FAIRY TALES 2
2. EL CENICIENTO
Había una vez, en un enorme pueblo de casas grises aburridas e iguales, un flaco y escuálido chico de 14 años de edad, de preciosos ojos verdes como esmeraldas, viviendo en una familia en la que nadie le quería, su nombre era Ceniciento Potter. Su madrastra Petunia, lo había adoptado al morir los padres del chico, Lily y James. En realidad la madrastra del Ceniciento, no era mas que su tía, la hermana de su madre.
Petunia, era alta, con el cuello inusualmente largo, y cara de caballo, aunque eso, el Ceniciento nunca se lo diría a su madrastra. Estaba casada con un hombre que dirigía una empresa de taladros, bajito, rechoncho y con un bigote que parecía un cepillo, no estaba nunca en casa, cosa que alegraba ligeramente el chico.
En la residencia, el Ceniciento, también tenía dos hermanastros, uno gordo, bajito y molesto, llamado Dudley, y otro de facciones mas bien puntiagudas, delgado y alto, de pelo rubio platino y ojos de un frío color azul, de nombre Draco.
Le hacían la vida imposible al Ceniciento. Se mofaban de la ropa que llevaba, ya que siempre heredaba las prendas de sus hermanastros, las de Dudley le iban enormes, dado su cuerpo de cerdo, debía darse varias vueltas a los pantalones y mangas y aun así, le colgaban por todos sitios, mientras que las de Draco, le iban larguísimas, ya que era bastante alto. También se reían de su cuarto, vivía en la alacena de debajo de las escaleras. Donde compartía la cama con las arañas y los escarabajos. Mientras sus hermanos tenían las más grandes habitaciones de la casa.
El Ceniciento, era obligado a hacer todas las tareas de la casa, mientras sus hermanastros y su madrastra, se pasaban el día espiando a los vecinos, y a vaguear por la casa.
Un día, después de hacer el desayuno, el Ceniciento, fue a recoger la correspondencia. Se sorprendió al ver que las cartas eran invitaciones para ir al castillo, donde se celebraría una fiesta, para que la hija del rey escogiera un esposo. Había la carta de Dudley, la de Draco, y para su sorpresa también había una para él. Fue a la cocina, impresionado por la carta, nunca en la vida había recibido ninguna, de eso se encargaban sus hermanastros. Entregó las cartas a sus respectivos dueños, y se sentó también para leerla.
-Mamá!! Ceniciento tiene una carta!! –exclamó Dudley mientras le arrebataba la carta al chico
-Eh! Es mía!! Devuélvemela!! –gritó mientras le intentaba arrebatar de las manos
Su madrastra cogió la carta, de las porcinas manos de su hijo, y después de mirar la dirección, en la que se especificaba que era para el Ceniciento Potter, y que vivía en la alacena de debajo de las escaleras, la abrió. Su cara mostró sorpresa al descubrir que el chico también había sido invitado a la fiesta en el castillo.
-Podré ir? –preguntó un poco mas calmado
-Si –la cara del Ceniciento se alegró
-Pero mamá!! No le podemos llevar!! –Draco empezó a quejarse- Que dirán de la familia si lo ven?
-Si, tienes razón -la madrastra continuó hablando- Podrás ir, si terminas todas las tareas de la casa, además de ayudar a vestir a tus hermanos y a mi, por supuesto
-De verdad?
-Y tendrás que estar listo para cuando salgamos, y ya vestido… no te esperaremos
El Ceniciento estaba muy emocionado, nunca había asistido a una fiesta de ese tipo, todo lo que sabía era debido a sus hermanastros, que le contaban lo bien que se lo habían pasado, para darle envidia. Cuando por la noche fue a su habitación, empezó a arreglarse una de las togas de su hermanastro Draco. Le acortó la largada, y los brazos, y además lo estrechó un poco. Una de las otras túnicas de Dudley, tenía un bordado muy bonito, que decidió poner a su nueva toga. Le llevó toda la noche hacerse el traje que llevaría para la fiesta.
Se despertó de nuevo ante los gritos de su madrastra para que le subiera el desayuno a su habitación. Igualmente lo tuvo que hacer con sus hermanos. Que además de no darle las gracias, le obligaron a lavar toda la ropa.
