BEN
Me lancé hacia la puerta a la carrera, saboreando anticipadamente el momento en que lo tuviese en mis manos. Quería partirle la cara, desdibujarle esa sonrisa burlona y malvada que lo caracterizaba. Severus Snape no podía simplemente salirse con la suya como si nada. Él había dañado a Lena, a mi amiga, a mi hermanita, y eso era algo que no podía perdonar de ninguna manera.
Un par de manos enormes me sujetaron justo antes de que lograse abrir la puerta, arrastrándome hacia atrás y arrojándome con fuerza al suelo. Los gritos de Collette y Lena llegaban a mis oídos, pero no me importaba; sólo quería destrozar al maldito resucitado. Pensaba que, si Snape aun tuviese el cabello largo, se lo arrancaría mechón por mechón. Le odiaba como a nadie por arruinar la vida de Lena y quería destruirlo, devolverlo a San Mungo, tomar venganza por la injuria sobre ella y, sobre todo, por hacer que me enojara con ella.
Nunca me había molestado con Lena en todos los años que llevaba de conocerla. Jamás habíamos discutido ni entrado en controversias mayores, porque ella me comprendía incluso mejor que Collette. A Lena no le importaba que yo fuese el hermano menor de una familia importante, al que nunca determinaban porque mis hermanos mayores eran héroes mientras yo todavía era un niño estorboso. Ella me había visto como un igual, sin cargas, escuchando todo lo que yo tuviese por decir. Era más hermana que mis hermanos. Y por eso también estaba furioso con ella, porque era una tonta demasiado inocente que había caído en las garras de un hombre mayor, porque la habían manipulado hasta el punto de mentirle a sus amigos, de perder la confianza que forjásemos a través de los años. ¿Cómo pudo preferirlo a él por encima de nosotros, de su familia? Esa era la pregunta que se repetía furiosamente en mi mente una y otra, y otra vez.
Intenté levantarme, pero Rodríguez, el maldito Slytherin que tan bien se llevaba con Lena últimamente, se arrojó sobre mí, derribándome de nuevo, obligándome a quedar tendido boca abajo en el polvoriento suelo. Sentí su rodilla clavarse en mi espalda y cuando intenté golpearlo con mi mano, me retorció el brazo haciéndome gritar. Pensé que, si Theo no hubiese puesto un hechizo silenciador en la puerta, ya habríamos atraído a medio colegio.
THEO
Ben permanecía en el suelo del aula vacía, con las gafas torcidas, aprisionado bajo la mole que Rodríguez representaba. El Weasley estaba rojo como un tomate y respiraba agitadamente entre bufidos furiosos. Collette estaba sentada a su lado, susurrándole palabras tranquilizadoras mientras le acariciaba el cabello. La palidez de su rostro contrastaba con su pelo negro como la noche.
—¡Debiste dejar que yo manejara esto! —dijo Lena mirándome con reproche. Estaba de pie junto al inmovilizado Ben, con una mano en la cintura y la otra posada distraídamente sobre su vientre. Parecía que el feto la molestaba más seguido con su danza fetal, o lo que sea que el desgraciado hiciese allí dentro.
Ella estaba molesta por mi decisión de no ocultarles nada a Ben y Collette. Sin embargo, no era de mi interés proteger a Snape de ninguna forma. Por mí, habría ido derechito al ministerio de magia para refundirlo en Azkaban; sólo me detenía la certeza de que Lena terminaría de patitas en la calle sin poder terminar el colegio.
—¿Para qué? ¿Para que siguieras con tus mentiras? —escupí, incapaz de contener la rabia que me invadía desde hacía semanas.
Simplemente no terminaba de asimilar que ella prefiriera a una basura como Severus Snape. A mí no terminaba de calarme el héroe de guerra, y detestaba la idea de que la vida lo hubiese premiado con la oportunidad de volver con ese aspecto rejuvenecido. Debería estar muerto y enterrado hacía años, sin que Harry Potter lo defendiera a capa y espada para evitarle el beso de los dementores.
—¡Vale, Theo! ¿Qué debo hacer según tú? ¿Pegarme un letrero en la frente que diga: me he acostado con mi maestro de pociones? —Lena estaba casi tan roja como Ben. Podía notar lo harta que estaba de mis reproches.
