Gaidel llegó a casa, sofocado después de todo el día de un lado para otro,
y se dejó caer en el sofá. Goenitz estaba a la mesa, tomándose un café
mientras leía un libro y Kanako ordenaba un poco.
-No lo entiendo, de verdad... He ido a preguntar en su facultad y me han dicho que no está matriculada y en su residencia tampoco saben nada.
-Le habrán retirado la beca.. dijo Goenitz con indiferencia.
-No puede ser, tuvo buenas notas. Además si fuese eso me habría avisado. Tuvo que pasar algo grave.
-¿No decías que las últimas semanas estaba rara? Eso es que no quiere volver a verte.
-¡N-no lo entiendo! Todo esto no tiene lógica. Falta algo, alguna pieza clave...
Kanako miró a su compañero de piso pero no dijo nada.
-Déjalo ya, estás histérico.- exhortó Goenitz con superioridad.
-Te encanta, ¿verdad?- respondió Gaidel.- Nunca me habías visto perder la calma y lo estás disfrutando, pero yo lo estoy pasando mal, ¿sabes?
Goenitz sonrió cínicamente para luego volver a enfrascarse en la lectura. Kanako volvió a mirar a Gaidel y se acercó a él.
-Está bien... Me hizo prometer que no te diría nada, pero no puedo verte así.
-¿Decir nada de qué?- preguntó Gaidel alarmado.
-Gaidel, Maisa no va a volver porque está embarazada.
Gaidel no entendía nada. De repente recordó la conversación que habían tenido y todo comenzó a esclarecerse.
-Pero... ¿Por qué no me lo dijo? Yo hubiese...
-Está claro. Tú le dijiste que no querías tener hijos y ella pensó que no tenía por qué cargarte con algo que no querías. Si en el fondo la entiendo, si fuese ella tendría pánico a que me rechazases o algo así.
-Pero es una estupidez. Una situación así lo cambia todo...- Gaidel aspiró y no pudo evitar que se le escapase una sonrisa.- ¡No me puedo creer que vaya a ser padre!
Goenitz dejó de nuevo el libro sobre la mesa.
-¿Y no crees que el hecho de que la madre del niño en cuestión huya a otro país sin decir nada podría significar algo?
-Sí: Que me voy a Brasil.
-¿Así? ¿Tan precipitadamente? Creo que esta vez estoy de acuerdo con Goenitz... ¿Qué vas a hacer cuando estés allí?
-Todavía no lo sé, pero tengo que ir. Esos sermones que me da todo el mundo acerca de que debo saber establecer mis prioridades y de que no puedo eludir mis responsabilidades al fin deben de haber dado fruto. Hoy mismo salgo hacia Osaka para hablar con mis padres y en cuanto pueda me voy.
Gaidel sintió la tentación de echarle en cara a Kanako que no le hubiese dicho nada antes, pero ya que iban a despedirse hasta dentro de quien sabe cuánto tiempo no quería tener discusiones. Hizo las maletas con lo más esencial y le dijo a Kanako que la llamaría para pedirle que le mandase el resto de las cosas por correo cuando supiese a ciencia cierta cuál iba a ser su nueva dirección. Después se apresuró a sacar todo su dinero, que no era poco, del banco y coger el primer tren que fuese a Osaka. Cuando llegó estarían siendo acerca de las 11 de la noche, y casi le dio vergüenza tener que llamar a la puerta a esas horas cuando sus padres probablemente estarían durmiendo. Su madre salió a abrir al poco rato, en bata y tratando de peinarse un poco con los dedos. Al ver a su hijo en la puerta, teniendo clase teóricamente al día siguiente, se asustó.
-¡Cariño! ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo?
-Mamá...- Gaidel dudó unos instantes en cómo darle la noticia.- Voy a tener un hijo...
La madre de Gaidel se quedó pálida y le costó encontrar las palabras.
-¿Qué? ¿Con quién? ¿Esa chica a la que trajiste en navidades?
-Se llama Maisa, mamá... -Como sea, debes haberte vuelto loco. ¿Quieres destrozar el linaje de nuestra familia o qué? No sé como se te ocurre... Además eres todavía un niño.
-Yo no lo he decidido, pero ahora tengo que asumir las consecuencias... Además quiero tenerlo.
