Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás19. El castigo: Quien –Lo qué- No Debe Ser Nombrado
Romano era el nuevo ayudante de Pietro Visconti, el medimago que vivía y cuidaba a los habitantes del callejón Knockturn. Como su mentor, era italiano -siciliano de origen, y hablaba con un inglés pastoso pero comprensible. No que lo contrario fuera un problema, desde luego: Pietro le había enseñado que en su oficio no era necesario hablar.
Como había acabado Pietro en el oscuro callejón era sencillo: la elitista sociedad mágica inglesa no hubiera permitido a un hombre de tez morena establecerse en el callejón Diagon y ganarse honradamente la vida. Por supuesto no era tampoco esa la intención del italiano, que desde niño se había criado en un clan de la mafia curando a los magos caídos en "actos de servicio". Pietro se reía por lo bajo de la situación inglesa: Quien Tú Sabes y sus compinches no eran para él sino un símil de las mafias de su propio país, el cual las llevaba soportando años y años sin desmoronarse.
¿Por qué los ingleses lloraban tanto? Su corazón escéptico no lo comprendía, pero tampoco le importaba demasiado. Él había emigrado para escapar de cierto mago que había jurado darle muerte, y allí en el callejón Knockturn estaba seguro. Los mortífagos a menudo salvaban la vida gracias a su concurso; era un pacto no escrito la mutua protección.
Y ahora Romano -su sobrino de dieciséis años, había ido allí a continuar aprendiendo el oficio.
El joven a menudo se quejaba del frío y de la lluvia, y su espíritu mediterráneo añoraba el sol y la pasta con funghi y mozarella. Pero los desheredados ilegales como él y su familia no siempre pueden elegir, así que el chico había tenido que acallar sus quejas y aclimatarse a su nueva, y probablemente duradera situación.
Era pasada la medianoche cuando Romano escuchó el clásico "plop" de un mago apareciéndose en la antesala. El muchacho se mordió los labios nervioso, el tío Pietro había salido por otro encargo, y sólo estaba él en la oscura clínica. Bañado al instante en ansiedad, dejó el libro que leía en la mesa y corrió a la antesala. El espectáculo que vio le dejó la boca seca.
Él había visto cosas horribles desde su más tierna infancia: magos con los miembros rotos, o mutilados; quemados de la cabeza a los pies, maldecidos de las más variopintas maneras; pero todas aquellas imágenes no habían logrado helar su cálido y compasivo corazón. Por eso sintió un irrefrenable deseo de llorar al ver a dos magos jóvenes desplomados en la salita.
Uno de ellos estaba consciente: tenía el pelo muy rubio y el rostro pálido, de tal forma que su cabeza completa parecía haber sido tallada en blanco alabastro. A nada tan tieso asemejaban sus facciones, contraídas en un rictus de angustia y desesperación. Romano observó al instante que aunque sus ropas estaban manchadas de sangre, él se movía con facilidad, tan sólo su brazo izquierdo pegado rígidamente al cuerpo. Un hechizo paralizador, pensó Romano al instante. Nada grave, confirmado por el hecho de que el hombre, más que dolerse por sí mismo, se inclinaba sobre su acompañante.
Ahhh, ahí tenemos la causa de tanta sangre..., dedujo el muchacho con horrorizada fascinación.
El otro mago estaba tumbado bocabajo en el suelo, sangrando en abundancia. Sus negras túnicas estaban desgarradas, y su piel lechosa parecía relucir entre los desgarros, teñida de carmesí. Había pequeñas placas y agujas de cristal clavadas en su piernas, brazos y espalda, como si se hubiera estrellado contra una ventana o algo así. Sus cabellos eran una maraña negra que ocultaba su rostro, y había una quietud en su cuerpo que era casi macabra.
Romano se pellizcó para salir de su trance, y varita en mano se acercó a ambos, elevando al moreno con un conjuro.
-¿Y Pietro...!? –preguntó el rubio al verle.
-Salió.-explicó el joven casi corriendo mientras los guiaba a la sala de "urgencias". Allí tendió el cuerpo del mago moreno sobre una cama blanca, que al instante comenzó a mancharse de rojo. –¡Hay que parar la hemorragia antes de que sea demasiado tarde!
-¿¡Pero tú sabes...!? –exclamó el rubio con horror, tomándole del hombro al verle levantar la varita. -¡Eres sólo un niño!!!
-¡Soy un medimago...! –rebatió Romano fervientemente. -¡Y tu compañero necesita a uno, si mañana quiere ver la luz del día!
-¡Quiero a Pietro!
-¡No está...!
¿¿¿¡No está...!???? La información daba vueltas en la cabeza de Lucius, ¿dónde podría haber ido el medimago? Generalmente sus únicos pacientes eran los mortífagos, y él no sabía de ningún otro ataque fechado para esa noche... Aunque lo cierto es que podía ser cualquier cosa: uno de los magos ilegales que vivían en el callejón oscuro podía haber caído enfermo, o...
-No parece que haya ninguna maldición sobre él, si exceptuamos los cristales... –murmuraba Romano con el rostro concentrado chequeando con velocidad a su paciente.
Lucius volvió a sentir la mano del miedo apretando su garganta. Severus... Severus... iba a morir... El pensamiento revolvía sus entrañas, y sabía que era porque el otro le había protegido, y también porque le amaba. Se cubrió el rostro con su única mano sana, tratando de resistir la urgencia de llorar. Si aquel niño podía ayudarle... ¡Por Merlín que él le daría todo, todo! La luna, el sol; hasta el último galeón de su cuenta en Gringotts...
