Aun no acababa de salir el sol y Leona ya estaba en pie. Se vistió apresuradamente, se lavó la cara y se sujetó el pelo en un intento de coleta. Corrió a despertar a sus padres: entró en la habitación, subió a la cama y empezó a dar leves empujones a su padre.

-Papá, papá... Papá, despierta.

Gaidel entreabrió los ojos y murmuró algo ininteligible.

-Papá, vamos, levántate, hoy tenemos que ir a la ciudad.

-¿Qué hora es?- preguntó Gaidel, somnoliento.

-Las 6.

-Leona... Duerme un poco más. Es muy temprano.

-No puedo volver a la cama, ya estoy vestida.- replicó la pequeña, mirando a su padre con ojos de cachorro abandonado. Siempre le funcionaba.

-Está bien, está bien...- murmuró Gaidel sentándose en la cama. 5 minutos y ya voy...

-¡Vale!- exclamó Leona, bajando de la cama de un salto.- ¡Voy a preparar el desayuno!

-¡Oye! ¡No...

Era inútil. La pequeña ya había desaparecido por la puerta como una centella. Maisa, que se había despertado, miró a Gaidel con cara de sueño.

-Cariño... Le consientes demasiado.- masculló tapándose un poco más con el edredón.

-Siempre dices lo mismo, pero no es cierto.- replicó Gaidel mientras se desperezaba.- No pasa nada porque salgamos un poco más temprano, así aprovecharemos mejor el día. Para una vez al año que vamos...

-Lo que tú digas.- respondió Maisa sin estar de acuerdo pero demasiado dormida como para argumentar.

-Venga, quédate en cama mientras voy yo a preparar el desayuno antes de que la niña rompa algo.

Gaidel se puso en pie y se dirigió a la cocina, donde la pequeña Leona estaba subida a la mesa tratando de alcanzar la alacena de los platos.

-¡Leo-chan! ¡Bájate de ahí! Un día de estos te vas a caer.

-Bueno...- se resignó la niña, bajando de un salto como si nada, con el ceño fruncido.- Sólo iba a preparar el desayuno...

-Venga, trae la leche de la nevera, que a eso sí que le llegas. Vamos a llevarle el desayuno a la cama a tu madre para que no se enfade por hacerla madrugar.

-¡Vale!- exclamó la pequeña olvidando su fingido enfado, mostrando una desdentada sonrisa (se le habían caído un par de dientes de leche).

Leona trató de ayudar a su padre, aunque lo único que logró fue entorpecer un tanto la labor. Después del desayuno, la familia salió hacia la ciudad. No solían visitarla a menudo, pues estaba a varias horas de viaje. Normalmente iban alrededor de una vez al año para comprar cosas que era imposible encontrar en el pueblo. Leona solamente había estado allí una vez y había quedado impresionada. Era todo tan diferente de lo que estaba acostumbrada a ver... Llegaron allí en torno a la media mañana y pasaron hasta el mediodía haciendo compras para toda la aldea y cargándolas en el viejo todoterreno. Después de comer, como ya habían terminado con todo lo que tenían que hacer, pudieron ir a dar un paseo tranquilamente.

Amanecía en el poblado Yata y la muchacha se despertó sobresaltada, sin saber exactamente qué le había arrebatado del placentero sueño. Miró la cama de al lado. Su hermana todavía dormía, aunque parecía estar teniendo una pesadilla. Se puso en pie, inquieta por la sensación de que algo nefasto se aproximaba. Se vistió rápidamente y salió afuera. No vio nada, pero sabía perfectamente a qué estaba a punto de enfrentarse. Sin duda era él, el hombre capaz de controlar el poder del viento. Era inevitable que aquel momento llegase, pero saber que ese momento era ahora hacía que un escalofrío le recorriese la columna. Cerró los ojos por un momento y contuvo la respiración, tratando de hacerse a la idea. No podía dejar que el miedo la dominase. Era cierto que era todavía demasiado joven para soportar con una responsabilidad tan grande, pero tenía que ser fuerte, ahora más que nunca.

