Nuevos Encuentros

- ¿No te aburre mirar siempre las estrellas?

El cielo lucía su mejor traje aquella noche, y Nephrite volvía a estar sentado en aquel viejo roble. Para variar su rutina, Jadeite le había acompañado, y ahora los dos observaban la cúpula celeste con calma.

- Las estrellas lo saben todo, amigo mío; por eso las encuentro tan fascinantes.

- ¿Qué es lo que te cuentan?

- Depende del día. A veces me relatan historias de mundos lejanos; otras, me explican secretos del pasado, pero normalmente sólo me acompañan en mis meditaciones y responden a mis preguntas.

- Sigo sin encontrarle el punto. – Suspiró el chico rubio.

- No intentes entenderlo. Se necesita de una mente abierta para esto, y si tenemos en cuenta que tú ni siquiera tienes cerebro...

- Ja, mira que gracioso el tío.

- Es mi perfil desconocido.

- Seguro. Ahora en serio, ¿De verdad sólo vienes aquí por las estrellas?

- Sí, y para olvidarme por unas horas de vosotros: convivir con tres vampiros amargados no es muy agradable.

- Estamos graciosillos hoy, ¿no crees?

- Nada, déjalo, es sólo que de vez en cuando es necesario relajarse.

- En eso estoy de acuerdo contigo. Y hablando de relajarse, ¿dónde parará Zoisite?

Ò ------[ ------Ï

Se dirigió con tranquilidad el manantial. Aquella noche no tenían prevista ninguna salida, por lo que podría dedicar su tiempo a lo que quisiera. No le apetecía quedarse en el castillo con los otros chicos y se esfumó hacia el bosque para pensar. No eran muchos los momentos que podía dedicarse a si mismo, pero tampoco los extrañaba tanto. El bullicio de vivir en comunidad le alejaba de sus obsesiones y dudas, y así estaba mejor.

El bosque estaba extrañamente tranquilo, ni un insecto, ni un pájaro, ni siquiera el viento entorpecía la serenidad de aquel paisaje. "Curioso", pensó, "algo nuevo se percibe en el ambiente".

Él era uno de los cuatro generales de las tinieblas, el estratega del grupo, cómo le definían a veces. Poseía una inteligencia asombrosa y una capacidad innata para predecir los movimientos de la gente. Su sexto sentido estaba muy desarrollado, y muchas veces notaba cosas en el ambiente que pasaban fácilmente desapercibidas por los demás.

Se acercó lentamente hacia el lugar dónde sentía que había algo que no cuadraba. Andando agachado y entre los arbustos llegó al lago. Ahí, entre las oscuras y frías aguas, encontró a una chica. Agazapado entre las plantas vio su piel de alabastro relucir con el contacto de las ondas, sus mágicos movimientos en completa sincronía con el elemento. Su corto pelo, negro a simple vista, atrapó su atención: en realidad era de un intenso azul marino. Eso le sorprendió. Aquella chica no era lo que parecía...

De repente ella se giró. Unos increíbles ojos zafiro escrutaron el lugar dónde él se escondía.

- Sal, seas quien seas. – Su voz fría y clara rompió el silencio. ¿Cómo podía saber que él estaba ahí? La joven cruzó los brazos encima de su pecho y se acercó un poco más hacia la orilla.

Ella había logrado hipnotizarle, y eso no ocurría con facilidad. Aquella chica le había cautivado, y por eso tenía que ser suya. Sonrió confiadamente y unos afilados colmillos asomaron entre sus labios. Sigilosamente desapareció para volver a aparecer dentro del agua, justo detrás de la chica. Antes que ella pudiera darse cuenta, él ya la tenía presa entre sus brazos.

- ¿Pero qué...? – Dijo alarmada.

- Sshh... tranquila... – murmuró él acariciando el pálido cuello de la chica y acercando sus labios al mismo. – Estas en buenas manos...

- ¿Un vampiro? – susurró.

- Sí, preciosa, pero no te preocupes, prometo que no te haré daño. – dijo él con una sonrisa maliciosa.

- De eso estoy segura... – respondió ella con extraña calma.

Él se acercó aún más, ignorando el comentario, pero de repente sintió como ella se desvanecía entre sus brazos. Desconcertado, separó su rostro del cuerpo de la chica y vio como literalmente se fundía con el agua. Sin dejarle siquiera tiempo a reaccionar, ella se colocó detrás de él y le apresó delicadamente entre sus delgados, pero extrañamente fuertes, brazos.

- ¿No te enseñaron nunca que nada es lo que parece?

El tono en que la misteriosa ninfa de agua le habló le puso en guardia, pero era demasiado tarde. Su aliento le rozó la piel y, lentamente, empezó a congelarse.

- No temas, - continuó la chica – por esta vez, el castigo sólo será temporal; pero no olvides que hay seres a los que no mereces morder.

