Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
¡¡Por fin hay actualización!!! Siento la ausencia: Diciembre fue un mes muy duro, y he tenido muchísimo trabajo también en Navidad, y bueno, aquí estamos con el nuevo año, no? Este capítulo es bastante largo y hay graaaaandes avances en la historia. Espero que os guste...
Y aviso, el título, y más conjuros que inventado más adelante, son "latinajos" que he tenido a bien buscar en el diccionario XD. Eso sí, no tengo muy claro que haya conjugado bien las palabras... Si me equivocado, perdonadme... Yo soy de ciencias, y triste es decirlo, pero tengo mi único curso de latín más bien olvidado. ¡Agradeceré correcciones con los brazos abiertos!
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás18. Excidium crystallus ego ordino: Ardeo... eripio...
Cuando Severus Snape huyó de su propia vivienda, dejando la puerta cerrarse con un sonoro portazo; la risa que retumbaba cesó de inmediato. El fuego que alentaba la carcajada cruel de Evan Rosier se apagó en un soplo de amargura, y el hombre se quedó mirando fijamente el umbral del dormitorio que Snape había traspasado segundos antes, herido y trastornado por sus palabras.
¿Qué le había poseído? Decir esas cosas... ¿pero acaso no eran ciertas? ¡Un hombre lobo en Hogwarts! La sola idea aún le estremecía. Y Snape se había topado con esa bestia... y había sido abandonado a su suerte. ¿Cómo habría actuado él si hubiera estado en su lugar? Seguramente habría jurado un odio eterno hacia Dumbledore y su infalible "justicia"... Pero Snape había superado todo eso. Su compañero se había unido al bando que respondía a sus ideas, a sus sentimientos.
Aún le resultaba difícil de entender, de asumir; pero la evidencia estaba ahí, fresca en su memoria. Snape era el traidor.
El traidor.
La causa de su caída, la llave de su liberación. Quien por derecho debía tomar su lugar, quien de hecho *anhelaba* tomar su lugar. Las pruebas estaban claras.
El porqué alguien desearía tomar semejante destino... era algo que no cabía en una mente cuerda; al menos no en la suya.
Eso le había escandalizado. Le había repelido. Y él... él había rechazado el sacrificio de Snape. Finalmente había encontrado alguien lo suficientemente estúpido para no importarle morir por él, para acceder a sus desesperadas manipulaciones, y lo había tirado todo por la borda con ese absurdo e inevitable ataque de risa.
Pero realmente la absurdidad de todo aquello le hacía ver estrellas. Un hombre lobo en Howgarts. Casi parecía el título de un libro de horror. Pero había sido verdad, él sabía que *era verdad*. Evan había visto al orgulloso Snape derrumbarse, debatirse en pesadillas, buscar a Malfoy como un cachorro abandonado. Y realmente fue abandonado, por los mismos por quienes ahora arriesgaba el cuello. Absurdo.
¡Joder, ABSURDO! ¡Sin pies ni cabeza! ¿con qué se había golpeado Snape para perder así la razón? Por Dios que él sabía a ciencia cierta que aún muchas cruciatus repetidas no producían esa suerte de locura unidireccional. Porque el bastardo les tenía a todos, empezando por su omnipotente Señor Oscuro, engañados hasta el último pelo de sus puñeteras calvorotas. Eso no era trabajo de un loco, Merlín, sino de un Slytherin con la cabeza muy muy fría.
Por supuesto que Snape sería brillante en eso, porque Snape era brillante en todo. ¡Él le admiraba, maldita sea! Admiraba su frialdad, su falta de escrúpulos, su astucia, su analítica inteligencia, su fiera habilidad. Desde el primer día el chico parecía haber nacido para llenar su hueco entre las huestes de Voldemort, desde el primer día todos habían visto que Snape era diferente... Especial.
Sí, pensó Evan con amargura, suficientemente especial para traicionar todo lo que ellos creían era esencial en él, y ser alguien diferente... Alguien vulnerable, alguien que anhelaba justicia, alguien que se odiaba a sí mismo por las virtudes que ellos admiraban, quién se denominaba monstruo, por las barbas de Merlín!
Alguien que... él había vislumbrado, casi sin darse verdadera cuenta, cuando le había abrazado en el jardín de Yorkmile. Alguien... capaz de... ¿aceptarle? ¿apoyarle...? Alguien por quién había sentido miedo, dolor, incluso deseo! Incluso... amistad... Pero ese alguien que se había desvanecido de pronto, cuando había renunciado a seguir luchando por lograr su meta, rompiendo el único mandato slytherin, para rendirse en la patética excusa de su culpabilidad frente a un patético ser como él mismo. Él, quien conociendo su sufrimiento, no había hecho nada por Snape. Absolutamente. Nada.
El remordimiento de nuevo le oprimió las entrañas, unido a un desprecio profundo, venenoso. Porque su orgullo aborrecía la debilidad, y aborrecía esta imagen de Snape frágil como una muñeca de porcelana rota en el suelo, este Snape pusilánime y resignado. ¡Este Snape egoísta, sí, EGOISTA! Porque realmente no quería morir por él, sino por sí mismo.
*Por sí mismo*. La revelación vino presta y clara a su mente, como un jarro de agua fría.
Ira blanca como la nieve ardió en su interior, afilada y brutal. Porque él no sería utilizado de esa manera, no. Snape tendría que buscar otra excusa para acabar con su patética vida de perrito faldero de sus múltiples "amos", tendría que buscar otra manera de limpiar su conciencia de cualesquiera crímenes que pesaban sobre ella hasta hacerle detestarse a sí mismo con una pasión que rayaba el masoquismo.
Él no haría ese papel, desde luego. Les demostraría a todos que no era un peón que ser puesto en la casilla más conveniente para sus fines, que no era un peón de usar y tirar.
¡Evan Rosier tenía orgullo, por Dios! ¡Se lo demostraría a todos: a Snape, a Voldemort, a Wilkes y a Malfoy, a su padre; a todos los que le habían juzgado y utilizado para sus políticas; a TODOS sin excepción!!!
Y entonces, con la puntería que sólo el Destino sabe imprimir a sus macabras bromas, sintió la quemazón de la Marca Oscura en su brazo izquierdo. Pero Evan no iba a amilanarse, no ahora. La furia y su orgullo herido vibraban con la potencia de mil campañas, atontando su raciocinio, impidiéndole pensar con claridad.
