En la pequeña aldea amazónica todo seguía su curso en calma, ajeno al resto del mundo. Kanako encontró allí por fin algo parecido a la paz, una especie de paz ficticia, pues sus visiones lejos de remitir, se incrementaban y se mostraban con más violencia. Finalmente ella había optado por ignorarlas y no dejar que la atormentasen, pues no podía creer que las cosas que veía fuesen a pasar y no estaba dispuesta a vivir aterrorizada por ellas. Terminó por casi ni percatarse de ellas. Desde que se trasladó a la nueva casa, una pequeña cabaña que una vez acondicionada era un lugar bastante acogedor, se centró en seguir escribiendo novelas y tratar de disfrutar de su tiempo allí. El resto de personas de la aldea le habían cogido cariño, pues pese a verla como una persona algo extraña (mientras los demás se habían acostumbrado a trabajar duro en el campo a ella no se la había visto hacer más que cortar leña de vez en cuando y siempre vestía como si siguiese en una gran ciudad) era la típica persona tímida y silenciosa, con aspecto de chica desvalida que no le hace mal a nadie y se termina haciendo de querer. Habitualmente pasaba bastante tiempo con Gaidel y familia, aunque procuraba no excederse porque suponía que no les haría demasiada gracia tenerla por allí entrometiéndose en sus vidas. De vez en cuando también tenía que regresar a Japón por algunos días por asuntos de negocios. Sus libros, aunque muy lejos de ser best sellers, estaban teniendo mayor acogida de la esperada y sus editores la requerían de vez en cuando.

***

-Venga... ¿Por qué no?

-¿No ves el mal tiempo que se ha puesto? No podemos subir a la cúpula arbórea con este vendaval.

-Pero me habías dicho que íbamos hoy...

-Vamos mañana si mejora el tiempo, ¿vale?

-Bueno...

Leona no estaba muy satisfecha con el trato, pero se resignó.

-Gaidel, no funciona la luz.- advirtió Maisa desde la sala.

-Estará fundida la bombilla.

-No funciona en toda la casa.

Gaidel resopló algo fastidiado y se acercó al armario y sacó un chubasquero.

-Bueno, tendré que salir a comprobar si se soltó algún cable del tendido eléctrico con la tormenta.

-¿Voy contigo?- preguntaron Leona y Maisa a un tiempo.

Gaidel soltó una carcajada leve.

-Ya me las arreglo solo. Vuelvo ahora mismo.

-Lleva la linterna.- le recordó Maisa, buscando en un cajón. Aunque era de día, entre la tormenta y la densa vegetación casi parecía de noche.

Gaidel salió afuera para comprobar los cables del tendido. Se encontró con otro vecino que estaba en la misma situación. Todo el pueblo se había quedado sin luz, pero el cableado parecía intacto. Subió unos cuantos metros río arriba acompañado del vecino, hasta el salto de agua donde estaba situado el generador. Desde lejos era imposible percibir nada, pero al acercarse pudieron ver un enorme árbol caído y partes de este impidiendo la rotación de las turbinas. No era la primera vez que se atascaban y dejaban la aldea a oscuras. Gaidel trató de desbloquearlas, sin éxito, y cuando el otro hombre se unió a él el resultado no fue mejor. Aunque eran dos personas fuertes era imposible mover aquel enorme tronco sin más ayuda y sobre todo sin terminar de destrozar el generador. Finalmente decidieron volver a buscar herramientas, y armados con sierras consiguieron cortar las ramas que impedían que las turbinas girasen. Aun así, todo seguía sin funcionar. Algún otro mecanismo habría sido dañado y a eso si que ya no le podía hacer nada.

-¿Has conseguido arreglar algo?- le preguntó Maisa al volver.

-Nada... Recuérdame que mañana baje al pueblo a primera hora y traiga a alguien que entienda ese cacharro.

-¿Vamos a estar sin electricidad hasta mañana?- preguntó Maisa.

-No es tan malo.- respondió Gaidel.- Cuando llegué no había electricidad y no nos fue tan mal.

-Pero a Leona ya no le tocó vivir eso y está acostumbrada a...

-A mi no me importa.- interrumpió la niña.- Pero menos mal que Kanako está de viaje, porque con lo que se queja por que no hay agua corriente seguro que sin luz iba a estar peor.

Maisa se rió brevemente.

-Tienes razón. Gaidel, por favor, pásame la linterna esa. Voy a ver si hago algo de comer, que va siendo tarde.

El bramido del viento impedía escuchar otros sonidos que proviniesen de fuera, por eso tardaron en oír golpear la puerta.

-Papá, creo que llaman a la puerta.

-¿Y desde cuando pides permiso para ir a abrir?- respondió este en tono de broma. La niña se encogió de hombros y corrió hacia la puerta.

