Judy despertó de nuevo en el sueño del cazador, la vieja mansión de Lenard. Arrojó su sierra al suelo con frustración y su pistola también. Tras lo cual se puso de rodillas y comenzó a llorar, cubriendo su rostro contra el pastizal ¿Qué había hecho ella para merecer aquello? ¿Por qué estaba atrapada en ese infierno? ¿Era eso muerte, era vida? Jamás en su vida Judy se había visto expuesta a tanta violencia y locura como la que asolaba a Zharnam... y apenas llevaba una semana en el maldito lugar!
Alzó el rostro, lleno de lágrimas, para observar a los pequeños mensajeros jugueteando... o al menos esa impresión le dio.
-No es tan fácil ser un cazador- declaró Lenard.
Judy volteó a ver al anciano, que se asomaba desde lo alto de una puerta abierta, como si de un balcón se tratara.
-¡Tu!- gritó ella poniéndose de pie- ¡Tú y tu maldito sueño, me tienen atrapada aquí!
-¿Atrapada?
-¡Déjame salir! ¡Déjame largarme de la ciudad!
El anciano soltó una carcajada y se encogió de hombros.
-¡Eres libre de irte, cazadora! ¡Y en tu camino mata tantas bestias como puedas!- declaró Lenard con simpleza.
-¿¡Solo debo matar todo lo que se me cruce?!
-Solo lo realmente peligroso...
-Tu ciudad me tiene atrapada.
-Creo que, si mis cuentas no me fallan, ya estaría tres veces muerta, señorita- dijo la hiena con una sonrisa irónica.
Ella estuvo a punto de correr hasta la hiena y golpearlo... pero sabía que no tenía caso. Puede que estuviera desesperada, asustada, confundida, pero algo era cierto: había ido a Zharnam a buscar la cura de una enfermedad que la estaba matando lentamente. Ningún médico había sido capaz de siquiera frenar su decadencia, y ahora se sentía más fuerte y viva que nunca... el tratamiento había dado una efectividad inusitada. Así que, de encontrar la sangre pálida, el tratamiento que había venido a buscar, era probable que realmente estuviera curada. Toda esa violencia había causado ya "su muerte", tal como decía Lenard; pero también era lo que la mantenía con vida, y tampoco podía negar aquello.
Era su don, su maldición. La maldición de Zharnam.
Se quedó de rodillas, cubriendo su rostro y limpiando sus lágrimas mientras trataba de pensar claramente; permanecer en la ciudad era una pesadilla, pero salir de ella no era una opción. No aún. Su única posibilidad era tratar de encontrar la sangre pálida y salir corriendo del lugar sin mirar atrás. Observó su sierra y se sentó en el suelo, con desgano, mientras Lenard la observaba con una sonrisa enigmática.
-Vamos, cazadora. Se que puedes seguir adelante- dijo el anciano con diversión-. Descansa, lo que sea necesario. El tiempo no es un problema; este sueño es tu refugio.
Judy alzó la mirada y lo vio con rencor.
-Todo lo que ves aquí, está a tu disposición. Puedes hacer uso de todo lo que ves- dijo dando la vuelta a su silla de ruedas-. Incluso puedes usar la muñeca...
Tras el último comentario, soltó una carcajada y regresó a la casa. La hembra volteó a ver la muñeca y se preguntó a que se refería. La linda oveja ahora estaba de pie, y creía recordar que la primera vez la había visto sentada ¿Como era posible que se sostuviera sin ningún apoyo? En realidad, no le intrigaba lo suficiente para darle más importancia. Ella simplemente se puso de pie y volvió a la lápida que ya conocía.
-No me van a vencer...- susurró para sí misma.
Llegó a la misma lampara y observó nuevamente la ciudad. Afianzó su arma y salió corriendo por las escaleras, mientras las cortinas se cerraban apresuradamente tras de ella. Vio las cajas y se preguntó si... freno en seco. Ahí estaba. Otro de esos locos la estaba esperando, después de todo había decenas de ellos... aun persiguiéndola? ¿Eran ellos conscientes de que un cazador podía regresar, aunque lo mataran?
-Está condenada maldición...- susurró el animal detrás de las cajas cubriendo su rostro con gesto de sincero pesar.
Judy corrió y saltó de nuevo por el hueco. En esta ocasión bajo rápidamente rodeando la hoguera, y se adelantó antes que pudieran seguirla; el cuervo se había vuelto a tirar al lado de la carroza, y ella pasó de largo, esta vez subiendo por unas escaleras al lado del cuervo: una elevación que seguía toda la calle de ambos lados, seguramente porque se trataba de una calle principal muy transitada por carruajes. Toda la calle no obstante era evidente que se trataba solo de casas, comunes, donde velas se mantenían en las entradas de las mismas como guardianes que alejaran la futura oscuridad. No se dio tiempo de admirar la belleza de sus marcos o la magnificencia de la altura de sus edificios.