Por eso, sin dedicarle apenas un segundo pensamiento, concentró sus mermadas fuerzas y se desapareció.
El lugar al que llegó le era desconocido. Rosier observó inquieto el pequeño salón, tapizado por negros cortinajes que barrían el suelo al son de invisibles corrientes. La única luz procedía de cuatro candiles situados en las esquinas, todos ellos sostenidos por grotescas mujeres de piedra aprehendidas a las paredes. El joven sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal, y asustado por la opresiva soledad del local comenzó a tantear los cortinajes en busca de una salida.
La encontró debajo de una de las mujeres-antorcha, y para su sorpresa ésta conducía a una lujosa estancia decorada en terciopelo rojo. Sólo había dos muebles en ella: una enorme cama sin dosel cubierta por una manta de pieles doradas, y una mesa alta de tablero redondo y pie labrado en forma de garras. Encima de ésta había una urna de cristal, en donde se removía, asustada, una gruesa culebra de brillante piel oscura.
Evan observó la escena con estupor, y soltó un pequeño chillido de terror cuando una mano helada le rozó el cuello. Se giró de inmediato, su mano tanteando instintivamente el bolsillo donde debiera estar su varita, y tembló a encontrarlo evidentemente vacío. Voldemort estaba quieto enfrente suyo, muy, muy cerca, advirtió con súbita aprehensión; y le miraba con una mueca de desprecio y diversión.
-Rosier, Rosier, Rosier... –susurró con ese agudo silbido le servía de voz. –Mi traidor vasallo... Se te ve... recuperado.
¡No soy el traidor, tú horrible monstruo, y mucho menos *tu* vasallo!, Rosier quería gritar, pero acobardado por la formidable magia oscura del otro brujo, e indignado por esta misma reacción, se limitó a asentir. No iba a desvelar el sucio secreto de Snape... no todavía, al menos. Primero debía tantear el terreno, y buscar una manera de ejecutar su venganza. Snape no se merecía tener su "deseo" cumplido tan pronto...
Voldemort le sobrepasó acercándose a la mesa, donde golpeó la urna con un dedo, en actitud juguetona.
-Mi mascota está nerviosa... –dijo señalando a la culebra. –Debe estar preguntándose qué voy a hacer contigo...
¡Vivo!, pensó Rosier con repentino desmayo, ¡para lograr sus fines debía estar vivo!
-¡Dadme otra oportunidad, mi Señor!-suplicó arrojándose a sus pies –¡Os demostraré mi inocencia, os traeré la cabeza de Moody en una bandeja!
-¿Ah... sí?-Siseó el brujo oscuro mirándole con una ceja, o lo que quedaba de ella, enarcada. –Una vez me dijiste lo mismo... y sólo trajiste tu devaluada presencia ante mí.
-No os fallaré, mi Señor... ¡Volveré con esa cabeza o no volveré!
-¡Eso me temo...!-se carcajeó Voldemort haciendo un sonido horrible –Que no vuelvas, mi traidor seguidor... Que viéndote acosado, vayas a refugiarte bajo las alas de Dumbledore, o cualquier otro idiota...
-¡NO!-rebatió Rosier lleno de pánico- ¡Si hubiera sido así no hubiera venido ahora, mi Señor!
Voldemort quedó unos momentos callado, antes de asentir pensativo. –Cierto...
Nunca esa palabra le había parecido más oscura a Rosier. Y sus temores se vieron confirmados cuando el otro mago le miró, con una maldad pura y roja ardiendo en sus pupilas.
-Te daré otra oportunidad, Rosier... Te permitiré hacer como deseas, y traerme el cadáver de Moody...
¿Por qué las palabras de su salvación sonaban como una condena? ¿por qué...
-... pero... no irás solo. –Concluyó Voldemort.
Ahí estaba, pensó Rosier con un estremecimiento. Ahí estaba la trampa.
-Mis otros mortífagos, los que me son *fieles*- proclamó enfatizando la última palabra- te acompañarán, y se asegurarán de que ciertamente no vuelvas... si fallas. ¡Acio varita!
Rosier vio como *su* varita aparecía en las manos de Voldemort, entera y bellísima, pero antes de poder decir nada el Brujo Oscuro le agarró por el cuello y el joven sintió un tirón como el que se advierte al tocar a un traslador. Y realmente algo así fue, porque al segundo siguiente estaban en el salón principal de la casa de Malfoy, aparecidos a pesar de las barreras que protegían la mansión de tal evento.
Cayó al suelo con un golpe sordo cuando aquella garra le soltó, y apenas tuvo tiempo de recuperar la respiración cuando Lucius estaba a un metro escaso de él, arrodillado delante de Voldemort.
-Tengo una tarea para ti, Malfoy –susurró el Brujo con autoridad. –Busca toda la información que tengas sobre la vivienda de Ojoloco Moody, y entonces vuelve aquí.
Lucius no tardó más de cinco minutos en regresar con una gruesa carpeta entre las manos. En todo ese tiempo Voldemort se había sentado en uno de los muchos sillones, y había estado jugando con la varita de Rosier, una larga vara de treinta y cinco centímetros en pulida madera de caoba. Éste le había mirado de reojo con miedo y deseo, y no sabiendo que hacer había permanecido arrodillado en el suelo. Voldemort debía haberse sentido complacido con su decisión, puesto que no le había ordenado levantarse.
Si lo hizo cuando Lucius regresó, comandando a los dos mortífagos a la mesa grande del salón. Ambos obedecieron prestos.
-Lucius, mi buen mortífago... Roisier va a cumplir esta noche una arriesgada misión para probarnos su inmortal fidelidad hacia mí y nuestra causa... –susurró Voldemort en tono de mofa.
Malfoy le dirigió al supuesto espía una mirada helada, antes de responder el acostumbrado "sí, mi Señor."
Rosier perdió su ojos marinos en la madera barnizada de la mesa, sintiendo su resolución escaparse por cada poro de su piel para ser reemplazado por pánico. Dios, ¿quién le había mandado aparecerse ante el Brujo Oscuro? Se maravilló por unos instantes de lo profundamente engranada que estaba en su alma la obediencia hacia su Señor, lo bien que éste los tenía amaestrados. Él mismo, a pesar de haber sido torturado, a pesar de saber que su vida pendía de un hilo; se había aparecido con rapidez, sin dedicarle un segundo pensamiento, sin cuestionarse siquiera la posibilidad de desobedecer.
