Nota: Esta historia está basada, obviamente, en la obra de J.R.R. Tolkien pero debo decirles que para leerla, deben olvidarse de algunos detalles de los "Apéndices" porque sino van a encontrar contradicciones. La historia se me ocurrió antes de leerlos y después acompleté pasajes. En fin, ya no más por ahora, excepto que Annaikwen es personaje netamente mío. Es todo.
Para Arwen Undómiel (Nuvardariel, lean su fic!!), Megumi, Himpauriel de Ithildinan, Naneth, Aragorn, Peony Sandybanks, Gonzalito (el elfo cubano, jejeje), el Grandote, Eeyorin, Andy-Pandy y todos los miembros de la Sociedad Secreta de Mirkwood... claro!! Y segundas, terceras y cuartas personalidades.
LAS LÁGRIMAS DE ELENDILCAPÍTULO I: El Sepelio
Las puertas de Minas Tirith se abrieron de par en par, el acero de las lanzas chocaba constantemente cuando los guardias que flanqueban los costados de una larga línea, avanzaban. En el frente, podía verse, izada a media hasta, la bandera de la estrella, desplegada en su totalidad, brillando al reflejo de los rayos del sol, que iluminaba en su esplendor... mucho más luminoso que las almas de los que ahora acompañaban el sepelio.
Las vestiduras de los guardias eran negras con insignias plateadas, la costumbre seguía, y las de los acompañantes, los habitantes, eran negras pero todos llevaban en el pecho la imágen de un alcatráz, sólo el contorno podía ser visto a simple vista... pero nadie se ocupaba en preguntar por qué lo traían consigo, para todos era muy obvio, el recuerdo de los últimos meses era devastador para los corazones pero grande para las memorias.
Las líneas seguían avanzando, siete hombres de cada lado, protegiéndo una caja que venían sosteniendo los que iban en el medio. Era un féretro verde obscuro, las orillas estaban chapeadas de plata y terminaban en las esquinas en forma de hoja, muy parecidas a las hojas de los broches de Lórien. Lo llevaban destapado para quien quisiera dar el último adiós con la mirada.
Detrás de ellos venía la guardía montada del rey, la mayoría venia cabizbajo, tratando de no dejar caer la rienda del caballo, tratando de que la agonía de su corazón no los derrotara... el rey en cambio, venía orgulloso, completamente erguido, y parecía tener más fuerza y más sabiduría que nunca. Nadie lo había visto llorar en esas horas de pena, excepto Faramir, príncipe de Ithilien, quien también ahora iba a su lado, acompañándolo en su dolor.
Pero Elessar no podía explicarse cuál era su dolor... eran tantas cosas. Tantas cosas que había pasado en tan poco tiempo. Qué iba a ser de él ahora, su corazón estaba dividido entre la agonía de una separación y la felicidad que aún lo embargaba por haber vencido al enemigo y haber desposado a Arwen, aunque de eso ya hacía algún tiempo. En el época de guerra, nunca había pensado en encontrar a alguien de su legado, era inútil, él era "el último retoño de una casa arruinada" cómo alguna vez lo había llamado Denethor. Su familia carnal ya no existía desde que murió Gilraen, su madre, los Dúnedain eran su casa y nunca se preguntó si debía buscar sangre de su sangre en algún lado, hasta hace unos meses.
Faramir notó que los ojos de Aragorn se tornaban cristalinos, y que una, una sóla lágrima escapaba de ellos.
- Estais bien, Aragorn? - le preguntó.
- Si... lo estoy, Faramir, estoy bien.
La respuesta había sido casi inmediata, Faramir no se sorpendió: desde que era rey, Aragorn, hijo de Arathorn, había acumulado tal sabiduría que nadie se atrevía a contradecirlo, nadie, nunca, desde hacía mucho tiempo, lo había tomado desprevenido, era el gobernante perfecto: justo, leal, valiente... verdadero heredero de Elendil.
