Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^

Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m) !!!, si no te gustan, no lo leas.

Y muchas gracias por los Reviews!!! Me animan muchíiiiisimo... ^^ ¡¡Ya veis que no os hago esperar!!! Estoy viciadísima escribiendo...

¡¡Por cierto!!! Releyendo el libro 4 de Harry Potter para comprobar como si estaba escribiendo bien el nombre de Karkarov (tengo un jaleoooo de letras!!! _), me he encontrado de que en su confesión (cuando Harry está dentro del pensadero de Dumbledore) nombra a Rosier como "EVAN Rosier". La verdad, cuando comencé a escribir esto, no recordaba que se hubiera especificado su nombre oficialmente... Había leído algún fic que le llamaba así, pero pensé que era licencia de autor. Por eso yo le llamé Ed... Mmmm... Y es cierto, Lina, ay!, SI que Malfoy es con "y", no con "i", que metedura de pata...

Así que sólo avisar de que he re-escrito los capítulos 1, 2 y 3 para escribir el nombre de Malfoy bien, llamar a Roiser "Evan" en vez de "Edgar", y que a partir de ahora le nombraré así. El resto sigue igual...^^U

Y contestando a review de Sakura... Si Voldemort "vio" a Snape en la Escuela, pues literalmente, no, pero seguro que el muy bicho supo que alguien con la Marca Oscura estaba adentro cuando recitó el hechizo. Que supiera que esa Marca es la de Snape, o no.... je, je... es secreto profesional!

¡¡¡Y esta vez, más torturas para Snape!!! Y muchos recuerdos MUY importantes... 

La vuelta atrás

4. El color púrpura sobre fondo negro: Snape Bustroll

Cuando Severus abrió los ojos sólo vio oscuridad. ¿Dónde estaba? Por un momento la idea de su muerte le acarició, pero pronto fue desechada por su cordura. Se encontraba muy mal: le dolía todo el cuerpo, especialmente el hombro izquierdo. Cada vez que su pecho subía y bajaba por su ahogada respiración se estremecía, y un sabor horrible le teñía el paladar. ¿Sangre? ¿vómito? Dios...

Movió la cabeza débilmente, tratando de escupir y vaciar su boca. Tenía frío, ¿por eso estaba temblando? Se preguntó que hora sería, mientras los recuerdos se abrían paso en su mente confusa y desbordada.

Dunke.

Había luchado contra Dunke, y éste le había golpeado hasta dejarle allí tendido en el suelo. Luego había intentado matarle, pero... pero... El tacto cálido de su varita entre sus dedos le dio la respuesta: Expelliarmus. Había ejecutado el hechizo con éxito; era increíble. Pero... ¿dónde estaba el auror? Podía oír ruidos a lo lejos, como si batalla continuase.

Severus suspiró, mientras aclaraba su garganta. La oscuridad en la arboleda del jardín era total, aún era de noche. Sospechó que apenas había estado unos minutos inconsciente. ¿Pero Dunke? ¿Por qué no le había matado? El hechizo para desarmar era fuerte, mas no dejaba impedido a la víctima...

El joven decidió no pensarlo, y se retorció en el suelo, comprobando si podía moverse. Su pecho era un infierno, ¿tendría alguna costilla rota? Y su estómago ardía por los puñetazos de Dunke, no podía apenas doblarlo. Pero sus piernas aún respondían, y también su espalda.

Severus se preguntó porque nunca se había molestado en aprender algo de medimagia, si salía de aquella memorizaría todo hechizo curativo a su alcance.

Se giró hasta quedar apoyado en su lado derecho, los dientes fuertemente apretados por el dolor. Lentamente, tragándose los sollozos, se incorporó sobre sus rodillas; la boca abierta en un grito silencioso, la respiración irregular.

Entonces le vio.

Thomas Dunke yacía unos metros más adelante, los ojos blancos y vacíos, un hilo de sangre goteando por su barbilla. Sobresaliendo por su pecho estaba la rama ensangrentada de un árbol roto en la anterior lucha, quizás el mismo árbol que había detenido la maldición Cruciatus destinada a él.

La suerte había querido que el auror, al ser despedido por el espelliarmus, cayera contra la rama astillada y le atravesase como una lanza.