La madrastra Petunia, fue con sus hijos a la ciudad, mientras el Ceniciento se quedaba en casa, lavando, limpiando y dejándolo todo reluciente para poder ir el día siguiente por la noche a la fiesta. Cuando su "familia" volvió, llevaban consigo unas preciosas túnicas de gala, tanto para Draco y Dudley como para Petunia.
Después de preparar la cena, el Ceniciento se fue a dormir, sabía que tendría mucho trabajo, ayudando a sus hermanastros a vestirse. Se durmió pensando en la fiesta.
La noche dejó paso a la mañana, y pronto los gritos de sus hermanastros le despertaron. Querían que les llevara rápido el desayuno. El Ceniciento lo hizo, se dio prisa por llevarlo, al igual que a su madrastra, y luego empezó a limpiar la casa. Terminó haciendo la comida. La casa estaba reluciente, el Ceniciento se había dado tanta prisa como pudo para hacerlo, y quedaba todo brillante.
Por la tarde ayudó a sus hermanastros y a su madrastra a vestirse. Iba de una habitación a la otra, llevando peines, cremas y buscando zapatos para los chicos.
Dudley, llevaba una túnica de gala de color lila claro, que no le que quedaba nada bien, ya que su rechoncho cuerpo no se cubría del todo. El Ceniciento tuvo que coserle una puntilla en el borde del cuello y los puños, aun así, le quedaba muy mal. Se peinó su feo pelo rubio, de forma que quedaba aplastado en su gorda cabeza, además los zapatos eran enormes, por lo que no se sorprendería si pisara a alguien, parecían barcas!
Draco, llevaba una sobria túnica negra de cuello alzado, con un bordado en el pecho en el que había una serpiente plateada. El Ceniciento no tuvo que hacerle nada, solo llevarle algunas joyas, le quedaba bastante bien, aunque en contraste con su pálida piel y sus ojos fríos, parecía un poco anémico, y a parecer del chico también un vampiro.
La madrastra Petunia, llevaba una túnica de gala de color azul noche, tenía una puntilla en los puños, y un bordado plateado en pecho. A ella, el Ceniciento tuvo que peinarla y ponerle las joyas en el pelo, aunque con su cara de caballo, no hubo arreglo posible.
Ya estaban los hermanastros y la madrastra del Ceniciento vestidos, y a punto de marcharse, solo esperaban el carruaje sin caballos que debía de llevarlos al castillo.
El Ceniciento se apresuró a cambiarse con su toga "nueva", intentó peinarse el pelo, pero le fue imposible dominarlo, solo perdió el tiempo. Cuando su "familia" lo vio, se sorprendieron del cambio. Estaba muy guapo con su toga de color rojo oscuro, le quedaba a la medida, además tenía un precioso bordado a la altura del pecho.
Sus hermanastros, empezaron a gritar a su madre, que esa toga era suya, ya que tenía parte de sus viejas vestimentas. Petunia, acalló los gritos con un gesto. Se dirigió al Ceniciento.
-De donde has sacado esa toga? –le preguntó
-La hice yo –dijo el Ceniciento mientras bajaba un poco la cabeza
-Sabes que te queda muy bien –había cierta maldad en esa frase- lástima que se tenga que ensuciar
-Ensuciar? Porque se tiene que ensuciar? –el Ceniciento se echaba un poco atrás
-Es que no has visto la ceniza de la chimenea? –el Ceniciento se giró hacia el comedor, que era donde tenían la chimenea, la pared estaba negra- No ves que te has dejado esa parte para limpiar?
-Pero…
-No te dije que irías si estaba toda la casa limpia? Eso no está limpio –Petunia se empezaba a acercar al Ceniciento- Y quítate eso!! –le puso las manos en el bordado y se lo arrancó
Sus hermanastros empezaron a reír. También se le acercaron, y empezaron a arrancarle la toga. Cuando se marcharon el Ceniciento tenía la ropa destrozada, se le caía a tiras. Cayó al suelo y empezó a llorar, nunca había llorado con tanta rabia. Él quería ir a la fiesta, pero ahora ya no podría. Su madrastra y sus hermanastros se fueron. Lloró y lloró hasta que un extraño ruido se dejó escuchar. El Ceniciento se levantó del suelo, aun con las lágrimas cayéndole de los preciosos ojos verdes, y se dirigió al jardín, donde el ruido se escuchaba mas fuerte.
