2.- El colegio
Hinata sentía cómo le fallaban las piernas. Era curioso, pero en su corta vida jamás le había pasado eso, al menos, que ella recordara. Claro que le daba tantas vueltas la cabeza, tenía el estómago tan encogido y, en definitiva, estaba tan nerviosa, que no era muy consciente del asunto de las piernas precisamente.
Con la cabeza gacha seguía el dibujo de las losetas del suelo, sin atreverse a mirar a todos los niños y niñas que, alegres unos y protestando otros, iban en su misma dirección. Hinata no podía evitar sentirse una intrusa entre ellos, un inoportuno personajillo que se había colado de refilón en su colegio, en el colegio en el que ellos habían estado toda su vida. Ella era la "nueva" y eso la aterraba.
De reojo, miró a su único punto de apoyo, un asidero que, de forma inexplicable, se le escapaba. Porque su exigente, impaciente y cariñoso primo Neji la acompañaba en su primer día en su nueva escuela, y eso era bueno. Pero a la pequeña le intranquilizaba su comportamiento: él llevaba en esa escuela desde los 3 años, así que debería estar tan tranquilo como el resto de la riada de niños que los acompañaban. Sin embargo, la niña percibía toda la tensión acumulada en el cuerpo del mayor y el desconocer la causa la inquietaba todavía más. Si es que eso era posible.
Al llegar a la puerta del colegio, Neji se dirigió a Hinata por primera vez desde que la recogió de su casa:
- Si algún niño se mete contigo, me llamas, ¿eh? ¡Me llamas y le pego!
Hinata asintió automáticamente, sin comprender que el niño había expresado por fin lo que le había mantenido preocupado y en silencio todo el trayecto. Después, frustrado por no poder protegerla ahora que ella le necesitaba, el chiquillo se dio media vuelta para dirigirse a su clase. Como una gota de lluvia que se desliza por la ventana, así sonó un murmullo a sus espaldas:
- Yo... no quiero entrar.
Al chico se le encogió el corazón. Cerró los ojos, pidiéndole a todos los dioses del cielo poder para defenderla de la gente. Se volvió hacia ella y la vio tan pequeña que, como siempre, olvidó que él sólo tenía un par de años más. Hinata mantenía baja la cabeza y se mordía el labio inferior con fuerza para no llorar. Su padre no soportaba que ella echara ni una lágrima y ella no quería que Neji pensara que era una llorica. Neji no lloraba nunca, era muy fuerte, muy bueno en los videojuegos y ¡hasta le dejaban ir solo al colegio! No entendía cómo él podía dignarse siquiera a jugar con ella pero el caso es que lo hacía. Es cierto que también se metía con ella y la asustaba y la hacía rabiar, pero eso no era importante. No sabía por qué, pero así era.
Como tenía la vista clavada en el suelo, sólo vio dos piernas (que reconoció como las de su primo) plantarse delante de ella. Poco a poco, levantó la cabeza hasta encontrarse con la mirada terriblemente seria de su primo. Ella tenía muy poca experiencia en la vida como para distinguir una expresión de ira de una de inquietud, por lo que supuso que Neji había adivinado sus ganas de llorar. Eso fue el impulso definitivo: tragó saliva, se restregó los ojos, apretó los puños y declaró, con decisión:
- Me voy a mi clase.
Por la cara de Neji cruzó un extraño gesto, que Hinata no fue capaz de definir. Era algo así como, como... suavidad. Neji miró rápidamente a su alrededor, para asegurarse de que nadie en el patio lleno de niños se fijaba en ellos y abrazó inesperadamente a la pequeña. Fue breve pero expresivo. Al incorporarse, él estaba algo avergonzado pero ella sonreía. El chico vaciló un poco más, a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor y se fue hacia su clase. Hinata lo observó alejarse, sintiéndose muy calentita por dentro.
Entonces, la mujer que ella había conocido la semana anterior y que le habían dicho que era su nueva profesora, la llamó. Las piernas volvieron a temblarle de pronto y, con la mirada fija en el suelo y los pequeños puños apretados, se dirigió a la que iba a ser su clase.
