Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^

Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m) !!!, si no te gustan, no lo leas. Y además, LENGUAJE  -MUY-  FUERTE!!!

Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!

Bueno, debo de estar baja de humor porque esto ha cogido tintes de tragedia griega en toda regla. Espero que no os agobie demasiado... pero prometí que Severus sufriría... (sorry, en serio, yo le adoro, aunque parezca imposible..._;; ) ¡¡¡Explicación de todos los "cómos" y "porqués" de las acciones de Snape!!!! ¡Este es un cap oscuro!!!! Pero en el siguiente, de verdad, las cosas mejoran para Seve... ( y así en ascenso, según mis ideas, ji, ji... ^^)

Muchas gracias por los Reviews!!!

Disfrutad!! ^^

La vuelta atrás

5. Los mil y un caminos del Laberinto: Hogwarts

-Severus...

La voz de su madre se introdujo en su cabeza, y se giró lentamente para encararla. Ella le miraba en silencio, sus ojos negros como los suyos atravesando su cabeza y leyendo todas las preguntas que habían comenzado a bullir como en un huracán.

......

-Ese es... el nicho de tu hermano... tu hermano mayor...

Severus escuchó las palabras como si fueran dirigidas a otro. ¿Hermano mayor? ¿De qué demonios estaba hablando????

Ella se acercó a él, y rozó la placa con sus delgados dedos.

-Mi hijo...

Severus la miró en la penumbra coloreada del Panteón. Aquello no podía estar sucediendo.

Su madre parecía sumida en los recuerdos, la fina boca roja apretada con dolor. Severus quería tomarla por los hombros y sacudirla, hacerla despertar. Él no recordaba haber tenido jamás un hermano; pero ahí estaba, la placa, las fechas, las palabras de la mujer a su lado.

-¿Por qué...? –murmuró con voz suave y lenta, amarga, expectante.

Su madre tembló, y luego le miró con dureza. Severus sintió un golpe de dolor en su corazón. ¿Por qué ella no podía mirarle con la dulzura que derramaba sobre esa placa?

-Severus, tú... –Ella pareció luchar con las palabras- ...tú... No es fácil...

-Hay tiempo- respondió él, su voz más ronca de lo deseable.

Su madre asintió, mientras lentamente, como si fuera el paso de una graciosa danza, se arrodillaba en el suelo, las manos apretadas en el regazo.

-Siempre supe que llegaría... este momento...–Ella perdió de nuevo la mirada en las sombras de colores.- César... era nuestro hijo... Nació ocho años antes que tú. Él era nuestra vida, nuestra alegría, nuestra felicidad. Nunca tu padre y yo fuimos más felices que con él... Pero... pero...

Severus la miraba con ojos opacos, una detestable opresión construyéndose en su pecho. Cerró los brazos en torno a sí, negándose a mirarla mientras ella hablaba.

-...pero... nuestra felicidad era demasiado perfecta y Dios... nos castigó. Porque el tiempo pasaba y el pequeño César... no daba señales de poseer magia... Tu padre y yo... teníamos miedo... de que fuera un squib... Y entonces tu padre... comenzó a cambiar...

La amargura inundaba la voz de la mujer, pero no conmovió a Severus. Era por eso; nunca le habían hablado de su hermano porque era un squib... Mantuvo la mirada obstinadamente en la placa del niño muerto, abrazándose más fuerte aún.

-... tu padre... marchaba de casa... muchas noches... Yo... sé que empezó a verse con otra mujer... una muggle, una... una ramera! –Aquí el odio era intenso, afilado, y obligó al joven a voltearse hacia ella, a mirarla.- Tú, Severus, ¡eres SU HIJO!- La mujer escupió las palabras, asqueada. -¡El hijo de una puta muggle, de una mujer de la calle!!!

Ella le señaló con el dedo acusadora, un odio intenso y rojo desbordándose por sus ojos, por la boca, por todo su cuerpo menudo y tenso. Severus, simplemente, no podía comprender sus palabras. Las había oído, pero no podía interiorizarlas. No, no es así, eso que ha dicho.... *Su* madre le estaba mintiendo...

-¡¡¡Tú fuiste el culpable!!! Tu padre te trajo a esta casa, ante mí, porque quizás TÚ sí desarrollaras la magia!!!! Él me culpó de que César fuera un squib! ¡él me culpó!!! Él te crió... y yo.. yo... ¡tu no eras mi hijo, no quería verte! ¡Dios sabe que quería despellejarte por recordarme mi fracaso! Pero él te crió, porque ya siendo un bebé la magia era evidente en ti, era abundante en ti, siendo el hijo de lo más bajo, de lo peor, ¡de una muggle pagada con dinero!!! Y cuando mi César cumplió once años, y no recibió carta ninguna de Hogwart, entonces, entonces...