-Vaya, vaya... Qué buen recibimiento. Nada más y nada menos que la guardiana del sello en persona.

La joven se quedó paralizada al encontrarse frente a frente con aquel hombre. Ciertamente su estatura y corpulencia imponían respeto por si solos, así como su mirada fría e impenetrable. Tampoco creía que fuese casualidad que se hubiese presentado allí justo en el día que, por la combinación de los astros en el cielo, el poder de Orochi era mayor con respecto al de las armas divinas. Probablemente tuviese todo calculado al milímetro y eso le asustaba todavía más. Por sus vestimenta, la de los sacerdotes de Orochi, no había duda de que se trataba de él. Se le acercó con paso firme y decidido, mientras ella ni siquiera se podía mover.

-¿No vas a intentar huir de mi? Agradezco que me facilites así el trabajo, muchachita.

-E-el poder de Orochi está sellado.- tartamudeó.- El poco poder residual que queda libre no es suficiente para hacerme frente. N-no te tengo miedo.

-Curioso comentario procediendo de alguien a quien le tiemblan las piernas. Además no necesito el poder de Orochi para acabar contigo. Me basta con mis propias manos.

La joven Kagura, que realmente estaba temblando, tanto por el frío como por el miedo, se armó de valor para intentar un ataque contra Goenitz, pero este era demasiado rápido. Agarró a la chica por el cuello y la levantó como si de un saco de plumas se tratase. Ella trató de defenderse, pero ni siquiera podía respirar. Supo con certeza que su hora había llegado. Con un movimiento rápido de su mano libre, Goenitz le dobló un brazo hasta que se oyó el crujir de los huesos y la muchacha soltó un alarido de dolor.

-Acaba rápido, por favor.- susurró casi sin voz.

Goenitz soltó una carcajada cínica mientras negaba con la cabeza.

-Matarte es mi deber... Pero torturarte es mi derecho... Mi venganza después de tantos siglos reteniendo el poder de nuestra raza.

Con otro hábil movimiento de su mano libre cortó el abdomen de la joven, y los azulados intestinos comenzaron a salir. La sonrisa permanente en la cara de Goenitz mostraba que estaba disfrutando.

-Podría haber sido cirujano.- dijo con sorna mientras seguía torturando a la pobre Kagura e iba sintiendo como su poder aumentaba mientras a ella se le escapaba la vida poco a poco.
-Papá...- Leona parecía asustada.- Me siento mal...

-No es nada, Leo-chan... Mira, ¿ves esa tienda de golosinas? Vete a comprar lo que tú quieras.

-¡Una manzana de caramelo!- exclamó la niña, olvidando por un momento que se sentía mal. - ¿Puedo, mamá?

Maisa se encogió de hombros, dándole permiso, y la pequeña corrió a la tienda de golosinas ilusionada.

-Gaidel, ¿es cosa mía o te acabas de librar de la niña? ¿Pasa algo? No tienes muy buen aspecto.

-Es el sello que mantiene encerrado el poder de Orochi. Noto que está perdiendo fuerzas por momentos... Me temo que termine por romperse definitivamente.

Maisa miró a Gaidel preocupada.

-¿Y si eso pasa qué consecuencias tendrá?

Gaidel se encogió de hombros, no tanto porque no supiese la respuesta sino porque no tenía ganas de explicarla. Se quedó pensativo mientras miraba hacia la tienda donde estaba su hija. Era ella quien más le preocupaba, al fin y al cabo no sabía que era descendiente de Orochi, ni siquiera sabía lo que era Orochi. Quizás no estuviese haciendo bien ocultándoselo, pero no sabía la forma de decírselo. También se preguntó quién podría haber sido el artífice de tal atrocidad... Asesinar al guardián del sello... El nombre de Goenitz se le pasó inmediatamente por la cabeza, pero lo descartó inmediatamente, odiándose por ser capaz de pensar algo así de un amigo.

-¿Qué piensas?- preguntó Leona, sorprendiendo a su padre, ya que este no se había percatado de su regreso.

-Pienso en si algún día dejarás de hacer tantas preguntas.- le dijo en tono de broma.