Recordó con un estremecimiento las palabras de Snape: "¡Qué nos ha hecho a todos, que nos hemos vuelto ciegos, sordos, mudos! ¡que nos usa, nos tortura y aún, aún... aún le justificamos!". Y era *cierto*. ¡Ahora se daba cuenta! Aquellas palabras eran reales, verdaderas como el aire que respiraba. Snape había atravesado la cortina de humo con la que Voldemort nublaba sus mentes, y había percibido la esclavitud en la que vivían, el lavado de mentes al que habían sido sometidos. ¡Ellos, los orgullosos e independientes Slytherin! ¿Habría sido esa una de las causas de su traición?
Y no sólo eso; Rosier se dio cuenta entonces de que había perdido su oportunidad de oro para escapar de aquella servidumbre.
Si ahora no se hubiera aparecido, no le habrían echado de menos... Probablemente todos le creían muerto a manos de Lord Voldemort, y hasta éste mismo se había mostrado sorprendido por su recuperación. Quizás... incluso le había dado por perdido... Él sabía que de haber huido, lo más duro sería no ver nunca más a su familia, pero a lo mejor... con el tiempo...
-... Será esta noche.-anunció Voldemort, y Rosier volvió bruscamente a la conversación donde se trazaba su destino. De nada le servía regodearse en futuros que nunca serían.
–Rosier le matará y me traerá su cadáver de prueba... –continuó el Brujo Oscuro con tono despectivo, como si el aludido no estuviera allí -o tú, mi fiel Lucius, acabarás con él. No necesitamos espías ni incompetentes en nuestras filas.
-Sí, mi Señor- asintió éste con una sonrisa complacida, y Evan sintió la sangre arder con odio.
-...Será un ataque peligroso, pero si... Rosier tiene éxito, nos librará para siempre de la plaga que ese maldito auror supone para nosotros. Será todo un golpe para el Ministerio, aún hundido por nuestra victoria en Yorkmile. Y aún si Rosier falla... quizás tú puedas cumplir la misión. Para ello te acompañarás de nuestros más leales y poderosos magos... Snape y Wilkes lo harán bien. –decidió Voldemort.
Evan entonces no pudo evitar una sonrisa irónica ante la mención de Snape. El "fiel mortífago", desde luego... Aunque su presencia jugaría a su favor. Su odio se mezcló con una retorcida satisfacción ante la idea de engañarles. ¡Les haría pagar su desgracia!
-Bien, ya está decidido.-estableció el Brujo Oscuro levantándose de la mesa, mientras tomaba un sorbo del caro whisky que un elfo doméstico les había ofrecido.
Apenas habían tardado diez minutos en establecer el plan de acción: no en vano el asesinato de Moody había sido uno de los proyectos más estudiados y cuidadosamente preparados de Alan Nott, su más hábil estratega. Voldemort sólo había estado esperando el momento más adecuado para ponerlo en práctica, y éste por fin había llegado. La idea, de hecho, era perfecta: atacar a la hiena en su propia madriguera, por la espalda y sin aviso.
No muy honorable, pero perfectamente Slytherin. Al fin y al cabo Rosier era uno de los mejores desbrozando vallas y protecciones mágicas, y aunque la guarida del experimentado auror debía estar llena de detectores, si todo salía bien ni siquiera tendrían que desarmarlos todos. El plan estaba concebido para asesinar a Moody en la puerta, no dentro. La presencia de Snape, Malfoy y Wilkes en la escena aseguraría que no habría otros aurores en las cercanías que pudieran poner en peligro el resultado deseado. Y si Rosier era realmente el espía -cosa que internamente dudaba, aunque siempre era agradable tener a alguien a quien torturar; él mismo se descubriría ante sus compañeros y les libraría por fin del topo que había estado desbaratando sus planes desde hacía ya casi dos años.
Pensar en el escurridizo traidor que estaba logrando engañarle a *él*, era algo que hacía hervir su sangre. Su excitada imaginación podía maquinar horas y horas acerca de las torturas que inflingiría al mortífago infiel cuando le atrapara, pero con gusto cedería el placer de matarle a Lucius si resultaba ser realmente Rosier, con tal de librarse de su dañina influencia.
Así que Voldemort esbozó una sonrisa satisfecha e invocó a Snape y a Wilkes, antes de dar la varita de caoba del traidor a Malfoy y desaparecerse hacia sus propios aposentos.
Allí inmediatamente llamó a Colagusano. Había ciertos temas sobre los Potter y su hijo recién nacido... que debían discutir.
Cuando Severus se apareció en su destino, se sintió ligeramente aliviado al notar que aún estaba entero. La fiebre había dibujado ronchones colorados en su mejillas, a pesar de que su piel estaba lívida. La habitación parecía dar vueltas a su alrededor, y tardó unos segundos en reconocer el lugar: la mansión Malfoy.
-¡Severus...!
La voz de Lucius le sacó de su trance, y pronto sintió los brazos de su compañero anudándose a su talle. Un golpe de nausea sacudió su cuerpo, y con feroz ansia se liberó de él.
-¡No me toques!-siseó, antes de doblarse sobre sí mismo tratando de recuperar el aliento.
-¡Estás enfermo! –exclamó Lucius, pero Wilkes, vestido con el traje de ataque y la blanca máscara en sus manos, rió despectivamente.
-Borracho, diría yo.
Lucius frunció el ceño, acercándose de nuevo a Snape y oliendo la cerveza de mantequilla en su aliento. Su amante había estado bebiendo... Pero aquellas ojeras no tenían nada que ver con el alcohol.
-Vaya, tienes suerte de que nuestros Señor ya haya marchado; no creo que le hubiera gustado verte en este estado tan lamentable, Snape...-prosiguió Wilkes sin piedad, antes de girarse a Malfoy. -¿Cuál es la misión?-inquirió.
Éste señaló a Rosier, que observaba la escena como petrificado, de pie al lado de la mesa.
-El traidor va a matar a Ojoloco Moody. O nosotros le matamos a él.
Wilkes esbozó una sonrisa enorme bajo su bigote zanahoria. -¡Estupendo!
