El resto ya se lo saben…
Los personajes no me pertenecen son creación de Rumiko Takahashi.
IMPORTANTE: Por favor tomar en cuenta que este mini fic puede contener o hablar sobre temas sensibles para cierta audiencia por lo que se recomienda leer a discreción. Los personajes pueden caer en OoC para fines de la historia. La historia es de mi invención, por favor no repostear o copiar de forma parcial o en su totalidad sin previo consentimiento.
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—Ratoncito—
Esta no es la primera vez que estoy en Jusenkyo.
Muchos años atrás cuando todavía era una niña que no comprendía del todo las enemistades entre las caperuzas y los lobos acompañé a mi madre, junto con mis hermanas, al consejo que se celebró para buscar un acuerdo de paz.
El rey de los lobos acababa de perder a su único hijo en un enfrentamiento entre ambos bandos que él mismo había dirigido y provocado. Y la bruma en su pecho causada por el dolor de su tragedia lo hizo poner sobre una balanza sus prioridades, su ambición por nuestro territorio y por nosotras o recapacitar solo por el bienestar de lo más preciado para él, su nieto.
Quería evitarle el tener las manos manchadas de sangre a su ahora único heredero.
Sin embargo no contaba con que mi madre, la reina de las caperuzas, era codiciada por su segundo al mando.
En secreto eran amantes y él era en realidad nuestro progenitor.
No era la primera vez que una de nosotras, una caperuza, hubiese estado de manera íntima con uno de ellos. Ni sería la última.
Por raro que parezca la atracción existente y natural que hay entre ambos bandos no es algo que pueda negarse. Y de hecho es una de las razones de nuestras enemistades.
Kasumi nos contó, cuando tuvimos mayor edad para comprender mejor, que seguramente el lobo había reclamado su derecho de macho sobre nuestra madre buscando forzarla a elegirlo.
Nabiki, en cambio, recordaba alguna vez haberlos escuchado proferirse palabras de amor escondidos en los jardines de las habitaciones de nuestra madre.
¿Yo que pienso?
Lo que yo creo es que el principal problema radica en los inicios de nuestras costumbres, creencias y moral como pueblos. Las caperuzas siempre hemos sido libres. Libres de elegir a quien amar y como amarlo. Libres de decidir a que dedicar nuestra vida, como gastar nuestros días y perseguir la felicidad. No tenemos limitantes ni barreras.
Mientras que por su parte un lobo es un ser de manada.
Nuestro padre deseaba la familia que mi madre le estaba negando, puesto que tomando en cuenta nuestras vidas como caperuzas por obviedad las reinas de nuestro clan no se casan, no pueden ni deben entregarse a ningún solo hombre por completo, es un tanto risible la idea.
La reina deber estar comprometida solo con su gente.
En el corazón nadie manda, ni siquiera uno mismo.
Yo era muy pequeña pero no recuerdo haber visto a la reina con ningún hombre. Siempre deambulaba sola o con sus damas por el castillo, se enfocaba en nosotras y nuestra crianza y a veces salía de cacería por su cuenta, largas noches y largos días lejos de nuestro clan.
Cuando volvía estaba tan contenta y feliz y llena de alegría que no paraba de besarnos y abrazarnos y mimarnos.
Así que lo que yo creo es que… tal vez, de haberlo podido hacer, mi madre lo hubiera elegido a él.
Lo único cierto es que para nuestro padre no verse capaz de protegernos como él consideraba imperativo debió ser una tortura en carne viva. Y entonces nos vió juntas y tan lejanas, solo una sombra de su estirpe. Un secreto.
Pobre de su orgullo mancillado.
Así que en aquella reunión una cegadora ira lo empujó a enfrentar a nuestra madre.
En una noche con la luna llena, donde su fuerza y sus instintos desobedecieron al hombre y su cordura. Aquella noche le arrancó a nuestra madre, a la reina de las caperuzas, el último aliento a la fuerza.