—Yo le pondría: bebé a bordo —interrumpió Rodríguez con voz cándida, presionando un poco más la rodilla entre los omóplatos de Ben y arrancándole un graznido cuando le retorció aún más el brazo contra la espalda —. Ya quédate quieto, Weasley.
—Suéltame —jadeó el pelirrojo.
—No hasta que te tranquilices —dijo Rodríguez perezosamente.
—Estoy tranquilo —Ben tosió cuando tomó aire y el polvo del suelo se le coló en la garganta.
—¿Está tranquilo, Neveu? —preguntó Rodríguez mirando interrogadoramente a Collette.
Ella miró a su novio un momento y después le sostuvo la mirada al Slytherin. Asintió lentamente, como dudando de su afirmación. Rodríguez chasqueó la lengua antes de agacharse y acercar sus labios al oído de Ben.
—Voy a soltarte, Weasley. Pero si intentas salir de este salón, te romperé las piernas —dijo en un susurro audible que me erizó los vellos de los brazos. ¿Qué tan Slytherin era Beto Rodríguez?
Rodríguez se quitó de encima de Ben y fue a pararse junto a la puerta, como un gigantesco guardaespaldas. Ben por su parte, se incorporó con dificultad, sobándose el brazo. Todavía estaba rojo, pero ya no parecía tan dispuesto a matar a Snape como antes. Debo admitir que lo lamenté, porque de buena gana le habría ayudado a hacerlo.
—Ben, lo lamento… —comenzó a decir Lena, acercándose al muchacho con la mano extendida hacia su brazo.
—¿Qué cosa? ¿Habernos visto la cara de estúpidos a todos? —dijo Ben con voz hiriente. La miró con una expresión similar al asco —. Parecías tan… mosca muerta.
—¡Ben! —exclamó Collette, escandalizada.
Lena se detuvo en seco y bajó la mano. Parecía confundida ante las palabras del Weasley, con quien evidentemente nunca había tenido una discusión antes.
—¿Eso piensas? —preguntó Lena con un hilo de voz.
El muchacho abrió la boca.
—¡Por supuesto que no! —intervino Collette antes de que Ben pudiese decir nada. El muchacho la miró, enrojeciendo aún más —. No es posible que pienses eso.
—¿Por qué no? ¿Te sientes aludida? —preguntó el pelirrojo fríamente.
¿Aludida? ¿Por qué iba a sentirse aludida Collette? Me pregunté, confuso. La discusión había tomado un rumbo que yo no lograba seguir. ¿Por qué Ben la estaba tomando con su novia? Entendía que se sintiera molesto por los secretos y mentiras de Lena, pero Collette estaba en la misma situación que nosotros. No era justo desquitarse con ella.
—Serás imbécil —murmuró Collette. Sus ojos grises ahora eran tan fríos como el invierno por el que atravesábamos.
Lena había optado por guardar silencio y se limitaba a mirar a sus amigos. Se veía tan azorada por la situación, que pensé que tal vez nos habíamos apresurado al confiarles el secreto a los otros dos chicos.
—¿Soy un imbécil entonces? —chilló Ben moviendo los brazos cual madre regañona —. Tal vez Finnigan se hubiese tomado mejor la noticia. ¡Anda! ¡Ve por él y dile que va a ser tío! Seguro él sí va a darle abrazos a Snape por ello…
¿Finnigan? Miré a Collette, cuyo rostro estaba tan pálido como rojo estaba el de Ben. ¿Collette había tenido algo con el maestro de DCAO? ¿Me había metido en un grupo donde las chicas preferían salir con los maestros?
—Seamus no viene al caso —dijo fríamente Collette.
—¡Seamus! ¡Oh, por supuesto que no! Si sólo te faltó embarazarte de él para estar a la par con Lena —dijo Ben con sorna.
Arqueé las cejas, asombrado al confirmar mis suposiciones. Miré de soslayo a Rodríguez, quien continuaba recostado contra la puerta, de brazos cruzados. Parecía bastante incómodo de estar allí presenciando una discusión totalmente ajena a la original.
—¡Vete al diablo, Benjamin! —chilló Collette —. ¡Puedes irte a la mierda y no regresar!
