Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^

Recordatorio: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gustan, no las leas.

Y muchas gracias por los Reviews!!! Me animan mucho... ^^ ¡¡No os haré esperar!! ( y espero poco a poco leerme vuestras historias... -_-U)

Gracias a todos por alabar mi forma de narrar, ¡menuda sorpresa! XDDD  Y alguna cosilla... La relación de Seve con Malfoy... Yo lo veo como una especie de amor-odio... ¿Admiración? Quizás... Pero a ver... Lucius es el *único* amigo –hasta el momento- de Seve: por mucho que le odie, tiene que ser forzosamente especial... Y además, físicamente le gusta. De eso no puede reprimirse. ~_^ . ¡¡Y es fantástico que os haya gustado el encuentro con Rosier!!! Tenía miedo de que hubiera quedado demasiado sentimental... Pero Rosier en sí mismo es dulce... Una muestra de que entre los mortífagos hay esperanza de salvación. Y ah!! No creo que salga Karkarov... A mí tampoco me cae demasiado...

En este cap, más muestras de la humanidad de Seve ante las crueldades de la vida, y muuuucho sufrimiento. ¡¡¡Disfrutad!!!

La vuelta atrás

3. El color negro sobre fondo blanco: Dunke

El jardín de la Escuela Yorkmile pronto se convirtió en un campo de batalla por el que volaban las maldiciones como relámpagos luminosos. No sólo Moody había escapado del edificio, por lo menos otras diez personas habían atravesado las barreras. Severus observó a sus compañeros tratar de impedir que ellos las rompieran: debían subsistir hasta que el Exterminus Tantra finalizase.

Mantén cerrado el ataúd, que no se escape el muerto...

Severus rió su propia ironía, mientras seguía sin pensar a Rosier. Éste había comenzado a correr buscando al viejo auror. Tenía que matarle, y llevarle su cabeza en una bandeja a Voldemort; era la única manera de probar su inocencia, de mantenerse vivo. Pero Severus no quería aceptar que esa fuera su única salida. Porque era poco probable que Evan derrotase a Moody, porque él no podía ayudarle en virtud de su promesa a Dumbledore, porque quizás el Director pudiera salvar a Rosier.

Habrá alguna manera de camuflarle, de llevarle lejos de esta locura... Pero Severus sabía que se mentía, que la Marca Oscura ardería para siempre en el brazo de su amigo, y saboreó el gusto amargo de aquel pensamiento. Su amigo, esclavo para siempre de Voldemort como él mismo, hasta el día en que su alma abandonara la tierra.

La forma negra y sutil de Rosier bordeó la balconada semicircular del salón principal de la Escuela, esquivando un rayo dorado.

No..., llegó a pensar Severus.

La maldición embistió a la piedra, que estalló con estruendo. Severus sintió la onda expansiva arrojarle hacia atrás, mientras varios bloques le golpeaban. Se quedó sin aire. No hacía falta invocar la Avada Kedavra para matar a alguien... Por un momento no pudo respirar, el pecho le dolía muchísimo. Intentó incorporarse, apretando los dientes por la quemazón que recorría su cuerpo de arriba abajo, y cuando apoyó su brazo izquierdo aulló de dolor. El hombro ardía como un infierno.

¡Maldita sea!!! Severus se odió por su mala suerte. Tenía que levantarse, y ayudar a Rosier... Allí tirado era un blanco fácil. Casi era un milagro que no le hubieran rematado. Con cuidado de mantener el brazo pegado al cuerpo logró incorporarse, tratando de no mirar el amasijo oscuro de tela manchada de sangre que era ahora su hombro y parte de su pecho.

Comenzó a caminar con lentitud, comprobando que era capaz de mantener el equilibrio, y después se llevó las manos a su rostro con una súbita aprensión. Suspiró aliviado, la máscara seguía allí. Miró a su alrededor, tratando de distinguir a Rosier entre el cúmulo de sombras que se movían por el jardín. Los aurores provenientes de la casa de Muller debían haber llegado ya. Ahora Malfoy estaría saqueando toda la información de la vivienda, y viendo el dolor y la ira retorcerse en los bigotes del hombre. El poderoso Cresus Muller... ¿no tenía una hija en Yorkmile? Casi mejor que muriera esta noche, sin saber la verdad a la mañana siguiente...

Entonces su pensamiento se desvió al edificio. Los niños seguían allí, podía verles a través de la niebla, sus bocas abriéndose en gritos inaudibles. Vivos, aún vivos.

