Capítulo 2

La habitación la recibió, tan desierta como de costumbre. Las chicas debían estar... ¿dónde? Parvati y Lavender, probablemente en alguna parte, con los deberes de Adivinación. Se pasaban el día con esa asignatura, ampliando y profundizando. Que no era que ella las criticara: ella también lo hacía, con el resto de asignaturas. Pero ahí estaba la diferencia: con el resto. Adivinación... No dudaba de que se pudiera predecir el futuro, a un cierto nivel, y había encontrado casos en la literatura, más o menos bien acreditados, de gente que afirmaba poseer dicho don, el talento de la cual había cambiado el curso de la historia. Sería útil, aunque también una peligrosa arma, pero respetable, si fuera cierto. Pero sólo si lo fuera, porque, en el caso de Trelawney, estaba muy claro que no era así. Por eso, aunque nunca ofendería a sus compañeras diciéndoselo, veía de lejos que estaban perdiendo el tiempo, y que la profesora sólo las embaucaba con argumentos ambiguos.

Aunque, en honor a la verdad, la profesora no lo hacía con mala fe: realmente creía en su don, y realmente creía posible la futurología. O eso, o era una pedante, estafadora e insoportable que, sinceramente, sobraba en esa escuela.

Dejó la mochila sobre la cama y se dispuso a sacar los libros y a dejarlos sobre su estantería, en la que ya había muchos otros, junto a una ordenada pila de pergaminos, atados con cordoncitos de colores según las asignaturas. Sacó también su estuche, revisó el estado de su pluma y del tintero y los dejó sobre la mesa. Para entonces, Crookshanks, que había estado dormitando sobre su cama, se dio cuenta de que su ama había vuelto, se desperezó y corrió junto a ella, ronroneando. Hermione lo cogió del suelo, volvió a la cama y se sentó, lo puso en su falda y lo acarició suavemente, sintiéndose agradecida de ver que alguien esperaba su regreso con tanta ilusión, aunque fuera sólo un gato. Sólo un gato, y no...

Interrumpió sus pensamientos antes de que llegaran demasiado lejos, aunque no lo suficientemente pronto como para que no le ardieran los ojos con lágrimas de frustración. Para distraerse, intentó concentrar su atención en la habitación a su alrededor, buscando detalles nimios que observar como si le fuera la vida en ello. Miró la cama de delante de la suya, la de Parvati, y siguió con la vista las vetas de la madera, como había hecho muchas veces, encontrando dibujos y texturas que se esforzaba en relacionar con objetos dispares. A veces funcionaba: mientras buscaba trazas en la habitación, casi llegaba a olvidar cómo se sentía y, durante unos minutos, dejaba de pensar en nada más. También podría haberse puesto a estudiar, claro, y hubiera sido casi mejor, porque la distraía mucho más, pero en ese momento no se sentía capaz de coger otro libro, y buscar dibujitos en las bandas de la madera requería mucho menos esfuerzo intelectual.

Mientras ella intentaba relajarse, Crookshanks ronroneaba feliz bajo sus constantes atenciones, completamente estirado sobre sus rodillas. Casi mecánicamente, Hermione alargó una mano hacia su mochila, con la vista aún perdida, y buscó a tientas las galletas que guardaba para él en el bolsillo más pequeño. Cuando las encontró, sacó un par y se las dio al gato, que corrió a acercar el hocico a su mano en cuanto olió lo que le ofrecía.

El bolsillo donde guardaba las galletas era muy pequeño, lo suficiente como para que su mano cogiera justa. Es decir: podía meter la mano sin dificultad, rebuscar la bolsita de golosinas de Crookshanks hasta sacar algunas y volver a sacar la mano, pero no sin que ésta se quedara atorada unos instantes, durante los cuales arrastraba con ella la mochila entera, cada vez que tironeaba. Así fue esa vez, también, sólo que ella no estaba mirando y casi no notó, demasiado acostumbrada a la práctica, que la bolsa, prácticamente vacía, seguía demasiado su movimiento, hasta quedar en una posición de equilibrio precario, muy cerca de ella. Sólo hizo falta que Hermione se revolviera en la cama, de manera inconsciente, para que la mochila cayera, y que el movimiento atrajera su atención, a la vez que sobresaltaba a la mascota.

Y las vetas de la madera, definitivamente insuficientes para abstraerla.

La bolsa se había volcado, vaciando en el suelo lo poco que quedaba de su contenido: lo único que no había tenido fuerzas para sacar. Al ver el pergamino, enrollado y sellado con una fina cinta roja, abandonado en el suelo, todo su autocontrol se vino abajo. Los ojos, de los cuales habían desaparecido las lágrimas unos instantes antes, gracias al dominio de sí misma, se le enrojecieron de nuevo. Todo volvía a ella, con una profundidad aterradora, y se sintió engullida por los sentimientos que habían inspirado la carta que había aparecido, a traición, en su suelo.