Ella estaba rota en sollozos, las palabras atragantadas en su garganta. Severus simplemente la contemplaba sin verla. No veía nada. Era como si la penumbra se hubiera vuelto opaca de pronto, como un muro. Se estaba asfixiando en ese espacio minúsculo.

-... entonces... Él... tu padre... le mató... –la voz era un susurro lleno de dolor. Ella sollozó unos minutos, ignorándole, antes de continuar. –... Él le mató... porque no podía soportar la vergüenza de deshonrar el nombre familiar con un primogénito squib... Pero no tuvo reparos en traerte a *ti* a casa...

Una risa áspera sacudió a la mujer.

-Es gracioso, que tú seas la viva imagen de tu padre. Nadie sospechó nunca nada acerca de tu origen... Y encima, tus ojos... ¡Oh, sí! Él buscaría una ramera parecida a mí... Pero tus ojos, bastardo, no son los míos... Tú no eres nada mío...

Severus simplemente permanecía allí, lejano; aún más que en el velatorio de su padre. Oía palabras que se anudaban en frases cuyo significado chocaba en las puertas de su cerebro. No podía contestar. Era como si se hubiera tragado la lengua, como si sus cuerdas vocales se hubieran vuelto de goma. Sólo deseaba que sus oídos también dejasen de funcionar, pero estos parecían más finos, más agudos, y las palabras llegaban amplificadas, nítidas, cristalinas, golpeando como estrellas de nieve o cristales helados. Los sentía dentro de sí, abriendo infinitas heridas en su alma que amenazaban con desangrarle. No podía ser. Estaba soñando. Pero su alma se iba fisurando, inexorablemente.

Su "madre" seguía  destruyendo con el buril de su voz, descargando su conciencia, masticando su propia desgracia

-... Mató a mi hijo, a mi César, que tenía mi rostro y sus ojos azules, y mi pelo caoba y su tez blanca, sin dudar... La... la varita no le tembló en la mano... cuando pronunció la Avada... Kedavra... Oh, él ya te tenía a ti, al heredero de su extirpe... un falso y abominable heredero pero ahhh! mago... Al menos... mago... Sí... le mató... pero... lo pagó caro... –de nuevo rió, y era una risa horrible.-Tu padre... se murió también... por dentro... ¡Nunca te amó, NUNCA!

Severus escuchaba sus palabras, llenas de odio y triunfo. Porque su padre nunca le había amado, y ese era el único consuelo de la mujer.

-¡Nunca, me oyes? –repitió gritando- ¡NUNCA! ¡Él creía ser otra persona! ¡Él creía que no le afectaría, qué podía ser un monstruo impunemente! ¡Creía que mantener el nombre de la familia Snape era lo más importante, creía que evitar el rechazo de la gente aseguraría su felicidad! ¡Creía que contigo podría olvidar! ¡qué yo podría olvidar! Pero ya ves, hijo mío... –y aquí su voz era suave, irónica- ya ves... que se murió por dentro, y se condenó... se condenó...

Ella lloró de nuevo, casi inconsciente de que seguía hablando entre sollozos.

-Nunca volvió a reír... desde ese día... Ni a amar, ni a sentir... Creía que podía ser un monstruo, y cuando lo fue, simplemente la conciencia de ello le mató... Porque los muertos regresan... Siempre vuelven a cazarnos... Y mi César vino a reclamarle... Y tu padre supo que no era la persona que él creía ser... que creía poder ser... Él no era el monstruo que mató a su hijo por "el qué dirán"... Él era... otra persona... El hombre que yo amaba... que he amado... a pesar de todo... hasta hoy...  hasta que me muera... dentro de unas horas...

El silencio siguió a esas palabras, mientras ella continuaba llorando largo rato, llenando el vacío del lugar. Después de lo que a Severus le pareció una eternidad, subió el rostro para encarar al joven a su lado, su hijastro.

-Todo lo nuestro es tuyo... –Su voz ahora era sorprendentemente firme, clara, como si el odio hubiera sido bañado con sus lágrimas.- Ya he redactado el testamento, ya he resuelto los papeles. Yumi te lo mostrará todo, te ayudará. Ella también te pertenece, debes cuidarla... Y ahora, puedes irte... o quedarte... Yo voy a morir. –Ella bajó la mirada hacia las sombras, explicando lo inevitable como si fuera su único regalo, su gesto de reconciliación.– Me he envenenado... antes de venir aquí... No quiero vivir un día más. Sólo quería... despedirme de César... de... los dos... mis dos... únicos... amores...

La mujer suspiró entonces, largamente, como un animal vencido. Después cerró los labios, ya para siempre. Aquellas fueron sus últimas palabras.