Severus, viendo el ya cadáver frente a sí, apenas podía creerlo. Era demasiado imposible, demasiado irreal, demasiado cruel. El destino se burlaba de él, abandonando muertos a su paso. Pero éste estaba caliente, y en última instancia, se debía a él, exclusivamente.

No... El pensamiento le llenó de una angustia irracional. ¡Él le había matado, había matado a Dunke!!! Pero no... no... había sido... ¡un acto de autodefensa! ¡Éste le hubiera asesinado sin remordimiento!

Pero... más exacto aún, había sido... ¡un accidente! ¡¡¡¡había sido un accidente!!!! Él no quería, no quería...

Severus se acercó tambaleándose al cuerpo del auror, tocándole con las manos agarrotadas, incrédulas.

-No...-murmuró en un hilo de voz-... maldita sea... por qué...

Porqué tenía que... morirse... morirse por su culpa... delante de él, *él* qué había jurado a Dumbledore no volver a matar... no volver... a...

Severus, gimoteando arrodillado bajo el cadáver colgado de Dunke, apenas fue consciente de los ruidos a su alrededor, las pisadas y las voces. Cuando éstas estaban ya a su lado percibió por el rabillo del ojo la fugaz visión de la larga trenza plateada, y el sonido de palabras que su mente trastornada y débil no podía descifrar: gritos, voces llenas de angustia y rabia, de odio.

Ni siquiera fue consciente del hechizo Desmaius cuando le golpeó de lleno, y le sumió en una nebulosa inconsciencia.

Al despertar de nuevo supo que algo había cambiado. La oscuridad. La oscuridad no era la misma. Había soñado con la negrura, como un agujero que le tragaba, un abismo sin fondo. Pero esta negrura, aún si era un sueño, no era la misma. Era una negrura densa, y muy fría, húmeda. No podía abrir los ojos, ni escuchar nada a parte de un pitido agudo y continuo. Pero su olfato, extrañamente, parecía funcionar. Le trajo un aroma acuoso y pestilente, como de ciénaga empantanada. Sí, había algo de lodo y putrefacción en el ambiente, un acento como de agua estancada y muy sucia. Una nota agria se coló por debajo. Orín. Olía también a orines y excrementos.

Una arcada le sacudió el pecho. Si aquello era una pesadilla, quería despertar. Aquellos olores le daban nauseas, y no aventuraban nada bueno para cuando abriera los ojos o sus oídos se destaponasen. Pero sus deseos, como ya comenzaba a ser habitual, no se cumplieron.

Abrió los ojos con lentitud, y se encontró una pared de piedra frente a sí. Estaba acurrucado en posición fetal, y tenía un frío atroz. Sin embargo, los dolores en su cuerpo casi habían desaparecido, tan sólo quedaba un suave temblor debajo de su piel. Severus adivinó que debía haber sido anestesiado de alguna forma. Se arrebujó como pudo en su capa negra y sucia, sintiendo ahora con afilada claridad el suelo húmedo y helado bajo su pómulo derecho. Veía el moho carcomer la piedra, retazos de musgo crecer entre las juntas. La oscuridad era rota por una antorcha situada sobre su cabeza, a la izquierda, fuera de su campo de visión. Su luz tenue incendiaba de tonos naranjas y volátiles aquel entorno hostil y helado: la mazmorra en la que se encontraba preso.

¿Estaría en las cárceles del Ministerio? Era evidente que le habían atrapado temblando junto al cadáver de Dunke, ¿qué más pruebas necesitaban de su actividad como mortífago? Pero era también el espía de Dumbledore... desde hacía más de un año...

Severus recordó el día que se había entregado al Director, o más concretamente, el día anterior, el último día.

Había llovido, podía recordarlo bien. El agua cayendo y cayendo como si el diluvio universal quisiera borrarlos de la faz de la tierra, y Severus había pensado que le parecía bien. Era justo.

