Unas breves aclaraciones: Harry Potter no es propiedad de una
servidora, ni lo son Hogwarts ni ninguno de los personajes que por
ella pululan, soy pobre, muy desgraciada y mi único medio de
entretenimiento consiste en escribir este pequeño relato con
personajes prestado por la gran JK Rowling, no pretendo enriquecerme a
su costa, ni muchísimo menos.
Quiero dar las gracias a las dos amables personas que me han dejado sus reviews, decir que me siente halagada es quedarse corto. Gracias por hacerme una mujer feliz.
REYIEL: No sufras, la tortura ha acabado y a partir de ahora Snape está en buenas manos, jejeje, respecto a Harry, aparecerá. Dame tiempo para que la historia se asiente y pueda hacer una rentrée digna, de momento anda por Europa tratando de mantener a raya a los pocos gigantes malvados que quedan por allí.
Capítulo 3. La Huida.
"Tengo que salir de aquí, tengo que hacer un último esfuerzo, no debo rendirme, ahora no. Si pudiera reunir fuerzas para. " Snape hizo un último esfuerzo por librarse de las cuerdas que le sujetaban las muñecas pero el áspero contacto de la rafia sobre su piel, en carne viva, estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento de nuevo. "No debo rendirme" abrió los ojos lentamente, intentando enfocar. Conocía palmo a palmo la habitación donde lo mantenían, oscura, húmeda, sin ventilación alguna y con una única puerta, cerrada por pesados candados desde el exterior. Snape no tenía la más mínima posibilidad de salir de allí caminando, nunca podría reunir las fuerzas suficientes para abrir esa puerta, no sin magia, y sus captores se habían encargado el primer día de quitarle su varita mágica. El primer día. "¿Cuánto tiempo llevo aquí?" Había perdido la noción del tiempo hacía semanas, meses tal vez. Sin referencias de la salida o puesta del sol no había forma alguna de contabilizar el paso de los días. Ni siquiera las visitas de sus captores para darle de comer, apenas un trozo de pan y algo de agua, o para torturarle servían como referencia. Lo habían drogado demasiadas veces, no con pociones que pudiera identificar, eso seguro, algo que mezclaban en su bebida, insípido, incoloro, pero que lo mantenía medio adormilado la mayor parte del tiempo, excepto cuando lo torturaban, claro está, entonces se aseguraban de tenerlo bien despierto, para que no se perdiera nada del dolor, del terrible sufrimiento que tan hábilmente le inflingían. Snape hizo un último esfuerzo por incorporarse, con la piernas temblando, apenas capaces de soportar su propio peso o de moverse articuladamente, dio un par de pasos hacia la puerta antes de desplomarse de nuevo, su cuerpo cayó cuan largo era sobre el duro suelo y con las manos atadas a la espalda no pudo hacer nada por amortiguar el golpe. Era inútil. Moriría allí, torturado hasta su último día, y probablemente olvidado por aquellos que alguna vez habían luchado a su lado. Si por lo menos tuviera su varita, si pudiera hacer magia. Snape levantó la cabeza, sacudido por una idea repentina. ¡Pues claro! ¡Podía hacer magia! "Estúpido y arrogante profesor Snape", pensó para sí mismo, "¿Cómo has permitido que el dolor te nublara los sentidos de esta manera?" Vacilante, se incorporó, apoyando la espalda contra el muro de piedra usó la pared para izarse poco a poco hasta ponerse de pie, un sudor frío comenzó a recorrerle el cuerpo tras el esfuerzo. Sentía los latidos de su corazón en todas y cada una de las heridas y un acceso de náusea estuvo a punto de doblarlo en dos. Con un último esfuerzo levanto la cabeza, ignorando el ensordecedor zumbido de sus oídos y miró al frente con determinación. "Si he de morir, al menos que sea en Hogwarts, y no en un calabozo infecto como un animal apestado" Cerró los ojos y apretó los puños en un intento desesperado por concentrarse. "Adiós, idiotas"
--- /---
El frío y la humedad lo sacaron de su trance, levantó ligeramente la cabeza y miró a su alrededor. Era de noche y estaba tendido sobre un suave colchón de hierba, hierba mojada. Sin duda había estado lloviendo. Snape intentó levantarse, sentándose primero y flexionando las piernas poco a poco para impulsarse hasta una posición erguida, sus músculos protestaron por el esfuerzo pero finalmente consiguió ponerse en pie torpemente. Tenía que salir de allí cuanto antes, el bosque oscuro no era un lugar recomendable de noche, sin varita mágica con que protegerse de sus criaturas y maniatado. Arrastrándose más que caminando, se dirigió lenta pero determinadamente hacia la cabaña de Hagrid. Necesitaba, a toda costa, que alguien lo ayudara. Con una sola idea en la cabeza Snape eligió entre las diversas herramientas que colgaban de las paredes externas de la cabaña hasta encontrar una lo suficientemente afilada y comenzó a frotar sus ligaduras contra el filo, sin preocuparse por los posibles cortes que pudiera hacerse en las manos. Hagrid no estaba, "tal vez esté en Hogsmeade, o en el despacho de Dumbledore" Snape trató de justificar su ausencia. Poco importaba realmente, lo único importante ahora era llegar hasta el director, hasta alguien que lo guiara al director. Las cuerdas cayeron finalmente a sus pies, Snape se acarició lentamente las muñecas, tratando de que la sangre circulara de nuevo por sus tumefactas manos, se apoyó en la pared de la cabaña, respirando con lentitud, reuniendo las fuerzas necesarias para acometer la empinada cuesta que le separaba del castillo. "Ya casi estás, venga Severus, un último esfuerzo".