Romano mientras tanto llegaba a una conclusión difícil: podía deshacer los cristales mágicos clavados en su paciente, fruto de la fractura de un escudo mágico -de eso estaba seguro; pero al mismo tiempo eso abriría todas las heridas de golpe, lo cual le mataría por pérdida de sangre. La única posibilidad era ir deshaciendo cada cristal por separado y cerrar la herida al instante, pero no estaba seguro de tener la suficiente fuerza para aguantar todas las horas que ese proceso supondría. Eso sin contar que el hombre no muriese antes por la sangre perdida, por supuesto.
Ya era un milagro que ninguna de las dagas en su espalda se hubiera clavado en su columna vertebral y provocado una parálisis, y que la única que había penetrado considerablemente en su cuerpo le hubiera perforado el pulmón derecho, lo cual era grave pero no fatal. La misma posición en el lado izquierdo le habría punzado el corazón.
Así que el joven decidió que podía comenzar por esta daga, estabilizar el pulmón herido, y después desplazarse a un muslo que sangraba con demasiada abundancia, probablemente tocado en la arteria femoral.
Si Dios quería, y el hombre era fuerte, se salvaría. Romano rezó porque su tío regresase pronto.
Lucius miró al niño trabajar, sumido en una especie de trance. Recordaba la noche con una claridad cristalina: la llegada de Severus con Wilkes, la enfermedad y el alcohol hundiendo la mirada de su amante, el odio hacia Rosier, los besos desesperados en el dormitorio; luego la marcha a casa de Moody y la larga espera, sus ojos grises centrados exclusivamente en su antiguo compañero...
Cuando Severus les había avisado de que Moody acababa de llegar, él sintió el usual brote de adrenalina inundar sus venas. Sabía que era peligroso, pero también emocionante, y se unió a su presa para vigilarle mejor. Rosier sin embargo había sabido utilizar su odio y su saña contra él, descubriéndole ante Moody. Podía estar contento de que tan sólo un hechizo paralizador le hubiera dado en el hombro, a pesar del agudo dolor que acompañó a la parálisis de su brazo.
No tuvo sin embargo tiempo de quejarse, al segundo siguiente todo se iba al infierno, y el escudo que protegía la casa del auror estallaba contra ellos. Él apenas se había dado cuenta de eso en el momento, sólo que Severus se lanzaba contra él y le abrazaba... y luego todo su cuerpo se sacudía y gritaba y gritaba...
Ninguna aguja le dio a él. Ni una.
Severus había sido su escudo, y las había parado todas con su carne. Su sangre había sido espesa y muy roja y caliente, y Lucius había creído enloquecer. Su amante estaba ya inconsciente cuando intentó levantarle del suelo.
Lucius giró el rostro para ver a Rosier caído frente a Moody, que gritaba con las manos en el rostro, chorreando sangre también. Su único pensamiento era que Rosier estaba muerto, pero eso no le produjo ninguna satisfacción. Sabía que ahora era el momento perfecto para matar al auror, pero con otra mirada a Snape tomó su decisión.
No iba a gastar ni un segundo más. Abrazando a su amante se desapareció hacia la clínica en el callejón Knockturn.
Pero ahora Pietro Visconti no estaba, y quizás no regresaría a tiempo. Tendría que ver a ese niño trabajar en su Severus, y rezar para que eso fuera suficiente.
Los minutos pasaron, volviéndose largas e inteminables horas para el heredero de los Malfoy. El único ruido en la sala era el murmurar de hechizos del niño Visconti, el tintineo de los frascos cuyas pomadas extendía sobre Severus, el lloriqueo intermitente que provenía de su propia garganta.
Pietro llegó al fin, cuando el día clareaba tras la ventana. El hombre estaba cansado y ojeroso, pero una mirada de su sobrino le puso en acción. Desapareció unos breves momentos, y volvió luego con el pelo mojado y varios frascos en las manos. Tomó el lugar de Romano, el cual pesadamente se tendió en el suelo al lado de Lucius, y cerró los ojos.
-¿Cómo está...? –Preguntó éste con voz muy pequeña.
Romano se giró para encarar al otro mago, que le miraba ansioso. Él sabía que ese hombre era un asesino –todos lo que acababan allí lo eran- pero ahora parecía un niño pequeño y muy asustado. Se dio cuenta de que aún mantenía su brazo pegado al cuerpo: había olvidado librarle de su maldición. Concentrando sus últimas fuerzas la rompió, pero el rubio no pareció darse cuenta.
-¿Cómo está...?-repitió temblando.
Romano se encogió de hombros. –Vivirá.
Lucius cerró los ojos, dando gracias a todas las deidades en el firmamento. Romano observó el alivio en sus facciones, y dedujo que el herido era alguien muy querido para ese hombre, quizás su hermano o su amante. Romano frunció el ceño, recordando la cicatriz que viera en su brazo izquierdo. Ese mago había intentado suicidarse... Si ahora no tenía voluntad de vivir, era posible que no lograra recuperarse. ¿Pero como decirle eso al desolado mago que tenía al lado?
El espabilado italiano había captado también el reconocimiento en la expresión de su tío, y estaba seguro de que éste era quién le había salvado. Su tío debía haber visto tantas cosas... A veces le estremecía pensar que ese era su futuro, pero miraba al frente con firmeza. Entre los Visconti unos mataban y otros devolvían la vida; pero él no cambiaría su lugar por nada del mundo. Con ese pensamiento se durmió.
