Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Ahhh... Severus por fin se recupera y hace recuento de todas las cosas que tiene que hacer... aunque este cap es más introspectivo. Espero que os guste.
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! ¡¡los contesto al final!!!
Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás9. Un corazón poderosamente oculto: Ollivander
Severus despertó con un terrible dolor de cabeza.
-Argghh... –gimió, cerrando los ojos con fuerza. Se acurrucó contra las sábanas, permitiéndose aún un momento de reposo antes de aventurarse a mirar a su alrededor.
Un amplió ventanal de cortinas echadas apareció ante su vista cansada, y en la oscuridad reinante una luz débil y gris atravesaba el lujoso tejido y bañaba la habitación. Estaba amaneciendo, sin duda.
Severus trató de incorporarse sobre el colchón, y casi de inmediato se arrepintió. Un pinchazo de dolor le sacudió, y después le paralizó un frío denso que le caló hasta los huesos. El joven se abrazó a sí mismo, tratando de calentar su cuerpo desnudo, pero no se tumbó de nuevo. Tenía la impresión de que si se recostaba no se levantaría más, al menos en todo el día... Suspirando miró a su alrededor, reconociendo el cuarto de invitados del ala este de la Mansión Malfoy.
¡Oh, sí!, conocía muy bien esa habitación... Era donde siempre él y su ángel rubio mantenían sus encuentros. Lucius jamás le llevaba a su dormitorio, en parte porque allí dormía su esposa Narcisa con su ahora recién nacido Draco, en parte porque allí estaban sus pertenencias más íntimas. No le molestaba en absoluto que su mujer pudiera verlas: ella no las entendería. Pero Severus era otra cuestión y éste lo sabía bien.
No se quejaba tampoco, desde luego. Los cuartos de invitados estaban todos en el ala oeste exceptuando en el que se encontraba: cuarto por otro lado jamás usado por invitado distinto de él mismo, y siempre en la compañía de Lucius. Por eso aquella sencilla habitación –en comparativa con el resto de la casa- era utilizada como despacho y almacén de documentos de interés para las actividades de los mortífagos. Severus lo había averiguado aún antes de cambiar de bando, y precisamente desde su traición jamás rechazaba la posibilidad de entrar allí.
Ya conocía el precio.
Pero la pasada noche sólo había hecho uso de la cama y para su propio descanso. Tendría que agradecer a Lucius su hospitalidad, esta vez de manera sincera. Realmente no habría sabido que hacer si Malfoy no le hubiera recogido, y por el contrario se hubiera despertado en la mansión de Lord Voldemort con Rosier a su lado siendo torturado.
Se hubiera vuelto loco...
Severus mordió sus labios con fuerza, y se obligo a actuar y no pensar. Por ahora no valía la pena.
Se levantó con lentitud de la cama, temblando, y fue hasta el pequeño baño. La cabeza le estallaba y le cuerpo aún le dolía, pero eso no era nada después de lo que había sufrido. Realmente Dumbledore y esa medimaga Figgs habían obrado un milagro con él. Jamás había padecido una Cruciatus tan intensa y duradera como la de Strauss, y cuyos efectos se desvaneciesen en apenas un día. Bien, quizás no del todo desparecidos, pero sí muy aligerados. Snape sabía que aquel dolor plano que palpitaba bajo su piel tardaría bastante en marchar. Pero era soportable... y no demasiado nuevo. Y su hombro y su pecho estaban también bastante curados. No podía quejarse.
Se metió en la bañera, y abrió el grifo de agua fría. Aquello le ayudó a despertar y aclarar su mente. Por fin tuvo un recuerdo claro de todo lo que había ocurrido desde el sábado al anochecer, cuando precisamente había estado en aquella mansión y en aquel cuarto. Casi de manera inconsciente empezó a ordenar su mente.
Su primera preocupación era Rosier. Tenía que encontrarle... pero eso no sería fácil. Quizás... quizás el Señor Tenebroso lo mantenía en su poder: en ese caso tendría que esperar hasta la siguiente convocatoria, y eso podía tardar de una semana a quince días. El corazón se estrujó en su pecho de sólo imaginar la espera, pero poco más podía hacer. No sabía donde Evan vivía, ni siquiera en qué trabajaba. Quizás podía preguntar a Lucius: éste parecía tener oídos en todos los lugares.
No es que él fuera a recriminárselo, por supuesto...
Severus suspiró, mientras enjabonaba su pelo negro, y comenzaba a frotarlo con fuerza. Olió con desagrado el aroma a frambuesa del champú, ese gel no iba a ayudar mucho con la grasa de su cabello. Pero Lucius era tan adicto a tener cosas inútiles... Se aclaró con rapidez, mientras seguía cavilando.
¿Podría preguntar sin levantar sospechas...? Al fin y al cabo, nunca antes había demostrado el menos interés por Rosier... en realidad por ninguno de sus compañeros. Él era siempre muy cuidadoso con eso. E interesarse ahora por la suerte de uno que además era sospechoso de traición...
Entonces todas las campanas de la mente bien entrenada de Snape repiquetearon a la vez.
