Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Bueno... ¡¡¡¡¡Este es un capítulo extra-largo!!!! No os podéis quejar... XD Espero que os guste...
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás16. La duda: ¿Slytherin?
......
–yo soy... el traidor... el espía...
Y con esas palabras flotando en el aire selló sus labios contra los de Rosier, besando esa boca abierta en una exhalación de sorpresa, de libertad.
......
Severus se sintió ligero como el aire, flotando. El aliento de Roiser era cálido contra su paladar, y durante unos segundos le acarició la garganta. Era una sensación muy dulce, muy tierna. Sonrió contento en aquellos preciosos momentos, cuando ya Evan separaba sus labios de los suyos y él abría los ojos negros que se habían cerrado por cuenta propia.
Enfocó la boca de Rosier, y estaba sonriendo, y su propia sonrisa se hizo más grande, como si pudiera romper en una carcajada, cuando su mirada alcanzó los ojos del otro, los ojos marinos.
La sonrisa quedó paralizada en su rostro, como si hubiera olvidado el siguiente paso en el baile de la felicidad.
Rosier también sonreía, pero sus ojos brillaban depredadores, con el brillo del acero antes de descargar su golpe de muerte.
Aquello fue una baño de agua fría para Severus. Parpadeó paralizado, mientras la conciencia de lo que había hecho inundaba su conciencia. Había confesado. ¡Oh, Dios, había CONFESADO!
-Severus... –murmuró Rosier sin dejar de sonreír como un demente- Severus... El perfecto mortífago...
Aquello era de risa. Realmente todo era de risa, pensó Rosier exultante. Pero ahí tenía su culpable, ahí tenía su libertad... ¡Oh, y que hermosa era...! Acarició de nuevo el hombro desnudo de "su libertad", que comenzó a temblar, y luego su rostro, y admiró esos ojos tan grandes, tan vivos... tan llenos de... de todo... de todo menos... libertad... ¡La libertad era ahora suya! Snape era de nuevo aquel niño en el corredor, aquel niño que miraba sus pertenencias caídas en el suelo sin verlas, pensando quien sabía qué. Sólo un niño, quieto y débil, a su merced. A su merced.
Se inclinó de nuevo hacia él y comenzó a besarle la mandíbula, la boca, las mejillas y la frente, todo su rostro, todo él, con infinita y cruel ternura.
-Severus... Confesarás ante Nuestro Señor... –murmuró mientras trazaba besos de mariposa por su cuello, y enredaba los dedos en su pelo negro. –Confesarás... por mí...
Severus se dejaba hacer paralizado. No podía pensar bien. ¿Era eso lo que quería? Confesar y acabar con todo... Pero el miedo oprimía su garganta; más que miedo pánico, horror... Estaba comenzando a tener problemas para respirar, y sus jadeos se hicieron más acuciantes.
-¿Lo harás? ¿lo harás...? –repetía el otro joven mientras acariciaba su torso desnudo y apretaba sus pezones. -¿lo harás...? –aquellas manos de buscador acariciaban su vientre, y aún viajaban más abajo...
¿Lo haré, lo haré...? Se repetía Severus. La habitación era una mancha borrosa ante sus ojos, y comenzaba a ver estrellas de colores. Estaba próximo a desmayarse, lo intuía, pero no podía pensar en nada para evitarlo. Elevó su brazo ante él, vendado. ¿Lo haré...?
Las vendas blancas se diluyeron ante sus ojos.
Rosier había alcanzado las inglés, y comenzó a acariciar con lentitud aquel sexo fláccido que dormía allí. Ocultó su mueca de incomodidad en la nuca de Snape, dispuesto a llevar aquello hasta el final. ¿No se había prometido hacer todo... todo por su prueba, su confesión?
-Lo harás... Dime que lo harás... Dímelo–inquirió allí, continuando con más ardor su trato a aquella carne perezosa que se negaba a reaccionar.
Severus continuaba silencioso. Rosier comenzó a perder la calma, la felicidad que por un momento le había obnubilado. Si Severus no confesaba... ¿El Señor le creería a *él*? No... ¡claro que no le creería! ¡Snape era uno de sus favoritos y él... él era prescindible! ¿Pero como obligar a Snape? ¡Ni siquiera tenía su varita! Y éste quizás ni siquiera necesitaba una...
El movimiento de su muñeca era muy rápido ahora, le estaba mansturbando casi con violencia.
-Evan... –siseó repentinamente Severus con voz estrangulada–me... me haces daño...
Y aún con esas palabras Snape mantenía su cuerpo estático y los brazos inermes.
-¡Dime que lo harás...! –casi gritó Roiser con desesperación, acelerando aún más sus movimientos, sintiendo el cansancio en su brazo y muñeca. Pero ya estaba endureciéndose el músculo húmedo que abrigaba su palma, y le obligaría a eyacular, lo lograría...
-Lo... lo haré... –jadeó Snape. –Lo haré... por ti... por ti...
Y con esas palabras posó una mano sobre la de Rosier, y le obligó a parar su acelerada moción. Ambos encontraron su miradas, ojos oceánicos contra ojos abisales, y fue como si el tiempo se detuviera entre ellos. Los iris marinos de Evan estaban llenos de ansiedad, de incredulidad, de necesidad y anhelo, y de brillos y esperanzas y horrores que revoloteaban como corrientes de agua. Pero todas sus dudas sólo encontraron dos espejos negros, vacíos de emoción, como respuesta. El rostro de Snape era el rostro de la resignación, pero era también un rostro en paz a pesar del miedo que crispaba sus labios.
Y había dicho... que lo haría por él... Realmente... pero... ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿Por qué se rendía así, tan fácilmente, con tanto... tanto... desinterés????
-El Señor Oscuro te matará... Te torturará como ni siquiera me ha torturado a mí, y te matará... –estableció ansioso.
Severus sonrió con ironía. -¿No me digas...? –Pero su voz sonaba cansada.
-¿No... no tienes miedo...?-preguntó Rosier. ¿Cómo alguien podía parecer tan... tranquilo, sabiendo como sabía Snape...lo que ocurriría si él confesaba? –¡No hablas en serio...!–escupió de pronto con terror. ¡Le estaba engañando!
