Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! ¡¡los contesto al final!!!
Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás11. Reconstrucción: Evan
Es difícil pensar cuando tu corazón está hecho jirones. Y por unos momentos, Severus no se movió, no respiró, no pensó. Aquello pareció una eternidad: sólo permanecer con aquel bulto negro y borroso delante de los ojos, distorsionado por la lluvia.
Y el frío. Oh, sí, el frío dentro, muy dentro, como si le naciera en los huesos.
Lenta, y de pronto ¡que extraño!, lentamente, fue consciente del calor en sus yemas apretando con fuerza su varita de sauce; el sonido de las gotas resbalando sobre sus cabellos oscuros y grasientos, chocando contra su nariz y sus mejillas y humedeciéndole los labios entreabiertos.
Clip, clop. Clip, clop. Clip, clop…
El sonido de la lluvia en la sucia acera, el sonido de la lluvia sobre Evan Rosier.
Cliiip... cloooop...
Severus advirtió entonces el tacto lustroso, templado del anillo de la aurora Figgs. De nuevo sus dedos jugueteaban con él, como escasos momentos antes, y por un momento se planteó usarlo. Podría encararse a ella, sí, y temblando... temblando...
¿Y temblando... *qué*? ¿*qué* podría hacer...? ¿*qué* decir...!? El joven casi emitió un sonido quejumbroso, una risa diabólica en su mundo desfigurado.
¿Qué diablos podría explicar...? ¿Qué podía exigir...? Los dioses le castigaban enviándole la prueba de su futuro: un bulto oscuro y desfigurado del que sólo cabía reírse. ¿Acaso ellos esperaban algo distinto de él? ¿qué *llorase*? ¿Lloran los amigos por sus difuntos? ¿Cómo llorar, pensó Severus, cuándo es tan tentador rendirse al mensaje como si de una buena nueva se tratase?
Voy a morir...
El rostro del difunto le pareció en aquel instante muy bello, con esa belleza inhóspita que había poseído su madre enlutada, en el panteón familiar un año atrás. Y recordó que entonces tampoco había llorado, caminando bajo la misma lluvia que ahora lavaba su desgracia; para luego huir muy lejos... hasta el infierno donde se cobró una vida y se miró a un espejo y descubrió un monstruo.
Un monstruo de ojos negros y cabello negro y alma negra: él mismo.
Ahora sin embargo carecía de sentido recorrer la vieja senda: las respuestas ya estaban allí, prestas a su conocimiento y a su conciencia. ¿Y no era su viejo compañero Evan una respuesta en sí mismo? Una respuesta a su futuro, al único futuro posible para un monstruo como él.
La mano del joven abandonó entonces el anillo y se acercó al cuerpo frío; acarició la piel suave y calada, blanda como si Rosier fuera una sirena o un tritón, mientras su otra mano depositaba la varita sobre su regazo.
Severus se inclinó sobre la criatura marina anidada en su puerta y le retiró el beneficio del agua cubriéndolo con su cuerpo. Bajo su sombra se oscureció el rostro familiar -y a la vez tan extraño- hasta hacerlo desaparecer en la noche tragado por la oscuridad; pero él sabía que estaban allí los labios morados, y los imaginó con un deseo y un horror que le convulsionó varios segundos, antes de entregarse a respirar contra ellos, casi besándolos.
Fríos... Severus imaginó que estaba el fondo del océano abisal besando carne trenzada con algas, que burbujeaba y respiraba en un suave y mortal vaivén... contra su boca...
Los ojos negros se abrieron de golpe. ¡Lo había sentido!!! Severus se acercó de nuevo hasta rozar los labios y sintió sobre su mejilla un suave aliento, muy, muy débil, casi inexistente... Pero tan sólo *casi.*
Antes de saber lo que hacía buscó en el cuerpo helado la señal del pulso, y la encontró en el pecho, como un rumor quedo, desvencijado, que pronto fue ahogado por el estrépito acelerado de su propio corazón.
¡Evan Rosier estaba... estaba... VIVO!
Los siguientes acontecimientos sucedieron en un revuelo confuso de actividad que apenas dejó recuerdos tras de sí.