***

Kanako estaba en una reunión con sus editores cuando comenzaron a formarse imágenes en su mente. La visión de la sangre y de cuerpos descuartizados hizo que cerrase los ojos con fuerza, como si así pudiesen desaparecer, pero en principio lo ignoró todo como solía hacer. Pero las visiones no cesaron. Se fueron haciendo más nítidas y más explícitas con el paso del tiempo. Además podía establecer perfectamente lo que sucedía en la visión, lo que no solía sucederle. Empezó a plantearse en serio que aquellas cosas que imaginaba fuesen realmente premoniciones. De alguna forma sabía que aquello estaba a punto de suceder y debía impedirlo... como fuese.

-¡Leona, no!- exclamó sin darse cuenta. Todo el mundo se quedó mirando y Kanako se puso roja como un tomate.- Necesito hacer una llamada por teléfono.- pidió con voz más imperativa que de costumbre pero sonando todavía más a súplica que a orden.

-Hay un teléfono en mi despacho, en la puerta de al lado.- respondió una mujer de las que estaban allí presentes. Kanako dio las gracias de forma apresurada y corrió al teléfono. La línea telefónica no llegaba a la aldea, pero recordaba el número de teléfono del tío de Maisa. En esos momentos su buena memoria para los números era de buena ayuda. O eso parecía, porque finalmente todo fue en vano. La voz de una grabación a modo de operadora le repitió con voz impersonal, en cada uno de sus intentos, que la zona a la que estaba llamando estaba sin línea a causa del temporal. Tenía que hacer algo, no le importaba abandonar la reunión a medias. Volvió a la sala de juntas y anunció a todos que se tenía que marchar y que tomasen las decisiones sin ella, dejándolos completamente anonadados. Cogería el siguiente vuelo a Brasil, aunque tuviese que ir en la bodega de carga.

***

Por fin, después de un buen rato llamando, alguien se dignó a abrir. Podía haber entrado de forma más violenta, pero en un principio no se iba a buscar líos. Quien le abrió la puerta era una niña pequeña, de unos 8 ó 9 años, presumiblemente. El ridículo pelo azul, los grandes ojos serenos e inquisitivos hasta llegar a resultar desafiantes no le dejaban lugar a dudas. Tenía que estar en el lugar correcto.

-Eres la hija de Gaidel, ¿no es cierto, niña?

La niña frunció el ceño mientras parecía inspeccionarlo de pies a cabeza. Le dio la espalda para llamar a su padre.

-¡Papá! ¡Un señor con el pelo raro que dice que te conoce está aquí!

¿Pelo raro? ¿Acaso aquella simple mocosa se atrevía a burlarse de él? No, probablemente fuese demasiado estúpida para ello, lo había dicho sin malicia. Era la viva imagen de su padre, que apareció enseguida. Realmente estaba cambiado tras todos aquellos años. Ya no parecía el chiquillo despreocupado que bromeaba a su costa hasta hacerle perder los nervios, pero probablemente el cambio solo había sido superficial. La gente como él nunca cambiaba. Se agachó junto a la niña y le dio una palmada floja en la espalda.

-Oye, Leo-chan, ¿por qué no vas a ayudar a tu madre a preparar la comida?- le dijo en tono suave. La pequeña le miró a los ojos y se dio cuenta de que allí sobraba, así que se marchó obedientemente. Gaidel se puso en pie y se dirigió al visitante.-¿Qué estás haciendo aquí?- le preguntó con voz seca

-Vaya recibimiento... Creía que éramos amigos del alma.- respondió con sorna.

-Para eso haría falta que ambos tuviésemos alma.- Gaidel trató de hablar en tono de broma pero sonó totalmente serio.- Sé lo que has hecho... y todavía no me lo explico.

-No te sientas especial por eso, todo el mundo lo sabe.- respondió con orgullo.- Y no hay nada que explicarse ¿Qué más da una muerte si cuando resucite Orochi ya no habrá humanidad?

-La mataste con tus propias manos, la torturaste de un modo cruel. Eso no tiene explicación posible.

Goenitz sonrió. Ambos habían comenzado a caminar hacia fuera de la aldea casi sin darse cuenta.

-Quizás no, quién sabe... Así tenía que ser y así fue. De todos modos todos somos asesinos en potencia, solamente necesitamos la motivación adecuada.

-No estoy de acuerdo, hay...

-Todos.- repitió Goenitz, cortando la respuesta de Gaidel. Después miró a su alrededor.- Así que por esto es por lo que abandonaste todo... La falsa utopía de la familia feliz. No merece la pena.

-Quizás no para ti. A mi es lo mejor que me ha pasado nunca. Somos distintos.

-Y tanto. Pero nuestro destino es el mismo. Supongo que adivinarás que no he venido a haceros una visita a ti y a tu estúpida familia.

-Lo suponía...- masculló Gaidel ofendido.

- En realidad esto es una visita de negocios. Había oído hablar de una aldea poblada en su mayoría por descendientes de Orochi. Pensé que podrían ser unos buenos aliados, pero cual no sería mi sorpresa al enterarme de que eras tú quien estaba al mando. ¿Qué planeáis? ¿Traicionar a vuestra sangre y conspirar para evitar la resurrección de Orochi?

