Aunque ya me gustaría no poseo ninguno de los personajes de BSSM, siendo los mismos propiedad de Naoko Takeuchi y compañía.

Problemas. El Detonante de la Misión.

Oscurecía lentamente en la ciudad. Dos días después del último ataque la brisa vespertina empezaba a soplar delicadamente entre los campos, y en la capital terrestre las calles ya estaban desiertas. Mucho más arriba, entre el cielo y la Tierra, se encontraba Nillë, la ciudad flotante. Por extraño que pareciera, su existencia era desconocida por la mayoría de los humanos y sólo unos pocos habían oído hablar de ella. "Sólo es una leyenda", comentaban convencidos, pero ahí estaba: la morada de los discípulos de Selene, la diosa de la Luna; tan clara a la vista humana, pero tan invisible a la razón.

Aquel mundo recibía el nombre de la más brillante de las estrellas, la que en la lengua de los ángeles significaba "Destello de Plata". Ahí vivían los que, bajo las órdenes de Selene, protegían a los humanos: los Árë Valas, los Ángeles del Día. Su fuente de poder procedía de la pureza de sus corazones, y amaban a los humanos como a sus propios hijos. Eran seres inmortales, de tez blanca y sedosos cabellos rubios o plateados. Ellos eran los descendientes de Selene y representaban la inocencia, la bondad y la felicidad de unos tiempos ya olvidados. Ayudaban a los desdichados y consolaban la tristeza del mundo. Les llamaban "Los Intocables" porqué una mágica aura de luz siempre los protegía.

En contra a lo que muchos pensaban, ellos no eran los únicos habitantes de aquel mundo perfecto. Incluso entre los Árë Valas eran muy pocos los que recordaban la existencia de otra clase de ángeles. Muchos siglos antes se les había conocido como Lómë Valas, o Ángeles de la Noche. Sus características distaban mucho de las de sus semejantes, ellos estaban instruidos en las artes de la guerra, el saber y la meditación. Eran ángeles luchadores y años atrás habían sido aliados de los hombres en las Guerras la Antigüedad, muchos habían caído ahí sin más recompensa que su creencia de haber hecho lo correcto.

Pero se equivocaban.

Al fin, cansados de ayudar a una raza cruel y sanguinaria, habían concentrado todo su empeño en las interminables búsquedas de la verdad. Durante siglos de meditación e investigaciones habían logrado descifrar los caminos del conocimiento y protegían las fuentes de saber y las bibliotecas milenarias al igual que los Árë Valas protegían a los humanos.

Ellos también eran inmortales, pero su origen era totalmente desconocido. Hacia mucho tiempo que no colaboraban en las misiones de protección de los terrestres: después de las grandes batallas desaparecieron para nunca volver. Viajaron lejos en busca de la auténtica belleza del espíritu, y los pocos que habían regresado no tenían ningún interés en colaborar a favor de la supervivencia de una raza corrupta. Vivían ocultos, utilizaban nombres típicos de los ángeles del día y nunca se mostraban en público, sus cabellos y ojos oscuros podían llamar demasiado la atención. No se relacionaban con nadie, excepto con los de su clase.

Se habían desentendido de los quehaceres de Selene y sus ángeles, pero ahora, después de tanto tiempo, la diosa de la Luna se veía obligada a pedir de nuevo su ayuda.

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Ornëwen miraba con tristeza hacia la Tierra. Su largo cabello rizado, apenas sujeto por una cinta verde en lo alto de su cabeza, se mecía con el viento. Cada anochecer acudía a los bordes de Nillë para observar los distantes movimientos de los hombres.

O eso quería pensar ella.

Pero la verdad era tan evidente, que ni siquiera su propia mente podía negarlo.

Se había enamorado.

Y lo peor de todo, es que era precisamente un terrestre quién le había hecho perder la razón.

Eso dolía mucho.

Ella conocía muy bien las reglas: los de su clase no podían conocer el amor, y menos de la mano de un humano. Si seguía a sus sentimientos cometería perjurio contra todo aquello que la hacía ser lo que era, pero si no lo hacía, estaría traicionando a su corazón.

Era incapaz de elegir.

