Capítulo 11: Traición mental

Como era de esperarse, en el Gran Comedor Hermione se había sentado sí junto a Harry, pero no había dignado ni de una palabra a Ron. El motivo de pelea era inútil (como casi siempre), sí, pero Hermione estaba demasiado irritada como para pedir disculpas. Además, en todo el día no había tenido ni una pausa para estar a solas con Harry, y eso la fastidiaba. La única cosa con la cual se conformaba era que Harry le dirigía miradas pícaras de vez en cuando, a las cuales ella correspondía.

El resto de la tarde no fue peor que en la lección de Snape, pero tampoco mejor: Hermione en clases miraba de reojo a Harry, no podía dejar de contemplarlo, y se distraía repetidas veces pensando en las sensaciones que había probado en las mazmorras... ya llevaba dos veces que sufría de claustrofobia por breves momentos, aunque la primera vez no había sido ni tan pronunciada. Los profesores notaban esta distracción, y le llamaban la atención, cada vez más extrañados: durante esa última temporada, su alumna predilecta no había estado más que desatenta en clase. Pero claro, si hubiesen sabido que Hermione había tenido que convivir con la preocupación de que su historia podría no haberla recuperado más, y el tormento de no saber quién la tenía más las confusiones amorosas, la hubieran comprendido al instante.

Estaban en clases de Transformaciones, la última hora de la tarde. Tenían que convertir un hamster en un guante, y el que más lo estaba logrando (de los tres), era Harry, y no Hermione. La chica miraba con envidia a su novio, mientras las patas del hamster del chico se convertían en los espacios para los dedos. Su hamster, en vez, era escurridizo y Hermione no lograba hacerlo estar quieto.

- ¡Ya para! – exclamó, nerviosa porque cada hechizo que le hacía para detenerlo, el pequeño criceto lo evadía. Harry rió ligeramente, mientras que Hermione lo miró.

- ¿Te parece gracioso, verdad? – dijo mientras observaba el perfil de su chico. Los ojos esmeraldas se posaron en el criceto de la chica.

- Ja, sí, es que te ves como una niña pequeña tratando de agarrar su mascota – murmuró Harry, mientras ya su hamster se volvía casi completamente un guante (claro, a excepción de la naricita que aún sobresalía). A Hermione se le sonrojaron un poco las mejillas.

- ¡Es que este ratón no se queda quieto! – dijo Hermione, mientras que con la mano perseguía al animalito – ¡Petrificus Totalus! – exclamó alfin, congelando completamente al animal. Harry la miró sorprendido, al igual que todos: el hechizo de petrificación no estaba permitido en la clase de Transformaciones. Al notar todas las miradas de sus compañeros posadas en ella, Hermione se llevó las dos manos a la boca, con la varita entre ellas: se había olvidado completamente de una regla tan importante. ¿Cómo había sido eso posible?

- Señorita Granger – dijo la profesora McGonagall, mientras que con una expresión no diferente a la de los alumnos, se dirigía donde su alumna predilecta. – ¿Qué he dicho yo sobre ese hechizo...?

- Discúlpeme profesora, yo no quise hacerlo, de verdad, se lo juro, ¡en serio! ¡Lo lamento! – dijo rápidamente Hermione, quitándose las manos de la boca y negando con ellas. – Es que el ratón ese no se quedaba quieto ni un segundo, y no lograba detenerlo... Disculpe, en serio, ¡lo siento! – Hermione estaba muy nerviosa, la profesora McGonagall seguía con una expresión sorprendida, y tal vez, desaprobadadora.

- Ya que es la primera vez que sucede, en comparación a otros – dirigió una corta mirada a Neville – no le restaré puntos a Gryffindor. Pero la próxima vez, por favor, tenga más cuidado – dirigió una mirada severa a Hermione, justo antes de que sonara la campana de finalización de clases.

***

- Soy un fraude, soy un fraude, y soy un fraude – repitió Hermione al salir de la clase junto a Harry (Ron se había alejado para dirigirse donde Giselle), que trataba de subirle los ánimos.

- Dale, ni siquiera quitó puntos a Gryffindor, además, cualquiera se puede equivocar – dijo Harry mientras caminaban por un solitario pasillo.

- Sí Harry, cualquiera, pero no yo – dijo Hermione con resentimiento, y suspirando. Harry la detuvo tomándola de los hombros.