Ella le miró directamente a los ojos con una sonrisa inocente y pareció memorizar todo lo que vio en ellos, luego, antes que él pudiera protestar, desapareció entre la niebla.

Ò ------[ ------Ï

Horas después, Zoisite entró de nuevo en el castillo dónde residía con sus camaradas. Intentó ir directamente a su habitación, sin que ellos lo vieran, pero no tuvo suerte.

- Zoisite, por fin llegas. – Jadeite lo pilló cuando cruzaba el vestíbulo a escondidas.

- ¿Dónde estabas? Está a punto de hacerse de día. – Por mala suerte, Nephrite le acompañaba.

- Un momento... ¿Qué haces tan mojado? – Y para acabar de arreglarlo todo, Kunzite cayó en la cuenta del estado en que estaba.

Este era el motivo por el que se escondía de ellos. El haber estado dentro del lago, congelado, durante horas, había provocado, obviamente, que todo él quedara completamente empapado. No quería contar a sus compañeros lo que había ocurrido, eso podría dañar seriamente su reputación, pero si les mentía descubrirían tarde o temprano el engaño. No le quedaba otro remedio, tendría que contarles la verdad.

- Digamos que he tenido un encuentro no muy afortunado en el bosque... – dijo él de mal humor.

- ¿Un... "encuentro"? ¿Con quién? – Preguntó Kunzite con curiosidad.

- Una maldita chica que me tuvo congelado durante horas en el lago. – Contestó con brusquedad.

- Zoisite, amigo, ¿has vuelto a ir de copas?

Jadeite calló de repente al ver la mirada asesina proveniente de su amigo mojado.

- ¿Estás seguro qué sabes lo que dices? En este bosque no hay chicas que se dedican a congelar a tipos solitarios en medio de la noche... – Dijo Nephrite dudoso.

- Será mejor que nos cuentes todo des del principio... – Agregó Kunzite escéptico.

Zoisite les relató todo lo que había pasado a partir del momento en que se adentró en el bosque; todas sus impresiones, todo lo que había viso, absolutamente todo, a excepción del efecto que aquella chica había causado en él... Al terminar se encontró con unos amigos que le miraban confusos.

- Esto no es normal... – dijo Nephrite.

- Chicos, no servirá de nada que ahora os rompáis la cabeza. Mañana cuando anochezca saldremos a investigar. Si esta chica está ahí, la cogeremos. – Continuó Kunzite.

- Sí, y luego me la pasáis. Le haré pagar todo el ridículo de esta noche... – murmuró un Zoisite mosqueado. Nadie se burlaba de él y vivía para contarlo.

Ò ------[ ------Ï

Mucho más arriba, en Níllë, una chica con un extraño peinado salió corriendo de su casa. En su mente se repetía una y otra vez lo mismo: "nadie, absolutamente nadie, me comprende". Aguantándose las lágrimas con dificultad se fue de aquel lugar donde, según ella, la menospreciaban y no tenían en cuenta su opinión para nada.

Su hermano siempre le hacía la vida imposible, su padre no la comprendía, y su madre nunca se ponía de su lado. Aquel día su padre se había presentado en casa más pronto de lo habitual y con una sospechosa sonrisa pintada en la cara. Isilwen había sospechado que algo iba a pasar, pero no dijo nada. Pero al fin, a la hora de la cena, la noticia estalló: aquella misma tarde su progenitor había arreglado un compromiso matrimonial entre ella y el hijo de un importante hacendado. La boda sería al cabo de tres meses.

Isilwen simplemente se quedó sin habla. Su padre estaba muy orgulloso de su trato. Según él, esto era lo mejor que podría pasar. Un compromiso de este nivel arreglaría todos sus problemas económicos y podrían vivir tranquilos sin necesidad de trabajar.

- ¿¡Esto es lo único que te importa?! ¿¡El estúpido dinero?! ¿¡Qué hay de mi felicidad?! ¿¡Y de mis sueños?! - Había gritado ella al fin, fuera de si.

- Hija, todos tenemos que sacrificarnos por la familia. No tienes ningún derecho de hablar así de tu padre. Lo hace por tu bien. - Pero las palabras de su madre, lejos de calmarla, la encendieron aún más.

- ¿¡Por mi bien?! Madre, no me haga reír. Sólo piensa en sí mismo, ¡igual qué todos vosotros!

- Jovencita, no toleraré que hables así a tu madre. - le advirtió su padre.

- ¡Yo hablo cómo me da la gana!

El sonido de lo bofetada resonó en su mente. Nunca nadie le había puesto una mano encima, y menos su familia. Isilwen, abrumada por la reacción de su padre, había salido a toda prisa, cerrando con un portazo, y se había alejado corriendo de su casa. No pudo escuchar los ruegos de su madre para que volviera, puesto que cuando esta los lanzó al aire, su hija ya estaba lejos de ahí.