Despertó cuando un alarido resonó en su cabeza, y se incorporó bruscamente. A su lado el mago rubio se levantaba también, su rostro muy pálido, la mano derecha agarrando fuertemente el brazo izquierdo. ¿Habría curado mal la parálisis?
-Tengo que ir... –murmuró Lucius. –Pietro, yo te pagaré la curación de mi compañero. Volveré lo antes que pueda.
Y tras esas palabras se desapareció. Romano miró el reloj, se leía desayuno tardío. Debajo, en cobre moldeado, la aguja señalaba el número nueve.
El amanecer había sido muy movido en el Ministerio. Las familias vecinas de Moody, todas brujos y brujas de procedencia muggle; habían reportado inmediatamente el ataque. Tan sólo un par de minutos después de que Malfoy desapareciera con Snape, un contingente de aurores se había personado en el lugar.
La casa seguía en pie sin desperfecto alguno, pero los alrededores estaban arrasados por la lucha y rotura de la barrera-escudo. Los medimagos se habían ocupado inmediatamente del auror herido, trasladándole al Hospital St. Mungo. La noticia había corrido como la pólvora y fue primera plana esa mañana en todos los diarios mágicos: el auror número uno había caído en una emboscada, y había salvado la vida por poco, aunque su rostro había quedado desfigurado para siempre. Los mortífagos habían sido los culpables: al lado de Moody habían encontrado el cadáver de uno de ellos, y otro yacía junto a la vivienda.
La muerte de Wilkes se enterró en las iras del momento. La sociedad nunca supo que el mortífago había sido encontrado vivo: desmayado en el suelo se había librado de las dagas letales del conjuro. Pero apenas alguien murmuró un "enervate" sobre él, el resto le había linchado, comandados por un auror frío y cruel llamado Durán Cohe. Los aurores que fueron allí provenían del contingente que pomposamente se denominaba "Los Ángeles de Fuego", la facción más dura de todo el Ministerio. A ellos pertenecían los fallecidos Dunke y Strauss, y eran todos fieles partidarios de rígido Barty Crouch. Todos adictos al uso de las imperdonables, todos adictos a la fuerza bruta y el ojo por ojo. Mataron a Wilkes en la furia del momento, y después decretaron que falleció al igual que Rosier por la rotura de la barrera.
Cuando Moody se recuperó un par de semanas después él sabía que aquello no podía ser verdad, pero no dijo nada. El terrorismo de los mortífagos había escalado hasta el punto de tornarse una guerra abierta, y no iba a ser él quien luchase por los derechos de esos bastardos. Él no mataría a propósito a ninguno: se lo había prometido a su amigo Albus años atrás y además era mejor que se pudrieran en Azkaban; pero desde aquel momento les juró un odio inmisericorde. El ojo mágico que había sustituido al suyo demostró ser un fantástico avance en su lucha, pero nunca lo usó para ver los abusos cometidos por Cohe y su pandilla. Albus le preguntaría sobre esto en el inmediato futuro, pero él tan sólo guardaría silencio.
Lucius se apareció en la vivienda de Lord Voldemort, reconociendo al instante el amplio salón de audiencias con sus cortinajes negros y aquel sillón como un trono al frente. Su Amo estaba allí sentado, jugando con una rata en su regazo.
-Lucius... –susurró con su voz aguda. -¿Has visto hoy los periódicos?
-No, mi Señor... –contestó arrodillándose ante él.
-¿No...? –Voldemort guardó silencio, como pensando sus próximas palabras. Entonces se levantó, dejando a la rata en el sillón. –Accio Profeta.
Al instante el diario apareció de ninguna parte a las manos del Brujo Negro. Éste se acercó a donde estaba el Malfoy, y lo arrojó al suelo. Lucius leyó el titular con miedo y desconcierto.
"ALASTOR MOODY, EL AUROR MÁS FUERTE DEL MINISTERIO, CASI ES ASESINADO FRENTE A SU CASA POR LOS MORTÍFAGOS. Se encontró el cadáver de dos de ellos en las inmediaciones. Al parecer, el auror sufrió..."
Lucius levantó la mirada cuando escuchó la voz de su Señor.
-Ese periódico dice que han caído dos de mis seguidores. Esperaba averiguar quienes eran cuando los supervivientes se presentaran... pero no me salen las cuentas. ¿Quién ha sobrevivido junto a ti, Lucius...?
El rubio tragó con fuerza. –Snape, mi Señor.
-¡Ah... Snape...! ¿Y por qué no ha contestado a mi llamada...?
-Está gravemente herido, mi Señor.
Voldemort se dio media vuelta, haciendo girar sus enormes ropajes. –Así que... Envío a tres de mis mejores hombres, por no decir los mejores, a matar a un único auror por sorpresa y a un asqueroso traidor... Y uno de ellos muere, el otro cae gravemente herido y el tercero, tú... –puntualizó con voz ominosa- vuelve ileso pero con la derrota en su manos. ¿Debería estar complacido, Lucius...?
-No, mi Señor... –respondió el aludido con voz ahogada, sudando de miedo. Durante un breve momento envidió a Severus en su estado de bendita inconsciencia.