Luego el tiempo pasó, la noche se cerró sobre el Panteón de los Snape, y éste quedó iluminado por las antorchas mágicas, que arrancaban destellos de color a las vidrieras.

Él tampoco dijo nada.

Su madre... madrastra, se había tumbado al poco rato, acurrucándose entre los velos negros. Se quedó dormida.

Severus permaneció de pie, inmóvil. Era como si la sangre hubiera sido drenada de sus venas, como si hubiera sido petrificado. Después, cuando su "madre" dejó de respirar, se arrodilló a su lado. Habían sido horas y horas sin fin esperando que el veneno, el que fuese, la matase; pero en ese momento le dolió que hubiera sido tan pronto. La observó sin tocarla: la belleza de su rostro anguloso, de sus cabellos tan oscuros y rojos, de su falsa fragilidad. Él siempre la había considerado bella, ahora se daba cuenta, y había anhelado su aceptación. Ignoraba que era una batalla perdida.

Ignoraba... tantas cosas...

No había preguntado nada. Podía haber exigido conocer la identidad de su madre, o saber porque no guardaba recuerdos de su hermano. Podía haberla echado en cara su hipocresía, podía haber rabiado y pateado y gritado hasta quedar afónico. Pero Severus era un hombre frío, y en aquel momento, simplemente, no había ira dentro de su alma.

Era raro, porque desde que entró en Hogwarts la ira había sido su compañera, su salvavidas para todo ese dolor y vaciedad que revolvía sus entrañas. Todo era más fácil disfrazado de furia. Pero ahora, simplemente, el fuego estaba apagado. No sentía nada. Quizás era el shock del momento, la imposibilidad y locura de toda la historia. Quizás era que ya no tenía alma.

Con un suave movimiento de varita levitó el cadáver de la mujer, y lo introdujo en el hueco al lado de su padre. Inmediatamente, la piedra mágica selló el nicho y absorbió el cuerpo. Otra Snape más, descansando para siempre tras una placa de metal. Severus observó el trío de placas, la verdadera familia a la que nunca realmente perteneció. Ellos eran los últimos, ahora se daba cuenta. El Monste Potente Potions no significaba nada.

La linaje de los Snape había llegado a su fin.

Severus llegó a la mansión familiar bien entrada la noche. Afuera llovía como si el cuenco del firmamento se hubiera estrellado, y él había caminado todo el trecho con lentitud, disfrutando del agua bañando su rostro, imitando las lágrimas que debería derramar pero que no estaban ahí, tras los párpados secos. ¿Por qué no lloraba?

Era el hijo de una prostituta muggle, un hijo de conveniencia. Aquello le arrancó una mueca amarga, ¿cómo había entrado en la casa de Slytherin? ¿No se suponía que sólo eran aceptados los de sangre limpia? Quizás, después de todo, sólo era necesario "haberlo parecido..." El mundo era una mentira, un teatro, una ficción. Al final, sólo algunos sentimientos quedaban, sólo... sólo los sentimientos eran reales.

El odio de su madre era real; él nunca lo había entendido, pero ahora que ya sabía las respuestas, ahora que sabía la Verdad, nada cambiaba. El odio seguía siendo el mismo. También el vacío en los ojos de su padre. También el dolor que le provocaba saber que no era amado por él. Ahora podía entenderlo, podía racionalizarlo, pero la sensación de rechazo... era la misma. Era un niño nacido porque era útil, porque servía para llenar un hueco que tenía que ser cubierto. Era un nombre en el renglón de propiedad del Moste Potente Potions. Sólo eso.

Severus se sentó en el vestíbulo vacío de la enorme casa, frío y oscuro. Yumi no le había recibido, o quizás, con ese sexto sentido propio de los elfos, había sabido que no debía aparecer.

Estaba tiritando, completamente calado y chorreando agua. Una voz en el fondo de su mente le dijo que pillaría un buen resfriado. Que además, mañana debía madrugar para ir a trabajar. Aquello le dio ganas de reír, y las carcajadas, ásperas, retumbaron en la sala.

Claro, podía seguir haciendo su vida como si nada hubiera pasado. Nada había pasado de hecho. Sus padres habían muerto, pero él ya vivía antes como si ambos no existiesen. ¿Qué había tenido un hermano? Hacía años que era polvo. ¿Qué su –ahora madrastra- le repudiaba? Lo había demostrado toda la vida . ¿Qué su padre era un vegetal? Idém. ¿Qué su madre era una ramera muggle de ojos negros y corazón roto? Nadie sino él lo sabía. Todo podía continuar como hasta entonces.

