Kanako llegó al pueblo. Allí todo parecía normal. Al llegar a São Paulo
había llamado por teléfono al tío de Maisa y este le había dicho que no
había sucedido nada fuera de lo común. El temporal había ido amainando y
todos estaban bien. A lo mejor no habían sido más que imaginaciones suyas,
o quizás todavía llegaba a tiempo de advertir a sus amigos. Pero a lo peor
ya había sucedido todo y nadie se había percatado a causa de la lejanía de
la aldea. Lo mejor era no sacar conclusiones antes de tener más motivos
para sospechar que unas poco fiables premoniciones. Convenció a un conocido
para que la llevase en coche a cambio de una suma de dinero. La dejó al
borde del camino, donde todo seguía pareciendo normal. En cambio Kanako no
se sentía más tranquila. Avanzó por el camino lo más rápido que pudo,
tropezando un par de veces, pues era algo torpe moviéndose por medios
distintos al asfalto. No llevaría recorridos ni 100 metros cuando se topó
de frente con dos chicos algo más jóvenes que ella. Ambos iban armados y
ataviados con un atuendo que no dejaba de recordar un poco al de Rambo, con
botas militares, pantalones flojos y sendas cintas azul y roja atadas a la
frente.
-Hey, señora, ¿adónde cree que va?- preguntó el de pelo moreno y cinta roja. Su voz sonaba de todo menos amable. Kanako se asustó. Si alguno de ellos disparaba su arma en aquella zona nadie se enteraría. Tenían todo el aspecto de ser militares, probablemente porque lo eran, y esos no tenían fama de andar con bromas. Además, si el ejército estaba de por medio, el asunto debía ser realmente grave. Eso explicaba por qué nadie se había enterado de nada, el secretismo militar era conocido por todo el mundo.
-Yo... Voy a mi casa.- murmuró Kanako.
El mismo que había hablado antes la miró de arriba abajo mientras hacía un globo de chicle.
-¿Usted... vive aquí? Pues no tiene pintas. Deje que le explique, usted ya no tiene casa, así que váyase.
Kanako dejó atrás su temor y se encaró con el chaval.
-Oye, yo quiero saber lo que ha pasado aquí. Si es que ha pasado algo terrible, tengo derecho a saberlo, así que dejadme pasar a mi casa.
El joven soldado frunció el ceño y miró a su compañero.
-Tío, yo no me metí al ejército para hacer vigilancias y soportar a tías histéricas, sino me habría hecho guardaespaldas de un grupo de pop. Deberíamos estar en alguna guerra metiéndoles tiros por el culo a los malos. Nadie sube de rango haciendo de segurata.
-Para empezar,- replicó su compañero.- tú te metiste al ejército porque repetiste tres veces seguidas el mismo curso y luego te echaron de 5 trabajos por vago. Y para terminar, si nos mandan hacer vigilancias, nosotros hacemos vigilancias. Mañana ya nos vamos a una guerra de verdad, y ojalá te metan a ti unos cuantos tiros por el culo a ver si me libro de ti de una vez.- La voz de este segundo soldado sonaba un poco más amable dentro de lo posible y, a pesar de parecer más joven, también tenía aspecto de tomarse las cosas más en serio. Se dirigió a Kanako.- Señorita, usted vivía en la aldea que hay al final de este camino, ¿no es así?
Kanako asintió.
-Pues su aldea ha sido borrada del mapa, así que lárguese.- concluyó el otro.
-Ralf, ¿eres gilipollas o piensas que una granada de mano es una fruta?- respondió el más joven a su compañero.- ¿No nos han dicho que no revelemos información? Y sé educado con la gente, joder.
-Aquí las órdenes las doy yo, que para algo soy tu superior.
-¿Superior en qué? Como no sea en estupidez... Pero si a ti solo te llaman cabo porque eres tonto de cabo a rabo. El superior es el comandante y yo sé muy bien las órdenes que nos dio.
-Bah, a mi el comandante me la suda.- respondió el llamado Ralf, no tanto por insubordinación como por tratar de hacerse el pavo.- Que se saque el palo de la escoba del culo.
-¿Qué pasa aquí?- preguntó una voz grave e imperativa que los dos militares conocían bien. Un hombre alto y delgado con un aspecto tan serio que sus rasgos parecían esculpidos en piedra y con un parche en un ojo que hacía su aspecto aún más grotesco, apareció entre la maleza. Los dos chicos se cuadraron y saludaron marcialmente. A Ralf se le veía un poco abochornado pensando en que su superior pudiese haber oído un comentario tan poco apropiado como el que acababa de hacer.
-Esta mujer dice vivir en la aldea y pretende pasar, señor.- explicó.
-Está bien.- El recién llegado, al parecer el Comandante, se acercó a Kanako con parsimonia.- No sé qué le habrán explicado mis hombres, pero se ha producido un accidente y está prohibido el acceso a esta zona mientras duren las investigaciones. De todos modos no le gustaría pasar, créame. Se enterará de lo sucedido mañana, por la prensa, así que no tiene nada que hacer aquí. El soldado Steel la acompañará hasta el pueblo.
De acuerdo. Ella no necesitaba saber lo que había pasado, ya lo sabía. Estaba impaciente por ver la versión oficial, probablemente ridícula e increíble... ¿Un rayo a causa de la tormenta? ¿Animales salvajes? Pero la gente lo creería. Sería mejor que hiciese caso y se marchase. No le agradaban los militares. Pero antes tenía que atar cabos.
-¿Y la niña? ¿Dónde está?
-¿Qué niña?- preguntó el Comandante.
-Aun no la han encontrado, ¿verdad?- le dijo en voz baja, de confidencia.- Todavía es muy pequeña y ahora estará perdida en la selva, asustada.
-Hemos registrado la zona y no hemos encontrado nada.- respondió el Comandante con frialdad, deseando librarse de aquella loca.
-Usted sabe lo duro que es perder una familia, así que confío en que la ayude.- le dijo mirándolo con su mirada suplicante.
El comandante se llevó instintivamente la mano al ojo que le faltaba, y con la punta de los dedos rozó la cuenca vacía, por debajo del parche, pero no abandonó su impasibilidad.
-Le aseguro que si hay alguien lo encontraremos, puede estar tranquila. Si de verdad está ahí, ¿conoce a alguien que se pudiese ocupar de ella?
Kanako pensó. Ojalá ella misma se pudiese hacer cargo de la niña, pero sabía que no podría ni verla delante. No era que le echase la culpa de todo lo que había pasado, pero simplemente sería demasiado doloroso para ella, y si no podía tratarla de forma normal, la niña tampoco sería feliz. Era mejor que viviese con alguien que desconociese todo lo sucedido. Le dio al comandante los teléfonos tanto de sus abuelos paternos como maternos. Después de eso, Heidern ordenó al soldado Clark Steel que la llevase hasta el pueblo. Ambos descendieron por el sendero, delante el rubio con aspecto de Rambo y detrás la japonesa que al lado de aquellos militares parecía muy poca cosa.
-Y en cuanto a ti, Jones...- prosiguió el comandante cuando se hubieron ido. Ralf tragó saliva.- Creo que cuando regreses de la misión que tienes asignada te va a tocar hacer la limpieza de todo un mes en la base. Pero como el mango de la escoba lo tengo en el culo, vas a tener que usar el cepillo de dientes. Eres un buen soldado, pero te falta aprender mucho acerca del respeto a la autoridad. No olvides que no eres más que un novato.
-Sí, señor.- respondió Ralf con resignación.
El Comandante regresó al campamento, pensando en la situación en la que se encontraba. El gobierno había dado la investigación por concluida y su ejército se retiraría al día siguiente por la mañana. También los querían a ellos fuera y no les pagarían un solo día más de estancia por encontrar una única superviviente. Además, al día siguiente los Ikari estarían sin efectivos suficientes como para organizar una partida de búsqueda en condiciones. A Heidern no le agradaba dejar una investigación a medias, sobre todo tratándose de un caso tan extraño y habiendo supervivientes potenciales de por medio. Pero si aquel país había decidido que no merecía la pena dedicarle más tiempo y le importaba más ocultar el hecho ante los medios que descubrir la verdad, no había nada que pudiese hacer. Habría que actúar en las horas siguientes, mientras todavía pudiesen. Tanto militares pertenecientes al ejército brasileño como Ikari empezaban a recoger para marcharse al día siguiente a primera hora. Los Ikari, uno de los grupos de mercenarios mejor preparados del mundo, estaban muy reclamados, y no podían anteponer una misión sobre otra, aunque al Comandante le molestase dejar las cosas a medias. Ese no era su estilo, y ya que le habían pagado por trabajar hasta el amanecer del día siguiente eso era exactamente lo que tenía pensado hacer. Ordenó a todos los mercenarios que dejasen lo que estaban haciendo para organizar una batida de última hora en busca de supervivientes. Los Ikari se quedaron sorprendidos. Habían peinado la zona de arriba abajo, de izquierda a derecha y viceversa, sin encontrar nada nuevo. Pero si algo les habían enseñado era a no cuestionarse las órdenes de un superior, así que se pusieron a trabajar inmediatamente, después de haber organizado los grupos. Solo a algunos, sobre los que iban a recaer las partes más pesadas de la nueva misión, se les permitió descansar aquella noche, o más bien se les ordenó, ya que el Comandante quería que estuviesen en pleno uso de sus facultades al día siguiente. Heidern tampoco participó en la búsqueda, pues a él le correspondía permanecer en el campamento coordinando por radio la operación. Este trabajo no implicaba que permaneciese en vela toda la noche, solamente requería que se despertase en caso de sonar la radio. Pero aún así no durmió. No era que no quisiese, pero tampoco tenía sueño. Dormir ya no le resultaba tan fácil como antes. A la mañana siguiente, Heidern abandonó su puesto, dejando a cargo a uno de los capitanes (al que tuvo que despertar), para ejecutar su rutina diaria. Después de darse una ducha rápida en su tienda se dirigió hacia el toldo acondicionado como comedor. La actividad en el campamento todavía no había comenzado. A Heidern le gustaba levantarse temprano para haber terminado con su rutina matinal antes de que los demás se despertasen y así, además de evitar aglomeraciones, poder supervisar todos sus movimientos. El silencio era casi absoluto, aunque no duraría demasiado, pues pronto regresaría la partida de búsqueda y los demás soldados continuarían cargando cosas en los vehículos para abandonar el lugar por la mañana temprano. Cuando iba a entrar en el comedor cambió de idea. No tenía hambre todavía. Por algún motivo, quizás dejándose llevar por el instinto, comenzó a caminar hacia fuera del campamento. Pensó en la mujer con la que había hablado el día anterior. Cualquiera habría pensado que estaba loca, pero él la había creído. ¿Lo hacía eso un loco igual que ella o solo un iluso? Pero ella... Había dicho cosas que demostraban que sabía acerca de temas de los que no debería saber. A su largo de sus no tantos años de vida había aprendido a no confiar en nadie, en cambio ahora estaba confiando en alguien de quien en otra situación hubiese sospechado. Era extraño... Pero todo en aquel maldito caso era demasiado extraño. Se cruzó con algunos soldados con aspecto de estar agotados e intercambio palabras breves con ellos, más que nada para enterarse de cómo progresaba la operación. Entonces vio a unos cuantos metros a Ralf y Clark.
-¡Soldados!
-¿Sí, señor?- preguntaron ambos a un tiempo, saludando a su superior de forma marcial.
-¿Se puede saber qué hacéis aquí? ¿No habéis entendido mis órdenes?
-Sí, señor, pero...- comenzó Ralf.- Nos pareció que esto era importante para usted y pensamos que...
-No penséis. Si yo os ordeno no participar en la búsqueda de supervivientes, tendré mis motivos. Y aunque no los tenga, no os importa. Jones, si pensabas que haciendo esto te ibas a librar de limpiar el cuartel, te has equivocado.
-No, yo no...- Ralf se calló, viendo la mirada de su comandante.