Pero Lucius no respondió al entusiasmo del irlandés. Sus ojos grises estaban clavados en Snape, cuyo rostro lívido parecía haberse vuelto trasparente al divisar a Rosier. Ambos se miraban como hipnotizados; una corriente de energía vibrando entre los dos, como si compartieran un secreto vital que estaban obligados a mantener. Sólo Wilkes parecía indiferente a la situación, y continuaba hablando a Snape.
-...Es una vergüenza que te presentes así, sin tus ropas de ataque, empapado como un borracho cualquiera... ¿Se puede saber en qué estabas pensando? Matar al traidor, o a Moody si se pone a nuestro alcance, es una gran tarea. ¡Por eso Lord Voldemort nos ha elegido!
-Snape no va. –dijo Lucius con voz suave.
Los otros tres magos le miraron entonces, y por un momento el silencio se volvió denso como plomo.
-No puedes hacer eso, Lucius...-por fin rebatió Wilkes, mirándole con incomodidad- Si nuestro Señor ha convocado a Snape, éste tiene que ir. Un simple hechizo le dejará sobrio y útil...
-He dicho que no va. –La voz del Malfoy era glacial, y absolutamente determinada.
-Pero... Lucius...
-Yo soy el jefe de este comando. Snape se queda aquí, se acabó la discusión.
-Eso es desobedecer a *tu* Señor. –apuntó Rosier con maldad.
Los dos magos miraron ahora a Rosier, y éste se estremeció ante el odio que provenía de Malfoy.
-Tú... traidor... Cierra. Esa. Boca. –susurró el rubio acercándose a él, sus blancos dedos jugueteando con la varita de caoba del mago aludido. –Tu gaznate depende de mí, ¿recuerdas?
-¡TU PUTA TIENE QUE VENIR!–escupió Rosier con furia, feliz con la expresión ultrajada que desfiguró el rostro de Malfoy. Lo que Evan ignoraba es que el segundo siguiente transcurriría en un sueño, como si sus sentidos se hubieran agudizado exquisitamente para captar hasta el último matiz de aquel instante.
A su derecha el mago escuchó a Wilkes gritar "expelliarmus", y su varita de caoba –¡su querida varita!- voló de las manos de Malfoy cuando ya la sentía hundirse en su pecho, y en sus oídos resonaba la maldición Avada Keda...
Pero ahí quedó todo.
Evan Rosier respiró de nuevo, desconcertado y dolorosamente consciente de seguir vivo, a pesar de el odio asesino que desbordaba el cuerpo tenso del Malfoy.
Había estado muy cerca. Muy... *cerca* ...
-¡LUCIUS! –gritó Wilkes con la cara colorada. -¡¿te has vuelto loco?!
El irlandés resopló nervioso, mirando a su amigo y al traidor repetidas veces, la varita de éste ultimo ahora en sus manos. -¡Voldemort nos ha ordenado una misión, y debemos cumplirla! Nuestros deseos y antipatías deben quedar atrás. ¡Tú lo sabes, Lucius! No puedes dejarte molestar por lo que diga esta... escoria... Ya llegará su momento.
-Sev no irá... –siseó Lucius con la voz temblorosa, toda su atención centrada en el antiguo buscador.
Wilkes suspiró, entornando sus gruesos párpados. –Todos sabemos de tu... aprecio por Snape, Lucius, pero si las cosas se tuercen, Voldemort sabrá de tus prioridades. Y no le agradará averiguar que antepones tu amante a sus designios.
Con estas palabras se volvió hacia Snape, que había observado toda la escena mudo y paralizado. Sus ojos negros brillaban con el ardor de la fiebre, y la realidad a su alrededor parecía bañada por una pátina gris, como si la viera a través de las ventanas de su viejo hogar, empañadas por el vaho.
-Yo... –susurró con su voz de seda –... iré... Iré, Lucius...
-¡NO!
Lucius se abalanzó sobre el débil cuerpo de Snape, abrazándole como un desesperado, hundiendo su rostro en el cuello del otro joven. Severus dejó su vista vagar por el salón, sintiendo que había algo erróneo en todo aquello, algo equivocado. Sus ojos se depositaron entonces en una imagen de Narcisa Malfoy y el pequeño Draco sonriendo y saludando en su marco de plata, y un suspiro se escapó de su pecho.
-Lucius... –susurró- No me ocurrirá nada... Préstame ropas y una máscara.
El joven rubio se separó al instante de él, mirándole con los ojos grises llenos de angustia.
Severus se giró hacia Wilkes, el cual realizó un hechizo de sobriedad y otro de magia curativa genérica, y al instante se sintió mucho mejor. El cansancio seguía allí, pero la fiebre había desaparecido, e igualmente la niebla que enturbiaba su visión. Rehusó conscientemente a encarar a Rosier, temiendo que su decisión se debilitara, y se encaminó a las escaleras que conducían al ala oeste, donde tantas noches había pasado.
Cuando ya las subía percibió al Malfoy a su lado, pero ninguno de los dos dijo nada. Ambos se dirigieron a su dormitorio, y allí el anfitrión sacó del armario una capa negra y la correspondiente máscara blanca. Se acercó a Severus y con dedos temblorosos ajustó la capa sobre su cuello, mirando fijamente con sus órbitas grises los pozos negros de su amado, humedeciendo sus labios resecos por la ansiedad con su lengua rosa. Los pálidos dedos rozaron la barbilla de Severus, y su boca, su prominente nariz, y Severus suspiró con una extraña nostalgia, como si presagiara que aquellas caricias pasajeras eran también una despedida.
Su ángel caído, tan bello, tan manchado...
Los dos hombres se besaron entonces, con lentitud, saboreando el acento del otro en sus respectivos alientos, en la piel de sus mejillas, en la blandura de sus párpados. Se besaron los labios, los pómulos y los ojos, la nariz y la frente, las sienes. Se besaron la manos y los cabellos, como trazando un mapa del otro para el tiempo en que ambos estarían perdidos, sin la compañía familiar y cálida del otro hombre a su alrededor, sin su guía, sin su consuelo. Se abrazaron y volvieron a besarse, esta vez con los ojos cerrados, retrasando el momento de separarse, de decirse adiós.
Fue Severus quién alejó a Malfoy del tacto de su cuerpo bajo la túnica negra; quién tomando la máscara blanca la selló sobre sus facciones; quién se volvió anodino y abandonó la habitación.