Un sospechoso de traición, un... un espía... Estaba olvidando algo... ¡Claro! Las palabras de Malfoy volvieron claras a su cabeza: "Rosier quedó a sus pies, Sev... Junto con el nuevo recluta, el espía Griffyndor"...
¡¡¡¡¿¿¿¿ Un espía Griffyndor...????!!!!
¡Un espía en el lado de Dumblendore!!!! ¡¡Eso tenía que advertirlo!!!! Realmente el pensamiento era desconcertante: ¿uno de los amados, leales y nobles Griffyndor sirviendo a Voldemort? Pero bien, él era una de las retorcidas y malvadas serpientes Slytherin, y ahí estaba sirviendo al Director de Hogwarts.
De todos modos, avisar de la presencia de un traidor no serviría de mucho, tenía que enterarse de *quién* era... Si Lucius había logrado averiguar que el Señor Tenebroso había conseguido un espía dentro del círculo de Dumbledore, y que éste además perteneció a la Casa de Griffyndor; muy bien podría haberse enterado de su nombre y apellidos.
El mero pensamiento enviaba estremecimientos por toda su espalda. Toda la situación era horriblemente idéntica a la suya, como si alguien hubiera querido imitar su destino y seguir sus pasos fielmente como el reflejo de un espejo jocoso. Y ahora ese espía Griffyndor, al igual que él mismo, vivía bajo la certeza de la sospecha, una auténtica espada de Damocles que aguardaba tras la primera esquina. Severus no pudo evitar compadecer entonces al pobre desgraciado que ocupaba su mismo lugar al otro lado del tablero. No habría fortuna ni perdón para ellos. Quizás ni siquiera la posibilidad de sobrevivir.
Severus acabó de asearse el cuerpo y aclararse, y salió raudo de la bañera. Se dirigió a la silla donde antes de entrar había visto unas ropas pulcramente dobladas: prendas que Lucius había dispuesto sin duda para él. El ángel rubio tenía la fastidiosa manía de arruinar sus vestimentas en las prisas de la pasión, así que había tomado por costumbre guardar en el armario repuestos de su talla para después.
Desde luego, la calidad de éstos era muy superior a la que Severus podía permitirse con su módico sueldo... Y el joven Malfoy tenía buen gusto agasajando a su puta particular. Si bien Severus no los agradecía, tampoco los rechazaba.
Esta vez sin embargo miró preocupado buscando su túnica usada: había guardado el anillo que le diera la aurora Figgs en el bolsillo de ésta, junto a su varita. Por un momento lo imaginó perdido en el cesto de la ropa sucia, arrojado a quién sabe donde por Dobby, el insoportable elfo domestico de los Malfoy.
O peor aún, caído al suelo cuando se había desmayado en la Mansión de Voldemort... Sin duda éste descubriría que era un traslador, y podría cazar a su gusto a la aurora Arabella, a parte de señalarle con claridad como el traidor que era... Aquello fue suficiente para acelerar su pulso al triple, y por un momento su cobardía le ofreció la imagen de Rosier a su lado: el Señor Tenebroso podía creer que justo se le había caído a *él*. Pero aquella excusa era demasiado ruin, y se mordió el labio inferior con fuerza hasta hacerlo sangrar, como un castigo inconsciente por su propia mezquindad.
Entonces todos sus terrores se evaporaron: sobre la mesita de noche reconoció el susodicho anillo, junto con su varita y otras pertenencias que Mafoy debía haber encontrado en sus bolsillos. Aún desnudo y goteando fue hasta él y lo tomó en su mano, y se sintió confortado por su peso y calidez, aunque no le abandonó cierto regusto de culpabilidad por sus bajos pensamientos.
Suspiró de nuevo mientras lo depositaba en la mesa, y miraba los otros objetos. Allí estaban también unos cuantos sickles y par de knuts, y una apagada cadenita de plata de lirio azul –para testar la nueva poción levanta-brillos- que le había dado su jefe el señor Asthur la mañana del sábado, justo antes de marchar. Precisamente para que hiciera las pruebas hoy lunes a primera hora.
-Divino... –murmuró con sarcasmo para sí mismo. La luz en la habitación ya era considerable, y miró por primera vez el reloj de la mesilla. "En el trabajo...", podía leerse. Así que ya debían haber pasado las ocho... Se vistió con rapidez, esperando que su rostro y ademanes cansados pudieran servir de explicación para su retraso.
Podía alegar que estaba enfermo... No era del todo verdad, pero tampoco mentira. Severus sabía que sus cada vez más frecuentes recaídas de salud no eran del agrado de sus jefes por encima de su inmediato superior, en especial de la señorita Thachers, la coordinadora de la empresa en Londres, y jefaza en los laboratorios de la capital. La buena mujer andaba los setenta, y si bien no era vieja para los estándares de larga longevidad bruja, tampoco encajaba bien en el término "señorita", otorgado dada su soltería. No merecía el diminutivo "ita" de ninguna manera: Olivia Thachers era una bruja enorme y fondona de genio fuerte y maneras un tanto despóticas, que sin duda habían espantado a cualquier brujo seducido por su apellido de buena familia –sangre pura, por supuesto- y la rentable empresa cuya mitad exacta iba a heredar.
