Por la cuenta que le tenía, no volvió a dormir mientras esperaba a que
pasase el bus. Cuando por fin llegó, a eso de las 10 de la mañana, el
vehículo estaba tan lleno que la gente se tenía que sentar en el suelo o
donde cupiese. Fueron dos días de viaje con continuas paradas en las que
afortunadamente bajaba más gente de la que subía, por lo que fue quedando
sitio libre en los asientos hasta que finalmente, cuando Gaidel llegó a su
parada en un pueblo de unos 200 habitantes, prácticamente era el único
pasajero. Al bajar, se apresuró a preguntarle a un transeúnte la forma de
llegar hasta la aldea. Por lo que pudo entender, la mejor forma era ir en
coche por un camino de tierra construido recientemente durante algunos
kilómetros y después recorrer el último trecho a través de la selva, lo que
teóricamente le llevaría no más de 30 minutos. Preguntó quién le podía
llevar, y aunque el hombre no conocía a nadie que pudiese estar dispuesto y
tuviese coche propio, sí conocía a un vecino que estaba intentando vender
su viejo todoterreno. A Gaidel le pareció una buena idea comprar un coche,
pues en un sitio tan aislado lo necesitaría para ir a los sitios, así que
accedió a que le dijese donde encontrar a quien lo vendía. El vehículo en
si estaba bastante destartalado, pero el motor aparentaba estar en buen
estado. El precio que pedía por él era al menos el doble de lo que
realmente valía, pero de todos modos seguía siendo bastante barato. Aún
así, Gaidel regateó un poco y logró que se lo rebajase bastante. Después de
casi hacer chocar su "inversión" unas cuantas veces, consiguió empezar a
entenderse con aquel coche que tenía los mandos "del revés" (recordemos que
en Japón, como en Australia e Inglaterra, los coches se conducen desde el
lado derecho del vehículo, al contrario que en el resto del mundo) y
emprender la marcha a través del pedregoso camino. Serían alrededor de las
5 de la tarde cuando se puso a llover a mares y el camino se convirtió en
un barrizal, dificultando más todavía la conducción. Todavía estaba
lloviendo cuando llegó al lugar donde tenía que dejar el coche e internarse
en la selva. Escondió cuidadosamente el vehículo entre la vegetación para
evitar que alguien se lo robase (aunque sospechaba que por aquel camino no
solía pasar demasiada gente) y emprendió la marcha. En principio fue un
paseo agradable después de haber tenido que pasar una semana viajando
sentado, pero después de un buen rato caminando bajo la lluvia, entre una
vegetación tan tupida que no dejaba pasar la luz ni permitía distinguir lo
que había a tres metros de distancia, terminó deseando poder sentarse un
momento, lo que no se podía permitir si quería llegar en el mismo día. Pasó
casi 5 horas tratando de encontrar la aldea que teóricamente debería estar
cerca, y cuando se descubrió de vuelta en el camino del que había partido
decidió pasar la noche en el coche y continuar la búsqueda al amanecer. Al
día siguiente se pasó toda la mañana dando vueltas, hasta el límite de
empezar a creer que se había equivocado de zona, pero finalmente logró
encontrar la aldea, en un claro artificialmente deforestado. Estaba
compuesta por unas 10 casas, o más bien cabañas, algunas de las cuales
estaban comenzando a ser devoradas por la selva, y algunos campos de
cultivo, la mayor parte abandonados a juzgar por la vegetación que crecía
en ellos. Un chuchillo viejo salió ladrando ferozmente de una de las
cabañas, pero no se atrevió a acercarse a Gaidel. Alertada por los ladridos
del perro, Maisa salió de otra de las casas, armada con una escopeta.
Gaidel levantó las manos, medio en broma.
-¡Vaya, qué recibimiento!
Maisa bajó el arma y se acercó a él.
-¿Gaidel? ¿Qué haces aquí? Creí que era un jaguar...
-¿Hay jaguares por aquí?- preguntó Gaidel pensando en las horas que había pasado caminando solo por la jungla.