Arwen Undómiel también iba a su lado, reina de hombres y elfos... también la embargaba una gran tristeza, pero para ella, ese acongojamiento no era separado, ella sabía realmente cuál había sido la causa de ese segundo fallecimiento... pero no se atrevía a decírlo, aún no, por dos razones: su corazón estaba todavía muy cerca de la muerte y, no estaba segura de cuál hubiera sido la voluntad de Annaikwen. Aunque, también estaba segura de que su esposo lo sabía, tal vez no por ella, sino por un buen amigo.
El sepelio continuó en un silencio sólo aveces interrumpido por el sollozo de alguna dama. Los niños estaba tristes, habían aprendido a quererlos tanto, a respetar a otras razas y amar la suya propia con tal gozo que al saber el propósito de un sepelio, les era tremendamente desolador y más aún si era, cómo en esta ocasión, la despedida de alguien muy querido.
- Por qué? es así siempre, madre? las personas mueren de dolor?
Esos eran los comentarios de los niños... pero cuando los hacían, las madres los callaban, riñiéndolos. Morir de dolor? eso sólo se había oído en las historias antigüas, lo más próximo, había sido, tal vez, la locura de Denethor, pero ese asunto ya estaba aclarado. Sin embargo, los niños insistían, aseguraban que la muerte había sido causa del dolor. No por nada, el nombre significaba, Doncella del Don Doloroso, Annaikwen... ese era el nombre de los ojos que no volverían a abrise.
La prosesión continuó durante días, la mayoría de las veces en silencio hasta que llegó a orillas del Mar, hasta las costas de Belfalas, a su parecer, tardaron poco tiempo, puesto que la tristeza no los dejaba sentir el cansancio. Elessar desmontó, se acercó a la orilla y dio la orden: la guardia del rey relevó ahora a las líneas de defensa, tomaron el féretro, lo colocaron en una barca blanca como debío haber sido siempre el corazón de la doncella. Con sumo cuidado, la empujaron hasta que la corriente la tomó en su regazo y fue alejándola cada vez más de la tierra donde había nacido, de las piedras donde se había forjado y de los bosques donde había entregado el corazón por primera vez.
- Adios, adios, Annaní...
Grupos de personas gritaban el diminutivo (Mujer del don), y colocaban sus palmas en el pecho.
- Adios, Annaní...
Aragorn no pudo contenerse más y dejó que las lágrimas rodaran por su rostro en libertad, Arwen lo abrazó, recargando su cabeza en los brazos. El rey sollozaba por Annaní, por su querida Annaikwen...
- Murió recordándolo, recordaba las hojas del Árbol del Encuentro y el perfume de sus cabellos, tenía en la memoria todos sus razgos, tal vez mucho más claros que yo... - alzó la cabeza y miró a Arwen de frente - que nosotros.
Arwen asintió.
- Murió de dolor, mi querida Undómiel, Annaní murió de dolor.
El rey sollozaba por la muerte de su hermana.
- Pero ahora estarán juntos, mi señor. Juntos, como ellos querían... tal vez no en Valinor, tal vez existe otro lugar destinado para ellos. No perdaís la confianza en Elbereth, mi rey.
Trancos, como aún lo llamaban sus amigos, inclinó la cabeza y por una vez, en toda aquel amargo viaje, se fijo en otra cosa: delante de la orilla también estaban otros que no eran hombres, al lado de Faramir estaba Samsagaz pero no estaba sólo, también se encontraba Peregrin y Meriadoc con él. Gimli, un poco más delgado que antes, con las barbas un poco más gastadas y pálido como la nieve lloraba silenciosamente. Aragorn lo comprendía, después de todo, el enano era el que más podría entender su dolor. Volvió la mirada al Mar, inmenso Mar que se llevaba a Annaní para siempre.
- Es cierto... murió de dolor, pero también con orgullo.
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