Severus llevó el cuerpo moribundo de su compañero adentro, y lo acostó en su cama. Abrió el viejo armario de su abuela, y deshaciendo los complejos encantamientos que protegían la apertura del último cajón tomó de allí una bolsa llena de galeones.
Sabía por experiencia que el único medimago que habitaba en el callejón Knockturn no haría preguntas, pero cobraría caro sus servicios.
En más de una ocasión le había salvado la vida a él y a otros mortífagos; el tipo socorría sin excepción a cualquiera que estuviera dispuesto a pagar el precio. Y dada la naturaleza de sus clientes, era experto en tratar maldiciones sucias, incluida la Cruciatus... por supuesto sin reportar nunca el asunto al Ministerio como la ley exigía acerca de las maldiciones Imperdonables.
El callejón Knockturn tenía sus propias normas, y todos los que vivían o trabajaban allí las obedecían.
Así que el medimago, vestido rigurosamente de luto, apenas enarcó una ceja cuando vio el cuerpo postrado de Rosier, tras acudir presto a la llamada del destartalado semisótano.
Severus se hundió en un rincón y observó con ojos vacuos el hacer del brujo, sin prestar atención. Su mente parecía haber entrado en punto muerto, incapaz de concentrarse en algo ajeno al rumor de la lluvia que se colaba por el ventanuco.
La tormenta había quedado atrás, y Severus recordó sus largos otoños en la mansión familiar, donde la lluvia parecía eterna y se alargaba días y noches y más días. Entonces, cuando se aburría de recorrer los oscuros pasillos y revolotear por la biblioteca, aplastaba su ya enorme nariz contra la ventana de su dormitorio y observaba la campiña emborronarse por los ríos de agua que surcaban el frío cristal. En tales ocasiones su mente se trasladaba más allá del paisaje verde-gris a la muy cercana costa –apenas a tres kilómetros- que sin embargo tan sólo visitara una vez en su niñez.
Al lado del pueblo se abría una pequeña ensenada; allí los niños muggles jugaban a recoger caracolas y bañarse los escasos días de calor; y los viejos se distraían pescando con cañas al anochecer. El resto de la costa era abrupta: una serie de acantilados que hendían el agitado Atlántico como la proa de un inmenso barco, y que variaban de altura hasta un máximo de casi doscientos metros.
Severus había estado con su maestro Morrigan en el pueblo, y éste, en un acto "lúdico" sin precedentes, había decidido llevarle a pasear por la ascendiente costa siguiendo el borde sinuoso de los acantilados. Era un día era verano y no llovía; sin embargo la humedad era siempre presente, en lugares tan acuciante que enlodaba el césped verdísimo. Nubes blancas y bajas cubrían el horizonte, y al caminar cerca del borde Severus sintió en su piel y en su rostro el agua que subía pulverizada desde abajo, donde las bravías olas grises se estrellaban contra la pantalla de piedra.
Cuando llegaron a la parte más alta el pequeño Severus resoplaba, y notaba el sudor enfriarse sobre su piel al contacto con la humedad que invadía el ambiente. Entonces su maestro le dio permiso para acercarse al filo, y Severus miró la línea verde esmeralda del horizonte recortada contra el cielo con una nitidez espeluznante, pues tras ella sólo había aire. Se acercó con pasos lentos, expectantes, con aquel adulto pegado a él, y muy, muy lentamente se asomó al borde.
El corazón le dio un vuelco al vislumbrar el precipicio, y el latido punzante del vértigo revolvió sus entrañas.
La sensación casi le dejó sin respiración. El vacío parecía un imán que empujara de su frágil cuerpo hacia delante, animándolo a caer y caer y caer hasta hundirse en las aguas aceradas y espumosas del océano; y el niño lo deseó con tal fuerza que casi le dolió sentir la mano enteca de Morrigan hincándose en su hombro, manteniéndolo en su lugar.
Tres sucesos resultaron de esta experiencia, tres descubrimientos de diferente importancia que habrían de marcarle para el resto de su vida.