-Hace unos 50 años que no se ve ninguno, pero nunca se sabe. Todavía no me has dicho qué estás haciendo aquí, en el culo del mundo.
-Creo que es obvio, ¿no? Y más te vale que no me eches después de haber recorrido medio mundo para venir aquí.
-Kanako se ha ido de la lengua, ¿verdad?
-Y tú te has ido sin decirme nada, estáis empatadas. ¿Cómo se te ocurre? Creo que como padre de la criatura tengo mis derechos.
-Pero tú dijiste que no querías...
-Olvida lo que dije, si no quisiese no estaría aquí, ¿no es cierto?
-Anda, vamos dentro... Estás más loco que una cabra.- Maisa le pasó la mano por el pelo a Gaidel, pero la apartó enseguida.- ¡Yucks! ¿Qué es esto?
-Puede que te interese saber que hace alrededor de una semana que no me ducho y que además me he venido enganchando el pelo con todas las plantas que había.
-Vaya... Supongo que el sendero se habrá cerrado.
-¿Sendero? ¿Es que había un sendero?
Maisa miró a Gaidel impresionada, quizás por su falta de aptitudes para la orientación o quizás porque hubiese encontrado la aldea sin valerse del sendero. Fuese como fuese, Gaidel prefirió no mencionar el tiempo que le había llevado encontrar el lugar.
-Mejor que deje la escopeta de mi abuelo donde estaba...- dijo Maisa subiéndola a una repisa.- Ni siquiera sé como se dispara esto.
-Menos mal que no se te ha ido la mano. Entre mis planes no se encuentra morir joven. Por cierto, ¿y tus abuelos dónde andan?
Maisa tragó saliva mientras se sentaba.
-Al parecer, mi abuelo murió hace 2 años y mi abuela hace unos cuantos meses. Nadie nos avisó.- añadió con tono de enfado.- Mis padres aun no lo saben... Tendré que mandarles una carta cuando baje al pueblo, pero no sé como decírselo...
-¿Quieres decir que estás sola?
-No... Hay otros dos matrimonios ancianos.- Maisa sonrió sin ganas, sabiendo que no era eso a lo que Gaidel se refería.- Y también está el perro... Que no se llama Fluffy. Además, puedo valerme por mi misma. Con el dinero que gané trabajando a media jornada en Japón he restaurado la casa y cuando venda lo que dé la huerta tendré suficiente para instalar un generador y que haya electricidad en todo el pueblo. Y prefiero estar sola a estar con una familia que me está echando todo el día en cara que he echado mi vida con la borda.
-Calma, mujer...- dijo Gaidel con tono suave, al ver que Maisa comenzaba a enfatizar demasiado sus palabras. Le pasó el dorso de la mano por la mejilla tratando de obtener de ella una reacción como la que hubiese obtenido antes de todo aquello, pero ella se limitó a mirarle a los ojos con una expresión carente de la vitalidad de antaño. Durante el poco tiempo que llevaban hablando, Gaidel se había percatado de que le preocupaba algo, aunque intentase disimularlo, y no era solamente el embarazo. Gaidel le preguntó sin rodeos si le pasaba algo.
-Pues me pasa que ahora que has hacho todo esto por venir ya no puedo seguir haciéndome creer que te odio y eso es muy frustrante.- bromeó Maisa con una sonrisa un tanto forzada. A Gaidel le seguía pareciendo que intentaba disimular.
-Hablo en serio.
-Lo que sea... Vete a dar un baño y luego hablamos, que hueles peor que un vertedero al sol.
-Tienes razón. ¿Dónde está el cuarto de baño?
-Hay dos opciones: llenar esa bañera con el agua de esos bidones y después llenarlos de nuevo en el río o irte a bañar al río. Los artículos de aseo están en una estantería por ahí.