Sus brillantes ojos esmeraldas le buscaban, como siempre, encima de aquel árbol. Él siempre estaba ahí, después del ocaso, observando como despertaban las estrellas. Al encontrarlo no pudo evitar un suspiro. Olvidando la distancia que siempre los separaba, ella había logrado memorizar cada uno de sus rasgos.

Aún sin conocerlo le amaba.

Amaba su pelo, sus ojos, su piel... Ansiaba probar el sabor de sus labios, sentir sus brazos rodearla con fuerza, oír a su corazón latir en sincronía con el suyo... Pero eso no podía ser.

Él era un humano. Ella, una Lómë Vala.

Una lágrima se deslizó suavemente por su mejilla.

"Por mi propio bien..." no paraba de repetirse.

"Debo olvidarle".

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Una presencia corría por las calles de Nillë rompiendo con todo a su paso. Iba vestida con el atuendo típico de las jóvenes Árë: una larga y ligera túnica blanca, ceñida bajo pecho por tres cintas doradas cruzadas entre sí y en los pies unas sandalias blancas atadas con cintas hasta la rodilla. Llevaba el pelo recogido con un lazo y en el cuello, un collar de plata con un sencillo colgante en forma de corazón. Con su puño derecho estrujaba una carta que parecía ser la causante de su excitación.

Al llegar a una bifurcación de calles cruzó sin pensar a la derecha, y luego se metió por un callejón oscuro. Ahí localizó una puerta medio escondida por la que entró en una estancia fría y pobre. Cerró la entrada con la llave que encontró debajo de una alfombra y, por si acaso, también pasó el pestillo. Pasó a otra habitación donde encontró a otra chica, arrodillada delante de una pira encendida, meditando. Su rostro restaba impasible, pero perlas de sudor le marcaban la frente. Tenía las manos juntas delante de sus ojos cerrados, y su cuerpo, sólo cubierto por una túnica casi translúcida de color negro, totalmente inmóvil. El cabello azabache, nunca visto en los Árë Valas, le caía suelto por la espalda.

- ¿Cambios en palacio? – Dijo la chica sin variar su expresión corporal.

- He interceptado esto. – Respondió ella tendiendo la carta a su interlocutora con un gesto confiado. – Selene se ha dado cuenta que sus ángeles no son los más adecuados para hacer frente a los problemas de la Tierra.

La chica vestida de negro cogió el papel y lo leyó con atención, esbozando una leve sonrisa al terminar.

- Esto nos lo pone todo mucho más fácil. – Dijo a su visitante. - Creo que ha llegado el momento que esperábamos. Enviáremos copias de esto a las chicas a través del correo seguro, tú ya me entiendes.

- ¿Envío también las citaciones de las que hablamos?

- Sí, ahora es cuando debemos saber si contaremos también con su ayuda. Por hoy nada más. Nos volveremos a ver pasado mañana aquí.

Sin dar respuesta, la primera chica salió por dónde había entrado y se desvaneció de nuevo entre las sombras de la ciudad.

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¡Hola! Soy Yui y este es mi primer fic largo. Muchísimas gracias a todos los que leyeron 9 lágrimas, especialmente a los que me dejaron reviews (sí, ya sé, hace mucho tiempo de esto, pero tenía que decirlo ^^ ).

Para bien o para mal tengo un poco la manía de cambiar de nombre a los personajes, así que si tenéis alguna duda sobre quien es quien, me lo hacéis saber ^^. Todos los nombres "raros" que veáis por aquí, o como mínimo la mayoría, provienen del élfico, lenguaje creado por J.R.R. Tolkien. Siempre que salga uno nuevo lo traduciré aquí abajo.

Para empezar, Níllë significa realmente "destello de plata" y en el mundo de Tolkien es una estrella.

Árë significa "día", y Lómë, "noche". Los Valar son espíritus o poderes angélicos, aunque yo los he pasado directamente a "ángeles".

Ornëwen significa "dama del árbol". Para los que tuvieseis dudas supongo que ahora ya sabréis de quien se trata.

Por hoy nada más. Cualquier cosa (dudas, críticas, comentarios...): lluna48@hotmail.com o simplemente dejad un review. ¡Nos vemos!