-Señor, ¿entonces volvemos a la base?- interrogó Clark.
-Sí, pero ya que tenéis tantas ganas de trabajar que lo hacéis sin que os manden, id cargando el material en el helicóptero grande.
-Pero para eso se necesitarían al menos...- comenzó de nuevo Ralf, pero volvió a ser interrumpido por la cortante mirada de Heidern.- Sí señor.- coreó con su compañero. Saludaron al comandante y emprendieron el camino de vuelta al campamento. Heidern se daba cuenta de la dureza con la que trataba a sus hombres, sobre todo quizás a aquellos dos, pero no era que les tuviese manía como a veces Ralf pensaba, sino todo lo contrario. Veía un gran futuro en ellos, y quería ayudarlos a desarrollar sus capacidades al máximo, lo que solo lograrían trabajando duro. Cuando los perdió de vista, Heidern siguió su camino. Se cruzó a un par de soldados más, pero ninguno tenía ninguna novedad importante. Después de un rato decidió regresar a la base, de todos modos en tan poco tiempo era poco probable que consiguiese nada en claro. Aunque a veces suceden cosas en contra de las probabilidades. Oyó lo que parecía la respiración de alguien durmiendo. ¿Algún animal? Imposible. ¿Uno de sus hombres? Tampoco. El ritmo de la respiración era rápido y suave, como la de un niño. Miró entre los arbustos y la vio. Una niña de enredado pelo azul y ropa sucia y desgarrada estaba inmersa en un sueño no demasiado apacible. Trató de cogerla en brazos sin despertarla, pero la niña abrió los ojos nada más tocarla y se puso en pie inmediatamente. No trató de huir, pero tampoco se acercó a él. Heidern pudo ver cuando se puso de pie que parte de lo que parecía barro era en realidad sangre reseca que le salpicaba gran parte del cuerpo. Ahora entendía el estado de shock en el que parecía encontrarse la pequeña. Ser testigo del asesinato de tu propia familia es realmente duro, él lo sabía bien, y a su corta edad debía ser todavía peor. Trató de subirla a su regazo de nuevo y ella no se opuso, pero en cuanto la tomó en brazos notó como su pequeño cuerpo se ponía en tensión. No sabía qué decirle a la niña para tranquilizarla, probablemente cuando había perdido a su familia también había perdido su talento para tratar con niños.
-No tengas miedo.- le dijo, tratando de utilizar un tono de voz menos imperativo y más suave que de costumbre, pero sin conseguirlo del todo. La niña no pareció reaccionar.- ¿Cómo te llamas?- tampoco obtuvo respuesta.- ¿Puedes entender lo que digo?
La niña dudó por unos instantes y luego asintió con la cabeza.
-No quieres hablar, ¿eh? Bueno, te vienes conmigo al campamento. Supongo que tendrás hambre.
Miró fugazmente al único ojo de aquel hombre para después fijar su mirada de nuevo en el infinito. Heidern no volvió a articular palabra hasta llegar al campamento. Normalmente ya no era muy hablador y en ese momento él también estaba inmerso en sus propios pensamientos. Aquella sensación de tener a un ser pequeño y delicado entre las manos, de sentirse de nuevo necesario, protector, le traía recuerdos a la mente. Pero no era cuestión de engañarse a si mismo, aquellos días nunca volverían, y a lo pasado, pasado. Cuando llegaron al campamento, Heidern dio la orden de abandonar la búsqueda por radio. Después, como los demás Ikari parecían demasiado atareados y además no se fiaba demasiado del trato que fuesen a dar a la pobre niña esa pandilla de brutos , prefirió encargarse de todo personalmente. Le mostró a la niña la ducha de su tienda y le pidió que se duchase mientras él le procuraba algo de ropa limpia. Aunque sabía que no podría encontrar nada de su talla le consiguió varias prendas de la talla más pequeña que se podía encontrar en el campamento. La niña salió de la ducha ya vestida , con la larga melena azul chorreando sobre sus hombros y el desigual flequillo tapándole la frente hasta las cejas. No llevaba más que una camisa remangada que en ella sentaba como un extraño vestido y las playeras que ya traía puestas antes. Su aspecto pudiese haber resultado cómico o adorable de no fijarse en su rostro triste. Heidern la tomó de la mano.
-Vamos a desayunar.
La niña caminó al lado del comandante sin decir nada. Cuando llegaron al comedor, donde ya estaba desayunando media base, Heidern la sentó a la mesa y fue a buscar un café solo para él y un tazón de leche con galletas para la niña. Algunos soldados que los vieron entrar comenzaron a hacer preguntas y los del ejército brasileño reclamaban el derecho a someter a la pequeña a un interrogatorio, pero Heidern se limitó a responder que se encargaría de todo. Se sentó al lado de ella e ignoró todo lo demás.
-Bueno, ¿me vas a decir tu nombre?
La muchachita bebió un sorbo de leche antes de responder. Quemaba un poco, pero no se quejó, le sabía a gloria. Antes no se había dado cuenta del hambre que tenía.
-Leona.- respondió con voz débil pero firme. Solo sus ojos revelaban por lo que estaba pasando.
-Ah, sabes hablar, después de todo. ¿Cuántos años tienes?
Leona le mostró a Heidern las manos con cinco y tres dedos extendidos como respuesta. Solamente ocho años.
-Bueno, Leona, te diré lo que vamos a hacer. Vas a venir conmigo a la base mientras no encontramos a alguien con quien te puedas quedar. Un cuartel militar no es el sitio más apropiado para una niña de ocho años, pero solo será algo provisional.
Leona se limitó a mirar fijamente al comandante mientras masticaba concienzudamente un trozo de galleta.
-¿Me has entendido?
Leona asintió con un movimiento rápido de cabeza.
-Como comprenderás, mi vista no es una maravilla, así que cuando te dirijas a mi intenta hacerlo usando tu voz. Repito, ¿me has entendido?
-Sí.- respondió Leona. Heidern no tenía intención de ser duro con ella, pero si dejaba que se siguiese comunicando con gestos no le estaría haciendo ningún favor.
-Bien, dentro de un rato nos iremos de aquí. ¿Has subido alguna vez a un helicóptero?
-No.
-Pues ahora vas a volar en uno. ¿Qué te parece?
Leona se iba a encoger de hombros, pero recordó que le había ordenado no comunicarse con gestos.
-Bien.- respondió finalmente, sin énfasis.
A mediodía llegaron a la base. Leona había pasado el viaje mirando por la ventana, aparentemente ajena a todo, aunque esa solo fuese la fachada, pues estaba atenta a todo lo que sucedía, tratando de sacar en claro lo que le iba a pasar ahora. De momento se sentía fuera de lugar, seguía teniendo miedo a acercarse a nadie. Se había dado cuenta de que el comandante respetaba eso, no la presionaba ni le hacía demasiadas preguntas incómodas, pero los otros soldados que los acompañaban no eran iguales. Trataban de sonsacarle cosas que no quería decir, intentaban arrancarle una sonrisa diciendo estupideces que ni siquiera en otra situación le hubiesen hecho gracia y, de todos modos, no sentía la necesidad de sonreír. Sobre todo le agradecía a Heidern que, al contrario de los demás, no le hubiese hecho preguntas acerca de los asesinatos en la aldea. Sabía que en realidad estaba interesado, que tarde o temprano se lo preguntaría porque su trabajo era averiguarlo (y entonces ella tendría que contarle la verdad: que no recordaba nada), pero al menos lo disimulaba mejor que los demás. Llegaron a la base después de algunas horas de vuelo en el ruidoso helicóptero y de aterrizar en un helipuerto militar cercano. Heidern condujo a la pequeña a su casa, una vivienda unifamiliar bastante amplia con un jardincillo trasero, situada dentro de la base. Se trataba de un lugar demasiado grande para una sola persona, pensó Leona al ver la casa por fuera. ¿Tendría el comandante una familia? Entraron.
-Espérame aquí.- le dijo Heidern mostrándole el salón para después subir las escaleras con prisa. Leona miró a su alrededor. Era una sala amplia, abundantemente amueblada con cierto lujo (al menos para lo que Leona estaba acostumbrada a ver), pero un tanto descuidada, como si al que viviese allí no le diese tiempo a limpiar o simplemente no le importase. Había varios cuadros colgados en las paredes y, en cambio, apenas había fotos. Un retrato grande del comandante en la pared, con un uniforme azul lleno de medallas y otras dos fotos más pequeñas, en las estanterías, una en la que salía un grupo de gente con uniforme verde entre las que estaba de nuevo Heidern. En la otra aparecía una vez más el comandante acompañado de una mujer y una niña rubias, los tres posando ante la cámara con una sonrisa. Lo primero que le llamó la atención de todas las fotos es que en todas ellas Heidern todavía conservaba ambos ojos. No parecía mucho más joven entonces, aunque su expresión se viese muy distinta, Leona no sabría decir por qué. Miró de nuevo la última de las fotos. Así que aquel hombre de apariencia solitaria sí tenía una familia. Sin quererlo recordó a su padre y su madre, y todo eso la llevó a los pocos recuerdos que conservaba de "aquel día". Quiso llorar, pero no podía hacerlo. Se dio la vuelta y, buscando algo en que ocupar su atribulada mente, se puso a recoger los cojines tirados en el suelo y ponerlos sobre el sofá donde deberían haber estado. Heidern entró en ese momento.
-¿Qué haces?- le preguntó.
-Estaban en el suelo.
-Muy bien, pero no te he pedido que limpies.- le dijo.- Aunque es cierto que este sitio necesita una limpieza.- siguió más bien para si mismo.- Es igual, ven conmigo.
Leona siguió al comandante hasta un dormitorio prácticamente sin amueblar, pero cuyas marcas en la pared indicaban que lo había estado anteriormente. Solamente había una cama infantil y un armario, ambos con el mismo diseño en madera. Se podía apreciar que la cama había sido hecha mal y con prisa. Un baúl un tanto polvoriento, que Heidern había bajado del ático, estaba en medio de la habitación.
-De momento dormirás aquí. En el baúl tienes algo de ropa. Mira a ver si es de tu talla. Yo tengo que hacer unas llamadas.
Heidern dejó a Leona a solas otra vez, peleándose con la cerradura del baúl, y bajó al salón a llamar por teléfono a los sitios que Kanako le había dicho. Empezó por llamar a los abuelos paternos de la niña, donde le contestó una mujer realmente desagradable que no tuvo reparos en calificar a la pobre muchachita de "pequeño monstruo" y tras decir que no quería saber nada de ella colgar el teléfono. Después llamó a sus abuelos maternos, que al enterarse del fallecimiento de su hija rompieron a llorar, pero que a la hora de mencionar la custodia de la niña se disculparon entre sollozos por carecer de medios para mantenerla y escurrieron el bulto a otros familiares más lejanos, los cuales iban haciendo lo mismo. Quizás no podían realmente encargarse de ella, pero lo más probable es que no quisiesen. Era típico. A todo el mundo le daba pena ver que una criatura se quedaba huérfana, la compadecían, pero a la hora de hacerse cargo de ella huían como si tuviese la peste. Por supuesto, a la niña no le diría nada de eso. Bastante tenía con haber perdido a sus padres como por encima saber que el resto de su familia la dejaba de lado. Volvió al dormitorio, donde Leona ya había terminado de vestirse y estaba arrodillada frente al baúl. Heidern vio que tenía la cerradura completamente arrancada, pese a que antes estaba perfectamente atornillada y la madera era de calidad. La niña trataba de arreglarla sin éxito. Al oír entrar al comandante se dio la vuelta y se puso en pie, mirándolo con ojos culpables.
-Tiré de él para abrirlo y se rompió.
