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Al-Sitrany

A la mañana siguiente Harry se levanto somnoliento, pues casi no habia podido dormir por la emoción de todo lo que le habia ocurrido. Miro el reloj que se hallaba frente a el.

– Las ocho... –murmuro, frotándose los ojos –. Estoy impaciente.

Se incorporo lentamente y prendió la lámpara. Rápidamente se vistió y bajo las escaleras.

Cruzo la sala y se metió en la puerta de la izquierda. La señora Figg estaba ahí, preparando el desayuno.

– Buenos días, Señora Figg –saludo Harry.

– Buenos días, Harry –contesto ella –. ¿Te gustan los waffle?

– ¡Mucho!

– A tu padre también le encantaban...–murmuro la señora Figg, sirviéndole dos waffle, uno arriba de otro –. En cuanto veia uno... se lo comía sin reparo.

– ¿Cómo sabe usted eso?

– Bueno... esto.... –tartamudeo –. No olvides que yo era su maestra...

– Pero no podía ver todo lo que comía...

– Por supuesto que no –dijo la señora Figg, distraídamente –. ¿Miel?

– Si, por favor.

– ¿A que hora vendrá tu amigo? –pregunto la señora Figg.

– A las cinco.

– Estuve pensando que quiza seria mas cómodo para ti que te quedaras con tu amigo. Asi podrás ir a King Cross mas fácilmente y estoy segura de que te divertirías mas que conmigo.

– Pero...

– No te preocupes, Harry –dijo la señora Figg, dándole una palmada en la mano –. Ya lo he consultado con Dumbledore, lo hice cambiar de opinión. Yo le diré a tus tíos que te fuiste a tomar el tren para tu escuela. Se supone que no se nada de Hogwarts, ya les inventare algo.

– Pero... ¿Y el señor Weasley? –inquirió Harry –. Podria molestarse...

– Nada de eso... ya lo he consultado con el. Estará encantado de que vayas a su casa.

– Gracias, señora Figg.

– Esta bien, Harry.

La mañana corrió rápidamente, mientras que Harry arreglaba todas sus cosas en el baúl y las bajaba a la sala y en el transcurso de la tarde, Harry se formulo una pregunta: ¿Cómo iban a llegar los Weasley?

No hace falta mencionar que en el mundo mágico habia transportes poco comunes. Por ejemplo, el segundo grado habían llegado por el en un coche volador y fueron al callejón Diagon con los polvos flu, que pueden transportar a cualquier chimenea con solo echar un puñado al fuego, diciendo el lugar y entrando a las llamas. Y por ultimo los traslators que podían ser cualquier objeto común, hechizado, que asi tocarlo se transportaba al lugar especificado.

– Señora Figg... esto... ¿El señor Weasley le dijo como llegarían aquí?

– No... no me lo dijo –contesto ella, rascándose la cabeza –. Pero no hay de que preocuparse, ya llegaran.

Harry miro al reloj, faltaban cinco minutos para las cinco. Miro a la ventana, preguntándose si llegarían como cualquier gente normal: Tocando a la puerta.

De repente una pequeña explosión distrajo a Harry de sus pensamientos. Miro a la chimenea. Las llamas se habían vuelto de color esmeralda y eran mas altas que una persona. Entonces un cuerpo con la cabeza ligeramente cubierta de cabello pero intensamente rojizo aparecio de entre las llamas.

– ¿Señor Weasley?

– Detesto el hollín... –murmuro el señor Weasley, sacudiéndose –. ¿Qué tal, Harry?

– ¡Arthur!

– ¡Arabella! –exclamo el señor Weasley –. ¿Cómo has estado?

– De maravilla, Arthur.

– Me alegra mucho –dijo el señor Weasley, sonriendo –. Harry... ¿estas listo?

– Si –contesto Harry, tomando su baúl –. Gracias por todo, señora Figg.

– Vuelve cuando quieras, Harry –murmuro ella, abrazándolo –. Y cuídate... cuídate mucho. Arthur... tu también cuídalo.

– No te preocupes Arabella. Todo estará bien –dijo el señor Weasley, tomándole los hombros a Harry –. Muchacho, ya es hora.

Harry asintió y el señor Weasley saco de su chaqueta un pequeño morral de piel. Lo abrió y de su interior saco una pizca de polvos flu. Lo lanzo al fuego y este se torno verde nuevamente.