-Solo queremos vivir en paz. ¿Es tan difícil de entender?

-Oh, sí. Supuse que dirías eso. Os daré una última oportunidad. Reflexiona un poco. Estáis viviendo en un sitio inmundo, infestado de bichos, dándole la espalda a todo lo que sois. No es natural. Deberíais uniros a mi y cooperar en el renacer de Orochi. Ese es el único motivo por el que estáis en el mundo.

-Pero tenemos capacidad de decisión, y hemos decidido que queremos vivir en paz, sin que los corderos de Orochi nos digan lo que tenemos que hacer.

-Veo que no has cambiado en nada... El mismo iluso de siempre. Serviréis a Orochi de una u otra forma. Te sugiero que aceptes, en nombre de tu aldea, ayudar por las buenas. Sino algo terrible podría pasar aquí.

-¿Te rebajas tanto como para amenazar? Mejor sería que te marchases por donde has venido, o por un sitio distinto, me da igual.

-Tengo una última proposición. Si de verdad quieres que me vaya enfréntate a mi en un combate. Si me ganas no volverás a saber nada de mi.

Gaidel vio lo que estaba intentando hacer. Pretendía forzarlo, mediante un combate, a utilizar su poder Orochi. Sabía que su parte Orochi formaba parte de ese subconsciente que le invitaba a unirse a la resurrección del dios y a la destrucción de la raza humana y Goenitz también lo sabía. Creía que si conseguía hacer que se mostrase ese lado lo tendría bajo su poder.

-No me he peleado en mi vida y no tengo intención de hacerlo.

-Pero lo harás.- sonrió Goenitz.- Y este es un buen escenario.

Estaban junto al arroyo, un poco más arriba del salto de agua, en un pequeño claro donde la tormenta era más fuerte.

-Esta tormenta... ¿Has sido tú?- preguntó Gaidel.

-No. Yo no hubiese sido tan benévolo. Pero es agradable.

-No sé si te has vuelto más fanfarrón o completamente loco. Probablemente ambas cosas.

-Calla.- ordenó Goenitz mientras creaba un tornado justo donde estaba Gaidel. Por suerte, Gaidel fue lo suficientemente rápido como para esquivarlo. En lugar de probar con diferentes ataques, Goenitz prosiguió creando tornados, probablemente con la intención de agotar a Gaidel, que se limitaba a esquivar y bloquear. Menos mal que estaba en buena forma gracias al trabajo físico y no le conseguía mantener el ritmo, pero ¿por cuánto tiempo? Goenitz atacaba sin esfuerzo, y en cambio él tenía que poner todas sus fuerzas en esquivar a tiempo los ataques. Aunque le pesase, quizás tuviese que pasar a la acción, aunque no sabía muy bien qué debería hacer. Quizás le viniese bien olvidar el racionalismo y dejarse guiar por su instinto, aun sin saber a qué le podía conducir eso. Trató un ataque frontal, pero lo único que logró fue salir despedido. La siguiente vez optó por ir utilizando los elementos de la naturaleza para protegerse, aunque el acercamiento le llevase más tiempo. Iba aprendiendo sobre la marcha. Cuando tuvo frente a frente a Goenitz dudó un instante qué era lo que debía hacer. ¿Sería una buena idea utilizar su fuerza física? Él era a todas luces más fuerte que Goenitz, pero no podría competir contra su increíble poder elemental. Goenitz aprovechó el momento de duda para sujetar a Gaidel por el cuello y levantarlo mientras una violenta masa de viento lo golpeaba. Cayó al suelo, pero se levantó rápidamente, consciente de que tenía que hacer algo. Aquel hombre ya había matado a gente y parecía incapaz de tenerle aprecio a nada más que su dios, no había nada que garantizase que no lo mataría a él también. Era la lucha por la vida que se llevaba produciendo desde que las primeras y primitivas formas de vida habían aparecido en el caldo primigenio, quizás se trataba de autoconvencer tratando aquella situación como biológicamente normal, pero él también tenía derecho a luchar por su supervivencia, y no solo la suya, también la de su familia, su aldea... Quizás todo dependiese de él. ¿Cómo había llegado a una situación de tanta responsabilidad? Comenzó a atacar con patadas y puñetazos, aunque sus ataques seguían estando demasiado cohibidos. Si hubiese recibido algún tipo de entrenamiento quizás pudiese haber sido un buen luchador, pero ni siquiera le interesaban esas cosas. Cuando Goenitz se hartó de ver los patéticos intentos de su rival dejó que se aproximase de nuevo, para elevarlo lo máximo posible y arrojarlo lejos con un nuevo tornado. Cayó en las rocas de la orilla del río y bajó rodando por la ladera.

-¿Es eso todo lo que puedes hacer?- desafió Goenitz.

-¡Ya basta!- gritó Gaidel mientras se ponía de pie. Le costaba respirar debido al fuerte golpe en el pecho que había recibido.