Gaidel le dio las gracias, cogió unas toallas y jabón y se fue al río a bañarse. Llevó una muda de ropa para después. Se metió con algo de desconfianza en el agua, pues aunque era otra de las cosas que le daba vergüenza reconocer delante de Maisa, nunca había tenido la oportunidad de bañarse en un río, pero enseguida vio que era seguro, pues en aquella zona había un remanso. El agua le llegaba más o menos por la cintura, y aunque no era un cauce muy ancho era posible nadar con holgura. Después de lavarse a fondo para sacarse el olor a bravío de días, no pudo evitar la tentación de nadar un rato. Asuntos de Orochi aparte, el agua era su elemento, ya de pequeño cuando iba a la playa con sus padres casi lo tenían que obligar a salir del agua después de pasarse tantas horas dentro que sus dedos se quedaban arrugados como los de un viejo. Y en aquel momento, como cuando era niño, perdió la noción del tiempo y de la realidad mientras nadaba. Solo volvió al mundo real cuando Maisa salió a buscarlo.
-¿Sigues ahí o te han devorado las pirañas?
Gaidel salió corriendo en el agua y se envolvió en una toalla.
-¿Hay pirañas?
-No, pero te he hecho salir del agua rápidamente.
-No es justo, te aprovechas de mi ignorancia. Mañana mismo me vas a hacer una lista de la fauna que me puedo encontrar por aquí... Aparte de un montón de mosquitos sobrealimentados.
-Venga, vamos a casa.
Gaidel se sentó en una roca de la orilla, se puso los pantalones y el calzado y ambos comenzaron a subir los pocos metros que separaban el río de la casa. Cuando ya casi llegaban, de repente Maisa perdió el equilibrio y no llegó a caerse porque Gaidel reaccionó a tiempo y la sujetó.
-¿Estás bien?
-Solo algo mareada.- Maisa hizo una pausa, tratando de recuperarse mientras entraban en casa y ambos se sentaban en el sofá.- Me preguntabas antes lo que me pasaba... Pues que este maldito embarazo está acabando conmigo... Por supuesto que quiero tener el bebé, pero a veces me parece que no voy a aguantar hasta finales de enero... Me mareo continuamente, tengo cambios de humor, a un momento me siento con energía suficiente para hacer cualquier cosa y al siguiente estoy hecha un trapo y... Bueno, son más cosas.
Gaidel se acercó más a la muchacha.
-Pero mujer... Eso es normal.
-No lo es... Tengo un montón de hermanos y primos pequeños, por lo que he visto muchos embarazos, y sé que esto es distinto...
Gaidel se fijó en que Maisa levantaba el tono de voz y también que sus ojos se empezaban a empañar. Al principio pensó que se debía a la "discusión", pero luego se dio cuenta de que estaba tratando de disimular el dolor que estaba sintiendo en aquel momento. Se sujetó el vientre con una mano en un acto casi reflejo, mientras respiraba profundamente tratando de relajarse. Gaidel le preguntó si estaba bien, pero Maisa no respondió, sino que se quedó quieta, esperando a que el dolor remitiese lo suficiente como para que su voz sonase normal.
-Estoy bien...- logró articular finalmente, aunque la forma de decirlo sugería todo lo contrario.- Ya se me pasa ahora...
Es ese momento su cuerpo se estremeció, y mientras emitía un par de hipidos leves se llevó la mano a la boca instintivamente. Al abrir la boca involuntariamente, un fino hilo de sangre fluyó hasta manchar la palma de su mano. Clavó sus ojos, que reflejaban una mezcla de pánico e ira, en los de Gaidel.
-¿Y esto qué?- gritó desesperada.- ¿Sigues creyendo que todo es normal?
-Sí...- masculló Gaidel, sintiéndose mal de repente, pero al mismo tiempo aliviado por conocer el motivo del malestar de Maisa. Ese era uno de los motivos por los que había dicho que no quería tener hijos.- Cálmate y te lo explicaré...
Con una de las toallas, que todavía llevaba en la mano, ayudó a Maisa a limpiarse mientras intentaba hacer que se calmase. Poco a poco la joven fue recuperándose.
-Te voy a contar algo que debería haberte contado hace tiempo, aunque no sé si te va a hacer sentir mejor o peor. De todos modos tienes derecho a saberlo.
Maisa lo miró con curiosidad y al mismo tiempo algo de miedo.
-¿Qué pasa?