Corrió con todas sus fuerzas y vio al grupo de ciudadanos locos patrullando la zona, y a lo lejos la hoguera donde ardía el enorme lobo crucificado. Pasó por las otras escaleras, pero no bajó a la calle, sino que siguió hasta el lugar donde la habían emboscado. Rodó justo a tiempo para esquivar el esperado ataque de su agresor, y siguió corriendo. Los demás no fueron alertados, y solo la hiena le siguió. Se giró y titubeando entre disparar y golpear, terminó por simplemente correr... Frente a ella, una reja cerrada firmemente le impedía el pasó; golpeó, forcejeó, pero era evidente que no podría para por ahí. Se tiró a la calle y vio como los ciudadanos se dispersaron en diferentes puntos; la hiena se le quedó mirando como si... como si no fuera lo suficiente inteligente para avisar a sus compañeros... o no fueran sus compañeros del todo.
-Está condenada maldición...- escuchó susurrar a un jabalí que se cubrió el rostro.
No tenía salida. Había rodeado la hoguera y a sus enemigos, pero la puerta magnificente que se alzaba frente a ella estaba cerrada. Se acercó para intentar abrirla, pero un golpe bestial hizo temblar la puerta; escuchó un gemido ensordecedor y retrocedió, por primera vez intimidada. Vio unas carrozas en medio de la calle, arrumbadas. Afianzando su arma, decidió pasar entre ellas para evitar la mayor parte de sus enemigos. Corrió por detrás de una y frenó en seco.
-¡Santas Zanahorias!- gritó al toparse de frente con un perro en cuatro patas.
Estaba desnudo, con la piel cubierta de heridas y marcas de infecciones. Sus ojos totalmente en blanco, mientras mordía el cadáver de un venado con traje gris; sus dientes desgarraban la carne, pero la escupían una y otra vez, sin ningún interés. Rebuscaba por sangre.
Al gritó de Judy, alzó la mirada y se arrojó al ataque. Judy disparo su pistola y el perro frenó, desviando la mirada. Ni siquiera estuvo segura de donde impactó su disparo, ella simplemente atacó con presteza al despistado depredador, con tres tajos de su sierra hasta que dejó de moverse.
-¡Carajo...!- exclamó al ver a los mensajeros rodear el cadáver del perro y ofrecerle unas pequeñas balas.
Judy cerró los ojos y maldijo entre dientes.
-No tuve opción, no tuve opción- se dijo a sí misma viendo el cadáver sin vida-. Ya estaba perdido, ya estaba...
-Te matare...
Judy volvió a la realidad al escuchar la voz, y rodó saliendo del alcance de un ser canido tan deformado que ni siquiera pudo reconocer su especie, pero que tenía cara de pocos amigos; saltó sobre el cadáver del perro asqueada y rodeó la carroza, solo para verse de frente con los enemigos. Un cuervo en lo alto de otra carroza alzó su rifle y disparó, mientras un puñado de ciudadanos la persiguieron. Vio unas escaleras y las subió a prisa, para llegar al desnivel peatonal equivalente del otro lado de la calle. Esquivó a los enemigos y procedió a correr hasta el final, donde vio la misma reja que del otro lado, pero en esta ocasión abierta. Corrió con todas sus fuerzas, pero recibió un disparo en el hombro que la hizo trastabillar. Fue apenas un rozón, pero aun así fue bastante doloroso.
Llegó hasta la reja y se dio la vuelta para cerrarla de golpe, esperando encontrar a la horda de enemigos detrás de ella, para calcular cuanta ventaja necesitaba sacar aun... pero ninguno de ellos la seguía. Los vio darse la vuelta y volver a patrullar, excepto el cuervo que apunto y disparo, pero ella retrocedió quedando fuera de su rango de visión. No cerró la reja y solamente... suspiró.
Se dio la vuelta, aun poniendo atención a su espalda por si escuchaba a sus enemigos venir; pudo ver una gran plaza, con una enorme fuente central... vacía. Totalmente seca. Y alrededor un trabajo evidentemente improvisado. Toda la plaza era un desastre, y podía ver costales de arena y vio otra carroza abandonada, así como barriles, todos utilizados improvisadamente para realizar barricadas... barricadas fallidas, pues podía ver cuerpos destrozados por todos lados. Lo más perturbador de todo era que a pesar de verlos destrozados, y en cantidades tan abundantes, no había sangre donde reposaban.