-No pasa nada, pero ten más cuidado la próxima vez.- le respondió mientras miraba para ella. La ropa le sentaba perfectamente, como si hubiese sido comprada para ella, aunque probablemente Leona no pensase lo mismo, porque no paraba de tirar de los bajos del vestido repetidamente como si tuviese miedo a que se le viese todo. Lo más probable es que, viviendo en medio de la selva, estuviese acostumbrada a ropa menos formal y más cómoda. Una vez vestida con ropa normal parecía no quedar más rastro de la procedencia de aquella niña que su comportamiento antinatural para alguien de su edad. Heidern resopló involuntariamente. Así vestida le recordaba más todavía a su difunta hija, Clara. No era que físicamente tuviesen excesivo parecido y tampoco en carácter, pero no podía dejar de compararlas en su subconsciente. Eso era peligroso, no debía establecer ningún lazo emocional con ella, resultaría perjudicial para ambos. Él necesitaba estar solo, poder centrarse en su trabajo y hacer pagar al hombre que le había arrebatado lo más importante en su vida (que no era precisamente su ojo). Ella necesitaba una familia normal que le pudiese dar una vida normal para que pudiese olvidar su sufrimiento y crecer feliz y equilibradamente.
-Leona, escucha, mañana te voy a llevar a un sitio donde encontrarán unos padres apropiados para ti.
-¿Un orfanato?- preguntó Leona, frunciendo el ceño.
-Eso es.
Leona no dijo nada al respecto, pero no le hacía la más mínima ilusión ir a un orfanato. No sabía mucho de Heidern, pero seguro que le gustaba más que un montón de niños. No se llevaba bien con la gente de su edad. Acostumbrada como estaba a tratar siempre con adultos, no entendía la conducta de los niños. Además, intuía que tenía más en común con el comandante de lo que podía parecer a simple vista. Sabía que él también había perdido a su familia, aunque no esperaba que le contase nada acerca de ello. No podía culparlo, ella también prefería callar. Heidern se dio cuenta de que Leona no diría nada acerca de ir a un orfanato, aunque pudo leer en sus ojos que no le agradaba la idea. Prosiguió hablando.
-Tengo que acercarme al despacho. Tú creo que necesitas un buen corte de pelo, así que te dejaré en la barbería de paso.
La base era grande, pero aquellos lugares no estaban muy lejos. La gente con la que se cruzaron se quedaba mirando extrañada o hacía preguntas, pero Heidern ni se dignaba a responder. Dejo a Leona en la barbería.
-Pórtate bien.
-Sí.
-Estaré en las oficinas, en el edificio grande de aquí al lado. Cuando termines pídele a alguien que te acompañe. Dices que vas de parte del Comandante Heidern , ¿de acuerdo?
-Sí.
Heidern se dio la vuelta y se marchó, y Leona se sentó a esperar su turno. El barbero estaba terminando de cortarle el pelo con maquinilla a un hombre. Se quedó viendo como los mechones de pelo iban cayendo al suelo como hojas de árbol hasta dejar su cabeza con poco más pelo que una barba de dos días. Cuando hubo terminado, el barbero se acercó a Leona.
-Siéntate ahí.- le dijo. Ella obedeció.- Así que has venido con Heidern.
Asintió con la cabeza mientras hacía girar con el dedo índice los restos de pelo que había en el sillón.
-Uy, qué seca, parece que ya se te empieza a pegar algo de él. ¿Qué corte de pelo quieres? ¿Cómo el que le acabo de hacer a ese chico o más corto?
Leona se giró en el asiento para mirar a los ojos del hombre y comprobar si estaba bromeando hablaba en serio. Le gustaba su pelo tal y como estaba.
-En esta base es obligatorio llevar el pelo corto, ¿no lo sabías?
Los ojos de la pobre niña se abrieron como platos.
-Hey, no te asustes, era broma. Te cortaré solo las puntas, ¿te parece bien, bonita?
Leona asintió aliviada. Terminaron pronto. Leona se despidió del barbero con un "adiós" seco y se dispuso a volver con el Comandante. ¿Qué le había dicho? "El edificio grande de aquí al lado". Sería fácil de encontrar aunque no preguntase. Pero aquel edificio no debía ser tan grande o estar tan al lado, porque Leona no fue capaz de llegar (quizás porque caminó hacia el lado opuesto) y terminó en una zona abierta en la que grupos de soldados hacían ejercicio físico, prácticas de tiro y combate cuerpo con cuerpo... Se quedó mirando, fascinada, y olvidó lo que estaba buscando. Permaneció allí un buen rato, hasta que una instructora de tiro se percató de su presencia. Ordenó a los soldados descansar y se acercó a ella. Era una mujer alta y robusta, pero de mirada amable.
-Hola, ¿te has perdido?
Leona no respondió y la instructora repitió la pregunta.
-No...- contestó finalmente con desconfianza.
-Ah, vaya. ¿Dónde están tus padres?
-No están.
-¿Entonces con quién has venido? No deberías andar sola por aquí.
-Estoy con el Comandante Heidern.
-Ah, ¿pero es que ya ha vuelto? ¿Y dónde está?
-Me espera en las oficinas, en el edificio grande cerca de la barbería.- repitió de memoria.
-¡Pero eso está al otro lado de la base!- exclamó la instructora, divertida.- Ven, te llevaré allí.
La instructora le tendió la mano, pero Leona no la tomó. Se limitó a seguirla a una distancia prudencial, hasta el edificio donde Heidern la esperaba. La instructora dejó a la niña justo en el despacho del Comandante, y le explicó como la había encontrado.
-¿Se puede saber qué hacías en el campo de tiro?- preguntó el Comandante cuando la mujer se hubo ido.- Te perdiste, ¿no? ¿No te dije que preguntases para venir?
-Podía... encontrar el camino sola....
-Sí, ya veo que lo encontraste.- Leona soportaba el sermón con estoicidad, pero Heidern pudo ver en sus ojos que lo sentía. Redujo un poco el tono de reproche.- Mira, cuando alguien más mayor o un superior te da una orden, él sabe por qué lo hace, así que hay que hacerle caso, ¿entendido?
Leona asintió, pensativa. Dudó un momento antes de hablar.
-¿Y si... no tiene razón?
-Siempre es mejor cometer un error por cumplir una orden que por incumplirla, ¿no crees?
La niña se encogió de hombros y empezó a inspeccionar el despacho con la mirada, sin saber qué hacer allí. A diferencia que el salón de la casa de Heidern, aquello estaba tan pulcramente ordenado que no se atrevía a tocar nada.
-No hay mucho que hacer por aquí. Si quieres puedes mirar algún libro.
Leona miró los libros de la estantería. La mayor parte eran libros gruesos de letra pequeña. También había algunos libros con fotografías, pero eran todos de guerras, armas, tanques, aviones y cosas así. Se decidió por echarle un vistazo a uno de aviones, aunque se cansó pronto porque le parecían todos muy parecidos. De todos modos se quedó formalmente sentada, fingiendo interés en las fotografías pero en realidad dándole vueltas a una idea en su cabeza.
-Comandante Heidern...- dijo finalmente con timidez. El comandante, que seguía trabajando, levantó la cabeza y la miró.
-¿Qué?
-Por... ¿Por qué les enseñan a esas personas a disparar y pelearse?
-Es una de las muchas cosas que se aprenden aquí.
-¿Matan gente?- preguntó Leona, sintiéndose inquieta de repente.
-No se trata de matar gente, sino de salvar a otra gente inocente, de luchar contra personas que cometen crímenes, como el hombre que mató a mi familia o quien mató a la tuya, Leona. ¿No te gustaría que recibiese su merecido?
-Yo...- comenzó Leona.- Solo quiero que no haga más daño a nadie.
Los ojos de Leona se humedecieron con los malos recuerdos, pero siguió manteniendo una serenidad y un temple dignos de admiración. Heidern no podía menos que sorprenderse al ver tal fuerza de espíritu en una criatura de tan solo ocho años.
-Eso está muy bien.- le respondió.
La niña se volvió a quedar pensativa un momento.
-Usted quiere que le hable de él, ¿verdad?
-¿De quién?
-De ese hombre... Por eso me trajo aquí.
-No tienes por qué contarme nada de momento, si no quieres.
-Yo quiero...
-En serio que no tienes por qué...
-Pero no puedo recordar...
Quizás hubiese sido más correcta la frase "no quiero recordar". Ni siquiera estaba segura de querer hablar de lo que recordaba, pero tenía que hacerlo. El Comandante la había ayudado, era una persona de confianza, y prefería tener que contárselo a él y no a otra persona cualquiera. Además tarde o temprano tendría que hacerlo, y era mejor cuanto antes, para poder por fin olvidarlo todo.
-Tú dijiste algo de un hombre, ¿verdad? ¿Podrías describirlo?
Todos sus recuerdos sobre él estaban confusos, pero tenía en mente sus ojos y su voz. Estaba segura de que si lo tuviese delante lo reconocería, pero en cambio no era capaz de dar una descripción.
-Yo... No sé. Él vino y mi padre... estaba preocupado y después... yo huía.- Una lágrima resbaló por la mejilla de Leona y ella la secó con el dorso de la mano como si no sucediese nada. Respiró hondo.- Yo quiero... quiero ayudar pero...
-No pasa nada. Al menos ahora tenemos una pista sobre un sospechoso.
Leona tragó saliva y miró al ojo del comandante. Quizás no fuese tan solo una enana inútil, después de todo, a lo mejor era capaz de ayudar. Heidern se quedó pensativo. Empezaba a formarse teorías diferentes a las de la pequeña, aunque parecían un tanto descabelladas.
-Y dime, ¿recuerdas si ese hombre era muy alto?
-Era... Como usted...
-Ya veo...
Heidern guardó silencio un instante, para luego dirigirse de nuevo a Leona.
-Así que estuviste viendo cómo entrenaban.
-Sí.
-No quiero que pasees sola por la base. Este no es un sitio seguro. Ahora ya es tarde y tengo que terminar este trabajo, pero si quieres mañana por la mañana te llevaré a un entrenamiento.
Leona dedujo por el tono del comandante que no se trataba de un favor, sino que tenía algún interés propio en ello. Fingió no percatarse.
-Vale.- respondió con tono neutro.
-Ahora voy a acabar esto.
Captó la indirecta. "No me molestes más, niña, que quiero trabajar". No quería ser una molestia. Se sentó de nuevo a seguir mirando su libro de aviones, y permaneció formal y sin articular palabra durante toda la hora que tardó Heidern en terminar. Después regresaron a la casa de Heidern y este se puso a preparar la cena. Era visto que no tenía mucha práctica en asuntos domésticos, pero probablemente prefería cocinar su propia comida y no comer el rancho que repartían en el comedor a los demás soldados. Un par de huevos fritos con salchichas y patatas fritas sirvieron para salir del paso sin demasiado trabajo. Y después, mandó a Leona a dormir. La pequeña cerró la persiana, no de todo, pues le gustaba que se colase una rendija de luz para saber si ya era de día cuando se despertase y se metió en cama, una cama más cómoda y mullida que cualquier otra que hubiese probado. Apagó la luz y se cubrió con las mantas. Hacía fresco y, además, el abrazo de las mantas en cierto modo la hacía sentirse más segura. No tardó en quedarse dormida, llevaba despierta desde muy temprano y hacía ya varios días que apenas dormía. Por primera vez desde... "aquello", Leona logró dormir durante toda la noche seguida, aunque sin conseguir librarse de las pesadillas que la atormentaban. Heidern tardó un poco más en subir a dormir. Tenía sueño, pero también muchas cosas en las que pensar. La investigación acerca de aquel caso se había dado por terminada, pero todavía quedaban demasiados cables sueltos. Esperaba que las sospechas que había comenzado a formarse fuesen infundadas, por el bien de la pequeña Leona, pero tenía que comprobarlo... Necesitaba saber la verdad, aunque esta solo pudiese llevar a más interrogantes.
A la mañana siguiente, el comandante cumplió con su promesa. Los dos se acercaron a ver el entrenamiento de los guerreros Ikari. Heidern aprovechó para sermonear y corregir errores de técnica en algunos soldados, mientras Leona se mantenía obedientemente a su lado, observando con curiosidad todos sus movimientos, pero sin decir nada. Cuando llegaron a los campos de tiro, la instructora que había acompañado a Leona el día anterior y que en ese momento estaba entrenando por libre se acercó a saludarlos. Primero intercambió saludos militares con el comandante y después se dirigió a Leona.