Corrió sin descanso hasta llegar a un barrio que no conocía. Allí se detuvo y se puso a andar lentamente, sin rumbo. Su pelo de un rubio muy pálido, casi blanco estaba sujeto en dos moños de los cuales caían dos colas que llegaban hasta sus rodillas. Tenía unos ojos celestes muy vivos, pero que ahora estaban tristes. Llevaba un vestido largo con mangas hasta los codos, descubierto en los hombros, de color blanco y ceñido bajo el pecho con un discreto lazo. No sabía dónde ir, había huido de casa y no quería volver, de eso estaba segura. Pero en algún lugar tendría que pasar la noche. Siguió caminando por calles desconocidas, entre casas y barrios humildes.

De repente y por el rabillo del ojo le pareció ver a Indowen Sus largos cabellos rubios atados con un lazo, tal y como siempre los llevaba, y sus ropas le permitieron identificarla. La conocía del palacio: las dos eran doncellas de la corte. No tenían una relación muy personal, pero le parecía una chica muy sencilla y modesta, aunque quizá un tanto fría y antisociable. La verdad era que, al contrario que la mayoría de las doncellas Árë Vala que había en la corte, Indowen pasaba muy desapercibida y no se hacía mucho con la gente de su alrededor.

Isilwen también era un ángel del día, procedía de una antigua familia aristocrática con muchos títulos pero sin dinero; por eso su padre la había prometido con un chico rico; pero su poder como ángel no destacaba entre la multitud, era de una categoría muy normal.

Le pareció muy extraño encontrarla ahí, no parecía un escenario muy propicio para una chica de su nivel. Claro que, pensó para sí, tampoco era muy normal su propia presencia en aquellos barrios. Y decidió seguirla.

Pasaron por calles oscuras y silenciosas y más de una vez Isilwen tuvo que esconderse precipitadamente porqué Indowen se giraba insistentemente creyendo que alguien la seguía. Al doblar una esquina la chica del extraño peinado se paró en seco. Su perseguida había desaparecido...

De repente algo salto encima de ella y las dos figuras rodaron por el suelo.

La sombra que se había lanzado contra la pobre chica se fijó en su víctima.

- ¡Isilwen! ¿Qué haces aquí? – Exclamó. Indowen había subido a uno de los tejados de las viejas casa de aquella calle al descubrir que realmente alguien la estaba siguiendo, y cuando vio a su perseguidor debajo de ella saltó para atraparlo. Al ver de quien se trataba en realidad la ayudó a levantarse. – Perdona por atacarte así, pero creí que eras otro... humm... "tipo" de persona.

- No, tranquila, es mi culpa... No debí seguirte de esta forma.– dijo pasando su mano por al parte trasera de la cabeza, donde había recibido un buen golpe. - Oye, no sabía que podías hacer eso, eres muy ágil para ser doncella...

- ¿Por qué me seguías? – Preguntó Indowen cambiando de tema.

- Es qué... – Isilwen dudó antes de confesar la razón por la que paseaba por la calle a altas horas de la noche. – Me he escapado de casa.

- ¿Qué has hecho qué?

- He huido de casa. ¡Y no pienso volver! – Dijo ella con determinación.

- Pero... ¿por qué?

- Mi padre quiere obligarme a que me case con un desconocido. ¡Pero yo no quiero! ¡No puedo casarme por las buenas! Quiero conocer el amor, quiero soñar, ¡quiero ser feliz! – Calló de repente. – Lo siento, no sé por qué te cuento todo esto. No debe interesarte lo más mínimo, perdóname.

- No, tranquila. – Dijo Indowen con una sonrisa. - Oye, supongo que no tienes donde pasar la noche, ¿verdad? Si quieres puedes venir a mi casa. No es gran cosa, pero servirá.

- ¿En serio? ¡Muchísimas gracias! No sé como podré pagártelo.

- Eso no tiene importancia. Anda vamos, es por aquí. – Dijo cogiéndola de la mano. Aquella chica tenía algo especial que despertaba el instinto de protección de Indowen, podía ver su alma pura e inocente a través de aquellos brillantes ojos celeste. No dejaría que nada le hiciese daño, a partir de aquel momento ella sería su protegida.

Ò ------[ ------Ï Ò ------[ ------Ï

Hola de nuevo! Aquí tenéis otro capítulo que espero que os guste. Por favor, escribid reviews, ya sea con críticas, consejos, dudas, lo que sea... si no lo hacéis no puedo saber que pensáis de mi fic!

Gracias a Maria Beatriz y Selene por las opiniones. Espero volver a leeros ^^

Vocabulario (si me dejo alguna palabra me lo decís):

Nénwen: dama del agua

Isilwen: dama de la Luna

Indowen: dama del corazón.

Hasta pronto!! Matta ne!