Ron. Ron, Ron, Ron, Ron. Durante minutos, en lo único que pudo pensar era en él, en su sonrisa, en su mirada, siempre tan expresiva y tan sincera. Su nombre martilleaba en sus oídos, en el eco de sus latidos, en el temblor de su barbilla, ahora ya descontrolada en el llanto. Se tumbó en la cama, haciendo que un sorprendido Crookshanks saltara al suelo, y se giró hasta esconder la cara en el edredón. Ron. ¡Ron!

Si el año anterior había sido desagradable, teniéndose que enfrentar a sus continuas inquisiciones sobre Viktor, éste era un infierno. Había aguantado todo, en cuarto: que se diera cuenta de que era un chica a aquellas alturas, que no dejara de preguntarle con quién iba, que no la dejara a solas con Viktor ni un instante, que mirara siempre con enojo al buscador de Bulgaria, ¡todo! No le había importado, ni tan siquiera, que la acusara de una posible traición a Hogwarts, sugiriendo la posibilidad de que estuviera pasando información a Vicky – ahora casi le hacía reír, recordarlo tan enfadado como para llamar así a uno de los grandes ídolos del Quidditch – justo en el baile al que él la había invitado. La había ofendido en aquel momento, claro, pero más por lo que decía de Viktor que por lo que dijera de ella: Krum era una persona dulce y atenta, mucho más atento que él, por cierto, y, si se había acercado a ella, era sólo porque se había sentido interesado en ella, como bien le había demostrado luego, y no porque fuera amiga de Harry. ¡Ridículo!

Pero ¡¿molestarle que Ron se enfadara tanto por ello?! ¡¡Al contrario!! Con la cabeza fría, poco después de la pelea, no había podido evitar sentirse tan contenta por su reacción que la alegría no le cogía en el pecho. Krum la había invitado a Bulgaria, Krum la había elegido en la segunda prueba, como lo que más echaría en falta, Krum había visto en ella lo que nadie había demostrado descubrir todavía. Pero ella sólo podía pensar que Ron estaba celoso, que Ron se sentía rechazado por no ser su pareja, que Ron, por mucho que aparentara lo contrario, sentía algún interés en ella.

Se había dado cuenta de que era una chica en cuarto: ¿y qué? Ahora lo sabía, y se volvía aprensivo al ver acercarse a Krum. Había sido desagradable hasta el colmo durante el baile, reprochándole su amistad con el búlgaro: ella sólo veía que, por fin, él daba muestras de temor a perderla, y era una muestra de amor espontánea y sincera que, si era posible, aún la había conquistado más.

Ron la amaba. Había pensado eso, aun con miedo a hacerse demasiadas ilusiones, durante todo el verano, soñando volver a verlo, imaginándolo, tan directo como siempre, hablándole de las verdaderas causas de su enfado, acercándose, tímido y con las orejas encendidas, para acariciarle la mejilla. ¡En su imaginación, había visto tantas cosas que, conociendo el carácter del pelirrojo, no podían tardar! Ron era demasiado franco, demasiado abierto e impulsivo como para esconder nada: todas las emociones fuertes afloraban a su cara con claridad cristalina, desde cuando se enfadaba con Draco hasta cuando se sentía atemorizado por algo. No sabía mantenerse al margen, no sabía callar a tiempo, y actuaba antes de pensarlo dos veces. Era una de las cosas que más le gustaban de él: sincero y sin malicia, siempre tan leal, tan natural, tan decidido. ¿Podía ser que, sintiéndose atraído por ella, teniendo un lugar especial para Hermione en su corazón, estuviera mucho tiempo sin hacer algo al respecto?

Como ella lo había visto entonces, un verano había sido demasiado tiempo: seguro que, antes de un mes, le enviaba una lechuza para quedar, alegando cualquier excusa, por poco plausible que fuera. Había esperado, pues, sus cartas a diario y, aunque le habían llegado varias, ninguna la citaba. Disculpas por su comportamiento pasado sí incluía, con tono avergonzado, pero nada más allá: ni referencias al por qué, ni ningún tipo de acercamiento a ella, fuera de la amistad.

El verano acabó pasando, y, con él, se mudaron sus esperanzas: si no había sido en verano, sería ahora, viéndose a diario, viviendo juntos en la residencia. ¿Podía ser que no sintiera nada por ella, y se equivocara ella al interpretarlo? Aunque no negaba la posibilidad, Hermione se negaba a creerlo. ¿Qué, si no, hubiera explicado su hostilidad? Habían sido celos, no había margen de error. Actuaría pronto.