Él podía mañana ir a preparar sus calderos, y por la noche representar su papel de mortífago. Podía asegurar a todos que odiaba a los muggles, a los sangre sucia y a los enemigos de su Señor. Él disfrutaba imponiendo la maldición Cruciatus, él disfrutaba matando y torturando, y al día siguiente yendo a trabajar. Él... no necesitaba nada ni nadie. Él era un monstruo, era lo que su padre había querido ser, lo que había *creído* ser.

Pero... pero... ¿y si él también estaba cometiendo ese error? ¿Y si no era... lo que pensaba, la persona que él creía?

¿Quién era Severus Snape...???

El silencio llenó el vacío de sus pensamientos. Y fue como una revelación.

*Eso* era él.

Nada. Nadie. El vacío...

Severus Snape era humo, una sombra como su padre, o incluso menos. Era una sombra que creía ser una sombra, lo cual era el colmo de la estupidez. Porque debía ser una sombra estúpida, además. Una sombra asesina, que se complacía que arrebatar vidas de personas que al menos eran "algo". Una sombra sin esperanzas, sin anhelos, sin deseos. ¿No se suponía que los Slytherin eran gente ambiciosa? ¿No era ese el requisito fundamental?

¿Dónde estaba su ambición, qué ansiaba?

¡Oh, sí...! La situación de las familias de sangre pura en su merecido lugar,  por encima del mundo muggle y los sangre sucia; y la victoria de Lord Valdemort...

Pero la consigna de los mortífagos sonaba vacía en sus oídos

Él ni siquiera podía considerarse de "sangre limpia". Era mitad muggle, y de la más sucia de sus castas. ¿Qué lugar tendría en ese mundo de Voldemort?

Severus rió de nuevo, amargamente, saboreando aquel castigo divino. Que apropiado...

Pero estaba evitando la verdadera pregunta, porque no le gustaba la verdadera respuesta. ¿Qué deseaba Severus Snape? Él lo sabía, en el fondo; lo había sabido siempre. Y era de risa. Que hubiera sido Slytherin por ambicionar "eso" era casi una broma.

Pero al final, era la explicación a todo.

Quería ser aceptado.

¿Por qué era un mortífago, por el bien de la causa? ¡No...! Porque ser un mortífago era ser *uno* de ellos. Uno del grupo. Era ser "valorado" por sus acciones, era ser "tenido en cuenta", era ser "aceptado".

En realidad, en la Realidad, era un perrito lamiendo la mano del primero que le ofreciese una mísera caricia. Y la fría aceptación de Lord Voldemort era mejor que nada, aunque el precio fuese ser un monstruo abominable.

Qué patético.

Deseaba ser "aceptado" por sus padres, deseaba ser "aceptado" por sus compañeros de casa.

Deseaba *ser*, al final. Ser algo... para alguien...

Severus estaba llorando, y ahora se daba cuenta. Las lágrimas caían como ríos por sus afiladas mejillas, y de pronto se odió por estar allí. Quería huir de ese lugar donde había pasado su solitaria infancia, sus tristes veranos. Ese lugar que había sido el hogar por derecho de su hermano mayor César, no el suyo.

Odió cada estancia, cada puerta, cada mueble. Lo vendería todo. Lo destruiría, lo arrasaría...

Se dio la vuelta y salió corriendo. Luego se despareció.

En Londres también llovía. Severus no tenía muy claro en donde se había aparecido; lo había hecho casi sin pensar, y ahora se daba cuenta del enorme peligro que había corrido. Pero ahí estaba, bajo la tormenta, en las calles vacías y oscuras. Paseó lentamente, con la mente en blanco.

Eso era mejor. No pensar. Como hasta ahora había vivido cada uno de sus casi veinte años: ciego, ignorante, en la mentira. Creyendo *ser* algo cuando no era nada para nadie.

Ni siquiera para sí mismo.

Sus pasos le llevaron hacia un barrio oscuro y maloliente, una de las peores zonas de la ciudad. Allí había gente: mendigos en las calles y entre la basura, toxicómanos, prostitutas, chaperos.

Al ver a las mujeres pensó en su madre. Su verdadera madre... podía ser una de "esas"...

Casi involuntariamente comenzó a observarlas. Ellas le devolvían la mirada, intentando parecer provocadoras, y le susurraban frases obscenas. Pero él podía ver la desgracia en sus rostros pintados: el hambre, el cansancio, la necesidad. Y la vergüenza silenciosa, el miedo, el dolor... Algunas eran extranjeras, otras eran muy jóvenes. Severus pensó que alguna era casi una niña. También había algún niño, y un par de chicos de su edad que le miraron a través de los cigarrillos y los ombligos al aire, a pesar del frío y la lluvia.

Carne fácil.

Severus perdió la noción del tiempo. Aquel agujero inmundo de vidas rotas no parecía tener fin, y era justo el sitio donde su nacimiento había tenido lugar. Quizás en ese barrio toda creación resultaba por fuerza defectuosa, como él mismo.