—¡Por supuesto! ¡Ve a buscar al tío Seamus! —chilló Ben a su vez.
—¡Tal vez debería hacerlo!
—¡¿A qué esperas?!
—¡A que te largues, Benjamin!
Casi me daban ganas de convocar un balde de palomitas y sentarme a ver la pelea. Todo había tenido un giro de trama tan veloz, que se me estaba pasando el enojo con Lena. Me pregunté si lo de Finnigan habría sido antes o después de comenzar a salir con Ben, pero luego me convencí de que tuvo que ser antes. El Weasley no habría perdonado una infidelidad. Si parecía un simio rabioso dolido por la honra de Lena, no quería imaginarme la forma en la que reaccionaría si Collette le montase cuernos.
—¡Chicos, basta! —Lena interrumpió la discusión con un chillido más fuerte que el de los otros dos.
Ben abrió y cerró la boca varias veces, antes de tomar aire profundamente. Miró a Collette con despecho, pero no le dijo nada más. En cambio, centró su atención en Lena. No parecía arrepentido de haber actuado como un cretino con su novia, que más bien de seguro ahora era exnovia.
—Escucha, Lena: no me voy a involucrar en esto…—dijo Ben con una mueca —tampoco voy a decirle a nadie —añadió rápidamente cuando escuchó crujir los nudillos de Rodríguez —. No quiero meterme en problemas cuando todo esto salga a la luz. Detesto las mentiras y tú eres una mentirosa en potencia. Siempre sentí pena por la forma en que Snape te trataba, pero en realidad estabas cubriendo tus andadas… No puedo con la idea de que nos viste la cara de idiotas a todos… No voy a servirte de niñera.
—Eso no es lo que… —balbuceó Lena.
—Buena suerte —el muchacho no dejó que ella hablara y se dirigió a la puerta, mirando a Rodríguez desafiante.
El Slytherin lo miró con severidad.
—Eres tan poco hombre que sudas vainilla —dijo Rodríguez, haciéndose a un lado para que el Hufflepuff saliera del salón.
—Pues hazte cargo, ya que eres tan hombre… primo —dijo Ben con los dientes apretados.
Se dirigieron sendas miradas de odio el uno al otro.
—Vale, vale. Ya está —me acerqué a ellos al notar que Rodríguez apretaba el puño, harto de tanta discusión estúpida y queriendo evitar que le partieran la madre al Weasley —. Nos haremos cargo aquí, Ben. Puedes marcharte.
—Serás buen padrastro —dijo el pelirrojo antes de salir dando un portazo.
Apreté los puños, sopesando qué tan malo sería ir a tumbarle unos cuantos dientes a puñetazo limpio. No podía ser más grano en el culo el hijo de puta. Él sabía lo mucho que me afectarían sus palabras, con todo lo que implicaba que Lena me rechazara por estar enamorada del petardo oscuro. La próxima vez dejaría que Rodríguez le dejase la cara hecha papilla con todo y gafas.
—Debiste dejar que lo golpeara —dijo Rodríguez.
—Lo sé —convine.
En resumidas cuentas, las cosas no habían salido como Rodríguez y yo esperábamos. Claro que no pensábamos que Ben y Collette iban a estar felices con la noticia, pero el menor de los Weasley parecía un hermano mayor herido en su honra, volviéndose loco y un tanto agresivo. De no ser por la forma en que Rodríguez lo había reducido, seguramente el muy imbécil habría arruinado las cosas yéndose de la lengua.
No quería aceptar que Lena había tenido razón al no querer decirle nada a sus otros amigos. Ella conocía a Ben mejor que yo y seguramente ya se esperaba una reacción así. Maldije por lo bajo, sabiendo que, aunque Collette parecía dispuesta a participar de la misión de cuidar de Lena, no era lo mismo que tener al prefecto de nuestro lado.
—¿Contamos contigo, Collette? —pregunté girándome hacia ella.
La muchacha se irguió en toda su estatura, sacándole unos diez centímetros de ventaja a la bajita y menuda Lena. Miró a su amiga y después a mí.
—Por supuesto —dijo con solemnidad, tomando la mano de Lena y apretándola.
