################################## IMPORTANTE!!!!

¡¡¡Hola a todos!!!!!!!!!! Bueno, ya veis la chafa que nos hace a todos FFnet censurando las historias N-17. Yo me he enterado tarde, así que no me permite cambiar la catalogación de este fic a R, y me obliga directamente a borrarlo. Ejemmm...

Eso tendré que hacer. ¡¡¡Pero noooo, pienso seguir escribiendo!!! Como veis, he subido la versión v.2. Es básicamente la misma (he borrado exclusivamente una línea del cap1, porque en el resto apenas hay nada más, como sabréis si lo habéis leído ¬_¬)

De todas maneras, mi historia iba dirigida a un punto "culmen" que POR SUPUESTO voy a escribir. Aunque eso si, NO podré ponerlo aquí en Ffnet. Luego aquí acabará la versión censurada, y en mi página web la versión correcta sin censurar. Pondré bien claro y grande la dirección exacta donde publicaré esta historia (y las de vosotros que queráis, vaya) en esta semana (sorry, aún tengo que hacerla).

¡GRACIAS por vuestro interés!!!!

N Snape

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Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^

Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.

Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!

Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! Y disfrutaaaaad!!!

La vuelta atrás

12. Como un juego de naipes: los mortífagos

Severus recordaba perfectamente su promesa de ir a cenar esa misma noche a la mansión de los Malfoy. El hecho de encarar a Lucius teniendo a Rosier en su cama era "bellamente inaudito", pensó con sorna; pero ahí estaba el acontecimiento, próximo a materializarse en la más pura realidad.

Evan Rosier había dormido durante toda la mañana hasta las cuatro de la tarde. El aquel tiempo Severus aprovechó para ir a la lechucería del callejón Diagon y enviar una nota a los laboratorios excusando su ausencia. Prometió recuperar el día trabajando el domingo siguiente si era preciso, y el joven rezó para que aquella muestra de buena fe fuera suficiente para conservar su trabajo.

No obtuvo respuesta.

El resto del tiempo lo pasó estudiando para su cercano examen, y cuando Rosier despertó almorzó con él, aunque ninguno de los dos comió mucho. Su viejo compañero se mantuvo callado todo el tiempo, y Severus no le presionó. No es que él adorase hacer conversación casual, de todas maneras... Tampoco tenía mucho que decir: lo único que quería saber no podía ser preguntado.

Así que a Rosier le fue dado otra dosis de poción capaz de tenerle dormido y descansando otras seis horas, y Severus continuó su estudio hasta las siete de la tarde. Entonces se bañó con parsimonia, enjabonando su pelo con fruición antes de sentirse satisfecho, y se vistió con la mejor túnica que poseía, una de las últimas ofrendas de Malfoy.

A su amante le gustaba verle con ropa cara: *su* ropa; y Severus había acabado teniendo más regalada por Lucius que comprada por él mismo. Antes aquello le había molestado, pero ahora... ahora le daba lo mismo. No es que necesitara dinero: si vendiese la mansión familiar arreglaría su economía sin problemas. Era algo que se había repetido a menudo, sobre todo cuando el exiguo sueldo en los laboratorios no le llegaba para sus más caros ingredientes de pociones. Sin embargo... no podía hacerlo.

Se sentía incapaz, impedido por alguna extraña razón que no deseaba explorar. Así que la mansión Snape seguía cerrada, tan sólo cuidada por la elfa Yumi, día tras día desde que sus padres murieron. Él podía haber abandonado su agujero en el callejón Knockturn para vivir allí, pero no era realmente una opción. Severus habría enloquecido en la enorme casona. Su espartano semisótano le ofrecía la sencillez y la impersonalidad que él deseaba, con la que él se identificaba. No necesitaba más.