Severus no negaba su talento para mandar y dirigir unos laboratorios que habían duplicado por dos su productividad; pero su cuerpo redondo cual globo hinchado, su humor irascible y su desprecio hacia todo empleado que estuviera por debajo a más de quince años su edad, la habían ganado el mote de "la ballena asesina" en las conversaciones que mantenía con su jefe inmediato, el señor Asthur.
Y la ballena asesina odiaba la impuntualidad.
Él mismo también, pero había ocasiones en las que simplemente no se podía evitar, y esto era algo que no encajaba bien en la rígida maquinaría del cerebro de la señorita Thachers. Tampoco encajaba bien que Severus fuese tan hábil con las pociones.
Ella quería empleados competentes, pero no demasiado listos. Al fin y al cabo aquella era una empresa de pociones limpiadoras: no se trataba de patentar milagros usando *su* laboratorio. Aceptaba a Eliot Asthur porque sabía que en el fondo su habilidad no sobrepasaba la etiqueta de "buena", pero él era un Snape.
Severus odiaba la manera en que ella pronunciaba su apellido.
Su padre, César Snape Bustroll, había sido el Maestro en Pociones más joven de los últimos novecientos cincuenta y siete años -tiempo que abarcaba el registro- habiendo logrado su título con treinta y cuatro años cuando la media rondaba los ochenta. Ella había probado suerte, por supuesto, pero la nota había sido tan desastrosa que no lo había vuelto a intentar. Y ahí tenía al hijo del Maestro, contratado por Asthur –ella nunca habría cometido semejante error- y actualmente estudiando para los Exámenes con sus escasos veinte años, mientras elaboraba pociones de complejidad dos en un baremo de diez. Y encima el jovencito se permitía el lujo de retrasarse y faltar días por estar enfermo... "¡Cómo si su laboratorio pudiera permitirse migrañas de última hora!"
Cuando Severus la oía decir eso deseaba con todas sus fuerzas poder explicar *a qué* se debían exactamente sus migrañas. Pero la suya era una posición ingrata: todo esfuerzos y sufrimientos y apenas recompensas. Tan sólo la paz moral de saberse en el lado del Bien... De saber que lo que ahora hacía era provechoso y de algún modo, aún si era lentamente, compensaba todas las atrocidades que había cometido.
Poder perdonarse así mismo... Esa era la recompensa, aunque aún quedara mucho para ello. "Éxitos" como los de ese fin de semana, donde había estado a punto de perderlo todo por nada, no alentaban mucho esa creencia.
Pero al menos había comenzado a estudiar para los Exámenes de Maestro en Pociones. Dumbledore prácticamente se lo había ordenado; ¿cómo lo había denominado... terapia para su estrés y una manera de labrarse un futuro? Como si él tuviera mucho futuro, espiando a Lord Voldemort... Severus obvió ese amargo pensamiento: con esa decisión también había hecho muy feliz al señor Asthur.
Desde entonces su jefe se había volcado como nunca en él: se preocupaba por el desarrollo de sus estudios, tutoraba sus progresos –aunque muy pronto había sido evidente que Severus sabía más que él- y le animaba en todo momento y ante cualquier dificultad. Se mostraba también muy atento a sus estados de ánimo, y por supuesto a su salud cada vez más débil. Aún a pesar de las eventuales regañinas, siempre le disculpaba, y a menudo le ofrecía días libres para estudiar y descansar.
A Severus la actitud de su jefe le desconcertaba, aunque en el fondo de su corazón disfrutaba de su eterna comprensión y se lo agradecía. A veces le recordaba tanto a Dumbledore...
Severus terminó entonces de abrochar los botones de sus ropas, y decidió que era el momento de bajar a desayunar, y rezar por encontrar a Malfoy. Tenía preguntas que hacer.
Guardó todo en los bolsillos de su nueva túnica, y por último tomó su vieja varita de madera de sauce. La miró con cariño: era la varita que había comprado a los once años, justo antes de entrar en Hogwarts. Lo que ella simbolizaba era algo muy importante, una lección que con el tiempo había olvidado pero que ahora estaba firmemente grabada en su corazón, traída al presente por la influencia inestimable de Dumbledore.
Recordaba perfectamente el día en que la compró. Era, por supuesto, el día que había ido junto con su madre –en aquellos tiempos aún "madre" en vez de madrastra- al callejón Diagon, la carta de Hogwarts en sus manos. Cuando la nota había llegado a su casa a mediados de junio, el pequeño Severus se había sentido muy excitado: ¡una carta para él! Hasta entonces nadie en su casa había mencionado nunca la existencia del colegio Hogwarts de Magia y Brujería, y de hecho abandonar el hogar para estudiar era impensable para él. Para esas lides sus padres habían contratado a un hombrecillo enjuto llamado Morrigan que había sido su maestro particular desde los cuatro años. Siempre, de lunes a jueves, de ocho a once de la mañana sin fallar jamás.