Obligando a una adolescente Kasumi a asumir el liderazgo del clan, dejando por el momento atrás cualquier posibilidad de la paz que tanto anhelaba el rey lobuno.
Kasumi no solo era demasiado joven e inexperta, sino que además tuvo que defender nuestro linaje ante las caperuzas tras el escándalo. Sé que tuvo que callar por sus propios medios a todo aquel que cuestionara nuestro derecho al trono. Lo que la convirtió en una reina a quien temer.
Aunque cuando nos trajo la protección a todas por igual también se volvió una reina a quien adorar.
Supongo que los hechos más recientes no deberían del todo haberme sorprendido. Fueron la gota que colmó la paciencia de mi reina.
Un dolorcito arremete contra mi cuerpo incapacitado todavía sobre los hombros de los cuatro guardias que me llevan dentro de la boca del lobo.
Dejo de contar los escalones que descendemos en el interior de esta guarida cuando pasan de los doscientos. Donde ya vamos la oscuridad es casi absoluta salvo por las esporádicas antorchas apostadas cada tanto.
Maldita visión nocturna con la que fueron bendecidos estos monstruos, pienso con envidia.
Trato de acomodarme mejor, la espalda me arde como si tuviera una herida recién abierta aunque por lo que al menos sé ya no sangro del rasguño en la cadera y posiblemente toda mi piel se vea rosada. Piel renacida.
Si bien los residuos de la magia en mi capa todavía seguirán activos por un rato más al no llevarla puesta no sé que tanto me recupere al final. ¿Será suficiente para lo que debo hacer?
—¿Otra prisionera? —interrumpe mis pensamientos con su pregunta un guardia recargado, con los brazos cruzados sobre el pecho de manera indiferente, en lo que parece una entrada de hierro rojizo.
—Será interrogada por su alteza Shinnosuke y quiere que envíen a alguien para terminar de curarla. La necesita viva. —Enfatiza el guardia que responde la última palabra como para enmarcar la vitalidad literal de que yo siga respirando.
Que graciosos son los lobos.
El hombre de la puerta hace un ruido extraño que me parece un suspiro o puede tomarse igual como un rugido de cansancio. —Por aquí —contesta luego de procesar la información del lobo que encabeza mi procesión.
La puerta tras él se abre, los guardias avanzan y yo contengo el aire como si fuera a sumergirme bajo el agua cuando la iluminación se extingue a los lados del pasillo que a cada paso se siente más estrecho. El techo también es más bajo en esta parte de donde sea que estemos y mi nariz está tan cerca que si levanto un poco mi cabeza me lastimaré la piel al pasar.
Así que me quedo totalmente quieta, como el cadáver que simulo ser.
Al frente distingo una luz brillante que por lo que descubro marca el final de nuestro recorrido. ¿Irónico o profético?
—Pueden dejarla aquí. Yo me encargo del resto.
Los cuatro lobos bajan mi cuerpo con estudiados movimientos, es evidente que esto lo han hecho cientos de veces, hasta colocarme de pie frente al guardia que nos llevó hasta esta celda. Pero no se marchan todavía. Son precavidos, lo reconozco.
Cuando por fin estoy de pie y la luz no me daña tanto la visión descubro que el nuevo lobo no es un simple guardia, su armadura es diferente y lleva en el hombro izquierdo una pañoleta amarilla que implica sin duda que debe tener un mayor rango.
Me mira de arriba abajo con seriedad, luego sus ojos se quedan sobre mis manos atadas al frente de mi pecho. Da un paso hacia mí sin titubear y retira la mordaza jalando mi cabeza descuidadamente al hacerlo. Por supuesto que va a ser descuidado, estos hombres me odian solo por ser una caperuza y apuesto a que desean acabar conmigo por ser la hermana de la reina.
Pero el primo del rey me necesita viva. Fue la orden que dio. ¿Cierto?