Minutos más tarde se acercaba al dormitorio para echar una última ojeada a su paciente, aún dormido. Se acercó al borde de la cama, y con dedos temblorosos recorrió la angulosa mandíbula de Rosier. La piel era suave, pálida por la enfermedad, aunque Severus recordaba el saludable tono dorado que lucía tras los entrenamientos de quidicht. Trazó las hundidas mejillas, las cejas espesas y negras, mientras se preguntaba de donde habían venido esos recuerdos. Aquellos días lejanos en Hogwarts donde el tiempo se anudaba a la libertad de mirar y absorber sin explicaciones, sin trabas. Severus rememoró a Rosier volando grácil en su escoba, su cuerpo el de un desgarbado adolescente aunque musculoso por el ejercicio. Invocó el rubor en su rostro, contrastando vivamente con el verde esmeralda de sus ropas y con el azul cobalto de sus ojos marinos, brillantes. Los cabellos cortos y espesos ciñendo como una corona su frente; y bailando en el aire, en ese elemento volátil que le aceptaba como el mar acepta a los peces.

Y Severus abajo, siempre abajo, condenado a mirar y admirar el cielo y a sus elegidos como un gorrión con las alas rotas.

Se mordió los labios y retiró la mano. Evan continuó igual, ignorante de sus atenciones. Así continuaría hasta el anochecer, aunque era probable que despertase antes de su regreso, por lo que le dejó una nota y un pequeño frasco con más poción somnífera. No temía que su compañero registrase su vivienda, no había nada de valor allí. Ni siquiera los objetos guardados en el precioso tercer cajón de su armario significarían nada para Rosier... Lo mejor que podía hacer éste era dormir con la poción, manteniendo las pesadillas al margen. Era mejor prospecto que el que le aguardaba a él.

Sin más retraso salió del dormitorio y concentrándose se apareció a la entrada de la mansión Malfoy.

Era completamente de noche, y ya un intenso frío invadía el ambiente. Severus se arrebujó en su cálida y pesada capa negra, agradeciendo al menos que hubiera dejado de llover. Odiaba el final del verano: siempre agua y agua y más agua calándole hasta los huesos, idéntico al otoño que estaba ya a la vuelta de la esquina. Deseó que pronto llegase la estación invernal: la lluvia se transformaría en nieve, y el manto blanco cubriría los extensos terrenos que rodeaban la enorme mansión.

Era un paisaje que había visto a menudo, y que le llenaba de una extraña paz. Las vistas eran hermosas desde la mansión y sus jardines: los amplios pastos y bosques de caza que pertenecían a la vieja dinastía, hilados hasta perderse en el horizonte montañoso del condado de Cumberland, uno de los parajes más bellos de Inglaterra.

Nada que ver con la costa norte y empobrecida de Escocia en donde él había nacido.

Desechando esos pensamientos Severus decidió anunciar su llegada. Golpeó la enorme puerta con el llamador labrado en forma de cabeza de dragón, y un elfo doméstico salió a recibirle. Era Dobby, el sirviente personal de Lucius.

Severus sabía que había más elfos ocupándose de las cocinas y la limpieza, pero nunca los había visto. Así que siguió en silencio a la nerviosa criatura, que tomó su capa y le guió al enorme salón del cuerpo central de la mansión.

Allí cerró los ojos por un instante, deslumbrado por la luz que inundaba la instancia. Candelabros mágicos estaban desperdigados por los muebles y el suelo, junto con velas y especias aromáticas. La atmósfera dentro era sofocante, empañada por un humo espeso que desdibujaba los contornos. En el centro del gran salón había una mesa de considerable longitud, ataviada con un rico mantel y varios servicios con cubertería de plata. Y tras ella, sombras.

-¡Severus! Por fin llegaste...

Lucius estaba a su lado, impresionante con su traje de carísimo terciopelo blanco y bordados de hilos esmeralda, el cabello tan rubio enredándose perezoso por su cuello de mármol. Los ojos acerados brillaban, y tenía los labios rojos y jugosos. Sostenía una copa de vino tinto en la mano.

-... Siempre tan cortésmente puntual... Pero aquí los demás presentes se han tomado la confianza de llegar con antelación. ¡Ven, ven!

Severus se dejó guiar por su anfitrión hasta la mesa, ligeramente turbado. Había pensado que esta noche disfrutaría de una cena privada, pero aquella era toda una reunión de mortífagos. O mejor dicho, de su vieja promoción slytherin.

Mike Avery se acercó el primero, haciendo grandes aspavientos. Era un tipo bajo pero escurrido, que se movía con una blandura viscosa que podía, sin embargo, ser sorprendentemente rápida. Le abrazó antes de que Severus acertase a saltar hacia atrás, y rió con torcida picardía.

