1 Capítulo 4 .- Crucero junto a Oliver

ALICIA - ¿Tienes ya el bikini?

KATIE – Si, ya lo puse en la maleta

ANGELINA – Te presto mi pareo... Total no creo que aquí me haga mucha falta

En ese momento por la ventana de la habitación de Katie se podía ver cómo llovía a cántaros

KATIE – Parece increíble que a donde vamos haga calor...

ALICIA – Nada es imposible en el mundo mágico

KATIE – Bueno, me voy que si no llegaré tarde

Las chicas abrazaron a Katie.

ANGELINA – Mándanos alguna lechuza

KATIE – Claro que si!

ALICIA – Y recuerda, queremos saber cuando el primer beso

Katie se sonrojó

KATIE – Alicia! No digas estas cosas!

ALICIA – Pero si es verdad!

ANGELINA – Bueno, mientras nos lo cuentes... O sea, una carta con todos los detalles, ¿está claro?

KATIE – Si....

ANGELINA – Y ahora lárgate!

Después de volverse a despedir, Katie cerró la puerta tras de si.

ALICIA – No la había visto nunca tan emocionada....

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Katie admiraba con la boca abierta el crucero en el que iba a viajar. Oliver estaba a su lado sosteniendo el paraguas con el que se cubrían los dos.

KATIE – Vaya! Cualquiera diría que es grande igual que el Titanic!

OLIVER – Dicen que es el más lujoso de todo el mundo mágico

KATIE – Eso seguro...

Poco tiempo después embarcaron, y un grumo les condujo hasta su camarote. Ya habían cenado y hacía bastante mal tiempo por lo que decidieron retirarse. Los dos quedaron muy sonrojados al comprobar que en el amplio camarote sólo había una cama doble.

KATIE – Bueno... podemos echar a suertes quien duerme en la cama...

OLIVER – Pero no seas tonta... Es lo suficientemente grande para los dos

KATIE – No. Uno dormirá en la cama y el otro en el sofá

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Katie volvió a cambiar de postura por milésima vez. Había adoptado cualquier posición imaginable sobre aquel sofá, y todas habían sido una tortura. Si se apoyaba sobre el respaldo, le dolía el cuello. Si se quedaba plana, las piernas se le salían del borde rígido y se le acababa cortando la circulación sanguínea hasta los pies. Si se hacía un ovillo, se le entumecía la cadera y empezaban a darle calambres en las piernas. Con cada movimiento, el edredón se deslizaba y alguna parte del cuerpo se quedaba expuesta a la fría humedad de la noche. Comprobó con acritud que eran casi las dos de la mañana, gracias al reloj de péndulo que había en el pasillo de los camarotes y tocaba una molesta melodía a cada cuarto de hora.

Fuera, un búho se empeñaba en seguir ululando. Dentro, una respiración rítmica y suave salía constante de Oliver, que dormía a pierna suelta entre las suaves sábanas de la cama. Katie sintió ganas de echarse encima de él y despertarlo. ¿Cómo era capaz de estar allí, tumbado a todo lo ancho, sin preocuparse lo más mínimo cuando ella estaba pasando tan mala noche? Se sentó en el sofá mirando con rabia en dirección a la cama. Había luna llena y las cortinas no estaban echadas, así que pudo ver a la perfección la cabeza de Oliver, plácidamente dormido sobre un sedoso túmulo de almohadas; el bulto enorme de su musculoso cuerpo ¿Cómo era posible que él estuviera allí y ella ahí?

Se desplomó sobre su lecho de dolor. No había sido más que culpa suya. Oliver había insistido en que la cama era lo suficientemente grande para los dos, pero ella se había negado en rotundo. Y después de todo, había sido idea suya echar a suertes quién dormiría en la cama y quién en el sofá lanzando una moneda en el aire, para concluir la discusión; y había perdido. Pero si Oliver hubiera sido un verdadero caballero hubiera expresado su protesta; un verdadero caballero habría sido capaz de dormir en el suelo antes que privar a una dama del reparo del sueño. Pero claro, Oliver no era un caballero, en ese momento le pareció una bestia durmiente, despiadada, egoísta y sin entrañas.

El búho seguía ululando....

Acabó tirando al suelo el edredón y se puso en pie. Ya no aguantaba más. Si seguía así, al día siguiente estaría destrozada. Se acercó precipitadamente a la cama y miró a Oliver con el ceño fruncido. En aquel momento, él estaba tendido boca arriba justo en medio del colchón

KATIE – Oliver... (susurrando)

Ni se inmutó

Katie dudó. Estaba cansada y tenía frío. Se recordó a sí misma que hasta los más completos extraños se abrazaban para darse calor cuando se perdían en medio de los Alpes nevados. ¿Acaso iba a ser tan grave si ella le robaba una pequeña esquinita de la cama, sólo por unas horas? Oliver ni se iba a enterar siempre que ella se despertara antes y volviera deprisa al sofá. Era una solución práctica. Rozó tímidamente el hombro del pijama de Oliver y lo empujó. Él, obediente, se dio la vuelta y le dejó un agradable espacio vacío para ella. No dudó más.