El primero fue una honda fascinación por aquel mar que en años no volvió a ver, y que entonces se transmutó en una observación obsesiva se las superficies líquidas. Quizás buscaba el recuerdo de las olas poderosas y abultadas que su mente infantil grabó, quizás era influencia familiar o el extenso conocimiento; pero Severus podía pasar horas embelesado mirando la superficie bullente y viva de una poción fraguándose en un caldero, igual que había pasado preciosos segundos embelesado con el oleaje que se convulsionaba bajo él.
El segundo descubrimiento, más amargo, fue el del vértigo: nunca antes había volado en escoba o asomado a más altura que el segundo piso de la mansión de los Snape, y la sensación le trastornó.
Jamás superó el efecto del vértigo. Su incapacidad para volar con fluidez fue una de sus cruces en Hogwarts, una que le supuso humillación y vergüenza por ser incapaz de controlar el irracional temor; y unos celos desmesurados hacia quienes se desplazaban por las alturas como ángeles: el primero de todos James Potter.
Pero el vértigo no fue nada comparado con su tercer y último descubrimiento: el más peligroso, el más devastador.
Severus descubrió la *tentación.*
Escuchó por primera vez el canto de sirena de lo prohibido, sintió la nitidez de la muerte que se asomaba junto a él al acantilado.
Y la muerte era tentadora, y esta constatación se grabó a fuego en su alma. En Severus se despertó aquel día un fuerte deseo autodestructivo, que desencadenó pugnas estremecedoras al entrar en liza con su innato instinto de supervivencia.
Esta lucha interior, desgarradora, abandonaba su cuerpo exhausto y su mente en caos; pero nunca pudo impedir que el joven, casi de manera inconsciente, atesorara un conocimiento letal sobre los vericuetos de la muerte. Y que algo dentro de él, algo oscuro y salvaje, añorara arrojarse al vacío para acallar ese deseo de una vez por todas.
Ahora el joven Severus, agazapado en su oscura esquina, observaba el baile de la muerte con Rosier; y esa parte de él que la anhelaba la imaginó sonriendo seductora, susurrante, instándole a acabar con todo: con las dudas, con la angustia, con la culpabilidad, con el dolor, con la soledad.
Pero *ahora* no estaba solo, recapacitó. Ahora Evan Rosier estaba junto a él, luchando su propia batalla, y en algún lugar indiscernible de su pensamiento se perfiló el recuerdo de Dumbledore y su abrazo paternal, capaz de calmar el torbellino de su alma.
La Tentación estaba allí, como siempre, era el precipicio al que se asomaba su cordura. Un paso adelante, y ¡zas!, no habría vuelta atrás. Pero aunque no se vislumbrase salida, aunque no pudiera avanzar en otra dirección, siempre restaba la opción de esperar.
Y Severus supo, viendo la muerte alejarse lentamente de Rosier como en la noche del sábado se había alejado de él mismo, que *eso* era lo correcto.
Tenía que controlar su desesperación, tenía que recobrar la exigua línea de lucidez que le restaba tras su pacto con Voldemort. La Esperanza había sido siempre con él una dama burlona, esquiva cuando más la necesitaba; pero el otro camino era una senda sin regreso.
El joven se sumió en un aparente letargo, y esperó.
El tiempo pasó y pasó, las horas deslizándose perezosas entre las sombras, apenas sobresaltadas por el ir y venir del medimago, su trémulo murmullo de hechizos curativos, la rápida cocción de alguna poción sanadora a medio hacer.
Aún era de noche cuando el curandero anunció el fin de su tarea. Se cobró cien galeones, y abandonó la vivienda como huyendo de aquel triste lugar. Severus le había pagado moviéndose como un autómata, y en semejante trance se acercó a la cama y observó al joven que allí descansaba. La tez seguía siendo pálida, pero ya no poseía esa sombra azulada de los que están más fríos que calientes, y los labios y mejillas habían recuperado una tenue coloración rosacea. El pecho del enfermo subía y bajaba casi imperceptiblemente, pero el eco de su respiración era continuo y su pulso sereno.
Vivo. Evan Rosier estaba vivo, vivo como él. Y Severus se arrodilló al lado de la cama, y apoyando la cabeza en los brazos sobre el colchón, se sumió en una irregular duermevela.
