Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Y ok! Si no os gusta el slash, NO lo leáis, diantres! Pone un R por algo, eh? _
La vuelta atrás2. Una confesión inesperada: Rosier
Era noche cerrada y continuaba lloviendo. Severus Snape se ajustó la capa negra y tomó la máscara en sus manos, antes de mirar de reojo a Malfoy. Éste estaba tranquilo, vestido también con sus ropas de ataque.
No hablaron; no solían hacerlo tras acostarse. El joven rubio tenía la mirada perdida en el reloj, y su rostro estaba tranquilo. Severus estaba seguro de que le estaba asignado el asalto a la casa de Muller. Se preguntó a dónde sería convocado él, y con quién. No había tenido forma de avisar a Dumbledore.
-Severus...
La voz melosa de Malfoy le sobresaltó, y se giró expectante. Los ojos grises estaban vedados por una sombra extraña, que indujo a su corazón a batirse acelerado.
-... esta noche... ten cuidado.
"Ten cuidado"... ¿Malfoy se preocupaba por él? Severus se obligó a mantener el rostro tenso, la mirada firme para no mostrar sus confusos sentimientos.
-¿Por qué me dices eso?
Malfoy se encogió de hombros.
-Esta noche el Señor tiene grandes planes. Ha escogido a los mejores para la tarea difícil... Te ha escogido a ti, Severus. A mí me toca la parte fácil. – el joven sonrió, ¡Dios santo!, pensó Severus, se veía hermoso... – Es el tuyo un gran honor...
-¿Sabes a dónde debo ir?
Malfoy negó con el rostro.
-Sólo sé que haréis de cebo para limpiar el camino de mi grupo.
Perfecto, pensó Severus, exactamente lo que había pensado.
-Entonces procura no fallar, Lucius.
-No lo haré... – fue la suave respuesta.
En ese momento Severus sintió la marca de su brazo arder, y con una inclinación de cabeza a modo de despedida, se giró para desaparecerse. Pero antes Lucius se había levantado de un salto y le agarraba del brazo derecho.
-Severus – murmuró –Si tienes problemas o acabas herido, ven aquí.
Severus asintió, y tras colocarse la máscara se desapareció.
Después estaba en un parque. No reconocía el lugar, pero supuso que estaba en las cercanías del pueblo donde vivía Muller. Aún estaba confuso por la reacción de Lucius Malfoy, aquella repentina preocupación por su seguridad le desconcertaba. El ángel rubio disfrutaba violándole y golpeándole, escuchándole gemir bajo su peso, viendo correr su sangre. Quizás temía perder su juguete preferido.
Severus trató de olvidar esos pensamientos por ahora, tenía una tarea difícil por delante. De alguna manera tenía que lograr la derrota de su grupo sin perder la vida en ello, para que los aurores pudieran regresar pronto a proteger a Muller. Pensó con desconcierto en Malfoy, en su posible presencia en la casa cuando los aurores regresaran. ¿Y si le encontraban allí? Deseó que no le atrapasen. No, eso no ocurriría, Malfoy era listo y escurridizo como una serpiente... Al menos signo de peligro se esfumaría, aunque eso supusiera dejar a Muller con vida y exponerse a las iras de Valdemort. Quizás por eso le había tocado la tarea fácil, y a él la difícil. Su Señor estaba convencido de que él lucharía hasta el final por el bien de su causa. Si averiguase que era un traidor...
El pensamiento le hizo temblar. Hacía casi un año que había cambiado de bando. Al principio había sido difícil, muy difícil, sobre todo resistir la urgencia de matar. Era curioso como el asesinato y la tortura se había convertido en una droga para ellos. Él ansiaba matar, y ver a la víctima retorcerse bajo el poder de su varita. Era una sensación extraña, angustiosa, el reprimirse. Eso sin contar con que había levantado sospechas. La primer vez... En su primer asalto tras su traición, simplemente se había quedado bloqueado.