-Puede que sea una persona pacífica pero no soy un saco de arena y si me atacan yo me defiendo.

Sus ojos brillaban de una forma extraña. Goenitz sonrió ampliamente con su típica sonrisa torcida mientras 3 pilares de agua se alzaban desde el arroyo en forma de surtidores.

-Bien... Esto es lo que quería ver. ¿Cómo te sientes ahora?

Gaidel se apartó un par de mechones azules de la frente y miró a su rival con mirada desafiante.

-Como siempre. No pienses que con esto ganas tú. Mientras tú luchabas por aumentar tu poder yo me esforzaba en dominar el que ya tenía. Incluso en este estado, Orochi no ejerce ninguna influencia sobre mi.

-Eso ya lo veremos.

En realidad, Gaidel sabía que no había dicho toda la verdad. Le costaba controlar los sentimientos que lo invadían y lo exhortaban a descargar por completo su poder de destrucción. Sabía que en realidad aquellos deseos no eran suyos sino inducidos, pero se sentía un tanto culpable de haberlos dejado salir, sobre todo después de haberse jurado a si mismo no hacerlo. También en ese momento entendió en cierto modo la forma de actuar de Goenitz. Si ya de por si siempre había sido el ejemplo perfecto de fanatismo, al llegar al nivel en que su parte humana y s parte Orochi se habían fundido en una sola, era normal que mostrase un comportamiento propio de un psicópata.

Mientras, las columnas de agua avanzaban velozmente hacia Goenitz, girando en un mismo círculo. Este no mostró la más mínima preocupación. Haciendo surgir, sin esfuerzo, una ráfaga de viento; redujo las columnas de agua a llovizna. Gaidel reaccionó rápidamente, haciendo que estas se juntasen de nuevo formando una especie de proyectil, pero Goenitz lo esquivó sin problemas. Sus ataques eran demasiado lentos y débiles.

-Debiste entrenar cuando tuviste la oportunidad. Quizás así tuvieses una mínima posibilidad de ganarme, aunque lo dudo. Tú no eres más que la vergüenza de los Hakkeshu y yo pertenezco a la realeza.

Goenitz tenía razón en una cosa. Nunca le ganaría utilizando su poder, en eso Goenitz jugaba con ventaja. En cambio, él conocía perfectamente el escenario en el que estaban luchando y ahí era donde tenía que buscar su ventaja. En aquel momento estaban en un claro, lo que favorecía la acción del viento, pero si lograba que se internase en las zonas donde la vegetación era más tupida esta actuaría como un escudo natural, neutralizando y desviando los tornados. Empezó a adentrarse más en la selva y Goenitz, aun conociendo las intenciones de su rival, lo siguió confiando en sus capacidades. Además si conseguía que Gaidel emplease su poder al máximo quizás lograse controlarlo. Fue un error pensar así. Gaidel estaba decidido a derrotarlo con sus propias manos, sin hacer uso de la fuerza de Orochi. El inconveniente de la vegetación también era mayor del que había supuesto, sus ataques quedaban prácticamente anulados. Tampoco era demasiado fácil ver nada con aquella falta de luz. Un par de golpes procedentes de algún lugar indefinido lo pillaron desprevenido y una improvisada llave lo derribó al suelo. Alguien lo sujetaba impidiéndole que se moviese o se levantase. Haber sido derrotado de una forma tan simple y patética lo hacía sentir humillado y más todavía al pensar en quien había sido el que le había vencido.

-Creo que yo gano.- dijo Gaidel secamente.- Y finalmente fue con mis propias manos.

-Tu no has sido quien me ha derrotado.- gruñó Goenitz.- Esto ni siquiera ha sido una derrota. Has hecho trampas.

-Tú has jugado tu mejor carta y yo he hecho lo mismo.- Gaidel soltó a Goenitz, que se puso en pie mostrando los últimos vestigios de su dignidad.- Ahora cumple tu palabra y lárgate.

Goenitz se dio la vuelta, en un aparente ademán de marcharse. Gaidel hizo lo mismo, regresando a la aldea sin decir nada más. Había ganado, pero no se sentía como si aquello le hubiese reportado alguna satisfacción, más bien se sentía sucio por fuera y por dentro. Pronto llegó a casa y Maisa le abrió la puerta.

-Menos mal que has vuelto, ya empezaba a preocuparme... ¿Pero qué te ha pasado? Estás empapado y con la ropa hecha trizas.

-Necesito un baño.- respondió entrando al baño y comenzando a volcar un bidón de agua en la bañera.- Tuve una pelea con Goenitz y me caí al río.- explicó sin dar más detalles.- Pero no pasa nada, si es capaz de cumplir un trato ya no volverá a molestarnos.

-Pues espero que sea capaz... Ese hombre es peligroso.

-¿Y Leona? ¿Dónde está?- preguntó al no verla ni oírla por allí. Supuso que estaría dibujando o leyendo. Cuando estaba distraída en actividades de ese tipo era una niña muy silenciosa.