-¿Pero es que no lo ves? Esa mujer lo que quiere es tu dinero y no ha visto mejor forma de atarte que esa.
-Eso no es cierto. Ella ha vuelto a Brasil sin decirme nada por no ponerme en un compromiso.
-Entonces no hay ningún problema... Si ella se ha marchado es que no quiere saber nada de ti, no tienes por qué hacer nada. Mejor céntrate en cosas más importantes.
-Antes de que sigas sermoneándome tengo que decir otra cosa... Mañana voy a sacar los billetes de avión para ir a Brasil y no he venido aquí a pedir permiso ni dinero, voy a ir de todos modos.
-Gaidel, ya va siendo hora de que madures y veas que no puedes hacer una cosa así. ¿Crees que puedes irte a otro país así como así y llevar una vida decente?
-Estoy harto de que me digáis que madure... ¿Cómo pretendéis que madure si siempre me decís lo que tengo que hacer? Quiero tomar mis propias decisiones, y he decidido que no quiero tener nada que ver con el maldito Orochi, lo único que quiero es tener una familia normal con una vida normal y ya está.
-Eres un inconsciente.- le reprendió su madre.- Cuando te des cuenta de que estás equivocado más te vale que no vuelvas aquí llorando, porque si renuncias a la sangre de Orochi estás renunciando también a tu familia.
Gaidel quería explicarle a su madre que una cosa no tenía por qué ir ligada a la otra, pero sabía que aunque lo intentase sería en vano.
-Mamá... Lo que menos quiero ahora es pelearme contigo. ¿Por qué no intentas apoyarme en vez de decirme lo que tengo que hacer? Además, no es como si me fuese para siempre, aún no hemos decidido ni donde vivir y aunque vivamos allí podemos haceros una visita de vez en cuando.
-Será mejor que no lo hagáis. Ya te he dicho que si te vas no quiero que vuelvas, no quiero en mi casa a alguien que traiciona a su propia sangre. Venga, pasa a dormir y piénsatelo. Mañana espero que hayas cambiado de opinión y que te des cuenta de que no le debes nada a alguien que escapa de ti.
Gaidel miró a los ojos de su madre, apenado, y sin decir nada se fue a su habitación, sabiendo que no cambiaría de opinión y que se marcharía antes de que sus padres despertasen, no quería tener otra discusión como aquella. Esa noche lo que menos hizo fue dormir. Tenía la cabeza llena de dudas y tenía que tomar una decisión demasiado precipitada. A decir verdad, ya la había tomado, pero se sentía mal después de haber visto los problemas que le traería con sus padres llevarla a cabo. Si hubiese forma de convencerlos de que hacía lo correcto, pero no era posible cuando ni él mismo estaba totalmente seguro de lo que estaba haciendo. A la mañana siguiente se fue poco antes del amanecer, dejando escrito en un folio todo lo que les hubiese querido decir pero nunca hubiese podido debido a las interrupciones que seguramente hiciesen para decirle lo equivocado que estaba.
Llegó al aeropuerto en poco tiempo, pero tuvo que esperar hasta que los mostradores de las compañías aéreas para recoger los billetes que había reservado precipitadamente el día anterior. Afortunadamente salía un vuelo en el mismo día, aunque Gaidel tuvo que esperar bastante y encima el vuelo retrasó su salida algo más de una hora. El vuelo fue largo y tedioso, y las películas viejas que no habían sido buenas ni en su tiempo que pasaron durante el viaje no ayudaban demasiado. Agotado, después de varias horas de vuelo, Gaidel se quedó dormido y cuando despertó ya sobrevolaban tierras americanas desde hacía un buen rato. Después de desperezarse, levantarse del asiento para estirar su entumecido cuerpo e ir al baño, volvió al asiento y se quedó sentado pacientemente, viendo las insoportables películas para combatir el tedio, hasta el momento del aterrizaje. Eran las 12 y algo de la mañana, hora local. Debido al cambio horario y que Gaidel no llevaba reloj, no era consciente del tiempo que había durado el viaje, pero calculaba alrededor de un día entero. Demasiado tiempo para estar sentado. Aunque estaba deseando poder salir a un lugar abierto, todavía tuvo que esperar para recoger su maleta. En cuanto la tuvo respiró hondo para buscar el valor para salir a aquel mundo extraño, esperando lograr entenderse al menos un poco con la gente utilizando el español y también el poco inglés que sabía. Compró un plano de la ciudad en cuanto encontró donde, para poder localizar la dirección en la que Maisa había dicho que vivían sus padres. Por lo que sabía, São Paulo era una ciudad grande y mucho menos segura que las grandes ciudades japonesas. No quería perderse. Antes de pedir un taxi que lo llevase compró un bocadillo y se sentó en un bordillo a comerlo. Descubrió que la combinación entre el calor y la humedad lo estaban haciendo sudar la gota gorda... o quizás fuesen