Cuando llegaron las vacaciones de Navidad, Gaidel logró convencer a Maisa de que pasase las fiestas con ellos, aunque a ella le daba algo de reparo. Gaidel no les había dicho nada a sus padres acerca de que fuese a ir acompañado, más que nada porque suponía que de decirles algo hubiesen puesto más de una pega. Por eso cuando su madre abrió la puerta y se encontró al chico acompañado de una desconocida se llevo tal sorpresa que casi le da un ataque. Por suerte, sus escrupulosos modales le impedían ser descortés con aquella mujer.

-¡Gaidel, cariño!- saludó con fingida alegría.- ¿Quién es tu "amiga"??- la forma en la que pronunció la palabra "amiga" no hacía esperar nada bueno.

-Es Maisa...- respondió Gaidel humildemente.- Creo que la mencioné un par de veces. Esto... Bueno... Llevamos saliendo casi un año.

-Así es.- corroboró Maisa con una sonrisa tímida pero natural.

-Aah... Y como no puedes volver a tu país supongo que aquí mi hijo pensó que podrías pasar las vacaciones con nosotros.

-Así es...- repitió Maisa.

-Ah... Muy bien...- le dirigió una disimulada mirada de reproche a su hijo.- Tengo entendido que eres de Brasil, ¿no?- Maisa asintió con la cabeza para evitar tener que responder "así es" una vez más.- Es un país muy pobre, ¿verdad?

Maisa sospechó a donde quería ir a parar. Trataba de insinuar que podía estar tras el dinero de su hijo, y era algo que no le agradaba, pero por educación debía hacer oídos sordos.

-Es pobre económicamente, pero rico en recursos.- respondió.

La madre de Gaidel suspiró.

-Bueno, no os quedéis ahí. Pasad las maletas dentro, mientras preparo la habitación de invitados.

Antes de dirigirse al cuarto de invitados, la madre de Gaidel fue a llamar a su marido y, con la disculpa de organizar la habitación para Maisa, aprovecharon para discutir acerca de la idea de su hijo. Gaidel y Maisa no pudieron escuchar más que susurros difíciles de interpretar, pero Gaidel podía imaginar la conversación. Ambos esperaron en la habitación de Gaidel, mientras Maisa le ayudaba a deshacer su equipaje. Cuando la habitación estuvo arreglada, Maisa la ocupó inmediatamente para deshacer el poco equipaje que había llevado y poder ponerse algo de ropa para andar por casa. Se quedó bastante sorprendida por el lujo de la habitación de invitados y pensó que nunca había estado en ningún sitio tan "elegante". Hasta entonces había pensado que Gaidel era de una familia más o menos económicamente acomodada, pero no suponía que fuesen realmente ricos. Poco más tarde los llamaron para cenar y Maisa estuvo a punto de volver a la habitación a cambiarse de ropa al fijarse en las miradas que le dedicaron los padres de su novio.

-Veo que ya te has puesto cómoda.- comentó el padre de Gaidel.

-Sí.- respondió Maisa neutralmente, pero sintiéndose incómoda de repente vestida con una camiseta y unos pantalones cortos de pijama. Luego se sentó a la mesa.- Qué buena pinta tiene todo.- elogió con sinceridad antes de empezar a comer.

La cena transcurrió en silencio, pero cuando Maisa se levantó y volvió a la habitación los padres de Gaidel aprovecharon para sermonear a su hijo.

-Bueno... Creo que ya está claro por qué te gusta esa chica...- masculló su madre.

-¿A qué te refieres?- preguntó Gaidel sorprendido.

-Bueno, está claro que esa chica es guapa y no trata de ocultarlo, ¿verdad?

-¿Y dijiste que estudia Medicina?- añadió su padre.

-Eh... No me gusta lo que estáis insinuando...

-Yo solo he preguntado si estudia Medicina...

-Pues creo que tu padre y yo tenemos derecho a insinuar lo que queramos. No me parece responsable que aparezcas aquí con una... chica y encima pretendas que la acojamos como de la familia. La verdad, Gaidel, a tu edad podías empezar a tener un poco de sentido común.

-Puede que no haya hecho lo mejor, lo reconozco, pero si os llego a contar algo hubieseis puesto el grito en el cielo. Pensé que si la conocieseis dejaríais atrás vuestros prejuicios. Os guste o no vamos en serio, ¿vale?

