El tiempo fue pasando y ambos tuvieron varias oportunidades para descubrir que encargarse de un bebé no es tan fácil, sobre todo para Gaidel que, al contrario que Maisa, no había tenido hermanos pequeños. Pronto empezó a gatear y, como todos los bebés, hacer de las suyas. A la pequeña Leona, aunque no era especialmente revoltosa, le podía la curiosidad y no la podían dejar sola ni un momento. De todos modos aquel comportamiento, así como que la primera palabra que aprendiese fuese "qué" y se dedicase a preguntar acerca de todas las cosas para que le dijesen su nombre, indicaba una curiosidad innata, y eso enorgullecía a los novatos padres. Además, al menos para sus padres, era una niña preciosa. Había heredado la espesa mata de pelo azul de su padre, aunque de un tono más oscuro y menos intenso, y también sus grandes ojos aguamarina. Por otra parte, tenía la nariz larga y recta y el rostro alargado de su madre, por mucho que las comparaciones sean odiosas. Como suele suceder con los niños que aprenden pronto a hablar, tardó en aprender a caminar, pero una vez que lo hizo no tardó en querer recorrer todo aquel mundo lleno de cosas llamativas (y de querer subirse a todos los árboles que tuviese a la vista). Por eso desde muy pequeña su padre siempre la llevaba con él cuando tenía que ir a hacer algo como cortar leña, traer agua del río o trabajar en la pequeña huerta, aun a sabiendas de que la chiquilla retrasaría su trabajo. De todos modos no le importaba, siempre le sobraba suficiente tiempo como para poder tomarse el trabajo con calma y prestarle algo de atención a su hija. Por supuesto, Maisa también le prestaba atención, pero por lo general Leona seguía más a su padre, quizás porque este le seguía más el juego mientras que su madre era más estricta a la hora de la educación.

En los años siguientes, varias personas más llegaron a la aldea, todos en idénticas condiciones que los primeros que habían llegado. Por supuesto, Gaidel no se sentía quien para impedirles que se quedasen, y además a Maisa se la veía feliz de ver prosperar la aldea. Pese a que todos sabían que estaban conviviendo con gente de sangre Orochi, era una especie de ley no escrita el no mencionar nada referente a ello, al fin y al cabo todos querían olvidar. Así, Leona creció sin conciencia de parte de su identidad, o al menos eso parecía, hasta que un día, a la temprana edad de 4 años, en una de sus habituales preguntas, le pidió a su padre que le explicase por qué la gente del pueblo y su madre eran "distintos a ellos". Al principio su padre no entendió o no quiso entender, ni siquiera la misma Leona sabía exactamente lo que estaba preguntando. Cuando Gaidel por fin la entendió trató de quitarle importancia diciéndole a la pequeña que no estaba bien establecer diferencias entre las personas, pero se quedó preocupado, pues él no había sido capaz de diferenciar a los descendientes de Orochi de la gente "normal" a simple vista hasta años más tarde. Decidió fingir que no había pasado nada y mantenerse alerta por si acaso. Quizás tendría que contárselo todo mucho antes de lo que quisiese. Leona poseía el don de la inocencia y la suerte de vivir en un sitio aislado, casi idílico, que le permitía conservarlo, por eso sus padres se sentían mal cuando tenían que contestar a preguntas comprometidas, como un día que la chiquilla había visto una fotografía de un niño pequeño en un campo de concentración y Gaidel había tenido que explicarle con pelos y señales (pues la curiosa niña nunca se conformaba con una explicación pobre en detalles) lo que era una guerra. Esas eran las típicas cosas que algún día tendría que aprender, pero en que sus padres en cierto modo preferían que nunca tuviese que hacerlo.

Y volviendo a Goenitz... ¿Qué había sido de él? Después de los 6 años estudiando Medicina había decidido no cursar la especialidad y ocuparse plenamente en actividades más "productivas". De todos modos tener una carrera solo servía para encontrar empleo, y él tenía suficiente dinero como para poder permitirse vivir sin trabajar... y además sabía que no tendría que ahorrar para cuando fuese viejo. También sabía que el día en que tuviese que pasar a la acción se acercaba cada vez más y, como la mente inteligente y manipuladora que era, lo tenía todo planeado al milímetro y no le importaba lo más mínimo tener que esperar lo que fuese al momento apropiado. Mientras, se encargaba de mantener una vigilancia periódica sobre los demás miembros de la realeza de Orochi. Como miembro más veterano de esta (de hecho, sería más correcto decir que era el único miembro adulto), era responsabilidad suya supervisar que todo fuese bien encaminado. Pero nunca había sido un hombre de acción y le molestaba estar demasiado ocupado. No estaba escrito en ningún sitio que tuviese que ocuparse de todo personalmente, así que no sería pecado buscar a alguien que llevase sus asuntos durante sus habituales "viajes de negocios". Fue entonces cuando las encontró, se podría decir que por casualidad, si Goenitz creyese en las casualidades, claro está. Quizás aquellas dos jovencitas cuyo físico llamaba la atención aun sin proponérselo (claro que ellas tampoco hacían nada por ocultarlo) apenas estuviesen en edad de trabajar, pero no iba a desperdiciar aquel talento. Eran dos diamantes en bruto, pero podía ver en ellas fuerza y ambición que solventarían su inicial falta de experiencia. A su favor, también jugaba la baza que ambas eran de sangre Orochi. Sabía que en un principio no querrían aceptar y en caso de que lo hiciesen no tenía claro hasta qué punto podría esperar lealtad de ellas, pero eran riesgos que debía correr. Además, él siempre había sido capaz de manipular las mentes ajenas a su antojo, dos adolescentes no deberían ser ningún reto. Mantuvo a las muchachas vigiladas durante un par de días antes de decidirse a pasar a la acción. Se hacían llamar Mature y Vice, dos curiosos alias que probablemente tuviesen alguna historia todavía más curiosa que Goenitz prefería no conocer. Mature, la más alta (o quizás no fuese la más alta, pero su compañera parecía sufrir algún tipo de problema de espalda y no ser capaz de caminar derecha, eso la hacía parecer más baja) era una joven de cabello rubio y largo, con una elegancia natural que acentuaba su atractivo, conocedora de sus encantos y que no parecía reticente a utilizarlos en beneficio propio. Vice, en cambio, una chica de pelo castaño corto, con unos ojos en los que era imposible no fijarse, rebosaba agresividad natural, sin que eso ocultase su atractivo, sino más bien todo lo contrario.