Entonces la vio.

Una mujer de unos cuarenta y pico años, de pechos abultados bajo la ropa ajustada. Era casi una caricatura. Pero bien podía ser su madre.

Severus sentía el desagrado y la ansiedad nacerle en el estómago, pero se acercó a ella. Había también algo de fascinación, un sentimiento oscuro y repulsivo que erizaba su piel y enviaba calambres por su cuerpo, pero que no podía evitar desear. La adrenalina comenzó a batir en sus venas, como cuando iba a asesinar. O como cuando Lucius le acorralaba en las aulas vacías de Hogwart, y esbozaba su cruel sonrisa.

Era el fascinante placer de adivinar el infierno, de rozarlo sin aún sentirlo.

Severus la miró de nuevo, devorándola con sus pozos negros como abismos. Percibió a la mujer temblar, casi podía oler su nerviosismo. Él era raro, vestido con su túnica negra de mago. Y ella, la vieja ramera, tenía miedo.

¡Oh, cuanta razón tenía! Porque él era un monstruo, una sombra que sólo tomaba materialidad cuando trataba de devorar vidas.

La mujer trató de rehacerse, y sonrió con su boca manchada, los labios ya marchitos. Parecía no tener cuarenta años sino cien; su piel ajada por la vida callejera. Severus vio a la boca abrirse y cerrarse, y entonces tomó conciencia de que estaba hablando.

-Ahí... en mi piso... Sólo veinte libras.

Una puta barata. Eso era su madre, una puta barata.

Severus sonrió, y la siguió hasta un portal desvencijado, sucio. Una triste bombilla iluminaba el pequeño vestíbulo, y ambos subieron por una escalera estrecha hasta el primer piso. Severus estaba asqueado, olía a humedad, a sudor y sexo. La mujer abrió una puerta y entró dentro.

El piso de la mujer consistía en una única habitación ocupada por una enorme cama de madera, un pequeño baño y una cocinita. Ella le señaló la cama, y él sintió arcadas. No iba a tumbarse ahí, en esas sábanas pringosas y malolientes. Todo el lugar era detestable, mísero, inmundo sobre toda imaginación. Ni siquiera su desvencijado agujero alcanzaba esas cotas de marginación y pobreza. La única ventana estaba tapiada, podía ver plásticos en vez de cristales, protegiendo malamente de la lluvia. El aire estaba viciado a pesar del frío, la luz mortecina de la bombilla del techo temblaba de vez en cuando.

Severus quería huir de ahí. ¿Qué estaba haciendo? ¿por qué la había seguido? ¡ni siquiera podía pagarla!

La mujer le sonrió con la boca pintada, sus ojos vacíos y aburridos. Se acercó a él mostrándole un condón.

Severus comenzó a temblar, asustado ante la cercanía amenazante de la mujer. Aquello era real, no una de las muchas mentiras con las que se engañaba para no asumir lo que hacía, los lugares donde acababa. Estaba en una habitación apestosa con esa mujer que podía ser su madre, y había contratado sexo.

Sexo con su madre. La sola idea le perturbaba de una manera que jamás había experimentado. No podía. No podía hacer aquello.

La mujer estaba ya encima suyo, y rodeó su cintura con sus manos ancianas. Severus retrocedió, su respiración reducida a un aliento acelerado e irregular.

Que su padre hubiera ido hasta allí no significaba que él tuviera que seguir sus pasos. No significaba que tuviera que entenderle, compartir su horrenda perversión, que hacer aquello... con esa... mujer... Estaba sudando, pero se sentía frío por dentro. Lleno de un horror espeso y sucio como lodo.

A sus ojos ella era grotesca: un monstruo, un monstruo repulsivo y enfermo y maldito que iba a tocarle y... y...

Antes de saber lo que hacía había sacado su varita.

-¡Avada Kadavra!-siseó.

El rayo verde atravesó la habitación, y la mujer cayó fulminada. Severus justo recuperó la respiración, aliviado.

El monstruo había sido destruido, y él estaba limpio, a salvo. Había sido... tan fácil... Entonces le golpeó la conciencia plena de lo que había hecho.

La... ¡la había matado!!!! Así, sin más, sólo porque ella... ella... Pero había sido *él* quién... la había seguido...

Miró el cadáver en el suelo, desplomado hacia un lado. La falda subida mostraba un muslo grueso y mórbido, de apariencia lechosa. Severus vomitó allí mismo, de rodillas, incapaz de contener toda aquella locura dentro de su cuerpo.

Esa ramera no era "una misión", no era "un objetivo".

No era nadie, justo como él.

Y la había matado.