Una floja luz grisacea, plomiza, resbalaba sobre la cama. Severus pestañeó ante ella, por un momento confuso acerca de cuando y donde se encontraba. Su dormitorio, reconoció; estaba en su dormitorio, aunque éste pareciera irreal y ajeno desde la perspectiva en la que se encontraba.
Evan Rosier seguía tendido, inmóvil, cuando Severus se incorporó con pasos vacilantes. El cuerpo le dolió horrorosamente, como si hubiera sido acribillado con mil alfileres cuando dormía. Sentía las piernas flojas, y apenas dio dos pasos antes de sentarse sobre la cama, mareado y dolorido.
Aquella caída repentina debió agitar a Rosier, porque éste emitió un suave quejido. Severus le ignoró, su mente de nuevo ocupada en la tenue luz y lo que ésta significaba. Saltó hacia la pequeña cómoda, y sus temores se vieron confirmados al vislumbrar el reloj.
Las nueve y media de la mañana.
¡Se había vuelto a dormir! Esta vez la señorita Thachers iba a echar fuego por la boca... Sonrió irónicamente: si ahora perdía su trabajo le iba a ser un infierno encontrar otro. No quería pensarlo. Mejor no...
-Snape...
Aquel susurro flojo atrajo toda su atención. Miró con ojos vacuos a Rosier, que había despertado. Éste tan sólo había girado la cabeza en su dirección, y tenía los ojos y los labios entreabiertos.
Estaba muy bello, a pesar de las ojeras moradas y la piel transparente, o quizás debido a ellas.
-Snape... –volvió a musitar.
Severus se encaró con él, y se sentó a su lado.
-Estás vivo.
Era un afirmación evidente, pero por unos segundos a Severus le pareció milagrosa. Se percató entonces de que su compañero estaba realmente vivo, ahí en su cama, y no supo que hacer. Evan Rosier era su amigo, pero también un mortífago. Uno que había pagado en *su* lugar por *su* traición.
-Sí... lo estoy.
La voz de Rosier era muy suave, pero firme. Sonrió levemente.
-Tú me has salvado...
Severus sintió un brote de adrenalina. No podía soportar sus agradecimientos. Era ridículo, injusto... considerando que él era la causa de su sufrimiento.
-¿Cómo supiste dónde vivía?- preguntó con voz fría, dura, cambiando el tema de conversación con lo primero que se le vino a la mente.
-¿Por qué me salvaste?
El rostro de Severus no dejó traslucir el revuelo de sentimientos que lo acosaban, y contestó impasible. –Nuestro Señor no te mató.
-No –accedió Rosier.
-Si él te dejó escapar, es que tu vida aún le es útil. No soy nadie para contravenir su parecer.
-Esperabas... ¿que muriera?
El joven convaleciente le miró con sus ojos marinos, hondos como simas. Nada parecía bullir en las profundidades, y Severus se dijo que la inexpresividad tendría que ser considerada también una característica Slytherin. Lo cierto es que tenía miedo de mostrar lo ansioso que había estado acerca de su suerte; lo mucho que había pensado en él... Eligió con cuidado sus palabras, a sabiendas de que eran mentira.
-Me es... indiferente.
-¡Oh...! –un casual suspiro. –Tengo sed.
-Te traeré agua.
Salió de la habitación con rapidez; su varita estaba abandonada en la mesa del salón-comedor. La tomó y conjuró de la cocina una jarra de agua y un vaso. Al regresar encontró a Rosier sentado sobre el colchón, mesándose las sienes.
-¿Aún te encuentras mal? –murmuró mientras le tendía el vaso de agua.
-Mhhh... Me duele un poco la cabeza.
Severus le miró por unos momentos.
-Creo que tengo algo para aliviarlo...
De nuevo marchó a la cocina, y rebuscó entre su colección de pociones. Cuando encontró el tubito que buscaba salió hacia el dormitorio, pero Rosier atravesaba el marco de la puerta y entraba en el salón con paso tembloroso.
Estaba desnudo, a excepción de unos pantalones cortos grises de algodón; y Severus sintió su boca secarse a la vista de ese cuerpo delgado pero fibroso. La sombra de la muerte no había afectado en nada las líneas rectas y suaves del joven, la flexibilidad y elegancia con la que se movía, a pesar de su inestabilidad.