-No, no vale. Tu padre y yo no queremos que salgas con una persona así.

-Oye... Que yo no he dicho...- trató de intervenir el padre de Gaidel sin éxito.

-¿Así cómo? Todavía no la conoces, no puedes juzgarla.

-Yo creo que...

-Claro que puedo.- intervino la madre de nuevo, interrumpiendo a su marido.- Tienes cosas más importantes que hacer que involucrarte en una relación seria, a tu edad y sabiendo quién eres.

-Yo ya estoy harto de que nadie me haga caso en esta casa...- gruñó el padre- Me voy a ver la televisión.

-Y yo no tengo por qué aguantar estas acusaciones...- añadió Gaidel metiéndose en su habitación.

-De tal palo tal astilla. Sois los dos iguales...

Maisa, al oír terminar la discusión, se apresuró a salir del cuarto de invitados e ir a la habitación de Gaidel.

-Lo he oído todo.- dijo sin más preámbulos.

-Ah... Lo siento por mis padres...- se disculpó el muchacho, avergonzado.

-No te preocupes, si en cierto modo lo entiendo... Si un hipotético hijo mío apareciese en casa con una supuesta novia a la que ni conozco creo que sería capaz de lincharlo... Y quizás debería haberme presentado en la cena con un poco más de ropa, ahora se pensarán que soy una zorra o algo así. Pero es que es normal... Vengo de un clima cálido y estoy acostumbrada a usar poca ropa...

-Ey ey... No hace falta que te justifiques. Si debería haber previsto que iba a pasar algo así... Lo siento por haberte metido en este berenjenal.

-Creo que no debería haber venido... Quizás estamos yendo un poco rápido.

-Bueno... En una escala de tiempo geológico puede. Mira, los padres son así. Quieren lo que creen mejor para ti... e intentan imponértelo a la fuerza.

-Pues yo creo que deberían tener en cuenta lo que tú quieres hacer.

-Es más complicado de lo que parece. Digamos que mi familia lleva dedicándose a lo mismo desde hace mucho tiempo y pretenden que siga con la tradición. Yo lo único que quiero es poder vivir mi vida al margen de todo eso, ¿entiendes? Creo que cuando acabe la carrera me iré a la sabana africana o a un sitio de esos a trabajar en una reserva y ahí seguro que puedo vivir tranquilo. Creo que por eso elegí estudiar Biología.

Maisa suspiró.

-Yo quise estudiar medicina porque cuando era pequeña mi mejor amiga se puso enferma y como no había ningún médico en la aldea tuvieron que ir a buscarlo al pueblo, que está a bastante lejos y hay que atravesar un buen trozo de selva para llegar. Mi amiga estuvo al borde de la muerte y por eso decidí estudiar medicina y para luego reinstalarme en la aldea y poder mejorar un poco la calidad de vida. Quizás así vuelva la gente. Es un sitio demasiado bonito como para que se pierda solo por estar aislado.

-Que esté aislado no es necesariamente algo malo. A mi me gustaría vivir en un sitio así.

Maisa sonrió y le dedicó una mirada pícara a Gaidel.

-¿En qué piensas?

-Se me acaba de ocurrir una tontería... Ya que me invitaste a tu casa a pasar la Navidad yo podría invitarte a pasar el verano en la mía. Tendré que pasar algunos días con mis padres, pero luego podríamos ir hasta la aldea y así la conoces y compruebas si eres capaz de aguantar. Porque es fácil decir que quieres vivir en un sitio así, pero cuando faltan algunas comodidades a las que estás acostumbrado igual te echas atrás.

-Bueno... Ya lo comprobaremos.- respondió Gaidel.- De todos modos antes tendré que pedir permiso. Ah, y hazme un pequeño favor.

-¿Cuál?

-Avisa a tus padres y asegúrate de que les parece bien. Con que pase esto una vez tengo suficiente.

A Maisa no le costó demasiado convencer a sus padres, aunque se quedaron bastante sorprendidos con la idea. En cambio a Gaidel le llevó varios meses convencerlos, aunque finalmente lo consiguió. De todos modos, a Gaidel le daba la impresión de que habían accedido con la idea de que él mismo se diese cuenta de lo equivocado que estaba y de que en realidad no era exactamente agradable vivir sin lujo y así se quitase de la cabeza la idea de marcharse en cuanto terminase la carrera. El tiempo pasó con los dos muchachos haciendo planes y estudiando más que nunca para asegurarse de aprobar todo y no tener que presentarse a las recuperaciones de septiembre. Cada día el momento de la partida se acercaba más y ya todo parecía estar organizado para el viaje. Goenitz, por supuesto, no estaba de acuerdo, pero él nunca estaba de acuerdo con nada que no hubiese ideado él mismo.