Cuando salió, no sabía muy bien que era lo que producía tal sonido, miró la calle, pero no vio nada, entonces se fijó en el cielo, una luz se estaba acercando a bastante velocidad, y hacía un ruido como de escopeteo, se limpió un poco las lágrimas, para ver mejor.
Cuando pudo ver que era lo que se le acercaba por el cielo, casi se cae al suelo. Una enorme moto negra, conducida por lo que parecía un perro, estaba aterrizando en el jardín. El Ceniciento no se podía mover de donde estaba, efectivamente era una moto conducida por un perro!! Y no un perro cualquiera, era un enorme perro negro, que debía tener la misma altura que el chico, bastante lanudo, y de luminosos ojos azules. Se bajó de la moto con un grácil salto, y se acercó al Ceniciento. Al chico le pareció ver como el perro miraba a izquierda y derecha, como buscando algo.
Cuando el perro volvió a fijar la vista en el Ceniciento, ya no era un perro. Era un apuesto hombre de pelo negro muy largo, le llegaba hasta la cintura, y los mismos ojos azules y luminosos que había visto en el perro.
-Hola Ceniciento!! –dijo alegremente con una sonrisa
-Quien… quien eres? –el Ceniciento se estaba apartando por momentos del hombre
-Yo soy tu padrino –volvió a sonreír mostrando todos sus dientes
-Mi que?
-Padrino –la sonrisa no dejaba su cara
-Yo no tengo padrino –dijo bajando la cabeza triste
-Pues claro que tienes uno –sonrió mientras levantaba la cara del chico con una de sus manos enguantadas en un guante de piel- Y se llama Sirius Black
-Pero… a mi nunca me dijeron que tuviera padrino –las lágrimas de nuevo caían de los ojos del chico
-Porque creían que estaba muerto… y casi es verdad –su mirada se enfureció, pero pronto la sonrisa estaba de nuevo en su cara, mientras limpiaba las lágrimas de su ahijado
-Y que haces aquí? –preguntó de nuevo el Ceniciento
-Pues ayudarte! Claro está! –metió la mano entre los pliegues de su túnica oscura y sucia, y para asombro del Ceniciento sacó un palo de madera, y todo sin dejar de mostrar sus blancos dientes
-Que es eso? –preguntó señalando el palo
-Una varita mágica –sonrió
-La magia no existe!!
-Pues claro que existe!! –se alarmó un poco al oír las palabras de su ahijado- Como crees que me podido transformar en humano… y como crees que vuela la moto? –enseñó de nuevo los dientes
-No… no lo se…
-Es magia!! –sonrió haciendo un gesto teatral con la varita, mientras de ésta salían algunas estrellitas rojas- Y ahora vamos a hacer magia!! –dijo dando un saltito
Sirius entró en la casa corriendo, con un movimiento de la varita, hizo desaparecer la ceniza de la chimenea, ésta se tornó de un vivo color rojo ladrillo. Luego se dirigió a la alacena de su ahijado, después de mover la cabeza negando, hizo una floritura con la varita, y por arte de magia, la alacena se convirtió en un amplio cuarto limpio. Aunque a ojos de los muggles, como llamaban a los no mágicos, continuaría siendo una alacena.
-Que es lo que mas quieres? –le preguntó de pronto a su ahijado sin dejar la sonrisa
-Ir a la fiesta del castillo –dijo emocionado- pero no puedo… no tengo ropa –se señalo el trapo que llevaba puesto
-No te preocupes –de nuevo con un movimiento de la varita lo apuntó, el Ceniciento cerró los ojos, y notó como una calida sensación lo envolvía
Al abrir los ojos, se encontró vestido con la mas bella túnica que hubiera visto nunca. De un color verde botella, tenía un suave bordado en los puños y el cuello de la túnica. Le quedaba perfecta. Además en los pies llevaba unas preciosas y relucientes botas de piel de dragón. Abrazó a su sonriente padrino, mientras le daba las gracias.