-No teníamos más pilas para la linterna y la mandé a casa de Kanako a buscar algunas.

Gaidel resopló y apretó levemente el golpe que había recibido en el pecho.

-Mejor... No me gustaría que me viese así. Siempre le digo que los problemas no se solucionan con violencia y mírame ahora... Me avergüenzo de mi mismo.

-Pero es que hay problemas que sí se solucionan usando la fuerza.- repuso Maisa, remarcando la palabra "sí".- Y ahora no te hagas la víctima que conmigo no te funciona. Ese tipo se ha largado, ¿no? Pues eso es lo importante.

-¿Entonces por qué no me quedo tranquilo?

-Porque eres un paranoico.- se burló Maisa saliendo del cuarto de baño para ir a buscarle algo de ropa limpia y entera.

Goenitz vio salir a alguien de una de las casas vecinas y enseguida se percató de que era ella, tan pequeña e inocente, tan dulce, y con su poder en estado puro, ni siquiera era consciente del alcance de su fuerza. Probablemente el estúpido de Gaidel ni siquiera le hubiese contado a su hija quiénes eran ambos en realidad. Qué talento tan desperdiciado. Pero él sabría aprovecharlo bien, podría hacer con ella lo que no había conseguido hacer con su padre. Además se había dado cuenta de qué forma Gaidel adoraba a aquella cría. Si quería hacerle daño de verdad a aquel hombre al que había odiado en secreto durante años tendría que ser a través de la pequeña.

-Escucha, pequeña hija de Orochi, ven aquí.

Leona se detuvo y clavó sus profundos ojos en Goenitz.

-Se equivoca, señor, mis padres se llaman Gaidel y Maisa, ya lo sabe.- respondió humildemente.

Goenitz sonrió y avanzó algunos pasos hacia ella. Leona permaneció expectante.

-Eres la viva imagen de tu padre. Pero él no quiere abrir los ojos, prefiere vivir en su mundo de sueños sin futuro. Tú estás a punto de despertar a la realidad. Y conocer tu destino en la vida, Leona.

Leona lo miró sin entender demasiado bien toda aquella metáfora. Goenitz la sujetó por los hombros y esta forcejeó para soltarse.

-Vaya, tienes mucha fuerza para ser tan pequeña, damita.

-No soy tan pequeña...- replicó Leona, que empezaba a asustarse.

-Tienes razón.- Goenitz puso una mano en la cabeza de la pequeña.- Ya eres lo suficientemente mayor como para saber quién eres. Nos parecemos más de lo que crees, Leona. La sangre de Orochi fluye por tus venas. Es hora de que despierte en ti y te conviertas en uno de nosotros.

El hombre se rió de una forma que a Leona se le antojó terrorífica. Sintió una sensación extraña. Asustada, dio un tirón de improviso y escapó corriendo, ni sin antes mirar por un momento a Goenitz.

-Huye con papá, hija de Orochi, no puedes escapar de tu destino.- dijo Goenitz sin preocuparse de si alguien lo estaba escuchando.

***

Kanako se sentía cada vez más impotente ante la certeza de que todo lo que estaba sintiendo iba a suceder o estaba sucediendo. El avión que se retrasaba y las líneas telefónicas que seguían cortadas...Deseó no haber tenido que ir a aquella reunión. Entonces todavía estaría allí y quizás pudiese advertir el peligro antes de que nada sucediese

Leona entró en casa sin llamar a la puerta, pues estaba abierta.

-¿Por qué has tardado tanto?- le preguntó Maisa.- ¿Trajiste las pilas?

La pequeña miró sus manos vacías.

-Oh... Creo que se me cayeron sin darme cuenta.

-¿Cómo que sin darte cuenta? ¿Qué quiere decir eso?

Leona miró a su madre a los ojos sin saber qué decir.

-Lo siento...

-Anda, vuelve a buscarlo, desastre.

-Pero que venga papá conmigo.- respondió señalando a Gaidel, que estaba en el baño peinándose después de la ducha.

-A tu padre mejor déjalo en paz. No está teniendo un buen día.

Al oír a Maisa, Gaidel dejó el peine en cualquier lado y se acercó.

-No pasa nada. Ven aquí.- Gaidel tomó en brazos a la niña, aunque con algo de esfuerzo porque ya era bastante grande y él estaba algo resentido del golpe en el pecho.- ¿Qué querías?

Leona se pensó cual de las cosas que le quería decir le podía soltar primero.

-¿Puedo hacerte una pregunta de las que no te gustan?

-Pregunta lo que quieras.

-¿Qué es Orochi?

-¿Dónde has oído esa palabra?- preguntó su padre alarmado.

-El señor que vino antes me lo dijo. Estaba afuera.

Gaidel se frotó la frente mientras negaba con la cabeza casi imperceptiblemente.

-Tenía que haberme asegurado de que se iba.- se dijo a si mismo. Luego se dirigió a Leona, preocupado.- Dime, no te hizo nada, ¿verdad?