Después de tener que sacarse un par de trucos de la manga y hacerles una buena oferta económica, ambas muchachas aceptaron unirse a Goenitz y encargarse del trabajo sucio. Goenitz les enseñó la forma de utilizar sus poderes y habilidades al máximo, lo que ayudó a incrementar la fuerza que ya tenían por naturaleza y su falta de escrúpulos al utilizarla. No por eso Mature y Vice se sentían como si le debiesen algo a aquel hombre, si trabajaban para él se debía exclusivamente a que las condiciones laborales eran inmejorables y si tenían que hacer alguna tarea poco lícita no les preocupaba demasiado, ya que el sueldo alto y el poco trabajo lo compensaban. Muchas veces, Goenitz las enviaba de viaje, y otras era él quien se marchaba durante varios meses, por lo que además disfrutaban de la libertad de trabajar sin tener un jefe que las vigilase la mayor parte del tiempo. Goenitz podía ser un tipo raro y poco recomendable, pero las condiciones laborales lo sopesaban todo.

Mature guardó el maquillaje en un cajón y Vice dejó de balancearse en la silla de oficina, levantó la cabeza del respaldo y se sentó recta. Habían oído los pasos del jefe y tenían que fingir que ocupaban el tiempo en algo importante.

-Ah, bien... Veo que seguís trabajando.

Las dos chicas asintieron.

-Solamente dejadme que os dé un consejo, señoritas: Si queréis fingir que escribís, al menos destapad los bolígrafos.

-Burra...- le susurró Vice a Mature en tono de burla.- No es por nada, pero el mío está destapado y yo si que estaba trabajando, oh grande y todopoderoso señor Goenitz.

-Sí, y debe escribir en tinta invisible, a juzgar por esa hoja en blanco.- apuntó Mature con una sonrisa maliciosa.

-Menos bromas a las dos. Tengo trabajo para vosotras.

-¿Más?- protestó Mature.- Esto ya me recuerda al colegio.

-Sólo falta una monja que nos diga "Siéntense bien, señoritas, que les va a salir joroba".

-Sí, ya sabemos todos que tú no hacías caso.- le interrumpió Goenitz, dejando a Vice confundida, mientras dejaba un sobre grande encima de la mesa con un sonoro golpe.- Aquí tenéis los sitios a donde tenéis que viajar, los billetes de avión y el planning. Más os vale no fallar porque esta vez es una labor de investigación muy importante. Quiero un informe detallado.

-Hey, nos ofendes.- dijo Mature.- ¿Cuándo te hemos fallado nosotras?

-Siempre hay una primera vez. Procurad que no sea esta.

Sin decir más, Goenitz se dio la vuelta y se marchó.

-¿De qué va este tipo?- preguntó Vice, que había estado pensativa.- ¿Y qué ha querido insinuar con eso de "ya sabemos todos que tú no hacías caso"?

Vice golpeó la mesa, algo enfadada.

-Tú no le hagas caso.- respondió Mature.- Algún día se mirará en el espejo y descubrirá que le ha caído lejía sobre el pelo.- Mature hizo una pausa al ver que Vice abría el sobre y miraba su contenido.- ¿Adónde nos manda esta vez?

-Prfff... ¿Tú qué crees?

-¿Quién te toca esta vez? ¿Enano repelente o niña cursi con demasiado flequillo?

-Niña cursi.

-Vaya, yo quería ir a Francia esta vez... ¿Me la cambias?

-Está bien, pero me debes una.

-Sí, anda, y las 20 que me debes tú.

Goenitz sacudió la cabeza y fingió no oír las palabras de sus empleadas. Su falta de respeto hacia todo a veces le desesperaba, pero siempre habían sido eficientes y sabía que no encontraría a nadie mejor. Comprobó por última vez el calendario en el que tenía marcadas todas las fechas, aunque se lo sabía de memoria. El momento había llegado. A la noche siguiente emprendió el viaje. Las notas tomadas por Kurai le serían útiles.