—Dile al curandero que tiene también las muñecas fracturadas —habla sin emoción alguna en su voz a alguno de los guardias tras mi espalda y luego emite un gruñido bajo—. Los demás ya pueden retirarse.
Mis labios se abren para preguntar como sabe que tengo fracturas cuando ni siquiera yo siento algo raro en mis muñecas, pero evito que las palabras salgan. Pienso que mi ignorancia con relación a estas cosas se debe al frío que provoca una evidente insensibilidad en mi cuerpo o a lo mejor es producto de los residuos de la magia de la capa. Sin dolor es una de las promesas de nuestra armadura roja.
—La atadura la hizo Taro —explica el guardia, algo que no tendría necesidad de hacer —reconozco la clase de nudos que realiza.
Asiento una vez a modo de respuesta.
Sus labios se vuelven una fina línea antes de volver a hablar —Eres la prisionera más callada que ha llegado jamás ¿Te cortaron la lengua? Esperaba gritos y quejas pero no escuché nada mientras te traían hasta aquí.
Niego.
—Bien entonces. Te pondré solamente grilletes en los tobillos.
—¿Por qué mis manos están imposibilitadas? —la curiosidad de saber que percepción le he causado me obliga a preguntar.
—El ratoncito si que es listo.
Sonrío con una suficiencia amenazadora. —Tengo más trucos que no necesitan el uso de mis manos.
—Imagino que si —su garganta produce un sonido similar a un quejido grave y de inmediato alguien a mi espalda coloca unos pesados grilletes alrededor de mis tobillos pero al tratar de girarme para ver quien lo ha hecho el hombre de la pañoleta me toma de la barbilla para que le ponga atención de nuevo—. Y estaría más que dispuesto a descubrirlos pero te aconsejo seas dócil.
—¿Dócil? ¿Cómo una de sus mujeres?
Una ceja se alza en su rostro y una sonrisa de hartazgo se instala en su boca. —Nuestras mujeres nos tienen para cuidar de ellas.
—Qué aburrida existencia ser solo un adorno. No me extraña que prefieran buscar el asilo de las caperuzas.
Era una verdad, algunas mujeres de la villa de los lobos habían huido de matrimonios que estaban destinados a ser forzados con estos monstruos. No tenían elección. Cuando un lobo se decidía por una pareja la contra parte no tenía voz ni voto.
Un lado de su boca tira hacia arriba en un intento por mantener la calma, supongo. —Ya veremos que tanto sobrevives aquí, ratoncito.
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El tiempo en mi celda es completamente un ejercicio que prueba mi paciencia. No sé si han pasado horas, días o más.
Lo que dijo el guardia de la pañoleta amarilla sobre mis muñecas lastimadas resultó ser cierto, el curandero me colocó una especie de brazaletes para inmovilizar su uso lo más posible durante el proceso de curación. Para ello me han dado un brebaje que sabía extremadamente amargo y que me provocó una somnolencia intermitente.
Ahora que ya estoy más alerta no sé cuanto tiempo he estado aquí.
De pie descubro que la celda es de un tamaño promedio, paredes de piedra en bruto con el característico olor a humedad. Frío como si el infierno se hubiera congelado, Shinnosuke no mentía al decir que era más frío aquí dentro que fuera.
Por supuesto no hay ventanas, estamos bajo tierra. Mi único contacto con el exterior es una pequeña rendija en la puerta que resulta también ser rojiza de hierro. Por lo que he notado esta es la única celda en una larga distancia. No distingo más puertas en el pasillo.
Me halaga lo especial que hacen sentir a una princesa que es su prisionera, la exclusividad. Más allá de estos muros de piedra y esta puerta de hierro a mi alrededor solo hay silencio, un frustrante silencio.
Suspiro cuando noto que en una esquina hay una manta doblada, un plato probablemente ya frío de comida y una taza con agua que asumo debe estar limpia. No me quieren matar… aún.
Sabía que era mala idea confiar en un lobo. Sobre todo en él.