Severus tenía sentimientos contradictorios respecto a su profesor. Al principio le había temido, pero pronto comprendió que el hombre no era tan cruel como su madre, o tan indiferente como su padre. Era tan sólo... impenetrable. Ahora le era difícil discernir cuanta de su influencia había quedado en su carácter, pero de alguna manera ambos habían atravesado sus muchas barreras y llegado a un entendimiento.
Por otro lado, a Severus le gustaba muchísimo aprender: era la posibilidad más "divertida" a su alcance. Le estaba prohibido jugar dentro de la casona –hacía ruido- y a menudo su madre le prohibía salir. Severus se aburría enormemente, y deambulaba por los pasillos como un fantasma. El profesor Morrigan pronto se dio cuenta de esto, y le atiborraba a deberes. Se suponía que sólo debía enseñarle a leer y escribir, matemáticas, modales, y ese tipo de cosas que un niño de once años pudiera necesitar al llegar a Hogwarts, pero Morrigan había ido más allá. Le había enseñado Historia del Mundo Mágico y Aritmancia, y le había ayudado a comprender los libros de Pociones y Encantamientos que el pequeño había encontrado en su casa. Incluso a veces le permitía su varita para hacer intentos.
Pero nunca, nunca jamás... su profesor le había hablado de Hogwarts.
Así que cuando la carta llegó, Severus había estado lleno de interrogantes. Su padre, como de normal, le había mirado con sus ojos celestes y vacíos, y había guardado silencio. Por un momento Severus había creído ver una sonrisa aflorar a sus labios, pero ésta se había desvanecido casi de inmediato. La reacción de su madre, sin embargo, fue notoria: dejó lentamente sobre la mesa la servilleta con la que limpiaba sus comisuras cuando la carta arribó y él la leyó en alto; se incorporó de la mesa con igual lentitud, y tomando su plato aún lleno lo arrojó contra la pared, los ojos fríos de ira. Severus había notado el aire desplazarse cuando el plato y sus contenidos pasaron a la altura de su cabeza a la derecha, y entonces soltó el aliento que sin saber había retenido en sus pulmones. Estaba anonadado: su madre no solía hacer demostraciones físicas de su furia, y aquello le asustó muchísimo. Sin duda ser admitido en ese Colegio era muy mala cosa.
Tuvo que esperar a la mañana siguiente a que Morrigan le explicase exactamente su gran suerte. El buen hombre, que tras tantos años había tomado afecto a su aplicado alumno, se mostró sorprendido por la reacción de la señora Snape, pero entonces el brujo ya se había percatado del odio innatural que parecía profesar la madre por el hijo.
Ahora Severus entendía que aquella carta había sido como una estacada para ella en su corazón: la carta que debió recibir *su* hijo César, y no el pequeño impostor que se sentaba a su mesa; había sido la confirmación de su fallo, y el triunfo de lo que ella había considerado casi una herejía. Severus a veces se preguntaba que debió pensar su profesor, porque éste, como siempre, escondió la inicial sorpresa bajo su habitual severidad, y pasó a explicarle la lección del día.
Más tarde, no obstante, había sido necesario ir al callejón Diagon a comprar los libros y todos los utensilios que necesitaba. Severus había deseado fervientemente ir con Morrigan, dado que el humor de su madre con él por aquellos días era simplemente espantoso, pero finalmente ésta le acompañó. Por supuesto, su padre quedaba fuera de discusión.
Ambos habían viajado mediante polvos flú. Aquella era la primera vez que Severus los usaba, y que de hecho marchaba tan lejos: ni más ni menos que a la capital, Londres. El niño sentía su estómago retorcerse con la tensión y la curiosidad intensa, y ni siquiera la presencia aborrecida de su madre –madrastra- a su lado podía enfriar el anhelo por el viaje.
La mujer fue primero, y en un revuelo de chipas verdes desapareció de la chimenea. Después fue él, y dispuesto a llegar sin retraso, gritó con todas sus fuerzas: "¡Al callejón Diagon...!" A segundo siguiente estaba saliendo de una pequeña chimenea situada en la esquina de un edificio de ladrillo que se abría a una gran espacio lleno de gente.
Aquella era la primera vez que Severus paseaba por una calle que pudiera considerarse "de ciudad": sus más lejanas incursiones a sus once años habían consistido en bajar al pueblo cercano junto con su profesor. Por ello, el niño miraba con los ojos negros brillantes como estrellas.
Magos y brujas al cual más extravagantes pasaban a su lado a toda prisa, cada cual ocupado con sus asuntos, y siguió casi embotado a su madre, absolutamente fascinado. Las tiendas a ambos lados eran variopintas, y Severus podía ver en sus escaparates todo tipo de artículos: escobas de todas las velocidades cuyas últimas novedades se mostraban en preciosas plataformas, calderos brillantes junto a cientos de tarros –esto le recordó mucho al laboratorio de sus padres-, plumas y rollos de pergamino, cachivaches que jamás había visto -¡Oh! ¡se leía en el cartel "artículos muggles de ocasión"!!!- , telescopios, relojes; libros, libros y más libros; muchos bares y cafeterías, muebles, candelabros y lámparas embrujadas, otra multitud de objetos cuya utilidad desconocía –eso si, todos de bellísima plata; zapatos, zurrones, capas y túnicas hechas a medida, ropajes magos de fiesta, cuchillos encantados, telescopios y mapas lunares, artículos de broma, dulces de colores, lechuzas... ¡¿lechuzas?!