Aquellos pensamientos habían sido frecuentes en los últimos días, en las últimas semanas, los últimos meses. En realidad, desde siempre. Se preguntaba porque había aceptado ser uno de los esclavos de Voldemort, y la única respuesta en su mente era demasiado humillante. Porque todos decidieron serlo. Todos sus compañeros de Slytherin, ese grupo de personas a los que abiertamente se enorgullecía de despreciar. Pero esto, como todo, era sólo una mentira.

Severus buscaba, en lo más profundo de su alma, su aceptación. Admitía las esporádicas violaciones de Lucius para disfrutar de su compañía el resto del tiempo. Explicaba Encantamientos a Rosier para ganarse el derecho de escuchar su voz delicada. Intentaba, casi inconscientemente, ser aceptado como parte del grupo.

Severus veía a Potter y su banda y les envidiaba. Ellos eran amigos entre sí, no dejaban de demostrarlo. Si él maldecía a uno de ellos el resto venían como una piña a su ayuda, pero cuando le atacaban a él nadie movía un dedo. Severus había pensado que aquello era prueba de su independencia, de su capacidad para manejarse sin necesidad de nadie. Pero en el fondo, aquel desarraigo dolía.

En su casa, cuando había sido pequeño, había dolido también; pero de forma diferente. Aquel dolor no tenía nombre, era sólo una sensación crepitando en su pecho cuando su padre pasaba a su lado sin mirarle, sin advertirle. Lo cierto es que no sabía cuando éste había comenzado a comportarse así.

Había un recuerdo en lo más profundo de su corazón, una memoria de sentimientos y olores de su más tierna infancia. Severus recordaba el tacto áspero de la mejilla sin afeitar de su padre apretada contra la suya, y la fuerza y la calidez. Su padre, ahora se daba cuenta, le había abrazado, y a él le había quedado el recuerdo del amor, y la seguridad entre los brazos recios. Pero aquello no había vuelto a repetirse.

También recordaba a su padre reír, y su risa era suave y poderosa a la vez, con un tono sedoso y profundo, muy similar al que ahora poseía él. Y su madre había reído también, su garganta semejante a un racimo de campanillas; en una época lejana en la que ella olía a lavanda y azucenas, y no a química e ingredientes pestilentes.

¿Habían sido las Pociones? ¿Habían sido los calderos humeantes los que habían arrebatado la felicidad y el amor a su familia?

Severus no lo sabía. Nunca supo exactamente que ocurrió, hasta la mañana anterior a ese día lluvioso que había sido el último día.

Su padre había fallecido.

La lechuza con la cinta negra había llegado al mediodía, despertándole. La noche anterior había tenido una misión bastante sangrienta: él y sus dos compañeros, Lestrange y Karkarov, habían torturado y asesinado a una familia que guardaba información para Dumbledore. Había sido sangrienta porque se habían resistido, y Lestrange había cogido a la hija menor, de doce años, y le había mutilado los brazos.

Esas muestras de crueldad infame a Severus no le atraían, y lo que es peor, a débil de Karkarov le daban nauseas. Había vomitado allí mismo, encima de uno de los brazos, y Severus había sentido un dolor agudo en su cabeza y unos deseos locos de desaparecer de en medio de esa basura. Más mal que bien habían terminado la misión, y Severus había llegado a su casa, un pequeño y oscuro semisótano en un pasaje perpendicular al callejón Knockturn.

Se había metido de cabeza en la bañera, ansioso por lavar la mugre y la sangre que cubría sus ropas y su cuerpo. Había estado mucho tiempo allí, dejando correr el agua templada de la ducha sobre su rostro, como si ésta pudiera penetrar su piel y limpiar también la suciedad y las horribles imágenes que inundaban su alma.

Al final, ya destemplado, había cerrado los grifos y había salido desnudo y tembloroso hacia el salón. Severus se preguntó porque tenía tanto frío. Tomó su varita de la mesa y comprobó los hechizos de temperatura y humedad. Todo estaba en orden.

Sin querer pensarlo más se dirigió a su dormitorio. Éste era una habitación minúscula y oscura, con un ventanuco pegado al techo por el que se colaba el quedo rumor de la calle, a través de los barrotes oxidados. Allí sólo había un desvencijado armario que había pertenecido a su abuela y al que había salvado de la quema impuesta por su madre; y una cama estrecha de metal y sábanas revueltas. Severus observó la desolación de la habitación más privada de su "hogar", y la pena se revolvió en su estómago.

