativamente seguros. Lo resolveremos.
Lexa asintió, aunque por dentro sus preocupaciones habían aumentado. ¿Qué sucedería con el compromiso matrimonial?
Anya ya no estaba para insistir en ello. La mujer quería relacionar a Lexa con su familia, presumiblemente por el potencial para absorber. Lexa dudaba de que el resto de la casa Griffin estuviera tan dispuesta a aceptar en la familia a una muchacha veden que no era nadie. Mientras Indra se levantaba, Lexa contuvo su ansiedad. Si el compromiso terminaba, que así fuera. Tenía preocupaciones mucho más importantes con Urithiru y los Portadores del Vacío. Sin embargo, tendría que hallar un modo de tratar con Indra… un modo que no implicara timar de verdad a la familia Griffin. Una cosa más que tener en cuenta. Extrañamente, se sintió tan entusiasmada por la perspectiva que decidió hacer un dibujo más antes de ir a buscar algo de comer.