-¿Te encuentras mejor ya?- le preguntó Maisa un tanto preocupada. La pequeña se encogió de hombros.

-Me aguanto.

Gaidel le revolvió el pelo con la mano.

-Muy valiente, sí señor.- sonrió, tratando que no se percatase de su tono de preocupación.
Chizuru se despertó al oír un grito sofocado y salió corriendo afuera, habiendo reconocido la voz de su hermana. Incluso antes de ver lo que estaba sucediendo ya lo sabía.

-Vaya, la otra Kagura.- dijo Goenitz con su habitual voz cínica.

-Chizuru...- murmuró su hermana, ya casi sin vida.

Chizuru no lo dudó. Por supuesto que estaba asustada, pero no podía dejar a su hermana morir. Se situó donde estaba Goenitz en un abrir y cerrar de ojos, pero Goenitz fue más rápido y de alguna forma desapareció de aquel lugar, dejando caer a la hermana de Chizuru, para reaparecer a unos cuantos metros de allí. Chizuru se apresuró a acercarse a su hermana, olvidándose de Goenitz.

-Amor fraternal... Qué emotivo. Os dejo que disfrutéis de vuestros últimos momentos juntas. Supongo que es inevitable que nos volvamos a encontrar en el futuro, así que... Hasta luego, Kagura.

Dicho esto, Goenitz se desvaneció con una racha de viento huracanado, siempre le había gustado la teatralidad.

-Parece que he fallado en mi labor de proteger el sello... Ahora te toca a ti arreglarlo. No sé como he podido ser tan cobarde.

-No digas eso, tú le plantaste cara. Y no hables como si fueses a morir... Voy a llamar al doctor.

Pero cuando Chizuru regresó, acompañada del médico del pueblo, ya no había nada más que hacer que retirar el cuerpo sin vida de la joven.
Leona se acercó sollozando a su padre mientras se llevaba las manos a la cabeza.

-Papá... Me duele...

En realidad no era tanto el dolor como la confusión por no saber qué le estaba pasando.

-¡Leona, caray, cállate ya!- cortó su padre con un tono que él mismo reconoció como inapropiado, al fin y al cabo la niña no había hecho nada malo. La pequeña se quedó en silencio mirando alternativamente a los ojos de su padre y de su madre en busca de una respuesta. Maisa se acercó y la tomó en brazos.

-Venga, nos vamos.- dijo Gaidel.- Tengo que ir a la aldea a ver si todo está bien. Vosotras mejor quedaros en el pueblo con tu tío esta noche.

Maisa no puso objeciones, pensando que Gaidel sabría lo que hacía.

-¿Conduzco yo?- preguntó. Gaidel asintió con la cabeza, de forma un tanto ausente. Podía percibir la forma en que su poder se estaba incrementando progresivamente y, por irónico que pudiese parecer, no le agradaba en absoluto, pues se sentía parte de aquella espiral que parecía llevar inevitablemente a la resurrección de Orochi. Cuando llegaron al pueblo, Maisa le pidió a su tío que se ocupase de Leona un momento mientras ella salía a la calle y hablaba con Gaidel en privado.

-No entiendo de qué va todo esto. ¿Por qué no podemos volver a casa?

-Sería como llevaros junto a una bomba de relojería.

-¿No confías en nuestros vecinos? Yo creo que son gente de confianza.

-No confío ni en mi mismo... Observa.

Gaidel hizo un gesto vago con la mano y una columna de agua se alzó partiendo del suelo. Duró sólo un instante antes de desvanecerse en gotas que cayeron como una ligera llovizna.

-Vaya... ¿Cómo sabías que podías hacer eso? Ha sido impresionante.

-No sé cómo lo he hecho pero por algún motivo sabía que lo podía hacer sin esfuerzo... No sé hasta dónde llega mi nuevo poder, pero sé que es peligroso.

-No digas tonterías. Sería peligroso si lo utilizases mal.