los nervios. No recordaba haberse sentido así nunca. Estaba nervioso por lo que pudiese pasar, pero al mismo tiempo se sentía libre. Se sacó la camisa por fuera de los pantalones, se la remangó y desabrochó el primer botón para combatir el calor en lo posible. Pensó por un momento en los estudios que había abandonado a medio mundo de distancia, en que tendría que matricularse el año siguiente en la universidad a distancia si quería terminar la carrera, pero todo aquello no importaba en aquel momento. Paladeó el último mordisco de aquel bocadillo que le supo a gloria después de la horrible comida de avión y después se puso en pie, se dirigió a la parada de taxis y subió en el primero que encontró libre. Afortunadamente, no tuvo problemas para entenderse con el taxista hablándole en español. A Gaidel le dio la impresión de que aquel hombre le estaba dando vueltas a la ciudad antes de dejarlo en el destino convenido, pero no quiso discutir. Lo dejó justo en frente de la dirección que Maisa le había dado. Gaidel se bajó y pagó al taxista antes de llamar al timbre, que soltó una especie de graznido estridente. Se apartó el mojado flequillo de la frente mientras esperaba, tratando de hacer de algún modo su apariencia un poco más presentable después del largo viaje. Al poco rato una mujer no muy mayor pero envejecida por los golpes de la vida abrió la puerta. Al ver a Gaidel lo miró con extrañeza, pero cuando éste le preguntó por Maisa en español, articulando lentamente para ser entendido y con un acento bastante japonés se percató enseguida de quién se trataba. Aunque frunció el ceño le ofreció pasar amablemente, hablándole con la misma lentitud que él lo había hecho para que la entendiese. Le indicó que tomase asiento y comenzó a hablarle, explicándole cosas de las que Gaidel no entendía más que algunas palabras sueltas. Al principio, viéndola bastante enfadada, creyó entender que lo culpaba a él de todo lo sucedido, así que fue asintiendo humildemente, pero finalmente logró dilucidar que a la única que culpaba era a su propia hija (pues obviamente se trataba de la madre de Maisa), y que estaba muy enfadada con ella por haber destrozado su vida y dejado escapar la oportunidad de estudiar una carrera, cosa que nadie más en la familia había podido permitirse. A Gaidel le hubiese gustado defender a Maisa, aunque sabía que aquella mujer tenía su poco de razón, pero le resultaba demasiado difícil expresarse, por lo que se limitó a preguntar dónde estaba ella. Después de varios intentos fallidos de explicarse por parte de la madre de Maisa, llegó a la conclusión de que se había ido con sus abuelos, es decir, a su aldea natal. Pidió que le indicase cómo llegar allí y la mujer le escribió en un papel el recorrido que debía seguir hasta el pueblo más cercano a la aldea. Después debería adentrarse en la selva, pero para eso debería pedir indicaciones o buscar un guía. Gaidel le agradeció todo con las únicas palabras que recordaba de portugués: "muito obrigado" y, aunque la mujer le ofreció que se quedase hasta el día siguiente, prefirió emprender el viaje cuanto antes. Aunque estaba algo decepcionado por no haber encontrado a Maisa allí mismo estaba dispuesto a viajar un poco más si era necesario. Tomó el transporte urbano hasta la estación de tren y desde allí el primer tren que salía hacia el norte. La llegada del tren al punto de destino estaba preparada para dentro de tres días hacia la noche y después tendría que buscar un autobús que se internase por las tortuosas carreteras secundarias que atravesaban la selva para ir todavía más al norte. En un ferrocarril más moderno quizás se pudiese tardar menos, pero era imposible encontrar nada mejor, tenía que dejar de pensar como si estuviese en el tecnológico Japón. Las previsiones no se equivocaron, cuando el tren llegó a la pequeña ciudad en la que Gaidel tenía que apearse era de noche. Los autobuses solo salían durante el día, así que tendría que esperar a que amaneciese. Como era demasiado tarde para buscar alojamiento decidió pasar la noche en la estación de tren, como solían hacer otros muchos viajeros, utilizando la mochila de almohada y la cazadora de manta (aunque hacía el suficiente calor como para que no necesitase ninguna manta). Al principio, Gaidel creyó que no conseguiría dormir en un lugar así, pues temía que alguien pudiese aprovechar para robarle, pero finalmente el sueño pudo con él. De todos modos sus sospechas no eran infundadas, pues no llevaría durmiendo ni 15 minutos cuando algún ladronzuelo de tres al cuarto intentó meter mano a su mochila. Afortunadamente, Gaidel tenía el sueño ligero y se despertó alarmado, sujetando al muchacho por el brazo casi instintivamente.