Pero Severus no movió una ceja. Si acaso, su mirada pareció cobrar un matiz de tristeza.
-¿Eso... crees?
-Pero por qué... ¡no puede ser por mí! ¡No puede ser...!- gritó Rosier separándose de él. Dios mío, en su mano podía sentir el sudor del otro hombre, su olor. Rápidamente restregó su palma contra las sábanas.
-Que más da... –murmuró Severus, siguiendo sus movimientos con su mirada negra, su visión aún desenfocada. Se sentía como borracho, flotando.
Rosier se sintió avergonzado por su comportamiento, por la manera en la que estaba tratando a su compañero. Su "amigo"... ¿esto podía considerarse una prueba de amistad? Morir por él... una muerte horrible...
¿Y qué más quieres...?, le respondió su conciencia.
Sintió entonces sus ojos arder, y el repentino deseo de llorar estremeció su cuerpo. Su corazón también había comenzado a doler de una manera desconocida para él.
-Yo... yo...
Rosier apartó la vista de Snape, y de pronto le odió, le odió con todas sus fuerzas por crear todos esos sentimientos confusos en su alma, por hacerle sentir así. ¡Y Dios mío, cómo le odiaba, cómo le odiaba...! Su manos se crisparon en puños, y ansió estrellarlos contra ese rostro impasible, sacrificado.
-¡¡¡Por qué me haces esto, por qué me haces esto...!!!!!-gritó enfurecido, colmado de rabia. -¡No tienes derecho a... a... a hacerlo por mí! ¡¡POR MÍ!!!!- repitió como si fuera la cosa más increíble del mundo.
-¡¡¡No te debo nada, Snape, no te debo nada...!!!! ¡¡¡NADA!!!! –escupió al fin, los ojos desorbitados por la furia.
Severus no tuvo tiempo para responder, antes de que el otro le agarrase por los hombros y comenzara a sacudirle con fuerza. Cerró los ojos horrorizado, paralizado por aquel estallido de violencia, incapaz de entender. Rosier seguía gritando como un loco, y su voz retumbaba en su cabeza como las tormentas de su infancia.
-¿¿¿Por qué haces esto???? ¡¡¡¿¿Por qué??!!!! ¡¡POR QUÉ!!! ¡¡¡respóndeme!!! –exigía- ¡¡¡respóndeme!!! –Pero Severus no podía contestar. El mundo revoloteaba en un torbellino de colores; y la voz de Evan se confundía con el latido de su sangre, palpitando en su cabeza como un mar alborotado. Pero había un cuerpo cerca suyo, atrapándole; y ese océano embravecido que había despertado dentro de su cráneo rugió exigiendo libertad.
-¡¡¡¡RESPÓNDEME...!!!!!
-¡¡¡Déjame, déjame!!! –se encontró gritando, luchando desesperadamente contra esas manos que le hacían daño pero que eran más hábiles que las suyas. Las manos se aferraron a sus muñecas y le clavaron sobre la cama, mientras Rosier aprovechaba su mayor peso para tumbarse sobre él e inmovilizarle.
Severus perdió la respiración. Un peso embistiéndole, aferrando sus muñecas, la hierba de Yorkmile bajo su cuerpo, la oscuridad, Dunke, Dunke...
-¡¡¡AHHHHHHHHHH...!!!!!!!!!!!!! –chilló enloquecido.
Rosier sintió entonces una fuerza invisible golpearle de lleno en el estómago, y propulsarle hacia atrás. En un suspiro salió despedido de la cama y se estrelló contra la pared, manteniendo el equilibrio por un momento, antes de tambalearse y acabar deslizándose por la pared hasta el suelo. Allí quedó aturdido, mirando a Severus como quien mira a un fantasma.
-¿Por qué...? –aún murmuró débilmente, mientras cerraba los ojos mareado.
Severus se abrazó con fuerza el cuerpo desnudo, acercando las rodillas al pecho para enterrar allí el rostro, y comenzó a balancearse como un niño, adelante, atrás, adelante, atrás.
-No me toques, no me toques... -continuó susurrando hasta que su respiración se normalizó y comenzó a sentir el sudor enfriándose en su piel. Para entonces ya se había calmado lo suficiente y se atrevió a levantar el rostro de su refugio, abrazándose instintivamente con más fuerza en el proceso.
Debían haber pasado varios minutos.
Rosier estaba tendido de lado en el suelo, y con ojos muy abiertos miraba obstinadamente a un punto perdido en la pared de enfrente.
-¿Evan...? –musitó Severus en voz baja, con una mezcla de ansia y terror.
Rosier movió su rostro hacia él, mientras todo su cuerpo se estiraba en evidente dolor. Severus se abrazó con más fuerza.
-Por qué -contestó en voz igualmente baja.
-Por... ¿por qué... *qué*? –inquirió Severus confuso.
-Por qué todo... Por qué nos traicionaste, por qué ahora has confesado, por qué *por mí...* ¡Por qué tú quieres morir... y yo sólo quiero vivir...! –añadió Rosier en un sollozo ahogado. –Vivir... en paz...
Severus comprimió sus labios en una delgada línea, y miró hacia otro lado. No podía contestar a esa pregunta. Se sentía muy cansado, como si hubiera luchado horas y horas contra un enemigo invisible. Su cabeza palpitaba, y frotó sus manos contra sus sienes. Dormir, sólo quería dormir... Se recostó de nuevo en la cama, y cubrió su cuerpo con la sucia sábana, arrebujándose bajo ella como un niño indefenso.
Desde su posición junto a la pared Rosier observó la retirada de Snape del mundo real. No tendría respuestas por ahora... quizás no las tendría nunca.