Pero ahora, tumbada en su cama, con el edredón empapado de lágrimas, sabía que todo tenía que haber sido un error. Ron no le hablaba, Ron estaba incómodo a su lado, Ron no tenía intención, ni por asomo, de confesarle algo que, con toda seguridad, no sentía. Y Viktor estaba en Bulgaria, demasiado ocupado como para representar una amenaza para el joven Weasley, que probablemente era sincero cuando la acusaba de traición, que no ocultaba ninguna segunda lectura cuando desconfiaba del buscador. Ella volvía a ser sólo Hermione, la sabelotodo, la compañera de clase, amiga de Harry y de él, pero siempre una segundona. Después de todo, era a Harry a quien prefería para los informes, para las parejas de trabajo, para las clases. Se sentaban juntos, hablaban, hacían los deberes – y ella sólo era la otra, la que sólo estudiaba, la tercera en discordia.

¡¿Hablarle sobre sus sentimientos?! ¡¡Pero si ni li hablaba!! Además, ¿sentimientos?

Había acabado por hacerse daño, se había hecho demasiadas ilusiones, había ido demasiado lejos dando por supuesto e imaginando. Ron no sentía nada por ella, ni lo sentiría jamás: ella sólo estaba allí, pero no tenía nada que decirle, nada en absoluto, ni para bien ni para mal.

Aquella misma tarde, en la biblioteca, se habían tenido que encontrar por casualidad, aunque ella sabía que tenía que ir a buscar un libro e incluso se lo había reservado. Podía haberla había llamado, después de clase, para decirle que iría con ella a la biblioteca, y podría haber contado con ella para ayudarle, para acompañarle. En cambio, silencio. Frialdad. Indiferencia. Si no se hubieran encontrado, quizás ni siquiera la hubiera buscado, para nada. Y, aunque se habían encontrado, no habían hablado, no habían hecho bromas, no habían intercambiado ni una palabra. Igual ella era demasiado seria, tenía demasiada fama de ser estricta, no daba confianza suficiente, desde su posición de alumna más estudiosa del curso, como para que le hicieran bromas mientras estudiaba. Pero y él, ¿no la conocía? ¿No sabía cómo era en realidad, no sabía que no todo en su vida era estudiar? Hubiera deseado que le hablara, que le apuntara cosas divertidas sobre el ensayo que tenían que entregar, que le murmurara bromas sin sentido. Había visto muchos grupos comportarse así en la biblioteca y, a pesar de que al principio la irritaban un poco, había llegado a envidiarlos. Lo tenía, claro, cuando estaba Harry por medio: con Harry allí, la lengua de Ron se desataba, como por arte de magia. Hacían bromas entre los tres, maquinaban planes, decidían acciones imprudentes, y en ningún momento recordaban la reputación de responsabilidad de ella.

¡¿Tan imposible era que Ron la tratara, al menos, como una amiga?!

Su rabieta acabó por amainar, y su respiración se tranquilizó, la cara aún hundida en la cama, hasta volver, lentamente, a la normalidad. Ron no sentía nada de lo que ella había imaginado sino que, por el contrario, era formal y casi frío con ella. Sólo pensarlo hacía que una garra de largos dedos le oprimiera el pecho, pero no había nadie más a quien culpar que a ella misma, por hacerse ilusiones infundamentadas. Y respecto a lo poco que hablaban... Sabía que era muy difícil demostrarle cómo de diferente era de lo que todos pensaban de ella, y que la única manera de hacerlo era la constancia, manteniéndose dónde estaba entonces, pero quizás, con paciencia, llegaría un día en que él vería que podía tratarla como a Harry, que podía hacerle las mismas bromas, que no le reprendería por hablar en la biblioteca.

Sólo pedía, en el silencio más profundo de su habitación, que no le dieran el puesto de Prefecto. No sería capaz de superar otro obstáculo en su supuesta reputación.

Muchísimas gracias por los comentarios sobre el capítulo anterior. Me hicieron muchísima ilusión, e hicieron que me dieran aún más ganas de seguir con esto. ¡Y vaya si lo he hecho! En un principio, imaginé esta historia como 'one-shot', un solo capítulo, pero ya llevo ocho escritos, y parece que aún quedan algunos más. Espero que este capítulo responda algunas de vuestras preguntas sobre Ron/Harry/Hermione. Y, ya sabéis, cualquier comentario, ¡al cuadradito de abajo! :)