- ¿No me digas que te tomaste en serio lo de Ron, o sí? – dijo mirándola a los ojos. Hermione apartó la mirada a un lado. – Oh vamos Hermione, sabes que él siempre bromea, no quería ofenderte.

- Bueno pues, logró todo lo contrario a sus propósitos. Uf, soy un fraude, ¿ya ves? Hasta me ofendo por nada – murmuró Hermione cruzándose de brazos. Harry le subió la cabeza por la barbilla, y acercó su rostro al de Hermione.

- Prométeme que dejarás de pensar de que eres un fraude, ¿sí? Mira que eso no es verdad, tú eres la mejor chica del mundo que he conocido – Hermione sonrió después de tantas horas de enfado, y recibió con gusto el beso de Harry.

Hermione finalmente pudo sentir de nuevo los labios de Harry contra los suyos, y pudo sentir el empalagoso sabor del Gryffindor en su boca, cuando el chico introdujo su lengua. Ésta empezó a entrelazarse con la de la chica, que no esperó para ponerle por instinto una mano en la mejilla, mientras que el chico le seguía tomando de los hombros. El beso era manso al inicio, pero después empezó a agitarse aún más y más, al igual que sus corazones. Entregaban saliba, compartían ese pequeño trozo de ellos, sus manos ahora jugueteaban por diversas partes del cuerpo, hasta que alguien tuvo que interrumpir el precioso momento.

- Ohh, pero qué veo, ¡dos tortolitos en acción! – se oyó una voz desagradable que hizo erizar los vellos de la nuca a Hermione y Harry. – Qué escena más romántica he visto.

- Malfoy... – murmuró Hermione después de separarse de Harry, como si lo que pronunciara fuese excremento, al notar a Draco con una sonrisa terriblemente divertida a unos pocos metros de ellos dos. Harry lo miraba de la misma manera que de Hermione, aunque con más intensidad.

- Quién dijo mojón para que salieras a flote – dijo Harry entre dientes. Draco lo continuó mirando divertido, impasible al insulto apenas dicho por Harry.

- Vaya vocabulario el tuyo, Potter – dijo arrastrando las sílabas – eso es lo que pasa cuando se pasa toda una vida con... semejante compañía – echó una mirada de repugnancia hacia Hermione. – Lástima que no comprendas lo que en verdad vale la pena.

- Yo comprendo más de lo que tú crees, Malfoy – dijo Harry frunciendo sus cejas – y sé muy bien que esta persona que está al lado mío, y que es mi novia, vale mucho más de todo el dinero sucio que tu familia pueda tener – Hermione miró a Harry contenta, y después a Malfoy con triunfo; no podía más que admirar las palabras de Harry y sonrojarse ligeramente.

- Oh, ya veo – dijo Malfoy, al parecer se había quedado sin palabras, pero su rostro no cambiaba esa expresión de "A mí no me superas" y de "Me da igual" – supongo que darías todo por el pobretón y por esta escoba andante. ¿Y si ella te engañase? – Harry frunció aún más el ceño.

- Hermione nunca haría tal cosa – fue lo único que salió de la boca de Harry. Draco alzó las cejas guiñando maliciosamente, y se acercó un poco más a ellos.

- ¿Seguro? – siseó – ¿Es que no te ha contado nada la Granger? – Harry miró a Draco con una expresión de completa incomprensión. – Ja, ya lo sabía. De seguro teme cómo tu puedas reaccionar ante la noticia – Draco dirigió una mirada rápida a Hermione, que lo miraba extrañada: no entendía nada tampoco ella. Empezó a buscar rápidamente en cada rincón de su memoria algo que justificara ese argumento, y al recordar dos simples palabras palideció: el beso. Hermione tenía que impedirlo. Si él lo llegaba a saber, siendo tan celoso, llegaría a cumplir la venganza de la cual había hablado antes, y se metería en un grave problema.

- Harry, no le hagas caso y dejémoslo con sus estúpidas ocurrencias – dijo Hermione tomando dulcemente a Harry del brazo, y mirando a Draco algo nerviosa y muy furiosa, siempre con el ceño fruncido. Harry no hizo caso a lo que dijo Hermione.

- No, Hermione, quiero ver lo que se inventa ahora este idiota – murmuró Harry, viendo con odio a Draco, quien los miraba con más diversión aún, y con su típico guiño.

- Ja ja ja Potter, es que si te lo cuento, no me crees. Tu querida noviecita no es tan fiel como crees, ella ya me ha besado – Harry frunció el ceño, completamente escéptico y extrañado, ante la cara divertida de Draco. Después miró a Hermione, que no hacía más que ver a Draco con una mirada tremendamente enfadada.