Tras un suspiro atragantado, y envidiar a Snape su posición en el blando lecho; el joven se giró lentamente hasta quedar boca arriba, mordiéndose los labios para evitar gemir de dolor. Su espalda ardía como si hubiera sido pisoteada por una familia de trolls, y su estómago se contrajo por la nausea. Recordó en un segundo las horas interminables de tortura a cargo de Voldemort y ese otro mortífago cuya varita temblaba, las horas interminables de Cruciatus. No más de tres minutos, diez de descanso, otros tres minutos de infierno, otros diez descansando, así hasta que ni siquiera un "enervate" era capaz de mantenerle consciente. Una tortura infernal medida con precisa exactitud, garantizándole dolor durante semanas manteniendo su mente sana. ¿O no? ¿Era todo esto una alucinación, el producto de una mente desviada por los trallazos de Cruciatus? Estaba realmente con Snape? ¿Estaba realmente vivo?
Rosier emitió una carcajada seca, que en su estado sonó más bien como un gorgojeo agudo. Ojalá pudiera soñar que estaba en un partido de Quiddich, muy alto entre las nubes blancas, sintiendo el viento curvarse a su merced mientras buscaba un destello dorado. Un trozo de Sol con alas, un trozo de Sol cálido contra su mano, cálido como el sabor de la victoria. Ojalá pudiera volver a sus días en Hogwarts, vestir de verde y seducir preciosas compañeras Ranvenclaw; ojalá pudiera volver a reír, a cantar y a soñar, a vivir... Ojalá, ojalá...
Las lágrimas se deslizaban perezosas de nuevo por sus mejillas. Él había sido un muchacho feliz, ¿no era así? Tenía un padre severo pero orgulloso, una madre dulce e intuitiva, y una hermana preciosa e inteligente. Una hermana Ravenclaw, de ojos azules como el color de su casa, tres cursos por debajo del suyo. Había tenido amigos de Slytherin, amigos de Ravenclaw, e incluso alguno en Huflepuff, ¿no era cierto? Había obtenido buenas notas, había pasado fantásticos fines de semana en Hosmeage, había pasado fantásticos veranos en Francia e Italia. ¿Por qué ahora no tenía nada, nada? Porque su familia tan amada le había repudiado, sus amigos -sus propios compañeros de dormitorio- le habían traicionado, y su Señor le había vuelto la espalda? ¿Por qué todo en lo que creía se derrumbaba ante sus ojos, se volvía polvo en sus manos? ¿Por qué la esperanza se había vuelto inalcanzable? ¿Por qué era éste su destino? Morir sólo, traicionado, derrotado, ignorado; mirando con ojos vacíos la realidad enfrente suya sin llegar a verla, sin poder tocarla...
Y entonces recordó. Recordó esa imagen que había cazado sus sueños durante muchos años sin entenderla. Recordó la imagen del adolescente Snape, arrodillado en un pasillo desierto, con sus pertenencias y hojas desperdigadas como un halo a su alrededor, y él inmóvil en el centro sin ver nada, sin hacer nada, como en otro mundo. Recordó su mirada vacía... ¿Era esto lo que él sentía en aquellos momentos? ¿Esta desolación, esta irrealidad, esta tristeza? En aquella ocasión Rosier había marchado en dirección opuesta a Snape, huyendo de su compañero como todo el mundo huía ahora de él.
La culpa le ahogó en una oleada densa, oscura. Él no sabía nada de Snape, nada... ¿Quién era para juzgarle? Y sin embargo, no podía evitar preguntarse... *Por qué...* mientras los minutos se amontonaban en el dormitorio silencioso, cayendo uno tras otro como gotas de agua de un grifo mal cerrado.
La luz gris que se colaba por el ventanuco del dormitorio fue perdiendo gradualmente intensidad a medida que el tiempo transcurría. Rosier observó como la sombra proyectada por los barrotes giraba sobre la cama de Snape, y las bandas oscuras se amoldaban al cuerpo acurrucado bajo la sábana acariciando sus curvas con la dulzura de un amante. Y luego esas mismas sombras se escurrían por el suelo, y reptaban hasta tocar al hombre tendido junto a la pared.
Rosier sentía un extraño consuelo al saberse unido a Snape por esos hilos de oscuridad, y cuando la luz y las sombras se unieron en la penumbra que precede a la noche la depresión le consumió. Durante todo ese tiempo no se había movido, y los dolores en su cuerpo habían sido anestesiados por el cansancio. Se imaginó a sí mismo como un mueble, la nueva alfombra de Snape. Y como si su mero pensamiento hubiera convocado al hombre, escuchó el frufrú de las sábanas cuando el cuerpo entre ellas se movió. Segundos después Snape estaba en pie, y con pasos lentos se acercó al armario. Sacó de allí una pesada túnica negra de laboratorio, y se la puso encima sin molestarse en buscar sus pantalones o alguna ropa interior. Apretó el cinturón sobre sus caderas estrechas, y se abotonó el cuello y los puños. La prenda caía sobre su delgada estructura como una segunda piel, acentuando la sorprendente elegancia que ese cuerpo anguloso adquiría cuando se movía. Era como si Snape fuera uno estando quieto, y otro en movimiento, otro mucho más bello y peligroso. Los ojos negros refulgían en la incipiente penumbra, cuando el joven se acercó a él y le miró desde su impresionante altura.
Tendido en el suelo, Rosier se imaginó juzgado por un inclemente dios, pero Snape rompió sus expectativas arrodillándose junto a él, y emplazando una mano muy fría sobre su frente.
-No tienes fiebre -estableció con voz monótona. –Vamos a la cama.
Rosier aceptó su ayuda para ponerse en pie, maldiciendo internamente a ese cuerpo suyo que se negaba a obedecer su mandato de andar por sí mismo. La respiración de Snape se hizo entrecortada: sostenerle le estaba suponiendo un esfuerzo, pero por suerte la cama estaba sólo a tres pasos. Rosier se dejó caer en ella, y bendijo la blandura del colchón contra sus miembros doloridos, la calidez de la sábana sobre su pecho.
-Voy a hacer algo de comer. Vendré enseguida.
Severus salió hacia la cocina sintiéndose confuso y triste. Su descanso había sido denso, profundo, sin pesadillas ni sueños que entretuvieran su mente. Pero al despertar, al despertar y ver a Evan ahí tirado en el suelo, la oscuridad exterior había inundado también su alma. Hacía cuatro noches Rosier sólo era un recuerdo, un mortífago enmascarado, y ahora... Ahora era tantas cosas...