El viaje estuvo lleno de tensión. La presencia de Rosier era como una bomba de relojería, esperando el segundo apropiado para estallar. Cuando él y Malfoy se acercaban, chispas de magia negativa apenas contenida surcaban el aire, y destrozaban todo aquello a su alcance. Sólo la presencia de Wilkes, que silenciosamente había tomado el papel de líder sobre el nervioso Malfoy, les impedía atacarse abiertamente. Aún tenía la varita del traidor en sus manos, y dudaba para sí en la conveniencia de devolvérsela. Si Rosier iba a asesinar a Moody la necesitaría, pero nada le garantizaba que no prefiriese probarla en Lucius o en él mismo... No en vano ellos dos habían sido los que le habían acusado. Así que bajo la dirección del mago irlandés habían llegado a la casa de Moody, y la polémica varita de caoba seguía en sus manos.
El único inerme a toda aquella tensión era Snape. El mago había estado callado durante el pequeño recorrido desde el punto de aparición hasta la vivienda, e ignoraba a Rosier y a Malfoy a pesar de las miradas fugaces con que ambos le acosaban.
Wilkes podía entender su significado en Malfoy, pero... ¿por qué Rosier haría algo así? Sabía que Snape le había ayudado a recuperarse, pero aquellas miradas no tenían el filo de preocupación que una "deuda de vida" imprimiría... No, era algo diferente, más... tortuoso...
Algo que debido a su naturaleza no agradaba en absoluto al irlandés, y menos en una misión donde se las verían con Moody, el número uno de los aurores del Ministerio. Mal momento para andarse con misterios y rivalidades.
Con una seña los cuatro magos se separaron, rodeando la calle donde vivía el auror. Ésta era una de las muchas urbanizaciones de adosados a las afueras de Londres, con la salvedad de que actualmente estaba ocupada por muchas familias de magos, nacidos de muggles en su mayoría y unos cuantos inmigrantes de los pueblos tradicionales reconvertidos por la industria.
Un lugar así podía ser objeto de los implacables mortífagos, si es que estos llegaban a descubrirlo entre los millares de urbanizaciones puramente muggles. Y allí, escondido en una de las muchas e idénticas casas, se alojaba Alastor "Ojoloco" Moody.
Aquellos eran tiempos de guerra, y los aurores y sus familias estaban más protegidos que nunca. Muchos residían en una base cerca de Hosmeage, bajo las más estrictas medidas de seguridad, y con escoltas a su vez. Los que no habían querido desplazarse allí se reunían en grupos de tres o cuatro familias, para ser más fuertes en caso de ataque, técnica que había probado ser útil en más de una ocasión. Eran los menos los que preferían seguir contando para su defensa con sus limitados medios, y habían seguido viviendo en sus residencias familiares, o bien a solas.
Moody era uno de ellos. Sin duda éste había considerado que su mejor arma era la ignorancia sobre su paradero, pero desconocía que su secreto había sido roto por los propias espías de Voldemort en el Ministerio, y que ahora un equipo de asesinos esperaba su llegada.
Alastor Moody, de hecho, no se encontraba en su vivienda, sino bastante lejos de allí, en Escocia. En las altas colinas donde el castillo de Hogwarts se levantaba imponente y poderoso contra los cielos, el bastión de la Luz gobernado por Albus Dumbledore. Sin embargo, la fuerza legendaria de la fortaleza se encontraba ausente en su Director.
Moody había sentido un escalofrío aquella tarde, cuando al entrar al despacho vio a su amigo con el rostro pálido y los hombros hundidos, un aire de preocupación y ansiedad revoloteando entre sus canosos cabellos. Pocas cosas podían privar a Albus de su constante optimismo, y al instante temió lo peor. Sin embargo, ninguna tragedia vino de sus labios, tan sólo el ofrecimiento de té y pastas, y el señalarle sus cómodos sillones frente al fuego. Fue en ese momento cuando percibió que no estaba solo en el despacho.
Había dos mujeres allí, diferentes como la noche y el día y a la vez extrañamente parecidas. Una de ellas sostenía a un infante dormido en su regazo, al que acunaba con un movimiento suave y lleno de amor; la otra miraba al fuego con los ojos duros, los labios fruncidos, su menudo cuerpo exudando tensión y fugacidad.
La joven madre era muy hermosa. Poseía largos cabellos rojos como el fuego, ondulados como olas que coronaban su frente blanca y sus hombros ligeros. Su piel era clara y nacarada, sus labios rosas y llenos, y sus ojos, cuando los levantó hacia él, eran dos piezas de jade brillante engarzadas en sus pestañas carmesí. Todo en ella era majestuoso y poderoso, como si su magia vibrara al tocar el aire que la rodeaba, y Alastor reconoció una de las brujas más poderosas que había encontrado en su largo camino. Cierto que había en su fuerza algo salvaje, como un fuego que ni ella misma había logrado dominar, pero con el entrenamiento adecuado podría alcanzar un nivel cercano al de Albus o el mismísimo Voldemort. Aquella idea le provocó otro escalofrío.
La otra mujer, en cambio, era rubia, huesuda, y llevaba sus cabellos tirantes anudados en un severo moño. Tenía los ojos pequeños y brillantes como cuentas, de un color oscuro que no pudo discernir. Sus pómulos y su largo cuello eran los dos rasgos más prominentes de su rostro, el cual parecía una caricatura pálida y estirada del de la madre sentada a su lado. La otra obvia diferencia era que carecía de poder. Era una squib o una muggle, sin duda; aunque al acercarse a ella, Moody sintió en su cuerpo delgado y nervioso algo.... Algo como un poso de magia, como un tronar bajo y sordo, subterráneo; como una magia oscura y primitiva grabada en sus huesos, latente en sus venas y latiendo en su sangre, como el grito contenido que alguna vez ha de desgarrar la garganta. Una bruja, resolvió, aunque ella misma pareciera no darse cuenta. Quizás... ella misma había reprimido su magia; no era la primera vez que ocurría algo así, sobre todo entre los que nacían de muggles y temían su condición mágica.
Ahora ambas se sentaban en los sillones del poderoso Director, la madre plácidamente recostada, y la otra mujer tiesa y en alerta. Esta actitud atrajo de inmediato su simpatía, y azuzó aún más su curiosidad sobre ella, y el porque de su presencia allí.
-Alastor, te presento a las hermanas Evans. –Albus le acercó a la peliroja, a la cual sonrió con calidez.
Ahh... esta mujer ha sido una de tus alumnas preferidas, sin duda Gryffindor..., dedujo Moody.