-¡Ohhh!!!-murmuró Severus, deteniéndose en el acto.-¡Lechuzas!!!- Sin prestar atención a su madre, que avanzaba delante de él, corrió hacia la tienda llamada "El Emporio de la Lechuza" y allí pegó su ya considerable nariz al sucio cristal del escaparate. Desde allí podían verse tres preciosas lechuzas –las que en un principio habían llamado su atención- cada cual más hermosa: una blanca como la nieve recién caída, otra gris como el cielo nublado, y la otra dorada como una hoja de otoño. La mente de Severus volaba idealizando a las aves: realmente le encantaban. En su casa sólo tenían al viejo Golum, el antipático cuervo negro de su madre; pero su profesor Morrigan tenía una linda lechuza color ámbar llamada Rivendel. Y Rivendel era siempre cariñosa con Severus, y el pequeño la idolatraba hasta el punto de guardar sus postres para compartirlos con el ave.
Severus deseó entonces poder tener una lechuza para sí. Al fin y al cabo, iba a ingresar en el Colegio Hogwarts, y allí pasaría todo el año excepto las vacaciones y Navidad... Y las lechuzas eran muy útiles para llevar correo que sin duda necesitaría enviar. Aquello le hizo fruncir el ceño: sin duda sus padres podían pasar muy bien sin saber nada de él, más o menos era la tónica diaria, pero, pero... ¡pero no su profesor! Severus se agarró a esa esperanza para armarse de valor y entrar en la oscura tienda. Allí no sólo estaban las tres magníficas lechuzas del escaparate, sino muchas más en jaulas y columpios distribuidos por todo el lugar. Había también a ras del suelo grandes jaulas con gatos de todas las razas y colores, y también ranas, lagartijas, un par de salamandras, y ardillas y ratas de campo. Al lado del mostrador Severus vio dos cuervos relucientes, y un enorme buho sumido en el más placentero sueño.
-¿En qué puedgo ayudargte...?
La voz gangosa sobresaltó a Severus, que se encontró cara a cara con la mujer más anciana que jamás había visto. Su rostro estaba surcado por innumerables arrugas, y en lo más profundo de las cuencas vibraban dos ojillos verdes y vivarachos. Sonrió.
-¿Estás busgcando una masgcota, hummm? Para tu primerg curgso en Hogwargs, seguro...
Severus asintió, emocionado. –Quiero una lechuza.-anunció lleno de ilusión.
-¡Ohgg, bien...! A verg... La anciana comenzó a desplazarse entre las pajareras.- ¿De que colorg...
-¡SEVERUS...!
El pequeño se volvió hacia la entrada, donde la silueta de su madre se recortaba amenazante contra la claridad del exterior. Severus percibió que la mujer tenía las manos fuertemente apretadas en puños, y permaneció por un segundo rígida en el umbral. Aquello envió una ola de pánico por toda su columna. No le dio tiempo sin embargo a pensar nada más. Al segundo siguiente la mujer estaba delante suyo y le cruzó la cara con un movimiento rápido y duro, tan fuerte que le envió al suelo junto con las jaulas de los gatos.
Severus sintió la sangre latir en sus oídos, la mejilla le ardía y sus ojos se llenaron de lágrimas. Podía escuchar sin embargo la respiración enrabietada de su madre, como una locomotora.
-Niño imbécil... –murmuraba entre dientes – ...como se atreve a desparecer y entrar en una tienda sin mi permiso...
-¡Señorga...!!! El niño no... –La anciana estaba de pronto a su lado, ayudándole a levantarse.
-¡CÁLLESE...!-gritó su madre sin contemplaciones.
-Pergo...
-Silencio... –susurró la mujer usando su voz más peligrosa. –No se atreva a defender a ese bastardo...
Había tal veneno inyectado en sus palabras que la anciana se separó de inmediato de él, como si tuviera miedo de tocarle. Severus se sentía aún mareado por el golpe, y sobretodo humillado como nunca antes. Deseó con fuerza desaparecer de allí, o mejor que a ella se la tragara la tierra. Por un momento pensó que la odiaba.
Su madre le tomó con violencia del brazo, y zarandeándole le sacó de la tienda. -Y encima llorando como un cobarde... –siseó.
Severus se sorbió los mocos, y trató de secarse las lágrimas que corrían por su carita enrojecida. Ella le tomó rudamente por los hombros, y lo enfrentó a su rostro. Sus ojos negros ardían de furia y desprecio, y sus labios rojos se curvaron en una horrible sonrisa.
