La Aprendiz del Maestro de Pociones

por RJ Anderson

Edición revisada (otoño 2003)

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Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

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Capítulo dos - Purgatorio

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-¿Estás lista?

Sus labios estaban secos y sus rodillas temblaban. Pero la tranquilidad en su voz, la absoluta confianza en sus habilidades también como en las suyas propias, le dio coraje. Habían estudiado aquella poción durante semanas, añadiendo y quitando ingredientes, empezando desde el principio no menos de cinco veces antes de estar satisfechos. Si fracasaba, fracasaba, pero al menos no la mataría.

-Sí – dijo ella. Entonces levantó la copa y bebió.

No sorprendentemente, la poción sabía asquerosa: como la mayoría de las pociones que no eran buenas en nada. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando el líquido caliente resbaló en su interior. Entonces, lentamente, levantó su cabeza.

En la semi-oscuridad del laboratorio pudo ver las pálidas facciones angulares tan claramente como si fuera al mediodía – lo que significaba, irónicamente, que su visión no había vuelto. Fuese lo que fuese lo que la poción le había hecho, todavía seguía viendo el mundo a través de los ojos de Athena.

La pequeña lechuza, sintiendo la decepción de su dueña, se meció en el hombro de Maud y ululó tristemente. Snape dejó ir una maldición y tiró el cucharón dentro del caldero.

-Debería haber funcionado.

-Debo haberme equivocado en las proporciones – le dijo Maud, tragándose el resentimiento en su garganta -. Un poco más de extracto de mandrágora debería haberlo hecho, o…

-No – la voz de su profesor estaba deshinchada -. Comprobé por segunda vez tu receta yo mismo. No había nada erróneo en los ingredientes regenerativos.

-Entonces tendré que volver a la biblioteca otra vez, y volver a buscar las combinaciones. Tenga por seguro que he eliminado todas las antipatías potenciales.

Él no la contradijo, pero la dura línea de su boca traicionaba su escepticismo. Severus era uno de los mejores elaboradores de pociones en el mundo mágico, si ella se hubiera pasado por alto algo en su receta él seguramente lo habría encontrado y lo habría corregido antes de ahora.

¿Pero cuál era la alternativa? ¿Rendirse, admitir la derrota, resignarse ella misma a la ceguera y a la muerte de su ansiado sueño? Eso no estaba en su carácter ni en el de él. Había trabajado muy duro, había sufrido demasiado para dejar de luchar ahora.

-Es tarde – dijo al fin -. Será mejor que vuelva al dormitorio.

Entumecidamente, se volvió para marcharse, pero la mano de Snape cayó sobre su hombro (el hombro izquierdo, opuesto a la percha habitual de Athena) y ella se detuvo.

-Es sólo el comienzo, señorita Moody – le dijo. No había ternura en su voz y ella lo agradeció. Si él le hubiera hablado suavemente, ella quizás se habría venido abajo -. Hay otras recetas, otros ingredientes que todavía no hemos probado, y tengo completa confianza en que encontraremos la correcta antes de que el año escolar acabe.

-Sí – dijo ella sin moverse, sin mirar atrás -. Gracias.

Sus largos dedos la apretaron levemente, luego la dejaron ir. Maud salió de la mazmorra al parpadeante corredor alumbrado por antorchas, enderezando los hombros y levantando la cabeza, asumiendo una vez más su habitual capa de indiferencia. Nadie, al mirarla, podría imaginarse que le hubiera pasado algo aquella tarde o, que en algún lado, detrás de sus desenfocados ojos grises, había un mar de lágrimas.

* * *

-Nunca te dejarán hacerlo, Maudie.

Su tío, envejecido y mutilado por su larga carrera luchando contra magos oscuros, paseaba de un lado a otro delante del fuego, su pata de madera pisando con fuerza en las piedras del hogar.

-Cuando eres un Auror necesitas de toda tu agudeza y de todo tu sentido común. Tú tienes agudeza, niña, no lo dudo; pero Athena no es un sustituto de tus dos ojos.

-¿Por qué no? – protestó ella -. Su visión es mejor que la de cualquier humano. Con ella puedo ver a tres cientos sesenta grados sin volverme, incluso en la oscuridad. Es casi tan buena como lo que te dieron a ti.