-¡Pero es que yo no quiero utilizarlo, ni bien ni mal!- exclamó Gaidel utilizando de nuevo un tono ligeramente inapropiado. Luego se dio cuenta y se serenó.- Un exceso de poder siempre termina trayendo problemas. Además no soy nadie para juzgar lo que está bien o mal, así que prefiero dejar los superpoderes para los héroes de la tele y limitarme a vivir en paz con mi familia... en cuanto compruebe que no represento ningún peligro para vosotras.

-¿Y Leona? ¿Estará bien?

-No le pasa nada. Mándala a dormir y mañana estará como nueva. Creo que le debo una disculpa... bueno, y otra a ti... pero mejor con ella me disculparé mañana, cuando ambos estemos en condiciones...

-Por cierto... Sé que no viene a cuento, pero... ¿Cómo se rompe un sello de esos si no es algo físico?

-Pues...- Gaidel dudó por un momento en la forma de explicárselo.- Se rompe si un descendiente de Orochi... asesina al guardián.

-Fue Goenitz, ¿verdad?- preguntó Maisa.

A Gaidel le tomó de sorpresa la tajante afirmación de Maisa. Aunque él mismo había pensado en ello no podía hacer tal acusación.

-Esto ya es el colmo... Porque no te caiga bien no tiene por qué ser un asesino. ¿Sabes cuántas personas de sangre Orochi hay tan solo en Japón?

-¿Muy pocas? ¿Poquísimas? ¿Tan pocas que ni siquiera se las puede considerar una minoría?

-Pero las suficientes como para que no haya motivos para sospechar de Goenitz.

Maisa bajó la cabeza.

-Quizás tengas razón... Tampoco quiero cargarle el muerto a nadie tan a la ligera. Mejor voy a ver cómo está Leona y ya hablaremos mañana cuando haya pasado todo.

Se despidieron. Gaidel subió al coche para volver a la aldea y Maisa entró de nuevo en casa. Leona estaba en casa, comiendo con desgana. Su madre se le acercó pero la pequeña no mostró ninguna reacción.

-¿Qué tal? ¿Estás mejor?- le preguntó con voz suave.

Leona fingió un repentino interés en el plato de sopa solamente para no responder. Su madre se quedó a su lado, pero no la presionó a hablar. Sabía que le estaba rondando alguna idea por la cabeza y que terminaría por soltarla.

-Mamá...

-¿Qué pasa?

-Papá se enfadó conmigo por llorar y por eso se fue, ¿verdad?

Maisa trató de bromear para quitarle leña al asunto.

-Vaya, vaya, la enana se cree el ombligo del mundo, ¿eh? Para tu información, tu padre tiene mucho que hacer en casa y si fuésemos con él solo le molestaríamos. Nos vamos a quedar aquí hasta que termine.

Leona aceptó el motivo como bueno y se quedó más tranquila, aunque no estuviese convencida del todo. Como Maisa vio que no se iba a terminar la cena prefirió mandarla ya a la cama. Después del ajetreo de aquel día se quedó dormida enseguida. Maisa se quedó charlando un poco con su tío, que tampoco entendía de qué iba la cosa, pero se fue también a dormir poco más tarde.

Cuando Gaidel llegó al pueblo, todo el mundo estaba muy inquieto, pues sabían que había pasado algo, aunque nadie entendiese qué exactamente y sus especulaciones fuesen a cada cual más estrambótica e increíble. Afortunadamente, aparte de la general inquietud, todo el mundo estaba bien. Gaidel tuvo que organizar una especie de asamblea para aclarar las cosas, en la que demostró que tenía ciertas dotes de liderazgo, aunque nunca hubiese pretendido situarse a la cabeza de aquella aldea.

A la mañana siguiente, ya más tranquilo y con una visión más optimista del asunto, Gaidel volvió al pueblo a buscar a Maisa y Leona, como había dicho. La pequeña lo recibió como si no lo hubiese visto desde hace años, algo en cierto modo comprensible, pues no estaba acostumbrada a separarse de ninguno de sus padres. Gaidel aprovechó para tratar de justificar su comportamiento del día anterior, pero la niña no le dio apenas importancia. Los 3 volvieron a la aldea y se tomaron el resto del día libre, nadando en el arroyo y tratando de olvidar las preocupaciones y malos tragos del día anterior.