- En serio Malfoy, deberías visitar a un psiquiatra. Veo que ahora sí que estás dando los números  – dijo Harry. Draco lo miró con expresión impasible ante la tonta ironía de Harry, que según él la catalogaba como pésima.

- Ja, aprende a aceptar la verdad Potter. ¿Por qué no pruebas a preguntarle a ella? Mira como tiembla por miedo a que te convenzas de que es verdad – Harry ya no tenía una expresión de ironía; ahora miraba a Hermione con algo de duda. La chica miraba a Draco maldiciéndolo mil veces.

- ¿Es cierto eso, entonces? – preguntó Harry, inseguro.

- ¡Pero cómo puedes creer! – dijo Hermione, indicando a Draco – ¡Estamos hablando de David! ¿Le vas a creer a ese? ¿A ese imbécil? Vamos, ni siquiera tiene la suficiente capacidad de entender lo que... – Hermione se calló de golpe al notar los ojos de los dos chicos completamente abiertos y posados en ella. Harry y Draco habían cambiado sus dos expresiones del rostro completamente diferentes a una totalmente análoga: incompresión. Hermione no entendía el cambio repentino de los dos chicos, y se sonrojó rápidamente. Hasta que se dio cuenta de...

- ¿Cómo fue que lo llamaste? – dijo Harry con aire aún asombrado y extrañado.

- Sí, ¿cómo fue que me llamaste? – dijo Draco con acento completamente indignado. – Llamarme a mí con tal nombre muggle... – Hermione miró a uno, luego a otro, nerviosa: ¿por qué lo había llamado David?

- Eh, ah... y-yo, bueh... emh... – balbuceó Hermione. No sabía qué decir. Ja, pero qué ironía: en el momento cumbre de una discución que podría dañarle la relación con su chico, le tenía que salir semejante tontería. De repente unas campanas sonaron a lo lejos, tocando las cinco y un cuarto de la tarde. Draco miró su reloj y luego echó una última mirada a la pareja.

- Apréndete mejor los nombres, Granger. Aún después de siete años mira lo que cometes. Osea – se dio media vuelta, y se alejó del lugar sin más nada que decir. Harry murmuró algo como idiota y luego notó a Hermione pensativa.

- ¿Qué pasa? – preguntó; pero Hermione le respondió con otra pregunta.

- ¿Desde cuándo hay campanas en Hogwarts?

***

Después de aquel inconveniente con Draco, Harry tuvo que irse para hacer práctica de Quidditch, mientras que Hermione se dirigió obviamente a la biblioteca. Mientras paseaba por el pasillo que muy bien conocía que dirigía directamente a la biblioteca, empezó a observar cosas extrañas en él, cosas diferentes a las de siempre: algunos dibujos de las enormes ventanas habían cambiado como por ejemplo de simples colores verde oscuro, a colores verde claro; una ventana en lo alto en vez de tener pintado un león, tenía pintado una pantera; y así sucesivamente. Hermione no entendía ya más nada: sensaciones de claustrofobia, alucinaciones (ojos azules de Harry, techo restringido), cambio de nombre hacia otra persona... no estaba comprendiéndose para nada. Sacudió su cabeza cuanto pudo, para alejar esos pensamientos, mientras ya llegaba a la entrada de la biblioteca.

- ¡Oh, señorita Granger! – dijo madame Pince al verla pasar delante de su escritorio – ¡Qué gusto verla por aquí! – Hermione la miró extraña: o la vejez le estaba pegando duro a la cabeza o tal vez madame Pince quería hacer un diferente saludo al monótono de todos los días, porque saludarla de esa manera tan vivaz, viéndola dos veces por día...

- Emh... sí, claro, qué gusto también – murmuró Hermione, mientras se dirigía a su mesa favorita. Posó el morral en ella, y sacó con cansancio los libros que necesitaba para hacer la tarea. Leyó sus anotaciones en murmullos.

- Pociones, Transformaciones, Astronomía, Cuidado de las Criaturas Mágicas, Historia de la Magia... – apoyó el pedazo de pergamino a un lado, y luego bufó: no sabía por donde comenzar, porque cada materia llevaba su parte pesada (ni hablar de Transformaciones). Tal vez empezaría por Historia de la Magia, ya que le parecía interesante.