-Dime, Lucius-prosiguió Voldemort tomando gran deleite en ver al arrogante Malfoy temblar. -¿Por qué tú estás ileso, y Moody *casi* muerto, en vez de muerto *totalmente*?
Silencio.
-¿Por qué no le remataste? Contesta, mi fiel mortífago.
Lucius tragó, aterrorizado. No tenía explicación a eso, ¡Merlín, no la tenía! Tan sólo...
-S... Snape, mi Señor... m-me salvó la vida, y yo... p-pensé que Moody estaba muerto, y... y...
-Marchaste sin comprobarlo. –terminó Voldemort con frialdad.
-S-sí, mi Señor.
-Antepusiste salvar tu deuda con Snape a... cumplir mis ordenes.
Silencio.
-¿No es así, Lucius?
-Sí... mi... Señor...
Voldemort sonrió para sus adentros. Podía oler el miedo en el otro mago, su vago terror ante su futuro.
-Mereces ser castigado, Lucius.
-Sí, mi Señor.
Resignación. La voz de Malfoy estaba llena de resignación.
-Crucio.
La sala se llenó de alaridos, los cuales vibraron amortiguados por los cortinajes. La rata en el sillón-trono se apretó más en el respaldo.
Voldemort rompió la maldición con un movimiento elegante de su varita.
Lucius quedó allí, en el suelo, respirando trabajosamente y medio agarrotado. Él había experimentado eso, no era nada nuevo. Sabía lo que le esperaba, largos minutos como años bajo la Imperdonable. Le aterrorizaba, pero estaba bien. Lo merecía por fallar. Simplemente no podía sentirse culpable por haber elegido salvar a Severus sobre el resto de las posibilidades. E intuía que en el fondo, Voldemort también apreciaría conservar al poderoso mago. Espero pues a que la Cruciatus volviera a calcinar sus nervios, esperó y esperó pero nada ocurrió.
Levantó los ojos confuso, y lo que vio le heló la sangre: Voldemort sonreía, con un brillo cruel y calculador en sus pupilas rojas.
-Oh, Lucius, Lucius... –musitó éste dando vueltas a su alrededor. –Veo que aprecias mucho a Snape... Siempre te preocupas por él, le cuidas... Erais buenos amigos en Hogwarts, ¿verdad?... Tú le trajiste a mí...
La voz de su Señor descendió sobre él muy suave, letal; y el significado de sus palabras, lo que éstas auguraban, le pareció más terrible que la Cruciatus.
-Y ahora él te ha salvado la vida... Debe apreciarte también. Y eso es raro... Snape siempre parece tan... solitario... A veces me recuerda a mí... –continuó susurrando, encantado con el efecto que estaba teniendo sobre Lucius.
-Seguro que tú has estado con él toda la noche, ¿verdad Lucius? A su lado... hasta ahora... Pero no es justo que te separes de él, ¿no es así?... Ve y tráele aquí.
-¿Qué...? –inquirió Lucius creyendo no haber oído bien.
-Trae a Snape ante mí. Esté como esté... Malfoy.
Lucius sabía cuando no debía rebatir una orden. Cuando era mejor obedecer a Lord Voldemort y punto, porque lo contrario podía suponer la muerte en el mejor caso, y muchísimo dolor en el peor. Pero ahora simplemente no podía creer lo que había oído, lo que se pedía de él. Todo su corazón y su alma gritaba en contra.
-Pero... Mi Señor... –susurró temblando. –Podría morir...
Voldemort se movió rápido como el viento. Al segundo siguiente Lucius tenía la punta de la varita del Brujo Negro clavada en la garganta, y su rostro deformado de reptil a escasos centímetros del suyo. Un brillo de furia ardía en los ojos estrechos como rendijas.
-Obedece...
Aquella voz suave trajo a Lucius la conciencia de múltiples torturas en caso de rebeldía, y sin más pensamiento se despareció de nuevo a la clínica.
Romano Visconti había caído en un sueño ligero, artificial, recostado de mala manera en el suelo de la clínica. Su tío le había sugerido que fuera a su dormitorio, pero el joven se había negado. Pietro no había discutido más: éste era posiblemente el primer paciente al que su sobrino salvaba la vida, y eso siempre dejaba una fuerte huella en un medimago verdadero.
La vocación de los sanadores era una escasa y poderosa, una que desafortunadamente no abundaba entre los muchos mediamagos de oficio. Los verdaderos elegidos tenían el don en sí: podían "sentir" los problemas en los cuerpos y almas dejadas a su cuidado, eran siempre más rápidos y eficaces y apenas fallaban. Él lo poseía y su sobrino también; el poder de Romano era grande, y Pietro se enorgullecía de tenerlo en su familia. Entre los Visconti el don bullía y tomaba ambas caras: la que ataca y la que defiende. Como para sanar, también existía un don para dañar. A menudo ambos eran el mismo: dependiendo de la educación que el elegido recibiera el don turnaría de una naturaleza u otra.
Él sabía que el mago que ahora atendía era uno de esos. Snape, el asesino que vivía dos pasajes más abajo, en un lúgubre semisótano. Apenas conocía nada de él, no pleitesías eran compartidas con sus pacientes. Sin embargo, sabía reconocer a los que tenían valía y a los que no. Y Snape, el joven que ahora erráticamente respiraba en su mesa camilla, poseía la "habilidad" que los Visconti tanto respetaban, en su cara de destrucción y muerte. De todos los mortífagos era el único, en su conocimiento. Probablemente el famoso Quien No Debe Ser Nombrado era otro.