-Lo de la sangre sí que asusta...- exclamó ella alzando las orejas.
Un fuerte golpe la hizo saltar asustada, y entonces recordó que del otro lado de la puerta estaba la plaza... y lo que sea que trataba de destruir la puerta. Tal vez esa era la verdadera razón por la que los otros ciudadanos no la habían seguido.
Tragando saliva, comenzó a caminar por lo largo del paso peatonal, que aún estaba a desnivel de la plaza; la enorme puerta de madera se hallaba enmarcada bajo de un puente, con gruesos muros de piedra profundos que mantenían en la sombra a lo que golpeaba con fuerza espeluznante el firme portón de madera.
Judy llegó hasta una puerta con una de las velas encendidas y titubeó. Tocó la puerta a la expectativa, mientras seguía vigilando los ruidos de golpes.
-¡¿Qué demonios quieres?!- exclamó la voz de una hembra del otro lado.
-¡Disculpe, señora... señorita... yo, busco indicaciones- dijo Judy emocionada volteando a ver la puerta-. Necesito...
-¡¿A quién le importa lo que necesites?!- exclamó la hembra malhumorada-. Ustedes los cazadores no hacen su trabajo ¡Deben protegernos! Son unos inútiles. Mira lo que han provocado.
Judy se sintió indignada ante el comentario. Puede que fuera su primer día como cazadora, pero el peligro de ser un cazador, aun cuando la muerte no fuera definitiva para ellos, era algo respetable.
-¡Los cazadores hacen lo que pueden para defenderlos!
-¿Defendernos? Mira a lo que hemos llegado, escondidos en nuestras propias casas hasta que una de esas malditas bestias logre romper la puerta- replicó con acidez la hembra-. Se la pasan holgazaneando y vagando sin rumbo, y nosotros nos vemos atrapados.
-¡Al menos hacemos algo!- replicó Judy sintiéndose ofendida.
-Malditos depredadores, todo es su culpa, es obvio que ustedes se hagan cargo- declaró la hembra con indignación-. Por culpa de ustedes y su maldita sangre...
La puerta se abrió de golpe y del interior de la casa salió una gacela de vestido de noche elegante rojo, que pasmada observó a Judy con una pata alzada.
-¡¿Pero que carajos?!- exclamó la hembra confundida- ¡¿Una coneja cazadora?!
-Una presa que no se esconde detrás de su pomposidad y dinero- respondió ella.
La gacela la miró furiosa y azotó la puerta.
-¡Me importa una mierda, cazadora!
Furiosa, Judy se dio la vuelta y decidió que no sacaría información de esa santurrona.
Observó nuevamente la plaza, tratando de darse una idea de a donde dirigirse; la mitad de los civiles estaban aterrados, la otra mitad había enloquecido, los cazadores, no les importaba una mierda algo que no fuera la cacería... así que al parecer estaba sola.
Vio lo que parecía una solitaria casa en un apartado de la plaza, y una reja, pero no había calle visible del otro lado; se asomó por el borde de la plaza para ver algunos caminos que bajaban serpenteando por la ciudad, pero el lugar se le antojaba particularmente lúgubre. A lo lejos se veía la silueta de una vieja iglesia, imponente pero hundida que la desanimo ¿Podría ser la famosa iglesia de sanación ser ese viejo edificio derruido? Si bien podía observar destrucción por toda la ciudad, todo parecía reciente, pero la iglesia de ventanas rotas y paredes sucias y mohosas daba la clara impresión de un abandono bastante considerable. Hundida, escondida, rota y descuidada, Judy dudaba mucho que ese edificio fuera su destino, así que lo deshecho y siguió observando.
Del otro lado de la plaza, pudo ver unas escaleras y unos árboles viejos y muertos; vio un par de ciudadanos, que parecían patrullar igual que los enemigos recién superados. De ese lado de la calle no había escaleras, pero le pareció percibir que del otro lado sí que había una. Siguió con la mirada las mismas, que subían hasta el puente que estaba sobre el portón que aún era golpeado por el misterioso ser en la sombra. Camino hasta ponerse en el centro de la plaza, al lado de la fuente, y vio en lo alto un edificio, una serie de ellos, que se veían enormes e impresionantes.
-La iglesia de sanación- exclamó Judy con una sonrisa de satisfacción.
Judy atravesó lo que restaba de la plaza, dispuesta a esquivar al par de distraídos enemigos, cuando una procesión de cuatro sujetos bajó por la escalera al fondo de la calle.
-Nom puede ser...- exclamó ella agachando las orejas.
Uno de ellos era un lince con un rifle, que alzó el arma y disparo.