Dios, se había vuelto loco. Nunca, *nunca* había matado fuera de las ordenes del Señor Tenebroso. Porque aunque otros mortífagos tomaran placer en ello, para él matar o torturar, o lo que hiciera falta, era sólo en beneficio de la causa, de esa guerra en la que era un soldado ciego y obediente, como un buen perro.

Ahora se daba cuenta de que siempre había mantenido esa diferencia entre él y los otros como un delgado hilo que le ataba a la cordura; a una concepción del Bien y el Mal que increíblemente pervivía dentro de sí, aunque profunda e inadvertida. Su única autoestima... residía en eso...

Él hacía esas cosas porque había una razón para ello, por muy lamentable o inaceptable que fuera. Había una justificación.

Pero ahora...

Él podía matar... sin más... porqué sí... sin motivo...

"Creía que podía ser un monstruo, y cuando lo fue, simplemente la conciencia de ello le mató... Porque los muertos regresan... Siempre vuelven a cazarnos..."

Las palabras de su madrastra retumbaron en su cabeza, una y otra vez, pulidas y brillantes como gemas. Eso era más de lo que podía tomar. Severus huyó a la noche, espantado, corriendo hacia ningún lugar bajo la lluvia.

Era un monstruo... un monstruo en todo el sentido de la palabra... Lo había demostrado, ya sin tapujos. ¿Cómo podía pedir *ser aceptado*? ¡¿cómo se atrevía??!!

El agua le azotaba la cara, no veía nada. Simplemente se desplazaba, pero por mucho que corriera, no podía dejar sus pensamientos atrás, la Verdad que le seguía con una risa siniestra.

¡Nunca sería aceptado! ¡NUNCA! ¡Era un ser aborrecible; nadie vería otra cosa en él, nadie podría justo no odiarle, despreciarle, o aborrecerle! ¡él mismo no podía! ¡NO podía!!!! Sólo había estado engañándose a sí mismo, como había hecho su padre desde que mató a su hermano...

Sus pasos le llevaron como si tuvieran mente propia, y sin darse cuenta del tiempo había regresado a los pasajes mágicos, y recorría el callejón Diagon como un huracán.

Porque además... ¿qué había hecho en su vida que mereciera la pena, qué había hecho para merecer el respeto, si acaso su propia autoestima? ¿Qué había hecho? ¡NADA! ¡absolutamente nada!

Ser un mortífago, un asesino despiadado, sólo por el placer de sentirse superior a los otros, de vengarse de ellos por ser más que él, por simplemente "ser" dignos de la cólera de Voldemort cuando él no era nada para nadie... Había sido un Slytherin orgulloso y arrogante, colérico y cruel, incapaz de ayudar a cualquiera, de ofrecer nada, porque no había nada dentro de sí; incapaz de cumplir las expectativas de su padre, incapaz de borrar el sufrimiento de su madre, incapaz de asumir su propio lugar en el mundo.

Porque eso era... no había lugar en el mundo para él. Si sólo... no hubiera nacido...

Los ojos negros se abrieron de golpe, de vuelta a la realidad.

El callejón Knockturn se abría ante él, tenebroso y oscuro, a pesar de que una débil luz comenzaba llenaba el ambiente. Debía haber amanecido; y perdido en su propia conmiseración no se había dado cuenta.

La lluvia era más fina ahora, como una capa imperceptible que desdibujaba las aristas de los edificios. Un brujo con una escoba pasó deprisa a su lado, y Severus miró a su alrededor como si fuera la primera vez que andaba por allí. Muchas tiendas habían abierto, y la rutina de la vida diaria seguía su camino, como siempre, ajena al terremoto que había sacudido la existencia de Severus Snape.

El joven caminó lentamente, sus pisadas apenas resonando sobre las losas del suelo.

Si sólo... no hubiera nacido...

El pensamiento volvía a él una y otra vez. Si no hubiera nacido... ¿Cuánto daño habría ahorrado al mundo? A sus padres ya no les podía recompensar, pero... Mucha gente... mucha gente que moriría por su mano podría sobrevivir. Quizás otro mortífago tomaría su lugar, pero aún así... alguien... alguien podía escapar a ese Destino... Justo como esa prostituta.

Si él estuviera muerto, ella estaría viva. La ecuación era simple. Y sencilla.

Él era peligroso, ahora se daba cuenta. No podía estar allí, caminando con toda tranquilidad, entre aquellas gentes inocentes. No lo merecía. Su propio padre había matado a su hijo: esa era su herencia. Y él había asesinado a decenas y decenas de personas, hasta casi perder la cuenta, sin apenas remordimiento.

Ahora sabía además que podía matar sin avisar, sin quererlo siquiera. Podía matar sólo porque tenía ese poder, y no había escrúpulo o conciencia para detenerle.