El hombre untó más pomada en uno de los rasguños de la pierna de su paciente, limpiando al mismo tiempo la herida con un giro de su varita. Antes de ayer también había estado con ese mago, salvando su vida de un claro intento de suicidio. En aquella ocasión como en ésta, otro compañero le había llamado a tiempo; pero si a Snape se le acababa la suerte, no lo contaría. Suspiró: Romano se iba a sentir triste y decepcionado.
Entonces escuchó el ruido de otro mago apareciéndose, y el compañero rubio de antes estaba allí. Tenía el rostro muy pálido, y la expresión febril de su cara no le gustó nada.
Se acercó a su lado, y se quedó mirando fijamente a Snape.
-Me lo tengo que llevar. –dijo en voz baja y suave.
-No he acabado.
-No importa. Tu tarea acaba aquí, Pietro.
Detrás de ellos Romano empezaba a desperezarse.
-No. –Pietro puso una mano protectora en la espalda de Snape. Éste estaba desnudo, tan sólo una toalla blanca de lino cubriendo sus nalgas.
Lucius levantó su varita y señaló con ella al medimago. –Por favor... Pietro... –Su voz era un silbido ahogado y triste.
-Puede morir...
-Yo me hago responsable. Tú recibirás tu paga pase lo que pase...
-¿Qué... qué pasa...? –murmuró Romano levantándose y frotándose los ojos. Miró al mortífago rubio sin entender.
Pietro se acercó a su sobrino y posó su brazo en su hombro.
-Nosotros ya hemos acabado. Vamos.
-¡¿Pero...
El medimago empujó al adolescente hacia la puerta, y Lucius no perdió más tiempo. Abrazando el cuerpo de su Severus con enorme delicadeza, le cubrió como pudo con su capa negra. Concentrándose en la Marca Oscura de su brazo izquierdo, se despareció.
El lugar al que llegó le sorprendió sobremanera, habiendo esperado acabar en el salón donde su Señor sostenía sus "entrevistas". El carácter de aquella estancia, sin embargo, era radicalmente diferente. Se trataba de un dormitorio: tan sólo había una enorme cama con pieles en toda la habitación, y una mesa alta que contenía una urna de cristal vacía. Las paredes estaban cubiertas por cortinajes de terciopelo rojo, y carecía de ventanas. Varios globos de luz suspendidos del techo proveían la tenue iluminación.
-Lucius... ¿te gusta mi dormitorio...?
El aludido se giró a toda velocidad para encontrarse con su Señor recostado contra la pared a su espalda, e instintivamente apretó el cuerpo de Snape contra su pecho.
-Mi Señor... –Musitó bajando la cabeza en forma de respeto.
Voldemort sonrió de forma horrible, enviando estremecimientos por el cuerpo del rubio.
-Snape sigue inconsciente... Será mejor que le acomodes en la cama.
Lucius obedeció, dejando el ligero cuerpo sobre las pieles doradas, y colocando la capa más prietamente en torno a él. Que poco pesa..., pensó distraído, deslizando un dedo por el rostro dormido de su amante. Haciendo un gran esfuerzo se recompuso y se dio la vuelta, esperando las órdenes de su Señor.
Voldemort por su parte había depositado una enorme rata en la urna de cristal, y Lucius se preguntó vagamente cuando había visto antes a ese animal. No solía ser frecuente que el Brujo Oscuro jugase con la comida de su serpiente Nagini.
-Lucius, Lucius, Lucius... –Comenzó a sisear Voldemort, caminado lentamente por la sala sin dejar de observar a su subordinado. –Estoy muy... decepcionado... ¿Tú lo sabes, verdad? Hemos perdido a Wilkes, un compañero valioso, y *tú* has dejado escapar una oportunidad irrepetible para acabar con Moody... ¿Eres consciente de que debes ser castigado?
Lucius seguía con los ojos clavados en el suelo, y murmuró un suave "Sí, mi Señor."
-Por otro lado... me has dicho que Snape te salvó la vida... Y aunque valoro altamente la colaboración entre mis siervos, la muerte de Moody... era la *primera* prioridad...
La sangre de Lucius se tornó helada a esas palabras. ¿Qué quería decir, estaba implicando que...?
-... así que él... también debería recibir un castigo... ¿no crees?
Su carazón latía salvajemente en su pecho, y Lucius comenzó a sentirse mareado. No, ¿iba a castigar a Severus...? ¡Pero estaba herido, casi muerto! El joven rubio no pudo contestar, tan sólo miró a su Señor con ojos suplicantes.
Voldemort por su parte sintió el regocijo anudarse a sus entrañas. ¡Qué dulce era la venganza, y el poder que sostenía sobre el arrogante Malfoy! Ahora Snape yacía en su cama, herido, indefenso... La idea inflamaba su piel, y arremolinó sangre bajo su vientre. El tenía el castigo perfecto para ambos, sí... Uno que añoraba infligir desde hacía tiempo...
-Lucius... –El brujo se acercó al otro mago, que estaba muy quieto, como paralizado. –Yo no haría nada que pusiera en peligro la vida de tu precioso Severus... Él también es precioso para mí... Yo nunca te separaría de él...