-Pero como voy a ir al castillo? El carruaje ya se ha ido! –de nuevo el Ceniciento estaba preocupado
-Muy fácil!! –entró de nuevo en la cocina y empezó a buscar algo- Ah! Mira!
Se dirigía directamente al lavadero, donde había todas las cosas de la limpieza.
-Esto servirá!! –en las manos tenía una escoba muy vieja
-Una escoba??!! Como voy a ir con una escoba?
-Pues volando, claro está
-Vo… volando??? –miraba a su alegre padrino con expresión espantada
-Toma prueba –le alargaba la escoba- A tu padre le encantaba volar con escoba!!
-Mi padre? También podía hacer magia??
-Pues claro que podía!! –Por segunda vez, la sonrisa se medio torció, pero de nuevo volvió con mas fuerza- Y tu madre también!!
El Ceniciento no sabía muchas cosas de sus padres, ya que tenía prohibido preguntar a su madrastra. No sabía que sus padres tenían poderes mágicos. Cogió la escoba que le alargaba Sirius. Notó un leve movimiento de ésta, además de una especie de energía recorriéndole el cuerpo.
-Súbete a la escoba y cógete fuerte del mango –iba indicando sin perder el júbilo, su padrino
Como le indicaba Sirius, se subió a la escoba y se agarró tan fuerte como pudo para no caerse. Estaba muy emocionado, nunca se hubiera imaginado que podría llegar a volar con una escoba. Sin saber siquiera como controlarla, dio un pequeño rodeo a la cocina, y sin tocar nada. Se tambaleaba un poco, pero pronto le cogió el tranquillo.
-Bueno, parece que ya puedes ir –su padrino enseñaba todos los dientes de su perfecta dentadura
-Si! –el Ceniciento bajó de la escoba para dar las gracias a su padrino- Muchas gracias Sirius!! –le abrazó de nuevo
-De nada… ahora vete!! O no llegarás nunca! –le empujaba hacia el oscuro jardín, donde aun había la moto aparcada
El Ceniciento estaba subiendo de nuevo a la escoba, cuando la voz de su padrino le llamó la atención.
-Debes volver antes de las 12!!! La magia se terminará a esa hora!! –le gritaba mientras se alejaba
El Ceniciento fue volando con la escoba a toda velocidad hacia el castillo. Era muy agradable sentir el frío aire de la noche en la cara. Antes de saber donde estaba, ya había llegado al castillo. Dejó su escoba voladora en la escobera del castillo, donde para su sorpresa había otras escobas mágicas. Intentó arreglarse un poco su negro y revuelto pelo, pero de nuevo lo dejó por imposible.
Entró en el castillo. Estaba decorado muy bellamente. Con grandes estandartes de colores, sobretodo rojos, azules, verdes y amarillos, con animales dibujados. Las armaduras chirriaban a su paso, pero el Ceniciento no le hizo caso. Se perdió un par de veces, a causa de las escaleras, que se movían a placer.
Llegó al gran comedor a través de unas escaleras y unas grandes puertas. Era enorme, con un techo en el que se veía el cielo nocturno. El chico pensó que era por arte de magia. Además, había cuatro largas mesas llenas de comensales en las esquinas, y una mesa que dominaba todo el comedor, donde estaban sentados los reyes.
En el espacio que dejaban las mesas, había cientos de parejas bailando al son de la música que una orquestra tocaba. Pronto divisó a sus hermanos, que estaban junto a su madre.
Miró hacia el frente y pudo ver a los reyes. El rey, muy alto, tenía el pelo de un fuerte color rojo fuego. Se veía joven, y las pecas en su cara, aun le hacían parecer mas joven. Sus ojos azules eran muy cálidos. Se llamaba Ronald. A su lado izquierdo había la reina. De pelo largo y espeso, parecía de la misma edad que su marido, aunque al juicio del Ceniciento parecía mas inteligente que el rey. Sus ojos eran de un profundo color marrón, también inspiraban calidez. De nombre Hermione. Al lado de la reina, había su hija. Mas alta que su madre, pero mas baja que su padre, iba vestida de negro, a conjunto con su pelo azabache que le llegaba hasta los hombros, parecía un poco grasoso, y sus dos ojos profundamente también de color negro, esos no inspiraban nada de calidez. El Ceniciento se fijó en la nariz de la princesa, estaba un poco torcida. Además tenía la piel de un color muy poco natural, muy parecido al de su hermanastro Draco. Sabía el nombre de la hija, pero esperaba que no le hiciera juicio. Se llamaba Severa.