El ojo al que acababa de referirse, azul vidrioso y brillante, giró súbitamente sobre ella, como si estuviera intentando ver a través de su médula ósea.

-Pero mi ojo-loco no necesitad dormir, Maudie, y no se va volando. Athena es una pequeña lechuza valiente, pero tiene sus límites. Si ellos te la quitan estarás indefensa.

-No estoy indefensa – sus pequeñas manos se apretaron en los brazos de la silla y se cruzó con su desconcertante mirada con una resolución que le hizo parecer mayor de sus diez años -. Puedo encontrar el camino aún sin Athena. He estado practicando...

-Dar vueltas a la casa es una cosa. Luchar contra magos oscuros es otra – se dio un golpecito en la nariz, donde era evidente el trozo perdido -. Créeme, niña, lo sé.

Ella se mordió el labio con fuerza, decidida a no llorar. No había ninguna equivocación en el tono de voz de Alastor: por lo que a él concernía, el asunto estaba cerrado. ¿Cómo podía hacerle esto, cuando él, de todo el mundo, debería entenderlo?

Físicamente había pequeñas semejanzas entre ellos, pero bajo la piel eran tal para cual: los dos extremadamente conscientes de la maldad en el mundo, conducidos por una pasión por la justicia, persiguiendo sus causas con tal celo que para los magos ordinarios parecía excesivo e incluso demente. Después de vivir con su tío durante seis años Maud sabía, mejor que nadie, lo que costaba ser un Auror.

Y la amarga medicina tenía un precio demasiado alto para ella.

* * *

-...no podemos pasar todo el año en las cajas de piscolabis. Necesitamos nuevas ideas también.

-Espera, espera. Lo tengo... Pastillas Alargalóbulos. Un par de chupadas y tus orejas empezarán a crecer…

-Se parece mucho a los Caramelos Longuilinguo.

-¿Y qué? Nunca los probemos con nadie a excepción de Dudley.

-¿Y qué pasa con la Soda Chispeante? ¿Nos rendimos?

-Oh, sí. Me había olvidado de eso. Apuesto a que a las chicas les encantaría…

Maud puso otro montón de libros entre ella y los gemelos Weasley, intentando impedir el paso de los murmullos de sus voces y de las rascaduras de sus plumas, pero no funcionó. No podía concentrarse.

-¿Os importaría bajar la voz? – les preguntó.

Fred miró a George. George miró a Fred. Luego los dos se volvieron hacia ella y dijeron al unísono:

-Sí, nos importaría, en verdad, pero gracias por preguntar.

-De hecho – añadió George -, estamos hablando en voz baja. Tus oídos son demasiado finos, ése es el problema.

-Qué es por lo que – dijo Fred – necesitas nuestro patentado Chicle Ensordecedor – levantó un paquete imaginario -. Una mascada y todo el molesto ruido de fondo simplemente se desvanece. Por supuesto, como funciona con todos los sonidos puede que quieras escuchar, pero los efectos sólo duran una, oh, media hora o así.

-No – le interrumpió George -, dos horas. Suficiente para sobrevivir a una de las clases del profesor Binns. Los de primer año lo terminarán.

-¡Ésa es buena! – dijo Fred, y garabateó una nota en su pergamino.

Maud cerró su libro y apretó los pulpejos de sus manos contra sus ojos. Había estado estudiando durante horas y podía sentir el cansancio de Athena tanto como el suyo.

-Abiungo – susurró, y la pequeña lechuza quedó libro de la mágica atadura lanzándose al aire con un suave ululo de gratitud. Ahtena no se alejaría mucho tiempo: pero necesitaba la oportunidad de extender sus alas, y lo aprovecharía al máximo.

-Eh – dijo George -, tú eres buena con los ingredientes de las pociones... ¿Puedo preguntarte una cosa?

Como Slytherin debería ignorarle. De hecho no debería estar sentada allí tampoco, porque los Slytherins en general no ocupaban el mismo lugar que los Gryffindors si podían evitarlo. Por otro lado, ella acababa de unirse a su Casa aquel curso, y los gemelos Weasley eran conocidos como quebrantadores de normas y alborotadores de un modo que incluso un Slytherin podía aprobar.

-Adelante – dijo ella.