-¿Qué estás haciendo?- preguntó Gaidel poniéndose en pie y recogiendo la mochila con la mano libre. Al percatarse de la estatura de Gaidel, que rondaba el 1,90, el pícaro quedó un tanto intimidado, pese a que no sabía que es lo que le había dicho aquel tipo, pues sin darse cuenta le había hablado en japonés. El chico trató de zafarse de la mano que, pese a sostenerlo sin agresividad, tenía una fuerza innata. Gaidel, que no pretendía retener al joven, lo soltó, y este aprovechó para salir corriendo. Gaidel se sentó en el suelo, con la mochila en los brazos, y fue luego cuando notó el suelo encharcado. Quizás para otra persona eso no hubiese tenido significado, pero él sabía lo que había sucedido. A veces cuando se veía en una situación tensa, su subconsciente trataba de actuar utilizando el poder que le otorgaba su sangre Orochi, por lo que el vapor de agua en el ambiente se condensaba y la humedad de la tierra fluía hacia él. Por mucho que tratase de darle la espalda a ese poder no podía evitar que eso sucediese, era superior a él. Mientras se sentaba en un sitio seco se prometió que no volvería a dejar que nada relacionado con Orochi se entrometiese en su vida o en la de su familia a partir de ese momento. Quería criar a ese niño o niña alejado de todas las presiones que le habían impuesto a él en su infancia.
-No lo entiendo, de verdad... He ido a preguntar en su facultad y me han dicho que no está matriculada y en su residencia tampoco saben nada.
-Le habrán retirado la beca.. dijo Goenitz con indiferencia.
-No puede ser, tuvo buenas notas. Además si fuese eso me habría avisado. Tuvo que pasar algo grave.
-¿No decías que las últimas semanas estaba rara? Eso es que no quiere volver a verte.
-¡N-no lo entiendo! Todo esto no tiene lógica. Falta algo, alguna pieza clave...
Kanako miró a su compañero de piso pero no dijo nada.
-Déjalo ya, estás histérico.- exhortó Goenitz con superioridad.
-Te encanta, ¿verdad?- respondió Gaidel.- Nunca me habías visto perder la calma y lo estás disfrutando, pero yo lo estoy pasando mal, ¿sabes?
Goenitz sonrió cínicamente para luego volver a enfrascarse en la lectura. Kanako volvió a mirar a Gaidel y se acercó a él.
-Está bien... Me hizo prometer que no te diría nada, pero no puedo verte así.
-¿Decir nada de qué?- preguntó Gaidel alarmado.
-Gaidel, Maisa no va a volver porque está embarazada.
Gaidel no entendía nada. De repente recordó la conversación que habían tenido y todo comenzó a esclarecerse.
-Pero... ¿Por qué no me lo dijo? Yo hubiese...
-Está claro. Tú le dijiste que no querías tener hijos y ella pensó que no tenía por qué cargarte con algo que no querías. Si en el fondo la entiendo, si fuese ella tendría pánico a que me rechazases o algo así.
-Pero es una estupidez. Una situación así lo cambia todo...- Gaidel aspiró y no pudo evitar que se le escapase una sonrisa.- ¡No me puedo creer que vaya a ser padre!
Goenitz dejó de nuevo el libro sobre la mesa.
-¿Y no crees que el hecho de que la madre del niño en cuestión huya a otro país sin decir nada podría significar algo?
-Sí: Que me voy a Brasil.