-¡Oh, Snape, siempre tan poco táctil...! Se te ve más recuperado de lo del sábado...

Severus luchó por no estremecerse ante los recuerdos, y le dirigió una mirada fulminante mientras se separaba de un empellón; ambas circunstancias perfectamente ignoradas por Avery, que ya se daba la vuelta.

Detrás se acercó Mcnair, que le saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa leve llena de aparente buena fe.

Walden Mcnair había tenido fama en Hogwarts de ser la víbora más inocua del nido de serpientes. Alto, fuerte, de cabellos color paja que oscurecían sus ojos miel; Mcnair lucía siempre una expresión soñadora que podía ser casi dulce, como si se hallase entre nubes de algodón. Pero su mayor pasatiempo era harina de otro costal.

Severus nunca había conocido a una persona más implacable con sus adversarios. Disfrutaba "cazando", como él mismo lo denominaba, y le era indiferente que su presa fuera un dragón, un hombre lobo o un muggle. Carecía de escrúpulos y ser un mortífago le facilitaba la diversión, aunque en toda otra situación fuera un tipo tranquilo y educado.

Así pues le devolvió el saludo en silencio, mientras tomaba su asiento en la mesa, justo en la esquina. La disposición de los puestos estaba más que estudiada, y representaba la sutil distinción de categorías y poderes entre ellos.

Lucius, como anfitrión, coronaba el lado estrecho de la mesa; con Severus en el primer asiento del lado largo. Muy propio de Malfoy situar a su amante cerca de él, a su derecha. Eso mostraba también la estima profesional que le tenía, su valía dentro del grupo.

A su lado estaba Mcnair –más por ser "inofensivo" a los ojos del celoso Malfoy que por otra cosa- y junto a éste Malcon Lestrange.

Lestrange le había sonreído con sus labios torcidos como bienvenida, y Severus le correspondió de igual modo.

Malcon era un tipo peligroso e impredecible, poseedor de unos ojos vacuos y perturbados y un humor seco que era mejor no decepcionar. Por supuesto el asiento contiguo lo ocupaba su novia, Cecil Clow, una muchacha de Hufflepuff que se había enamorado perdidamente de él en su segundo año, y desde entonces le había seguido como una sombra. Ella ahora lucía una expresión turbia en sus ojos verde oscuro, y compartía miradas y sonrisas de comprensión con su futuro marido. Ambos se iban a casar dentro de dos meses, y Severus, para su espanto, había sido invitado.

Cecil también le había dedicado una breve sonrisa, pero su mirada fija le desconcertaba. Ninguno de los dos le gustaba lo más mínimo.

Enfrente de Severus tomó asiento Avery, que ya charlaba con Lucius haciendo gala de su carácter extrovertido. A su derecha se sentó Nott, un joven moreno con cara de zorro y enormes gafas de montura dorada, que tenía un cerebro portentoso y una capacidad innata para la estrategia. Le saludó torciendo el gesto, antes de mirar nervioso a su alrededor, como si incluso en la mansión Malfoy temiera ser atrapado. Severus le tenía un moderado aprecio a Alan Nott, siempre inteligente, siempre prudente. Era junto a él mismo, el menos dado a los excesos sangrientos de los que tanto pecaban el resto.

A su lado se sentaron Goyle y Crabbe, dos mastodontes con cerebro de mosquito que sólo sabían ejecutar ordenes que no requiriesen pensar. Desde Hogwarts los dos iban juntos a todos los lados, y Severus supuso que si les separasen no sabrían ni andar. Su desprecio por ellos era total y absoluto.

Y justo cerrando el convite, al otro extremo de la mesa, se situó William Wilkes, un irlandés grande de cabello naranja y enorme mostacho, impecablemente diestro en transformaciones y encantamientos. Nada más terminar Hogwarts había comenzado a adiestrarse en secreto para ser un animago, pero Severus aún no había averiguado cual era su animal tótem. Hoy podría ser una buena ocasión para tratar ese tema y brindarle esa información a Dumbledore.