Muevo con la punta de mi bota el plato de alimento, mi estómago ruge con fuerza y las entrañas me duelen por el vacío. La boca me sabe amarga por la medicación.
Con esfuerzo apoyo mi espalda, que se encuentra en mucho mejor estado, en el muro cercano al plato y dejo resbalar mi peso hasta quedar sentada. No debería comer o beber esto, no debería confiar tras la circunstancia que me ha traído hasta este momento.
Pero el hambre y la sed.
Razono que sería una tontería que alguno de los guardias desafiara al primo del rey. Me necesitan viva, me recuerdo. Y yo necesito estar fuerte.
Con premura tomo la carne del plato, mis manos aferran la fría textura de la comida y le hinco el diente. Muerdo. Mastico. Trago. Libero una de mis manos de la tarea de sujetar la pieza de carne y con cuidado de no tirar la taza la tomo para llevarla hasta mis labios.
Están cuarteados por el clima y la sed.
El agua también está fría, pero es mucho mejor que el sabor que persiste en mi lengua.
—¿Ratoncito estás decente?
La repentina voz al otro lado de la puerta me sobresalta. Me pongo de pie al instante soltando la taza por lo engarrotados que tengo los músculos pero aferrando con las uñas lo que queda de carne.
—No, estoy completamente desnuda dándome placer para pasar el rato en este encantador lugar.
Una risa suave se escucha mientras el cerrojo se mueve —Que decepcionado me siento —dice el guardia de la pañoleta cuando asoma solo la cabeza.
—Ya somos dos —hablo antes de meterme a la boca el resto de la comida—. Necesito agua, me hiciste tirar la que tenía.
El guardia me observa masticar con un horror poco disimulado y luego sus ojos se desvían hasta la taza a mis pies. —Necesitas más que una taza de agua —arruga su nariz observándome con detalle a pesar de la poca luz que se filtra por la puerta —. Un baño sería ideal.
Abro un instante los ojos sorprendida —¿Y después a la sala de interrogatorios con el duque? ¿Tanto espanto le causan un poco de sangre y tierra como para requerir mi presencia inmaculada?
El lobo abre más la puerta tras un suspiro largo y su rostro mantiene un gesto decepcionado —El lord ni siquiera recuerda que estás aquí. O al menos no por ahora. El baño es una bondad que yo te ofrezco.
Siento recelo con sus palabras.
—¿Por qué habría de interesarte a ti mi comodidad?
—Porque sé quién eres.
Una risa ronca llena de ironía se escapa de mi garganta —Para este momento estoy segura que mi captura es motivo de celebración entre tu pueblo.
Se frota las manos entre sí con movimientos lentos —Yo no me refería a tu linaje.
Mi corazón se agita nervioso. ¿Será posible que haya descubierto el motivo por el cual estoy realmente aquí?
—Conozco a tu padre.
Mis ojos se abren tanto que siento que mi frágil piel lastimada por el frío se rompe —Ha sido un maestro formidable —dice el guardia.
Luego de matar a la reina, mi madre, el segundo al mando del Rey fue enjuiciado. A Kasumi se le ofreció su cabeza como un gesto por mantener las negociaciones de paz abiertas, pero ella simplemente dio media vuelta y no quiso saber nada más del asunto. Nunca.
Fue entonces que llegó a sus manos la primer capa mágica.
Respecto al destino del amante de mi madre había escuchado rumores que contaban que estaba encarcelado, que lo tenían como a un esclavo.
—¿Maestro? —pregunto sin darme cuenta de lo interesada que sueno. No debería importarme tanto, él mató a mi madre después de todo.
—El rey le quitó su rango y su posición entre los nuestros. Pero su conocimiento era tan valioso que lo convirtió en un hacedor de tropas. Aunque viva como un prisionero sigue siendo el segundo al mando.
El guardia abre los brazos de lado a lado mirando un instante hacia el techo. Y yo sigo con los ojos el trayecto hacia arriba.