– Los invitados primero... –rió el señor Weasley.

Harry sonrió y se acerco a las llamas.

– Casa de los Weasley –dijo en voz alta.

Inmediatamente sintió como era succionado hacia delante y giraba rápidamente. Pudo ver muchas chimeneas borrosas y de repente cayo al suelo.

– Bienvenido, Harry... –murmuro la voz de Fred o George, Harry no supo cual, que lo ayudo a levantarse del suelo y lo alejo de la chimenea –.Siguen sin gustarte los polvos flu, ¿cierto?

– Hola, Fred –dijo Harry, aun inseguro de quien era.

– Soy George...

– Lo siento, George, creí que...

– Bromeaba, soy Fred –admitió Fred, finalmente.

– ¡Harry!

– ¡Ron! –exclamo Harry, al ver a su amigo.

Entonces un ruido atronador salió de la chimenea. El señor Weasley salió rápidamente, sacudiéndose el hollín de la ropa.

– Bueno –dijo –, aquí lo tienen.

De repente un lloriqueo proveniente del piso superior distrajo la atención. Unos segundos después, la señora Weasley traía, con la mano derecha, a George de la oreja.

– ¡No es posible! –gritaba, y agarro a Fred con la otra mano –. ¡Esto ya ha ido demasiado lejos! ¡Primero caramelos que hacen crecer la lengua....!

– Molly, cariño –la interrumpió el señor Weasley –. ¿Qué ocurre?

– Nuestros adorados gemelitos han hecho de las suyas de nuevo, Arthur –contesto molesta –. ¡Han creado caramelos que alargan la nariz!

– No fue nuestra culpa mama... Ginny...

– ¡Silencio, George!

– Molly, mi amor. Déjalos explicarse –dijo el señor Weasley, temblando, ya que en efecto, la señora Weasley, enojada, si daba bastante miedo.

– De acuerdo –acepto –. ¡George!

– Fabricamos esos caramelos... pero... Ginny...

– ¿Qué paso con Ginny? –inquirió el señor Weasley

– Dejamos los caramelos en el buró. Ginny pensó que eran dulces... se comió uno.

– ¡Y ahora Ginny tiene la nariz mas grande que ese muñeco muggle... panucho! –grito la señora Weasley, jalando a los gemelos aun mas fuerte.

– Es pinocho, Molly...

– ¡Como sea, Arthur!

– No te preocupes, Molly –dijo el señor Weasley, colorado –. Voy a ir ahora mismo a acortarle la nariz a Ginny.

– Muy bien... –murmuro la señora Weasley, y el señor Weasley subió corriendo –. ¡En cuanto a ustedes dos...!

– ¡Mama! –gimió Fred –. ¡Lo sentimos!

– ¡Si! –grito ella –. ¡Pero los voy a castigar!

– No.. mama...

– ¡Van a desnogmizar el jardín! –grito ella, empujando la puerta entreabierta con el pie y jalándolos aun de las orejas los empujo al jardín –. Buena falta le hace ya.

Entonces cerro la puerta, dando un tremendo portazo.

– ¡Harry, cariño! –grito, cuando miro a Harry –. ¡Que bueno que estas aquí! ¿Quieres algo de comer?

– No... no gracias... –tartamudeo Harry descontrolado.

– ¡Ay, Harry, cariño, por eso estas tan delgado! ¿Seguro que no tienes hambre?

– Si, esta bien.

– Bueno... –murmuro, mirando a Harry con preocupación –. Ron, llévalo arriba. Debe estar algo cansado.

Entre los dos tomaron las cosas de Harry y comenzaron subirlas. Llegaron al piso donde estaban las habitaciones.

– Bueno... ya esta...

El señor Weasley acababa de salir del cuarto de Ginny, evidentemente le habia arreglado la nariz y bajo distraídamente las escaleras.

Entonces la puerta se entreabrió, revelando un par de ojos castaños, rodeados de una cara roja. Ginny termino de salir y miro a Harry.

– Hola, Harry –murmuro.

– Hola, Ginny –contesto Harry –. ¿Cómo estas?

– Mejor..., bueno, voy a ir abajo... adiós.

– Adiós.

Ginny bajo rápidamente las escaleras, mientras que Ron soltaba una risita.