Él había querido salir a toda costa de su casa familiar, de la presencia insufrible de su autoritaria madre y la invisible de su padre. Había aceptado cualquier cosa que pudiera pagar con su modesto sueldo testando pociones limpiadoras para una conocida droguería con sede en Londres, y aquella cueva en el callejón prohibido le pareció suficiente. Al fin y al cabo, pasaba poco tiempo allí.

La mayor parte del día estaba en los laboratorios principales, en los que se aparecía puntualmente cada mañana a las ocho, y que abandonaba oficialmente a las seis, casi siempre más tarde. Severus trabajaba mucho y muy duro, sin ninguna distracción; sin apenas relacionarse con sus compañeros, que pronto habían aprendido a ignorarle. Sus jefes sin embargo estaban contentos con él y cada vez le encargaban tareas de mayor dificultad e importancia. Su sueldo había aumentado proporcionalmente, pero Severus no se había mudado.

Su pequeño agujero frío y abandonado no le molestaba, lo consideraba irónicamente apropiado para él. Quizás después de todo le gustase la oscuridad, no en vano había pasado su adolescencia en las mazmorras de los dormitorios de Slytherin.

Así que Severus abrió la puerta del armario que chirrió como siempre, y sacó un suave pijama muggle de raso verde pino, regalo del señor Asthur, su superior en los laboratorios. El señor Eliot Asthur le apreciaba, y se había ofrecido para ayudarle a estudiar y someterse a los exámenes que acreditaban como Maestro en Pociones.

"Tú tienes talento, Snape" -le había dicho. –" Toda tu familia lo tiene, tus padres son considerados casi genios... Es una pena que lo malgastes aquí, chico. El examen del Ministerio es muy duro, mucha gente más mayor y más experimentada que tú no consigue pasarlo, pero yo sé que para ti no será problema. He investigado tus notas en Hogwarts, y son brillantes. Tienes el Don, chico, sólo tienes que explotarle... Puedes ser el Maestro en Pociones más joven de la Historia."

Severus a veces se preguntaba porqué Asthur se preocupaba por su educación, pero estaba tentado a creer que era sólo puro aburrimiento. El hombre era un buen químico, paciente y cuidadoso, y era lamentable ver su habilidad gastada en esas pociones facilonas para limpiar trastos. Le tenía como mano derecha y compañero de injusticias, y Severus, a su manera, le apreciaba también. Era la única persona exceptuando a los mortífagos con la que hablaba.

Así que cuando el hombre había aparecido un buen día con aquella prenda muggle envuelta en papel de regalo para él, Severus se había tragado el comentario sarcástico que le vino a la mente y musitado unas débiles "gracias". Ahora, sin embargo, se alegraba. El pijama era muy cómodo, y la suavidad de la tela a veces aliviaba la soledad de su piel.

Así que en aquella noche horrible buscó el consuelo del único regalo que había recibido en años, y bebió de un pequeño vial que guardaba bajo la almohada, y que le garantizaba un sueño profundo y sin pesadillas. Dios sabía que esa noche, con lo que había visto, lo iba a necesitar. Después se había arrebujado sobre su viejo colchón y se había quedado dormido.

Le despertó el ulular de la lechuza. Severus entreabrió los ojos confuso lo justo para ver caer delante suyo un pergamino enrollado y atado con una cinta negra. Se preguntó que hora sería cuando percibió la luz gris colarse por el ventanuco, y entonces recordó que era domingo y no tenía que ir a trabajar. La lechuza, a su lado, seguía gritando incansable.

¿Qué demonios le pasa?

Y entonces recordó que probablemente esperaba agua y algo de comida.

Con un gesto cansado se levantó abandonando el pergamino sobre la cama, y fue a la pequeña cocinita. Llenó un plato con agua, y rebuscó en la despensa algo que ofrecerle; no tenía mucha idea de que comían las lechuzas. En su casa, increíblemente, nunca habían tenido una. Su madre había amaestrado un cuervo, y cuando éste le había llevado algún mensaje a Hogwarts todos se le habían quedado mirando, como si aquella ave confirmarse que él era un monstruo más que un niño.