Mi padre está en alguna parte de estas celdas.
—Anda —mueve la cabeza señalando la puerta tras de él —sígueme. Prometo no espiar mientras te bañas.
Mis hombros se tensan ante la idea de que sé que lo dice porque planea vigilarme incluso mientras estoy desnuda.
—¿Como es que puedes darte la libertad de decidir si es seguro que yo salga de esta celda?
Su boca se abre en una sonrisa genuina y llena de orgullo —Porque aunque tu padre es en espíritu todavía el segundo al mando en la práctica yo lo soy para el rey. Tengo la capacidad de darme ciertas libertades.
Trago saliva pesadamente, es el general Hibiki a quien he confundido por alguien a cargo de la prisión.
—Vamos o me voy a arrepentir y pasarás otra semana durmiendo y llenándote de suciedad.
—¿He estado aquí una semana?
El lobo me ignora y se coloca a un lado del marco de la puerta. Cuando me acerco a la entrada, arrastrando la cadena que une los grilletes en mis tobillos, una nueva y más fina cadena aparece entre sus dedos y con ella sujeta mis muñecas por los brazaletes que llevo puestos.
Lo miro asombrada por la rapidez en sus movimientos.
—Seguro no harás nada estúpido como intentar huir, pero prefiero no darte ideas erróneas sobre mis buenas intenciones.
Una cadena de vida, tan fina como el hilo del destino e igual de resistente.
—Me encantará poner a prueba tus buenas intenciones —sonrío perezosa al salir de la celda.
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Subimos por una rampa que rodea por el interior de una de las torres del castillo. Con cada curva que avanzamos mis piernas gritan adoloridas.
Una semana. Una maldita semana he estado fuera de conciencia, a merced de estos monstruos.
—¿Cómo es que la princesa Akane se dejó capturar?
La repentina pregunta del general Hibiki me toma por sorpresa.
—No fue así.
—¿Ah no? Cuéntame entonces que sucedió, porque Shinnosuke no sabía de lo que le hablaba cuando le pregunté sobre ti.
—Mientes.
Gira su rostro levemente y sus ojos me observan por encima de su hombro —¿Sobre que miento?
—Respecto a que Shinnosuke no me recuerda.
—No lo hace, tiene mala memoria para lo que deja de serle relevante.
—Dijo que me interrogaría.
—Suele decírselo a muchos prisioneros que siguen aquí esperando.
Me siento incómoda al escuchar las palabras del general ya que de ser cierto todo esto que me dice significa que esta salida de mi celda es mi única oportunidad de llegar al palacio.
—¿Y bien? —pregunta de nuevo el general.
—Prefiero mantenerme como un ratoncito callado.
El general se ríe, de mí sin duda alguna. —Los prisioneros callados son los peores, prefiero cuando sé que planes se están maquilando en esas mentes.
—Apuesto a que si y apuesto a que tienes métodos para hacerme hablar si así lo quisieras.
—Los tengo —inspira —y los aprendí de tu padre.
Un escalofrío me recorre con la mención del asesino de mi madre.
—No lo conozco.
—Es una pena, es un gran hombre que sigue inmensamente preocupado por ustedes.
Me quedo en silencio el resto del camino, que no es ya mucho, cuando el general se detiene frente a unas puertas de madera desgastada.
—¿Sabe que una de sus hijas murió?
Si el general me ha escuchado no da señales de ello, al contrario abre las puertas y me lleva junto con él dentro del lugar.
Parece una cabaña de madera. Pisos, paredes, techo, todo es del mismo material. Hay estanterías que me llegan a la cintura con cubos y banquillos igual de madera.
—¿Qué es este lugar?
—Los baños de la guardia.
Se me escapa un resoplido —por supuesto.
—¿No pensaste que te llevaría a una exclusiva bañera de cerámica y oro solo para ti, verdad?
—Imaginé una manguera y agua helada. Esto… me adaptaré.