Entonces sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando a un gesto de Lucius la mesa se llenó de platos suculentos.

Pronto todos su compañeros se estaban sirviendo, alabando la espléndida cocina y saboreando el carísimo vino blanco que Malfoy les ofrecía.

Severus probó sus endibias con crema de queso manchego y salmón: realmente sabían exquisitas. Su cuerpo le recordó que apenas había comido en los últimos tres días, y su apetito se desató ante los manjares puestos a su alcance. Tras las endibias vinieron las cazuelas de barro con angulas, guindillas y brandy, seguidas de cordero lechal horneado en horno de piedra, con guarnición de patatas y pimiento rojo.

El joven paladeó el vino tinto de Rioja que acompañaba la carne, un Viña Ardanza reserva del 49. Sus blancas manos sostuvieron lánguidamente la copa de cristal tallado, dentro de la cual ondeaba el líquido rojo cereza, brillante, de capa acentuada. En sus labios estaba aprehendido el gusto intenso, vigoroso, fragante.

Percibió entonces la mirada de Lucius clavada en su boca húmeda, y Severus la secó con un movimiento blando de su lengua, que arrancó un suspiro apagado del rubio anfitrión.

No podía negar que se sentía con la cabeza ligera, es el vino, se amonestó; aunque los otros comensales también mantuvieran actitudes distendidas y charlaran con ligereza. Lucius estaba hablando entonces, y Severus se obligó a prestar atención.

-... así que Narcisa ha vuelto a marchar a la villa de su madre, junto con el bebé. El tiempo es más cálido allí, ya sabes, y mi Draco es aún tan pequeño...

-¡Oh, Lucius! No puedo creer que admitas que tu heredero no es lo suficientemente fuerte para pasar aquí el invierno –apuntó Avery con su usual mala fe.

-Es un Malfoy, Mike, puede permitirse el lujo de estar donde le plazca.

-De todas maneras –añadió Cecil– habría deseado poder saludar a Narcisa.

-Para hablar de la boda, ¿verdad, querida? –susurró Lestrange con voz pastosa, sin duda a causa de un exceso de Rioja en las venas.

-¡Hay tantas cosas que preparar! –se lamentó la joven- ¡Oh! Alan... Tú sabes mucho de estrategia... ¿nos ayudarás?

Nott se revolvió incomodo en su asiento, Lestrange y su novia le turbaban más que el resto de los presentes juntos. No se atrevió a negarse, sin embargo, y Severus sintió algo de pena por él.

-Por cierto, Alan... ¿Cómo va la organización de los próximos ataques? ¿hay algo grande planeado? –Wilkes se mesaba el bigote color zanahoria.

-¿Algo... como lo de Yorkmile? No –se apresuró a aclarar.

-¿Y algo como lo de Muller?

-Bueno... Hay varios nombres en la lista de objetivos. –Nott jugueteó nervioso con su servilleta- No son planes estudiados aún, pero...

-¡Venga, hombre, dilo ya! –le espetó Avery- Al menos un nombre... a modo de postre, si quieres.

Lucius rió encantado. -¡Oh, no! ¡No nos comeremos a esa basura folla-Muggles, verdad Sev?

Severus le miró en silencio, odiándole por llamarle "Sev" en público. Era la manera que tenía Molfoy de hacer saber a todos que aún era "de su propiedad".

Pero Lucius ignoró su gesto de reproche, y continuó la conversación, mientras los postres reales aparecían en la mesa.

-Vamos, Alan, Rosier no está en la mesa... nadie va a traicionar la información que nos des.

El estómago de Severus se revolvió mientras miraba su porción de mousse de frutas del bosque, bellamente dispuesta en su plato.

-Cierto... –musitó Nott –pero... ¿estás seguro de que Evan es el espía?

-Así lo cree nuestro Señor -sentenció Lestrange en un silbido afilado, retándole a llevar la contraria a Lord Voldemort.

-No creo que el... fiel Alan... sugiera algo así, Malcon- se apresuró Wilkes en salvar la situación –Probablemente es sólo curiosidad, ¿verdad?

Asustado, Nott asintió tres veces.

-Yo también estoy interesado en saber como fue descubierto. No hubiera imaginado de Evan semejante traición... –murmuró Avery en tono oscuro.