Paso a paso, con determinación, Snape se dirigió hacia Hogwarts, la mirada fija en su objetivo, ignorando el cada vez más acuciante dolor de sus huesos. "Ya está, ya está, puedo ver el acceso a las mazmorras, un paso más". Sus temblorosas manos accionaron el mecanismo secreto y la puerta que daba paso a las mazmorras, y a su propio despacho se abrió con suavidad. Por un momento Snape pensó que ese era el fin, un temblor sacudió todo su cuerpo y una nueva oleada de náusea le hizo inclinarse hacia delante. Las manos sudorosas, la mirada nublada, Snape recorrió los pocos metros que le separaban de su despacho y franqueó la puerta. Había alguien allí, una mujer, de espaldas. Snape no la conocía, aunque algo en su porte le resultaba familiar, abrió la boca intentando pedir la ayuda que tanto necesitaba, pero su garganta parecía negarse a responder la orden imperativa de su cerebro. En ese momento, la joven se giró sobresaltada, Snape la vio sólo un segundo, una expresión alarmada en el rostro que ahora sí reconoció.
¿Granger?
Sus músculos cedieron al fin, y el zumbido de los oídos subió de volumen hasta ensordecerlo por completo: "Se acabó" es todo lo que tuvo tiempo de pensar justo antes de caer al suelo inconsciente.
Quiero dar las gracias a las dos amables personas que me han dejado sus reviews, decir que me siente halagada es quedarse corto. Gracias por hacerme una mujer feliz.
REYIEL: No sufras, la tortura ha acabado y a partir de ahora Snape está en buenas manos, jejeje, respecto a Harry, aparecerá. Dame tiempo para que la historia se asiente y pueda hacer una rentrée digna, de momento anda por Europa tratando de mantener a raya a los pocos gigantes malvados que quedan por allí.
Capítulo 3. La Huida.
"Tengo que salir de aquí, tengo que hacer un último esfuerzo, no debo rendirme, ahora no. Si pudiera reunir fuerzas para. " Snape hizo un último esfuerzo por librarse de las cuerdas que le sujetaban las muñecas pero el áspero contacto de la rafia sobre su piel, en carne viva, estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento de nuevo. "No debo rendirme" abrió los ojos lentamente, intentando enfocar. Conocía palmo a palmo la habitación donde lo mantenían, oscura, húmeda, sin ventilación alguna y con una única puerta, cerrada por pesados candados desde el exterior. Snape no tenía la más mínima posibilidad de salir de allí caminando, nunca podría reunir las fuerzas suficientes para abrir esa puerta, no sin magia, y sus captores se habían encargado el primer día de quitarle su varita mágica. El primer día. "¿Cuánto tiempo llevo aquí?" Había perdido la noción del tiempo hacía semanas, meses tal vez. Sin referencias de la salida o puesta del sol no había forma alguna de contabilizar el paso de los días. Ni siquiera las visitas de sus captores para darle de comer, apenas un trozo de pan y algo de agua, o para torturarle servían como referencia. Lo habían drogado demasiadas veces, no con pociones que pudiera identificar, eso seguro, algo que mezclaban en su bebida, insípido, incoloro, pero que lo mantenía medio adormilado la mayor parte del tiempo, excepto cuando lo torturaban, claro está, entonces se aseguraban de tenerlo bien despierto, para que no se perdiera nada del dolor, del terrible sufrimiento que tan hábilmente le inflingían. Snape hizo un último esfuerzo por incorporarse, con la piernas temblando, apenas capaces de soportar su propio peso o de moverse articuladamente, dio un par de pasos hacia la puerta antes de desplomarse de nuevo, su cuerpo cayó cuan largo era sobre el duro suelo y con las manos atadas a la espalda no pudo hacer nada por amortiguar el golpe. Era inútil. Moriría allí, torturado hasta su último día, y probablemente olvidado por aquellos que alguna vez habían luchado a su lado. Si por lo menos tuviera su varita, si