La mujer se levantó con gracia, y le sonrió.
-Actualmente soy Lily Potter, y usted si no me equivoco es Alastor Moody. Encantada.
El hombre besó su mano en un gesto de cortesana cortesía, riñéndose así mismo por no haber reconocido a la esposa de James Potter, la pareja de moda en el ministerio. Él conocía a su marido, un mago prometedor donde los hubiera, aunque ahora se replantearía cual en la pareja tenía más valía. El linaje de los Potter llegaba hasta los tiempos de la fundación de Hogwarts, pero aquella mujer demostraba con su don el error de despreciar a los nacidos de muggles sobre aquellos de sangre pura. Aquel niño que mantenía en su regazo realmente tenía madera para ser un gran mago, si conseguía sobrevivir en los tiempos oscuros que corrían.
Se giró entonces a la otra mujer, que le miraba desconfiada con sus ojillos de rata.
-Petunia Dursley. –se presentó secamente.
-Señora... –contestó Moody con otra inclinación.
-Bien, Alastor, amigo mío, actualmente mis invitadas iban a abandonarme ya. –intercedió Albus con una sonrisa. –Espero que mi presencia sea suficiente para llenar el hueco...
-Así tendrá que ser... –concluyó Alastor con una carcajada; estaba allí para discutir asuntos de la Orden, y su entrevista era forzosamente privada.
Ambas marcharon entonces del despacho, pero no abandonaron su mente. Durante toda la tarde su presencia perduró en una esquina de su cabeza, y cuando interrogó a Albus sobre ellas sólo recibió evasivas. Era evidente que su amigo estaba preocupado, aunque la causa de ello tampoco le fue desvelada. Quizás tenía que ver con la visita de las mujeres, pero su instinto le respondió que había algo más.
Cuando más tarde llegó Arabella Figgs, Moody no se perdió la mirada de complicidad que compartió con Dumbledore. Así pues, ambos sabían algo que él no... Quizás más tarde interrogaría a Figgs en busca de respuestas.
Los tres discutieron las nuevas informaciones de las disponía la Orden y el Ministerio, pero las nuevas no eran esperanzadores. En aquella guerra subterránea que luchaban, Voldemort y sus mortífagos cada vez comían más terreno. Si no ocurría algo pronto la sociedad mágica se vería inmersa en el caos.
Cuando abandonó Hogwarts ya era noche cerrada, y su corazón pesaba por el escaso adelanto que habían logrado. Merlín sabía que necesitaban un milagro... y pronto. Moody volvió a recordar entonces a la extrañas brujas que viera al principio de la tarde, y no pudo evitar preguntarse si ellas podrían crear uno.
El auror suspiró entonces, repitiéndose que soñar no era bueno a su edad. Con ese pensamiento se despareció de vuelta a su hogar.
El detector de apariciones vibró en la mano en Severus. El momento que habían estado esperando por fin había llegado: Moody estaba allí. Hacía casi veinte minutos que había dejado de llover, pero Severus se sentía frío y destemplado y añoró estar en su cama, dormido profundamente en la negrura aterciopelada de una droga somnífera. Tocando levemente la marca oscura en su brazo con su varita, informó a sus compañeros del comienzo del plan.
Los cuatro estaban situados estratégicamente en puestos bien estudiados. Wilkes había devuelto su varita a Rosier, y éste la había tomado con ternura, marchando al instante a su posición. Severus por su parte no sabía que pensar de Rosier, no sabía si éste le había delatado ya o no. La idea de matar a Moody le era extrañamente indiferente: había matado a Strauss, ¿qué más daba otro más? La confianza en su promesa se había desvanecido, y en aquella larga espera había tomado conciencia de su propia bajeza, pero no como debilidad, sino como su inevitable herencia. La apatía en la que había estado sumido se había desvanecido como los minutos en la oscuridad, y la tensión de la caza había comenzado a dominarle. Severus se sintió extrañamente vivo oculto en aquel rincón, esperando a su presa en la oscuridad, y el poder que sentía era embriagador. La pasión que se enroscaba en su corazón comenzó a llamear, despertando la ira que le había mantenido vivo tantos años, y con dedos fríos acarició la cicatriz en su muñeca, la marca visible de su intento de suicidio.
No lo volvería a hacer.
No importaba que le quisieran vivo o muerto, no importaba lo que los otros pensasen. Los otros, con sus nombres y apellidos, buenos o malos, no podían tomar decisiones sobre él. Rosier le había salvado, pero no sería su chivo expiatorio. Él había hecho lo que tenía que hacer, ¡qué ingenuo, qué injusto pensar de otra manera! Ahora se arrepentía de haber confesado, y amarle, aunque fuera fugazmente. Éste nunca le correspondería, como si fuese él a tener esa suerte algún día. Pero su furia se extendió a los hados con igual rapidez, y los condenó y se juró luchar sus designios hasta su último aliento.
Severus observo a Evan quieto en la densa penumbra, como la viva imagen de una pantera paciente, en la otra esquina. Y resolvió que le mataría con sus propias manos si le denunciaba, sin remordimiento. Él era un monstruo, cierto, pero en aquella oscuridad no importaba. Todos tenían algo monstruoso en su interior, incluso el bondadoso Director, que le había despojado de esperanza para luego dársela como un regalo, cuando en realidad retomaba lo que era suyo por derecho.
Severus acarició su varita con la manos heladas, recordando la palabras de Ollivander que tanto le impactaran en su infancia.
"El exterior no es lo importante, sino el corazón interior". Lo que los otros vieran no era real: ni el mortífago, ni el espía, ni el monstruo. Él había encarado la *tentación de la muerte* que le asaltara de pequeño a los pies de un precipicio para ya nunca abandonarle, y la había vencido. Él era un niño en busca de la aceptación de los otros, porque nadie le había enseñado que era importante aceptarse primero a sí mismo. Y su madre se lo había dicho, ¡sí! Con sus últimas palabras, con todo el odio acumulado de años, le había mostrado lo peligroso que era aborrecerse a sí mismo, y él la había odiado de vuelta, en vez de entenderla. La mujer tan leal que amó un hombre que ya tan sólo era una concha hueca, pero quién siempre fue ella misma bajo el tul negro de luto. Ollivander le dijo que debería conocerse para conocer su camino, pero él sólo se quedó con el sonido de sus palabras, y no con su verdadero significado.