-¿Así? ¿Tan precipitadamente? Creo que esta vez estoy de acuerdo con Goenitz... ¿Qué vas a hacer cuando estés allí?
-Todavía no lo sé, pero tengo que ir. Esos sermones que me da todo el mundo acerca de que debo saber establecer mis prioridades y de que no puedo eludir mis responsabilidades al fin deben de haber dado fruto. Hoy mismo salgo hacia Osaka para hablar con mis padres y en cuanto pueda me voy.
Gaidel sintió la tentación de echarle en cara a Kanako que no le hubiese dicho nada antes, pero ya que iban a despedirse hasta dentro de quien sabe cuánto tiempo no quería tener discusiones. Hizo las maletas con lo más esencial y le dijo a Kanako que la llamaría para pedirle que le mandase el resto de las cosas por correo cuando supiese a ciencia cierta cuál iba a ser su nueva dirección. Después se apresuró a sacar todo su dinero, que no era poco, del banco y coger el primer tren que fuese a Osaka. Cuando llegó estarían siendo acerca de las 11 de la noche, y casi le dio vergüenza tener que llamar a la puerta a esas horas cuando sus padres probablemente estarían durmiendo. Su madre salió a abrir al poco rato, en bata y tratando de peinarse un poco con los dedos. Al ver a su hijo en la puerta, teniendo clase teóricamente al día siguiente, se asustó.
-¡Cariño! ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo?
-Mamá...- Gaidel dudó unos instantes en cómo darle la noticia.- Voy a tener un hijo...
La madre de Gaidel se quedó pálida y le costó encontrar las palabras.
-¿Qué? ¿Con quién? ¿Esa chica a la que trajiste en navidades?
-Se llama Maisa, mamá... -Como sea, debes haberte vuelto loco. ¿Quieres destrozar el linaje de nuestra familia o qué? No sé como se te ocurre... Además eres todavía un niño.
-Yo no lo he decidido, pero ahora tengo que asumir las consecuencias... Además quiero tenerlo.
-¿Pero es que no lo ves? Esa mujer lo que quiere es tu dinero y no ha visto mejor forma de atarte que esa.
-Eso no es cierto. Ella ha vuelto a Brasil sin decirme nada por no ponerme en un compromiso.
-Entonces no hay ningún problema... Si ella se ha marchado es que no quiere saber nada de ti, no tienes por qué hacer nada. Mejor céntrate en cosas más importantes.
-Antes de que sigas sermoneándome tengo que decir otra cosa... Mañana voy a sacar los billetes de avión para ir a Brasil y no he venido aquí a pedir permiso ni dinero, voy a ir de todos modos.
-Gaidel, ya va siendo hora de que madures y veas que no puedes hacer una cosa así. ¿Crees que puedes irte a otro país así como así y llevar una vida decente?
-Estoy harto de que me digáis que madure... ¿Cómo pretendéis que madure si siempre me decís lo que tengo que hacer? Quiero tomar mis propias decisiones, y he decidido que no quiero tener nada que ver con el maldito Orochi, lo único que quiero es tener una familia normal con una vida normal y ya está.
-Eres un inconsciente.- le reprendió su madre.- Cuando te des cuenta de que estás equivocado más te vale que no vuelvas aquí llorando, porque si renuncias a la sangre de Orochi estás renunciando también a tu familia.
Gaidel quería explicarle a su madre que una cosa no tenía por qué ir ligada a la otra, pero sabía que aunque lo intentase sería en vano.
-Mamá... Lo que menos quiero ahora es pelearme contigo. ¿Por qué no intentas apoyarme en vez de decirme lo que tengo que hacer? Además, no es como si me fuese para siempre, aún no hemos decidido ni donde vivir y aunque vivamos allí podemos haceros una visita de vez en cuando.
-Será mejor que no lo hagáis. Ya te he dicho que si te vas no quiero que vuelvas, no quiero en mi casa a alguien que traiciona a su propia sangre. Venga, pasa a dormir y piénsatelo. Mañana espero que hayas cambiado de opinión y que te des cuenta de que no le debes nada a alguien que escapa de ti.
