3.- Nuevos compañeros

- Bueno, niñas y niños, prestadme atención, por favor – a pesar del suave tono de su voz, la profesora irradiaba autoridad.

Quince pares de ojos se clavaron en Hinata.

- Kurenai-sensei, ¿quién es esa niña?

Hinata, de reojo, vio que el que había hablado era un niño de pelo negro, corto y muy despeinado.

- Es nuestra nueva compañera, Kiba. Se llama Hinata.

Kurenai siempre se sentiría culpable por lo que ocurrió. Al fin y al cabo, llevaba 3 años con el mismo grupo y conocía a cada uno de sus alumnos casi mejor que sus padres. Y resultaba bastante obvio que la pequeña era muy tímida. Sí, debería haber previsto el desastre: Kiba era incapaz de actuar de otro modo.

- ¡Pues es muy rara! ¡Seguro que no sabe hablar!

El resto de la clase se echó a reír a carcajadas de la "nueva".

* * *

No hubo forma de volver atrás: a pesar de todos los esfuerzos de Kurenai, Hinata no se integraba en la clase. Después de la desastrosa presentación, la pequeña pasaba las clases sola, sin hablar ni mirar a la cara a nadie. Pasaba tan desapercibida que sus compañeros ni siquiera se metían con ella, si se exceptúan las pocas veces que Kiba se aburría y reparaba en ella por casualidad.

Si Neji no hubiera tenido que ser operado de apendicitis (nada realmente grave, pero tuvo que faltar al colegio una temporada), quizás las cosas hubieran sido distintas. Neji podía haberla animado a hacer amigos, a sonreír y a ignorar a Kiba y sus "espontaneidades"... Pero él no estaba, por lo que ella acabó por convencerse de que era lógico que nadie quisiera ser amigo de una niña tan tonta como ella. Su destino era ser ignorada por todos y el destino no era algo que ella pudiera cambiar.

Un recreo, varias semanas después del inicio del curso, Hinata se dirigía a su rincón, una esquina algo alejada del resto del patio, donde se sentaba sin que nadie la molestara. Allí esperaba a que pasara la media hora de descanso pensando, tarareando para sí misma o haciendo pequeños dibujos en la tierra, mientras que los niños a su alrededor jugaban corriendo, empujándose y gritando, alegres.

Sin embargo, esta vez, el sitio estaba ocupado. Unos cuantos chicos, de la edad de Neji más o menos, rodeaban a alguien, lo empujaban de un lado a otro y lo insultaban. Hinata no veía bien a la víctima, aunque dedujo, por las burlas de los otros, que era un chico. Le daba miedo que se dieran cuenta de que ella estaba ahí pero era incapaz de irse, algo la tenía pegada al suelo. No era morbo por una pelea, ni cobardía sino un sentimiento de compasión, de conexión hacia un niño rechazado por los demás, igual que ella. Le comprendía, comprendía su soledad y su miedo, su tristeza...

Al cabo de un rato, los aprendices de matón empezaron a aburrirse y la víctima pudo zafarse de ellos en un descuido. Hinata contempló a su "alma gemela": un desaliñado rubito con extrañas marcas, como pequeños bigotes, en la mejillas, que corría hacia ella, escapando de sus torturadores. A la niña el corazón le dio un vuelco, viéndolo venir hacia ella.

El chiquillo, por su parte, ni se dio cuenta de la existencia de Hinata. Aprovechó que los chicos mayores no habían reaccionado con rapidez, se giró hacia ellos  (e, incidentalmente, hacia Hinata) y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:

- ¡¡Eh!! ¡Miradme! ¡Yo soy Uzumaki Naruto!  ¿Y sabéis qué os digo? –les dio la espalda, se bajó los pantalones y les explicó de forma gráfica el concepto a todos (la pobre Hinata incluida). Acto seguido, corrió como alma que lleva el diablo, riendo a carcajadas. Mucho tiempo después de que los otros hubieran salido en persecución del pequeño impertinente, Hinata seguía mirando el lugar en que su ex – alma gemela había hecho alarde de valentía.

Cuando sonó la sirena que indicaba el final del recreo, Hinata salió del trance.

- Uzumaki Naruto, ¿eh? – y sonrió.