Daba muchísimo miedo perderle, pero no sólo a él. De hecho, Ron estaba aterrado ante la posibilidad de perderlos a cualquiera de los dos, o a sus hermanos, o a sus padres. Voldemort daba muchísimo miedo.
Ante él, ni siquiera el dolor de perderla a ella permanecía, por cercano que pareciera. Si morían, ¡¿qué esperanza quedaría?! Aunque fuera de Krum, ¡¿qué importaría entonces?!
Hermione debió ver su terror, porque alargó el brazo para atraerlo hacia ella, y lo abrazó suavemente. Él le respondió el abrazo a tientas, y escondió la cabeza en su hombro. Era la primera vez que se abrazaban en mucho tiempo, que él recordara, al menos, pero ni siquiera era capaz de saborearlo, demasiado preocupado por la seguridad de sus amigos. Tuvo que controlarse para no echarse a llorar sólo de imaginar la muerte de uno de ellos inminente.
¿Eran sus celos? ¿Era su carácter posesivo quien le hacía imposible imaginar un día sin ellos a su lado? ¡¿No sabía aceptar la muerte?!
Los quería. Los quería muchísimo, y no se consideraba en absoluto preparado para aceptar una cosa semejante. ¡Es que ni siquiera saber que Hermione estaba pensando en Krum, imaginando la carta que le escribiría, conseguía sacarlo del shock en que había entrado al pensar en la ridiculez de las peleas ante la amenaza de Voldemort!
- No le pasará nada - lo tranquilizaba Hermione, susurrándole al oído. - Él sobrevivió, ¿recuerdas?
- Pero... - murmuró, con voz ronca.
- Lo sé - le interrumpió ella. - Yo tampoco puedo dejar de preocuparme. Pero tenemos que ser fuertes, ¿no crees? Por él. Y estaremos a su lado, hasta el final. ¡Que se prepare Voldemort!
Ron sonrió y se separó de ella para mirarla a los ojos.
- ¡Claro - se quejó, en broma, - como tú eres la más lista de la clase! ¡Pero yo sólo soy uno más: se me comerá!
- Tú - le dijo Hermione, también sonriendo - eres mucho más que uno más, y lo sabes. ¿O no?
- Sólo bromeaba - dijo él, con una mueca. - Estoy bien - dijo, de nuevo serio. - Muchas gracias; necesitaba... sacarlo.
- Cuando me necesites, ya sabes adónde estoy - le recordó ella.
Ron asintió y, poco a poco, olvidó su miedo por Harry, distraído, principalmente, por la mano de Hermione en su muñeca, que la chica se había olvidado de retirar al separarse. De hecho, aún no se habían separado demasiado y, tan pronto como se dio cuenta de que ella estaba a sólo unos centímetros y de que el abrazo que habían compartido no se había acabado de deshacer, el chico enrojeció violentamente y dio un paso atrás, nervioso.
- Bueno - dijo, rápidamente. - ¡¡Será mejor que vayamos a comprobar que Harry está bien!!
Hermione le miró con una sonrisa desconcertada pero asintió finalmente.
- Vamos - sugirió, y echaron a andar uno junto al otro.
A medio camino, Hermione le tocó el brazo para llamarlo.
- No te ha dado vergüenza, ¿verdad? - preguntó la chica cuando él se giró a mirarla.
- ¡No! - exclamó él, intentando parecer convencido. - Claro que no, 'Mione, ¡no me da vergüenza que sepas que me da miedo que le pase algo!
Ella asintió levemente y frunció el ceño, extrañada, pero no tuvo tiempo de decir nada más antes de descubrir a Harry, que se les acercaba por el pasillo. Se saludaron con un gesto y el chico se disculpó por haber tardado tanto.
- He tenido que ir a los de la segunda planta - explicó, y luego señaló los lavabos más cercanos. - ¡Hay un par de Ravenclaws de primero cumpliendo castigo en ésos!
- ¿Snape? - aventuró Ron, con una ceja alzada.