Había levantado la varita y comenzado a pronunciar la palabra "Crucio" cuando su boca se había quedado sin aire. A su lado, Wilkes se había encargado del asunto y había acabado el trabajo por él, después de mirarle con total confusión y bastante ira.
Después había tenido que pagar por su fallo, y había sido duramente castigado con la maldición que había sido incapaz de conjurar. Pero ahí había quedado todo, por suerte nadie había sospechado nada. Ni siquiera el Señor Tenebroso.
Y luego había llegado a la conclusión de que si realmente quería serle de utilidad a Dumbledore debía preservar su fachada. No había vuelto a usar la Avada Kedavra; era relativamente fácil evitar la situación de ser él quien diera el golpe de gracia cuando trabajaban en grupo. Pero había seguido utilizando las maldiciones Cruciatus e Imperius.
Era curioso, sin embargo, como cada vez se sentía más reticente a ello, más incómodo. Recordaba como antes lo disfrutaba; ahora sin embargo le llenaba de ira y de vergüenza. De culpa. Tendría que pagar por ello, por todo el sufrimiento que procuraba, por todas las vidas que veía arrebatar sin mover un dedo para evitarlo.
Él siempre trataba de avisar a Dumbledore de los objetivos de Voldemort, pero si la misión no fracasaba antes de empezar por la actuación del poderoso Director poco más podía hacer. Impedir los asesinatos hubiera sido como suicidarse. Y Severus quería pensar que era útil, que eran más las vidas que salvaba que las que se perdían en su presencia.
Lo cierto es que desde su traición las cosas habían comenzado a torcerse para los mortífagos. Demasiadas misiones fallaban.
Severus estaba convencido de que Voldemort sospechaba que tenía un espía entre los suyos, de la misma manera que él los tenía entre las filas de la Luz. Pero el espía de Dumbledore tenía que estar bien situado para enterarse de tantas cosas, y últimamente la ira del Señor Tenebroso se había extendido al círculo de hombres de confianza. Estaba buscando al traidor, Severus lo sabía, en el fondo era cuestión de tiempo que le descubriese.
El pensamiento enviaba olas de terror por su espina dorsal. Él había visto las maneras con las que Voldemort torturaba a sus víctimas, y era lógico pensar que con el traidor el Brujo Negro sería especialmente creativo. Morir sería la parte más deseada del momento, sin duda.
Quizás sería mejor para él acabar esa misma noche, de manos de un auror. Ninguno sería tan cruel y sanguinario como su Señor.
Se acercó lentamente al claro donde podía ver otras siete sombras vestidas de negro y con máscaras. Para su total sorpresa, Voldemort estaba allí.
Severus se arrodilló ante él y le besó el borde de su túnica. Éste hizo un gesto ausente y Severus regresó a su lugar en el círculo de hombres. Aquello realmente no le gustaba nada. Voldemort no se movía del cuartel general a no ser de que tuviera un plan especial que precisase su macabra intervención. Pasase lo que pasase, el maldito iba a estar allí, a su lado, viéndole. Severus comenzó a sudar.
-Esta noche será especial, mis mortífagos. –La voz aguda reverberaba en el claro del bosque. – Hoy Dumbledore y el Ministerio conocerán mi crueldad... Atacaremos la Escuela Yorkmile de Magia Precoz.
Severus sintió como se comprimía su estómago. Dios, no, una matanza de niños no...
-... Esta noche es la conmemoración de su vigésimo quinto aniversario, y se han congregado para celebrarlo el delegado de Estudios Especiales del Ministerio, Richard Eton, y varios aurores de renombre, como el viejo Alastor Moody. – el desprecio arrastró sus palabras- Nosotros... también estaremos allí. Les quiero muertos a todos. Nadie debe salir vivo de la casa. NADIE.