-¿Recuerdas que te parecía que yo y los demás teníamos algún secreto y yo siempre te decía que algún día te lo contaría?
La muchacha asintió con la cabeza.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
-Más de lo que crees.
Gaidel le explicó lo relacionado con Orochi con pelos y señales, desde la antigua leyenda hasta como la sangre de los descendientes de Orochi podía afectar a los humanos normales, el motivo por el que Maisa se había estado sintiendo mal. A Maisa le costaba creerlo, pero había demasiadas pruebas que hasta entonces le habían pasado inadvertidas que le decían que todo era cierto. Además sabía que Gaidel no bromearía con una cosa así y que era una persona con una mente demasiado científica como para dejarse llevar por supersticiones y hechos no demostrados. Tenía que ser cierto.
-Y ahora que ya lo sabes todo te voy a pedir un favor.
-¿El qué?- preguntó Maisa, que todavía estaba intentando asimilar todo lo que acababa de escuchar.
-Que lo olvides. Me he jurado que Orochi no iba a volver a interferir en mi vida, así que no quiero volver a oír su nombre. Solo quería que tú lo supieses antes de enterrarlo todo.
-¿Entonces crees que nuestro hijo no debería saber nada?- interrogó Maisa llevándose de nuevo la mano al vientre sin darse cuenta.- Yo creo que es de esas cosas que no se pueden ocultar para siempre.
-No pretendo ocultárselo para siempre. Tarde o temprano lo sabrá, lo único que pido es que sea tarde.
Maisa entendió que Gaidel solo intentaba proteger a su futuro hijo o hija, así que aunque no le parecía la solución más adecuada no dijo nada. Después de todo lo que le había contado acerca de Orochi creyó entender los motivos que habían llevado a Gaidel a decir en un principio que no quería tener hijos y se sintió ligeramente estúpida por haber huido así.
-Oye... Ya sé que no viene a cuento pero... Siento haberte dejado tirado sin decir nada. En aquel momento me pareció que así nos ahorraría problemas a todos.
-Bah... A lo pasado, pasado. Ahora solo me preocupa que estemos bien y ya está.
Después de un par de días de descanso, que Gaidel necesitaba urgentemente, la pareja bajó al pueblo, fundamentalmente a invertir parte de la pequeña fortuna de Gaidel en cosas necesarias. Encargaron las piezas del generador eléctrico, compraron algunos objetos y alimentos y también adquirieron algo de material de construcción para proseguir las reformas de la casa. El bricolaje no era el fuerte de Maisa y Gaidel no había tenido que hacer nada parecido más que en las clases de hogar del instituto, pero tampoco podía ser tan difícil. También telefonearon a Kanako para informarse un poco de cómo estaban las cosas por Japón y de paso darle la dirección de un tío de Maisa que vivía en el pueblo para que enviase el resto de las cosas de Gaidel. También intentaron llamar a los padres de este, pero su madre al reconocer su voz le colgó el teléfono, para la sorpresa del pobre chaval. Bueno, quizás tuviese que esperar unos meses a que se le pasase el enfado. El viaje de vuelta lo pasaron discutiendo los posibles nombres para el bebé.
-Pues a mi me gustan los nombres mitológicos.- dijo Maisa con decisión.
-Vale... Tengo dos buenos: Climnestra si es niña y Deífobo si es niño.- bromeó Gaidel.
-No te burles...- gruñó la joven.- Tú eres el que le quiere llamar León si es niño y Leona si es niña... Eres menos original que las películas de vaqueros. En realidad yo pensaba más en la mitología egipcia, como Neith, Isis, Amón...
-¿Sabes que a Amón a veces se le representaba con cuerpo de león?
-Sí, y cabeza de carnero, y no por eso le voy a llamar a nuestro hijo Carnero si es niño y Oveja si es niña, así que deja ya a los leones en paz, que no me vas a convencer.
-Bueno... Tengo más ideas, pero no tan buenas.
-¡Vaya, qué recibimiento!
Maisa bajó el arma y se acercó a él.
-¿Gaidel? ¿Qué haces aquí? Creí que era un jaguar...