-Otra vez por aquí, ¿eh? ¿Qué te parece esto?
Leona se encogió de hombros, más interesada en el revolver que sostenía la mujer que en conversar con ella. La instructora se dio cuenta.
-¿Quieres probar?
Ambas miraron al rostro de Heidern buscando signos de aprobación o reprobación, sin sacar nada en claro. Leona se acercó a la mujer, que la ayudó a tomar el arma entre las manos y a sujetarla correctamente. Le pasó los brazos sobre los hombros y sujetó las manos de la niña con las suyas.
-Ahora aprieta el gatillo, sin miedo.
Leona obedeció. El retroceso del arma, aunque no era mucho, pilló a Leona de improviso y la bala salió despedida con una trayectoria más alta que la que debería haber tomado, pese a que la instructora la estaba ayudando a sostener el arma. Al mismo tiempo, el percutor golpeó el arma, pillándole un pellizco en el dedo a Leona, que ahogó un grito de sorpresa. Se miró la herida, que apenas si sangraba, con desagrado.
-No te preocupes, muchos novatos reciben una "mordida".- le explicó la instructora.
-Sangra...
-Es solo un rasguño, mujer.- le respondió con una sonrisa.
Leona apartó la vista de ese rasguño rojo de aspecto esmaltado. No quería que se percatasen de la aversión que recientemente había desarrollado por la sangre o pensarían que era una cobarde. ¿Cuántas veces había oído en las últimas horas eso de "es tan solo una niña pequeña" o "esto no es un sitio apropiado para niños"? Quizás no llevaba allí más que unas horas pero quería quedarse. Quería aprender a manejar armas y así poder ayudar a personas como había dicho el comandante Heidern y que no se repitiese lo que le había pasado a ella. Pero para eso no se podía echar atrás por un poco de sangre.
-¿Pruebo otra vez?- preguntó con voz neutral.
-No creo que debas.- recomendó el comandante.- Un arma de fuego no es un juguete. Podrías salir herida o hacer daño a alguien.
Obedeció. No quería hacer daño a nadie. Volvió formalmente al lado del comandante.
-Pero puedes probar otras cosas. ¿Has hecho alguna vez un circuito de obstáculos?
-No...
-¿Quieres probar?
Aquella pregunta sonaba a orden. No podía decir que no.
-Vale.
-Pero ni no puedes hacerlo no importa. En este campo entrenan algunos de los soldados más preparados del mundo. ¿Sabes lo que tienes que hacer?
-Hacer ese recorrido lo más rápido que pueda.
-Bien. Espera a que te de la salida.
Heidern puso el cronómetro de su reloj a cero. En realidad todo aquello estaba planeado, aunque no pensaba que la pequeña fuese capaz de terminar el recorrido, solo era una corazonada que esperaba que fuese falsa. Se sorprendió al comprobar que sí lo había logrado, y con una buena marca para ser una primera vez.
-Dime, ¿haces mucho deporte?
-A veces... Nado y subo a árboles.
-Entiendo.
-¿Hice algo mal?
-Nada. Ven conmigo, ¿ves ese muñeco de ahí?
-Sí.
Era un muñeco bastante feo y mal hecho, aparte de tener aspecto de haber vivido mejores días. Estaba unido al suelo por una especie de resorte.
-Los utilizamos para practicar técnicas de combate cuerpo a cuerpo. Fíjate. Se trata de derribar al muñeco.
Heidern se acercó al maniquí y le asestó una serie de golpes débiles en zonas estratégicas para mostrarle a Leona como se hacía. Después, con un último golpe certero, lo derribó.
-¿Has entendido?
-Sí.- respondió Leona acercándose, impresionada por la habilidad del comandante. Heidern sujetó el maniquí y lo puso en pie de nuevo.
-Ahora tú.
Leona miró al muñeco durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer, para después tratar de imitar los movimientos del Comandante, pero no consiguiendo hacer oscilar ni un poco al pelele.
-Déjalo ya.- dijo Heidern después de un rato viendo los intentos infructuosos de la pequeña, que era de lo más obstinado que había visto nunca. Si seguía intentándolo con tanto ímpetu terminaría por hacerse daño.
-Puedo hacerlo...- jadeó Leona, tomando carrerilla y cargando contra el maniquí. Fue casi como si hubiese chocado con una pared de ladrillo.
-Leona, déjalo ya.
-Puedo hacerlo...
Leona siguió en sus trece. Pese a que no parecía realizar progresos no parecía ir a darse por vencida.
-¡Leona, déjalo ya! ¡Es una orden!
-Puedo hacerlo, comandante.
Tenía que conseguirlo, él creía que no era capaz pero le demostraría que se equivocaba. Sacando fuerzas de su desesperación, dio un salto para ponerse a la alturadel muñeco. Ni siquiera sabía exactamente qué estaba haciendo. Hizo apoyo con los pies en lo que era el pecho del muñeco al tiempo que golpeaba con el lado de la mano a la altura del cuello. La cabeza del pelele se desprendió yo rodó por el suelo mientras el relleno se esparcía sobre la tierra. Leona cayó al suelo de culo, pero se puso de pie, ilesa, y miró con ojos de cordero degollado el resultado del golpe que acababa de ejecutar. No solo no lo había conseguido sino que además había roto el muñeco y desobedecido al comandante. Le miró al rostro y dentro de su expresión inmutable le pareció percibir un ligero cambio. Seguro que estaba enfadado. Leona recogió la cabeza para tratar de devolverla a su sitio, a ver si se podía arreglar. El Comandante Heidern la sujetó por la mano y le arrebató la cabeza del maniquí. Estaba claro, se había enfadado. No era más que un estorbo en aquel sitio.
Heidern no podía creerlo. Cuando había decidido hacerle esas pruebas no había esperado obtener resultados favorables, o al menos no tanto. Aquello le daba una base más sólida a su teoría. Aquella niña con aspecto de no haber roto un plato en su vida tenía la fuerza suficiente como para matar a una persona y ella misma no lo sabía. ¿Qué había pasado realmente en su aldea? Sabía que no mentía cuando decía que no era capaz de recordar nada. No sabía de psicología, pero al parecer no era algo tan raro que después de un trauma fuerte la mente de una persona bloquee esos recuerdos. ¿Acaso el hombre del que había hablado Leona la había obligado a matar? Pero... ¿Con qué fin? ¿Y qué tipo de persona sería capaz de una cosa así? Y en caso de que todo lo anterior tuviese algo de sentido, seguía sin aclarar mucho. No se trataba de un simple asesinato, sino de una masacre. No creía que la niña hubiese sido capaz ni obligada. ¿Podía ser que la hubiesen drogado o sugestionado de alguna forma para hacerlo? Eso explicaría en cierto modo la laguna mental. Aquel caso se le escapaba de las manos. Cuando llegasen los resultados del laboratorio sabría si las huellas coincidían y su teoría era correcta. Ojalá se equivocase. No tenía miedo en absoluto de la pequeña, no veía ningún tipo de maldad en ella y no solía equivocarse al juzgar. Fuese lo que fuese lo que había causado todo aquello, ya había desaparecido. En cambio si temía por ella y por su bienestar. No podía llevarla a un simple orfanato, pero tampoco sería justo para ella aprovecharse de su talento y terminar por transformarla en una simple máquina de guerra... Y sabía que si permanecía allí sería lo que terminase sucediendo. Tampoco podía criarla como una hija, no después de lo que le había pasado a su familia hacía tan poco tiempo. Sus heridas todavía no se habían cerrado y dudaba que alguna vez llegasen a hacerlo del todo como tampoco lo harían las de Leona... No era la persona más adecuada para ocuparse de ella
Ambos regresaron a casa sin articular palabra y, cuando llegaron Heidern ordenó a Leona que se fuese a la habitación. Necesitaba pensar. Pasaron unas cuantas horas hasta que Leona salió de su habitación y se dirigió con decisión hasta el jardín, donde Heidern estaba sentado, todavía reflexionando.
-Comandante, tenemos que hablar.
A Heidern le sorprendió la forma tan decidida y aparentemente madura con la que pronunció esas palabras. Los ojos de la niña estaban enrojecidos e hinchados, signo de que había estado llorando, aunque la serenidad de su rostro no diese esa expresión.
-¿Qué quieres?
-He pensado... Sé que usted está enfadado porque desobedecí y rompí el muñeco.
-Estoy enfadado, pero hay cosas más importantes que me preocupan.
-También sé que me tengo que marchar porque solo soy una niña y todo eso.
-Supongo que todo eso tendrá un "pero".
-No me quiero ir.
El Comandante Heidern se quedó en silencio unos segundos y miró a los ojos de Leona.
-¿Y qué se supone que ibas a hacer aquí? Esto es un cuartel militar, no un barrio residencial.
-Quiero quedarme con usted y aprender esas cosas que enseñan aquí.
-Leona, ya sé que fui yo quien te encontró y te trajo aquí, pero no puedo sustituír a tu padre. No soy la persona adecuada.
Leona frunció el ceño.
-Nadie es adecuado. Yo solo quiero que me enseñe como a los demás.
-Tienes que comprender que no me puedo ocupar de ti.
-¿Por qué no?
-No lo entenderías. No puedo hacer de ti una persona de provecho si ya ni siquiera creo en las personas.
-¿Por qué dice que no?- preguntó Leona con mirada inquisitiva.
-Es complicado...
-Sí que cree. Usted me dijo que ayudan a gente y mi padre siempre decía que no se puede ayudar a nadie si no se cree en él.
Heidern dejó dibujarse una fugaz sonrisa en su pétreo rostro, conmovido. Sabía que las cosas distaban mucho de ser así, pero de vez en cuando venía bien una dosis de idealismo. Se quedó pensativo un rato.
-Está bien. Te diré lo que haremos. Probablemente pienses que llegar a ser una Ikari es fácil, que basta con aprender un par de trucos como los que viste en el campo de entrenamiento, pero hay que seguir un entrenamiento muy duro. Si eres capaz de aguantar, podrás quedarte.
Era la mejor solución si ella se ponía en ese plan. Al final vería que todo era más difícil de lo que creía y abandonaría por su propio pie. Intentaría darle un trato parecido al que recibían el resto de los soldados, tratando de que no le afectase el hecho de estar ante una muchacha de 8 años (casi 9, decía ella). No obstante, era considerado el más duro de los instructores.
-Aguantaré.- respondió la niña con tono decidido.
-Ten en cuenta que vas a tener que compaginar en entrenamiento con el colegio.
-¿Colegio? Ya sé leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, divi...
-Sí, eso te convierte en más culta que muchos que te puedas encontrar por aquí, pero de todos modos tienes que ir.
Pasar horas y horas en una sala infestada de niños... A Leona no le hacía demasiada gracia. No tenía ganas de estar en compañía, y menos de enanos estúpidos que no sabían lo que era un problema... Malditos... No, no podía enfadarse con alguien cuya única culpa era tener lo que ella ya no tenía.
-Puedo aprender yo sola.
-¿Recuerdas lo que te dije acerca de cumplir las órdenes de un superior?
-Sí.
-Se dice "Sí, señor". A partir de ahora ya no soy un tipo generoso que te acoge en su casa, soy tu maestro y superior y así debes tratarme. Por lo tanto si yo te ordeno ir al colegio tú irás al colegio.
-Sí, señor.
-Bien...