Podía... podía... hacer mucho daño. Pero si moría... justo muerto, todo se acabaría.

La Muerte le "aceptaría", seguro.

El joven miró de nuevo a su alrededor, y dirigió sus pasos. De pronto se sentía muy tranquilo, en paz consigo mismo. Había levantado todos los velos, había encarado todas las verdades. Ya no había mentiras, no había recodos. Severus Snape era un libro editado en papel cuché y perfecta caligrafía. Sin errores, sin puntos oscuros.

Sabía lo que era, lo que merecía, y lo más importante, lo que debía hacer.

Pero no le apetecía ir a su casa, no aún. Conocía más de veinte venenos rápidos e infalibles con los que conseguir sus propósitos, y la mitad de ellos podía prepararlos con los ingredientes que tenía en su casa, en poco tiempo. Pero esa Poción sería la última que haría. No podía ser una cualquiera.

A él le gustaba preparar pociones. Le gustaba la sensación del calor en su rostro, los vapores, los aromas, los ingredientes. Le gustaba concentrarse en medir, y testar, y experimentar, y escuchar al burbujeo suspirar. Le gustaba observar la superficie límpida del brebaje, y ver como variaba su color cuando añadía tal o cual sustancia con la exactitud de un reloj. Le gustaba conocer el poder inmenso de la materia, extraer su magia y dominarla.

Ser capaz de embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... O provocarla, dejando en la garganta un gusto dulce y una suave somnolencia.

Severus pensó que quizás, si le encerraran de por vida en una mazmorra con un caldero, aún podría hacer algo bueno.

Pero eso no sucedería. Ahora era prisionero de sus decisiones, y había una en concreto de la que jamás podría escapar.

Ser un mortífago, unirse a Lord Voldemort.

Estúpidos diecisiete años, ignorantes y orgullosos. Estúpido aquel día en el que había ofrecido su futuro a un Amo cruel, y después había regresado a Hogwarts como si nada hubiera pasado, cuando había terminado de condenar su existencia.

Ahora lo veía con una lucidez que casi dolía, de puro perfecta. Más claro que el agua de la montaña. Nunca escaparía a esa realidad, *su* realidad; cada minuto de su existencia estaría ligado para siempre a la responsabilidad de esa decisión, a la Marca negra que ardía en su antebrazo izquierdo.

Pero esos minutos eran ya pocos, y el pensamiento le consoló. Iba a preparar una poción en concreto, una joya poderosa y compleja, delicada; impresa en el Moste Potente Potions. Sería su regalo de despedida a su padre, y también a sí mismo, para qué negarlo.

Sólo tenía que comprar un par de ingredientes. Y a eso iba.

Severus llegó a Gringotts, y sacó el dinero necesario de su cuenta. Luego volvió al callejón Knockturn, y entró en una tienda pequeña y oscura. El propietario ya le conocía, y le vendió lo que necesitaba sin preguntas, a pesar de que una de ellas era una sustancia ilegal en Inglaterra.

Severus entonces volvió a la calle, y se preguntó qué hacer. Aún le sobraba dinero. Sabía que lo más racional era ir derecho a su casa a preparar la poción, pero algo dentro de sí le empujó de nuevo al callejón Diagon. Quizás... quizás... debería enviar una lechuza a su jefe Asthur. No fuera que el hombre se preocupase y le interrumpiera en medio de una medición delicada. Al fin y al cabo, hacía un par de horas que debía haber llegado a los laboratorios...

Divertido por su propia frialdad ante sus planes, enfiló a la lechucería. Al fin y al cabo, su suicidio era un acto personal, no estaba bien que nadie le molestase. Escribió el mensaje inventando cualquier excusa, y eligió una preciosa lechuza blanca para que lo llevase.

Después salió de nuevo a la calle, mirando las dos monedas que le quedaban en la mano.

Estás retrasando lo inevitable, se recriminó.

Pero aquellas eran sus últimas acciones antes de morir. Cuando entrara en su casa ya no saldría por su pie... Era justo tomarse aquellas libertades, regalarse esos momentos. Podía gastar esas dos monedas en una cerveza de mantequilla, en El Caldero Chorreante. Y después lo haría, sin más demora.

Severus caminó hasta el bar, con un moderado bullicio a esas horas de la mañana. Se sentó en la barra, y pidió su bebida. Cuando se la trajeron se quedó mirando el líquido espeso y ambarino, bello como un rayo de sol. Su fina boca se torció en una suave y sincera sonrisa, la primera en muchos años.

Iba a hacer algo bueno, algo que merecía la pena. Algo por lo que él se sentía orgulloso, aunque nadie más lo supiese jamás. Pero ese reconocimiento de los otros ahora le daba igual. Lo había buscado toda su vida, pero bien, no lo buscaría en su muerte. Era agradable pensar así.