-¿Hay jaguares por aquí?- preguntó Gaidel pensando en las horas que había pasado caminando solo por la jungla.
-Hace unos 50 años que no se ve ninguno, pero nunca se sabe. Todavía no me has dicho qué estás haciendo aquí, en el culo del mundo.
-Creo que es obvio, ¿no? Y más te vale que no me eches después de haber recorrido medio mundo para venir aquí.
-Kanako se ha ido de la lengua, ¿verdad?
-Y tú te has ido sin decirme nada, estáis empatadas. ¿Cómo se te ocurre? Creo que como padre de la criatura tengo mis derechos.
-Pero tú dijiste que no querías...
-Olvida lo que dije, si no quisiese no estaría aquí, ¿no es cierto?
-Anda, vamos dentro... Estás más loco que una cabra.- Maisa le pasó la mano por el pelo a Gaidel, pero la apartó enseguida.- ¡Yucks! ¿Qué es esto?
-Puede que te interese saber que hace alrededor de una semana que no me ducho y que además me he venido enganchando el pelo con todas las plantas que había.
-Vaya... Supongo que el sendero se habrá cerrado.
-¿Sendero? ¿Es que había un sendero?
Maisa miró a Gaidel impresionada, quizás por su falta de aptitudes para la orientación o quizás porque hubiese encontrado la aldea sin valerse del sendero. Fuese como fuese, Gaidel prefirió no mencionar el tiempo que le había llevado encontrar el lugar.
-Mejor que deje la escopeta de mi abuelo donde estaba...- dijo Maisa subiéndola a una repisa.- Ni siquiera sé como se dispara esto.
-Menos mal que no se te ha ido la mano. Entre mis planes no se encuentra morir joven. Por cierto, ¿y tus abuelos dónde andan?
Maisa tragó saliva mientras se sentaba.
-Al parecer, mi abuelo murió hace 2 años y mi abuela hace unos cuantos meses. Nadie nos avisó.- añadió con tono de enfado.- Mis padres aun no lo saben... Tendré que mandarles una carta cuando baje al pueblo, pero no sé como decírselo...
-¿Quieres decir que estás sola?
-No... Hay otros dos matrimonios ancianos.- Maisa sonrió sin ganas, sabiendo que no era eso a lo que Gaidel se refería.- Y también está el perro... Que no se llama Fluffy. Además, puedo valerme por mi misma. Con el dinero que gané trabajando a media jornada en Japón he restaurado la casa y cuando venda lo que dé la huerta tendré suficiente para instalar un generador y que haya electricidad en todo el pueblo. Y prefiero estar sola a estar con una familia que me está echando todo el día en cara que he echado mi vida con la borda.
-Calma, mujer...- dijo Gaidel con tono suave, al ver que Maisa comenzaba a enfatizar demasiado sus palabras. Le pasó el dorso de la mano por la mejilla tratando de obtener de ella una reacción como la que hubiese obtenido antes de todo aquello, pero ella se limitó a mirarle a los ojos con una expresión carente de la vitalidad de antaño. Durante el poco tiempo que llevaban hablando, Gaidel se había percatado de que le preocupaba algo, aunque intentase disimularlo, y no era solamente el embarazo. Gaidel le preguntó sin rodeos si le pasaba algo.
-Pues me pasa que ahora que has hacho todo esto por venir ya no puedo seguir haciéndome creer que te odio y eso es muy frustrante.- bromeó Maisa con una sonrisa un tanto forzada. A Gaidel le seguía pareciendo que intentaba disimular.
-Hablo en serio.
-Lo que sea... Vete a dar un baño y luego hablamos, que hueles peor que un vertedero al sol.
-Tienes razón. ¿Dónde está el cuarto de baño?
-Hay dos opciones: llenar esa bañera con el agua de esos bidones y después llenarlos de nuevo en el río o irte a bañar al río. Los artículos de aseo están en una estantería por ahí.