Severus también se moría por conocer porqué Evan había sido sentenciado a tan cruel destino, pero no estaba en su carácter –o fachada- mostrar interés alguno. Justo bebió de su copa como si el tema le fuera indiferente, por supuesto pendiente de cada palabra pronunciada en la mesa.

-Bueno, fue demasiado... curioso –aclaró Lucius.

-¿Curioso? -repitió Mcnair – Gran defecto en una presa...

Wilkes sonrió satisfecho -Tendimos una pequeña trampa captura espías, Walden, y... ¡voila...! ¡pescamos!

-¡Que interesante! –exclamó Cecil, apretando emocionada la mano de su futuro marido.-¡Explicaos!

-Bueno... –Lucius hizo una pausa, disfrutando mantener a su audiencia prendida de su voz. -... fue en la fiesta del antepenúltimo domingo, ya sabéis, el 9 de septiembre.

Severus la recordaba perfectamente, y estaba seguro de que el resto también: todos estaban presentes, junto con la flor y nata de las esferas empresariales y del Ministerio del mundo mágico.

Tiberio Malfoy, el padre de Lucius, se retiraba definitivamente y dejaba los ingentes negocios familiares a cargo de su único hijo y heredero, que se convertía por tanto en la "cabeza de Clan". La fiesta de despedida, a la que ellos asistieron en calidad de amigos de Lucius, había sido presidida por una larga jornada de negocios y cierre de tratos, durante la cual el joven Malfoy había hecho efectivo su poder, y tomado las riendas del vasto imperio económico.

Tiberio se marchaba para siempre junto con su esposa a la villa que ambos poseían en Italia, muy cerca de Roma, de tal forma que la mansión Malfoy quedaba instaurada definitivamente como el hogar exclusivo de Lucius Malfoy, su mujer Narcisa y su progenie Draco. Era por todo un gran acontecimiento, celebrado con un boato por encima de lo imaginable, y una colección de invitados sin precedentes.

Altos cargos del Ministerio brindaron con mortífagos en la más absoluta ignorancia, entre ellos Bagman, Crouch, Fudge, los ahora fallecidos Muller y Eton, y también Ojoloco Moody, Longbottom y otros aurores. Incluso el mismísimo Albus Dumbledore se acercó para intercambiar respetos con Tiberio Malfoy, aunque Severus se cuidó de no cruzarse en su camino: el amable Director había saludado cálidamente a todo antiguo alumno que encontró –incluida su panda de mortífagos slytherin- y Severus no estaba de humor para intercambiar pleitesías que pudieran atraer sospechas.

Tras pasar el tiempo necesario entre los invitados -y toparse para su desmayo a su jefa Thachers-, huyó a la biblioteca donde horas más tarde le encontró Lucius. Para guiarle a *su* habitación de invitados, por supuesto.

Aunque por el relato que ahora hacían Malfoy y Wilkes, se había perdido un suceso interesante en su exilio voluntario.

-... así que dejé la agenda abierta, encima del aparador.

-¿La agenda?

-Ajá. –admitió Lucius. – Mi agenda personal, donde tengo apuntadas todas vuestras direcciones y ocupaciones, y las de la mayoría de los mortífagos que conozco.

-¿Te refieres al grupo de Durmstrang? –inquirió Avery.

-Oh... de Durmstrang, de Beauxbatons, de Sallen, y alguno más que ignoro donde estudió. ¡Ahhh...! y Piranelli... Benutti es de Piranelli, ya sabéis.

-¿De dónde más podría ser ese italiano? –inquirió Wilkes con una sonrisa desdeñosa.

-Puede que Piranelli se haya convertido en una escuela mágica de segundo nivel, Willy, pero enseñan más maldiciones que en Howgarts –rebatió Lucius, tras lo cual tomó un sorbo de su copa. –Como sea: su dirección también estaba allí.

-Y entonces Rosier la vio y trató de llevársela -dedujo Mcnair con los ojos entrecerrados.

-Trató de hacerle una copia.

Los comensales se revolvieron agitados en la mesa.

-¡No puedo creerlo!-musitó Cecil.