El comandante se puso en pie y entró de nuevo en casa. Leona se quedó mirando mientras se iba y luego dejó que su mirada se perdiese en el infinito. El comandante era un hombre estricto, que parecía a simple vista frío y despiadado, pero Leona sabía que por dentro no era así. A ella la había tratado bien y además sabía mucho. Se puso en pie y caminó unos cuantos pasos adentrándose en el jardín. Se sentó de un salto en la rama más baja de un árbol bastante escuálido y miró hacia dentro de la casa. Vio pasar al Comandante delante de una ventana. Sentía ganas de agradecerle todo lo que había hecho por ella, pero no con palabras, esas no significan nada. Se esforzaría al máximo por cumplir con todo lo que le ordenase y por no defraudarlo ni defraudarse a si misma. Por él, para agradecerle la ayuda... Por sus padres, que siempre le habían dicho que las cosas se consiguen con esfuerzo, para demostrar que como le habían dicho podía ser lo que quisiese... Y por qué no, también por ella misma, porque necesitaba algo por lo que luchar, algo por lo que seguir viviendo... FIN
-Hey, señora, ¿adónde cree que va?- preguntó el de pelo moreno y cinta roja. Su voz sonaba de todo menos amable. Kanako se asustó. Si alguno de ellos disparaba su arma en aquella zona nadie se enteraría. Tenían todo el aspecto de ser militares, probablemente porque lo eran, y esos no tenían fama de andar con bromas. Además, si el ejército estaba de por medio, el asunto debía ser realmente grave. Eso explicaba por qué nadie se había enterado de nada, el secretismo militar era conocido por todo el mundo.
-Yo... Voy a mi casa.- murmuró Kanako.
El mismo que había hablado antes la miró de arriba abajo mientras hacía un globo de chicle.
-¿Usted... vive aquí? Pues no tiene pintas. Deje que le explique, usted ya no tiene casa, así que váyase.
Kanako dejó atrás su temor y se encaró con el chaval.
-Oye, yo quiero saber lo que ha pasado aquí. Si es que ha pasado algo terrible, tengo derecho a saberlo, así que dejadme pasar a mi casa.
El joven soldado frunció el ceño y miró a su compañero.
-Tío, yo no me metí al ejército para hacer vigilancias y soportar a tías histéricas, sino me habría hecho guardaespaldas de un grupo de pop. Deberíamos estar en alguna guerra metiéndoles tiros por el culo a los malos. Nadie sube de rango haciendo de segurata.
-Para empezar,- replicó su compañero.- tú te metiste al ejército porque repetiste tres veces seguidas el mismo curso y luego te echaron de 5 trabajos por vago. Y para terminar, si nos mandan hacer vigilancias, nosotros hacemos vigilancias. Mañana ya nos vamos a una guerra de verdad, y ojalá te metan a ti unos cuantos tiros por el culo a ver si me libro de ti de una vez.- La voz de este segundo soldado sonaba un poco más amable dentro de lo posible y, a pesar de parecer más joven, también tenía aspecto de tomarse las cosas más en serio. Se dirigió a Kanako.- Señorita, usted vivía en la aldea que hay al final de este camino, ¿no es así?
Kanako asintió.
-Pues su aldea ha sido borrada del mapa, así que lárguese.- concluyó el otro.
-Ralf, ¿eres gilipollas o piensas que una granada de mano es una fruta?- respondió el más joven a su compañero.- ¿No nos han dicho que no revelemos información? Y sé educado con la gente, joder.
-Aquí las órdenes las doy yo, que para algo soy tu superior.
-¿Superior en qué? Como no sea en estupidez... Pero si a ti solo te llaman cabo porque eres tonto de cabo a rabo. El superior es el comandante y yo sé muy bien las órdenes que nos dio.
-Bah, a mi el comandante me la suda.- respondió el llamado Ralf, no tanto por insubordinación como por tratar de hacerse el pavo.- Que se saque el palo de la escoba del culo.
-¿Qué pasa aquí?- preguntó una voz grave e imperativa que los dos militares conocían bien. Un hombre alto y delgado con un aspecto tan serio que sus rasgos parecían esculpidos en piedra y con un parche en un ojo que hacía su aspecto aún más grotesco, apareció entre la maleza. Los dos chicos se cuadraron y saludaron marcialmente. A Ralf se le veía un poco abochornado pensando en que su superior pudiese haber oído un comentario tan poco apropiado como el que acababa de hacer.
-Esta mujer dice vivir en la aldea y pretende pasar, señor.- explicó.
-Está bien.- El recién llegado, al parecer el Comandante, se acercó a Kanako con parsimonia.- No sé qué le habrán explicado mis hombres, pero se ha producido un accidente y está prohibido el acceso a esta zona mientras duren las investigaciones. De todos modos no le gustaría pasar, créame. Se enterará de lo sucedido mañana, por la prensa, así que no tiene nada que hacer aquí. El soldado Steel la acompañará hasta el pueblo.
De acuerdo. Ella no necesitaba saber lo que había pasado, ya lo sabía. Estaba impaciente por ver la versión oficial, probablemente ridícula e increíble... ¿Un rayo a causa de la tormenta? ¿Animales salvajes? Pero la gente lo creería. Sería mejor que hiciese caso y se marchase. No le agradaban los militares. Pero antes tenía que atar cabos.
-¿Y la niña? ¿Dónde está?
-¿Qué niña?- preguntó el Comandante.
-Aun no la han encontrado, ¿verdad?- le dijo en voz baja, de confidencia.- Todavía es muy pequeña y ahora estará perdida en la selva, asustada.
-Hemos registrado la zona y no hemos encontrado nada.- respondió el Comandante con frialdad, deseando librarse de aquella loca.
-Usted sabe lo duro que es perder una familia, así que confío en que la ayude.- le dijo mirándolo con su mirada suplicante.
El comandante se llevó instintivamente la mano al ojo que le faltaba, y con la punta de los dedos rozó la cuenca vacía, por debajo del parche, pero no abandonó su impasibilidad.
-Le aseguro que si hay alguien lo encontraremos, puede estar tranquila. Si de verdad está ahí, ¿conoce a alguien que se pudiese ocupar de ella?
Kanako pensó. Ojalá ella misma se pudiese hacer cargo de la niña, pero sabía que no podría ni verla delante. No era que le echase la culpa de todo lo que había pasado, pero simplemente sería demasiado doloroso para ella, y si no podía tratarla de forma normal, la niña tampoco sería feliz. Era mejor que viviese con alguien que desconociese todo lo sucedido. Le dio al comandante los teléfonos tanto de sus abuelos paternos como maternos. Después de eso, Heidern ordenó al soldado Clark Steel que la llevase hasta el pueblo. Ambos descendieron por el sendero, delante el rubio con aspecto de Rambo y detrás la japonesa que al lado de aquellos militares parecía muy poca cosa.
-Y en cuanto a ti, Jones...- prosiguió el comandante cuando se hubieron ido. Ralf tragó saliva.- Creo que cuando regreses de la misión que tienes asignada te va a tocar hacer la limpieza de todo un mes en la base. Pero como el mango de la escoba lo tengo en el culo, vas a tener que usar el cepillo de dientes. Eres un buen soldado, pero te falta aprender mucho acerca del respeto a la autoridad. No olvides que no eres más que un novato.
-Sí, señor.- respondió Ralf con resignación.
El Comandante regresó al campamento, pensando en la situación en la que se encontraba. El gobierno había dado la investigación por concluida y su ejército se retiraría al día siguiente por la mañana. También los querían a ellos fuera y no les pagarían un solo día más de estancia por encontrar una única superviviente. Además, al día siguiente los Ikari estarían sin efectivos suficientes como para organizar una partida de búsqueda en condiciones. A Heidern no le agradaba dejar una investigación a medias, sobre todo tratándose de un caso tan extraño y habiendo supervivientes potenciales de por medio. Pero si aquel país había decidido que no merecía la pena dedicarle más tiempo y le importaba más ocultar el hecho ante los medios que descubrir la verdad, no había nada que pudiese hacer. Habría que actúar en las horas siguientes, mientras todavía pudiesen. Tanto militares pertenecientes al ejército brasileño como Ikari empezaban a recoger para marcharse al día siguiente a primera hora. Los Ikari, uno de los grupos de mercenarios mejor preparados del mundo, estaban muy reclamados, y no podían anteponer una misión sobre otra, aunque al Comandante le molestase dejar las cosas a medias. Ese no era su estilo, y ya que le habían pagado por trabajar hasta el amanecer del día siguiente eso era exactamente lo que tenía pensado hacer. Ordenó a todos los mercenarios que dejasen lo que estaban haciendo para organizar una batida de última hora en busca de supervivientes. Los Ikari se quedaron sorprendidos. Habían peinado la zona de arriba abajo, de izquierda a derecha y viceversa, sin encontrar nada nuevo. Pero si algo les habían enseñado era a no cuestionarse las órdenes de un superior, así que se pusieron a trabajar inmediatamente, después de haber organizado los grupos. Solo a algunos, sobre los que iban a recaer las partes más pesadas de la nueva misión, se les permitió descansar aquella noche, o más bien se les ordenó, ya que el Comandante quería que estuviesen en pleno uso de sus facultades al día siguiente. Heidern tampoco participó en la búsqueda, pues a él le correspondía permanecer en el campamento coordinando por radio la operación. Este trabajo no implicaba que permaneciese en vela toda la noche, solamente requería que se despertase en caso de sonar la radio. Pero aún así no durmió. No era que no quisiese, pero tampoco tenía sueño. Dormir ya no le resultaba tan fácil como antes. A la mañana siguiente, Heidern abandonó su puesto, dejando a cargo a uno de los capitanes (al que tuvo que despertar), para ejecutar su rutina diaria. Después de darse una ducha rápida en su tienda se dirigió hacia el toldo acondicionado como comedor. La actividad en el campamento todavía no había comenzado. A Heidern le gustaba levantarse temprano para haber terminado con su rutina matinal antes de que los demás se despertasen y así, además de evitar aglomeraciones, poder supervisar todos sus movimientos. El silencio era casi absoluto, aunque no duraría demasiado, pues pronto regresaría la partida de búsqueda y los demás soldados continuarían cargando cosas en los vehículos para abandonar el lugar por la mañana temprano. Cuando iba a entrar en el comedor cambió de idea. No tenía hambre todavía. Por algún motivo, quizás dejándose llevar por el instinto, comenzó a caminar hacia fuera del campamento. Pensó en la mujer con la que había hablado el día anterior. Cualquiera habría pensado que estaba loca, pero él la había creído. ¿Lo hacía eso un loco igual que ella o solo un iluso? Pero ella... Había dicho cosas que demostraban que sabía acerca de temas de los que no debería saber. A su largo de sus no tantos años de vida había aprendido a no confiar en nadie, en cambio ahora estaba confiando en alguien de quien en otra situación hubiese sospechado. Era extraño... Pero todo en aquel maldito caso era demasiado extraño. Se cruzó con algunos soldados con aspecto de estar agotados e intercambio palabras breves con ellos, más que nada para enterarse de cómo progresaba la operación. Entonces vio a unos cuantos metros a Ralf y Clark.
-¡Soldados!
-¿Sí, señor?- preguntaron ambos a un tiempo, saludando a su superior de forma marcial.
-¿Se puede saber qué hacéis aquí? ¿No habéis entendido mis órdenes?
-Sí, señor, pero...- comenzó Ralf.- Nos pareció que esto era importante para usted y pensamos que...
-No penséis. Si yo os ordeno no participar en la búsqueda de supervivientes, tendré mis motivos. Y aunque no los tenga, no os importa. Jones, si pensabas que haciendo esto te ibas a librar de limpiar el cuartel, te has equivocado.
-No, yo no...- Ralf se calló, viendo la mirada de su comandante.
-Señor, ¿entonces volvemos a la base?- interrogó Clark.
-Sí, pero ya que tenéis tantas ganas de trabajar que lo hacéis sin que os manden, id cargando el material en el helicóptero grande.