Severus sintió un escalofrío recorrerle. ¿Iba a observarles morir así, sin mover un dedo? Él estaba fuera, y allí, contra la balaustrada, milagrosamente nadie parecía percibirle. Podía intentar... Desde el exterior, si nadie lo impedía, era tan fácil...

La idea era una locura de puro audaz. Quizás Voldemort estaba allí y le vería, y entonces sabría que él era el infame traidor.

El miedo comenzó a atenazarle el estómago, y entorpecer su ya precaria respiración. ¿No era justo acaso? Si él se mostraba como el espía, Rosier sería liberado de su misión. Quién sabía donde estaba ahora, quizás cara a cara con Moody, las varitas en lo alto, expectantes. Un duelo a muerte en un jardín de pesadilla.

Severus suspiró, y cerrando los ojos negros tomó su decisión.

Su mano derecha se deslizó por su cadera, mientras sus largos dedos buscaban la longitud pulida de su varita. Se aferró a ella, mientras se concentraba en la tarea que tenía por delante. Cuando la elevó, las palabras vinieron con facilidad a sus labios, y al segundo siguiente había un agujero en el escudo que envolvía Yorkmile. Severus avanzó hacia dentro con la misma velocidad con la que hacía unos minutos había salido, rompiendo los hechizos con una destreza que le sorprendió.

Cuando llegó a las puertas principales del salón, tuvo que esforzarse. Se encontraba mareado, incapaz de enfocar la vista adecuadamente en la espesa niebla que inundaba el pasillo. Los movimientos de su varita fueron un tanto torpes, pero dieron resultado. Con un suave resplandor el hechizo que mantenía ambas hojas selladas se rompió. Entonces Severus la abrió empujando con todas sus menguadas fuerzas. Varios gritos le recibieron del otro lado, y la visión desfigurada por el aire denso de una niña rubia en primer plano.

-¡Rápido, SALID!!!- rugió con voz ronca, aplastándose contra la pared.

Pero antes de que sus palabras pudieran ser siquiera consideradas, Severus lo sintió, casi lo vio, mientras su corazón se detenía. La niebla maldita del Exterminus Tantra se iluminó con un fuego verde y cegador, y fue como si el aire se inflamase. Su cuerpo comenzó a vibrar, mientras que la Marca Oscura en su brazo ardía hasta el punto que Severus pensó que consumiría la carne de su brazo hasta mutilarle. Sabía, por algún extraño mecanismo en su mente, que estaba gritando, gritando tan desaforadamente que su garganta iba a partirse en dos, aunque no podía escucharse: había como un rugido de fondo que retumbaba en su cabeza, y que era el grito de miedo y desesperación e injusticia de todos los inocentes allí encerrados.

Inmediatamente había caído al suelo, retorciéndose de dolor y también de horror, porque la Muerte implícita a las palabras Avada Kedavra estaba pasando a su lado y no le había tocado.

Todo acabó al segundo siguiente. Severus permaneció ahí, acurrucado en el suelo en posición fetal, ignorante de las lágrimas que rodaban por sus mejillas y los sonidos incoherentes que emitía su boca. En sus oídos latía su corazón reverberando como mil tambores, y el joven se concentró en seguir la marcha rítmica de aquel músculo que continuaba trabajando en su pecho.

Estoy vivo.

El pensamiento golpeó como una maza en su conciencia. Estaba vivo.

Severus no se sentía ni alegre ni triste, y su mente no funcionaba lo suficiente para dictarle como debía sentir en una situación así. Probablemente contento por sobrevivir, o quizás avergonzado por ser él, de entre todos aquellos niños y gentes de bien, el único recompensado con aquel regalo divino.

Pero en su caso no era Dios el Ser dadivoso, y aquella conciencia enfrió su corazón hasta reducirlo a hielo. Recordó las palabras de Rosier: "Todos los que dentro de estas paredes no tengan la Marca Oscura tatuada en su piel morirán esta noche..." y supo que había sido Voldemort quién había ordenado a la Muerte rozarle sin llevarle consigo. La Marca Oscura aún quemaba suavemente en su brazo, como un recordatorio del regalo que le había sido ofrendado.

Severus se sintió miserable, y la decepción hacia sí mismo le inundó sin piedad. Se acunó en el suelo durante unos instantes, tratando de recomponer su alma o le que le quedara dentro del cuerpo. Éste le dolía como si hubiera sido golpeado sin piedad, y el daño en su hombro y en su pecho era ahora más intenso.

