Capítulo 24. Club de las Eminencias.

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Draco no había podido dejar de ver a Hermione desde el momento en que puso un pie en el apartamento esa noche. Tenía sentimientos encontrados como ya era usual desde hacía una semana pero si hay algo que tenía claro es que esa mujer lo iba a volver loco, en el buen sentido de la palabra.

Días atrás Theo le había preguntado cómo iba evolucionando su relación con ella y no había sabido qué responder.

—Estás mal hermano… ¿Te enamoraste?

—No…

—Entonces empieza despotricar sobre lo mal que se llevan y lo mucho que prefieres casarte con un basilisco que con ella; en caso contrario interpretaré que esa cara de idiota que tienes en este momento es porque ella te gusta, o peor aún, que te hechizó y ya no hay vuelta atrás.

Draco sabía que a Theo le podía decir lo que fuera, así que se animó a aceptarlo por primera vez en la vida.

—¿Es muy real si te digo que la respuesta correcta es la última opción? —inquirió sosteniéndose la cabeza como si fuera el pesado mundo entero.

—Vamos, Draco, no es nada de que no estemos viviendo los demás; bueno excepto Astoria, y porque no se trata mucho con Colin, pero al final de cuentas debemos aceptar que el trapo ese que llaman Sombrero Seleccionador no se equivocó. Lisa y yo —sus ojos brillaban— nos hemos compenetrado muy bien… y estoy deseando que llegue nuestra luna de miel.

—¿Y por qué esperar hasta ese momento?—Draco alzó una ceja inquisidoramente.

—¡Ay, Draco! Precisamente por eso no estuviste en el Club de las Eminencias.

—Tú tampoco —reprochó frunciendo el ceño— y fue porque nuestros padres…

—Olvídalo —interrumpió—, lo estoy diciendo en sentido figurado porque en este momento no sé dónde dejaste tu inteligencia. —Draco estaba a punto de sacar su varita y maldecirlo—. Me refiero a que las mujeres les gusta un hombre encantador, detallista y que no piense solo en sexo y qué mejor que darles lo que todas sueñan: respetarlas hasta que estén casadas —dijo con grandilocuencia.

—¿Sigues en el siglo XV? ¡Qué aburrido eres! —resopló.

—Para nada es mi pensar, pero curiosamente, eso algunas mujeres lo encuentran súper romántico.

—No conocía esa faceta tuya, Theo —le dijo en tono burlón.

—Eso nace cuando te empieza a interesar una persona, Draco —aseguró pensativo—. Hacer cosas que nunca creíste que harías solo por complacer a la persona que amas, porque quieres verla feliz, porque…

—Está bien, ya entendí. Detente ya o vomitaré todo el almuerzo —casi suplicó haciendo una mueca de asco.

E irónicamente, días después se encontraba apareciéndose en el cottage, un sitio que a ella le había gustado mucho.

Al aparecerse, hizo un movimiento con su mano e inmediatamente las velas de la habitación se encendieron. Tomó ambas manos de Hermione y le pidió que cerrará los ojos. Ella lo vio unos segundos con picardía antes de cerrarlos y así pudo contemplarla a placer por unos segundos; luego le retiró el abrigo negro y la imagen de su espalda desnuda, le despertó unas ansias por acariciarla, para ver si su piel era tan suave como la imaginaba. Respiró hondo para alejar esos pensamientos, recordando las palabras de Theo cuando se despidió días atrás «dale lo que ella quiere, no lo que tú deseas».

Colocó el abrigo sobre el perchero y con su varita hizo una fogata en la chimenea y después invocó unas copas para servir el vino blanco que había comprado. Ella seguía en el centro de la sala y parecía un ángel con ese traje blanco que lo provocaba a todo lo impropio y de lo que debía alejarse, según le había dicho su amigo.

Lucía tan hermosa, tan deseable, que le temblaban las manos al servir las copas de solo pensar en lo que podría pasar dentro de unos minutos, pensando en que simplemente se dejaría llevar y ver hasta donde llegaba ella, pero en su mente, rogaba que al menos ella le permitiera darle un beso. Llevaba soñando con eso algunos días, veinticinco para ser exactos, que es lo que había pasado desde la boda de Blaise cuando la había visto con ese hermoso vestido color palo rosa. En aquel momento no sentía por ella lo que sentía esta noche, pero cuando la había tenido abrazada mientras bailaban, había sabido por primera vez desde el primero de agosto, que quizá la idea de casarse con ella no era tan descabellada.