Descendió las escaleras poco a poco. No se dio cuenta, pero su presencia despertó muchas charlas entre las pocas chicas que había en el palacio. También los chicos le miraron con un poco de desprecio, mas que nada por su forma de andar, como de campesino, por su cuerpo, que no parecía de 14 años, pero lo que despertaba mas risas era su pelo negro revuelto. Sus hermanastros se juntaron con los que lo criticaban, todo y no saber que era su hermano.
Para desgracia del Ceniciento, la princesa se fijó en él. Fue rechazando peticiones de baile, hasta llegar donde se encontraba, al pie de las escaleras. El chico, para no ser descortés, la invitó a bailar. Empezaron a dar vueltas por todo el comedor. Era una pareja un poco asimétrica, ya que la princesa, de 13 años, era más alta y corpulenta que el Ceniciento.
Como el chico no quería ser incorrecto, siguió a la princesa por los jardines. No habían dejado de bailar en ningún momento. Se sentaron a la orilla de un lago que había cerca del castillo. La princesa le explicaba cosas sobre su vida, que al Ceniciento no le importaban para nada. En realidad se estaba aburriendo mucho.
De repente, las campanas del castillo empezaron a sonar. Marcaban la medianoche, el Ceniciento se acordó de lo que su padrino le había dicho. Debía volver antes de que acabaran de tocar las 12 campanadas.
Corrió prado arriba, sintiendo como la princesa, con sus piernas largas lo seguía de cerca. Cuando llegó a las escaleras, dio un traspiés y se cayó de bruces. Inexplicablemente, una de sus botas de piel de dragón se le soltó del pie. No tenía tiempo para pararse a recogerla. Debía llegar a la escobera rápidamente.
Tomó su escoba voladora, y con una patada se elevó en el aire de la noche. Aceleró tanto como pudo, y salió de la vista del castillo. De repente, notó como la túnica empezaba a desaparecer, mostrando de nuevo el trapo que había sido la toga, como único vestido. Lo que no desapareció fue la bota que llevaba en el pie derecho. La escoba empezaba a descender a bastante velocidad. Se iba a matar dándose un porrazo contra el suelo. Cerró los ojos. Esperaba caer sobre algo duro, pero en realidad, se sintió agarrado de un brazo que casi se le rompe.
Al abrir los ojos, encontró a su sonriente padrino montado en la moto negra voladora. Se sorprendió mucho. Pero antes de saber que pasaba, estaba sentado detrás del hombre, volando a toda velocidad hacia un destino incierto.
La princesa, encontró la bota de piel de dragón, pero no encontró al chico, siquiera le había preguntado su nombre. Se sentía un poco mal, pero no le acababa de convencer el muchacho. Esos ojos verdes, le hacían recordar a un antiguo pretendiente, y le daba escalofríos. Tiró la bota al lago, y entró de nuevo en el comedor. Allí de entre la multitud, encontró a un chico un poco mas grande que ella, de pelo rubio platino, piel pálida, facciones puntiagudas y ojos grises, casi plateados, que la hizo muy feliz. Su nombre era Lucius.
**Fin**
XDDDDDDDDDDDDDDDDDDD Me encanta el final!!! Como me reí!! XDDDDD Diox!! Como se me ocurren estas cosas?!
Jajaja… como os habréis dado cuenta… la princesa Severa (XDDDD) es la versión femenina de Snape!! XD
Jajajaja!! Mi beta (Khari - Uooooooooolaaaaaaaa!!) kuando le conté la idea me dijo que eso no lo podría leer… pero cuando le envié el cuento (que por supuesto leyó), me dijo que le encantó como había quedado… sobretodo la parte del baile con el Ceniciento Potter!! XDDDDD Y yo tbn me estaba riendo cuando escribí eso… y lo de la bota XDDDD ais… ais… ya paro :P
Kiss, Silver.
P.D: EL próximo cuento aun no está escrito… pero lo mas probable es que sea "Los Tres Cerditos"