Un imperceptible temblor recorrió a las figuras encapuchadas. ¿Un ataque directo en medio de una fiesta llena de niños? ¿Con Moody de por medio? Severus sabía además que Dunke y Strauss andaban cerca. Era una locura. Pero la mirada color carmesí de Voldemort no les dejaba opción. Con su presencia les aseguraba una sangrienta victoria.
Mierda, mierda, mierda...
¿Qué iba a hacer? Con Voldemort presente sus posibilidades de boicotear la función se reducían a cero. ¿Y cómo iba a mantener su promesa de no matar? Severus tragó saliva. Estaba acabado, eso era lo único que le había pedido Dumbledore para mantener su confianza.
El pensamiento le mareó por un instante. Después de todo lo que había hecho, por lo que había pasado... Quizás no había esperanza para él, quizás no había redención. Si mataba... si mataba no habría vuelta atrás... No obtendría el milagroso perdón por segunda vez, no habría clemencia. El monstruo que habitaba en él reclamaría su dominio, alimentado por la sangre de los inocentes. Pero quizás esa sangre no tendría que derramarse por sus manos, quizás... si se concentraba en los aurores, si peleaba sólo contra ellos, a lo mejor incluso caería herido, y entonces, entonces... No tendría porqué matar a ningún niño...
Severus se mordió el labio inferior para evitar el flujo agitado de su respiración. Tenía miedo de que Voldemort pudiera leer sus atribulados pensamientos, oler su angustia, su terror.
Iba a morir. O moría a manos de un auror o se volvería loco. Dios, quería llorar...
Voldemort hizo una seña y una de las figuras encapuchadas se adelantó. Severus reconoció el movimiento fluido bajo la capa negra, la manera de caminar pausada y elegante de Rosier. La presencia de su viejo compañero de Hogwarts le calmó inexplicablemente. Él siempre se había llevado bien con Evan Rosier. El joven moreno de ojos marinos y brillantes había sido el buscador del equipo de Slytherin, una buena competencia para el presuntuoso de Potter, pero jamás había caído en el teatro fácil de éste. Había sido un chico despierto pero callado, sinuoso, atractivo en cierta manera... aunque jamás lo había confesado. Malfoy hubiera enloquecido.
El pensamiento de su ángel rubio le desorientó por un momento. Lucius... ¿dónde estaría ahora? Quizás ya habría comenzado su ataque... Le envidió profundamente, él sólo tenía que lidiar con la muerte de Muller, no con la de decenas de niños de no más de diez años que precisamente estaban en la escuela y no en su casa por ser la fiesta de aniversario.
Y los padres. Oh, Dios, los padres también estaría allí...
Rosier escuchaba atentamente las órdenes de Voldemort, y entonces, para su sorpresa, el Señor Oscuro se desapareció. ¿No iba a estar con ellos en el asalto?
-Vamos, nuestro Señor se unirá con nosotros más tarde. Debemos sellar la Escuela para que nadie pueda salir de ella.
La voz clara de Evan le bañó como un río de agua. ¿Cómo su compañero había acabado siendo un mortífago? Severus hubiera apostado que Rosier, elegante y refinado como un gato de angora, sería cantante, actor de teatro, artista, o cualquier cosa así. Incluso el más etéreo jugador de Quidditch de la historia. Pero no el asesino poderoso y despiadado que era, casi tan frío como Malfoy, bailando grácilmente con la muerte a los pies de sus víctimas. Pero el temperamento tranquilo y hasta dulce del joven calmaba sus nervios, su estrés oculto bajo las toneladas de frialdad e ira tras las que ocultaba sus mentiras.
Severus sintió la Marca oscura arder en su brazo, y se desapareció por segunda vez en la noche.
La escuela Yorkmile de Magia Precoz era un edificio pequeño de ladrillo oscuro y grandes ventanales. Allí iban los niños magos superdotados, jóvenes cuyo coeficiente mágico triplicaba la media, y necesitaban una educación especial desde muy temprana edad. Severus recordó como en el banquete de inauguración de su quinto curso en Hogwart, había sido sorteado en Ravenclaw un chico de Yorkmile. Éste tenía once años como el resto, pero sin embargo asistía a las clases de sexto. En lo demás, era un mocoso inaguantable como todos los de primero.