Gaidel le dio las gracias, cogió unas toallas y jabón y se fue al río a bañarse. Llevó una muda de ropa para después. Se metió con algo de desconfianza en el agua, pues aunque era otra de las cosas que le daba vergüenza reconocer delante de Maisa, nunca había tenido la oportunidad de bañarse en un río, pero enseguida vio que era seguro, pues en aquella zona había un remanso. El agua le llegaba más o menos por la cintura, y aunque no era un cauce muy ancho era posible nadar con holgura. Después de lavarse a fondo para sacarse el olor a bravío de días, no pudo evitar la tentación de nadar un rato. Asuntos de Orochi aparte, el agua era su elemento, ya de pequeño cuando iba a la playa con sus padres casi lo tenían que obligar a salir del agua después de pasarse tantas horas dentro que sus dedos se quedaban arrugados como los de un viejo. Y en aquel momento, como cuando era niño, perdió la noción del tiempo y de la realidad mientras nadaba. Solo volvió al mundo real cuando Maisa salió a buscarlo.
-¿Sigues ahí o te han devorado las pirañas?
Gaidel salió corriendo en el agua y se envolvió en una toalla.
-¿Hay pirañas?
-No, pero te he hecho salir del agua rápidamente.
-No es justo, te aprovechas de mi ignorancia. Mañana mismo me vas a hacer una lista de la fauna que me puedo encontrar por aquí... Aparte de un montón de mosquitos sobrealimentados.
-Venga, vamos a casa.
Gaidel se sentó en una roca de la orilla, se puso los pantalones y el calzado y ambos comenzaron a subir los pocos metros que separaban el río de la casa. Cuando ya casi llegaban, de repente Maisa perdió el equilibrio y no llegó a caerse porque Gaidel reaccionó a tiempo y la sujetó.
-¿Estás bien?
-Solo algo mareada.- Maisa hizo una pausa, tratando de recuperarse mientras entraban en casa y ambos se sentaban en el sofá.- Me preguntabas antes lo que me pasaba... Pues que este maldito embarazo está acabando conmigo... Por supuesto que quiero tener el bebé, pero a veces me parece que no voy a aguantar hasta finales de enero... Me mareo continuamente, tengo cambios de humor, a un momento me siento con energía suficiente para hacer cualquier cosa y al siguiente estoy hecha un trapo y... Bueno, son más cosas.
Gaidel se acercó más a la muchacha.
-Pero mujer... Eso es normal.
-No lo es... Tengo un montón de hermanos y primos pequeños, por lo que he visto muchos embarazos, y sé que esto es distinto...
Gaidel se fijó en que Maisa levantaba el tono de voz y también que sus ojos se empezaban a empañar. Al principio pensó que se debía a la "discusión", pero luego se dio cuenta de que estaba tratando de disimular el dolor que estaba sintiendo en aquel momento. Se sujetó el vientre con una mano en un acto casi reflejo, mientras respiraba profundamente tratando de relajarse. Gaidel le preguntó si estaba bien, pero Maisa no respondió, sino que se quedó quieta, esperando a que el dolor remitiese lo suficiente como para que su voz sonase normal.
-Estoy bien...- logró articular finalmente, aunque la forma de decirlo sugería todo lo contrario.- Ya se me pasa ahora...
Es ese momento su cuerpo se estremeció, y mientras emitía un par de hipidos leves se llevó la mano a la boca instintivamente. Al abrir la boca involuntariamente, un fino hilo de sangre fluyó hasta manchar la palma de su mano. Clavó sus ojos, que reflejaban una mezcla de pánico e ira, en los de Gaidel.
-¿Y esto qué?- gritó desesperada.- ¿Sigues creyendo que todo es normal?
-Sí...- masculló Gaidel, sintiéndose mal de repente, pero al mismo tiempo aliviado por conocer el motivo del malestar de Maisa. Ese era uno de los motivos por los que había dicho que no quería tener hijos.- Cálmate y te lo explicaré...
Con una de las toallas, que todavía llevaba en la mano, ayudó a Maisa a limpiarse mientras intentaba hacer que se calmase. Poco a poco la joven fue recuperándose.
-Te voy a contar algo que debería haberte contado hace tiempo, aunque no sé si te va a hacer sentir mejor o peor. De todos modos tienes derecho a saberlo.