Estaba absorto en su cerveza cuando alguien le empujó a su lado.

-¡Oh, perdón!

Severus le miró de reojo dispuesto a ignorarle, cuando algo atrajo su atención. Ese tipo tan enorme... él le conocía...

¡Rubeus Hagrid!

Severus frunció el ceño al reconocer al guardabosques de Hogwarts. Con sinceridad, no había pensado en volverle a ver en su vida... Pero éste había pedido también una cerveza, y conversaba con Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.

-¿Has oído, Hagrid? ¿Lo has oído? Los Fitterhan... Ellos eran buena gente...  El matrimonio venía aquí a veces... Y ahora Quién-tú-sabes... –la voz le falló por un instante- Mataron también a la niña, de una forma horrible.

Severus no pudo evitar dar un sorbo nervioso a su cerveza. Sabía de lo que estaban hablando: de su último ataque.

Maldito y bárbaro Lestrange...

Hagrid asentía con su enorme cabeza.

-El profesor Dumbledore está ahora en el entierro, muy afectado.

-¡Pero no hay manera de pararles!!!! –El tabernero se había inclinado sobre la barra acercándose al semigigante y le hablaba en voz baja, como temeroso de ser oído. Sin embargo, Severus aún podía escucharle.-¡Nadie sabe nada de ellos, de... esos magos negros que le apoyan...!

-Pero yo tengo fe en el Director...

-¡El Director no puede hacer nada!-La voz de Tom estaba llena de exasperación.-Por muy poderoso que sea... y todos sabemos que lo es: el único mago al que Quién-no-debe-ser-nombrado teme; no puede prevenir sus acciones... Nadie sabe como reclutan a los suyos, cómo se mueven, cómo se comunican... ¡Todo es misterio alrededor de ese maldito y sus mortífagos!

Severus sentía la sangre hervir bajo su piel. ¡Él... él lo sabía!!!

Hagrid negaba con el rostro, vehemente.

-¡Pero yo aún confío en Dumbledore! Él hallará la manera, ya lo verás... Nunca se rendirá contra Quién-tú-sabes, encontrará la manera de obtener esa información.

Tom le miró escéptico, la amargura derramándose por su viejos ojos.

-Si, Hagrid, ¿pero cuándo? ¿cuándo, eh? ¿Cuándo la mitad de las familias inocentes de Inglaterra hayan sido asesinadas?

A eso el guardabosques no respondió, el rostro compungido. Tomó su cerveza con rapidez, y comenzó a rebuscar en sus bolsillos.

-No te molestes, invita la casa.

El hombretón sonrió.

-Gracias, Tom. – Y salió de local ruidosamente.

Severus no le miró un solo momento, pero cuando escuchó la puerta cerrarse bebió de un trago lo que quedaba de su cerveza, y abandonando sus dos monedas en la barra salió como una exhalación.

Esa conversación le había confundido.

Sólo ahora se daba cuenta de su situación privilegiada: él sabía muchas cosas sobre Lord Voldemort y sus mortífagos.

Si lo que quería era hacer algo útil, bien podía contarle todo a Dumbledore. Pero luego... ¿luego qué? ¡Él quería morir! ¿Y si el Director le entregaba al Ministerio de Magia?

Severus tragó con dificultad. No quería ir a Azkaban, la idea le aterraba. Realmente morir era la solución fácil, se dijo mientras apretaba con fuerza la bolsa de papel con los ingredientes en sus manos.

Una suave poción, y después el olvido. ¿Por qué debía preocuparse por el mundo mágico? Le quedaba muy poco tiempo allí.

Pero... pero... Sabiendo lo que podía hacer... no hacerlo era... cobarde...

Severus Snape tomó entonces una decisión trascendental, una decisión similar a la hizo con diecisiete años frente a Voldemort, y como en esa ocasión, casi sin darse cuenta de su verdadera importancia. Tan sólo luego, mucho más tarde, se había percatado de hasta que punto aquello había cambiado su existencia, y todo su ser.

Severus Snape se desapareció hacia Hosmeage, y una vez allí, tomó el camino a Hogwarts.

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Bueno... Este capítulo ha sido un poco más largo de lo habitual, espero que hayáis sobrevivido... Ya el siguiente es más ligero (espero ^^U) y recobra la trama principal. Y además, siguiendo vuestras preferencias en los reviews, os tengo un pequeño regalito... No sé si cabrá en el seis, pero si no, va en el capítulo siete seguro. ^___^

¡¡¡MUCHAS gracias por los reviews!!! Por favor, decidme que os parece esto, me hace mucha ilusión!!!! Graaaaciaaaaassss!!!!