-Pero para eso se necesitarían al menos...- comenzó de nuevo Ralf, pero volvió a ser interrumpido por la cortante mirada de Heidern.- Sí señor.- coreó con su compañero. Saludaron al comandante y emprendieron el camino de vuelta al campamento. Heidern se daba cuenta de la dureza con la que trataba a sus hombres, sobre todo quizás a aquellos dos, pero no era que les tuviese manía como a veces Ralf pensaba, sino todo lo contrario. Veía un gran futuro en ellos, y quería ayudarlos a desarrollar sus capacidades al máximo, lo que solo lograrían trabajando duro. Cuando los perdió de vista, Heidern siguió su camino. Se cruzó a un par de soldados más, pero ninguno tenía ninguna novedad importante. Después de un rato decidió regresar a la base, de todos modos en tan poco tiempo era poco probable que consiguiese nada en claro. Aunque a veces suceden cosas en contra de las probabilidades. Oyó lo que parecía la respiración de alguien durmiendo. ¿Algún animal? Imposible. ¿Uno de sus hombres? Tampoco. El ritmo de la respiración era rápido y suave, como la de un niño. Miró entre los arbustos y la vio. Una niña de enredado pelo azul y ropa sucia y desgarrada estaba inmersa en un sueño no demasiado apacible. Trató de cogerla en brazos sin despertarla, pero la niña abrió los ojos nada más tocarla y se puso en pie inmediatamente. No trató de huir, pero tampoco se acercó a él. Heidern pudo ver cuando se puso de pie que parte de lo que parecía barro era en realidad sangre reseca que le salpicaba gran parte del cuerpo. Ahora entendía el estado de shock en el que parecía encontrarse la pequeña. Ser testigo del asesinato de tu propia familia es realmente duro, él lo sabía bien, y a su corta edad debía ser todavía peor. Trató de subirla a su regazo de nuevo y ella no se opuso, pero en cuanto la tomó en brazos notó como su pequeño cuerpo se ponía en tensión. No sabía qué decirle a la niña para tranquilizarla, probablemente cuando había perdido a su familia también había perdido su talento para tratar con niños.
-No tengas miedo.- le dijo, tratando de utilizar un tono de voz menos imperativo y más suave que de costumbre, pero sin conseguirlo del todo. La niña no pareció reaccionar.- ¿Cómo te llamas?- tampoco obtuvo respuesta.- ¿Puedes entender lo que digo?
La niña dudó por unos instantes y luego asintió con la cabeza.
-No quieres hablar, ¿eh? Bueno, te vienes conmigo al campamento. Supongo que tendrás hambre.
Miró fugazmente al único ojo de aquel hombre para después fijar su mirada de nuevo en el infinito. Heidern no volvió a articular palabra hasta llegar al campamento. Normalmente ya no era muy hablador y en ese momento él también estaba inmerso en sus propios pensamientos. Aquella sensación de tener a un ser pequeño y delicado entre las manos, de sentirse de nuevo necesario, protector, le traía recuerdos a la mente. Pero no era cuestión de engañarse a si mismo, aquellos días nunca volverían, y a lo pasado, pasado. Cuando llegaron al campamento, Heidern dio la orden de abandonar la búsqueda por radio. Después, como los demás Ikari parecían demasiado atareados y además no se fiaba demasiado del trato que fuesen a dar a la pobre niña esa pandilla de brutos , prefirió encargarse de todo personalmente. Le mostró a la niña la ducha de su tienda y le pidió que se duchase mientras él le procuraba algo de ropa limpia. Aunque sabía que no podría encontrar nada de su talla le consiguió varias prendas de la talla más pequeña que se podía encontrar en el campamento. La niña salió de la ducha ya vestida , con la larga melena azul chorreando sobre sus hombros y el desigual flequillo tapándole la frente hasta las cejas. No llevaba más que una camisa remangada que en ella sentaba como un extraño vestido y las playeras que ya traía puestas antes. Su aspecto pudiese haber resultado cómico o adorable de no fijarse en su rostro triste. Heidern la tomó de la mano.
-Vamos a desayunar.
La niña caminó al lado del comandante sin decir nada. Cuando llegaron al comedor, donde ya estaba desayunando media base, Heidern la sentó a la mesa y fue a buscar un café solo para él y un tazón de leche con galletas para la niña. Algunos soldados que los vieron entrar comenzaron a hacer preguntas y los del ejército brasileño reclamaban el derecho a someter a la pequeña a un interrogatorio, pero Heidern se limitó a responder que se encargaría de todo. Se sentó al lado de ella e ignoró todo lo demás.
-Bueno, ¿me vas a decir tu nombre?
La muchachita bebió un sorbo de leche antes de responder. Quemaba un poco, pero no se quejó, le sabía a gloria. Antes no se había dado cuenta del hambre que tenía.
-Leona.- respondió con voz débil pero firme. Solo sus ojos revelaban por lo que estaba pasando.
-Ah, sabes hablar, después de todo. ¿Cuántos años tienes?
Leona le mostró a Heidern las manos con cinco y tres dedos extendidos como respuesta. Solamente ocho años.
-Bueno, Leona, te diré lo que vamos a hacer. Vas a venir conmigo a la base mientras no encontramos a alguien con quien te puedas quedar. Un cuartel militar no es el sitio más apropiado para una niña de ocho años, pero solo será algo provisional.
Leona se limitó a mirar fijamente al comandante mientras masticaba concienzudamente un trozo de galleta.
-¿Me has entendido?
Leona asintió con un movimiento rápido de cabeza.
-Como comprenderás, mi vista no es una maravilla, así que cuando te dirijas a mi intenta hacerlo usando tu voz. Repito, ¿me has entendido?
-Sí.- respondió Leona. Heidern no tenía intención de ser duro con ella, pero si dejaba que se siguiese comunicando con gestos no le estaría haciendo ningún favor.
-Bien, dentro de un rato nos iremos de aquí. ¿Has subido alguna vez a un helicóptero?
-No.
-Pues ahora vas a volar en uno. ¿Qué te parece?
Leona se iba a encoger de hombros, pero recordó que le había ordenado no comunicarse con gestos.
-Bien.- respondió finalmente, sin énfasis.
A mediodía llegaron a la base. Leona había pasado el viaje mirando por la ventana, aparentemente ajena a todo, aunque esa solo fuese la fachada, pues estaba atenta a todo lo que sucedía, tratando de sacar en claro lo que le iba a pasar ahora. De momento se sentía fuera de lugar, seguía teniendo miedo a acercarse a nadie. Se había dado cuenta de que el comandante respetaba eso, no la presionaba ni le hacía demasiadas preguntas incómodas, pero los otros soldados que los acompañaban no eran iguales. Trataban de sonsacarle cosas que no quería decir, intentaban arrancarle una sonrisa diciendo estupideces que ni siquiera en otra situación le hubiesen hecho gracia y, de todos modos, no sentía la necesidad de sonreír. Sobre todo le agradecía a Heidern que, al contrario de los demás, no le hubiese hecho preguntas acerca de los asesinatos en la aldea. Sabía que en realidad estaba interesado, que tarde o temprano se lo preguntaría porque su trabajo era averiguarlo (y entonces ella tendría que contarle la verdad: que no recordaba nada), pero al menos lo disimulaba mejor que los demás. Llegaron a la base después de algunas horas de vuelo en el ruidoso helicóptero y de aterrizar en un helipuerto militar cercano. Heidern condujo a la pequeña a su casa, una vivienda unifamiliar bastante amplia con un jardincillo trasero, situada dentro de la base. Se trataba de un lugar demasiado grande para una sola persona, pensó Leona al ver la casa por fuera. ¿Tendría el comandante una familia? Entraron.
-Espérame aquí.- le dijo Heidern mostrándole el salón para después subir las escaleras con prisa. Leona miró a su alrededor. Era una sala amplia, abundantemente amueblada con cierto lujo (al menos para lo que Leona estaba acostumbrada a ver), pero un tanto descuidada, como si al que viviese allí no le diese tiempo a limpiar o simplemente no le importase. Había varios cuadros colgados en las paredes y, en cambio, apenas había fotos. Un retrato grande del comandante en la pared, con un uniforme azul lleno de medallas y otras dos fotos más pequeñas, en las estanterías, una en la que salía un grupo de gente con uniforme verde entre las que estaba de nuevo Heidern. En la otra aparecía una vez más el comandante acompañado de una mujer y una niña rubias, los tres posando ante la cámara con una sonrisa. Lo primero que le llamó la atención de todas las fotos es que en todas ellas Heidern todavía conservaba ambos ojos. No parecía mucho más joven entonces, aunque su expresión se viese muy distinta, Leona no sabría decir por qué. Miró de nuevo la última de las fotos. Así que aquel hombre de apariencia solitaria sí tenía una familia. Sin quererlo recordó a su padre y su madre, y todo eso la llevó a los pocos recuerdos que conservaba de "aquel día". Quiso llorar, pero no podía hacerlo. Se dio la vuelta y, buscando algo en que ocupar su atribulada mente, se puso a recoger los cojines tirados en el suelo y ponerlos sobre el sofá donde deberían haber estado. Heidern entró en ese momento.
-¿Qué haces?- le preguntó.
-Estaban en el suelo.
-Muy bien, pero no te he pedido que limpies.- le dijo.- Aunque es cierto que este sitio necesita una limpieza.- siguió más bien para si mismo.- Es igual, ven conmigo.
Leona siguió al comandante hasta un dormitorio prácticamente sin amueblar, pero cuyas marcas en la pared indicaban que lo había estado anteriormente. Solamente había una cama infantil y un armario, ambos con el mismo diseño en madera. Se podía apreciar que la cama había sido hecha mal y con prisa. Un baúl un tanto polvoriento, que Heidern había bajado del ático, estaba en medio de la habitación.
-De momento dormirás aquí. En el baúl tienes algo de ropa. Mira a ver si es de tu talla. Yo tengo que hacer unas llamadas.
Heidern dejó a Leona a solas otra vez, peleándose con la cerradura del baúl, y bajó al salón a llamar por teléfono a los sitios que Kanako le había dicho. Empezó por llamar a los abuelos paternos de la niña, donde le contestó una mujer realmente desagradable que no tuvo reparos en calificar a la pobre muchachita de "pequeño monstruo" y tras decir que no quería saber nada de ella colgar el teléfono. Después llamó a sus abuelos maternos, que al enterarse del fallecimiento de su hija rompieron a llorar, pero que a la hora de mencionar la custodia de la niña se disculparon entre sollozos por carecer de medios para mantenerla y escurrieron el bulto a otros familiares más lejanos, los cuales iban haciendo lo mismo. Quizás no podían realmente encargarse de ella, pero lo más probable es que no quisiesen. Era típico. A todo el mundo le daba pena ver que una criatura se quedaba huérfana, la compadecían, pero a la hora de hacerse cargo de ella huían como si tuviese la peste. Por supuesto, a la niña no le diría nada de eso. Bastante tenía con haber perdido a sus padres como por encima saber que el resto de su familia la dejaba de lado. Volvió al dormitorio, donde Leona ya había terminado de vestirse y estaba arrodillada frente al baúl. Heidern vio que tenía la cerradura completamente arrancada, pese a que antes estaba perfectamente atornillada y la madera era de calidad. La niña trataba de arreglarla sin éxito. Al oír entrar al comandante se dio la vuelta y se puso en pie, mirándolo con ojos culpables.
-Tiré de él para abrirlo y se rompió.
-No pasa nada, pero ten más cuidado la próxima vez.- le respondió mientras miraba para ella. La ropa le sentaba perfectamente, como si hubiese sido comprada para ella, aunque probablemente Leona no pensase lo mismo, porque no paraba de tirar de los bajos del vestido repetidamente como si tuviese miedo a que se le viese todo. Lo más probable es que, viviendo en medio de la selva, estuviese acostumbrada a ropa menos formal y más cómoda. Una vez vestida con ropa normal parecía no quedar más rastro de la procedencia de aquella niña que su comportamiento antinatural para alguien de su edad. Heidern resopló involuntariamente. Así vestida le recordaba más todavía a su difunta hija, Clara. No era que físicamente tuviesen excesivo parecido y tampoco en carácter, pero no podía dejar de compararlas en su subconsciente. Eso era peligroso, no debía establecer ningún lazo emocional con ella, resultaría perjudicial para ambos. Él necesitaba estar solo, poder centrarse en su trabajo y hacer pagar al hombre que le había arrebatado lo más importante en su vida (que no era precisamente su ojo). Ella necesitaba una familia normal que le pudiese dar una vida normal para que pudiese olvidar su sufrimiento y crecer feliz y equilibradamente.