-¿Qué? ¿Goenitz sigue diciendo que somos estúpidos por hacer este viaje?- preguntó Maisa, aún conociendo la respuesta, cuando tan solo faltaban algunas semanas y ya empezaban a hacer el equipaje.

-Sí, pero ya sabes como es él. Piensa que estar contigo me aleja de otras responsabilidades. No entiende que aunque no estuviese contigo no querría aceparlas de todos modos porque van en contra de mis ideas.

-¡Bien dicho!- exclamó Maisa con un tono ligeramente agresivo.

-Y si no quiere aceptar que nosotros dos vayamos en serio allá él.

Maisa se quedó pensativa un rato.

-Pero... ¿Hasta qué punto vamos en serio?

-No te entiendo.

-Pues si vamos en serio en plan una pareja que sale por ahí los fines de semana o algo más...

Gaidel se quedó un poco cortado. Una pregunta así le pillaba de improviso.

-Eh... Uhm... Pues en el plan de... yo que sé...- Gaidel sonrió nervioso.- Vivir juntos y tener que soportarnos el resto de nuestras vidas, ya sabes...

-O sea que... ¿te gustaría formar una familia?- preguntó Maisa directamente.

-¿U-una familia? ¿Te refieres a tú, yo, un montón de niños y un perro llamado Fluffy?

Maisa arqueó una ceja sin saber cómo interpretar aquello.

-Algo así...- respondió.

Gaidel se quedó pensativo. Nunca se había planteado la idea de tener hijos. Le gustaban los niños y tenía un buen trato con ellos, pero no se veía a si mismo como un padre. Criar a un niño era una gran responsabilidad y no sabía si estaba preparado y, aun no teniendo en cuenta eso, no quería traer al mundo otro "hijo de Orochi". Era demasiado poder que controlar y, ahora que se acercaba el día en que Orochi debía despertar, sería hacerlo partícipe de una historia a la que no había decidido pertenecer. No quería traer a un hijo a un mundo de tantas dudas y decisiones que quizás debiese tomar sin tener la suficiente edad para hacerlas. Él sabía que no era fácil. Y para finalizar, el peligro latente en todo momento de la peor pesadilla de cualquiera que poseyese sangre Orochi: el disturbio de la sangre. Gaidel había tenido una mala experiencia con él en el pasado y no tenía demasiadas ganas de verla repetida. Sin querer hizo memoria de aquel fatídico día. Goenitz, Kanako, Hikari, Shinta y él acababan de salir del instituto. Se despidieron y cada uno tomó su camino: Goenitz y Gaidel por un camino, Shinta por uno distinto, y los demás por otro. De repente, Gaidel se había empezado a sentir algo raro, un tanto mareado. Goenitz también parecía estarlo notanto, así que le preguntó.

-Creo que ha sido una oscilación en el sello de Orochi.- le explicó

Recordaba haber oído algo al respecto. Sucedía cuando se producía algún cambio importante acerca de los guardianes del sello, como una sucesión. A Gaidel no le dio tiempo a preguntarse si los demás se encontrarían bien, porque enseguida se oyeron dos gritos seguidos, el primero agudo y casi inhumano, el otro un chillido aterrado de Kanako. Goenitz y Gaidel corrieron hacia donde se había oído el grito, para encontrarse frente a frente con Hikari. Bueno, era y no era Hikari. Tenía su aspecto, pero su rostro estaba desencajado en una expresión de ira y parecía totalmente fuera de control. Un pequeño hilillo de sangre le resbalaba por la comisura de la boca. Miró a ambos muchachos con ojos vacíos y estos retrocedieron lentamente por instinto.

-Wow...- susurró Goenitz impresionado.- Así que esto es el disturbio de la sangre...

Por un momento, Gaidel creyó que los iba a atacar, pero se dio la vuelta y agredió a un despistado transeúnte. Kanako aprovechó para correr hasta donde estaban los otros dos chicos.