-No, sólo me habló de cosas raras.

-Si te llega a poner las manos encima...- gruñó Gaidel. Leona miró a su padre con curiosidad. Nunca había a su padre hablar así. Estaban pasando cosas muy raras. De hecho ella misma se sentía rara. Maisa también se acercó a ellos.

-¿Seguro que estás bien?

-Sí...- repitió la muchacha con resignación.- Pero todavía no sé lo que es Orochi.

-Ah... Orochi... Bueno...- su madre no sabía por donde empezar.

-Deja, creo que esto debería explicarlo yo.

Gaidel se sentó, con la niña en su regazo. Comenzó a explicarle lo que era la sangre Orochi, sin entrar mucho en detalles escabrosos, pero antes de terminar Gaidel se dio cuenta de que Leona no parecía mostrar mucha atención. Era raro, porque normalmente era capaz de escuchar durante el tiempo que hiciese falta. Además se frotaba los ojos continuamente y no tenía muy buena cara.

-¿Qué te pasa?- le preguntó con voz suave.

-Es que veo como niebla...- respondió.- Y me duele la cabeza.

-Creo que te estás resfriando, muchachita.- mintió su padre, consciente de lo que pasaba realmente. La aupó y la llevó hasta su cama. La tapó con una manta y le dio un cuento para que fuese leyendo. Después fue a hablar con Maisa.

-Ojalá me equivoque,- dijo por lo bajo.- pero podrían ser los primeros síntomas del disturbio de la sangre... Maldito Goenitz, no sé cómo se me ocurrió nunca confiar en él. Si tiene algo en mi contra que las pague conmigo y no con mi familia. ¿Cómo puede caer tan bajo para...

-Venga, ahora ya está. Si lo pillo por banda lo mato, pero antes que nada tenemos que ver qué se puede hacer con Leona, ¿no?

-Eso es lo malo... No hay nada concreto que podamos hacer. La única forma de detenerlo sería que ella misma lo controlase, pero no sabe cómo hacerlo. Lo único que podemos intentar es mantenerla distraída a ver si los síntomas no avanzan. De momento está en una fase muy temprana, creo. No sé cómo he podido dejar que esto suceda, tenía que haberlo previsto.

-Tú hiciste lo que creías correcto.- lo animó Maisa.

Gaidel no respondió. Entró de nuevo a la habitación de su hija para velar que estuviese bien y Maisa lo siguió. Leona no tardó en empezar a mostrar síntomas más graves. La cabeza le dolía tanto que parecía que le fuese a estallar, los ojos se le quedaban en blanco por momentos y pronto comenzó a vomitar sangre. Cuando la coloración de su pelo se empezó a tornar rojiza, Gaidel supo que ya no había solución. Aunque su padre la trató de sujetar, la pequeña, ya fuera de control, se zafó de él con un alarido inhumano, clavándole con tal fuerza los dedos de una mano en el brazo que le hizo sangre. Después corrió tras su madre a cuatro patas, como si de una fiera se tratase.

-Leona, no. No nos mates, por favor.- suplicó su madre atemorizada, creyendo que aun quedaba algo de la conciencia de su hija en aquella bestia salvaje. Pero ella ya no veía allí a sus padres, sino a dos presas con las que saciar su sed de sangre. Se ensañó con ella, descubriendo con regocijo que sus pequeñas manos servían perfectamente de improvisadas garras. Gaidel, en un desesperado intento por detener la masacre, se interpuso entre ellas y trató de contener al monstruo que había tomado posesión de su hija. Lo único que consiguió fue recibir varios de los ataques destinados a Maisa, resultando herido de gravedad. Aun a sabiendas de que no serviría de nada, trató de razonar con ella, pero no hizo nada más. Quizás estuviese fuera de control, pero seguía siendo su hijita, no podía hacerle daño, ni siquiera pensar en hacérselo. En su mente sonaron fugazmente los disparos que habían acabado con la vida de su compañera Hikari... Eso era algo que no podía repetirse. Así que tuvo que contemplar horrorizado como su hija seguía agrediendo a su mujer hasta que todos sus músculos perdieron el movimiento y su aliento se fue debilitando hasta que desapareció. Entonces, Leona se puso en pie, manteniéndose ligeramente encorvada como si fuese a atacar en cualquier momento y escudriñó a sus alrededores.