Ohhh.... ¡Aquello era la gloria! Hundió la cabeza en la almohada y estiró las piernas con sumo placer. Las sábanas mantenían el calor del cuerpo de Oliver y con un ligero olor a hombre, dulce y reconfortante como el de pan recién hecho. Se le estaban empezando a relajar por fin los entumecidos músculos, cuando Oliver hizo de repente un ruido extraño, se dio la vuelta y le pasó un brazo por la cintura. Ella frunció el ceño. Probablemente, aquello debía ser una reacción automática suya siempre que tenía cerca un cuerpo femenino, pues no había duda que estaba dormido. Ella le retiró el brazo y lo depositó sobre las mantas. A los pocos segundos, musitó algo entre sueños y se lo volvió a poner sobre la cintura. Ella se lo volvió a quitar. Él lo volvió a poner. Katie se rindió. Estaba a gusto, dormida y calentita. Realmente, se sentía..... de maravilla. Se acurrucó un poco más. Después profirió un lánguido bostezo. No debía olvidarse de una cosa: despertarse pronto. No habría ningún problema.

Podía oír la respiración tranquila de Oliver. La cabeza de él estaba más o menos a medio metro de ella. ¿En que estaría soñando?, se preguntó. Volvió a bostezar. Cerró los ojos definitivamente y se quedó dormida.

Oliver se despertó con una tremenda sensación de bienestar. Sentía todos los músculos relajados y una exquisita ligereza en todos los miembros. Durante un rato, se mantuvo acurrucado bajo las mantas, dejando vagar la conciencia, incapaz siquiera de realizar el menor esfuerzo muscular para abrir los párpados.

Progresivamente, fue recomponiendo pistas para saber dónde estaba: no se oía ruido de tráfico ni sirenas ni temblores subterráneos ni rugidos mecánicos, sólo el agradable trino de los pájaros y el sonido del mar. Podía oler la aroma salada del océano. Una luz dorada le rozaba los bordes de los ojos aún cerrados, con la promesa de una mañana soleada. Abrió la boca en un prolongado y reconfortante bostezo. No tenia que levantarse para ir a entrenar, estaba lejos de casa y lejos de todo! Sintió una complaciente sonrisa en los labios según fue abriendo los ojos, giró la cabeza sobre la almohada para mirar a su alrededor y estuvo a punto de morirse del susto. Había alguien en la cama: una mujer con el pelo rizado y de color negro que le resultaba intensamente familiar.

¿Qué hacia Katie allí? Miró hacia el sofá. En el suelo, el edredón con el que Katie se había tapado la noche anterior estaba hecho un ovillo.

Oliver se incorporó en la cama y se rascó la cabeza insistentemente intentando recordar cuando había sido que Katie había ido allí. La observó. Con que placidez dormía. Las dos medias lunas de sus pestañas permanecían totalmente inmóviles, tenía los labios ligeramente abiertos y exhalaba un suave flujo de aliento. Estaba tumbada de lado, con una mejilla hundida en la almohada y la otra ligeramente sonrojada y relajada.

Oliver no pudo evitar sonreír al verla tan tranquila y desprevenida

Decidió irse a duchar y luego decidir si la despertaba o no.

Cuando salió del cuarto de baño con una toalla envuelta alrededor de la cintura y el pijama echado sobre el hombro y entró en la habitación se encontró con Katie tumbada, apoyada sobre un montón de almohadas blancas, totalmente despierta y mirándolo fijamente. Tenía una soñadora sonrisa en la cara.

KATIE - Buenos días, Tarzán. ¿Has dormido bien?

OLIVER - Maravillosamente, aunque me he sorprendido al encontrarte ahí

KATIE - No te importa ¿verdad? Estaba terriblemente incomoda en el sofá. Pensé que no te enterarías

OLIVER - No pasa nada. Ya te dije anoche que cabíamos los dos

KATIE - Por cierto, roncas

Oliver se quedó con el ceño fruncido

OLIVER - ¿Esta es tu manera de darme las gracias por haberte dejado dormir en la cama?

KATIE Me siento estupendamente

La chica se puso de pie sobre el colchón y empezó a dar brincos

OLIVER - Por lo menos, yo no hablo en

KATIE - ¿Qué? (dejó de saltar) ¿Es que yo hablo? (se le frunció el ceño) Te lo acabas de inventar

Oliver se encogió de hombros

OLIVER - Si no quieres saber lo que has dicho, no te lo digo

KATIE - Yo nunca he hablado en sueños

OLIVER - Es una cosa peculiar

KATIE - ¿Qué quieres decir?

OLIVER - No sé si debo decírtelo

KATIE - Venga, suelta ya

OLIVER - Pídemelo "por favor"

Katie dio una patada en el colchón

KATIE - ¡Dímelo!

OLIVER - Está bien

Oliver juntó las manos en actitud femenina, pestañeó repetidas veces y, con la voz más fina que sabía poner, imitando a la de una chica, comenzó:

OLIVER - Oh, Oliver ¡Que guapo eres! Eres un genio.

De repente se le vino encima una almohada. La cogió y respondió lanzándola de nuevo. Ella se la volvió a tirar. Al momento, se desencadenó una furiosa batalla de almohadas. Oliver tenía mejor puntería, pero Katie conseguía esquivarlas escondiéndose detrás de las columnas de la cama. Como tenía que salir para recuperar las almohadas, en cada intervalo Oliver aprovechaba para lanzarle una directa, con la que la hacía perder el equilibrio.

Cuando todo acabó, por todo el suelo había plumas blancas, restos de la batalla que acababan de mantener.

Los dos se miraron con expresión de tregua

OLIVER - ¿Vamos a desayunar?