La chica que me robaba la calma sonrió tímidamente, devolviéndole el apretón a Collette. Sus ojos estaban brillantes de lágrimas contenidas, producto de la invasión hormonal que llevaba dentro de sí. Siendo ya mediados de enero, no faltaba tanto para que eso llegara al mundo. ¿Qué pasaría entonces? Quería que Lena estuviese conmigo, pero el hijo de Snape representaba un problema. ¿Podría querer al niño de un tipo como aquel? ¿Ella podía querer al niño de la escoria que trapeaba el suelo con ella? No parecía demasiado encariñada, al menos no tanto como sí lo estaba Rodríguez. Tal vez se decidiera a entregarle el niño a alguien más, a continuar con la vida como la habíamos planeado antes de que Snape lo arruinara todo.
COLLETTE
Cuatro semanas después de la confesión de Lena, Ben no hablaba con ella y mucho menos conmigo. Ciertamente, yo no deseaba que me hablase tampoco. Era un completo asno y se comportaba exactamente igual que el año anterior, presa de los celos por Seamus. Y pensar que Seamus había cumplido su palabra de mantenerse al margen, evitando que nuestro contacto fuese más allá de las clases. Comenzaba a preguntarme si había tomado la decisión correcta al abandonar al joven maestro de DCAO. Todavía sentía que algo se removía en mi interior cuando nuestras miradas se encontraban, pero tenía claro que no era nada comparado con mis sentimientos por Ben. No encontraba explicación a mi amor por el zanahorio gafufo y empollón. Sólo sabía que ese sentimiento estaba ahí desde que aun era una niña de primer año.
Bufé por lo bajo y busqué a Snape con la mirada. El hombre estaba revisando la poción de Carter con expresión inescrutable. Si no lograba entender mi amor por Ben, mucho menos comprendía el de Lena por Snape. El tipo era alto, delgado y sin chiste; pálido como un vampiro y su nariz ganchuda era motivo de preocupación para mí. ¿Qué tal si el niño que Lena esperaba no heredaba su pequeña nariz de botón, sino la enorme narizota paterna?
—Auch —gimió Lena junto a mí.
—¿Estás bien? —pregunté apartando los ojos de Snape.
Lena asintió.
—Es como si quisiese matarme a patadas —susurró con voz cansina.
Ella se veía agotada de nuevo, casi como al principio de su embarazo. Iba por la semana veinticinco y por momentos daba la impresión de que no lograría llegar a la semana cuarenta, como lo requería el plan. No vomitaba, pero de nueva cuenta estaba comiendo menos y parecía estar perdiendo peso. Yo suponía que tenía que ver con la noticia de que Snape iba a casarse con Louper el verano próximo.
A todos nos había sorprendido la noticia del compromiso en el profeta, un par de semanas atrás. Desde ahí Lena se mantenía silenciosa y pensativa, bastante apagada por momentos, y lo peor era verla fingir entusiasmo cuando se sentía observada. Sabía que lloraba, por sus párpados inflamados al amanecer, pero me sentía incapaz de consolarla de alguna manera. ¿Qué podía decirle? Mi opinión sobre Severus Snape no iba a cambiar lo que ella sentía por él.
—No creo que quiera matarte a patadas —susurré, intentando parecer animada.
Lena sonrió, o al menos sus labios se curvaron en una mueca que pretendía imitar una sonrisa. Me producía tanta pena verla así, que casi me olvidaba de mi propia tristeza por la lejanía de Ben.
—Si no entrega una poción bien hecha al final de la clase, puede que me plantee lo de las patadas.
La voz de Snape me hizo dar un brinco y lena soltó un respingo, pegándose a la mesa para ocultar su abdomen. Por momentos parecía olvidar que la túnica hechizada evitaba que cualquier cosa pudiese notarse a simple vista.
—¿Ya agregaste la bilis de armadillo? —preguntó Snape a Lena.
La muchacha se pegó todavía más a la mesa.
—No, señor —respondió ella.
—¿Por qué no?
Snape se agachó sobre el caldero y miró su contenido con curiosidad.
—No ha hervido… —murmuró Lena.
—¿Imaginas por qué no ha hervido? —de nuevo centró su atención en ella.
Lena negó con la cabeza y apretó los labios.
—Pienso que no has pulverizado adecuadamente la raíz de jengibre… esto no va a hervir nunca.