-Leona, escucha, mañana te voy a llevar a un sitio donde encontrarán unos padres apropiados para ti.
-¿Un orfanato?- preguntó Leona, frunciendo el ceño.
-Eso es.
Leona no dijo nada al respecto, pero no le hacía la más mínima ilusión ir a un orfanato. No sabía mucho de Heidern, pero seguro que le gustaba más que un montón de niños. No se llevaba bien con la gente de su edad. Acostumbrada como estaba a tratar siempre con adultos, no entendía la conducta de los niños. Además, intuía que tenía más en común con el comandante de lo que podía parecer a simple vista. Sabía que él también había perdido a su familia, aunque no esperaba que le contase nada acerca de ello. No podía culparlo, ella también prefería callar. Heidern se dio cuenta de que Leona no diría nada acerca de ir a un orfanato, aunque pudo leer en sus ojos que no le agradaba la idea. Prosiguió hablando.
-Tengo que acercarme al despacho. Tú creo que necesitas un buen corte de pelo, así que te dejaré en la barbería de paso.
La base era grande, pero aquellos lugares no estaban muy lejos. La gente con la que se cruzaron se quedaba mirando extrañada o hacía preguntas, pero Heidern ni se dignaba a responder. Dejo a Leona en la barbería.
-Pórtate bien.
-Sí.
-Estaré en las oficinas, en el edificio grande de aquí al lado. Cuando termines pídele a alguien que te acompañe. Dices que vas de parte del Comandante Heidern , ¿de acuerdo?
-Sí.
Heidern se dio la vuelta y se marchó, y Leona se sentó a esperar su turno. El barbero estaba terminando de cortarle el pelo con maquinilla a un hombre. Se quedó viendo como los mechones de pelo iban cayendo al suelo como hojas de árbol hasta dejar su cabeza con poco más pelo que una barba de dos días. Cuando hubo terminado, el barbero se acercó a Leona.
-Siéntate ahí.- le dijo. Ella obedeció.- Así que has venido con Heidern.
Asintió con la cabeza mientras hacía girar con el dedo índice los restos de pelo que había en el sillón.
-Uy, qué seca, parece que ya se te empieza a pegar algo de él. ¿Qué corte de pelo quieres? ¿Cómo el que le acabo de hacer a ese chico o más corto?
Leona se giró en el asiento para mirar a los ojos del hombre y comprobar si estaba bromeando hablaba en serio. Le gustaba su pelo tal y como estaba.
-En esta base es obligatorio llevar el pelo corto, ¿no lo sabías?
Los ojos de la pobre niña se abrieron como platos.
-Hey, no te asustes, era broma. Te cortaré solo las puntas, ¿te parece bien, bonita?
Leona asintió aliviada. Terminaron pronto. Leona se despidió del barbero con un "adiós" seco y se dispuso a volver con el Comandante. ¿Qué le había dicho? "El edificio grande de aquí al lado". Sería fácil de encontrar aunque no preguntase. Pero aquel edificio no debía ser tan grande o estar tan al lado, porque Leona no fue capaz de llegar (quizás porque caminó hacia el lado opuesto) y terminó en una zona abierta en la que grupos de soldados hacían ejercicio físico, prácticas de tiro y combate cuerpo con cuerpo... Se quedó mirando, fascinada, y olvidó lo que estaba buscando. Permaneció allí un buen rato, hasta que una instructora de tiro se percató de su presencia. Ordenó a los soldados descansar y se acercó a ella. Era una mujer alta y robusta, pero de mirada amable.
-Hola, ¿te has perdido?
Leona no respondió y la instructora repitió la pregunta.
-No...- contestó finalmente con desconfianza.
-Ah, vaya. ¿Dónde están tus padres?
-No están.
-¿Entonces con quién has venido? No deberías andar sola por aquí.
-Estoy con el Comandante Heidern.
-Ah, ¿pero es que ya ha vuelto? ¿Y dónde está?
-Me espera en las oficinas, en el edificio grande cerca de la barbería.- repitió de memoria.
-¡Pero eso está al otro lado de la base!- exclamó la instructora, divertida.- Ven, te llevaré allí.
La instructora le tendió la mano, pero Leona no la tomó. Se limitó a seguirla a una distancia prudencial, hasta el edificio donde Heidern la esperaba. La instructora dejó a la niña justo en el despacho del Comandante, y le explicó como la había encontrado.
-¿Se puede saber qué hacías en el campo de tiro?- preguntó el Comandante cuando la mujer se hubo ido.- Te perdiste, ¿no? ¿No te dije que preguntases para venir?
-Podía... encontrar el camino sola....
-Sí, ya veo que lo encontraste.- Leona soportaba el sermón con estoicidad, pero Heidern pudo ver en sus ojos que lo sentía. Redujo un poco el tono de reproche.- Mira, cuando alguien más mayor o un superior te da una orden, él sabe por qué lo hace, así que hay que hacerle caso, ¿entendido?
Leona asintió, pensativa. Dudó un momento antes de hablar.
-¿Y si... no tiene razón?
-Siempre es mejor cometer un error por cumplir una orden que por incumplirla, ¿no crees?
La niña se encogió de hombros y empezó a inspeccionar el despacho con la mirada, sin saber qué hacer allí. A diferencia que el salón de la casa de Heidern, aquello estaba tan pulcramente ordenado que no se atrevía a tocar nada.
-No hay mucho que hacer por aquí. Si quieres puedes mirar algún libro.
Leona miró los libros de la estantería. La mayor parte eran libros gruesos de letra pequeña. También había algunos libros con fotografías, pero eran todos de guerras, armas, tanques, aviones y cosas así. Se decidió por echarle un vistazo a uno de aviones, aunque se cansó pronto porque le parecían todos muy parecidos. De todos modos se quedó formalmente sentada, fingiendo interés en las fotografías pero en realidad dándole vueltas a una idea en su cabeza.
-Comandante Heidern...- dijo finalmente con timidez. El comandante, que seguía trabajando, levantó la cabeza y la miró.
-¿Qué?
-Por... ¿Por qué les enseñan a esas personas a disparar y pelearse?
-Es una de las muchas cosas que se aprenden aquí.
-¿Matan gente?- preguntó Leona, sintiéndose inquieta de repente.
-No se trata de matar gente, sino de salvar a otra gente inocente, de luchar contra personas que cometen crímenes, como el hombre que mató a mi familia o quien mató a la tuya, Leona. ¿No te gustaría que recibiese su merecido?
-Yo...- comenzó Leona.- Solo quiero que no haga más daño a nadie.
Los ojos de Leona se humedecieron con los malos recuerdos, pero siguió manteniendo una serenidad y un temple dignos de admiración. Heidern no podía menos que sorprenderse al ver tal fuerza de espíritu en una criatura de tan solo ocho años.
-Eso está muy bien.- le respondió.
La niña se volvió a quedar pensativa un momento.
-Usted quiere que le hable de él, ¿verdad?
-¿De quién?
-De ese hombre... Por eso me trajo aquí.
-No tienes por qué contarme nada de momento, si no quieres.
-Yo quiero...
-En serio que no tienes por qué...
-Pero no puedo recordar...
Quizás hubiese sido más correcta la frase "no quiero recordar". Ni siquiera estaba segura de querer hablar de lo que recordaba, pero tenía que hacerlo. El Comandante la había ayudado, era una persona de confianza, y prefería tener que contárselo a él y no a otra persona cualquiera. Además tarde o temprano tendría que hacerlo, y era mejor cuanto antes, para poder por fin olvidarlo todo.
-Tú dijiste algo de un hombre, ¿verdad? ¿Podrías describirlo?
Todos sus recuerdos sobre él estaban confusos, pero tenía en mente sus ojos y su voz. Estaba segura de que si lo tuviese delante lo reconocería, pero en cambio no era capaz de dar una descripción.
-Yo... No sé. Él vino y mi padre... estaba preocupado y después... yo huía.- Una lágrima resbaló por la mejilla de Leona y ella la secó con el dorso de la mano como si no sucediese nada. Respiró hondo.- Yo quiero... quiero ayudar pero...
-No pasa nada. Al menos ahora tenemos una pista sobre un sospechoso.
Leona tragó saliva y miró al ojo del comandante. Quizás no fuese tan solo una enana inútil, después de todo, a lo mejor era capaz de ayudar. Heidern se quedó pensativo. Empezaba a formarse teorías diferentes a las de la pequeña, aunque parecían un tanto descabelladas.
-Y dime, ¿recuerdas si ese hombre era muy alto?
-Era... Como usted...
-Ya veo...
Heidern guardó silencio un instante, para luego dirigirse de nuevo a Leona.
-Así que estuviste viendo cómo entrenaban.
-Sí.
-No quiero que pasees sola por la base. Este no es un sitio seguro. Ahora ya es tarde y tengo que terminar este trabajo, pero si quieres mañana por la mañana te llevaré a un entrenamiento.
Leona dedujo por el tono del comandante que no se trataba de un favor, sino que tenía algún interés propio en ello. Fingió no percatarse.
-Vale.- respondió con tono neutro.
-Ahora voy a acabar esto.
Captó la indirecta. "No me molestes más, niña, que quiero trabajar". No quería ser una molestia. Se sentó de nuevo a seguir mirando su libro de aviones, y permaneció formal y sin articular palabra durante toda la hora que tardó Heidern en terminar. Después regresaron a la casa de Heidern y este se puso a preparar la cena. Era visto que no tenía mucha práctica en asuntos domésticos, pero probablemente prefería cocinar su propia comida y no comer el rancho que repartían en el comedor a los demás soldados. Un par de huevos fritos con salchichas y patatas fritas sirvieron para salir del paso sin demasiado trabajo. Y después, mandó a Leona a dormir. La pequeña cerró la persiana, no de todo, pues le gustaba que se colase una rendija de luz para saber si ya era de día cuando se despertase y se metió en cama, una cama más cómoda y mullida que cualquier otra que hubiese probado. Apagó la luz y se cubrió con las mantas. Hacía fresco y, además, el abrazo de las mantas en cierto modo la hacía sentirse más segura. No tardó en quedarse dormida, llevaba despierta desde muy temprano y hacía ya varios días que apenas dormía. Por primera vez desde... "aquello", Leona logró dormir durante toda la noche seguida, aunque sin conseguir librarse de las pesadillas que la atormentaban. Heidern tardó un poco más en subir a dormir. Tenía sueño, pero también muchas cosas en las que pensar. La investigación acerca de aquel caso se había dado por terminada, pero todavía quedaban demasiados cables sueltos. Esperaba que las sospechas que había comenzado a formarse fuesen infundadas, por el bien de la pequeña Leona, pero tenía que comprobarlo... Necesitaba saber la verdad, aunque esta solo pudiese llevar a más interrogantes.
A la mañana siguiente, el comandante cumplió con su promesa. Los dos se acercaron a ver el entrenamiento de los guerreros Ikari. Heidern aprovechó para sermonear y corregir errores de técnica en algunos soldados, mientras Leona se mantenía obedientemente a su lado, observando con curiosidad todos sus movimientos, pero sin decir nada. Cuando llegaron a los campos de tiro, la instructora que había acompañado a Leona el día anterior y que en ese momento estaba entrenando por libre se acercó a saludarlos. Primero intercambió saludos militares con el comandante y después se dirigió a Leona.
-Otra vez por aquí, ¿eh? ¿Qué te parece esto?
Leona se encogió de hombros, más interesada en el revolver que sostenía la mujer que en conversar con ella. La instructora se dio cuenta.
-¿Quieres probar?
Ambas miraron al rostro de Heidern buscando signos de aprobación o reprobación, sin sacar nada en claro. Leona se acercó a la mujer, que la ayudó a tomar el arma entre las manos y a sujetarla correctamente. Le pasó los brazos sobre los hombros y sujetó las manos de la niña con las suyas.