Buscó en su morral (que asombrosamente estaba desordenado) el libro de dicha materia, y lo abrió en la página donde se encontraban los ejercicios por hacer: quince preguntas sobre el capítulo dieciocho del libro, una más difícil que la otra. Hermione suspiró, contando las páginas que para más tenía que estudiar: seis en total. Y aunque esas páginas le hubieran debido parecer pocas a Hermione, ahora en verdad parecían más de lo que ella podía permitirse. La chica cerró el libro de golpe, y lo puso a un lado.

Cogió después el libro de Cuidado de Criaturas Mágicas, que por suerte esta vez no mordía ni hacía nada. Hagrid les había dado para estudiar unas cuantas páginas, y hacer un resúmen de ellas; la cosa era pan comido para Hermione, así que buscó la página y empezó a leer.

Aunque fueran nada más tres páginas, Hermione tardó media hora para leerlas, que era en vez cosa rara en ella: normalmente material de esa cantidad se lo terminaba en diez minutos. Y lo peor, era que no había entendido nada, en el sentido de que no había prestado atención a lo que leía, ya que su mente se había ido a volar por los aires y no había hecho caso a lo que había repasado.

Aún así cogió un pedazo de pergamino y puso el título de lo que trataba el resúmen. Empezó a escribir una corta frase, pero luego se detuvo, y apartó la pluma para que el pergamino no se manchara: no sabía cómo resumir lo que había leído, ya que no había entendido mucho del contexto. Así que pasó las páginas del libro de nuevo, y en vez de explicar sobre lo que trataba el tema con palabras suyas, copió varias oraciones del libro: cosa muy curiosa, porque ella tenía un vocabulario muy extenso, y a la hora de expresarse al explicar ciertos temas, recurría a palabras propias; y no como ahora, que había sólo copiado casi todo del libro, cambiando sí o no unas pocas palabras.

Al acabar de escribir la última palabra, miró lo que había escrito: releyéndolo, quedó sumamente pasmada. Se había expresado terriblemente, como si la que hubiese escrito no hubiese sido ella, sino un niño de nueve años; además de que habían muchas manchas de tintas por todos lados, y tachones nunca antes vistos en un trabajo de Hermione. Pero, increíblemente, a ella le daba igual como luciera; estaba cansada, y al menos había cumplido con su trabajo.

- Bueno, lo que cuenta es la intención, ¿no? – murmuró Hermione. Cosa muy extraña, porque ella siempre había estado muy contraria a eso, y había siempre pensado que "Si uno tiene que hacer las cosas, es mejor hacerlas bien y no mal, porque si no, la intención de hacerlas no cuenta".

***

El resto de las tareas, Hermione simplemente no las había hecho. Se había sentido tan cansada, que no le habían venido ganas de hacer nada más, así que había decidido dirigirse hacia su habitación y dormir por un tranquilo par de horas.

Cargando en los brazos la pesada mochila, subió las escaleras gracias a las últimas energías que su cuerpo le daba. Evitando caer en las traviesas trampas de las escaleras, finalmente llegó al pasillo que dirigía a la torre de Gryffindor. Al llegar, pasando por alto el depósito del que aún no podía olvidarse, murmuró la contraseña a la señora Gorda, que no se encontraba en su lugar. Después de unos minutos, la mujer del retrato apareció.

- Disculpa, tuve que hacer unas diligencias – lejos de preguntarse qué diligencias podría tener que cumplir un personaje de un retrato, Hermione murmuró la contraseña nuevamente.

- Potentissimis.

Finalmente pudo pasar. Se extrañó cuando al entrar no encontró el chorrero de niños de primero a tercero conversando animadamente, normalmente a esas horas de la noche. Aún faltaban tres cuartos de hora para ir a la cena, pero tal vez, los chiquillos se habían querido adelantar a ella.

Subió las escaleras que dirigían al dormitorio femenino, y rápidamente se dirigió a su habitación. Abrió la puerta sin percatarse de que en esta decía nada más "H. GRANGER", y al entrar dejó caer el morral a sus pies, del asombro.

La habitación que ella por siete largos años había compartido con dos chicas, había sido cambiada completamente: llevaba en vez de tres camas, una sola. En vez de estar ordenada como siempre, llevaba muchas cosas regadas por el piso, como ropa y demás. La cama era del todo diferente a la suya, su armario estaba en un lugar diferente al de siempre, y su escritorio se había vuelto una antigua peinadora.

No pudo evitar gritar, al darse cuenta de que esa habitación era la perfecta descripción... de la de Hillary.