Ahora, teniendo delante de sí la pequeña escuela, un escalofrío le recorrió, e intentó recordar el nombre del muchacho. No pudo.
Rosier a su lado le hacía gestos. Había dividido a los mortífagos en equipos, el de tres personas debía asaltar la puerta trasera, y las dos parejas restantes las entradas laterales. Él debía marchar con Rosier al ala de la derecha, y tuvo la impresión de que éste le había reconocido. No supo decidir si eso era bueno o malo.
A Severus aquel ataque le parecía un suicidio. ¿Siete hombres contra una fiesta con quizás un centenar de personas, algunas de ellas poderosos aurores de renombre? No iba a salir nadie con vida, desde luego, pero nadie de su grupo. Voldemort debía haber perdido el juicio o simplemente quería sacrificarles. Quizás había supuesto que entre los hombres que entregaba estaba el traidor, y no pudo evitar temblar: esta vez la fortuna caía del lado del Mal.
El corazón de Severus comenzó a latir a mil por hora. Siempre era así antes de un ataque: la sangre se desbocaba en sus venas, licuada por la adrenalina, y la boca se le quedaba seca como un estropajo. Desde su deserción se unía un síntoma más: una opresión en el pecho que le obligaba a gastar preciosos segundos concentrándose en respirar. Sabía que era fruto de la angustia y el miedo, pero no podía evitarlo. Sólo un muerto no enloquecería de encontrarse en su situación, caminando por el filo de la navaja a mil metros de altura sin red. Un paso en falso, y adiós muy buenas. Disfruta la caída.
Severus sentía su cordura estirarse como un muelle en aquellos momentos, y deseaba gritar y huir y enterrarse en su cama para no levantarse jamás. Detrás del cuerpo menudo de Rosier, que se deslizaba en las sombras como una pantera en plena caza, se preguntaba como demonios había llegado a esa situación: a ser un mortífago, un asesino y encima un traidor, un cobarde desesperado sin fuerzas siquiera para suicidarse.
Su madre tenía razón, después de todo, era un fracasado. Pero un fracasado que no quería morir.
No es que mereciera otra cosa; simplemente algo en lo más profundo de su alma no quería aceptar su desesperanza. Era un sentimiento parecido al que le embargaba cuando Black le gritaba que era el pelota grasiento más feo de Inglaterra. Y tenía razón: era feo, muy feo, el espejo se lo recordaba cada mañana. Tenía el pelo grasiento, y lo mismo hasta era un pelota en clase. Pero no quería aceptarlo, no podía.
Si lo hacía, ¿qué le quedaba?
-Snape, ahí.
La voz sedosa de Rosier le devolvió a la realidad. Había dicho su nombre, y le veía sonreír bajo la máscara. ¿Cómo podía estar tan tranquilo arrojándose al abismo por propia voluntad? Ajeno al desarrollo de sus miserias internas, el que fuera su compañero de Casa se alegraba de tenerle a su lado. Esa era su otra cara, Snape el mago competente y poderoso.
Rosier abrió la puerta con varios giros de su varita. Adentro se oía ruido y risas, el sonido de la felicidad.
Ambos entraron en el edificio en absoluto silencio, camuflados en la sombra, mientras Rosier abría las protecciones con destreza, su habilidad equivalente a un experto muggle de la ganzúa. Severus le observaba trabajar embelesado, enamorado de la elegancia de sus movimientos. Tras convertirse en un mortífago Evan se había especializado en hechizos de cerramiento, o más precisamente en como romperlos, y Severus no conocía conjuro que Rosier no fuera capaz de penetrar.
