Miré mis manos, y no parecían las mías, sentía que ese momento no lo estaba viviendo yo, sino que de alguna manera me había introducido dentro de una persona totalmente distinta a mi, que tenia la suerte de acercarse a ella, de vivir mis sueños y sentir la realidad de su presencia. Me saco de mis sentimientos el tamborileo de unos pasos sobre el duro suelo de madera, cuando al fin levante la vista vi como alguien corría la puerta, y su sombra femenina con sus perfectas curvas milimétricas en aquel pequeño pero bien formado cuerpo, se iban convirtiendo en una figura de carne y hueso. Cuando ya había abierto por completo la puerta, hice ademán de levantarme, pero mis piernas me defraudaron y no respondieron a mis deseos, sino que se quedaron paralizadas junto al resto de mi cuerpo. Temblé ridículamente ante el miedo de que ella pensara mal de mí por no levantarme a contemplar su magnificencia. Levante la vista recorriendo su silueta de pies a cabeza, cuando de repente me encontré con sus ojos y sentí que aquello seria lo mas difícil de afrontas en mi vida. Volví a temblar, esta vez ante la fuerza de aquella mirada, pero ella se limito a sonreír, como si aquello que se me ocurría, como si aquellas extrañas sensaciones que se apoderaban de mi ser por completo fuesen de lo mas normal para ella. Seguía paralizado, condenándome mentalmente a mi mismo por no ser capaz de reaccionar ante su deseada presencia. Entonces ella se arrodillo frente a mí y acerco sus suaves y diminutas manos a mi cara. Temí que mis reflejos reaccionasen al fin y me retirase hacia atrás, perdiéndome así mi única oportunidad de sentir su calido tacto. Pero no fue así, me quedé quieto mientras sus delicados dedos se acercaban, movidos al parecer por la dulzura de sus ojos, que parecían capaces de mover el mundo. Rozo al fin mis labios con la yema de sus dedos y tuve la certeza de que aquellas manos habían sido sin duda alguna las encargadas de amasar y crear el mundo. Estos pensamientos dibujaron en mi boca una tierna sonrisa de satisfacción, que me demostraban que por fin se abría mi corazón ante aquella soñada creadora, que para mi seria siempre comparable a Dios. Pero en aquel justo instante, todo se desvaneció a mi alrededor y mis ojos se abrieron vislumbrando la tenue luz que traspasaba las cortinas de mi apartamento de Nueva York. Me di media vuelta en la cama dominado por el desconcierto, y descubrí su suave piel enmarcada deliciosamente por sus cabellos. Y es que, apoyada en mi almohada, durmiendo junto a mí, estaba la mujer de mi sueño. Así que era verdad, eh? Ayumi al fin vivía conmigo. Divino placer de Dioses el tenerla allí, divino placer que me había sido arrebatado en sueños para ser depositado al fin en mi desde entonces tierna realidad.