-¿Sabes de un sustitutivo para el polvo de escamas de basilisco?

-¿A algo barato te refieres?

-Sí. A dos galeones el gramo se salta nuestro margen de provecho.

Maud pensó por un momento.

-Raíz de medusa – dijo al fin -. Pero tendréis que usar más para lograr el mismo resultado y tiene un regusto bastante malo. Necesitaréis un condimento fuerte para contrarrestarlo. Como regaliz negro.

-Oh, esta chica me gusta – dijo George.

A pesar del cansancio, Maud sonrió.

-¿Y cuál es el proyecto? ¿Gaseosa Petrificante?

-¡Eso es! – más arañazos de la pluma de Fred corriendo sobre le pergamino -. Gracias, hemos estado atascados buscando un nombre para eso…

-Será mejor no dejar que nos ayude más – le advirtió George -. Vamos a tener que empezar a pagarle.

-Te olvidas - dijo Maud - que soy una Slytherin. La travesura es su propia recompensa.

-Oh, verdaderamente me gusta esta chica.

Pudo sentir la calidez del aliento de George cuando él se inclinó en la mesa hacia ella.

-¿Dónde has estado durante toda mi vida, Maud Moody? Quiero decir, aparte de estar en el este de Europa estudiando Artes Oscuras.

-Eh – dijo Fred -, yo la vi primero.

-No es verdad.

Ninguno de los dos lo decía en serio, por supuesto: los gemelos Weasley casi nunca lo eran. Y Maud sabía mejor que nadie que su apariencia era menos que sobresalientes. Sin embargo, peleando o en broma, era una nueva y divertida experiencia.

-Chicos, chicos – dijo con severidad fingida -. ¿Qué os hace pensar que alguno de vosotros es lo suficiente bueno para mí?

-Tienes razón – la silla de George crujió al recostarse suspirando teatreramente -. ¿Cómo podíamos esperar competir con el amable, elegante, el siempre encantador y seductor Profesor Snape? El romanticismo del humo del caldero, a la luz de las varitas y narices de murciélagos…

Maud se atragantó.

-¿Exactamente – dijo con esfuerzo – qué es lo que se supone que significa eso?

George tomó aire para responder, pero su hermano fue más rápido.

-Nah, no es nada – le dijo -. Eres la favorita de Snape, eso es todo.

-Eso – añadió George – y todas esas horas extras que pasas en la mazmorra…

-Calla, estúpido – silbó Fred.

Maud dejó su preocupación a un lado. Había recuperado su compostura y se sintió sólo un poco frívola.

-Habéis hecho trampa – dijo -. Se suponía que teníais que esperar hasta que publicaran mi confesión en Corazón de Bruja. "Oh, Severus," grité, desmayándome en sus varoniles brazos, etc. Pero llegáis tarde, se acabó.

-¿Oh? – dijo George.

-Me temo que sí – suspiró Maud -. Soy la última de una larga cola de corazones rotos…

Fred farfulló.

-Está bien, olvídalo, tú ganas.

-Creo que alguien se llevó el premio al Rumor Más Estúpido de Hogwarts – admitió George.

-Tenéis mucha razón – dijo Maud.

Apenas acababa de hablar cuando escuchó el suave zumbido de las alas de Athena y sintió los diminutos pinchazos de sus garras cuando la lechuza aterrizó en su hombro.

-Lungo – murmuró, invocando el hechizo que unía la visión de Athena a la suya, y los gemelos Weasley se sacudieron en su visión.

Y también, para su horrible sorpresa, alguien más.

Estaba de pie a varios pasos detrás de los Weasley, sus negros ojos observándola profunda y fríamente, su rostro inexpresivo. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Maud abrió la boca, pero él se volvió en un remolino negro y se fundió en las sombras antes de que ella pudiera hablar.

-¿Qué? – preguntó Fred -. Parece que acabes de ver al Barón Sanguinario.

George sonrió.

-O aún peor, a Snape.

-Tengo que irme – dijo Maud bruscamente. Empujó su silla hacia atrás, reunió los libros en su regazo al azar, y se apresuró a salir de la biblioteca, dejando a los gemelos Weasley mirándola fijamente a su espalda.