Con un movimiento de su varita desarmó a Malfoy, y conjuró un "Petrificus Totalus" sobre él. No es que hiciese mucha diferencia con su estado inmediatamente anterior, pero no quería interrupciones de última hora. Dejó la varita de éste en el suelo, a sus pies, y con una sonrisa sucia giró a Malfoy como una estatua hasta que sus ojos abiertos descansaban sobre la cama. Voldemort era plenamente consciente de que aunque el mortífago no podía hablar, si podía ver y oír. Justo lo que necesitaba para ser... *castigado*.
-Yo sé cuanto aprecias a Snape... Y sé que ahora te une a él una deuda de vida... –Voldemort trazó la mejilla del rubio con espantosa suavidad, observando con deleite como la pupila del rubio se contraía en el iris gris claro. –Y no hay mayor tortura que ver al amado en sufrimiento, en dolor... Y no poder ayudarle... No poder hacer nada... –siseó en su oído.
- Tú castigo, mi fiel Lucius, es ver... escuchar... como *tu Severus* sufre... en *tu* lugar...
Con esas palabras flotando en el aire se separó del Malfoy, y observó brevemente a la rata de la urna. Ésta estaba muy quieta, con sus ojillos negros brillantes. Voldemort dejó escapar un gruñido divertido, antes de conjurar un pañuelo rojo, y dejarlo caer sobre la urna. Tú sólo vas a oír, Colagusano... El cuerpo de Snape es demasiado bello para tus miserables ojos, pensó con desdén.
Y entonces turnó hacia su premio.
Snape era una mancha negra en las pieles que cubrían la cama, como si alguien hubiera derramado tinta sobre un pergamino dorado.
Se acercó lentamente a él, ignorando la expresión espantada de las pupilas de Malfoy, y al instante olvidó que éste estaba allí. Con un golpe de su varita apagó varios de los globos de luz, dejando tan sólo dos sobre la cama. Él quería ver a Snape a todo lujo; y con cuidado, casi delicada reverencia, abrió la capa negra que tan fuertemente enrollara Lucius en su anhelo de protección.
La realidad era aún más de lo que él había soñado.
El cuerpo de su siervo descansaba boca abajo sobre la capa extendida; un perla irisada en un fondo azabache. Su piel era muy pálida, ligeramente dorada bajo la luz de su globos mágicos, y amarillenta y amoratada en diversos puntos. Un rosario de cortes dibujaban líneas carmín en las largas y bien definidas piernas, como si el joven las hubiese vestido con medias de fantasía. El mero pensamiento de aquellas bellísimas piernas, cubiertas de un vello suave y escaso; enfundadas en medias de seda roja como sangre, o de sangre como seda roja, hizo a Voldemort temblar. Aquellos trazos carmesí se extendían también por sus nalgas y espalda, y especial atención merecía una gran marca justo debajo del omoplato derecho, así como una raja surcando su muslo derecho. Un dedo helado recorrió con emoción ésta última, presionando en la carne mórbida y cetrina que rodeaba el corte, que susurraba promesas de placer indescriptible para él.
Sus ojos rojos vagaron por las caderas estrechas, aunque suficientemente curvas en su unión con la delgadísima cintura para que hubiera algo femenino en ellas. Sus nalgas eran pequeñas y duras, apetitosas; y su dedo curioso las recorrió, vagabundeando por el acantilado entre ambas, departiendo hacia donde éste desparecía en la espalda con una pequeña hondonada. Siguió por la columna de su presa, sus huesos resaltando sobre la piel teñida de golpes y moratones que apenas comenzaban a desaparecer, hasta la masa de pelo negro como el plumaje de un cuerpo, que resbalaba por sus hombros y cuello y ocultaba su rostro inconsciente.
Snape era perfecto, y Voldemort sintió un golpe de celos hacia el mago rubio que le había poseído hasta ahora.
Bien, eso se acabaría, pensó con satisfacción. Snape era suyo, ¡suyo!, herido y golpeado para hacer con él como desease. La señal de abuso en el cuerpo de sus parejas había sido desde siempre para Voldemort un elemento de enorme poder erótico, y era verdadero placer el que obtenía simplemente con dañar y torturar.
En materia sexual no era muy diferente, y siendo Tom Riddle ya descubrió que le era difícil mantener una erección sin crear dolor. Su naturaleza sádica no era sin embargo problema par: siempre habría algún masoca o desafortunada víctima que tomase ese lugar.
Y ahora tenía a Snape... Su largamente deseado Snape... Tan frío, tan orgulloso, tan metódico... Voldemort ardía en deseos de romper todas esas barreras, de quebrar al poderoso Slytherin, de domar su voluntad e independencia. Y para eso, para eso, necesitaba...
Con un brusco movimiento Voldemort tiró de la capa negra, girando a Severus como una muñeca sobre la cama, y la dejó caer en el suelo. Tomando su varita la desplazó sobre el cuerpo herido, y le situó de nuevo boca abajo, atando sus muñecas en la cabecera de la cama.
...Le necesitaba... consciente...
-¡Enervate!
El mundo se llenó de luces de colores para Severus. Su primera conciencia fue el ahogo: su penosa aspiración de aire desató una tortura en su pulmón herido, aplastado contra el colchón por su propio cuerpo. El resultado fue un dolorido silbido, que se repitió con cada toma de aire, durante varios segundos.
Severus no podía recordar, no podía pensar. Su cuerpo estaba entumecido por las pociones suministradas a él, su mente atrapada en una niebla densa. Casi inconscientemente intentó girarse, pero el movimiento envió una tremor por su cuerpo, y desistió. Con cierto pánico advirtió su inmovilidad; y algo frío, muy frío, recorriendo su piel.