Y entonces escucho voces provenientes de lo que sea que hay tras unas pesadas cortinas oscuras que dividen esta sección de lo que sigue.
—No está vacío —un terror retumba en mi pecho.
—No, pero pronto lo estará. Los guardias acaban de terminar con su entrenamiento hace un rato.
La piel se me calienta de la vergüenza ante la implícita situación de negarme mi derecho a resguardar mi pudor. Me sorprende el macabro pensamiento del general cuando a las mujeres de la villa se les insiste en la vitalidad de mantener su pureza.
Y a diferencia de la gran mayoría de ellas para mí no es como si jamás hubiera estado desnuda frente a alguien, he tenido amantes que han tocada mi cuerpo por placer. Pero esto es distinto.
El lobo se inclina para tomar uno de los cubos con la clara intención de dármelo.
—Primero debes limpiarte el cuerpo para poder entrar al estanque de agua caliente, si es que quieres aprovechar esta visita para quitarte el frío de los huesos.
—Sé como funciona un baño conjunto, las caperuzas también tenemos entrenamientos —alzo la barbilla al hablar con orgullo.
El general Hibiki afloja un poco la distancia entre mis manos, solo el espacio equivalente a su puño cerrado.
—Puedo seguir haciendo mucho con tan poco.
—¿Acaso es una propuesta? —pregunta empujando contra mi pecho el cubo y también un banquillo.
—Solo si quieres perder lo que tienes entre las piernas de un mordisco.
Una carcajada estalla tras de mí. —Una caperuza amenazando con morder tu hombría es una novedad ¿no es cierto, Hibiki?
Reconozco la voz y cuando intento girarme para ver a Shinnosuke este ya está pegado a mi espalda con una afilada punta de alguna daga o estilete sobre mis riñones.
—Ni siquiera lo pienses prisionera —sisea por encima de mi cabeza—. ¿Qué hace esta mujer aquí, Hibiki?
—Es la princesa Akane.
—Ya sé quien es. Solo te pregunté que es lo que hace aquí.
—Apesta, supuse que querrías interrogarla sin tener que soportar su fétido aroma —dice con expresión de estar pasándosela bien con este embrollo.
Miro con odio al general mientras habla de mí con el primo del rey como si yo no estuviera presente.
—¿Interrogarla? Lo había olvidado.
Así que era verdad que me había olvidado, pienso.
—Saca a todos de aquí —ordena el lord —yo me encargaré de ella.
Mi espalda se tensa pero no me muevo, sigue muy cerca de mi cuerpo la afilada amenaza.
El general hace una reverencia inclinando la cabeza un poco —Como ordene, alteza. —Sin mirarme más se da media vuelta y se pierde tras las cortinas gruesas.
—¿De verdad olvidaste que me tenías encerrada en una celda oscura? —me aventuro a cuestionar. ¿Me molesta que me haya olvidado?
—¿Piensas decirme ya lo qué hacías en los límites de nuestro territorio?
—Atacar —respondo sarcástica —yo solita, con nada más que mi hacha.
—Y tu capa llena de nuestra sangre ¿no?
Trago saliva.
Porque es literal su observación.
—Anda, camina —retira el arma de mi espalda y escucho que la envaina, luego me empuja con su mano apoyada en mi cintura baja—. No soporto tu aroma.
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Muchas gracias por leer este capítulo, yo sé que la historia está siendo demasiado lenta pero si algo he descubierto es que me fascinan los slow burn. Leerlos y escribirlos por igual jajaja. ¡Lo siento! De verdad no saben las ansias que tengo de que ya lleguemos al capítulo estrella de este mini fic.
Espero que todos se encuentren muy bien, les agradezco el tiempo que se han tomado para dejarme sus comentarios, los leo y tesoro todos por igual.
Abrazos gigantes y nos leemos en 15 días.
Por cierto pasen todos un divertido Halloween y un memorable Día de Muertos. Además de un energizante Samhain.