-Venga, niña, mata a tu padre como hiciste con tu madre.- ordenó Goenitz con júbilo. ¿Cuándo había entrado allí? Gaidel se puso en pie, ayudado de la pared, pues su pierna izquierda había quedado prácticamente inservible. Miró a la cara al indeseable visitante. Leona, inesperadamente, se dio la vuelta y se abalanzó sobre Goenitz gruñendo como un animal. Goenitz, por supuesto, no contaba entre sus planes dejarse atacar por aquella piltrafilla y se transportó a otro lugar de la habitación. Podía hacer aquello tantas veces como quisiese si volvía a intentar un ataque. La furiosa criatura miró a su alrededor, desconcertada, mientras emitía un sonido desafiante que recordaba en algo al maullido de un gato. Su vista se fijó en algo que se movía afuera. Los vecinos, alarmados por el ruido y los gritos, habían acudido a ver lo que pasaba. La niña saltó por la ventana. Desde dentro de la casa no se podía ver lo que estaba sucediendo pero se oían gritos de pánico. Leona era muy rápida y probablemente no les había dado ni tiempo a darse cuenta de lo que pasaba. Gaidel trató de llegar hasta la puerta, con intención de hacer algo para detener aquel caos. No sabía el qué, pero tenía que intentarlo. Casi no podía caminar, estaba malherido y perdía mucha sangre.

-No te molestes.- sonrió Goenitz.- Todo lo que hagas será inútil.

Gaidel se volvió hacia Goenitz torpemente.

-¿Por qué lo has hecho?

-Tanta gente viviendo de espaldas a su destino, es antinatural. Me pone enfermo. Es algo tan cobarde...

-Alguien que utiliza a una niña inocente para cometer un crimen no tiene derecho a hablar de cobardía. Si querías hacerme daño, ¿por qué no me lo hiciste a mi personalmente? ¿Qué te ha hecho mi hija para que le destroces la vida?

-Yo no le he hecho nada.- dijo Goenitz con una risa flemática.- Solo la ayudé a despertar. En el fondo le he hecho un favor.

-Si de verdad lo crees me das pena... - musitó Gaidel.- Pero creo que intentas que te odie tanto como me debes odiar tú a mi... Eso es algo que no vas a conseguir. Y no creas que no me gustaría, pero solo consigo sentir lástima...

Goenitz frunció el ceño. No sabía si Gaidel lo hacía aposta pero siempre tenía las palabras justas para sacarlo de sus casillas.

-Me da lástima ver en lo que te has convertido: una persona totalmente consumida por su fanatismo, un psicópata que utiliza el nombre de un dios para poder cometer crímenes a su antojo.

Goenitz sonrió, mirando a Gaidel de reojo.

-Sigues siendo un iluso. Mírate a ti mismo, mira tu estado y dime quién da más lástima. Pero si quieres, disfruta de tu momento, porque no te queda mucho tiempo.

-Crees que has ganado, ¿verdad? Pero por mucho que destruyas este sitio siempre seguirá habiendo gente que se oponga a ti. En cuanto a mi, me voy con la conciencia muy tranquila, porque he vivido según mis ideas y nada me ha hecho traicionarlas. ¿Tu conciencia qué tal está, Goenitz?

-Muy bien, gracias.- gruñó Goenitz mientras se acercaba a la puerta caminando con parsimonia. Gaidel decidió no seguir encarándose con él. Las fuerzas se le escapaban y no quería desperdiciar sus últimos momentos discutiendo con alguien que le había demostrado repetidas veces (ahora se daba cuenta, demasiado tarde) de que no merecía la pena. Si pudiese decidir, lo único que le hubiese gustado en ese momento sería poder ver a su hija una última vez y hablar con ella. Siempre había pensado que tenía todo el tiempo del mundo con ella y ahora de repente era tan poco tiempo y tantas cosas por decir... Con dificultad, logró cruzar el salón y salir afuera. El panorama era desolador. Allá donde mirase veía todo salpicado de sangre y personas masacradas brutalmente. Trató de localizar a Leona, pero no la veía por ninguna parte. Los gritos habían dejado de sonar hacía ya un rato. Entonces Gaidel descubrió una silueta caminando hacia allí lentamente, mirando al infinito con ojos vacíos. Le hubiese gustado correr hacia ella y abrazarla, pero apenas si podía caminar apoyado a la pared y cada vez se sentía más débil. Ella lo vio, pero no corrió hacia él alegremente, como lo hubiese hecho antes, sino que se detuvo contemplándolo e intentando poner en orden dos sentimientos contradictorios. Por una parte estaba la necesidad de acudir junto a su padre en busca de refugio y por otra el miedo a hacerle daño de nuevo o a que la rechazase después de lo que había hecho. Se dirigió hacia él con cautela e indecisión. Gaidel la abrazó, pero la niña no mostró reacción alguna.

-Me alegro de que estés bien.- le dijo con voz serena.- Tenía miedo de que te hiciesen daño.

Leona no entendía por qué a aquellas alturas su padre tenía miedo por ella y no de ella. Miró a su alrededor y pudo ver el resultado de la matanza.

-Yo...

-No, no mires.- le dijo suavemente mientras la sujetaba por los hombros y hacía que mirase hacia la pared. Leona no volvió la vista atrás, quizás porque no quería recordar a su padre en ese estado. Se miró las pequeñas manos, cubiertas de sangre, y suspiró con fuerza.- Leona, no te culpes por lo que ha pasado.- la consoló su padre.- No has sido tú. Orochi puede conseguir que los que somos sus descendientes hagamos cosas así, pero tú no tienes por qué estar unida a Orochi. ¿El destino? Bah... Eso no son más que tonterías, una persona puede decidir su propio destino. Tú puedes ser lo que quieras, no dejes que esto te marque.