Maisa lo miró con curiosidad y al mismo tiempo algo de miedo.
-¿Qué pasa?
-¿Recuerdas que te parecía que yo y los demás teníamos algún secreto y yo siempre te decía que algún día te lo contaría?
La muchacha asintió con la cabeza.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
-Más de lo que crees.
Gaidel le explicó lo relacionado con Orochi con pelos y señales, desde la antigua leyenda hasta como la sangre de los descendientes de Orochi podía afectar a los humanos normales, el motivo por el que Maisa se había estado sintiendo mal. A Maisa le costaba creerlo, pero había demasiadas pruebas que hasta entonces le habían pasado inadvertidas que le decían que todo era cierto. Además sabía que Gaidel no bromearía con una cosa así y que era una persona con una mente demasiado científica como para dejarse llevar por supersticiones y hechos no demostrados. Tenía que ser cierto.
-Y ahora que ya lo sabes todo te voy a pedir un favor.
-¿El qué?- preguntó Maisa, que todavía estaba intentando asimilar todo lo que acababa de escuchar.
-Que lo olvides. Me he jurado que Orochi no iba a volver a interferir en mi vida, así que no quiero volver a oír su nombre. Solo quería que tú lo supieses antes de enterrarlo todo.
-¿Entonces crees que nuestro hijo no debería saber nada?- interrogó Maisa llevándose de nuevo la mano al vientre sin darse cuenta.- Yo creo que es de esas cosas que no se pueden ocultar para siempre.
-No pretendo ocultárselo para siempre. Tarde o temprano lo sabrá, lo único que pido es que sea tarde.
Maisa entendió que Gaidel solo intentaba proteger a su futuro hijo o hija, así que aunque no le parecía la solución más adecuada no dijo nada. Después de todo lo que le había contado acerca de Orochi creyó entender los motivos que habían llevado a Gaidel a decir en un principio que no quería tener hijos y se sintió ligeramente estúpida por haber huido así.
-Oye... Ya sé que no viene a cuento pero... Siento haberte dejado tirado sin decir nada. En aquel momento me pareció que así nos ahorraría problemas a todos.
-Bah... A lo pasado, pasado. Ahora solo me preocupa que estemos bien y ya está.
Después de un par de días de descanso, que Gaidel necesitaba urgentemente, la pareja bajó al pueblo, fundamentalmente a invertir parte de la pequeña fortuna de Gaidel en cosas necesarias. Encargaron las piezas del generador eléctrico, compraron algunos objetos y alimentos y también adquirieron algo de material de construcción para proseguir las reformas de la casa. El bricolaje no era el fuerte de Maisa y Gaidel no había tenido que hacer nada parecido más que en las clases de hogar del instituto, pero tampoco podía ser tan difícil. También telefonearon a Kanako para informarse un poco de cómo estaban las cosas por Japón y de paso darle la dirección de un tío de Maisa que vivía en el pueblo para que enviase el resto de las cosas de Gaidel. También intentaron llamar a los padres de este, pero su madre al reconocer su voz le colgó el teléfono, para la sorpresa del pobre chaval. Bueno, quizás tuviese que esperar unos meses a que se le pasase el enfado. El viaje de vuelta lo pasaron discutiendo los posibles nombres para el bebé.
-Pues a mi me gustan los nombres mitológicos.- dijo Maisa con decisión.
-Vale... Tengo dos buenos: Climnestra si es niña y Deífobo si es niño.- bromeó Gaidel.
-No te burles...- gruñó la joven.- Tú eres el que le quiere llamar León si es niño y Leona si es niña... Eres menos original que las películas de vaqueros. En realidad yo pensaba más en la mitología egipcia, como Neith, Isis, Amón...
-¿Sabes que a Amón a veces se le representaba con cuerpo de león?
-Sí, y cabeza de carnero, y no por eso le voy a llamar a nuestro hijo Carnero si es niño y Oveja si es niña, así que deja ya a los leones en paz, que no me vas a convencer.
-Bueno... Tengo más ideas, pero no tan buenas.