- Snape - asintió su amigo. - ¿Adónde vamos?
- A la biblioteca - sugirió Hermione. Cuando sus amigos la miraron con ojos suplicantes, ella no pudo evitar sonreír, antes de dirigirles una mirada censuradora. - ¡A estudiar no, tontos! - explicó. - ¿Finta de Wronsky, Harry?
Ron torció la boca, pensativo.
- Oye, Harry - dijo, después de un silencio, - nosotros no te hemos visto practicarla. ¿Por qué no vamos al campo?
- Ron - le riñó Hermione, - ¡Harry ya ha tenido entreno hoy! Dudo mucho que le apetezca entrenarse más, y menos sólo porque nosotros no le hemos visto...
- No, Hermione - la interrumpió el buscador, sonriente. - Claro que me apetece. Además, podéis ayudarme mucho. ¡Vamos a la biblioteca, cogemos un par de libros, y vosotros me ayudáis con la técnica!
Ron se giró para mirar a Hermione con las cejas alzadas en una mueca jactanciosa, que suavizó con una sonrisa para no hacer enfadar a la chica.
- Vamos - cedió ella, encogiéndose de hombros. - Pero tienes que tener cuidado, ¿eh, Harry? ¡No puedes hacerte daño, o McGonagall se enfadará contigo por hacer cosas peligrosas fuera de horas...!
Prácticamente dos horas después, los tres amigos volvían a la residencia tras la cena. Habían estado practicando movimientos de Quidditch hasta prácticamente el anochecer y Ron tenía que admitir que estaba agotado, pues él también había estado subido en una escoba, imitando a Harry para explicarle mejor los movimientos que fallaba, durante gran parte del entrenamiento. No era que le importase en absoluto, pero había tenido que ser él quien volara para dar explicaciones concisas al buscador, claro, pues Hermione llevaba falda. Era sólo que, mientras se echaba en el sofá más cercano, con un suspiro, tenía serias dudas sobre si podría volverse a levantar.
- Adivinación - recordó Hermione, pasando sobre sus pies para sentarse a su lado.
- Lo sabemos - aseguró Harry, dejándose caer en el sofá a la derecha de Ron. - ¿Qué, Ron, qué fortuna me ves?
El chico cerró los ojos y negó lentamente.
- Negra - respondió, con los párpados cerrados.
- Tenéis que hacerlo - dijo Hermione, con una sonrisa en la voz. - ¿Lo veis, como no era buena idea poneros a entrenar?
- No es eso, 'Mione - explicó Harry. - Creo que estaríamos igual, ¡aunque nos acabáramos de despertar!
Ron sacudió la cabeza, ofendido. ¡¿Cómo le decía una cosa así a Hermione?! ¡Que él estaba intentando que ella le valorara!
- Yo no - se quejó. - ¡Harry, no sé cómo puedes aguantar tantos entrenamientos!
- ¿Estás cansado? - preguntó Hermione, con una voz dulce que hizo que Ron olvidara sus males.
- Nah - aseguró. - Un poco, pero no. Será mejor que vayamos a buscar los deberes, ¿no?
Hermione asintió y le sonrió.
- A mí me esperan las mantícoras - dijo, con voz tenebrosa.
- Y escribir a Krum, ¿no? - murmuró Ron, y la miró intentando esconder su esperanza tanto como le fuera posible.
- Sí - concedió ella. - Lo haré después.
Ron asintió y se giró para ir a su dormitorio, mustio. No había cambiado de opinión: aún iba a escribir al búlgaro. Durante todo el entreno y la cena, él no había dejado de pensar, con ansiedad creciente, que aún estaban en contacto y que vería cómo le escribía, sin poder saber qué le diría, pero ella no había sacado más el tema, y él había temido parecer insistente. Se sentía intranquilo ante la proximidad del chico que, desde Bulgaria, era capaz de proyectar su sombra sobre Hermione, con quien se resistía a perder contacto. Le dolía la posibilidad de que quizás el sentimiento fuera mutuo: que ella ansiara las cartas tanto como, seguro, lo hacía Krum.