-¿Qué haces? Debes permanecer acostado... –susurró paralizado, los ojos negros recorriendo sin poder evitarlo el espectáculo ante él.
-Gracias, Snape, pero me encuentro bien... –Rosier se dejó caer en una silla con suavidad, mirando a su anfitrión. -¿Tienes algo que pueda ponerme?
-¿Eh...? Si... –maldiciendo su pasmo Severus conjuró unos pantalones negros y una túnica verde oscura de su armario. Ambos eran regalo de Lucius, pero no tenía nada realmente propio en buenas condiciones para prestar.
-Quizás te queden estrechos...
Rosier asintió, pero se vistió igualmente ensanchando las prendas cuando era necesario. No preguntó por su ropa, sin duda adivinando el estado en el que se encontraba. Después aceptó la poción y la bebió de un trago sin queja. Al instante su rostro se relajó, y sonrió afablemente.
-Estoy mucho mejor...
Severus permaneció ahí, de pie, por un momento sin saber que hacer o decir. Rosier seguía mirándole, y eso hacía hervir su sangre.
-Creo que te prepararé algo de comer... –musitó huyendo a la cocina por tercera vez. Allí tomó pan y mantequilla, y crema de zanahoria que había preparado el viernes anterior. Lo descongeló a golpe de varita, y lo puso a calentar en su caldero de cocina. Preparó un café bien cargado para él. Le echó tres cucharadas de azúcar.
Cuando volvió al comedor Rosier seguía sentado en el mismo sitio, mirando distraído a algún punto oscuro de su destartalado hogar. Severus siguió su mirada y encontró suciedad en el suelo y las paredes, y ningún mueble. Su casa parecía un refugio de paso, más que el lugar donde había habitado desde que terminó Hogwarts.
-¿Por qué viniste aquí? –preguntó de nuevo mientras dejaba la comida sobre la mesa.
Rosier no respondió al momento. Untó con parsimonia la mantequilla en el pan, y luego probó la sopa.
-Deliciosa -murmuró.
El joven comió en silencio, y Severus pensó que no le iba a responder. Pero cuando había finalizado con su plato y daba cuenta de la segunda rebanada de pan, Rosier le miró fijamente.
-No tenía... otro lugar a donde ir.
Los segundos se deslizaron espesos entre ellos, mientras Severus tomaba su café.
-¿Y tu casa?
-¡Oh...! –una sonrisa de decepción cruzó su rostro. –Mi casa... Sí, podía haber ido a mi casa, pero hubiera muerto igualmente. Nadie... hubiera llamado a un medimago.
-¿Vives solo?
-... –una pausa. -No.
Aquella declaración era demasiado terrible, y permaneció tensa flotando en el aire.
-Me han echado... –aclaró el joven con una sonrisa amarga- Cuando mi padre ha sabido que Lord Voldemort sospechaba de mí... me ha echado de casa. Él también es un mortífago, ¿sabes? Supongo que debería estar contento de que él en persona no me haya matado... O quizás consideró que el honor pertenecía a nuestro Señor.
Severus hundió su mirada en la taza de café, tratando de ahogar la culpa que empezaba a ser evidente en sus ojos negros.
-Y desde luego –prosiguió Rosier con voz suave –nuestro Señor se está tomando el privilegio con calma... Creo... creo que quiere disfrutar de mi muerte ampliamente. Y usarme de muñeco de pruebas con los mortífagos de menos rango. Y como ejemplo para futuros traidores, también.
Severus no podía creer que Rosier hablara de su reciente tortura con esa calma, esa aceptación... Casi no había ni ironía en su voz.
-Supongo que por eso, ayer me dejó vivir... Quizás te recompense por haberme curado, Snape –concluyó Rosier con una enorme sonrisa.
-Parece que te dé igual vivir o morir.
-¿Tengo acaso elección...?
No, desde luego que no tienes elección.
Severus terminó su café, y rebuscó en los posos otra respuesta. Casi lamentó no haber asistido a la optativa de Adivinación en Hogwarts.