-¡Que valor! –murmuró Avery, mientras a su lado Nott renegaba con incredulidad.

-Es una enorme estupidez –declaró Severus con voz dura.

-De hecho lo es –corroboró Lucius. –Sólo un estúpido imaginaría que una agenda así estaría sin protección ninguna.

-De todas formas, esa trampa fue muy arriesgada –amonestó Severus, controlando la furia que comenzaba a arder dentro de sí. -¿Y si la hubiera ojeado uno de los muchos aurores sueltos por tu fiesta?

-¡Oh, vamos, Sev! Es una agenda de "amigos" y "clientes"... ¿qué hubieran sospechado? Eso hubiera sido igual que sospechar de mí. – La sonrisa de Lucius era increíblemente fría, a juego con sus ojos.

-Rosier fue bastante patoso –se entrometió Wilkes – Se llevó la agenda al baño, transcribió algunas páginas, y la devolvió a su sitio abierta de par en par. Ni siquiera...

-¿Algunas páginas...? –preguntó Severus de golpe, cortando a Wilkes en mitad de la frase. -¿Por qué... *sólo*... algunas páginas?

-¿Y yo qué sé? Copiaría lo que más le interesara.

-Pero...

-Se copió nuestras direcciones, el muy traidor –siseó Lucius con furia –Las de sus amigos... pero lo pagará. Ya lo está pagando, de hecho.

-¿Le entregasteis vosotros a Nuestro Señor? –inquirió Lestrange.

-Entregamos las páginas que había trascrito, y su varita. –explicó Wilkes con orgullo. –Allí el Señor Oscuro pudo certificar que el hechizo era suyo, y nos aseguró de que se encargaría de que Rosier confesara.

-Pero él aún estaba entre nuestras filas la pasada semana... –susurró Nott. – Nuestro Señor le puso al mando del asalto a Yorkmile.

El silencio se hizo en la mesa.

Muy inteligente observación, se dijo Severus para sí. Lo cierto es que si Rosier era un espía, habría copiado toda la agenda, no sólo las direcciones de la vieja pandilla... ¿Para qué querría precisamente éstas? Él en su lugar hubiera anotado todos los nombres desconocidos.

Su Señor debía haber visto esto. La teoría del "chivo expiatorio" comenzó a tomar fuerza en su cabeza, al igual que su ira hacia Voldemort. Castigar a un inocente por ser incapaz de encontrar al verdadero culpable...

-Quizás era una prueba. –sugirió Avery, incómodo. –Un último test.

-Sea como sea, fallado. –sentenció Lucius. –Nuestro Lord no tolera bien la incompetencia. Ahora Rosier no debe ser más que polvo.

Severus sintió una punzada en el estómago. –No –susurró.

Lucius le fulminó con la mirada, un gesto de incomprensión en los labios contraídos. -¿*No*... qué...?

-No es polvo, Lucius. Rosier está vivo.

Todos los presentes se agitaron en sus asientos, profiriendo exclamaciones de incredulidad y pesar. Crabbe y Goyle hicieron mucho ruido, pero se callaron de inmediato al advertir la mirada helada de furia de Malfoy.

-Explícate –exigió, su voz tan afilada que podía haber cortado un diamante por la mitad como si fuera una bola de papel.

 Severus observó su copa, apenas unas gotas de líquido tiñendo de rojo el fondo del cristal. Esto no era un error, se dijo, no podía ocultar que tenía a Rosier en su casa, tarde o temprano se sabría que habría sobrevivido y gracias a quién. Si se lo callaba ahora se convertiría de inmediato en el secuaz de Rosier, otro espía.

No es como si fuera erróneo, pero...

-Ayer noche le encontré en la puerta de mi casa. Vivo –añadió.

-¡Vivo! –repitió Lestrange como si no pudiera creer tal merced del Señor Oscuro.

-Sí, vivo. –confirmó Severus con dureza. –Nuestro Señor le permitió marchar con vida, y por ello le recogí y curé. Si nuestro Lord tiene planes para Rosier, no soy quien para entorpecerlos.

-¿Está ahora mismo en tu casa...? –musitó Lucius con el semblante estático como una máscara, y los ojos como espejos.

Severus sólo asintió.