Pero tenía que levantarse, salir de allí y encontrar a Rosier... Tenía que encontrar a Evan, y abrazarle, y decirle que Voldemort sabía que había estado allí en el salón, que el Señor reconocería las señales de su traición. Que estaba libre de culpa, limpio de sospechas. Tenía que ir... y salir de allí...

Severus tenía miedo de respirar ese aire muerto, corrompido por el paso de la Magia Negra. Se atrevió por primera vez a enfocar su mirada: desde su postura veía el suelo de tablas de madera brillar a la luz de las antorchas, y un poco más adelante, el brazo extrañamente torcido de la niña rubia que había visto al entrar. Su pequeño brazo, de no más de seis o siete años, ocultaba su carita y la expresión congelada de miedo y tristeza que seguro animaba sus rasgos. Ocultaba también sus ojos desconocidos pero ya sin alma, vacíos para siempre. Todas las cosas que debieron haber visto se habían esfumado como la niebla que le había arrebatado la vida, dejando tan sólo silencio y un revuelo de tirabuzones dorados tras de sí.

Maldita guerra... maldita matanza sin sentido, maldito Voldemort...

Severus sentía una angustia indescriptible elevarse desde su vientre, y la expulsó como pudo vomitando al lado de la niña.

Malditos los mortífagos como el pervertido de Lucius, como el dulce Rosier que ya tampoco tenía derecho a vivir, como él mismo. Maldito fuera por haberse dejado engañar y corromper y haberlo disfrutado... Por haber sido tan necio, y tan orgulloso, y tan Slytherin a la hora irracional de odiar; malditos sus padres que tan bien se lo habían enseñado, junto con Black, Potter y los malhadados Griffyndors... Maldito el mundo entero por tenerle allí en esa noche de entre todas las noches...

El Gran salón era ahora un cementerio. Los cuerpos habían caído sobre el suelo los unos sobre los otros, los rostros desfigurados por las muecas de terror. Algunos adultos sostenían sus varitas en sus manos agarrotadas por el soplo de la muerte, otros abrazaban a los niños. Muchos cuerpos se amontonaban frente a las puertas y los ventanales. Aunque había varias mesas volcadas, muchas aún contenían aperitivos y platos a rebosar, muchas copas seguían en pie medio vacías, ignorantes de su último brindis, su último sorbo. Era un espectáculo cruel, despiadado, y Severus deseaba huir de allí, desaparecer de ese escenario desolado.

Él no formaba parte de ello, él estaba vivo. Su cordura le obligó a recordar la calidez del abrazo de Rosier, la presión de su pecho contra el suyo, en busca de consuelo. La delicadeza de su voz en sus oídos, la pronunciación suave y clara de las "eses" de su nombre, arrastradas como notas musicales.

Severus recordó también la textura de la piel blanca de Lucius, el aroma de su deseo y el sabor agridulce de sus labios, y su propia perversa y enfermiza excitación ante su ángel rubio. Vislumbró la mirada celeste de Dumbledore, poderosa y benevolente, en todo opuesta a los iris rojos de Voldemort, brillantes de crueldad y locura.

Él estaba vivo, no debía descansar en aquel recinto aunque el Destino le hubiera acorralado allí.

Logró levantarse apoyándose en la pared, y sujetando su máscara caída con el brazo sano le dio la espalda a la masacre. Su cuerpo tembloroso atravesó el dintel de las puertas principales, y caminó con pasos cortos y desequilibrados hacia fuera. Trató de regularizar su respiración, en aquel estado no le sería de ayuda a Rosier, si es que lograba encontrarle. Tras haber sobrevivido al Exterminus Tantra por obra del Diablo, no podía permitirse morir a manos de un auror sin nombre.

Severus cerró los ojos, y controló sus facciones, llevando adentro sus confusas emociones. Se colocó la máscara, y sacudió su capa manchada de su propia sangre, impregnada de un polvo verdoso resto de la niebla maldita. Podía hacerlo, se repitió, mientras agarraba con fuerza la varita en su mano derecha. Hacía tiempo que no sentía su brazo izquierdo, anestesiado por el dolor lacerante de su hombro y el ardor de la Marca. Su pecho también se quejaba, y le costaba respirar. Tenía en la boca el desagradable sabor de su vómito, y tragó varias veces con dificultad. Estaba hecho una basura, cualquiera podría acabar con él en aquel estado. Pero iba a intentarlo, ¿no?

Iba a encontrar a Rosier. No tenía nada más que hacer, nada más le importaba.