Se acercó a Hermione quedando a escasa distancia. Seguía con los ojos cerrados en actitud casi sumisa; solo la actitud, eso lo tenía muy claro. Ella lo sintió y sonrió.

—¿Ya puedo abrir los ojos? Su voz era dulce y algo aniñada y despertó unas fibras en su corazón.

—Si quieres ver un buen paisaje, sí —respondió con picardía. Theo tenía razón, un hombre enamorado se convertía en un troll cuando estaba con la mujer que robaba su aliento.

—Buen paisaje, ciertamente —susurró tomando la copa que le estaba ofreciendo.

Ambos alzaron sendas copas y al unísono, como si lo hubieran planeado, brindaron con un «por nosotros». Él tomó casi la mitad del contenido sin dejar de admirar esos ojos que brillaban más que las velas de ese momento.

Dejándose llevar por esa mirada, confesó:

—Tuve que caer para ver que estabas justo frente a mí… Quiero que seas mi hoy y mi mañana, Hermione, porque sé que donde estés, ese es mi lugar, el mundo al que pertenezco, justo frente a ti.

Una lágrima caía por la mejilla derecha de la joven, pero ella seguía sonriendo. Hizo levitar su copa hasta una mesa cercana y acortando los pocos pasos que lo separaban de ella, tocó su rostro para limpiar esa gota sin dejar de ver sus ojos; su corazón latiendo muy fuerte y rápido.

—Estaba tan equivocado contigo, Hermione… Quiero tener un nuevo comienzo contigo… Hace meses no hubiera sabido cómo describir a la mujer perfecta; ahora lo sé, eres tú…

Aún mantenía su mano en su rostro; se acercó y puso sus labios sobre los de ella con cuidado, como si ella pudiera romperse por ese contacto. Eso cambió cuando ella pasó sus brazos detrás de su cuello; él la abrazó por la espalda profundizando el beso, sintiendo cada célula de su cuerpo vibrar, su sangre arder. ¿Por qué había esperado tanto para tocar el cielo? Había querido darle su espacio, pero viéndola tan dispuesta, se arrepentía de no haber buscado un acercamiento antes. Minutos después empezó a bajar la intensidad del beso, aunque se mantuvo abrazado a ella, protegiéndola en su pecho, jurándose que jamás permitiría que alguien o algo la lastimaría.

—Me gusta tu colonia —le dijo ella luego de un corto silencio, y él sonrió.

—También me gusta tu perfume.

Acercó la nariz a su cuello y se dejó embriagar por el suave aroma a jazmín. La piel de Hermione se erizó, y sin poderlo evitar, empezó a dejar suaves besos hasta llegar al hombro. Al llegar a ese punto, se separó ligeramente de ella buscando nuevamente su mirada.

—Te propongo que olvidemos el decreto. Quiero hacer las cosas diferentes ahora —le dijo tomando la mano donde ella había puesto el anillo y lo besó.

—¿A qué te refieres? —La sintió tensarse.

—La ceremonia será igual, pero el motivo ha cambiado, al menos para mí.

—Para mí también —le dijo bajando la cara con timidez. Él volvió a levantarla con un dedo en su barbilla.

—Creo que te amo, Hermione.

—¿Crees?

Esta vez la timidez había dado pasó a un gesto de coquetería. El volvió a caer en la tentación de besarla, declarándose desde ese momento adicto a ella. En esta ocasión eran besos más ardientes que ella respondía de igual manera, y sintió que podía perder la cabeza si ella seguía emitiendo esos sutiles jadeos mientras acariciaba su cabello. Sentía la piel de la bruja ardiendo y eso encendió aún más su deseo, cosa que era una locura porque recién se habían dado su primer beso, así que no debía dejarse llevar.

¡Maldito Theo y sus ideas raras!

Sentados frente a la chimenea, abrazado a Hermione mientras bebía otra copa de vino, ella murmuró:

—Creo que te amo, Draco.

Él sonrió feliz.