Perder la noción del tiempo mientras caminas en el bosque, con el mismo paisaje día tras día, una ardilla en tu hombro y un sin fin de animales mirándote con suspicacia en la distancia, es muy fácil. Caminar un número indefinido de horas, cazar para comer, buscar un buen lugar para dormir, encender un fuego para calentarme y cocinar la presa del día, dormir y repetir.
Creo que a pesar de llevar varios años en este nuevo mundo, en el fondo de mi corazón seguía siendo ingenuo, citadino. Un chico de ciudad jugando a la aventura en este lugar en el que mi única real obligación es no dejarme morir de hambre. Deslumbrado con la idea de aventurarme en la odisea de mi nueva vida y descubrir la magia que insistía tenía que existir. Sin pensar en impuestos, estudios, trabajos o las miles de expectativas que mi familia y antigua sociedad ponía en mis hombros con el solo hecho de haber nacido.
Si no fuese por Alvin creo que habría muerto envenenado, con diarrea y vómito desde el segundo día. Todas las ballas, con sus múltiples colores se me hacían supremamente apetecibles y Alvin no dejaba de morderme las orejas cada vez que estaba a punto de comer algo que me haría daño.
Cazar no era especialmente difícil, el problema era conservar la carne, para que no se dañara y cada día de por medio tenía que dejar todo lo que se había dañado en el camino, esperando con eso distraer a la gran cantidad de depredadores que debían habitar el bosque y que gracias a los antiguos dioses, no se habían cruzado en mi camino.
Cada nueva aldea con la que me cruzaba era un nuevo despertar. Un nuevo mundo en el que las personas seguían muriendo de frívolas infecciones y fiebres. Yo hacía lo posible por ayudarles, por instruirlos en nuevos hábitos de higiene, hablando con la experiencia de mi propia aldea. Aprovechaba esos momentos para intercambiar pieles y carne por alguno que otro vegetal cultivado en el sector, por indicaciones sobre los mejores caminos para seguir mi recorrido al norte, y sobre los lugares que sin duda debía evitar.
El norte sin duda es el territorio de los antiguos dioses, nunca pasé más de dos días sin toparme un arciano en mi camino, cada uno de ellos con una cara tallada en su gran tronco blanco y un sin número de expresiones en sí. Alegría, tristeza, furia, anhelo, curiosidad, desprecio, amor, añoranza y placidez. Cada uno de estos gestos me hacía parar un tiempo a pensar… rezar y tratar de imaginarme una razón para este sin número de expresiones talladas en las diferentes cortezas. Trataba de abrir mi mente y conectarme con estos grandes seres, y a pesar de sentir la vida correr por cada una de sus ramas y hojas, nunca una conciencia salió a relucir. Era evidente que estos Ancianos eran diferentes al resto de los arboles, puesto que se sentían diferentes a los demás, pero la diferencia se me hacía difícil de diferenciar, y con cada nuevo bosque de dioses que visitaba sentía una leve diferencia que me hacía pensar en cada expresión representada en sus cortezas.
Las ancianas de cada aldea me contaban historias de cómo los niños del bosque eran los que habían realizado esas tallas, y cómo veneraban a los antiguos dioses en cada uno de esos lugares. De vez en cuando escuchaba variaciones en las que cada uno de los arcianos correspondía a un dios en específico, atrapado o dormido en el tiempo, esperando, guardando y observando. También escuché historias de sueños verdes, personas que dentro de sus ancestros tenían a un niño del bosque, y cómo estas personas podían ver el presente, pasado y futuro a través de los ojos de los arcianos. Esto me generó un nuevo dolor de cabeza, al tratar de ver intencionalmente a través de los ojos, tal como diariamente hacía con Alvin, pero los dolores de cabeza que esto me generaba me hacía pensar en que estaba omitiendo algo, o que simplemente no estaba listo para este nuevo nivel en mi experiencia de magia de este mundo.
Sin saber mucho del territorio y del tiempo que había transcurrido, supe que mi camino si me estaba llevando, con tortuosa lentitud al norte. Lentamente notaba como en cada aldea se veían ocasionalmente soldados con diferentes emblemas en sus armaduras: árboles, puños, caballos, coronas con hachas y osos. Cada uno de estos emblemas representando sin duda a la familia noble de la región. Cada una con diferentes atenciones y expectativas de sus súbditos. Por lo general cada aldeano se veía conforme con sus señores, o simplemente conformes con su indiferencia.
Fue así como finalmente decidí un rumbo para mi camino. Los Mormont sonaban como una noble familia, antiguos, orgullosos en su historia, pero humildes en el trato con los demás. Eran la familia ideal para lo que tenía en mente: Acceder finalmente a algún tipo de libros de historia y encontrar un lugar en el que pudiese sacarle provecho a mis habilidades en caza lectura y escritura.
Además, las personas hablaban de las mujeres Mormont con cierto respeto, incredulidad y escándalo. Inicialmente pensé que se debía a su costumbre de ser guerreras, vestirse igual que los hombres y luchar con la misma o mayor fortaleza que los hombres de su misma familia. Sin embargo, después de un tiempo también me llegaron los rumores de cómo se adentraban en el bosque a copular con osos, y como su descendencia siempre era considerada noble y no bastarda, como era usual en el resto del continente.
No sé hasta qué punto creer en una razón biológica que respaldara estos escandalosos rumores, pero quizás alguna nueva característica de ser un cambia pieles aún me era desconocida y esto hacía más importante lograr un contacto con esta familia.
Con un rumbo fijo en mente, el camino se me hizo más largo y tortuoso. Supuse que debía haber pasado más de un año de viaje puesto que lentamente una sombra de barba y bigote empezó a aparecer en mi rostro, y mi contextura larguirucha de adolescente se fue transformando en una musculatura un poco más notoria aunque no muy prominente.
Llegar a la isla de los osos no fue tan fácil como esperaba. El océano se interponía en mi camino, frío e indomable. Tuve que buscar por semanas una aldea de pescadores que accedieran a transportarme, además de trabajar algunas otras semanas para pagar mi pasaje.
Al final todo valió la pena. Me encontraba en la rocosa costa de Isla de los osos, al lado de un enorme bosque de pinos, y mis harapientas vestimentas no resaltaban en lo absoluto del resto de la población.