-Severus... mi fiel mortífago... Mío... –la voz serpenteó entre sus muslos.
El joven slytherin se quedó muy quieto, inmóvil. Aquella sensación –como hielo que abrasaba- recorría sus piernas y nalgas con lasitud; y si bien las caricias le eran familiares su tacto era diferente. Nunca había experimentado algo así. Algo tan... helado.
-Lu... Lucius? –murmuró inconscientemente, pues en su cabeza el sexo iba siempre emparejado a Malfoy.
Voldemort no se tomó la molestia de responder. Su víctima temblaba, el pánico y la incertidumbre desbordaba cada poro, y su erección era simplemente enorme. Se restregó contra Snape para hacerle entender.
Éste se quedó más quieto todavía, tenso y paralizado. Su corazón latía desbocado, respirar era una tortura, pero por un momento la certidumbre sobre su inmediato futuro anuló todo lo demás.
Él odiaba doblegarse ante Lucius. Odiaba ofrecerse como su juguete, odiaba prostituirse para lograr fines que nada tenían que ver con su satisfacción personal. En Hogwarts había estado confuso: adoraba la atención que Lucius le prestaba, y se había auto-convencido de que su ocasional "entrega" era un justo precio a pagar. Sin embargo, en su fuero interno sabía que el precio era demasiado alto.
Y luego, justo aquello había cambiado... Lucius había cambiado. El sexo se volvió menos rápido, menos duro, más... placentero. Había empezado a acostumbrarse. A disfrutarlo...; un poco, al menos. Le gustaba que el rubio le besase. Que trazase caricias lánguidas por su estómago. Que susurrase palabras sin sentido mientras le mordía los lóbulos, la nuca, el cuello. La penetración era la parte más desagradable del asunto, pero había dejado de doler. Era una sensación extraña, aquel batir en sus entrañas, el peso dentro de sí, pero no agónica como recordaba. Sólo extraña. A menudo Lucius le masturbaba cuando él ya había acabado hasta que se corría.
Sí, Severus se había acostumbrado al sexo con Lucius. Odiaba hacerlo; no, *tener* que hacerlo, pero no era tan malo. Había cosas peores.
Como la sensación de indefensión. Cómo las correas mágicas que mordían sus muñecas. Lucius nunca le había atado. Y siempre estaba atento a su respiración. Ya no le gustaba hacerle sangrar.
Ahora Severus podía sentir su sangre derramándose por sus piernas, brotando de sus heridas. Era el único calor que sentía, aterido por aquellas manos heladas que le manoseaban y pellizcaban y ocasionalmente le golpeaban. Quejidos sin fuerza escapaban por sus labios grises; la punzada en su pecho crecía a cada inspiración, atenuando los otros dolores.
Aquel ser que le aprisionaba –porque Severus no podía concebir semejante frialdad en un humano- comenzó a frotarse contra él, y el joven sintió erizarse cada vello de su piel al notar el contacto con aquella piel escamosa, blanda, y aquel aliento húmedo que revolvió su estómago. Severus luchó las arcadas que subían a su boca, aterrorizado por la excitación de su agresor.
La erección que engordaba contra sus muslos no era la de Lucius, que siempre estaba caliente y mojada con pre-eyaculación. Aquel miembro era duro, frío y seco como una escultura de metal, y la escasa humedad del glande quemaba como ácido.
Va a violarme, pensó entonces Severus.
Violarle. Toda la vida danzando alrededor de esa palabra, negándola, porque para que haya una violación uno *no* ha de querer, ¿no? Y él con Lucius siempre había querido. Por un motivo u otro. O eso se había dicho a sí mismo. No, ¡nunca le había ocurrido! Él era un mago entrenado, poderoso, ¡por Merlín, un mortífago! Los magos como él no son violados, ¡porque pueden defenderse!
Pero su agresor separó sus piernas hasta que sus ingles dolieron, y las ató mágicamente para mantenerlas en esa posición. Elevó luego sus caderas, colocando un enorme revoltijo de pieles bajo ellas. Y finalmente las manos como garras tomaron firme posesión de sus glúteos, abriéndolos para mejor exponer la entrada de su ano.
¡No...! ¡No, por favor...!
Severus habría gritado. Pataleado. Luchado. Habría destruido el mundo entero en su estrés. Pero respirar ya se cobraba todas sus fuerzas. Estaba débil e inofensivo como un bebé. Como una muñeca que uno mueve y usa a placer.
Indefenso.
Severus tomó una bocanada de aire, apretó los puños y mordió con fuerza las pieles bajo él, tratando de prepararse para lo que venía, tratando de no pensar.
La penetración fue un infierno. Seca, desgarradora, brutal. Los delicados tejidos de su intestino grueso se rompieron como papel tisú ante la invasión, enviando una ola de abrasador dolor que le convulsionó, y efectivamente expulsó todo el aire de sus cansados pulmones fuera de él. Llenarlos de nuevo se convirtió en una misión imposible.
El dolor en sus entrañas era simplemente abrumador, tan vivo y ardiente como cualquier Cruciatus. Pero aún era peor.
Por la humillación. Por la herida de muerte a su orgullo. Por la pérdida insondable de la dignidad.