* * *

De algún modo, su desilusión debió traicionarla, porque el tío Alastor detuvo su paseo y se agachó al lado de su silla, apoyando sus manos llenas de cicatrices sobre las suyas con una súbita, fascinante ternura, que la tomó por sorpresa.

-No pierdas la esperanza, Maudie – dijo -. Hay más de una manera de luchar contra la oscuridad. Y aunque no estés preparada para asumir un combate individual con un mortífago confío en los ojos de Athena y en tus oídos tanto como en los míos. Si estás dispuesta, tengo un trabajo para ti.

Maud lo observó cautelosamente.

-¿Qué es?

-Hay un hombre al que necesito que alguien vigile, un mortífago que escapó. No es más que un abusón y un cobarde, y si Voldemort regresase probablemente él – se detuvo y se aclaró la garganta, como si súbitamente se acordase de quién estaba hablando, y continuó un poco incómodo -, er, se mojaría antes de correr en la dirección opuesta. Pero no confío en él, y no me gusta lo que se trae entre manos. Así que…

-Tío – dijo Maud con una tenue nota de reproche -, ¿no se suponía que te habías retirado?

Él le dirigió una súbita sonrisa torcida.

-Me conoces mejor que eso. ¿Lo harás?

-¿Quién es?

-Acaba de ser nombrado Director de una escuela llamada Durmstrang. Hay un rumor que circula desde hace años de que los alumnos de Durmstrang aprenden mucho más sobre Artes Oscuras que sobre defensa. No sabemos si es verdad o no, pero si Igor Karkaroff está al cargo, apostaré mi ojo bueno a que es verdad.

Maud estaba en silencio, sopesando sus palabras. Al final dijo:

-Quieres que vaya a Durmstrang.

-Para ser honesto, Maudie, no. Preferiría que fueras a Hogwarts, donde perteneces. Pero no hay más criatura miserable que un halcón en una jaula, aunque la jaula sea de oro. Si estás decidida a luchar contra la oscuridad, te daré la oportunidad de ayudarme a hacerlo. Pero será un trabajo difícil, no cometas ningún error. Así que si ves que no puedes hacerlo, tan sólo di la palabra y te traeré a casa – se detuvo, se puso cómodo sobre sus talones, y dijo: Es lo mejor que puedo ofrecerte.

* * *

Se encontró a Muriel en la sala común, absorta en un maltratado libro cuya cubierta mostraba a un musculoso mago abrazando a una bruja desmayada, sus túnicas ondeando al viento y amenazando con caerles. Era la clase de cosas que Muriel leía normalmente.

-Dime – dijo Maud, sentándose en la silla opuesta a ella esforzándose en mantener su voz a un nivel -. ¿Qué fue, rencor o celos?

Muriel dejó ir un exagerado suspiro y cerró el libro de golpe. Hechizo de Pasión Salvaje, destellaron las letras en su lomo, antes de desvanecerse.

-¿Y ahora que estás murmurando?

-Sólo tú, Lucinda y Anne sabíais que estaba trabajando con Snape después de clases. Con esas dos por ahí no me sorprendería si todos los Slytherin lo supieran también. Pero sólo tú habrías propagado el rumor deliberadamente fuera de nuestra Casa, haciéndolo parecer como algo más que un proyecto de estudio independiente…

-Bueno ¿y no es así? – se burló Muriel -. He visto el modo en que él te mira, cómo te trata en clase. Y tú, con tu cursi Sí, profesor Snape, y No, profesor Snape, y ¿Puedo ayudarle, profesor Snape? Te crees que eres especial ¿no? Vienes de Durmstrang, presumiendo, intentando hacer que el resto de Slytherin parezcamos estúpidos. Y ahora te juntas con los Weasley… ¿Quién te crees que eres?

O Muriel acababa de venir de la biblioteca o tenía espías de contacto remarcablemente buenos.

-Hablé con los gemelos Weasley sólo durante 5 minutos – dijo Maud monótamente-. ¿Vas a empezar el rumor de que tengo un lío amoroso con uno de ellos también? Seamos serios, Muriel. Los Weasley son de sangre limpia, puedo conversar con ellos si quiero.