Severus encontró un trozo de pan duro y supuso que si el ave estaba realmente hambrienta, aquello podía valer.

Volvió al dormitorio con los dos platos y los dejó en el suelo. La lechuza comenzó a beber el agua con avidez, y después se volvió al plato con el pan, que picoteó un par de veces. Giró su ancha cabeza hacia él y ululó de nuevo, justo con más fuerza que antes.

Severus se encogió de hombros.

-No tengo nada más, bicharraco.

Entonces volvió su mirada al pergamino sobre su cama. No había recibido un mensaje en los dos años que llevaba viviendo allí, desde su graduación en Hogwarts. A veces se preguntaba si alguien sabía donde residía. Pero ahí estaba como una prueba la carta enrollada, esperando ser leída.

Severus se sentó en la cama de espaldas a la molesta lechuza, y tomando el pergamino en sus manos lo abrió. La caligrafía elegante de su madre le sorprendió. Ésta le comunicaba personalmente la muerte de su padre a las diez de la noche anterior, y le informaba del velatorio al día siguiente de tres a siete, seguido por el entierro. En ningún momento requería su asistencia; era como si su madre le hubiera enviado un recorte de periódico.

Severus pensó en su padre, en la sombra que había sido la última vez que le vio. Tenía dieciocho años, el graduado de Hogwarts en las manos y una Marca maldita oculta bajo las mangas de su túnica. El último año había sido extraño y desolador tras aceptar ser uno de los mortífagos de Lord Voldemort, y Severus tenía la conciencia inexplicable de que se había roto algo en él, algo que ya no podría recomponerse jamás.

De nuevo, como siempre, su padre no le había dicho nada. Él había decidido ignorarle a su vez, y concentrar sus fuerzas en lidiar con su madre a cerca de su futuro. Pero cuando a las tres semanas había conseguido el trabajo y alquilado aquella inmunda vivienda, cuando ya había acabado de empaquetar sus pocas pertenencias y sus muchos libros, sintió la necesidad de despedirse de él.

Su padre estaba abajo, en el laboratorio familiar. Inclinando su cuerpo huesudo sobre un caldero burbujeante, observaba con movimientos rápidos de su barbilla el libro situado a su derecha, y después chequeaba las instrucciones sobre la poción. Severus se dio cuenta de hasta que punto él se parecía físicamente al hombre. El mismo cuerpo fibroso y delgado, la misma forma de moverse un tanto desmañada. El mismo pelo negro y lacio, grasiento; la misma piel cetrina; el mismo ceño fruncido sobre la nariz aguileña, los delgados labios firmemente apretados. Lo único diferente eran sus ojos, azules y brillantes como gotas de cielo. Su mirada negra como un abismo sin fondo era herencia de su madre.

Severus pensó que los niños no le habrían odiado tanto de haber tenido los ojos de su padre, trasparentes como espejos que no podían ocultar maldad. Pero había heredado los rasgos más tenebrosos de sus progenitores, y el resultado había sido una persona fea, por fuera y por dentro.

Se acercó por detrás y le tocó suavemente el hombro.

-Padre... –susurró.

El hombre tardó unos momentos en reaccionar, y Severus volvió a tocarle. Entonces éste se dio la vuelta, y le miró con aquellos cuencos de agua límpida.

-Me voy, padre... –Para siempre, hubiera querido añadir, pero no encontró fuerzas.

Los segundos pasaron, largos, entre ellos. Entonces el señor Snape hizo algo que Severus no esperaba, y era deslizarse entre él y su caldero hasta la estantería de la derecha. Allí rebuscó largo rato, ajeno a la mirada expectante y confusa de su hijo. Cuando se dio la vuelta sostenía un enorme libro en sus manos. Se lo mostró: Moste Potente Potions. El tomo estaba encuadernado en piel, y parecía muy viejo y desvencijado. Severus estaba sorprendido, nunca se había percatado de ese libro en el laboratorio, pero lo cierto es que no había podido pasar mucho tiempo allí, en el santuario de su padre.

-Severus...