Avanzó hasta el vestíbulo de entrada de la Escuela, y se percató de que la mayoría de los hechizos se habían venido abajo. Ya daba igual, habían cumplido su misión. Se ocultó con rapidez en la sombra tras un pilar y una figura corriendo le sobrepasó. Severus captó la visión de una larga trenza plateada volando tras la capa oscura, y poco más tarde el alarido de dolor. Una mujer, quizás una aurora.

Si, conmueve ver tanta gente muerta, tantos niños, en un decorado de fiesta. Como si celebraran su viaje al otro mundo.

Severus salió con cuidado al exterior. La noche cerrada le cegó por un instante, sus ojos negros acostumbrados a la brillante luz del interior. Había sido extraño como la Muerte del Exterminus había sido resplandeciente, acostumbrado como estaba al asesinato nocturno. Pero pronto acomodó su visión y pudo distinguir los contornos en el jardín, las siluetas en la lucha, las maldiciones aún volando por el aire.

Como un gato se introdujo en la espesura del jardín, y se agachó para no ser tocado por error por alguna maldición desviada. Apuntándose con su propia varita, sacó fuerzas de flaqueza y conjuró un hechizo-escudo. Gastaba mucha energía mantenerle, pero aquello era una auténtica batalla campal.

Severus sabía que la mayoría de los mortífagos se batían en retirada, la consigna tras finalizar un trabajo era desaparecer.

Sólo Rosier permanecería allí hasta el final, en duelo a muerte contra Alastor Moody.

El pensamiento le inundó de angustia. Tenía la mirada cansada de ver muertos, pero no sabía como podría reaccionar ante el cuerpo de su amigo. Sólo no debía pensarlo, al menos no aún. Lo primero era encontrarle. Quién sabía si Rosier tenía un golpe de suerte, si algún talento oculto afloraba en el instante fatal. Quizás incluso venciera a Moody, y recobrase así la confianza de Voldemort. De todas formas, con su inútil acción de adentrarse en la Escuela se habría señalado ante su Señor, si es que éste sabía que era él y no otro mortífago quien estaba dentro. Severus desconocía aquellos detalles del funcionamiento de la Marca Oscura. Quizás pudiera justificarlo de alguna forma, a lo mejor podía inventar algo: un auror había atravesado las barreras y él le persiguió. De todas maneras Severus no creía que pudiera engañar a Voldemort mintiéndole descaradamente. Éste leería su mente, sabía hacerlo, y encontraría la palabra traidor escrita en color escarlata.

Severus cerró los ojos por un segundo.

No lo pienses.

Lo primero era encontrar a Rosier, ya pensaría después en qué hacer. Se le antojó que todo aquello era absurdo, porque era hombre muerto. En realidad, sólo alargaba lo inevitable. Era lamentable morir con veintiún años y tal currículum de barbaridades, pero peor era morir con seis años sin posibilidad de hacerlas. Mucho peor. Al fin y al cabo, él se lo merecía. Se lo había ganado a pulso cada minuto de su existencia.

Avanzó por la sombra siguiendo los sonidos y los gritos de la lucha. Sus cabellos sucios y lacios ondeaban por su velocidad al desplazarse, apenas robando susurros a la vegetación. Evitar los duros castigos madre había tenido una consecuencia útil: hacer de él un hombre de movimiento silencioso; si no grácil como Rosier, sí al menos muy efectivo.

O quizás había heredado esa cualidad de su padre: la potencia de ser psicológicamente hermético, y físicamente invisible. Un buen conocedor del significado de la palabra Snape: "inhumano".

Ahora Severus era más un fantasma que una persona, y sus sentimientos habían desaparecido de su cuerpo. Así se había labrado su fama de imperturbable mortífago, frío e implacable. Tenía un objetivo, y no misericordia para detenerle.

Rosier. Dónde diablos estaba.

Entonces, a su izquierda, escuchó la invocación Desmaius. La esquivó por poco, y pasó por su cabeza agradecer al cielo que mantuviese sus piernas sanas. Pero al segundo siguiente el pensamiento se había esfumado y sus ojos se estrecharon al reconocer la silueta enorme del auror que le cerraba el paso: Thomas Dunke.

Este auror debía estar protegiendo a Cresus Muller...

La siguiente maldición fue menos comedida:

-¡Crucio!