Leona no articuló palabra. Se quedó quieta, sintiendo el calor de las manos paternas y negándose a aceptar que su padre se estaba muriendo, que se quedaría sola en el mundo. Pronto las piernas ya no lo sostuvieron y tuvo que sentarse en el suelo.

-No te preocupes, vas a estar bien.- le dijo mientras le acariciaba la cabeza con su temblorosa mano. Ya notaba como la consciencia empezaba a abandonarlo.- Tendrás una nueva familia que te cuidará bien, seguro.

-No quiero una nueva familia.- respondió en tono bajo, con voz carente de énfasis. Luego miró hacia la puerta de entrada de la casa.- Mamá...

Leona se dispuso a entrar en casa. Gaidel, que lo veía ya todo distante y difuminado, como en un sueño, hizo un último esfuerzo por ponerse en pie, sin éxito. Intentó gritar, pero sólo le salió un hilo de voz.

-No entres ahí...

Fue inútil. El frío precedente a la muerte, causado por la falta de riego sanguíneo, lo embargaba cada vez más y más. Se desmayó en un intento inútil de su organismo por acercar su cabeza al suelo y aumentar así el riego al cerebro. Cuando la pequeña salió de la casa y lo vio allí tendido, no teniendo conocimientos de medicina ni de primeros auxilios y estando demasiado asustada como para comprobar nada, lo dio por muerto y se dispuso a salir de aquel lugar lleno de sangre, muerte y destrucción en el que ya no le quedaba nada. Una mano en su espalda la detuvo cuando tan solo había recorrido una decena de pasos.

-No hubiese pasado nada de esto si te hubiesen enseñado a utilizar tu poder.- habló una voz que le sonaba demasiado familiar.- Tu padre cometió errores, pero yo puedo ayudarte. Podrías hacer grandes cosas.

Leona se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Goenitz. Se podía ver el pánico en los ojos de la niña.

-No...- dijo con voz temblorosa, para luego empezar a correr a la mayor velocidad que le permitían sus piernas, en parte intentando escapar de los pensamientos que le invadían la mente. El viento, la lluvia y la vegetación le azotaban el cuerpo y la cara, pero había llegado a ese punto en que nada importa. Goenitz no trató de seguirla, tampoco era que le preocupase demasiado. Le hubiese gustado poder utilizar el poder de aquella cría en beneficio propio; no como Mature y Vice que solo lo seguían porque pagaba o como Kurai, que no era más que una quiero-y-no-puedo como otras tantas; sino como alguien a quien modelar a su antojo. Pero quizás tuviese que esperar unos cuantos años para desvelar su verdadero poder y dejar al destino seguir su curso mientras tanto. Mejor así, ni siquiera le gustaban los niños, eran estúpidos, desobedientes, sucios y nunca entendían nada a la primera. Le llegaba y sobraba con tener que mantener un ojo sobre Yashiro, Shermie y Chris, los otros tres reyes, solo por que él era el único adulto. Esa niña y su gran potencial ya le serían de utilidad más tarde.

Leona siguió huyendo durante un buen rato hasta que se detuvo a pensar de qué huía realmente y descubrió que no lo sabía. Su familia había muerto... ¿Cómo? ¿Hacía cuánto? Podía recordar los gritos, la sangre esparcida por doquier, también a Goenitz con su horrible y cínica expresión, pero no lograba hilvanar una historia coherente. ¿Había sido aquel hombre quien había matado a la gente? Sí, esa era la explicación más lógica pero... ¿por qué algo dentro de ella le decía que no era la verdadera? Quizás si se esforzase por recordar lograse hacerlo, pero por algún motivo le daba miedo recordar, le producía un dolor diferente al que produce clavarse una astilla trepando árboles o pisar una piedra yendo descalza pero en cierto modo más intenso que cualquiera de ellos. Miró a su alrededor. No conocía aquella zona, ¿o quizás sí? Una vez uno se aleja de los caminos que conoce, la selva puede ser como un laberinto. Se refugió entre la vegetación a la espera de que el temporal pasase. Quizás pudiese vivir en aquel sitio el resto de su vida. Había leído un libro acerca de un niño criado por una familia de lobos que vivía en la selva. Por allí no había lobos, y de todos modos un libro era solamente eso, un libro, pero ella conocía bien la vida en la selva. Podía arreglárselas sola. Y si no podía, bueno, tampoco le importaría a nadie si se moría. Lo que estaba claro era que no quería estar con otras personas. ¿Por qué? Podría hacerles daño. ¿Y era capaz una niña de 8 años (casi 9) de hacer daño a alguien? Sí. Pero... No, mejor no hacerse preguntas o podría hallar la respuesta. Mejor olvidar.