-¡Son Gryffindors! ¡Traidores y amantes de los muggles! No tienen dignidad Slytherin…

-Oh, ya veo – dijo Maud como si acabase de encenderse una luz -. ¿Es de Fred o de George de quien estás celosa? Dame una oportunidad, podría hablarles de…

Muriel soltó un ruido ahogado, dejó caer el libro y saltó hacia su cuello.

Cuando las dos cayeron al suelo, Athena dejó el hombro de Maud y voló haciendo círculos sobre las dos chicas, aleteando y ululando ansiosamente. Maud no pudo culparla por irse: Muriel estaba más encolerizada de lo que ella había creído posible. Aunque luchó por sostener a la otra chica, su mente iba muy deprisa. ¿La había sacado de quicio accidentalmente? ¿Realmente Muriel estaba enfadad por Fred o George… o por Snape?

-¡Pelea! ¡Pelea! – gritaban un coro de voces, seguidas por el sonido de pies corriendo cuando los demás Slytherin en los dormitorios se apresuraron a ver el espectáculo. Muriel tenía un puñado doble del pelo de Maud y parecía intentar sacárselo de raíz: Maud, desorientada por la visión de ella misma dando vueltas que le venía a través de los ojos de Athena encima de ellas, luchó inútilmente por liberar su varita de su túnica. Se suponía que los alumnos no podían hacer duelos, pero cuando se trataba de autodefensa…

Con una súbita llave se liberó del agarre de Muriel, levantó su varita, y gritó el primer hechizo que le vino a la cabeza:

-¡Formido!

Al instante Muriel se desplomó lejos de ella, gritando y cubriéndose la cara con las manos. Maud se levantó de un salto, preparada para pronunciar el contrahechizo, pero una voz, fría y severa, vino de detrás de ella:

-¿Qué significa esto?

-Señor – gritó Maud, volviéndose hacia él -, ella…

-Silencio – la cortó él. Ignorando por un momento el elevado tono de los chillidos de Muriel, se giró hacia los otros Slytherins reunidos alrededor -: ¿Qué ha pasado?

-Yo lo vi todo, profesor – dijo una voz acentuada, y Draco Malfoy se hizo camino al frente de la multitud -. Muriel estaba leyendo un libro, ocupándose de sus propios asuntos, y Maud entró y la provocó deliberadamente, intentando empezar una pelea…

Maud lo miró fijamente, respirando con fuerza.

-Eso no es verdad.

-Gracias, Draco – dijo Snape -. Todos vosotros, marchaos a vuestras habitaciones. Yo me encargaré de este… incidente.

Con reticencia, los demás Slytherins desfilaron. Sin embargo, estarían escuchando lo que ocurriese después y Maud no tenía esperanzas de que aquello fuera realmente tratado en privado.

-Estoy extremadamente decepcionado contigo, señorita Moody – dijo Snape. Su voz era suave, pero no había ternura en ella, ni esperanza ni piedad. Agitó su varita ante Muriel, dijo "¡Fortitudo!" y ella se desplomó en el suelo, jadeando.

-Ve a tu habitación, señorita Groggins – le dijo -. Puedes estar segura de que trataré la conducta de la señorita Moody como se merece.

-Profesor – dijo Maud desesperadamente -. No puede creer que…

Él la cortó.

-Draco Malfoy ha sido un destacado miembro de la Casa Slytherin en los últimos cuatro años. Confiaría en su juicio incluso sin haber visto tu – sus labios se curvaron – mal comportamiento por mí mismo. Veo, señorita Moody, que he estado muy equivocado con usted. Parece que tendré que reducir mis niveles hasta donde a ti respecta, ya que has probado no estar a la altura de ellos.

Maud lo miró fijamente, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

-Ciertamente – continuó Snape fríamente -, empiezo a cuestionarme si perteneces a esta Casa. Ya que pareces incapaz de hacer amigos aquí, o comportarte de un modo que beneficie a Slytherin, estoy considerando hacerle una solicitud al director para que seas re-seleccionada. Públicamente.

En primer lugar, ella nunca había sido seleccionada, y ambos lo sabían, pero la amenaza era de verdad. El Sombrero Seleccionador era más probable que la pusiera en Ravenclaw (o peor, en Gryffindor) que en otra cualquiera, y entonces todo su trabajo sería arruinado.