Él tenía que estar contento. Sí, contento y orgulloso, porque había decidido hacer algo noble –morir por otro- algo de lo que hasta el mismísimo Dumbledore se sentiría satisfecho. Era su más secreto deseo, su liberación, ¿qué más podía pedir...?
Y sin embargo... Sin embargo se sentía triste. ¿Por qué se sentía así? Quizás era que no entendía a Rosier. No se entendía a sí mismo. Su mente recordó la sensación de la mano de Evan contra sus genitales, y la vergüenza le quemó tanto como el asco. Y la frustración... Sobre todo la frustración por haber sido todo tan breve, tan forzado. Por haber notado la repulsión en el otro hombre, mientras él lo había disfrutado...
¿Para qué mentirse? Lo había disfrutado... Ese contacto abusivo, casi violento, excitante... Él se ultrajaba, decía sentirse usado, violado, ¿pero a quién engañaba? Él lo permitía, incluso lo apremiaba cuando lo sentía necesario. Él buscaba información para Dumbledore, para la Causa de la Luz; pero a veces, simplemente el dolor y la humillación eran más misericordiosos que la soledad.
Y en ocasiones, también había placer... Había habido placer en su último encuentro con Lucius, perverso como había sido. En su mente lo había llamado incluso "hacer el amor"... Había estado tan ciego por la lujuria y la necesidad que había llegado a cometer ese error estúpido e infantil.
La palabra "Snape" y la palabra "Amor" simplemente no podían casar en una misma frase. Lo había aprendido desde niño, se había grabado a fuego en su alma. De pequeño no había podido tener amigos, encerrado como vivía en la vieja mansión, rodeado tan sólo por muchachos muggles que le detestaban por su aspecto. Había pensado que en Hogwarts aquello cambiaría, que podría tener amigos magos como él, amigos que verían más allá de sus ojos y sus rasgos, pero había estado equivocado. Nada cambió, nada. Si acaso, todo empeoró.
Severus rebuscó en su desierta despensa algo que cocinar. Tan sólo encontró huevos y unas cuantas patatas y mantequilla; unos mendrugos de pan duro, y jugo de calabaza. El pan fresco y la crema de zanahoria que tenía preparada ya los habían tomado el día anterior, así que resolvió hacer puré y una tortilla de pan con los huevos, y se dijo que tendría que ir a hacer la compra. Y a trabajar, por supuesto. Debía mandar una lechuza al señor Asthur culpando de sus ausencias a su delicada salud. Sonrió: recordar aquellas menudencias cotidianas calmaba su ansiedad. Decidió no pensar en el momento en que Rosier marchase de allí, entonces su destino quedaría sellado. Bien podía luego gastar sus ahorros en comprar manjares, porque sería lo último que comería.
El joven comenzó a preparar la comida diligentemente, disfrutando el fácil hacer. Había aprendido a cocinar por su cuenta cuando se había independizado, y estaba bastante satisfecho de sus habilidades. No en vano era un Profesor de Pociones camino de convertirse en Maestro...
Uno que para siempre se quedaría en el título Profesor.
Intentando huir de su negro futuro, su mente viajó de nuevo a las penumbras del pasado, mientras sus manos se entretenían en batir los huevos con movimientos precisos y regulares.
Él había tenido tantas esperanzas al llegar a Hogwarts, tantos deseos... Casi era injusto haber fracasado en casi todas, haber visto precipitarse sus inocentes ilusiones como copas de cristal contra el suelo y estallar en mil fragmentos irrecuperables.
Él había charlado con el profesor Morrigan sobre Hogwarts el día antes de ir, y éste le contó que la Escuela era un enorme castillo en una bella colina verde, rodeado por un bosque frondoso y un lago de aguas azules. Le contó que existían cuatro Casas, y que nada más llegar tenía lugar un antiguo ritual que emplazaba a los alumnos en la casa que más convenía según su personalidad. No quiso contarle en que consistía este rito para no desvelarle la sorpresa, pero a cambió le proporcionó una valiosa información: rememoró sus tiempos mozos cuando él asistía justo a sus padres a la famosa Escuela.
Le relató que él y su padre habían sido amigos, y que ambos habían pertenecido a la casa de Ravenclaw, famosa por albergar a los alumnos más inteligentes y estudiosos. Su madre en cambió pertenecía a la casa de Huflepuff, la casa de los leales y trabajadores. Le habló también de las competiciones de Quiddich, de las asignaturas y sus profesores, y le aseguró que el actual Director, Albus Dumbledore –el famoso mago que había derrotado a Grindelwald, había sido su maestro en Transformaciones.
Severus escuchó ávido todas las palabras que abandonaron los labios de Morrigan, y decidió firmemente que no permitiría que ese "ritual", fuera cual fuera, le emplazara en la casa de Huflepuff. ¡Él no estaría en la misma casa que su malvada madre! La gente tenía que ser cruel allí a la fuerza, si es que su personalidad se parecía en algo a la de su madre.
Tendría que tardar muchos años para comprender porque el sombrero seleccionador había incluido dentro de la casa de los pacíficos, tranquilos y a menudo dulces Huflepuff, a aquella madre llena de ira y odio que le había negado sin piedad el más mísero cariño durante su infancia. Tendría que esperar hasta su muerte para conocer la fuerza de la lealtad y amor que la mujer había profesado por su padre.
Pero en aquel entonces, armado sólo con el conocimiento de la mujer que le había acosado como nunca ese verano, había aborrecido a aquella casa de inmediato. Él esperó poder entrar en cualquiera de las otras tres, y a ser posible, en Ravenclaw. A él le gustaba estudiar, y adoraba los libros, requisito imprescindible para un Ravenclaw según había dicho Morrigan. ¡Esa tenía que ser su casa...! La misma casa que su padre... Quizás entonces éste se sintiera orgulloso de él, y le hablase. Quizás entonces le sonreiría... Con ese deseo se durmió la última noche en su hogar hasta Navidades.
Al día siguiente su madre le despertó rudamente, zarandeándole sobre la cama.