La voz se deslizó suave por sus oídos, y el joven sintió un escalofrío: casi había olvidado como se escuchaba su nombre en los labios de su padre. O quizás, como cualquier palabra sonaba a través de su voz.

-...Éste libro... perteneció a mi padre, y a su vez a su padre, y a su abuelo, y así hasta los orígenes de la familia Snape. Ahora es tuyo... Algún día será de tu hijo.

Sin más palabras se lo tendió.

Severus lo miró con ojos opacos, incapaz de describir el remolino de sensaciones en su alma; y lo sostuvo en sus manos, sintiendo su peso en ellas. ¿Era un regalo? ¿Su padre le hacía un último regalo? Aquello encuadraba su encuentro como una despedida en toda regla, y antes de que Severus pudiera siquiera contestar el hombre se había dado la vuelta y continuaba su trabajo sobre el caldero como si él ya no estuviera allí.

Quiso añadir algo, volver a tocarle, acercarse a él por un segundo más, pero su cuerpo reaccionó por sí mismo y cuando se quiso dar cuenta subía la escalera de vuelta al vestíbulo.

Ahora, en la penumbra de su dormitorio, Severus abandonó el pergamino y se arrodilló frente al viejo armario. Abrió las puertas, y luego, con varios complejos movimientos de varita, rompió los hechizos que sellaban el último cajón. Con un suave resoplido sacó el contenido.

Moste Potente Potions.

Al levantar la gruesa tapa de piel, la lista mágica de sus propietarios se desplegó ante él. Todos los nombres compartían la palabra Snape, todos en tinta esmeralda menos el último, su propio nombre, escrito en color rojo. Él era el propietario actual, el real.

Sobre él Severus leyó el nombre verde de su padre: César Snape Bustroll, y acarició las letras con dedos temblorosos.

Horas más tarde estaba en la vieja mansión familiar.

La gran casona de estilo victoriano estaba oscura, como siempre. Severus caminó en silencio por el vestíbulo desierto, atento a un suave rumor que provenía del gran salón del ala derecha. Eran las tres en punto, y el velatorio, oficialmente, acababa de comenzar. Cuando alcanzó la habitación se sorprendió de la cantidad de gente que estaba allí, brujos y brujas vestidos de un riguroso negro. Era mucha gente dándole a su padre el último adiós, mas al instante se recriminó por su ingenuidad: seguramente su padre hablaba con otros más que con él, sobre todo si estaban relacionados con su trabajo. Al fin y al cabo, César Snape Bustroll era Maestro en Pociones, hasta el momento uno de los dos únicos registrados por el Ministerio. El título era  considerado similar al de Animago: poseedores de una habilidad poco común que era mejor conocer y controlar.

Ahora él yacía muerto al fondo de la sala, bajo la luz de los cirios y las coronas de flores, en un ataúd de ébano. Enfrente de aquella parafernalia estaba su madre, arrodillada y quieta, el velo de brocado negro ocultando sus facciones y sus bucles caoba fuertemente recogidos bajo la nuca. Verla así, teñida de azabache, la hacía parecer casi hermosa.

Severus se acercó con lentitud, vagamente consciente de que la gente se apartaba de su camino, quizás reconociendo en sus facciones al único hijo del fallecido. Cuando alcanzó el ataúd se quedó mirándolo por unos momentos. Su padre, dentro, parecía dormir. Cruzaba las manos largas y pálidas sobre el pecho, y en sus labios había la sombra de una sonrisa. Casi parecía un hombre feliz, o al menos más feliz de lo que había sido en vida.

El joven se arrodilló al lado de su madre, sin intercambiar palabra con ella. Estuvieron bastante tiempo así, mirando a su padre y esposo, hasta que la mujer se levantó cansinamente, y se dirigió a uno de los dos sillones al lado del féretro. Severus la siguió tomando asiento en el otro. Y entonces, como si hubiera sido dada una señal, todos los asistentes se acercaron al muerto para despedirse.

Severus les veía pasar como fantasmas, y era extraño estar allí, como el espectador obligado de una obra de teatro a la que realmente le daba igual asistir. El tiempo pasó, lo sentía en el modo en que la luz abandonaba los ventanales del gran salón. Cuando el enorme reloj de pared señaló con sus manillas la palabra entierro, Severus supo que eran las siete, y que su parte activa en el viejo ritual mago comenzaba.