¿Había sido un estúpido, recordándoselo? Nunca lo sabría, pero conocía demasiado la organizada y despierta mente de Hermione como para creer que lo hubiera olvidado. Era más probable que, si ella no lo había vuelto a mencionar, fuera sólo porque lo tenía aparcado a un lado, hasta que llegara el momento. Así, se podía consolar pensando que no había puesto ideas nuevas en el cerebro de ella, sino que sólo había mencionado lo que ella ya planeaba y había querido saber cuándo.
Ya en su dormitorio, cogió los libros de Adivinación y sus cosas para escribir. ¿Qué le tendría que decir Hermione a Krum? No sabía nada de los términos en que estaban ellos dos: no había podido preguntarle nada a la chica, por miedo a parecer demasiado susceptible. Se había comportado como un auténtico sinvergüenza cuando él había estado en Hogwarts, y lo último que quería era que ella pensara que no había cambiado. Le había dicho muchas veces que lo sentía, y era totalmente cierto: no sabía controlar su espontaneidad y, como muchas otras veces, había explotado, pero Hermione no se había merecido para nada ese trato. Lo habían cegado los celos y le habían hecho decir cosas de las que se arrepentía. Después de todo, Hermione parecía habérselo pasado en grande en el baile de invierno del año anterior, con él, y Ron sólo había sido un inmaduro, acusándola de cosas que no pensaba, sólo porque no podía mantener sus celos adentro.
Bueno, ¡pues estaba aprendiendo! Soportaría estoicamente que Hermione escribiera una carta a Krum justo a su lado, sin echarle ni siquiera una mirada de reojo y sin perder los nervios, y no le haría ni una sola pregunta sobre lo que le explicaba. Si era una carta de amor... Toda su compostura se desmoronaba con sólo planteárselo, pero no cedería a la curiosidad y, si era una carta de amor, lo aceptaría con tranquilidad. Claro que tampoco lo sabría, ya que no pensaba mirar, pero el caso era que estaba decidido a aceptarlo, ¡y era un gran paso!
Aunque era un descanso no saber si lo sería. Así, todo quedaba a su imaginación y, no habiendo nada definitivo, igual podría controlarse mejor. Volvió abajo, cargado con sus cosas, y se sentó en el mismo sofá que había ocupado, a hacer los deberes.
Neville ya estaba allí, haciendo el trabajo que Snape le había mandado de castigo, bajo la atenta supervisión de Hermione, y Harry, que le había seguido tanto a la habitación como de vuelta, también. Rápidamente, se pusieron a leerse las cartas mutuamente y anotaron los resultados, llenos de comentarios ingeniosos sobre las combinaciones obtenidas, en los pergaminos.
- Uy, Harry - se burlaba Ron de su amigo, señalándole una carta que había sobre el sofá, con los ojos llenos de lágrimas. - Chico, qué desgracia... ¡Tan joven...!
- Pero no más que tú, Ron - le respondió él, fingiendo una insondable pena. - Mira, mira: el sol. Eso es que te vas a morir de insolación, lleno de llagas y pústulas insoportables, de aspecto verde y rezumantes.
- O que me convertiré en vampiro - propuso él, asintiendo con una mueca. - ¡Y moriré porque olvidaré que lo era, y saldré a estirar las piernas en pleno día!
- Todo el mundo sabe - le llamó la atención Hermione, con voz redicha - que los vampiros no salen a estirar las piernas: prefieren mucho más volar, convertidos en murciélagos.
Ron sacó la lengua a Hermione, con una mueca de exasperación, pero rápidamente la cambió por una sonrisa: la chica sólo les seguía las bromas. Ella le respondió con un guiño y se inclinó sobre su falda, en la que, sin que Ron hubiera notado nada, había aparecido un pergamino, en que ella ya tenía escritos, como mínimo, diez centímetros. No le hizo falta preguntar qué era para imaginarlo, y se puso a tirar las cartas restantes a Harry, sin decir palabra.