-¿Sabes dónde está... mi varita?- preguntó de pronto Rosier con su voz suave y musical.
-No.
-Oh...
-No la tenías cuando te encontré. –añadió deprisa.
Rosier murmuró algo en voz baja que su anfitrión no alcanzó a oír, mientras asentía de manera distraída.
Severus se levantó pesadamente, y recogió la mesa.
-Debes seguir durmiendo, Rosier. Necesitarás descansar para recuperarte de la Cruciatus. Te daré una poción.
-Muy bien.
El joven se levantó y volvió a la cama, obediente. Bebió el contenido morado de la botellita que Severus le ofreció, y al instante se quedó dormido.
Severus permaneció ahí, al lado de la cama, mirándole.
Realmente todo aquello era absurdo, irreal... ¿Qué había esperado? Lo cierto es que no lo sabía... Rosier se comportaba tan... placidamente... Como si nada de lo que ocurría fuera realmente con él. Esa fría determinación que había tenido en la escuela Yorkmile... ¿Dónde estaba? En aquel momento le había abrazado, le había pedido ser su amigo... había admitido que había deseado ser su amigo. Mas todo eso, ¿dónde había quedado ahora?
Severus sacudió la cabeza, sabedor de que no era justo. Él se había comportado de manera fría, desconfiada. Es normal que Rosier echase marcha atrás, se retractase de sus palabras... Quizás ni se acordase de lo que había sucedido en la Escuela de Magia Precoz, la exposición a la maldición Cruciatus siempre desorientaba a sus victimas. Pero entonces... ¿Por qué Rosier insistía en que su Señor le recompensaría por salvarle? Quizás... quizás trataba de quitar importancia a su propio agradecimiento. Al fin y al cabo, él lo había rechazado...
Severus sonrió con amargura. No podía ser de otra manera: si el joven averiguara la verdad, seguramente le despellejaría con las manos desnudas.
Lo cierto es que Voldemort sabía que tenía un traidor entre sus filas.
Misiones fáciles fallaban de manera absurda, aparecían aurores donde menos se esperaban. Las únicas misiones con éxito solían ser aquellas que eran anunciadas por sorpresa, sin dar tiempo a sus acólitos a prepararse... Sir darle tiempo a él a avisar a Dumbledore.
Y Lord Voldemort no era tonto... no lo era en absoluto. A veces se preguntaba como su pequeño juego seguía en pie, como se las ingeniaba para engañar al gran Lord día tras día.
De todas maneras la consecuencia era clara: había sido capaz *por ahora* de alejar la sospecha de él; pero ésta seguía ahí, dando vueltas en la cabeza del Brujo Negro.
¿Cómo había llegado éste a culpar a Rosier? ¿Qué motivos tendría?
Lord Voldemort debía haber pensado bien lo que hacía antes de señalar a alguien... O quizás no. Quizás había escogido a Rosier como podía haber elegido a cualquier otro, para aterrorizar así al verdadero espía. Su Señor era lo suficiente despiadado para hacer algo así.
Severus se mordió el labio inferior. Era una idea terrible... pero lo cierto es que no podía pensar en otra razón. A menos que...
...a menos que *realmente* Voldemort tuviera indicios de...
¡No, no, no puede ser!
Severus salió corriendo de la habitación, como queriendo dejar atrás sus pensamientos.
NO PUEDE SER.
Pero... ¿qué otra razón podría haber para que Voldemort sospechara de Rosier...? Si éste... era realmente un espía... Eso lo explicaría todo... Rosier había negado su culpa en Yokmile, pero él habría hecho lo mismo en su lugar.
¿Y si realmente...
Severus empezó a enredar un mechón de cabello lacio entre sus lardos dedos, mientras se desplomaba en la silla del salón donde antes se sentara su huésped.
...Y si realmente fuera un espía? ¿Cómo podría averiguarlo?
A lo mejor preguntando a Dumbledore... Pero no, no; si Rosier servía al Director de Hogwarts éste jamás le diría nada, era demasiado peligroso. Y lo mismo si era un espía del Ministerio. En tal caso, probablemente ni lo sabría el Director.