Se levantó un suave murmullo, y Yumi, su elfa doméstica, tocó una campanilla. Entonces Severus se adelantó para cerrar el ataúd de su padre, y levitarlo hasta el cementerio en la colina.

Fue una larga caminata.

El cortejo fúnebre le seguía en silencio o emitiendo quejas y susurros de dolor, tan sólo su madre a su lado. Severus agradeció su compañía; él no sabía exactamente a dónde dirigirse. Ella le guió hasta la cima, al viejo panteón familiar, y tras ellos toda la gente se detuvo. Dentro del pequeño templete de mármol sólo podían entrar los Snape.

Su madre tocó con la punta de su varita la cerradura mágica de la gran puerta, y ésta se abrió con suavidad. Apretando los labios para que la mano que sostenía su varita no temblara, Severus movió adentro el ataúd de su padre. Penetró en el recinto con lentitud, escuchando tras de sí los pasos de su madre. Después la puerta regresó a su anterior posición, y ambos quedaron encerrados en el interior.

En él las vidrieras de la cúpula dejaban pasar la escasa luz del ambiente a aquellas horas, tiñéndola de bellos colores. Había velas encendidas mágicamente, velas que no se apagarían hasta que el último de los Snape desapareciera de la tierra sin descendencia. Severus tiritó a su pesar, el frío de la muerte atenazaba aquel templo a pesar de la paz.

-Severus.

La voz de su madre le sacó de sus ensoñaciones; ella le señalaba un hueco a la derecha. Severus levitó el ataúd hasta introducirle allí, y entonces mágicamente quedó sellado en su lugar. De alguna manera, el cuerpo de su padre se había hecho uno con el edificio mágico, y nunca podría ser separado de ese mármol.

Severus se acercó lentamente hasta el hueco ocupado en la pared, y miró la placa con el nombre de su padre, sintiendo una tristeza que le sorprendió. Desvió la mirada hacia las placas que ya llenaban buena parte del edificio, toda su familia de sangre pura descansaba allí. Entonces, cuando iba a girarse, una de ellas retuvo su atención.

Severus no habría sido capaz de explicar porqué lo hizo, porque de entre todas las placas se detuvo a leer ésta, y algo dentro de su ser le contestó que había sido el alma que habitaba tras ella, y no él, quién había tenido la elección. Porque lo cierto es que esa delgada lámina de metal, situada justo debajo del hueco que había ocupado su padre, compartía su mismo nombre: César Snape. No fue eso sin embargo lo que alteró el pulso de Severus, sino la fecha de nacimiento y de muerte: la primera ocho años antes que la suya propia, la segunda once años después.

-Severus...

La voz de su madre se introdujo en su cabeza, y se giró lentamente para encararla. Ella le miraba en silencio, sus ojos negros como los suyos atravesando su cabeza y leyendo todas las preguntas que habían comenzado a bullir como en un huracán.

..........................

Ahhh... perdonadme por mantener aún más la incógnita sobre la vida de Rosier... Pero tenía que explicar porque Snape abandona a los mortífagos, aunque me temo que este flash back se ha alargado más de lo que preveía. Bueno, en el próximo cap prometo que la trama base continúa.

¡¡¡Por favor, si tenéis alguna idea especial, no dudéis en contármela!!!

Muchas gracias por los Reviews... me animan mucho... ¡¡¡escribidme, por favor!!!! ^^

Y por cierto May Potter... ¡Leí tu historia!!!! (jis, jis, la de los 5 poderes! ) Te dejé un dejé un review enorme, pero como no sé porque no se ha publicado entero, te lo digo desde aquí: ¡¡¡me encantó, en serio!!!! Me da pena por Malfoi...(ahhh... que duro que tu ex-jefe de Casa te quite la novia...) pero me parece MUY bien por Seve... JeeeEeeJjEejjejeje... ¿Y el bebé es suyo????? O___O;;;;;;;;; Que trágico, seguro que sale niñO y Volty se lo quiere secuestrar... Ejem... ¡continúalo pronto!