"Tu varita es muy buena para maldiciones, ¿sabías? Pero también para pociones y encantamientos de medimagia. ¡Que dos cosas tan distintas! Aunque son complementarias...".
Como las dos serpientes que se muerden la cola haciendo un todo continuo, un único ciclo de vida y muerte, de bien y mal. Como las dos caras de una moneda, inseparables. Él era el monstruo, sí, pero también el niño inocente. ¿No era él inocente de las justicias que se habían cometido sobre él? ¿No era inocente de no haber sido amado al nacer, no era inocente de no haber sido valorado, a pesar de su esfuerzo?
En Hogwarts había sido acusado de ser un adolescente violento, frío y cínico, impío. ¿Pero alguien había buscado los motivos? ¿alguien le había preguntado? ¡No, nadie!
¡Ellos, *los otros*, eran también culpables de la sangre que manchaba sus manos!
Y Severus sintió una rabia afilada hacia todos, sin distinción bando; y el deseo enorme y nítido de vivir, y permitirse disfrutar de esa vida.
Él obtendría el título de Maestro en Pociones, y viviría de ello, ¡nada más necesitaba! Un caldero burbujeante para hacerle feliz, ¿no era sencillo? ¡Cuánto bien podría hacer! ¡cuantas pociones podría desarrollar para hacer la vida de los que le acusaban más plena, más grata! Limpiaría sus errores con sus aciertos, y no volvería a hundirse...
La euforia borboteaba en su corazón como una droga, como un residuo de la fiebre y el trastorno que le invadían desde hacía días, o quizás años. Pero en el momento su futuro era claro, porque en su imaginación todo encajaba en su lugar como un puzzle maravilloso, y el asesinato de Moody y Rosier, e incluso la necesaria caída de Voldemort, no eran apenas un bache en el camino.
El Slytherin apeló a la frialdad de espíritu que había aprendido a mantener en las situaciones difíciles, y resolvió actuar, por una vez en la vida, acorde a sus propios propósitos.
"Tú, Severus, tendrás que elegir para que quieres hacer valer ese corazón poderosamente oculto."
Sí, Ollivander, ya había tomado una decisión. Pagaría sus deudas, y sería libre.
Moody avanzó por la calle oscura, por supuesto alerta. Todo parecía tranquilo, pero "parecer" y "ser" no siempre eran sinónimos. Sus pasos se aproximaron a su vivienda, y pronto atravesaba la verja y se dirigía al pequeño porche. Entonces lo sintió. Un hilo mágico, su pierna había roto un hilo mágico, que sin duda activaría...
Todo estalló a su alrededor, y el auror fue despedido hacia atrás. Su casa resistió: sus poderosos escudos mágicos aguantaron la onda expansiva que sacudió su perímetro, y se mantuvieron en su lugar. Pero él no había llegado a atravesarlos, y se vio entonces lejos de ellos, como el naufrago que roza la tabla salvadora con sus dedos para ser cubierto por una ola. No iba a rendirse, sin embargo. Giró velozmente su cuerpo magullado a su derecha, y al segundo siguiente un rayo verde impactó en el espacio que antes él ocupaba. Sus ojos descubrieron a una sombra negra cuya varita tocaba el suelo: ese era el mago que había iniciado el hechizo explosivo, y no podía haberle lanzado la Avada Kedavra. Luego eran dos mínimo. Hora de arreglar el desajuste.
-¡Fracturectalum cruris!
Al momento la sombra se derrumbó al suelo con un aullido: todos los huesos de sus piernas estaban rotos.
-¡Desmaius!
Fuera gritos. Uno menos.
Moody corrió hacia la oscuridad, intentando localizar al otro oponente. Un hechizo azulado le golpeó entonces en el codo, y la vista de Moody se nubló. "Argetum oculus", un conjuro desorientador, bastante culto. Así que en vez de dos eran tres, y este tercero era listo, aunque no tanto para haberle matado teniendo su oportunidad. ¿Por qué? El auror se giró y lanzó el hechizo Desmaius hacia el lugar de donde había venido el hechizo, ligeramente a la derecha, suponiendo que su contrincante no había dejado de avanzar al atacarle. Escuchó entonces el suave zumbido de un conjuro escudo al rajarse, y se felicitó y maldijo a la vez.
Severus se mordió los labios al advertir el debilitamiento de su protección, y buscó con la mirada a Rosier. ¿Qué estaba haciendo, dónde estaba? ¡Moody estaba ciego, debía atacar ahora!
Lucius había desaparecido: él se había ofrecido para vigilar que Rosier cumpliese su misión, como le había ordenado el Señor Oscuro. Ahora sería la sombra de la sombra que era Rosier, y Severus deseó en su furia tener ese papel y liberar su ansiedad callando para siempre a su "amigo". Ahora eran tres, desde que el auror había inutilizado a Wilkes.
Moody por su parte buscaba a toda velocidad uno de sus muchos viales, el cual contenía una poción que le libraría del embrujo que ahora pesaba sobre su vista. Sabía que estaba localizado, pero en aquellos míseros segundos levantó un escudo decente sobre él, uno que no pararía la Avada pero si cualquier ataque menor. Sirvió: el brujo que había denominado "su tercer atacante" envió un desmaius que le dio de pleno en el pecho, rompiendo el escudo cuando ya bebía la poción. Definitivamente ese no quería matarle.
Se giró gritando Expelliarmus, pero su magia se perdió en el vacío. En el momento ya avanzaba hacia delante, hacia la protección de su vivienda, cuando el ruido a su derecha le obligó a atacar de nuevo.
Dos sombras, la primera y una cuarta, porque según sus cálculos la tercera había quedado a la izquierda.
La retahíla de maldiciones que volaron hacia ambos lados iluminó por un momento la noche. Moody sintió su brazo quemarse, junto con el breve pero intensísimo dolor de la Cruciatus. Aquel que la había ejecutado debía sin embargo haber sido golpeado al instante por su propia munición: hechizos paralizadores y de fracturamiento de extremidades. Un aullido sacudió la oscuridad, y una de las sombras se abalanzó hacia él, con la varita en mano.
Moody estaba muy cerca de la pared de su casa, quizás quizás...
-Excidium crystallus ego ordino!
