Sonó el timbre. Gaidel dejó de ordenar sus libros en la estantería recién montada y fue a abrir la puerta. Una Kanako cambiada después de todo un verano sin verse, más morena y con un aspecto en cierto modo más adulto aunque igual de inocente, esperaba tras la puerta, cargada de maletas. Las dejó caer para abrazar efusivamente a Gaidel y luego a Goenitz, que estaba pocos pasos más allá, ordenando la cocina-salón. Durante el verano solo habían hablado por teléfono, y tan solo un par de veces para aclarar algunas cosas del piso.

-¡Cuánto tiempo!- exclamó la muchacha con su siempre suave voz.- ¿Qué tal estáis?

Kanako volvió a por las maletas, aunque Gaidel ya estaba cargando 2 de ellas, mientras echaba un vistazo general al piso. Goenitz se puso en pie y se encargó de otra maleta.

-El piso no está tan mal... Me gusta.

-Es demasiado pequeño.- dijo Goenitz.

-Es bonito, bien iluminado y está bien situado...- sonrió Kanako.- No necesitamos más.

Kanako cogió la última maleta y la metió a su habitación, donde los chicos ya habían dejado las otras 3.

-Eh, Kanako.- Goenitz habló desde la entrada.- ¡Te has traído el gato!

Goenitz cogió el transportín donde estaba encerrado un gato negro de brillantes ojos verdes y abrió la portezuela. El animal saltó por encima de Goenitz y salió corriendo.

-¡Me ha arañado! Este bicho me odia...

Gaidel estalló en carcajadas.

-Lo siento...- dijo Kanako, avergonzada.- El pobre solo intentaba escapar...

-¡No es tu culpa, Kanako!- exclamó Gaidel entre risas.- Goenitz, ¿cómo quieres que el gato no te odie si lo intentaste asfixiar? ¡Te está bien empleado!

-Sólo quería comprobar cuánto aguantaba sin respirar antes de perder el conocimiento...- se justificó Goenitz, sin demasiado interés en si resultaba creíble o no.- Era una curiosidad científica.

-Los estudiantes de Medicina sois todos unos sádicos.- apuntó Gaidel.- Si hasta os dan una licencia para profanar tumbas...

-Y los de Biología sois unos abraza-árboles- se defendió Goenitz.

Gaidel tomó en brazos al gato.

-Y a mucha honra. Al menos mientras se abraza a un árbol no se lo corta.

Goenitz soltó una carcajada falsa.

-Siempre has sido tan idealista... Crees que tú solo puedes cambiar el mundo. No te das cuenta de que por cada persona que abraza un árbol hay 1.000.000 que lo cortan.

-Como tú, ¿no?- bromeó Gaidel, imitando la típica sonrisa de su compañero.

-A mi sí me importa, pero yo pienso a lo grande y actúo a lo grande. Los problemas hay que arrancarlos de raíz.

-No, en realidad tu filosofía es la ley del mínimo esfuerzo. En vez de esforzarte por cambiar las cosas es más fácil destruirlas, ¿no es cierto? Deja que te diga una cosa: Aunque la lección sea difícil de aprender, una vez aprendida no se olvida, en cambio si no queda nadie para recordarla, el pasado se repetirá.

-Eso lo has leído en la puerta de un baño público, ¿verdad?

-Chicos...- intervino Kanako con voz de mediadora.- No empecéis otra vez... Siempre estáis igual

-Es mi forma de darle la bienvenida.- sonrió Gaidel.- No sabes cómo he echado de menos durante el verano estas discusiones pseudointelectuales.

-Pues yo era feliz hasta que volviste con esa forma de ver el mundo tan... irreal... Parece que para ti todo sea perfecto... Todo te lo tomas a broma.

-Eso no es cierto- repuso la muchacha defendiendo a su amigo- Yo creo que Gaidel...

-Tú siempre le das la razón.- interrumpió Goenitz.- Pero es igual. Al final reconoceréis que tengo razón. Nadie puede escapar de su destino.

Gaidel miró a Kanako con una sonrisa pícara y esta frunció el ceño con enfado fingido.

-¿Ves? Yo gano- rió Gaidel.- ¿No te dije ayer por teléfono que no iba a tardar más de 5 minutos en hablar de destino?

Kanako sacó el monedero y le dio un billete a Gaidel.

-Sí, lo dijiste, lo dijiste.

Gaidel rechazó el dinero de Kanako mientras soplaba para apartarse un mechón de pelo de la cara.

-Déjalo.- sonrió.- Me llega con ver la cara de asesino que acaba de poner Goenitz al enterarse que hemos hecho apuestas sobre él.

Kanako se quedó seria de repente y se acercó a Goenitz, preocupada.

-No te habrás enfadado, ¿verdad?

Goenitz le pasó la mano por encima del hombro.

-Por supuesto que no... Las tonterías propias de niños de 5 años no me afectan, sólo me preocupa que alguien como tú, tan dulce e inteligente, se esté dejando llevar por las chiquilladas de éste, al que le haría falta aprender un poco de saber estar.