Gaidel miró a los ojos de su madre, apenado, y sin decir nada se fue a su habitación, sabiendo que no cambiaría de opinión y que se marcharía antes de que sus padres despertasen, no quería tener otra discusión como aquella. Esa noche lo que menos hizo fue dormir. Tenía la cabeza llena de dudas y tenía que tomar una decisión demasiado precipitada. A decir verdad, ya la había tomado, pero se sentía mal después de haber visto los problemas que le traería con sus padres llevarla a cabo. Si hubiese forma de convencerlos de que hacía lo correcto, pero no era posible cuando ni él mismo estaba totalmente seguro de lo que estaba haciendo. A la mañana siguiente se fue poco antes del amanecer, dejando escrito en un folio todo lo que les hubiese querido decir pero nunca hubiese podido debido a las interrupciones que seguramente hiciesen para decirle lo equivocado que estaba.
Llegó al aeropuerto en poco tiempo, pero tuvo que esperar hasta que los mostradores de las compañías aéreas para recoger los billetes que había reservado precipitadamente el día anterior. Afortunadamente salía un vuelo en el mismo día, aunque Gaidel tuvo que esperar bastante y encima el vuelo retrasó su salida algo más de una hora. El vuelo fue largo y tedioso, y las películas viejas que no habían sido buenas ni en su tiempo que pasaron durante el viaje no ayudaban demasiado. Agotado, después de varias horas de vuelo, Gaidel se quedó dormido y cuando despertó ya sobrevolaban tierras americanas desde hacía un buen rato. Después de desperezarse, levantarse del asiento para estirar su entumecido cuerpo e ir al baño, volvió al asiento y se quedó sentado pacientemente, viendo las insoportables películas para combatir el tedio, hasta el momento del aterrizaje. Eran las 12 y algo de la mañana, hora local. Debido al cambio horario y que Gaidel no llevaba reloj, no era consciente del tiempo que había durado el viaje, pero calculaba alrededor de un día entero. Demasiado tiempo para estar sentado. Aunque estaba deseando poder salir a un lugar abierto, todavía tuvo que esperar para recoger su maleta. En cuanto la tuvo respiró hondo para buscar el valor para salir a aquel mundo extraño, esperando lograr entenderse al menos un poco con la gente utilizando el español y también el poco inglés que sabía. Compró un plano de la ciudad en cuanto encontró donde, para poder localizar la dirección en la que Maisa había dicho que vivían sus padres. Por lo que sabía, São Paulo era una ciudad grande y mucho menos segura que las grandes ciudades japonesas. No quería perderse. Antes de pedir un taxi que lo llevase compró un bocadillo y se sentó en un bordillo a comerlo. Descubrió que la combinación entre el calor y la humedad lo estaban haciendo sudar la gota gorda... o quizás fuesen los nervios. No recordaba haberse sentido así nunca. Estaba nervioso por lo que pudiese pasar, pero al mismo tiempo se sentía libre. Se sacó la camisa por fuera de los pantalones, se la remangó y desabrochó el primer botón para combatir el calor en lo posible. Pensó por un momento en los estudios que había abandonado a medio mundo de distancia, en que tendría que matricularse el año siguiente en la universidad a distancia si quería terminar la carrera, pero todo aquello no importaba en aquel momento. Paladeó el último mordisco de aquel bocadillo que le supo a gloria después de la horrible comida de avión y después se puso en pie, se dirigió a la parada de taxis y subió en el primero que encontró libre. Afortunadamente, no tuvo problemas para entenderse con el taxista hablándole en español. A Gaidel le dio la impresión de que aquel hombre le estaba dando vueltas a la ciudad antes de dejarlo en el destino convenido, pero no quiso discutir. Lo dejó justo en frente de la dirección que Maisa le había dado. Gaidel se bajó y pagó al taxista antes de llamar al timbre, que soltó una especie de graznido estridente. Se apartó el mojado flequillo de la frente mientras esperaba, tratando de hacer de algún modo su apariencia un poco más presentable después del largo viaje. Al poco rato una mujer no muy mayor pero envejecida por los golpes de la vida abrió la puerta. Al ver a Gaidel lo miró con extrañeza, pero cuando éste le preguntó por Maisa en español, articulando lentamente para ser entendido y con un acento bastante japonés se percató enseguida de quién se trataba. Aunque frunció el ceño le ofreció pasar amablemente, hablándole