Demasiado pronto para su gusto llegaron detrás del salón principal, y entonces Evan se dio la vuelta y se quedó quieto, mirándole. Severus bajó la mirada, nervioso.
-Snape... ¿cómo puedes estar tan tranquilo?
-¿Qué? – Las palabras de su compañero le sobresaltaron. No hacía un minuto pensaba eso mismo de él.
Rosier ladeó el rostro oculto por la máscara, los ojos marinos velados en la penumbra.
-¿Sabes, Snape? Te admiro. Cualquier persona estaría temblando de miedo por el suicidio premeditado que supone esta misión... Pero tú me has seguido sin vacilar. Seguirías sin vacilar cualquier orden de nuestro Señor.
Severus deseaba reír a gritos. Por Dios, Evan, ¿por qué me dices esto, y justo a mí, a *mí*?
-...Pero no temas... Nuestro Señor no nos ha abandonado... Él sabe que todos los hombres que ha enviado aquí se mueren de terror; pero él sabrá de tu valor, yo se lo diré.
-Rosier... –Su voz era un gemido ronco.
-Voldemort piensa que yo soy el espía.
Las palabras tardaron en penetrar en el cerebro de Severus. No puede ser.
-...Él me ha enviado aquí a morir... –Rosier tenía el rostro girado hacia la puerta del salón, por donde se filtraba la música y la alegría. –No necesita ni cerciorarse... Me ha ordenado asesinar a Ojoloco Moody.
Severus no pudo reprimir un escalofrío. Aquello era una pesadilla. ¿Por qué Rosier, por qué, por qué... ?
-Sin embargo, Snape, yo... no soy el traidor... – Evan se las arregló para mostrar una triste sonrisa bajo la máscara. – Aunque créeme, sea quién sea le admiro. No me importa reconocerlo ante ti, el mortífago perfecto... Hoy voy a morir. Pero a ese bastardo le admiro, y le envidio... Engañar a Voldemort supone valor. No sé si yo podría hacerlo... Casi me halaga pensar que mi Señor me crea capaz de ello. Me pregunto... si hubiera podido intentarlo...
-Cállate... –murmuró Severus. El pecho estaba empezando a dolerle, y si Rosier seguía hablando iba a vomitar.
-Ah... Snape. Nuestro Señor hoy va a ejecutar una pieza maestra de la Magia Negra: Exterminus Tantra.
Severus le miró con los ojos bien abiertos. –No... –logró susurrar.
-Sí... –Rosier reía suavemente. –Todos los que dentro de estas paredes no tengan la Marca Oscura tatuada en su piel morirán esta noche... Por supuesto, algunos lograrán escapar de la trampa mortal que dentro de muy poco será este edificio. Para eso estamos nosotros, para sellar las puertas del salón e impedir que escapen de la niebla asesina del Exterminus. –Evan se volvió a él, los ojos brillándole.- Me ha explicado toda la historia a mí, precisamente, para ver si me atrevía a desafiarle y avisar de la masacre. Pero esos niños van a morir, como yo. No me importa nada.
Ahora la voz de su compañero era dura como el acero, y Severus agradeció la máscara y la amplia capa que ocultaban su horror.
-Ya falta poco... muy poco para morir... Pero quién sabe, quizás me lleve la vida de Moody por delante. El mundo mágico me recordará, aunque sólo sea por eso.
-Yo me acordaré de ti...
Severus se arrepintió de esas palabras nada más pronunciarlas. Era un estúpido, ¿quién le mandaba decir semejante idiotez? Venirle con sentimentalismos a Evan, que iba a sacrificar a esos niños sin pestañear.
Pero Rosier se giró y le abrazó. Severus permaneció rígido como una estatua, sin saber qué hacer. Sólo entonces cobró conciencia del tiempo que llevaban ahí, hablando, delante de la puerta de la fiesta. Era absurdo, toda la situación era absurda, y terrible por ello mismo.
