Los meses pasaron. No fue una temporada fácil pero al menos ambos se sentían a gusto con sus vidas tal y como estaban. Quizás no viviesen en el lujo, pero tampoco les faltaba nada de lo que necesitaban. Tanto Maisa como los vecinos se quedaron agradablemente sorprendidos con la capacidad de adaptación de Gaidel ante una vida totalmente distinta a la que siempre había llevado. También aprendió rápidamente a comunicarse en portugués, movido por la necesidad. En cuanto a Maisa, los últimos meses de embarazo fueron prácticamente un suplicio y desde mediados del mes de diciembre tuvo que empezar a guardar cama la mayor parte del tiempo. Fue el día 9 de enero al anochecer cuando Maisa se puso de parto, aunque teóricamente eso no tuviese que suceder hasta finales de mes. Gaidel y ella llegaron hasta el coche a la mayor velocidad que las circunstancias lo permitieron y pronto estuvieron en el rudimentario hospital del pueblo. Fueron varias horas de parto en las que a Gaidel no se le permitió estar presente. Al parecer se presentaron complicaciones y no lo querían a él por medio. Finalmente, ya cerca del amanecer, avisaron a Gaidel de que podía pasar. Lo primero que vio fue a una exhausta y sudorosa Maisa con una criatura en brazos, tan pequeña y rosada que costaba creer que fuese un ser humano.

-Es una niña...- dijo Maisa con voz débil y una sonrisa sincera a pesar de su debilidad.

Gaidel se sentó en el espacio libre que quedaba al borde de la cama, mirando a la recién nacida casi con adoración, sin atreverse a tocarla por su aparente fragilidad.

-Puedes cogerla.- musitó Maisa.

Gaidel trató de apartar de su mente la idea de que la niña pudiese caérsele de los brazos o le pudiese hacer daño si la sostenía mal y con el excesivo cuidado de un padre novato tomó a la niña en brazos. Suponía que todos los padres pensarían lo mismo al ver a sus hijos, pero le pareció la niña más bonita del mundo, con esa pelusa negro-azulada que le cubría la cabeza, esa nariz respingona que tienen todos los recién nacidos y esos labios rojo sangre que gesticulaban como pidiendo comida. Maisa se trató de acomodar de forma que pudiese hablar bien con Gaidel.

-El doctor me ha preguntado el nombre para incluirla en el registro.- susurró con una sonrisa.

-No le habrás puesto el nombre sin consultármelo...- respondió Gaidel sin lograr el tono de reproche que pretendía.

Maisa asintió sin borrar la sonrisa de su rostro.

-La he registrado con el nombre de Leona.

-Pero a ti no te gustaba ese nombre...

-Como tú dijiste, el león simboliza nobleza y valentía, y además el nombre suena bien. Al final me convenciste.

Gaidel miró de nuevo a la recién nacida mientras se la devolvía a su madre.

-Sí, suena bien.

En esas, una enfermera con cara de pocos amigos entró en el cuarto y, sin decir nada, tomó a la niña en brazos con cierta brusquedad.

-Lo siento, señor, pero es mejor que se vaya, las dos necesitan descansar..

Gaidel se sorprendió algo, no solo por la brusquedad de la enfermera sino también por ser llamado "señor", pero se despidió de Maisa diciéndole que estaría por allí fuera si lo necesitaba para algo. A la pequeña la dejaron en una de esas cunas con ruedas de hospital y se la llevaron de la habitación. Gaidel aprovechó para llamar de teléfono a todos los que se le ocurrió. Primero trató de localizar a sus padres. Su padre descolgó el teléfono.

-¿Diga?

-Papá, no cuelgues, por favor.

-Ah, hola.- respondió su padre, disimulando la sorpresa.- ¿qué pasa?

-Pues... Acaba de nacer nuestra hija, por eso te llamaba... Pensé que quizás os interesaría saber que todo nos va bien y eso...

-Sí, entiendo, es cierto.- dijo la voz al otro lado del teléfono de forma impersonal.

-Está mamá por ahí y ha decidido que ni tú ni ella me habláis, así que estás fingiendo que quien llama no soy yo, ¿verdad?

-Sí, exacto.

Al fondo se oyó la voz de la madre de Gaidel preguntando quien era y al padre respondiendo que era un compañero de trabajo. Su madre tenía buen carácter siempre y cuando no le llevasen la contraria, por eso quizás su padre ya había optado por no hacerlo.

-Bueno, te tengo que dejar, déjame algún teléfono de contacto y ya te llamo yo en otro momento.

-Donde vivimos no llega la línea telefónica, no te molestes.

-Ah... Está bien... Hasta luego.