con la misma lentitud que él lo había hecho para que la entendiese. Le indicó que tomase asiento y comenzó a hablarle, explicándole cosas de las que Gaidel no entendía más que algunas palabras sueltas. Al principio, viéndola bastante enfadada, creyó entender que lo culpaba a él de todo lo sucedido, así que fue asintiendo humildemente, pero finalmente logró dilucidar que a la única que culpaba era a su propia hija (pues obviamente se trataba de la madre de Maisa), y que estaba muy enfadada con ella por haber destrozado su vida y dejado escapar la oportunidad de estudiar una carrera, cosa que nadie más en la familia había podido permitirse. A Gaidel le hubiese gustado defender a Maisa, aunque sabía que aquella mujer tenía su poco de razón, pero le resultaba demasiado difícil expresarse, por lo que se limitó a preguntar dónde estaba ella. Después de varios intentos fallidos de explicarse por parte de la madre de Maisa, llegó a la conclusión de que se había ido con sus abuelos, es decir, a su aldea natal. Pidió que le indicase cómo llegar allí y la mujer le escribió en un papel el recorrido que debía seguir hasta el pueblo más cercano a la aldea. Después debería adentrarse en la selva, pero para eso debería pedir indicaciones o buscar un guía. Gaidel le agradeció todo con las únicas palabras que recordaba de portugués: "muito obrigado" y, aunque la mujer le ofreció que se quedase hasta el día siguiente, prefirió emprender el viaje cuanto antes. Aunque estaba algo decepcionado por no haber encontrado a Maisa allí mismo estaba dispuesto a viajar un poco más si era necesario. Tomó el transporte urbano hasta la estación de tren y desde allí el primer tren que salía hacia el norte. La llegada del tren al punto de destino estaba preparada para dentro de tres días hacia la noche y después tendría que buscar un autobús que se internase por las tortuosas carreteras secundarias que atravesaban la selva para ir todavía más al norte. En un ferrocarril más moderno quizás se pudiese tardar menos, pero era imposible encontrar nada mejor, tenía que dejar de pensar como si estuviese en el tecnológico Japón. Las previsiones no se equivocaron, cuando el tren llegó a la pequeña ciudad en la que Gaidel tenía que apearse era de noche. Los autobuses solo salían durante el día, así que tendría que esperar a que amaneciese. Como era demasiado tarde para buscar alojamiento decidió pasar la noche en la estación de tren, como solían hacer otros muchos viajeros, utilizando la mochila de almohada y la cazadora de manta (aunque hacía el suficiente calor como para que no necesitase ninguna manta). Al principio, Gaidel creyó que no conseguiría dormir en un lugar así, pues temía que alguien pudiese aprovechar para robarle, pero finalmente el sueño pudo con él. De todos modos sus sospechas no eran infundadas, pues no llevaría durmiendo ni 15 minutos cuando algún ladronzuelo de tres al cuarto intentó meter mano a su mochila. Afortunadamente, Gaidel tenía el sueño ligero y se despertó alarmado, sujetando al muchacho por el brazo casi instintivamente.
-¿Qué estás haciendo?- preguntó Gaidel poniéndose en pie y recogiendo la mochila con la mano libre. Al percatarse de la estatura de Gaidel, que rondaba el 1,90, el pícaro quedó un tanto intimidado, pese a que no sabía que es lo que le había dicho aquel tipo, pues sin darse cuenta le había hablado en japonés. El chico trató de zafarse de la mano que, pese a sostenerlo sin agresividad, tenía una fuerza innata. Gaidel, que no pretendía retener al joven, lo soltó, y este aprovechó para salir corriendo. Gaidel se sentó en el suelo, con la mochila en los brazos, y fue luego cuando notó el suelo encharcado. Quizás para otra persona eso no hubiese tenido significado, pero él sabía lo que había sucedido. A veces cuando se veía en una situación tensa, su subconsciente trataba de actuar utilizando el poder que le otorgaba su sangre Orochi, por lo que el vapor de agua en el ambiente se condensaba y la humedad de la tierra fluía hacia él. Por mucho que tratase de darle la espalda a ese poder no podía evitar que eso sucediese, era superior a él. Mientras se sentaba en un sitio seco se prometió que no volvería a dejar que nada relacionado con Orochi se entrometiese en su vida o en la de su familia a partir de ese momento. Quería criar a ese niño o niña alejado de todas las presiones que le habían impuesto a él en su infancia.