-Levántate, dúchate y baja a desayunar en diez minutos, o harás el viaje a Hogwarts con el estómago vacío.
Severus tenía mucho sueño, con la excitación le había costado muchísimo dormir. Deseaba permanecer en su cama caliente unos minutos más, pero no quiso desafiar a su madre. Hizo como había ordenado, y bajó puntualmente al salón-comedor. Allí ya estaba servido el desayuno, y su padre estaba sentado a la mesa leyendo El Profeta. Severus comió en silencio, mirando al hombre fijamente. ¿Sabría que se marchaba hoy...? Reuniendo todo su valor, se atrevió a susurrar:
-¿Padre...?
El hombre pasó otra página del periódico, su rostro aún oculto por el papel.
-Padre, hoy voy a Hogwarts... –continuó el pequeño Severus con voz suave, la ansiedad anudándose en su estómago. –No volveré hasta Navidades.
César Snape Bustroll no se movió. No respondió. No bajó el periódico para lanzar una furtiva mirada a su único hijo.
-¡Vamos, levanta si has terminado!-exclamó su madre- Ya está aquí tu baúl y todo lo que necesitas. ¿Te despediste ayer del profesor Morrigan?
Severus asintió, sin dejar de mirar a su padre. ¿No iba a despedirse de él? Ni siquiera... ¿ni siquiera iba a darse cuenta de que se iba?
-Muy bien –contestó la mujer. –Iremos mediante polvos Flú al callejón Diagon, y de allí con un Traslador a la estación de Hogwarts. El Ministerio los ha dispuesto en el Caldero Chorreante. Acércate, ¡vamos!
Severus corrió hacia su madre, que con un movimiento de varita situaba su baúl frente a la chimenea. Le tendió la túnica que habría de ser su uniforme en Hogwarts, y sin volverse gritó:
-¡Al Caldero Chorreante, en el callejón Diagon!
Ella y el baúl desaparecieron en un revuelo de chispas verdes. Severus agarró con fuerza la túnica negra con sus blancas manos, y se volvió por última vez hacia su padre. El hombre seguía igual, como siempre.
-Adios, papá... –murmuró sintiendo sus ojos escocer. Al segundo siguiente estaba con su madre en el atestado bar. Muchas familias se amontonaban allí, y Severus de nuevo se sintió sobrecogido y mareado por el revoloteo incesante de magos y brujas de todas las edades. Le excitaba saber que casi todos los niños que veía estarían con él en la Escuela, pero deseó fervientemente alejarse de aquella muchedumbre que más bien parecía un enjambre.
Su madre le empujó del hombro y se acercó a un empleado del Ministerio, que sacaba piedras de una gran bolsa y se las tendía a la gente. Entonces ésta inmediatamente se desvanecía en el aire con todos sus enseres.
-Cuando coja la piedra, tócala tú también. –le instruyó su madre –Entonces apareceremos en los aseos de la Estación King Cross.
Así hizo. A los tres segundos de tocar la piedra, sintió una gran fuerza tirar de su estómago hacia delante, y se sumió en un torbellino multicolor. Y al momento siguiente estaba en un recinto con las paredes recubiertas de azulejos blancos y grandes espejos extrañamente silenciosos. Severus se sintió un tanto mareado por la experiencia, y se agarró a la túnica de su madre, temeroso de perderse en aquel lugar tan raro.
La mujer elevó con su varita el baúl hasta justo la salida de los aseos, donde el ministerio había dispuesto una fila de carritos muggles para maletas, embrujados de tal manera que jamás se acababan. Ella tomó uno de ellos y depositó encima el baúl.
Severus miraba anonadado a su alrededor: era la primera vez que veía tantos muggles juntos. En el pueblo no había tanta gente... En el pueblo de hecho no había un edificio tan grande como aquel. Miró hacia arriba hasta ver el enorme tejado a dos aguas sostenido por bellas cerchas de hierro forjado, muchos metros sobre su cabeza.
¡Qué arquitectura tan fantástica!, pensó maravillado. Entonces su madre le detuvo delante de una pared.
-Ya hemos llegado. –anunció- Por aquí entraremos al andén nueve y tres cuartos. Pasaré yo primera.
La mujer posó por unos instantes sus fríos ojos en él, antes de andar tan tranquila hacia la pared. Severus la miró asustado, ¡iba a estamparse contra aquel muro! Pero para su sorpresa ella simplemente desapareció, como si su cuerpo y el carrito hubieran sido absorbidos por los ladrillos.
Severus tragó la saliva acumulada en su boca. ¿Tenía... tenía que hacer lo mismo...? Miró a ambos lados, a la gente andando hacia sus respectivos destinos, y comprendió que él no tenía a donde ir. O atravesaba la pared para llegar a ese andén que había mencionado su madre, y se quedaría allí perdido para siempre. Ella no volvería a buscarle, y su padre... Su padre probablemente no sabía que había dejado la casa. Quizás nunca había sabido que vivía allí, con él.
El niño apretó sus pequeñas manos en puños, y decidió que tenía que ser valiente e intentarlo. ¡Era su oportunidad para ir a Hogwarts! Echó a andar con paso decidido, sintiendo el miedo y los nervios estrujar su estómago. Cuando estaba ya enfrente de la pared le asaltó el deseo acuciante de detenerse, pero recordó que su madre la había atravesado. ¡Si ella lo había hecho él también podía! Cerró los ojos y saltó hacia delante, casi imaginando el dolor contra su nariz cuando golpeara la pared. Pero ese dolor no llegó. En cambio, cuando abrió los ojos se encontró al otro lado, en el andén más fascinante que hubiera podido imaginar.
De nuevo la muchedumbre de brujos y brujas se amontonaba en la plataforma cubierta, pero esta vez al lado de un tren precioso, pintado de rojo, negro y dorado, en cuyo cartel se leía "Expreso de Hogwarts". ¡Ese era el tren que le llevaría a la Escuela!
-¡Ya era hora! ¡Pensé que te quedarías para siempre al otro lado!-se burló entonces su madre, que había aparecido de repente a su lado. -¡Vamos, muévete, pasmarote! ¡Estás dificultando la entrada de la gente!