-¿Te crees muy mayor, eh? –murmuró en voz muy baja, y sin embargo perfectamente audible por él – Capaz de entrar tú solito en las tiendas y comprar tus estúpidos caprichos con el dinero que duramente ganamos tu padre y yo, ¿verdad? ¡Muy bien! –ella le sacudió de nuevo, y casi le arrojó la bolsa de dinero que llevaba en la cara. Varios transeúntes les dirigieron miradas curiosas. -¡Muy bien! Miserable rata, ¡aquí tienes! –le colocó la carta de Hogwarts en la mano. -¡Cómpralo tú todo! Pero... -ella le agarró entonces de nuevo por los brazos, apretándole hasta hacerle daño. Severus imaginó que por la noche habría unas lindas marcas dejadas allí. Después los ojos de su madre brillaron cuando empleó el tono más amenazante de su repertorio. – ...Pero NO se te OCURRA... comprar NADA... FUERA... de la LISTA... ¡O te juro que la bofetada de antes será una caricia comparado con todo lo que te haré!!!- La voz se había transformado casi en un silbido, y Severus pensó en serpientes y culebras. Asintió en silencio.
-Bien –aceptó ella, incorporándose. Te espero dentro de dos horas en "El Caldero Chorreante." Ni un minuto más, Severus, o te quedarás aquí para siempre. Quiero el recibo de TODAS las compras, y créeme si te digo que de la bolsa que te he dado me conozco hasta el último knut. Atrévete a engañarme, y desearás no haber nacido... Y cómpralo TODO, porque no volveremos más. Si te dejas algo, irás sin ello a Hogwarts.- Hubo un momento de silencio antes de que ella gritara. -¡Vamos, CORRE!
Severus no se lo pensó dos veces. Echó a correr como si en ello le fuera la vida, lo cual no era del todo desacertado. Corrió y corrió y corrió hasta que el flato casi le dobló sin respiración, la cara enrojecida y chorreando sudor. Cuando miró atrás se dio cuenta que debía haber dejado a su madre muy al fondo, y no pudo evitar suspirar aliviado. Aún estaba sorprendido y humillado por el trato cruel de la mujer, pero al menos ella no podría aterrorizarle en las siguientes dos horas. Entonces miró hacia delante y se encontró con un edificio más alto que el resto, y tan blanco que parecía brillar con luz propia. Severus se acercó a las impresionantes puertas de bronce, custodiadas por un gnomo centinela. Era la primera vez que veía un gnomo, pero lo reconoció por las fotos que había visto en libros.
Sin duda aquello era Gringotts, el famoso banco.
Morrigan le había hablado de él: uno de los lugares más inexpugnables del planeta. Severus reprimió su deseo de entrar dentro a curiosear, recordando las advertencias de su madre. Mejor primero comprar todo lo que necesitaba, y si le sobraba tiempo ya exploraría a placer.
Volvió sobre sus pasos con la carta en la mano, y decidió empezar por el uniforme. Entró aleatoriamente en una tienda llamada "Mister Hollow, harapos finos", pero el dueño, un señor calvo y de enorme bigote, le miró con desprecio y le anunció que allí no hacían túnicas de trabajo, y menos a un precio que él pudiera pagar. Sin embargo, fue lo suficiente amable para indicarle una tienda dos manzanas más abajo; una llamada "Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones". Cuando Severus entró estaba muy nervioso. Le recibió una bruja regordeta y sonriente, que mirando la carta de Hogwarts asintió encantada.
-¡Oh, sí! ¡Ven, pequeño! No eres el primer ni el último alumno del Colegio que consigue aquí sus uniformes.
La mujer le llevó más adentro, y le subió a un escabel. Después le lanzó una túnica negra y comenzó a tomarle el largo.
A los dos minutos llegó otro chico. Éste parecía muy tímido, y le miró de reojo. Fue tratado como él, y pronto ambos permanecían rígidos como estatuas mientras las brujas cosían sus uniformes. Severus le observó lleno de curiosidad: era el primer niño de su edad que veía; no, no, eso no era cierto, había visto niños en el pueblo muggle... Éste era el primer niño mago. Supuso que también iría a Hogwarts, y quizás a su mismo curso. Armándose de valor decidió preguntar.
-Errrr... ¿Vas... vas a ir a Hogwarts?
El niño le miró con unos enormes ojos dorados como nueces, el flequillo del mismo color ocultando casi sus cejas. Asintió con rapidez.
-Y vas... ¿vas a primero?
El niño de nuevo asintió, y Severus sintió un golpe de emoción. ¡Este chico sería su compañero!
-Uhh... yo... yo también... Me... me llamo Severus Snape.
El niño por un momento sólo le miró, y Severus se preguntó si sabría hablar. Entonces el chico rompió en una preciosa sonrisa.
-Remus Lupin...
Severus mostró a su vez una tímida sonrisa, sintiéndose un poco raro. No estaba muy acostumbrado a esa emoción, pero le gustaba. Pensó que ese chico le gustaba también, y que quizás serían amigos en Hogwarts. ¡Por fin tendría un amigo!
Madame Malkin terminó entonces de arreglar su capa, y con un movimiento de varita la dobló sobre su montón.
-Bueno, jovencito. Ya está. Las tres túnicas de trabajo, el gorro y la capa. Los guantes puedes comprarlos en "Lucrecia & Lucros", son baratos pero muy resistentes, y de buena calidad.