Kanako miró a Goenitz, incrédula.

-¿Yo me dejo llevar? Quizás algún día tengas suerte y te des cuenta de que eres una marioneta.

La muchacha habló con decisión, pero luego no pudo evitar sonrojarse y bajar la cabeza. Siempre había tenido miedo a decir lo que pensaba y por eso mucha gente pensaba que no tenía personalidad.

-Todos somos marionetas del destino.- respondió Goenitz con tono arrogante.

-Gaidel... Sólo apostábamos a la primera vez que lo dijese, ¿verdad?

Gaidel se había distraído jugando con el gato.

-Eh... Pues... Sí, por qué no.- volvió a prestarle atención al gato, que se había enganchado con sus finas y afiladas garras a la manga de su jersey.- Hey... Pantera... ¡Pantera!- le pasó la mano por encima de la cabeza un par de veces.- He aquí la feroz pantera negra... Observen cómo da caza a la indefensa presa. Una vez que la sujeta con sus potentes garras no la soltará hasta haberla rematado...

Gaidel dejó de jugar con el gato al oír una carcajada ahogada. Vio a Kanako aguantando la risa como podía y a Goenitz observando con vergüenza ajena. Ahora fue Gaidel quien no pudo evitar sonrojarse.

-¿Vosotros no estabais hablando de algo?- no obtuvo reacción por parte de sus amigos.- Vale, sí, creo que he hecho el ridículo, he visto demasiados documentales, lo reconozco, ahora dejad de mirarme así...- se volvió hacia el gato y sacudió el brazo donde este seguía enganchado.- Y tú, Gato, me estás clavando las uñas...

-Deja, yo te ayudo.- se ofreció Goenitz, agarrando al felino por los cuartos traseros y tirando de él.

-¡Suéltalo! ¡Lo vas a matar!- exclamó Kanako, demostrando que ella también tenía unas potentes cuerdas vocales.

-¡Bestia!- aulló Gaidel.- ¿No ves que así me clava más las uñas?

Finalmente, el animal se soltó y salió corriendo para esconderse bajo el sofá.

-Vaya... Otra camisa más al garete...- dijo Gaidel con resignación, mirando la manga hecha jirones.- Deberías cortarle las uñas al gato, Kanako-chan.

-Gaidel, estás sangrando mucho.- murmuró Kanako.

El muchacho apartó los restos de la manga, dejando al descubierto cuatro hendiduras rosadas de las que comenzaba a manar sangre.

-Oh, bueno... Gajes del oficio. ¿Tenemos agua oxigenada?

-Quizás deberías bajar al hospital.- sugirió Kanako.- Tiene muy mala pinta.

-Qué va.

-Bueno. Creo que tengo el botiquín por aquí...

Kanako rebuscó entre sus maletas y finalmente sacó un pequeño botiquín de primeros auxilios. Se acercó a Gaidel, que estaba en el baño lavándose las heridas. Le pidió que extendiese el brazo y, cuidadosamente, empezó a limpiarle los arañazos con algodón empapado en agua oxigenada.

-¿Te duele mucho?

-Pica algo, pero sobreviviré, créeme.

-Voy a vendarte, ¿vale?

-Tendrías que haber estudiado enfermería en vez de Económicas, esto se te da bien.

-Gracias...- se sonrojó la joven, mientras sacaba un algodón limpio para limpiar la sangre antes de vendarlo. De repente, Kanako se quedó inmóvil, pálida, mirando el brazo herido de su compañero de piso.

-¿Kanako?- preguntó Gaidel con tono preocupado.

-Cuánta sangre...- murmuró ausente.- ¿Por qué lo ha hecho?

-¿Qué?

La respiración de la muchacha sonaba cada vez más agitada y sus ojos se pusieron brillantes con las lágrimas. Su cara reflejaba entre ira y desesperación. Dejó caer el algodón al suelo y se dio la vuelta para encararse con Goenitz.

-¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡No tienes corazón! ¡Eres un maldito psicópata! ¡Todo ha sido culpa tuya!

Estaba fuera de sí. Sujetó a Goenitz por la camisa para ponerse a su altura y clavó su mirada en la de él. Goenitz la apartó de un empujón no muy fuerte, pero que la hizo tropezar y caer de culo al suelo. Se recolocó el cuello de la camisa con un deje altivo.

-Tranquilízate, Kanako-chan, estás montando una escena por un simple rasguño, y yo sólo intentaba ayudar, no sabía que el bicho ese se iba a sujetar más fuerte.

Por supuesto, eso no era del todo cierto. Cualquiera podría haber previsto la reacción del animal. Kanako se puso en pie, más tranquila, pero todavía con lágrimas en los ojos. Parecía avergonzada.

-Lo siento... Lo siento de veras... Es que... No sé... Empecé a imaginarme cosas raras y... Es que tengo una imaginación demasiado activa... Pensaréis que estoy loca... Lo siento... Lo siento tanto...