Eran un total de seis de esos locos, dos de los cuales portaban rifles: al parecer las armas de fuego eran terriblemente comunes en aquel lado. Además, dos canidos enloquecidos paseaban en cuatro patas, desnudos y heridos como el de antes. Judy había escuchado de comunidades pobres y lejanas donde la "rabia" aún era una enfermedad, si bien no común, aun existente. Pero ninguna de las historias que había escuchado sobre la rabia se acercaba a la locura y salvajismo que esos ojos blanquecinos reflejaban. Además de eso, no era del todo coherente ¿Por qué esos perros "rabiosos" no atacaban a los otros ciudadanos, pero si a ella? Hasta donde sabia, los animales con rabia se atacaban entre sí, así que todo eso no dejaba de tener un toque extraño e incomprensible. Nick había hablado de la corrupción de los ciudadanos, su ambición... pero esto era una total locura.
Aun así, los canidos fueron los últimos en prestarle atención. Los dos animales con rifle, un cuervo (que parecían especialmente obsesionados con estas armas) y el lince, alzaron sus armas y dispararon. Ella aprovecho el viejo árbol seco como cobertura, pero vio a los demás reaccionar inmediatamente y comenzar a rodearla; no tuvo tiempo de pensar cuando el primero en llegar a ella fue uno de los canidos, que se arrojó soltando mordidas. Judy se dejó caer al suelo y disparo justo cuando el enemigo paso encima de ella. Su rostro fue salpicado por carne destrozada.
Se puso de pie rápidamente y alzó su sierra. Un guepardo la atacó con un hacha y ella golpeó el arma con la suya, desarmando a su enemigo. Lo pateó con fuerza en el estómago y se giró hacia el canido, que se levantaba. Un disparó le destrozo la oreja a Judy, que cayó al suelo soltando su arma; se agarró la oreja aterrorizada y adolorida. A diferencia de sus enemigos, Judy sangraba abundantemente.
Los ojos de todos sus enemigos brillaron con un tono rojizo y permanecieron paralizados, observando con codicia a la coneja; el terror la hizo sentir pequeña, indefensa... expuesta. Se arrastró en el suelo y se paró apresuradamente, tras lo cual los enemigos volvieron a lanzarse al ataque. Judy recargó su pistola apenas levantándose del suelo y corrió a las escaleras; disparo apresuradamente al canido que corría, hasta que este cayó al suelo con el cráneo reventado. Bajó las escaleras y dio una serie de disparos apresurados a otros de los enemigos. Apenas si se permitió titubear, mientras con lágrimas en los ojos por el dolor y las manos llenas de sangre, disparaba con desesperación. Los animales trastabillaban, algunos retrocedían, pero seguían avanzando con avaricia hacia ella: era solo una presa.
Era una presa, una débil presa. Los depredadores la veían con avaricia, con deseo, con necesidad. Y ella se resistía a ser una presa, y también a ser una cazadora. Lo más a lo que podía aspirar era a escapar, a escapar de aquel horrible lugar. Disparo con desesperación, retrocediendo a pequeños, recargando con rapidez y mirando a los enemigos caer con la esperanza de encontrar suficiente tiempo para darse a la fuga.
El último de los enemigos cayo. Y Judy permaneció de pie al final de la escalera, con las manos vacías. No tenía más balas, y probablemente había acribillado los cadáveres innecesariamente; pero lo había logrado. Limpió las lágrimas de su rostro, acariciando su oreja lastimada... Cuando vio a los dos animales con rifles asomarse. No tenía más balas, y había perdido su sierra. Se quedó sin aliento, pero no estaba dispuesta a dejarse matar. Se dio media vuelta dispuesta a correr, y frenó en seco.
Frente a ella, un enorme hipopótamo le cerró el paso. Era enorme, mugriento, lleno de vendas y heridas por todo el cuerpo y la observaba con una serenidad perversa. Sus ojos brillaban con ese tono rojizo característico, y en su mano sostenía un trozó de piedra, no una simple roca sino lo que seguramente era un trozo de un edificio, tal vez de una pared destruida con sus propias manos. Sus heridas eran profundas, enormes, y visibles debajo de su ropa destrozada. Sobre la piel aún tenía atorados cuchillos y pinchos de forma superficial. Pero sus perseguidores no le permitieron admirar la grotesca visión.
Recibió un disparo en la pierna y otro en el hombro, que la hicieron cae gritando al suelo; gritó y lloró con todas sus fuerzas, golpeó el suelo y alzó la mirada para buscar desorientada por donde escapar. Lo ultimó que vio fue la roca hermosamente tallada acercarse a su rostro hasta cubrir toda su visión y volverla negra. Esta vez, no hubo pequeñas manos que la arrastraran al sueño.