Severus aprovechó entonces para pedirle consejo sobre donde comprar el resto de las cosas; le dio las gracias y pagó las prendas. Entonces se volvió al muchacho, que justo entonces bajaba del escabel con su capa, y susurró:
-Nos veremos en Hogwarts...
-Sí... –musitó éste sonriéndole de nuevo, mientras le despedía con la mano.
Severus le imitó, y salió de la tienda sintiéndose contento como no había estado en años.
Gracias a la ayuda de Madame Malkin Severus pudo realizar sus comprar con relativa facilidad, aunque el tiempo pasó volando. Al final sólo le quedaba por comprar la varita. El niño sintió su corazón latir con fuerza, había deseado tanto tener una varita propia... Por fin sus deseos se harían realidad.
Así que se acercó a la tienda que la bruja le había recomendado, aunque en realidad era la única en todo Londres. Severus se sorprendió al verla: su fachada a la calle era bastante estrecha y parecía en mal estado, y sobre la puerta, en letras doradas, se leía: "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C." Severus penetró adentro y se encontró con una habitación vacía, cuyas paredes habían sido sustituidas por estanterías donde se apilaban cajas hasta el techo. Había una puerta que daba a un largo pasillo, cuyas paredes eran también estanterías. Severus supuso que allí debía de haber miles de varitas, por lo menos. O quizás cientos de miles. Al entrar había sonado una campanilla al fondo, y pronto apareció un anciano por la puerta. Este le miró y Severus pensó instintivamente en un gato: los ojos claros del mago parecían brillar en la penumbra del lugar.
-Ahh... tú eres... Severus Snape, sí señor.
Severus le miró muy sorprendido de que le conociera: estaba seguro de que jamás había visto a ese abuelo en su vida. Pero éste siguió hablando con toda familiaridad.
-...Tú eres el hijo de César Snape Bustroll... sí... me acuerdo de tu padre, un mago de gran poder, y todo un prodigio de las Pociones, si mal no recuerdo. Para realizar pociones las varitas no son muy importantes, pero a menudo sí necesarias. Y la varita que escogió pertenecer a tu padre era muy buena para eso: Veintisiete centímetros, madera de arce, con escamas de pez ángel. Muy ligera. Sí, esa fue la varita que compró para hacer el examen de Maestro en Pociones.
Severus asintió, y entonces cerró la boca que sin saber mantenía abierta por la sorpresa.
El señor Ollivander le sonrió con amabilidad.
-Bueno, vamos allá. ¿Eres diestro o zurdo?
Severus sabía escribir con ambas manos por igual, y así se lo dijo al señor.
-¡Ohh! –respondió éste, mirándole de pronto con ojos penetrantes como lunas. –La gente ambidiestra suele ser hábil en psicosis.
-¿Psicosis?
-Ajá... capacidad de usar magia sin varita...
Severus pestañeó asombrado, nunca se le había ocurrido que eso fuera posible. Pero el anciano seguía hablando.
-De todas maneras, debes elegir con que brazo quieres manejarla... Con el que te sientas más cómodo, Severus.
Éste elevó la mano derecha: las escasas ocasiones en las que el profesor Morrigan le prestaba su varita la había cogido con ese brazo, de la misma manera que lo hacía éste. Supuso que así ya estaría un poco más acostumbrado.
Entonces el mago le midió la longitud del brazo, y luego la cinta métrica por sí sola empezó a tomar las más absurdas medidas de su cuerpo, mientras Ollivander le explicaba que la varita siempre escogía al mago y no a la inversa, que sus varitas eran todas diferentes, y que nunca obtendría los mismos resultados con la varita de otro mago. Cuando la varita acabó, el anciano comenzó a revolotear entre las cientos de cajas. Sacó una, y se acercó a él.
-Toma ésta: roble, veintiséis centímetros, pelo de unicornio. Firme y bonita. Cógela y agítala.
Severus obedeció, pero el señor se la quitó de inmediato.
-Humm... no..no... A ver… -Volvió de su breve búsqueda con dos cajas bajo el brazo. Abrió la primera. –Arce y pluma de fénix, treinta centímetros y cuarto. Flexible.
Severus hizo un bucle, y unas horribles chispas verdes saltaron.
-¡¡No, no!! –el anciano de nuevo se la quitó. –Mira ésta: caoba, polvo de cuerno de unicornio, veintinueve centímetros y medio. Elástica.
Antes de elevar el brazo el señor Ollivander de nuevo se la quitó, ofreciéndole otra con una sonrisa extraña. –Acebo, pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible. Una rara combinación.
Severus la tomó, pero de nuevo le fue arrebatada.
-Claro, claro –murmuraba el anciano. –No podía ser...
Severus frunció el ceño sintiéndose un tanto perdido. En ritual continuó y continuó, y las cajas de varitas probadas empezaron a amontonarse en el suelo. Severus comenzó a impacientarse por la hora: cuando había entrado allí sólo faltaban veinte minutos para el plazo de dos horas dado por su madre. Había estado tranquilo porque no pensó que comprar una varita sería tan lento, pero ahora la preocupación estaba haciendo mella. El Caldero Chorreante estaba relativamente lejos de allí, y su madre era capaz de marcharse y abandonarle...