Kanako se dio la vuelta hacia su habitación.

-Disculpadme, tengo que deshacer el equipaje...

Gaidel terminó de atarse el vendaje mientras observaba, sorprendido. Goenitz habló con cierto desprecio.

-Estos bastardos están todos fatal...

Gaidel miró a Goenitz con una cara de enfado que no era típica de él. Normalmente solía pensar que su amigo era un poco arrogante, nada más, pero a veces le daba la impresión de que no le importaban los demás en absoluto. Sin articular palabra, se dirigió a la habitación de Kanako. No entendía por qué Goenitz había hecho aquel comentario de forma que su amiga pudiese oírlo. Además, técnicamente Kanako no era técnicamente lo que se solía llamar bastardo, su padre era medio humano, eso era todo. De hecho, incluso Goenitz tenía antepasados humanos, aunque tratase de mantenerlo en secreto, como si fuese una vergüenza. Era irónico que precisamente él, Gaidel, a quien no le importaba todo aquello lo más mínimo, fuese uno de los descendientes de Orochi con una sangre más pura. Solo había otra familia con un linaje tan "inmaculado", y esa era la a la que teóricamente pertenecería el muchacho en el que renacería Orochi. De todos modos, Gaidel siempre había ignorado por completo esos temas y no comprendía cómo se podía despreciar a alguien por ese detalle. Kanako lo había pasado muy mal por ser descendiente de Orochi y de la familia Nanakase, portadores del poder de la Tierra, y no poseer ninguna capacidad especial. Desde pequeños, sus hermanos habían hecho gala de una fuerza física innata así como de otras habilidades, que se habían incrementado al aprender a controlar la energía de la Tierra. En cambio ella siempre había sido bastante débil y torpe, incluso para un humano. Aquello siempre había dado lugar a burlas y desprecios en casa por parte de sus hermanos mayores, que se reían de ella y le decían que era adoptada. Quizás por eso compartía el rechazo que Gaidel sentía hacia toda la temática relacionada con Orochi.

Gaidel llamó a la puerta.

-¿Puedo pasar?

-Estoy ocupada deshaciendo el equipaje.

-Te ayudo.

Gaidel giró el pomo.

-¡No abras! Estoy... eh... en ropa interior...

-¿Estás deshaciendo el equipaje en ropa interior? ¡Eso tengo que verlo!

Gaidel abrió la puerta y entró. Por supuesto, sabía que su amiga no estaba en ropa interior y no tenía ganas de buscar peros a sus evasivas.

-Oye... No tienes que preocuparte por lo que diga o haga ese. Ya sabes como es a veces. Yo estoy bien, así que ya se acabó el problema.

-Si no es eso...- sollozó la joven.

-¿Entonces?

-Soy yo... Sabes que a veces me imagino cosas... Si se las contase a alguien diría que estoy loca.

-Quizás si se las contases a alguien te convencerías de que no lo estás. No creo que nadie más que tú piense que estás loca. Para mi eres la persona más cuerda que conozco. Claro que teniendo en cuenta con el tipo de gente que me ha tocado tratar... Y así salí yo.

Kanako sonrió mientras se secaba las lágrimas.

-Eh... Ahora debería ser cuando dijeses: "No, Gaidel, tú también eres una persona muy cuerda".

La muchacha se rió.

-Hablas con los gatos.

-Vale, tienes razón, no lo soy.- Gaidel cambió repentinamente su expresión jocosa por una de total seriedad.- En serio, Kanako, no pienso que debas preocuparte por eso. Todos imaginamos cosas raras de vez en cuando. Yo creo que tener una imaginación como la tuya es una virtud. Podrías escribir novelas.

-Pero si no sé escribir.

-¿Y has llegado a la universidad sin saber escribir? Te admiro.

-Ya sabes a qué me refiero, tonto.- sonrió de nuevo Kanako.

-Sí, ya sé. Pero todos sabemos escribir novelas, todo es empezar. Bueno... Todos menos Tolkien... ¡Qué tostón de hombre!

-¡Oye! A mi me gusta Tolkien.

-¿Y lo dices tan tranquilamente, como si fuese algo bueno?

Kanako volvió a reírse, luego dejó de guardar ropa en el armario, se acercó a Gaidel y lo abrazó.

-Gracias... Siempre sabes qué decir para animar a la gente.- luego agarró al chico de una oreja.- Pero que te quede claro que Tolkien es un gran descriptor y no consiento que digas que no sabe escribir.

-De acuerdo... De acuerdo... Venga, suéltame y te ayudo a organizar esto. Entre tú y tu gato acabáis conmigo.

-Lo siento...

Gaidel arqueó las pobladas cejas mientras movía la cabeza a ambos lados como diciendo "Eres todo un caso".

-Y tú, Goenitz, ya sé que estás escuchando, así que haz algo productivo y ayúdanos con el equipaje.

-Estoy ordenando la cocina, listillo.

-Vale, vale, no te sulfures.