pudiera hacer magia. Snape levantó la cabeza, sacudido por una idea repentina. ¡Pues claro! ¡Podía hacer magia! "Estúpido y arrogante profesor Snape", pensó para sí mismo, "¿Cómo has permitido que el dolor te nublara los sentidos de esta manera?" Vacilante, se incorporó, apoyando la espalda contra el muro de piedra usó la pared para izarse poco a poco hasta ponerse de pie, un sudor frío comenzó a recorrerle el cuerpo tras el esfuerzo. Sentía los latidos de su corazón en todas y cada una de las heridas y un acceso de náusea estuvo a punto de doblarlo en dos. Con un último esfuerzo levanto la cabeza, ignorando el ensordecedor zumbido de sus oídos y miró al frente con determinación. "Si he de morir, al menos que sea en Hogwarts, y no en un calabozo infecto como un animal apestado" Cerró los ojos y apretó los puños en un intento desesperado por concentrarse. "Adiós, idiotas"
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El frío y la humedad lo sacaron de su trance, levantó ligeramente la cabeza y miró a su alrededor. Era de noche y estaba tendido sobre un suave colchón de hierba, hierba mojada. Sin duda había estado lloviendo. Snape intentó levantarse, sentándose primero y flexionando las piernas poco a poco para impulsarse hasta una posición erguida, sus músculos protestaron por el esfuerzo pero finalmente consiguió ponerse en pie torpemente. Tenía que salir de allí cuanto antes, el bosque oscuro no era un lugar recomendable de noche, sin varita mágica con que protegerse de sus criaturas y maniatado. Arrastrándose más que caminando, se dirigió lenta pero determinadamente hacia la cabaña de Hagrid. Necesitaba, a toda costa, que alguien lo ayudara. Con una sola idea en la cabeza Snape eligió entre las diversas herramientas que colgaban de las paredes externas de la cabaña hasta encontrar una lo suficientemente afilada y comenzó a frotar sus ligaduras contra el filo, sin preocuparse por los posibles cortes que pudiera hacerse en las manos. Hagrid no estaba, "tal vez esté en Hogsmeade, o en el despacho de Dumbledore" Snape trató de justificar su ausencia. Poco importaba realmente, lo único importante ahora era llegar hasta el director, hasta alguien que lo guiara al director. Las cuerdas cayeron finalmente a sus pies, Snape se acarició lentamente las muñecas, tratando de que la sangre circulara de nuevo por sus tumefactas manos, se apoyó en la pared de la cabaña, respirando con lentitud, reuniendo las fuerzas necesarias para acometer la empinada cuesta que le separaba del castillo. "Ya casi estás, venga Severus, un último esfuerzo".
Paso a paso, con determinación, Snape se dirigió hacia Hogwarts, la mirada fija en su objetivo, ignorando el cada vez más acuciante dolor de sus huesos. "Ya está, ya está, puedo ver el acceso a las mazmorras, un paso más". Sus temblorosas manos accionaron el mecanismo secreto y la puerta que daba paso a las mazmorras, y a su propio despacho se abrió con suavidad. Por un momento Snape pensó que ese era el fin, un temblor sacudió todo su cuerpo y una nueva oleada de náusea le hizo inclinarse hacia delante. Las manos sudorosas, la mirada nublada, Snape recorrió los pocos metros que le separaban de su despacho y franqueó la puerta. Había alguien allí, una mujer, de espaldas. Snape no la conocía, aunque algo en su porte le resultaba familiar, abrió la boca intentando pedir la ayuda que tanto necesitaba, pero su garganta parecía negarse a responder la orden imperativa de su cerebro. En ese momento, la joven se giró sobresaltada, Snape la vio sólo un segundo, una expresión alarmada en el rostro que ahora sí reconoció.
¿Granger?
Sus músculos cedieron al fin, y el zumbido de los oídos subió de volumen hasta ensordecerlo por completo: "Se acabó" es todo lo que tuvo tiempo de pensar justo antes de caer al suelo inconsciente.