¿Y la aurora Figgs...? ¿Podría confiar en ella? Quizás por eso le había ayudado, quizás le había confundido con su propio espía... O quizás no. No era lógico que los aurores supieran de los espías del ministerio; por su trabajo tenían posibilidades de ser capturados y torturados para obtener información.
Aquello era una locura... Cuantas menos personas supieran la identidad del doble agente, más seguro estaba éste.
Y todas esas cábalas no explicaban porque Rosier se había dirigido a él, en primer lugar. ¿Por qué se había sincerado, buscando su consuelo? ¿Sabría... sabría quizás que él...? ¿Sospecharía algo...?
-¡Oh, mierda! –exclamó.
La incertidumbre le iba a volver loco... Pero no podía hacer nada por aliviarla, sólo esperar, y esperar.
.....................................
Bueno... ¡¡¡SORPRESA!!!!!!!!!!!! ¿De verdad pensasteis que iba a acabar con el pobre Rosier????? ¡¡¡aún tengo cositas reservadas para él!!!!! Pero en fin, Severus (y vostr@s) teníais que llevaros un pequeño susto... JoOjoojoOo... que malona soy.
En fin, creo que Sev se está resintiendo de todas las emociones fuertes que está acumulando en tan poco tiempo... Y no ha acabado, la verdad. Supongo que éste Severus de veinte años no es exactamente el férreo y disciplinado profesor de Pociones de Rowling, pero bueno, lo llamaré licencia de autor... Aparte de que con 20 años no se puede tener el mismo autocontrol y seguridad que con 40. De todas las maneras, aún quedan cositas que –espero- le harán ser como es. Empezando por esa cena con Lucius Malfoy esa misma noche...
¡¡¡Muchísimas gracias por los reviews!!!! Me animan muchísimo... ^^
Sakura-Corazón: ¿¿¿de verdad matar a Rosier te pareció "macabro"??? ¡¡ahhh, que felicidad!!!! Ja, ja... no me malinterpretes... Con tal de saber que no te dejó indiferente me doy por satisfecha... Y bueno, si es cierto que yo misma cuando lo escribí me pareció agridulce... pero con lo depresivo que es Severus, imaginé que al ver a Rosier ahí tirado lo primero que pensaría Sev es que estaba muerto...¡¡¡pero ya ves que no!!!! Jo, jo, jo, aún le queda...
Por cierto... ¡¡¡¡he leído tu fic!!!!!!!!!!!!! Con eso de las vacaciones lo tenía un poco olvidado... ¡¡¡has avanzado un montón!!!!!!!!!! ¡¡¡me ha encantado!!!!!!!!! Bueno, te he dejado un review!!!! ^__-
Tam: ¡¡¡holaaaa!!! Muchas gracias por escribir, en serio!!!!!!!!! Y por tus halagos, OhohohhHhooo... ^^ Bueno, me alegro mucho de que te guste la historia... Y sí, pobre Sev y pobre Rosier, porque les espera un futuro... Bueno, supongo que podría incluir a Lucius en el panorama. Ya verás. Ji, ji... ¡Veo que lo de la madrastra ha sido un éxito!!!!!!!! Yo también la estoy empezando a odiar... *___* No sé como me las he ingeniado, pero estoy construyendo un Severus absolutamente misógino... (tendré que sacarle una amiga por algún lugar... _U... )
Lina Saotome: ¡¡¡me alegro de que te haya gustado!!!! Y lo dejé ahí para crear expectación y sufrimiento, jo, jo... Pero ya ves que Rosier sigue vivo y colendo... por ahora. Ya verás...
Sybill: ¡¡¡me alegro de que me hayas dejado un review!!!! Me anima mucho a seguir escribiendo... Sólo lamento ir tan lenta. Eso si, continuará. ¿De verdad es este el primer slash que lees? Bueno, por ahora mi historia no ha ahondado mucho en la parte gráfica del asunto (esa por la cual pone n-17) pero los sentimiento son los que son... Me alegro mucho de que consideres mi fic "emocional y psicológico", yo también lo considero así, aunque creo que me paso un poco... *____* Bueno, si te gusta, ¡vale la pena!