Con un empellón le separó de la pared, y el pequeño trastabilló perdiendo casi el equilibrio. Oyó algunas risitas detrás suyo, y echó a andar muy deprisa detrás de su madre sin querer mirar atrás, sintiendo sus mejillas enrojecer. Avanzaron un corto tramo antes de que ella se volviera a detener. Con un movimiento de varita el carrito desapareció y el baúl quedó en el suelo.
-Muy bien, hasta aquí hemos llegado. Ese es el tren que tienes que coger, como ya habrás supuesto. Sube el baúl adentro, y no pierdas nada. Pórtate bien; una carta de tus profesores diciendo lo contrario... y te las verás conmigo en Navidades. –Su voz era fría y cortante como una daga de hielo. Severus se estremeció, mirando fijamente a sus pies.
-Sí, madre...
-Hasta entonces, pues. –Y dándose media vuelta, se marchó por donde había venido, perdiéndose entre la gente. Severus la miró desaparecer sintiendo un dolor raro en el pecho.
-Adios, mamá... –murmuró. Comenzó entonces a empujar su baúl hasta el tren, resoplando por el esfuerzo. Éste pesaba mucho y avanzó muy lento, y cuando llegó al borde del andén se detuvo sin saber bien que hacer. ¿Cómo lo subiría? Miró a su alrededor y vio a un mago que elevaba el baúl de su hija con su varita, y después estrechaba a la niña en un cariñoso abrazo de despedida. Severus notó algo raro aletear en su corazón, un sentimiento que a veces había experimentado cuando veía a los niños muggles de su pueblo jugar juntos mientras él quedaba fuera excluido por ser "raro". Era un sentimiento de añoranza y frustración, el deseo de tener algo que estaba fuera de su alcance. Miró hacia otro lado y se encontró una escena similar, y detrás otra, y otra. La mayoría de los padres –ambos, de hecho- ayudaban a sus hijos y les besaban y abrazaban al despedirse.
¿Por qué su madre le había abandonado sin ayudarle siquiera a meter su baúl en el tren? No es que él esperase un abrazo, ni siquiera eso, pero... Severus se sintió entonces muy solo y desdichado. Miró impotente su baúl, y deseó esconderse debajo y desaparecer de aquel lugar. De pronto ir a Hogwarts no tenía ningún valor, y sólo quería echarse a llorar, lejos de esas gentes tan felices.
-¡Eh, muchacho! ¡Eh!
Severus tardó un poco en reaccionar. ¿Alguien le llamaba? Ignorante de cuanto tiempo había estado ahí plantado delante del tren, levantó el rostro para encontrar a un mago vestido con una túnica azul manchada de carbón.
-¡Muchacho, el tren va a salir ya! ¡Sube tu baúl!
Severus sintió sus mejillas enrojecer mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, y antes de poder responder, el hombre había saltado a su lado.
-Claro, claro... Ya entiendo. Te ayudaré, muchacho. –sonrió afectuoso el desconocido, elevando el baúl hasta el departamento de carga. –Bueno, y ahora, ¡ve a sentarte a los coches de pasajeros!
-¡Gra... gracias...! –tartamudeó Severus echando a correr hacia delante. El pitido del tren resonó en la estación, dando un último aviso. Severus subió casi en el último momento, y permaneció un par de minutos en el rellano de la entrada recuperando el aliento, mientras el tren se ponía en marcha.
Apretó con fuerza su túnica-uniforme contra su pecho, sintiendo de nuevo la excitación de lo nuevo. ¡Quizás no todo era tan malo! Ese señor le había ayudado, y probablemente habría más gente en Hogwarts amable como él. Se secó las mejillas mojadas con determinación, y echó a andar.
Severus avanzó por el pasillo central, mirando los departamentos a ambos lados. Estaban todos llenos. Con un suspiro de resignación siguió avanzando por los diferentes coches, esperando encontrar un asiento. Cuando llegó al último la aprensión le inundó. ¿Y si no podía sentarse? ¡No quería pasar su primer viaje sentado sólo en el suelo del pasillo! Pero entonces encontró un departamento casi vacío: sólo había un niño de su edad en él. Un niño de cabello color miel y apariencia afable.
Los ojos negros de Severus se iluminaron al reconocerle: ¡era Remus Lupin, el chico que había conocido en la tienda de Madame Malkin!
-Hola... –saludó, entrando con paso inseguro. El chico se volvió hacia él, y sonrió ampliamente.
-¡Tú eres el chico del callejón Diagon!
Severus asintió feliz. ¡Se acordaba de él!
-Sí... ¿Puedo sentarme contigo...?
Pero antes de que Lupin pudiera responder dos chicos más entraron en el compartimiento.
-¡Eyyy...! ¿Quién eres tú?
Severus se encontró cara a cara con un chico de unos enormes ojos gris celeste muy claro, y cabellos negros cortados a tazón. Toda su expresión demostraba confianza en sí mismo, y su mirada le atravesó.
-¡Ibas a sentarte en mi sitio! –le acusó.
-No... no... –contestó enseguida Severus, sintiéndose muy nervioso. –Yo no sabía...
-¡Vamos Siri! –habló entonces el otro chico –somos tres, sobra un hueco...
Severus miró agradecido al otro muchacho, de pelo castaño oscuro enrabietado y ojos chispeantes tras unas enormes gafas.
-Yo le conozco- dijo entonces Lupin con su voz suave y tímida- Nos... nos encontramos en el callejón Diagon este verano, en la tienda de las túnicas. –Y le sonrió de nuevo.
-¡Nosotros tres hemos coincidido en el andén! –apuntó entonces el chico de las gafas. –Aunque Siri y yo ya nos conocíamos del verano... Yo me llamo James Potter, y él es Sirius Black.
-Hola -contestó éste un tanto huraño. -Me sentaré al lado de la ventana, ¿eh?
-Bueno... –contestó Severus un tanto molesto por la manera en que Black le miraba, pero contento de todas maneras. Ese Potter también parecía simpático...– Yo soy Severus Snape.
Y con eso se sentó junto a Lupin, quien le sonrió de nuevo.
Realmente aquello no había empezado tan mal...