Severus encontraba hasta gracioso que los aurores utilizaran las maldiciones Imperdonables. Aquello diluía la separación entre ambos bandos hasta hacerla irreconocible. Sólo la oposición firme de Dumbledore y su confianza impagable evitaban que volviera a caer en la tentación del Mal. Ésta estaba en todo lugar, en todos los rostros, rodeándole.

Severus se las arregló para esquivar la maldición Cruciatus, escudándose tras un árbol que crujió a su espalda. Su escudo se quebró, y entonces se dio cuenta de que había absorbido parte del hechizo. Frunció el ceño: sus percepciones no eran claras y las advertía con retraso. Y Dunke era un buen auror.

Por supuesto no era Moody, pero podía hacer daño. Físicamente era una mole, y su habilidad con la varita era considerable. Su afición por emplear las maldiciones Imperdonables le había ganado la fama de Bestia peligrosa junto con Victor Strauss, su compañero del alma. Ambos habrían representado también un magnífico papel como mortífagos, estaban hechos de la misma pasta abominable que todos ellos.

Severus sabía que estaba en un lío, que no le sería fácil desembarazarse de Dunke en el estado en el que se encontraba. En realidad, salir vivo era más que suficiente. Pero además estaba el tiempo. Severus no tenía una idea clara de cuanto tiempo había gastado en el interior de la Escuela, y cada minuto que pasaba le separaba de Rosier. Y él quería encontrarle, ¡Oh, Dios, necesitaba verle! Tenía que asegurarse de que estaba vivo, de pronto aquello le era tan necesario como respirar.

Dunke por su parte no le dejaba mucha opción, las maldiciones, imperdonables o no, se sucedían tras él. Severus se encontró corriendo, esquivando a su perseguidor como podía, advirtiendo sus pocas posibilidades de dejarle atrás. Sospechó tener algún hechizo-chivato marcando su posición, no podía escanear su aura con precisión. Pero Dunke seguía tras él en la más absoluta oscuridad, no perdiéndole a pesar de su mayor lentitud y torpeza. Severus maldijo entre dientes, y se volvió a confrontar al enemigo.

-¡Expelliarmus!

La varita de Dunke voló de sus manos, no sin antes ejecutar el hechizo que el auror recitaba en ese preciso instante. Al descubrirse ante él Severus era un blanco fácil, y la maldición le golpeó de lleno en su hombro herido. Aulló de dolor, por un segundo su vista nublada por estrellas multicolores. Al momento siguiente advirtió el cuerpo de Dunke embestirle como un toro.

Aquello no lo esperaba.

El encontronazo contra su vientre y torso le dejó sin aire, y con su enorme peso Dunke le tumbó sobre el suelo. El impacto fue duro, muy duro, y Severus sintió retumbar todas sus vértebras. Su hombro y su pecho parecían estallar, y de nuevo podía oír el pulso de la sangre en sus oídos. La maldición de Dunke no parecía ser grave, tan sólo encaminada a provocar dolor y parálisis; peor era la presencia de su enorme cuerpo sobre el suyo. En lugar de escuchar un "accio varita" o algo así, Severus recibió un golpe seco en la boca del estómago que le dejó sin aire, y luego sintió las manos del hombre agarrar sus muñecas y llevarlas violentamente sobre su cabeza.

El movimiento de su hombro le arrancó otro aullido desgarrado de dolor, y Severus pensó que se iba a desmayar. Interesante: muerto en manos de un auror a pesar de todo.

Pero su cabeza no le permitió descansar tan pronto, y fue consciente de que Dunke trataba de arrebatarle la máscara con su mano libre y ver su cara. Le tenía sujeto por las muñecas con la otra mano, pero entre la forzada posición sobre su cuerpo y su poca destreza no lo lograba. Severus se debatía justo debajo como una serpiente, respirando entrecortadamente, consciente de que su varita había caído en algún lugar cerca de ahí, quizás a su lado. Tan sólo si pudiera cogerla, y quitarse ese cuerpo denso y sudado de encima... Las arcadas le estaban ahogando, junto con el dolor que había empezado a ser omnipresente.

Podía escuchar a Dunke murmurar y escupirle, le estaba insultando, maldiciendo, pero el muy bastardo no le mataba ni dejaba de aplastarse contra su cuerpo. Sólo seguía allí, luchando una batalla que ya tenía ganada.

Lo mismo lo está disfrutando, tenerme medio inmovilizado bajo él, debatiéndome sin sentido...

Severus había sido víctima de la perversión de Malfoy; pocas cosas podían ya sorprenderle. Y ese auror tenía la misma locura enfermiza de Lucius en sus ojos, podía verla brillar en sus pupilas, pegajosa y maloliente.

