Negación. Todos los personajes y lugares conocidos mencionados en esta narración pertenecen a J.R.R. Tolkien, y son usados sin fines de lucro, el resto pertenece a esta cabecita malévola, escrito simplemente con la finalidad de entretener.
Nota:
El japonés no es mi fuerte y sólo me base en uno de mis folletos de aprendizaje, así que no exijan demasiado.~_~
CAPITULO 7
Aprovechando la luz de la luna, Aragorn entró por la ventana más próxima a él, está daba directamente al salón en que se encontraba la plancha en forma de flecha en donde momentos antes Legolas yacía. Un pequeño castillo de dos plantas era donde el montaraz se había internado, distinguíase del resto de chozas y tiendas que había a su alrededor, allí es donde supuso que encontraría a su amigo, hasta allí le había seguido el rastro como el mejor de los sabuesos. Distinguir el olor del elfo entra tanta suciedad no fue tan difícil, siguiendo el imperceptible aroma del príncipe y guiándose por las huellas de sus captores, había dado con su paradero.
Todo era oscuridad en el salón, ya no se encontraba toda aquella gente en la mañana miraba extrañada al elfo, el montaraz avanzó con la daga en la mano, y caminando despacio se dirigió hasta la luz de la entrada principal del salón, dos guardias hablaban entre sí
- ¡El jefe es muy cruel! Nunca podré acostumbrarme a escuchar semejantes gritos durante las primeras noches - dijo él más bajo y gordo que se encontraba a la derecha
- En verdad que es un maldito, yo mismo lo hubiera asesinado si no es por que.. - respondió el delgado que estaba a la izquierda.
- ¿Qué? ¿Le tienes miedo?
El otro titubeaba al contestar mas bajando la cabeza se pudo escuchar que hablaba con voz muy baja:
- Sí, nunca sabes cuando te tendrá entre ojos si te pronuncias contra él, ya ves lo que pasó con Zaggy y sus hermanos
- ¡El solo pudo con los 3!
- Los destazo como una fiera, y luego sus hermanas tuvieron que pagar el precio
Aragorn entendía con dificultad lo que hablaban. Poco conocía la lengua y no la hablaba del todo bien, mas podía entender el tema.
- Konbawa – dijo el jefe de los Dúnedain llamándoles hacia el salón, saludando sin revelarse ante ellos.
- ¿Ano otoko, dare kana?. Este hombre, ¿quién es?- pregunto el esbelto guardia apuntando su lanza hacia las sombras.
- Wakarimasen no lo sé - contestó su compañero siguiendo y entrando después de él.
Ambos entraron en la oscuridad para no salir mas a ver la luz. Aragorn tomó las espada de uno de ellos, la lanza del otro y su casco de acero para que le cubriera la cabeza, su rostro lo ennegreció con cenizas de las brazas que se extinguían en la chimenea del salón.
- Ahora veamos donde esta.
Se dirigió a la siguiente entrada frente a él atravesando el gran comedor, ignoraba las demás puertas que le conducían a otras habitaciones y salas a los lados, un presentimiento le decía que el elfo se encontraba arriba, en la segunda planta.
Aplicó el oído a la puerta y nada escuchó, despues de asegurarse que no tendría llave rapidamente la abrió previniendo un ataque frontal, mas dio con una escalera en forma de caracol muy oscura, el eco de ruidos extraños bajaban por ella. Temía lo peor, tal grito escuchado con anterioridad no le podía augurar nada bueno, se inquietaba al pensar en perder a su "joven" amigo, no sabría como responder ante Lord Elrond, Arwen y el mismo rey Thranduil ante la pérdida del elfo.
Subió peldaño por peldaño, la pequeña y extraña escalera estaba adornada en los muros con muchísimos nombres, todos escritos en su principio con hermosa letra, cada uno tallado sobre un recuadro de marfil enmarcado con caoba oscura, todos, excepto uno habían sido desastrosamente borrados con ralladuras burdas, uno solo permanecía limpio, recién escrito, clavado con nuevos remaches, intacto, se podía leer bajo la luz de una antorcha "Arlam, el elfo".
Aragorn no se equivocaba, ni siquiera tuvo que leer los nombres de los demás recuadros para darse cuenta que esa era la enorme lista de víctimas que el Jefe había elegido como esposas y consortes, todos ya muertos, todos con excepción de uno pensaba.
Un golpe resonó del otro lado de la gran puerta que se alzaba frente a él, después de lo cuál ningún sonido se escuchó, una agobiante y profunda calma reinaba en ese instante, no sentía ya las fuertes vibraciones que percibía desde que subía la escalera, no mas ruidos extraños, un silencio sepulcral le envolvía.
- ¡Legolas! – exclamó arrojándose a la puerta con la espada en mano, esta era ancha y extremadamente pesada, obstruida por dentro y por fuera, le era imposible sin contar con la llave de la cerradura.
- ¡Legolas! – volvió a gritar desesperado tratando con todas sus fuerzas de tirar la puerta a golpes.
Al fin la puerta cedió después de interminables 10 minutos en que se desgarraba los brazos tumbando a empujones la puerta.
El ambiente del recibidor en que se encontraba le hizo temer un poco, las pálidas luces temblaban a su llegada como si trajera una nueva brisa a ese ambiente enviciado y sombrío, no se daba cuenta que su hombro sangraba lentamente ni de las astillas que le traspasaban gran parte de sus brazos, dándole pequeños tormentos que el ignoraba.
Al final del recibidor, cerca de las telas transparentes que le servían como cortinilla, un almohadón ensangrentado le daba la bienvenida. Sintió su corazón palpitar fuertemente, no tendría ninguna piedad para con ese individuo, ese maldito abusador, ese que se llama "Jefe" entre su gente, ese monstruo que se había ganado el respeto basándose en temor y amenazas.
Camino con paso firme y seguro, el pasillo le parecía interminable y el seguí aferrándose a su daga, la cual daba vueltas por el mango tratando de tranquilizar sus ímpetus, queriendo estrangular con sus propias manos al infame regidor de aquel pueblo. Demasiado tarde había llegado. El espectáculo era devastador, sus ojos no podían dar razón de él, no podía entender como sucedió, sin escuchar el palpitar de su corazón, sin decir mas nada, palideció por completo no dando crédito a lo que veían sus ojos.