-Pero... ¡vivo! –repetía Lestrange, espantado.

-¡Le has permitido seguir viviendo! –añadió Wilkes.

-Ya os dicho –repitió con hastío. -Si Lord Voldemort le hubiera querido muerto Rosier estaría *muerto*, polvo a los pies del Poderoso como antes ha comentado Lucius. No seré yo quien se atreva a desobedecerle. –añadió de manera contundente.

Los presentes se miraron confusos entre sí, mientras Severus trataba de ocultar la mueca irónica que los nervios y la contradicción empujaba a sus labios.

-A nuestro Señor... también le gusta cazar. –musitó entonces Mcnair, su voz soñadora resonando clara en el rumor intranquilo que había seguido a las palabras de Snape.

Aquella declaración trajo una calma repentina, y cuando su significado caló en la conciencia de los comensales, la mitad de estos estalló en carcajadas.

Avery luchó por mantener las lágrimas al margen. -¡Está jugando con Rosier! ¡Oh, claro!

-¡Muy bien, Severus! ¡cuida de la mascota de nuestro Señor! –añadió Cecil entre risas.

-Hasta que él la quiera de nuevo a sus pies... –añadió Lestrange con una sonrisa siniestra.

Severus sentía el estómago girar como una ruleta, el asco y el desprecio centrifugando en su estómago. Al fin y al cabo... *ellos* tenían razón... Eso era lo que había sucedido y lo que iba a suceder.

Observó de reojo a Lucius, y observó para su sorpresa que no se había unido al regocijo general. Su rostro seguía siendo impasible, mirando fijamente al frente, a algún punto más allá de Wilkes. Pasaron largos momentos de bromas y comentarios, y entonces Lucius se puso en pie. Se giró a Severus y le sonrió encantadoramente, aunque sus ojos seguían siendo indescifrables.

-Bueno, ahora que estamos todos de buen humor... ¿No creéis que ha llegado el momento de darle a Sev su regalo?

-¡Oh, sí!- palmoteó Cecil.

Lestrange apretó la mano de su futura esposa en un gesto de expectación. Ambos compartían un brillo febril en sus ojos opacos.

Wilkes se mesó de nuevo el bigote, y sonrió mientras se incorporaba. –Por supuesto. Nuestro invitado debe estar aburrido de esperar.

Todos los demás se levantaron también, mientras el cerebro de Severus trabajaba a toda velocidad. ¿Un invitado? Eso significaba un prisionero, casi seguro. ¿Pero por qué Lucius lo había enunciado como un regalo para *él*? Manteniendo el rostro impenetrable, siguió con expectación a Lucius. Los demás parecían conocer el secreto: caminaban despacio y distendidos.

Las suposiciones de Severus se confirmaron al enfilar al sótano. Pocos sabían de las actividades que se realizaban allí: tortura y extracción de información interesante para los mortífagos; tras las cuales ningún prisionero salía con vida. Aquel sótano era un patíbulo.

Con el estómago apretado en un nudo, Severus siguió a su anfitrión hasta una de las celdas. Las humedad y el frío eran apabullantes, y no pudo evitar recordar su estancia en otra celda similar a cargo del Ministerio.

Cecil detrás profirió una risita apagada, ahogada por un sonido húmedo de Lestrange y un comentario basto de Avery. A su lado estaba Nott con el entrecejo fruncido, y Wilkes con su apariencia de perro satisfecho. Lucius le hizo un gesto a Severus para que pasase.

Obedeció, y al instante se arrepintió.

Allí, encadenado a la pared de piedra, magullado e inconsciente, estaba Victor Strauss.

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Bueno, como podéis imaginar, ¡¡¡voy a perder todos los reviews que me enviasteis hasta ahora!!!!!!!!!!!!!!!! Me siento tristísima por ello, tanto es así que estoy por trascribirlos yo misma... ¡¡con lo orgullosa que estaba de mis 61 reviews!!!!!!!!!!!!

Por lo menos ahora me he asegurado de que TODOS podáis escribir, (Yuzu, Claudio, ¡ya podéis hacerlo sin haceros un perfil de usuario!!!) ¡¡¡POR FAAAAAA!!!! ¡¡¡escribidme!!!!