Severus no quería creerlo posible, pero... ¿quién sabía? Ella le odiaba... El pensamiento trajo el familiar dolor a su corazón, y por un momento Severus se perdió en el sentimiento. Cuando enfocó su vista de vuelta a la realidad le señor Ollivander le miraba de manera pensativa, con aquellas pupilas luminosas atravesando su cabeza. Severus pensó que podía leer su mente, y se ruborizó.
-Severus... prueba ésta. –El anciano le sonrió mientras le tendía una varita de color claro, y de tacto muy suave. –Otra rareza: madera de sauce, y nervio de corazón de dragón con un filamento de pluma de fénix. Treinta y dos centímetros, muy elástica.
El niño la alzó sintiéndola cálida bajo las yemas, y trazó con ella un arco en el aire polvoriento. Una miriada de chispas doradas y azules estallaron en todo el recorrido, y luces de colores quedaron ahí varios momentos después.
-¡Muy bien, muy bien! Que curioso, sí...
Ollivander tomó entonces su varita, y la metió en su caja, embalándola en papel verde oscuro. –Que curioso, sí... –murmuraba.
-¿Curioso por qué, señor? –preguntó Severus casi sin pensar.
-¡Oh! Porque... porque la varita que te he vendido no es una varita cualquiera, Severus.
El muchacho alzó una ceja, no muy satisfecho con la explicación. El anciano se permitió una carcajada, y entonces le sonrió con dulzura.
-Es por la madera, Severus... La madera de sauce es una madera pobre y de poca calidad, utilizada para embalar. Puede ser apropiada para fabricar varitas porque es también muy, muy flexible, pero de normal no es apreciada, y casi no se usa. Se dice que las varitas resultantes de esta madera son débiles... Pero tu varita en cambio tiene un corazón muy poderoso y muy peculiar: es muy raro juntar dos ingredientes mágicos tan fuertes como el dragón y el fénix en el mismo núcleo. Sin duda eso sólo es posible gracias a la flexibilidad y poca predominancia de la madera de sauce. En cierta manera, la tuya es una varita que enmascara su poder... Y éste es grande... Créeme. –El señor Ollivander le miró entonces súbitamente muy serio.
-Severus.... El exterior no es lo importante, sino el corazón interior. Si esta varita te ha elegido es que de alguna forma tú eres como ella... No lo olvides. Lo que vale de ti está dentro -le tocó el pecho, y Severus no pudo evitar contener la respiración – No el envoltorio exterior: lo que de normal sólo ve la gente. –sonrió entonces, como un afable abuelo, aunque sus ojos seguían serios. –Tu varita es muy buena para maldiciones, ¿sabías? Pero también para pociones y encantamientos de medimagia. ¡Que dos cosas tan distintas! Aunque son complementarias... Tú, Severus, tendrás que elegir para que quieres hacer valer ese corazón poderosamente oculto.
Y con esas palabras el anciano se volvió a apuntar la venta en su libro de cuentas, y Severus soltó el aire que había retenido. Pagó seis galeones de oro y diez sickles por la varita y se marchó corriendo, el corazón latiéndole alocadamente, y las palabras de Ollivander reproduciéndose en sus oídos una y otra vez.
Tú, Severus, tendrás que elegir para que quieres hacer valer ese corazón poderosamente oculto...
.....................................
¿Se refiere al corazón de la varita o al suyo propio? Ahhhh... eso lo dejo a vuestra interpretación...!!! ^^
Y bueno, aquí estamos, otro cap más... Sí, ya sé que pasa bastante poco, pero no puedo evitar perderme en los recuerdos de Severus... ahhh... es muy tentador... Y también hablar un poco del mundo diario en el que se mueve... ¿Os ha gustado la mini intervención de Lupin? ¡¡Espero que si!!!
Por cierto, ju, ju, ju... ¡¡¡no he podido evitar hacer probar a Severus la varita de Harry Potter!!! Ja, ja... era una oportunidad única... Y Ollivander me ha dado mucho juego... ^^
¡¡¡Paso a los reviews!!!!!!!!!!!!! No sabéis lo mucho que animan... Lamento que últimamente la historia se publique taaaaan lenta, pero esto yéndome de vacaciones... (el cap 10 toca dentro de 15 días, imposible antes, sorry, ¡¡¡por qué NO estoy!!!!!) En cuanto a ellos... AJAJAAAAA!!!! Veo que Voldie perve-total no ha caído tan mal como pensé... –es un tanto retorcido, pero por hacer sufrir a Sev... JO; JO... ¿pasará o no pasará???? – Eso si, aquí los que mandan son Lucios y Rosier. ¡No lo dudéis!!! El cap 10 tiene además una aparición estelar!!! SIII!!!! ¡¡¡El esperado regreso a la acción de... JO; JO, surprise!!! ¡¡¡hasta entonces!!! ^^