La barrera exterior se quebró a su comando y se solidificó en cientos de cristales que como flechas se expandieron a su alrededor. Al momento de recitar el conjuro el auror se había lanzado al suelo, para evitar ser tocado por sus propias dagas. Aquel mago negro frente a él no fue tan rápido. Su voz ya pronunciaba triunfal la maldición asesina, pero ésta se ahogó en su garganta cuando su cuerpo fue atravesado de parte a parte por decenas de cristales afilados.
Rosier pensó que chillaría de dolor, pero le faltó el aliento. Él sabía que Malfoy le había estado vigilando, y conscientemente les había descubierto a los dos, con la esperanza de que Moody asesinase al rubio. ¡Que iluso! Si Moody se distinguía por algo era por no matar. Pero le había acertado con algún hechizo paralizador, lo que a él le venía igual de bien. Rosier había visto como el auror se tropezaba hacia atrás, y decidió que era su oportunidad, saltando al frente, gritando Avada Ke...
Y entonces un dolor desgarrador asaltó su cuerpo, quebrando su voz, su equilibrio, su visión...
Él no conocía el hechizo que Moody había ejecutado, pero sabía, *sabía*, que le había dado de lleno. Que su cuerpo se desmoronaba por cientos de heridas abiertas, que miles de cuchillas habían atravesado su carne, y que la sangre se desbordaba de su piel abierta como un río alocado.
No podría recitar la maldición asesina, ya no le quedaban fuerzas. En aquel segundo comprendió que iba a morir.
Le extrañó que al final ese fuera su fin, que fuera un auror el responsable de su muerte; como si él hubiera sido el fiel mortífago en vez del traidor. Pero en realidad... lo había sido... Uno de los muchos esclavos de Voldemort, ahora se daba cuenta... Él le había llevado a eso, a esa muerte. Snape le había regalado una oportunidad de escapar, y la había rechazado. ¿No era justo, pues, que cayera en su lugar?
Quizás, al final, el tiempo colocaba a todos en su sitio. Y Evan Rosier, el dulce Evan que amaba a su hermana Micaela y a sus padres, y jugar al quiddich y reír y matar y sentirse poderoso en la oscuridad, y amar con libertad, decidió hacer un último esfuerzo, un gesto de despedida, un regalo para Snape que debía afrontar sus dudas si quería sobrevivir, y sobre todo, para sí mismo y su orgullo.
Ya caía sobre el auror, cuando sostuvo firme su varita, y apuntándole a la cara, ya casi rozándola, susurró...
-Ardeo... eripio...
Las palabras que Yevenoc, su profesor de pociones, les había enseñado para crear con rapidez un fuego pequeño pero muy violento, para generar la pequeña explosión de calor que algunas pócimas necesitaban; y que ahora estallaba en el rostro de Alastor Moody, quemando su piel, levantándola, mutilándola, llevándose para siempre un trozo de su nariz y un ojo.
El grito del auror retumbó en el jardín trasero de su casa, pero Severus apenas lo escuchó. Cuando había visto al auror caer deliberadamente hacia atrás, había sabido que algo terrible iba a ocurrir. Él ya se movía veloz hacia Rosier y Malfoy, éste último doblándose sobre sí mismo con dolor, cuando las palabras del conjuro de Moody se hilvanaron en su mente.
"Excidium..." que significaba caída, destrucción, ruina... destrucción, escindir... la barrera, Moody casi tocaba las barreras sobre su hogar, y una barrera podía ser un arma poderosa si se la destruía...
Severus ya estaba con ellos, cuando Rosier se abalanzó hacia delante, hacia el auror caído, con su varita de caoba en alto, y Severus quiso gritar ¡No, detente!, pero no había voz en su garganta.
"...crystallus"... Cristal... La barrera se solidificaría en cristales cuando se destruyera... Se volvería cristales afilados al comando de Moody...
Su brazo se elevó en el aire, inútil, y su mano rozó el vacío que un segundo antes había ocupado Rosier, y supo que éste a esa distancia de la barrera iba a morir, morir...
Todo su odio se esfumó, olvido su propio deseo asesino y sólo sintió una pena grande, inmensa, unida a la culpabilidad de saber que Rosier no estaría en ese lugar de no haber sido por él, por ocupar su lugar como traidor. Pero Severus también sabía que tarde o temprano Voldemort habría atacado a Moody, y si no fuera Rosier sería otro mortifago, quizás él mismo, quien ocuparía ese destino.
Hoy la muerte había elegido una victima, y un hombre ocuparía ese lugar. Su brazo cayó derrotado, en un movimiento casi de despedida, antes de girarse para no ver la masacre sobre el cuerpo del otro Slytherin.
"... ego ordino..." *Yo ordeno*.
A su derecha estaba Lucius, doblado, vulnerable, y ellos aún estaba cerca, muy cerca, los cristales les tocarían.
No había tiempo para pensar, para recitar ningún conjuro y ejecutarlo, así que Severus instintivamente se abalanzó sobre Malfoy para tumbarlos a ambos sobre el suelo. En mitad de ese único desesperado movimiento las dagas de cristal se clavaron sobre su cuerpo, desgarrándole en la caída, mientras los ojos grises de Malfoy se abrían por la sorpresa y el horror.
Ambos cayeron con un golpe sordo, Severus sobre Lucius. Él primero se sintió desmayado, aquel dolor sobre su cuerpo no era la Cruciatus, pero poco faltaba para llegar a ese nivel. Las dagas de cristal habían destrozado su capa y su delgada túnica, mordiendo su piel pálida sin piedad. Ninguna había tenido la fuerza suficiente para atravesarle como a Rosier, pero muchas aún estaban clavadas en su cuerpo, como si este fuese una diana. Severus no podía abrir los ojos, y en sus oídos tan sólo oía el tronar de su corazón, como el de un pajarillo asustado. Tenía un frío mortal, y a la vez podía sentir el calor de su sangre bañando su cuerpo, manando fuera de él, perdiéndose sobre Lucius. Percibió en la lejanía como éste le llamaba y le abrazaba, antes de caer definitivamente en la inconsciencia.
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Ahhh... Bueno... adios a Rosier... Supongo que esto no os sorprende, como much@s ya sabíais Rosier moría a manos de Moody... Aunque esto no ha acabado, no...
Bueno... ¡decidme que os parece! Por favor, dejad un review!
Y este cap se lo dedico a Kanami... ^_^ y Yuzu-chan, la persona más paciente del mundo entero. ¡Un abrazo muy grande!