Abrí la boca, queriendo defenderla, pero algo tiró de mi manga en ese instante. Por el rabillo del ojo vi como Ben guardaba su varita rápidamente en el bolsillo. Lo miré ceñuda, molesta por su cobardía.
—Sí la ha pulverizado —dije volviéndome de nuevo hacia Snape.
—Ah, ¿Sí? —los delgados labios de Snape se curvaron en una sonrisa cruel —. ¿Has conseguido abogada, Heron?
Lena no respondió y clavó la mirada en la superficie de la mesa.
—Creí que en este salón veíamos pociones y no leyes —dijo suavemente Snape. Los Slytherin, salvo Beto, se rieron —. Veinte puntos menos para Hufflepuff por meterte en lo que no te incumbe, Neveu.
Apreté los labios, deseando poder mandarlo a la grandísima mierda, pero sabía que sólo empeoraría las cosas para Lena y para mí.
—Bueno, Heron… tienes una poción que no va a ebullir jamás, así que no la necesitas —dijo Snape antes de ondear su varita y hacer desaparecer el contenido del caldero de Lena. Ella tragó saliva y parpadeó muy rápido, como queriendo evitar que sus ojos lagrimearan —. Tal vez lavar de nuevo los calderos de tus compañeros te motive a hacer las cosas bien la próxima vez. ¿Comprendes?
—Sí, señor —dijo Lena, todavía mirando la mesa.
—¿No te molesta verdad?
—No, señor.
Lena se encorvó un poco, haciendo una mueca y su mano voló instintivamente a su vientre. Sin embargo, pareció comprender el error que estaba cometiendo y fingió que sacudía algo de la tela. El movimiento no le pasó desapercibido a Snape, quien frunció el entrecejo y la taladró con su negra mirada. Ella se negó a mirarlo y pude notar cierta impaciencia en la expresión del hombre, como si deseara tomarla de los hombros y obligarla a mirarle.
—¿Tienes algún problema, Heron? —preguntó, suspicaz.
—No, señor —respondió Lena rápidamente.
Mi amiga tenía el entrecejo fruncido y parecía adolorida. Supuse que el bebé la estaba pateando nuevamente y que ella luchaba por no delatarse ante Snape. Tenía que hacer algo para distraerlo, pero ¿qué? ¿qué podía hacer sin que Snape me matara en el proceso?
¡BOOM!
—AHHHHHH
El escándalo fue suficiente para que Snape perdiera interés en Lena y apartara sus ojos de ella.
—¡Weasley! ¿Te has vuelto idiota? — Snape miraba hacia el otro lado del salón con el rostro cargado de furia.
¿Weasley? Me giré en redondo, olvidando por un momento a Lena, comprendiendo de inmediato por qué Snape parecía tan molesto. El caldero de Ben yacía en el suelo a sus pies, en medio de un enorme cráter lleno de la poción derramada. El bajo de su túnica estaba hecho jirones, al igual que las botas de sus pantalones, dejando entrever como la piel de sus piernas se ampollaba dolorosamente.
—Dios mío… —murmuró Lena a mi espalda. Aparentemente ella también se había olvidado de sí misma.
Snape fue hasta el increíblemente pálido Ben y lo tomó por el cuello de la túnica, arrastrándolo lejos del charco de poción.
—Muévete, imbécil —dijo Snape, tirando de él hacia la salida —¿Quieres quedarte sin piernas? ¡TODOS A SUS CASAS! ¡AHORA!
Quise ir tras ellos, pero la cordura me daba todavía para entender que era muy mala idea intentarlo si quiera. No terminaba de comprender lo qué había pasado. Ben rara vez se equivocaba, siempre era tan cuidadoso que resultaba exasperante.
—Es todo un idiota —dijo Beto uniéndosenos en la mesa de trabajo en cuanto los demás alumnos empezaron a salir del salón.
—¿Viste lo qué ocurrió? —preguntó Lena mirando el charco humeante de poción.
—El idiota tomó el caldero y lo arrojó al suelo. Así, sin más —contestó Beto —. ¿No sabe lo jodidas que son las quemaduras por bilis de armadillo?