Apenas había dicho aquellas frívolas palabras en la biblioteca que se había arrepentido; pero nunca había pensado que éstas pudieran haber cambiado tanto la actitud de Snape hacia ella. Fue como si todo lo que habían compartido (la confianza, la amistad, la causa común) se hubiera desintegrado al instante. ¿Era su orgullo tan frágil? Después de todo lo que él había hecho y aguantado, no podía creerlo, y, sin embargo parecía que no había otra explicación.

-Informe inmediatamente al señor Filch para su castigo – le dijo -. Le notificaré que la espere, no dudo que él encontrará algo apropiadamente desagradable para que hagas – con un rápido gesto le quitó a Athena del hombro -. Y te devolveré tu lechuza cuando el señor Filch me informe que has acabado.

Ver a través de los ojos de Athena cuando la pequeña lechuza estuviera en un lugar diferente sería bastante desorientador, sería aún peor que estar ciega: y Snape debía saberlo. Parpadeando contra las amenazadoras lágrimas, murmuró, "Abiungo," y dejó que la oscuridad la engullese.

-Encontrará el camino hacia el despacho del señor Filch por sí sola – dijo la bella voz despiadada de su tutor -. Estoy seguro que puedes hacerlo sin Athena ¿no?

Le llevaría horas, a menos que encontrase a alguien que la ayudase. Pero eso él también debía de saberlo.

-Sí, profesor Snape – susurró.

* * *

Desde que había sabido que no sólo su madre sino también su padre estaban muertos, se había imaginado a sí misma enfrentándose sin miedo al mal, varita en mano, ardiendo con una rabia ecuánime que ningún mago oscuro pudiera confundir. No sería capaz de hacer aquello en Durmstrang, no si quería permanecer allí. ¿Pero se atrevería a hacerlo?

Como de costumbre, su tío Alastor le leyó el pensamiento.

-Hay una cosa que tienes que recordar, Maud. Cuando luchas contra la oscuridad, luchas con dureza. Permanece firme ante aquello que sabes que está bien: sin disculpas, sin compromisos. Pero pase lo que pase, no te vuelvas en la cosa contra la que estás luchando. Sé violenta si tienes que serlo, pero nunca les dejes convertirte en alguien cruel.

* * *

Tropezando por el corredor, percibiendo su camino a ciegas a lo largo de la fría y húmeda piedra, las palabras de su tío hacían eco en sus oídos. No les dejes convertirte en alguien cruel...

¿Por qué "Formido" de entre todos los hechizos que podía haber elegido? Maud siempre había evitado emplear las Artes Oscuras: gracias a su tiempo en Durmstrang el conocimiento estaba ahí, pero había decidido que nunca se aprovecharía. Sin embargo, pronunciar el Horror Sin Forma contra un compañero estaba espantosamente cerca del límite. Y aún así había sido el primer hechizo que le había venido a la mente.

¿Y lo de la biblioteca, donde se había burlado de Snape delante de los Weasley, haciéndoles pensar que ella le respetaba y le importaba tan poco como a ellos? Su reputación había estado en juego igual que la suya propia, por supuesto; pero para ser sincera, ella sólo había pensado en sí misma. Por la misma egoísta razón, se sentaba en las clases de Snape día tras día, observándole mofándose y maltratando a los Gryffindors con apariencia de alivio, sin decir nada.

En su mente, había inventado excusas para ambos, diciéndose a sí misma que la vengatividad de Snape era sólo una actuación, que necesitaba aparentar ser cruel para mantener su reputación, como ella tenía que permanecer fría y distante para mantener la suya. Después de todo, él le había salvado la vida cuando era pequeña, ante el enorme riesgo para sí mismo, y había trabajado duramente desde que la transfirieron a Hogwarts para ofrecerle toda la ayuda y apoyo que ella necesitase. Tenía buenas razones para creer en él, a pesar de todas las apariencias contrarias. Pero ahora que se había vuelto contra ella, no podía hacer sino preguntarse si se había confiado de una ilusión, dándole su confianza a un mentiroso…

Acababa de sentir que atravesaba el arco que la llevaría hacia las escaleras, cuando una profunda y cálida voz atravesó la oscuridad y se paralizó.

-Señorita Moody. ¿Puedo ofrecerte mi brazo?

Era Albus Dumbledore.

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