El viaje pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cuando se quisieron dar cuenta ya había oscurecido, y se acercaban al final del trayecto. Durante todo aquel tiempo Potter y Black no dejaron de hablar de mil chismorreos que sucedían en la sociedad maga, y que por supuesto Severus desconocía. Se habría sentido desplazado si no fuera por Remus, que continuamente le ayudaba a introducirse en la conversación. Aún con su ayuda sentía avergonzado de su ignorancia: a pesar de los muchos libros que había leído ninguno hablaba de los últimos resultados de la Liga de Quiddich, o de los avatares del Ministerio, o de ese nuevo mago con sus teorias anti-muggles.
Otro momento de vergüenza sucedió cuando apareció una bruja con un enorme carrito de dulces. Inmediatamente Black y Potter se lanzaron a comprar toneladas, mientras Remus y él miraban hacia otro lado. A Severus su madre sólo le había dado tres galeones, para casos de la más total y absoluta necesidad. Le había advertido que tendría que justificar su gasto, y que los esperaba enteros en Navidades. Con un suspiro supuso que comprar dulces no sería justificable, a pesar de lo mucho que le apetecían.
Pero Remus a su lado tampoco hizo amago de querer comprar. ¿Quizás sus padres eran también muy estrictos? ¿O es que no le gustaba el chocolate?
-¿No queréis? –les preguntó James mientras la bruja le devolvía el cambio.
Remus y Severus negaron a la vez con la cabeza.
-¡No importa! –exclamó entonces –Siri y yo hemos comprado para los cuatro...
-¡Eh! ¡Yo no quiero darle a Snape!-protestó Black.
Severus sintió una punzada en el estómago mientras los otros dos niños miraban a Black sorprendidos.
-¿Por qué...? –preguntó James.
Black cerró los ojos en un gesto dramático. –Este Snape me parece un vampiro. Los he visto en un libro de mi padre, y son como él, con los ojos y el pelo muy negros, y la piel muy blanca. ¡No quiero darle mi chocolate a un monstruo!
Severus se encogió en el asiento como si le hubieran dado un puñetazo. Los niños muggles del pueblo también le llamaban monstruo y vampiro, ¡pero él no era nada de eso! Si no hubiera estado tan ocupado con su propia indignación y dolor, habría visto a Remus encogerse también.
-¡Siri, no digas eso! –exclamó James –Si fuera un vampiro no le habrían dejado entrar en la Escuela. Mi padre dije que Hogwarts es el lugar más seguro del mundo junto con Griggots, y que el Director Dumbledore no dejaría que nada malo sucediese.
-¡Pero mira su cara, James!
-Venga, Sirius... Aunque realmente fuera un vampiro, un zombie o un hombre lobo; si el Director le ha permitido dentro no puede ser tan malo.
-Ti... tiene... razón... –tartamudeó Remus encogido contra la ventana, mirando fijamente a Potter.
-A mí no me importaría que fuese un zombie o un hombre lobo. –contestó Black como si no hubiera oído a Lupin. -Son los vampiros como este Snape los que no me gustan.
-¡No soy un vampiro! –gritó Severus indignado.
-¡Oh, vamos! ¡Si seguro que acabas en Slytherin!
A las palabras de Black, Lupin y Potter guardaron silencio. Severus les miró confuso, sin saber a que venía aquello.
-¿Y qué...? – se defendió. Morrigan no le había hablado nada de la Casa Slytherin, y por tanto desconocía su tradicional afiliación a la Magia Negra y las criaturas oscuras.– Además, yo voy a entrar en Ravenclaw, como mi padre. –estableció con un gesto serio.
La cara de James se iluminó. -¿De verdad? ¡Yo tengo una prima en Ravenclaw! Aunque creo que a mí me tocará Gryffindor, mi padre y mi madre eran los dos de esa casa.
-Oh... –murmuró Severus con decepción. Potter le caía bien, y no le hubiera importado que fuera Ravenclaw como él.
-Yo supongo que estaré también en Gryffindor. ¡Es la mejor casa! Los de Ravenclaw son todos unos empollones –añadió Black con una sonrisa maliciosa.
-¡Eh, no digas eso! Mi prima...
-¡Tú prima es una empollona...! ¿para qué negarlo, James? Sólo se preocupa de sus libros y su pelo.
James torció la boca en un gesto de desdén, mientras Sirius comenzaba a hacer una imitación divertidísima de la susodicha prima que redujo a Potter y a Lupin a carcajadas.
Severus sin embargo no se rió. Él había sido incontables veces el objeto de la risa de los niños muggles, y por eso no le gustaba nada que la gente se burlara de otro, y menos si el afrontado ni siquiera estaba presente para defenderse. Frunció el ceño y perdió la vista en la oscuridad del pasillo, deseando que ese niño tan cruel, Sirius Black, acabase en Huflepuff.
Severus Snape comenzó a aprender aquella misma noche lo que sería la tónica de su vida: cuanto más deseara algo, más lejos se situaría de su alcance. Sólo que pudiera ser logrado trabajando caería en sus manos; el resto de posibilidades, como afecciones, sueños o golpes de suerte, quedaban automáticamente eliminados.
Por supuesto aquel sombreo rarísimo que cantaba decidió que Sirius Black no fuera un Hufflepuff, sino un Gryffindor; y Severus contuvo su decepción con el pensamiento de que al menos no había ido a Ravenclaw. Varios minutos después subió al estrado Remus Lupin, y Severus cruzó los dedos.
A Ravenclaw, a Ravenclaw..., pensó con fuerza, pero el sombrero gritó Gryffindor. ¡Le había tocado con Black! Realmente era mala suerte... Él había deseado ser amigo de Lupin, y ahora tendría que encontrarse con Black cada vez que quisiera verle. Severus emitió un suspiro de frustración, pensando que aún quedaba Potter. Éste había dicho que probablemente sería Gryffindor, pero tenía una prima Ravenclaw. Quizás...
No tuvo que esperar mucho para ser decepcionado de nuevo. El sombrero envió a Potter a Gryffindor, donde fue recibido calurosamente por Black y Lupin. Sintiendo un poco de celos, Severus esperó su turno, el cual no tardó en llegar.