-Ahora aprieta el gatillo, sin miedo.
Leona obedeció. El retroceso del arma, aunque no era mucho, pilló a Leona de improviso y la bala salió despedida con una trayectoria más alta que la que debería haber tomado, pese a que la instructora la estaba ayudando a sostener el arma. Al mismo tiempo, el percutor golpeó el arma, pillándole un pellizco en el dedo a Leona, que ahogó un grito de sorpresa. Se miró la herida, que apenas si sangraba, con desagrado.
-No te preocupes, muchos novatos reciben una "mordida".- le explicó la instructora.
-Sangra...
-Es solo un rasguño, mujer.- le respondió con una sonrisa.
Leona apartó la vista de ese rasguño rojo de aspecto esmaltado. No quería que se percatasen de la aversión que recientemente había desarrollado por la sangre o pensarían que era una cobarde. ¿Cuántas veces había oído en las últimas horas eso de "es tan solo una niña pequeña" o "esto no es un sitio apropiado para niños"? Quizás no llevaba allí más que unas horas pero quería quedarse. Quería aprender a manejar armas y así poder ayudar a personas como había dicho el comandante Heidern y que no se repitiese lo que le había pasado a ella. Pero para eso no se podía echar atrás por un poco de sangre.
-¿Pruebo otra vez?- preguntó con voz neutral.
-No creo que debas.- recomendó el comandante.- Un arma de fuego no es un juguete. Podrías salir herida o hacer daño a alguien.
Obedeció. No quería hacer daño a nadie. Volvió formalmente al lado del comandante.
-Pero puedes probar otras cosas. ¿Has hecho alguna vez un circuito de obstáculos?
-No...
-¿Quieres probar?
Aquella pregunta sonaba a orden. No podía decir que no.
-Vale.
-Pero ni no puedes hacerlo no importa. En este campo entrenan algunos de los soldados más preparados del mundo. ¿Sabes lo que tienes que hacer?
-Hacer ese recorrido lo más rápido que pueda.
-Bien. Espera a que te de la salida.
Heidern puso el cronómetro de su reloj a cero. En realidad todo aquello estaba planeado, aunque no pensaba que la pequeña fuese capaz de terminar el recorrido, solo era una corazonada que esperaba que fuese falsa. Se sorprendió al comprobar que sí lo había logrado, y con una buena marca para ser una primera vez.
-Dime, ¿haces mucho deporte?
-A veces... Nado y subo a árboles.
-Entiendo.
-¿Hice algo mal?
-Nada. Ven conmigo, ¿ves ese muñeco de ahí?
-Sí.
Era un muñeco bastante feo y mal hecho, aparte de tener aspecto de haber vivido mejores días. Estaba unido al suelo por una especie de resorte.
-Los utilizamos para practicar técnicas de combate cuerpo a cuerpo. Fíjate. Se trata de derribar al muñeco.
Heidern se acercó al maniquí y le asestó una serie de golpes débiles en zonas estratégicas para mostrarle a Leona como se hacía. Después, con un último golpe certero, lo derribó.
-¿Has entendido?
-Sí.- respondió Leona acercándose, impresionada por la habilidad del comandante. Heidern sujetó el maniquí y lo puso en pie de nuevo.
-Ahora tú.
Leona miró al muñeco durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer, para después tratar de imitar los movimientos del Comandante, pero no consiguiendo hacer oscilar ni un poco al pelele.
-Déjalo ya.- dijo Heidern después de un rato viendo los intentos infructuosos de la pequeña, que era de lo más obstinado que había visto nunca. Si seguía intentándolo con tanto ímpetu terminaría por hacerse daño.
-Puedo hacerlo...- jadeó Leona, tomando carrerilla y cargando contra el maniquí. Fue casi como si hubiese chocado con una pared de ladrillo.
-Leona, déjalo ya.
-Puedo hacerlo...
Leona siguió en sus trece. Pese a que no parecía realizar progresos no parecía ir a darse por vencida.
-¡Leona, déjalo ya! ¡Es una orden!
-Puedo hacerlo, comandante.
Tenía que conseguirlo, él creía que no era capaz pero le demostraría que se equivocaba. Sacando fuerzas de su desesperación, dio un salto para ponerse a la alturadel muñeco. Ni siquiera sabía exactamente qué estaba haciendo. Hizo apoyo con los pies en lo que era el pecho del muñeco al tiempo que golpeaba con el lado de la mano a la altura del cuello. La cabeza del pelele se desprendió yo rodó por el suelo mientras el relleno se esparcía sobre la tierra. Leona cayó al suelo de culo, pero se puso de pie, ilesa, y miró con ojos de cordero degollado el resultado del golpe que acababa de ejecutar. No solo no lo había conseguido sino que además había roto el muñeco y desobedecido al comandante. Le miró al rostro y dentro de su expresión inmutable le pareció percibir un ligero cambio. Seguro que estaba enfadado. Leona recogió la cabeza para tratar de devolverla a su sitio, a ver si se podía arreglar. El Comandante Heidern la sujetó por la mano y le arrebató la cabeza del maniquí. Estaba claro, se había enfadado. No era más que un estorbo en aquel sitio.
Heidern no podía creerlo. Cuando había decidido hacerle esas pruebas no había esperado obtener resultados favorables, o al menos no tanto. Aquello le daba una base más sólida a su teoría. Aquella niña con aspecto de no haber roto un plato en su vida tenía la fuerza suficiente como para matar a una persona y ella misma no lo sabía. ¿Qué había pasado realmente en su aldea? Sabía que no mentía cuando decía que no era capaz de recordar nada. No sabía de psicología, pero al parecer no era algo tan raro que después de un trauma fuerte la mente de una persona bloquee esos recuerdos. ¿Acaso el hombre del que había hablado Leona la había obligado a matar? Pero... ¿Con qué fin? ¿Y qué tipo de persona sería capaz de una cosa así? Y en caso de que todo lo anterior tuviese algo de sentido, seguía sin aclarar mucho. No se trataba de un simple asesinato, sino de una masacre. No creía que la niña hubiese sido capaz ni obligada. ¿Podía ser que la hubiesen drogado o sugestionado de alguna forma para hacerlo? Eso explicaría en cierto modo la laguna mental. Aquel caso se le escapaba de las manos. Cuando llegasen los resultados del laboratorio sabría si las huellas coincidían y su teoría era correcta. Ojalá se equivocase. No tenía miedo en absoluto de la pequeña, no veía ningún tipo de maldad en ella y no solía equivocarse al juzgar. Fuese lo que fuese lo que había causado todo aquello, ya había desaparecido. En cambio si temía por ella y por su bienestar. No podía llevarla a un simple orfanato, pero tampoco sería justo para ella aprovecharse de su talento y terminar por transformarla en una simple máquina de guerra... Y sabía que si permanecía allí sería lo que terminase sucediendo. Tampoco podía criarla como una hija, no después de lo que le había pasado a su familia hacía tan poco tiempo. Sus heridas todavía no se habían cerrado y dudaba que alguna vez llegasen a hacerlo del todo como tampoco lo harían las de Leona... No era la persona más adecuada para ocuparse de ella
Ambos regresaron a casa sin articular palabra y, cuando llegaron Heidern ordenó a Leona que se fuese a la habitación. Necesitaba pensar. Pasaron unas cuantas horas hasta que Leona salió de su habitación y se dirigió con decisión hasta el jardín, donde Heidern estaba sentado, todavía reflexionando.
-Comandante, tenemos que hablar.
A Heidern le sorprendió la forma tan decidida y aparentemente madura con la que pronunció esas palabras. Los ojos de la niña estaban enrojecidos e hinchados, signo de que había estado llorando, aunque la serenidad de su rostro no diese esa expresión.
-¿Qué quieres?
-He pensado... Sé que usted está enfadado porque desobedecí y rompí el muñeco.
-Estoy enfadado, pero hay cosas más importantes que me preocupan.
-También sé que me tengo que marchar porque solo soy una niña y todo eso.
-Supongo que todo eso tendrá un "pero".
-No me quiero ir.
El Comandante Heidern se quedó en silencio unos segundos y miró a los ojos de Leona.
-¿Y qué se supone que ibas a hacer aquí? Esto es un cuartel militar, no un barrio residencial.
-Quiero quedarme con usted y aprender esas cosas que enseñan aquí.
-Leona, ya sé que fui yo quien te encontró y te trajo aquí, pero no puedo sustituír a tu padre. No soy la persona adecuada.
Leona frunció el ceño.
-Nadie es adecuado. Yo solo quiero que me enseñe como a los demás.
-Tienes que comprender que no me puedo ocupar de ti.
-¿Por qué no?
-No lo entenderías. No puedo hacer de ti una persona de provecho si ya ni siquiera creo en las personas.
-¿Por qué dice que no?- preguntó Leona con mirada inquisitiva.
-Es complicado...
-Sí que cree. Usted me dijo que ayudan a gente y mi padre siempre decía que no se puede ayudar a nadie si no se cree en él.
Heidern dejó dibujarse una fugaz sonrisa en su pétreo rostro, conmovido. Sabía que las cosas distaban mucho de ser así, pero de vez en cuando venía bien una dosis de idealismo. Se quedó pensativo un rato.
-Está bien. Te diré lo que haremos. Probablemente pienses que llegar a ser una Ikari es fácil, que basta con aprender un par de trucos como los que viste en el campo de entrenamiento, pero hay que seguir un entrenamiento muy duro. Si eres capaz de aguantar, podrás quedarte.
Era la mejor solución si ella se ponía en ese plan. Al final vería que todo era más difícil de lo que creía y abandonaría por su propio pie. Intentaría darle un trato parecido al que recibían el resto de los soldados, tratando de que no le afectase el hecho de estar ante una muchacha de 8 años (casi 9, decía ella). No obstante, era considerado el más duro de los instructores.
-Aguantaré.- respondió la niña con tono decidido.
-Ten en cuenta que vas a tener que compaginar en entrenamiento con el colegio.
-¿Colegio? Ya sé leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, divi...
-Sí, eso te convierte en más culta que muchos que te puedas encontrar por aquí, pero de todos modos tienes que ir.
Pasar horas y horas en una sala infestada de niños... A Leona no le hacía demasiada gracia. No tenía ganas de estar en compañía, y menos de enanos estúpidos que no sabían lo que era un problema... Malditos... No, no podía enfadarse con alguien cuya única culpa era tener lo que ella ya no tenía.
-Puedo aprender yo sola.
-¿Recuerdas lo que te dije acerca de cumplir las órdenes de un superior?
-Sí.
-Se dice "Sí, señor". A partir de ahora ya no soy un tipo generoso que te acoge en su casa, soy tu maestro y superior y así debes tratarme. Por lo tanto si yo te ordeno ir al colegio tú irás al colegio.
-Sí, señor.
-Bien...
El comandante se puso en pie y entró de nuevo en casa. Leona se quedó mirando mientras se iba y luego dejó que su mirada se perdiese en el infinito. El comandante era un hombre estricto, que parecía a simple vista frío y despiadado, pero Leona sabía que por dentro no era así. A ella la había tratado bien y además sabía mucho. Se puso en pie y caminó unos cuantos pasos adentrándose en el jardín. Se sentó de un salto en la rama más baja de un árbol bastante escuálido y miró hacia dentro de la casa. Vio pasar al Comandante delante de una ventana. Sentía ganas de agradecerle todo lo que había hecho por ella, pero no con palabras, esas no significan nada. Se esforzaría al máximo por cumplir con todo lo que le ordenase y por no defraudarlo ni defraudarse a si misma. Por él, para agradecerle la ayuda... Por sus padres, que siempre le habían dicho que las cosas se consiguen con esfuerzo, para demostrar que como le habían dicho podía ser lo que quisiese... Y por qué no, también por ella misma, porque necesitaba algo por lo que luchar, algo por lo que seguir viviendo... FIN