-Severus... –Escuchó susurrar a Rosier, y su nombre sonó extraño en los labios de su compañero.- Ojalá... hubiéramos sido amigos... Así hoy al morir dejaría un amigo atrás, en vez de la nada...
Severus le abrazó en silencio, incapaz de pensar con claridad lo que estaba haciendo. Qué más daba; si Rosier se enfrentaba a Moody moriría. ¿Qué mal había en abrazarle, incluso en mentirle?
-Puedes considerarme tu amigo... si quieres, Evan.
Éste no respondió, simplemente siguió abrazado a él como un niño pequeño. Severus sentía el pecho de su ahora nuevo amigo subir y bajar apretado contra el suyo, y su aliento disolverse tras su nuca. Se preguntó si la extraña calidez que había brotado en su corazón era la que sentía cuando se abrazaba a un amigo sin un deseo sexual de por medio. Puesto que Malfoy había sido su único amigo, o al menos el único considerado así por su corazón, no podía comparar. Pero fuera lo que fuese, le gustaba. Se permitió una sonrisa bajo la máscara.
Entonces lo sintió. Rosier debió percibirlo también, porque se separó bruscamente de él, y se giró hacia la puerta del salón.
El aire se espesaba por segundos, y Severus reconoció la niebla maldita del Exterminus Tantra. La niebla transmitiría el hechizo que su ejecutor deseara a todo ser vivo que tocase. Y en aquella ocasión no había duda de que el conjuro elegido por Voldemort sería la Avada Kedavra. La única posibilidad de escapar con vida era salir de allí ahora que la niebla aún no había acabado de formarse.
-¡Vámonos, Evan!
Pero Rosier antes ejecutó un complicado hechizo de cierre. Detrás escucharon golpear la puerta.
Ambos salieron corriendo del edificio, a pesar de que cada pocos metros Rosier se detenía a invocar un hechizo de protección. El conjuro que impedía desaparecerse dentro de la Escuela ya había sido levantado por otro equipo, y Severus agradeció la oportunidad de ello: era un conjuro largo y complicado, que ellos no hubieran podido ejecutar en los escasos segundos que habían tenido tras su extraña conversación.
Severus ayudó a Rosier a levantar la última barrera, y ambos recuperaron el aliento en el jardín. La niebla negra ya se había espesado dentro de la Escuela, y Severus podía ver los rostros de la gente pegarse a los cristales. La muerte ya estaba con ellos, a su lado, sonriéndoles tras los cristales que no podían romper.
Pero no todos iban a morir. Rosier gimió largamente cuando ambos sintieron una fuerza mágica atravesar el escudo anti-apariciones.
Los aurores.
Los más poderosos podían hacerlo; era complejo, pero posible. Moody podía lograrlo.
Severus advirtió como su estómago se revolvía, a su lado Rosier estaba estático. Ojoloco Moody era su presa, debía ir a por él aunque no estuviese a su altura. Pero Severus no quería, Rosier era ahora su amigo.
Dumbledore le había explicado el significado de esa palabra cuando le había comunicado que a él le consideraba así.
Severus había querido reírse del Director. ¿Le llamaba su amigo? Voldemort tenía razón al considerarle un viejo tonto y loco. Le costaba creer que un personaje tan poderoso pudiera ser capaz de esa confianza tan cercana a la estupidez más plana, pero lo cierto es que esa misma confianza se había convertido en su bote salvavidas.
Él no quería perderla, por eso no podía matar. Pero Rosier era su amigo, y tampoco podía dejarle morir en su lucha contra Moody.
Debía ayudarle, y a la vez impedir la muerte del auror. Aunque eso significase descubrir su rol de espía ante Rosier.
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En fin, este capítulo ha quedado un poco pasteloso, y lleno de sentimientos... ¿Pero quién dijo que Seve no tuviera corazón? ¡Más crueldades el próximo capítulo!
¡Los reviews son bienvenidos! Me animan mucho vuestros comentarios... positivos ^___^U