El sombrero envió a un muchacho delgado y grácil llamado Evan Rosier a Slytherin, y entonces McGonagall, la adusta profesora que sostenía la lista de nuevos alumnos, pronunció su nombre.
-¡Snape, Severus...!
Severus sintió la sangre acelerarse en su venas. Las piernas le pesaban cuando lentamente caminó hasta la silla del estrado, sintiendo todas las miradas en él. Entonces McGonagall puso el sombrero seleccionador en su cabeza, y éste se hundió hasta su nariz tapándole la visión. En aquella densa oscuridad escuchó una vocecita junto a su oído.
-Mmmm... interesante... Un chico aplicado, muy trabajador... leal... Sí, hay algo de Huflepuff aquí...
¡¡¡NO, NO, NO....!!!!, gritó Severus aterrorizado dentro de su mente, ¡no Huflepuff, por favor!!!
-¿No Huflepuff? No iba a enviarte allí, de todas maneras... Demasiado potencial que no necesita trabajo duro para desarrollarse... y un coraje profundo, verdadero, muy Gryffindor...
¡Oh...!¿sería Gryffindor, entonces? Estaría con Lupin y Potter, pero tendría que aguantar a Black...
-No, no Gryffindor... A pesar de tu valor, serías desdichado en Gryffindor... Esa casa no tiene la gente más adecuada para ti...
¿Qué... qué tal Ravenclaw, eh?, se atrevió a pensar Severus.
-¿Ravenclaw? ¡Oh, sí! Veo una mente muy afilada, inteligente, una curiosidad enorme... Sí, características también de un Ravenclaw, pero no, no, no creo que sea adecuado...
¿No...????, pensó Severus desolado.
-Este es un Sorteo interesante, mi joven mago: no muy a menudo vienen almas con características tan claras de los cuatro fundadores. Porque también veo una gran ambición en ti... Veo una gran determinación, un gran deseo por superarte y lograr aquello que está fuera de tu alcance. Y sí, tú sabes de supervivencia... Estar en esta casa te ayudará a sobreponer tus debilidades, y desarrollar tus virtudes, estoy seguro. Perteneces a la casa de...
-¡SLYTHERIN...!
La mesa más a la izquierda, aquella con el mantel verde rompió en aplausos. Severus permaneció unos momentos confuso, sin creer lo que le había sucedido. ¡Ese sombrero le había puesto en Slytherin! Adiós sus sueños de ser un Ravenclaw y ganarse el afecto de su padre...
Caminó con pasos lentos hacia la mesa, y entre el alboroto escucho la voz clara de Black.
-¡Slytherin! ¡Lo sabía!
Los ojos le escocieron por las lágrimas mientras se sentía totalmente humillado. ¡Ese niño estúpido había tenido razón! ¿Pero que había de malo con estar en Slytherin? Seguramente, desde que Black no estaba allí, era algo incluso positivo.
Se sentó a la mesa con un gesto huraño, a lado de un muchacho muy rubio de ojos grises muy claros y fríos que le ignoró totalmente, y el tal Evan Rosier, que miraba el techo –una perfecta reproducción del cielo estrellado- con ojos soñadores.
-Ya estamos aquí... –le escuchó murmurar- en Hogwarts, en Slytherin... ¡Es perfecto...! –Y con esto se volvió hacia él y le sonrió ampliamente.
Severus sonrió a su vez, al recordar que Evan había sido el primero de sus compañeros de casa en hablarle y sonreírle. Cierto que en aquel entonces no habían llegado a ser amigos, pero Rosier no le había condenado como otros al ostracismo. Nunca buscó hablarle, pero tampoco nunca lo evitó. Eso era un consuelo, al menos.
Colocó la tortilla humeante sobre la bandeja, junto al cuenco de puré. Llenó un vaso de jugo de calabaza y se sirvió otro para él. Probablemente Evan estaba hambriento, debía recuperar fuerzas si deseaba... ponerse en pie algún día. Era más fácil pensarlo de ese modo, y vivir estos momentos en el presente, lo único que ya le quedaba a él.
Severus suspiró de nuevo, sintiéndose muy cansado. Su mirada vagó por las vendas blancas que cubrían su brazo desde el codo hasta la mano, y las acarició con suavidad. Tanta debilidad sin duda se debía a la gran pérdida de sangre, si Evan no hubiera estado allí... él no estaría aquí.
Realmente en ese instante no le hubiera importado morir, cualquier cosa le habría dado igual. Y ahora... ¿ahora no era muy diferente, verdad? Él le había prometido a Dumbledore no volver a intentar suicidarse, pero aquella promesa ya no significaba nada. El Director se había vuelto una sombra, un fantasma más de los que habitaban su pasado. Como Strauss y Dunke, como su padre y su madre y su pequeño hermano; como Remus Lupin y Lucius Malfoy. Vivos y muertos eran lo mismo para él: sólo fantasmas, intocables, intangibles.
Los únicos seres reales que quedaban en el planeta eran Evan Rosier y Voldemort. Su Juez... y su Ejecutor.
Mejor acabar cuanto antes aquella farsa. Severus tomó la bandeja en su manos, y caminó hasta la habitación.
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Bueno, este capítulo ha acabado siendo enorme!!! No pretendía hacer la escena del recuerdo taaaaaan larga, pero al final cobró vida propia y ya veis, casi no ha dejado margen para la trama principal. Eso sí, todos los interrogantes del capítulo 15 continuarán en el 17... Aún no sabe que hará realmente Rosier... pero se le acaba el tiempo. Ta chán ta chán... Recordar que Severus no viste nada debajo de la túnica, que será importante. *___*
Y ahora... ¡deja un review!!!!!!!!!!!!!
Muchas gracias a tod@s los que escriben, me animan muchísimo!!!!
Y te dedico este cap a ti, Yuzu-chan, por tener tanta paciencia conmigo. ¡¡¡¡miauuuuu!!!!! (Y también a S/S fan... ¡No desesperes!!! Ç_Ç Yuzu ya me regaña por olvidar la nSumeragi...)