– ¿Qué? –pregunto Harry.

– ¿Lo ves? Esta loca por ti... –contesto sonriendo –. Me hubiera encantado verla con la nariz larga...

Entonces un gritito proveniente del jardín desvió su atención. Al parecer Fred y George ya estaban desnogmizando el jardín.

– Vamos al cuarto... –indico Ron, abriendo la recamara.

Los dos entraron y Ron cerro la puerta. Harry se sentó en una de las camas.

– ¿Has sabido algo de Sirius? –pregunto Ron.

– No... nada aun. Le escribí en los primeros días de vacaciones, pero no ha contestado... talvez este ocupado con la misión de Dumbledore... o algo asi. Pero aun asi... me preocupa.

– ¡Ah! –exclamo Ron, desviando la atención. Abrió un cajón de su buró y saco un regalo envuelto en papel verde –. Lo habia olvidado... feliz cumpleaños

Harry tomo el paquete y comenzó a destaparlo. Adentro habia galletas de chocolate, vainilla y nuez cuidadosamente formadas.

– Mi mama las horneo para ti... –informo Ron –. ¡Es la mejor cocinera de galletas del mundo!

– Gracias –contesto Harry, con una sonrisa y tomando una –. Deben estar deliciosas...mmm... esta muy rica.

– ¿Lo ves? Cuando mi mama hace galletas no duran nada... a todos nos encantan. A propósito, ¿qué mas te han regalado?

–Bueno... –contesto Harry, recordando –. Hagrid me lo dará cuando regrese... Hermione también...

– Claro... debe estar tan entretenida con Krum, que ni tiempo ha tenido de enviarte un regalo como Dios manda...

– Ron... esta en Bulgaria. Hedwig se moriría de cansancio cargando algo mas pesado... –repuso Harry.

– Si... como sea. Por cierto ¿Dónde esta Hagrid?

– Esta en Francia –contesto Harry, sonriendo –. ¡Con Madame Máxime!

– Esta loco por ella... ¿a que si?

– Yo creo que si... –contesto Harry –. A que no adivinas quien me regalo algo...

– ¿Qué? –pregunto Ron –. ¿Quién?

– No lo vas a creer...

– ¡Dime!

– Bueno... bueno... –acepto Harry –. La profesora McGonagall me regalo un juego de ajedrez...

– ¿Qué? –grito Ron –. ¡No me tomes el pelo!

– Si... es verdad... –contesto Harry, dirigiéndose a su baúl y sacando el juego –. Mira...

– ¡Guau! –Ron abrió la caja –. Es de buena marca... al-sitrany.

– ¿Qué?

– Al-sitrany.... –explico Ron –. Es la única tienda que fabrica artículos de ajedrez de muy buena calidad... por lo general son muy caros. Se llama asi porque de esa manera lo llamaban los árabes y de ahí proviene la palabra.

– ¿Y donde esta esa tienda?

– En el Callejón Diagon...

– Nunca la habia visto –dijo Harry.

– Bueno, el callejón Diagon es algo grande... –contesto Ron –. Es algo difícil verlo todo.

– A propósito ¿Sabias que la señora Figg es la madre de la Profesora McGonagall?

– ¿Qué?

– Si, la misma profesora me lo dijo –afirmo Harry –. La señora Figg fue maestra de mis padres... hasta me regalo un álbum con fotos de ellos –añadió levantándose y sacando en álbum de su baúl –. Aquí...

Harry y Ron pasaron lo que quedaba del día contemplando las fotos, jugando al ajedrez (Ron gano todas las partidas) y degustando las galletas de la Señora Weasley.

A la mañana siguiente se levantaron muy tarde, ya que se habían desvelado con sus partidas de ajedrez. La señora Weasley habia entrado y los habia despertado.

– ¡Ron! ¡Harry!¡Ya es muy tarde!¡Bajen a desayunar!

– .... ¿qué hora es, mama?

– Las diez, corazón –contesto ella, quitándole la sabana a Ron –. Mientras que ustedes estaban dormidos, he aprovechado la ocasión de ir al Callejón Diagon y comprar todos sus útiles...

– Pero mama... ¡nosotros queríamos ir!

– Es mejor asi –termino la señora Weasley –. Les queda casi un mes de vacaciones... ya no tendrán que preocuparse por ir a comprar nada.