-Tenemos que ayudarle...- sollozó asustada.

-¿Qué dices?- replicó Goenitz.- Tenemos que largarnos de aquí o nos matará a todos. Y por favor, deja de llorar, te pasas la vida llorando.

Pero pese a lo que había dicho Goenitz, ninguno de los tres se sentía capaz de abandonar así a Hikari. Tampoco sabían qué podían hacer, por lo que terminaron por limitarse a observar hasta que se oyeron las sirenas de la policía. Los agentes obligaron a abandonar la zona a todo el mundo y se las arreglaron para sacar a los heridos y rodear a la bestia. Afortunadamente nadie había muerto... de momento. Se oyeron gritos de miedo y sorpresa por parte de los agentes cuando la descontrolada muchacha se abalanzó contra ellos. Los tres chicos no pudieron ver lo sucedido, pero sí pudieron oír los disparos y los desgarradores gritos de dolor de Hikari.

-L-la han matado...- murmuró Kanako casi sin voz.

Nadie respondió. Gaidel trató de abrir la boca, pero no le salía la voz. Todo había sido muy rápido, pero estaba claro que había pasado, aunque todavía no lo había terminado de asimilar. Goenitz parecía también afectado. Se notaba que trataba de guardar la compostura sin éxito.

-Q-qué importa...- tartamudeó, intentando convencerse a si mismo.- E-era solo una vida más... Todo tiene que morir algún día...- prosiguió en un inútil intento de creer lo que él mismo decía.- V-vámonos...

-No... Tengo que verla, Goenitz...- se opuso Kanako.- Igual está bien...

Kanako quiso acercarse al corrillo que ya se había formado, pero Gaidel la detuvo con una mano y le sugirió con la mirada que no sería una buena idea, pues tenía un nudo en la garganta que le impediría hablar si lo intentase. Kanako se detuvo y los tres empezaron a caminar en la misma dirección, pese a que Kanako vivía en el lado opuesto de la ciudad. A medio camino se encontraron con el padre de Goenitz, que había bajado enseguida para comprobar que su hijo se encontrase bien después del cambio en el sello de Orochi. Al verlos a los tres tan afectados quiso saber qué había pasado. Goenitz se lo explicó con la mayor coherencia de la que fue capaz y su padre respondió con una sonora bofetada que dejó tan sorprendido a Goenitz como a los otros chicos.

-¿Pero tú estás tonto? Estás temblando como un flan. Si te dejas derrumbar por estupideces, entonces no eres mejor que cualquiera de esos patéticos humanos.

-Tienes razón...- reconoció Goenitz humildemente, sintiéndose un tanto estúpido.

Gaidel había querido decir algo al respecto, pero todavía no se sentía capaz de articular palabra. Definitivamente aquel día había sido uno de los peores que recordaba, aunque procuraba no pensar mucho en ello. No quería verlo repetido.

-Oye... ¿No vas a decir nada?- protestó Maisa.

Gaidel volvió al presente.

-Sí... Solo estaba pensando en ello... y creo que no quiero tener hijos, ninguno... Y en cuanto al perro llamado Fluffy, es un nombre ridículo, pero no me importaría.

-Ah... Ya... ¿Y por qué no quieres?- preguntó Maisa.

-Pues porque no, ¿vale?- respondió Gaidel con un tono más rudo de lo que hubiese querido.

-No tenías por qué ser tan borde.- gruñó Maisa recogiendo la cazadora y poniéndosela.- Tengo que irme...

-Oye... Lo siento... Es que...

-No, no pasa nada. Tengo cosas que pensar. Mañana te llamo.

Efectivamente, Maisa llamó a Gaidel al día siguiente, pero la sorpresa fue que lo hizo para decirle que había surgido "algo" y que era mejor que no fuese con ella a Brasil. Gaidel dudaba que existiese ese "algo", pero aceptó de igual forma la decisión de la joven, pues pensó que con su carácter igual estaba algo molesta por lo del día anterior y necesitaba aclararse las ideas. Así, Gaidel se despidió de ella diciendo que la estaría esperando cuando empezase el curso y ella respondió con un simple "adiós" y colgó el teléfono. La verdad es que la chica llevaba un par de días rara a más no poder, pero Gaidel no se preocupó hasta que, al empezar el siguiente curso, Maisa seguía sin dar señales de vida.