Antes de que Gaidel pudiese despedirse ya le habían colgado el teléfono. Bueno, al menos sabía que uno de sus padres sí le hablaba. Después marcó el número del piso en el que había vivido y Kanako fue quien respondió. Se asustó al oír la voz de Gaidel al otro lado de la línea.

-¡Hola! ¿Ha pasado algo? ¿Estáis bien los dos?

-Sí, no te preocupes. Yo estoy más que bien... Maisa acaba de dar a luz y es de esas cosas que te dan la imperiosa necesidad de llamar a todo el mundo y contárselo.

-¡Qué bien!- exclamó Kanako con sincera alegría.- Me gustaría poder estar ahí con vosotros. A ver, cuéntame, cuéntamelo todo.

-Niña cotilla...- bromeó Gaidel.- La verdad es que no hay mucho que contar de momento. El bebé es una niña preciosa, le hemos llamado Leona. Por lo demás, pues ya me he acostumbrado a la vida por aquí y no la cambiaría por nada. ¿Qué tal por ahí?

-También todo bien, estudiando como una loca para los exámenes de las cuatrimestrales... Qué suerte tienes, tú en un paraíso tropical...

-Ecuatorial.

-Lo que sea... Tienes mucha suerte, yo aquí en pleno invierno matándome a estudiar y vosotros dos pasándolo bien en las tierras del verano eterno.

-Y de los mosquitos sobrealimentados, no te olvides, aunque ahora como es temprano todavía deben estar durmiendo.- respondió Gaidel en tono de broma, sin mencionar que en realidad las cosas no eran tan perfectas como ella las hacía parecer. Se oyó una risa suave al otro lado de la línea.

-Ah, pues yo, sin ser un mosquito, también me iba a dormir ahora mismo.

-Entonces no te entretengo mucho más. ¿Cómo le va a Goenitz? ¿Sigue tan... Goenitz como siempre?

-Pues en realidad no sé nada de él. Dijo que necesitaba su espacio vital y se fue a vivir solo a una casa de dos pisos, con jardín y todo. Ahora yo estoy buscando más gente para el piso, pero no sé qué me da vivir con desconocidos.

Gaidel vio que un hombre de bata blanca reclamaba su atención.

-Kanako-chan, no estoy tratando de cortarte la conversación, pero reclaman mi atención en otro lado.

-No pasa nada, ya hablaremos en otro momento.

-Eso, y escríbenos, que desde que enviaste mis cosas no hemos vuelto a saber nada de ti.

-Pues escribidme vosotros también, y quiero que me mandéis una foto vuestra con la niña. Y cuidaros mucho los dos, ¿vale?

-Igualmente, y si ves a ese cantamañanas de Goenitz le das saludos de mi parte.

-Claro. ¡Hasta otra!

Kanako colgó y Gaidel se dirigió hacia el doctor.

-¿Pasa algo?

-Me gustaría hablar con vd. un momento.

-¿Va todo bien?

-Más o menos. El parto ha sido complicado y su esposa todavía no está fuera de peligro, así que deberá permanecer en observación hasta que presente una mejoría notable. La niña está perfectamente.

Gaidel pasó allí toda la semana que Maisa estuvo ingresada en el hospital. Afortunadamente, la joven madre se recuperó pronto y pudieron volver a casa. Cuando llegaron, las 2 ancianas parejas los recibieron con los brazos abiertos y colmaron de atenciones a la recién nacida, que ya empezaba a fijar la vista y miraba a toda aquella gente desconocida sin entender de qué iba todo aquello. Entonces alguien llamó a la puerta. Era extraño, pues ya estaban allí todos los habitantes de la aldea. Uno de los ancianos les explicó que habían llegado unos extranjeros a los que solo les habían entendido que querían hablar con Gaidel. Abrió la puerta y allí estaban, un chico y una chica, de edad entre los 25 y los 30 años, probablemente. No hacía falta preguntar para saber que eran de sangre Orochi, podía notarlo. Gaidel salió de casa para hablar con ellos en privado. Con educación y al mismo tiempo firmeza, Gaidel les dijo que, buscasen lo que buscasen, estaban en el sitio equivocado. Ellos, que eran hermanos, le explicaron que habían oído hablar de aquel lugar por casualidad a un conocido suyo, que resultó ser uno de los hermanos de Kanako. Por lo que Gaidel pudo comprobar, su forma de pensar era en cierto modo similar a la suya propia. Aunque no se sentía cómodo con ellos cerca, tampoco podía impedirles que se quedasen si querían ni negarles la ayuda a personas que estaban intentando dejar atrás algo en lo que no creían, como él había hecho hacía tan solo unos meses, así que les dijo que se instalasen en cualquiera de las casas abandonadas. Cuando volvió a entrar en casa le explicó a Maisa la situación, y ella pareció bastante complacida, pues al fin y al cabo su sueño era "resucitar" la aldea.