Me llevé las manos a la boca, horrorizada. No quería pensar que él lo hubiese hecho a propósito, porque no era propio de Ben actuar de esa manera. Y si lo había hecho, no quedaba duda que había sido para evitar que Snape descubriera lo que ocurría con Lena.
—Oh, Ben —murmuré sintiendo que mis ojos se humedecían.
—Voy a verlo —dijo Lena, rodeando la mesa.
—¿Estás loca? —Beto la retuvo con la mayor delicadeza que le permitían sus manotas —. No puedes llamar la atención de nuevo. Es obvio que el baboso hizo esto por ti. ¡No lo arruines!
—Pero… —quiso protestar mi amiga.
—Yo iré —dije sonriendo para tranquilizarla, aunque sentía que me iba a echar a llorar en cualquier momento —. Vete a la sala común ahora.
—El castigo…
—No puedes limpiar los calderos si Snape no ha revisado las pociones —observó Beto con sabiduría —. Andando. Tienes que salir del radar de Snape por ahora.
BETO
Weasley era un imbécil, no me cabía duda de ello. Neveu era bastante agradable y demasiado bonita para ser novia de un baboso semejante; pero aparentemente a las mujeres les gustaban los idiotas, así que nada que hacerle. Lena era todo un misterio de la naturaleza: delgaducha y con poco chiste, pero con una personalidad que resultaba atrayente. Además tenía una necesidad absurda de protegerla a ella y al pequeño ser que crecía en su interior.
Williams… ¿qué pensaba de Williams? El pobre estaba enamorado de Lena hasta el tuétano. Me daba un poco de pena su situación, pero los últimos días sentía que sus circunstancias me ¿alegraban? ¿podía decirlo de esa manera? No estaba seguro de la sensación que me producía que ella no le ofreciese más que su amistad. De lo que sí estaba seguro es de que me asustaba, es más, esa sensación me aterrorizaba. Me alboroté el cabello y miré por la ventana la oscuridad del interior del lago.
—No dejarás ganar a Ravenclaw mañana ¿verdad? —dijo Koothrappali dejándose caer en el sillón del frente, obstaculizándome la vista del lago.
No respondí. Últimamente mis compañeros de casa me buscaban pleito, cuando no me ignoraban. Haberle pegado a Carter había sido mi sentencia de muerte en Slytherin. De todos modos, no me arrepentía de nada; Carter era un hijo de puta de las grandes ligas.
—Oye, sé que hemos sido un poco malos contigo… pero sin rencores ¿eh? —prosiguió Koothrappali.
—¿A qué le temes, Sohan? —pregunté.
—¿Yo? ¿A qué voy a temerle? —dijo con una sonrisa nerviosa en su rostro moreno.
Sonreí burlón. Era tan obvio que mi equipo de quidditch temía que fuese a ayudar a Ravenclaw como venganza. Me preguntaba cómo había ido a parar allí si no me parecía en nada a mis compañeros. No me avergonzaba de mi casa, ni más faltaba; pero la ética dudosa de la mayoría de sus miembros me daba dolor en los huevos.
—Dile a los demás que jugaré como siempre —dije sin dejar de sonreír.
—¡Eso! Pensábamos en qué tan importante era tu amigo el Ravenclaw. Temíamos que fuese más importante que tu casa —rio Koothrappali.
—Los negocios son diferentes —dije. Sin embargo, ya no sonreía.
Lo que había dicho Koothrappali me había hecho dejar de sonreír. La frase se me había colado en el mismo lugar donde iniciaba la sensación que me hacía tener miedo. ¿Qué tan importante era mi amigo el Ravenclaw? Pensé en el rostro risueño del chico, en sus vivaces ojos color aceituna, en los rizos que le caían de esa forma tan graciosa sobre la frente… Tragué saliva, con la sensación de terror incrementándose en mi pecho.
Me rasqué la nariz con el dorso de la mano, sin apartar los ojos de Koothrappali. ¿Cómo mierda recordaba los rizos de Williams sobre su frente? Debería estar pensando en los pechos de Collette, o en los pechos de cualquiera. Pero no dejaba de pensar en la forma en que estaba pensando en Williams. El problema no era pensar en Williams; el puto problema era cómo estaba pensando en él.
—¿Todo en orden? —preguntó Koothrappali en tono suspicaz.
—Claro —dije con fingida calma.