Ahora sólo quería morirse, o desmayarse, lo que fuera para escapar de aquella pesadilla.

Estaba gimoteando casi inconscientemente, medio rendido a su propio terror; la nausea y el dolor llevándole lejos de allí, a un estado en el que las cosas se sentían ajenas a él mismo; y Severus se preguntó si su deseo se estaba cumpliendo y se estaba muriendo de la pérdida de sangre, o lo que fuera. Había dejado de luchar, y permanecía laxo y tembloroso bajo el auror.

Éste logró por fin arrebatarle la máscara, y se quedó mirándole, grabando en su mente sus facciones por si ocurría el milagro de que escapase. Severus le veía memorizar sus rasgos a través de sus ojos entrecerrados; respirar era un esfuerzo demasiado considerable para preguntarse acerca de lo que el auror haría a continuación. ¿Le entregaría vivo, o le mataría? ¿Dumbledore vendría a salvarle? Quizás le olvidaría, ahora que no era de utilidad...

Severus deseaba llorar, rota su dignidad como estaba, absolutamente desesperado, pero el cuerpo no le obedecía. Lentamente, como en una revelación, advirtió que el hombre ya no sujetaba sus muñecas, y simplemente se erguía sobre él, aún las rodillas a ambos lados de su cintura.

Por fin...por fin... vete lejos de mí...

Dunke elevó la cabeza, buscando en la oscuridad su varita. De vez en cuando le miraba de reojo, como preguntándose que hacer con él. Debía ser evidente que Severus no podía levantarse, pero aún así no se fiaba, y no abandonaba su puesto sobre el cuerpo tendido. Le golpeó de nuevo en el estómago, y Severus exhaló un gemido apagado. Se estaba ahogando... ¿Qué era ese sabor...? ¿sangre?

Satisfecho por la escasa respuesta Dunke se levantó totalmente de encima suyo, y comenzó a buscar su varita en la oscuridad. Severus le escuchaba maldecir entre dientes, y pensó que si el hombre se alejaba esos metros de él era porque le creía inconsciente.

Ojalá, pensó con amargura.

Pero entonces, al estirar los dedos, advirtió el milagro.

Su varita. Su varita estaba allí, su madera de sauce suave y pulida acariciando sus yemas ateridas. Dunke seguía fisgoneando a su alrededor, elevando ramas que confundía con su arma. Severus cerró la mano derecha sobre la delgada vara, permitiendo su tacto acunarle como una matrona. Cuidándole, dándole esperanzas. Pero... ¿esperanzas para qué?

A su izquierda el auror profirió un sonido de placer, y Severus supo que la había encontrado. Le escuchó acercarse a él, y casi le imaginó sonriendo.

-Maldito hijo de puta... –sus palabras se arrastraban en su boca a pesar de su bajo tono, como si las paladease -Voy a matarte ahora mismo...

Severus se tensó imperceptiblemente mientras aferraba con fuerza su varita. Entonces la sombra de Dunke le cubrió, estaba delante suyo.

-¡¡Avada Keda..

Todo ocurrió demasiado rápido, como en un sueño.

Severus no supo muy bien como lo hizo, pero había sido más rápido, o más afortunado, o simplemente el Destino, porque pronunció de nuevo el conjuro expelliarmus contra Dunke y éste fue arrojado con fuerza hacia atrás. Algo parecido al resplandor verdoso de la maldición asesina golpeó cerca de su oreja izquierda, y pudo escuchar el ruido sordo de la tierra al absorber el conjuro. Por unos momentos mantuvo su brazo derecho elevado, la varita apuntada a la copa de los árboles antes oculta por la silueta del auror, todo su cuerpo rígidamente estirado en el suelo. Luego sus últimas fuerzas desaparecieron y su brazo cayó, junto con la varita.

Habría querido escuchar la respuesta de Dunke, o escupir al menos toda la sangre que ahogaba su garganta, pero no pudo. Súbitamente toda su debilidad se impuso y la conciencia le abandonó.

....................

¡Bueno, bueno! Este capítulo si que ha quedado cruel... Ç_Ç ¡¡¡Pobre Seveeee!!!! Pero lo siento, je, je... no será el último... Ahh... ¿Qué pasará con Severus? ¿y Dunke? ¿y que ha sido de Rosier...? ¡las respuestas, la próxima entrega!

¡Los reviews son bienvenidos! Gracias, gracias, gracias... ^___^