Lo poco que le había quedado de ésta tras su azarosa vida se marchaba ahora con cada empuje, cada golpe. Cada gemido de placer sobre su cuerpo le dejaba más vacío, cada mordisco en sus hombros más desesperado. Los dedos de su atacante se hincaron en sus caderas para mantenerle quieto y alcanzar mayor profundidad, y la mente histérica de Severus los imaginó abriendo agujeros en su piel como si ésta fuese de mantequilla.
Voldemort aceleró su movimiento dentro de aquella carne caliente, que le oprimía exquisitamente. La sangre lubricaba ahora todo el pasaje, facilitando sobremanera sus esfuerzos; amortiguando el rítmico palmoteo de sus testículos contra las nalgas ofrecidas a su placer.
Pero aquello no era suficiente. El Señor Oscuro necesitaba dañar para sentir placer, y Snape estaba demasiado laxo, apenas gritaba a pesar de sus golpes... Gruñó de frustración redoblando sus esfuerzos, consciente de que las necesidades de su cuerpo -o de la humanidad que aún quedaba en él, no se correspondían con las de su alma.
Ésta necesitaba poder, la sensación de supremacía. El sexo ya no era fruto de la lascivia, sino de la ambición. Se había desvirtuado en una cuestión de fuerza, ¡no había mayor orgasmo que el poder absoluto!
Pero Snape estaba demasiado quebrado para plantear la lucha que había imaginado. Ya no había nada que domar.
Que decepción...
Sin embargo, no podía a defraudar a su audiencia. Voldemort se arrepintió ligeramente de haberse dejado llevar por su fantasía: una buena ronda de Cruciatus sobre Malfoy habría sido más placentera. Este mero pensamiento y el placer que invocaba le llevó a la cima; y con un jadeo horrible se hundió lo más hondo que pudo en Snape y descargó su semen entre espasmos, mordiéndole con violencia en el cuello. Su boca se llenó de sangre, completando así su macabro placer.
Voldemort tragó, deleitado, y se mantuvo en el éxtasis preciosos segundos, antes de caer pesadamente sobre su víctima. En sus oídos aún resonaban los gemidos ahogados en las pieles de Snape, ahora reducidos a débiles expiraciones. Su miembro fláccido seguía dentro del mortífago, tibio y arropado, y se apretó unos segundos más antes de finalmente abandonar a su huésped.
Se sentó un tanto cansado sobre la cama, entre las piernas de Snape, admirando la vista. Éste aún temblaba por la tortura agónica a la que había sido sometido, y las heridas en sus muslos sangraban. Un hilo de sangre mezclada con semen discurría de su ano desgarrado y enrojecido hasta manchar las pieles.
Voldemort tomó su varita y murmuró un poderoso conjuro sanador sobre el profundo corte del muslo, y luego en cada una de las incisiones re-abiertas. Había sido una experiencia un tanto regular, pero Snape era un mago demasiado valioso para permitir que se desangrase en su cama.
Sin prisa pero sin pausa sanó todos los cortes, y luego los mordiscos. Ejecutó dos poderosos hechizos curativos sobre las funciones vitales de su víctima, y sonrió satisfecho cuando la respiración de Snape mejoró ostensiblemente. Al tonto Dumbledore se le caería la baba de ver su habilidad en medimagia.
El único daño que no tocó fue el derivado de la violación. Le satisfacía enormemente saber que Snape se sentaría de lado por una semana; le enseñaría a *su* mortífago a preocuparse menos por Malfoy y más por cumplir los deseos de su Señor.
Finalmente rompió las ataduras que amarraban a Snape a la cama, y esperó a que éste le enfrentase. Sin embargo para su sorpresa, el joven no se movió.
Voldemort frunció el ceño; advirtiendo que a pesar de su repetidos conjuros Snape se había mantenido quieto sobre la cama, como en trance. Probablemente estaba en shock: no sería raro, considerando el carácter orgulloso e independiente del slytherin.
De todas maneras, aquello no podía ser bueno. La Cruciatus era un castigo aceptado entre sus seguidores, pero un encuentro sexual... Snape muy bien podía odiarle por esto; y ya que estaba vivo, era mejor que le respetase y adorase como hasta ahora: matarle por rebeldía sería una auténtica pena.
Tomando una decisión Voldemort rió turbiamente, y dijo con voz clara y enérgica:
-¡OBLIVIATE!
La prueba de la violación seguiría allí, en su cuerpo, en su inconsciente; pero Snape no recordaría que había sido *él*. Quizás incluso culparía a Malfoy. Era suficiente con que éste supiera, con que el rubio recordase.
El brujo negro giró el delgado cuerpo de Snape sobre la cama, y sonrió con satisfacción ante los ojos vidriosos; la mirada blanda, perdida, cuyo negro casi parecía un gris oscuro y sucio. Húmedos trazos de lágrimas manchaban sus mejillas.
Tomando su capa negra se cubrió entonces, y se levantó para encarar a su obligado voyeur.
Lucius Malfoy seguía tal y como le había dejado: petrificado, mudo, espantado.
Voldemort le rodeó lentamente como un depredador a su presa, fascinado por el horror que emanaba de su víctima. El sentimiento de Malfoy por Snape era sincero, entonces. Mucho mejor..., pensó con regocijo. Más dolor, más terror impreso para siempre en él. El castigo había sido excelso, y el joven rubio no lo olvidaría jamás. Éste acababa de tener un heredero, y a partir de ahora sabría que sus seres queridos era también su punto débil. Había sido una buena lección.
-Finite encantatem... –murmuró con suavidad.
El pecho de Malfoy se amplió en una agradecida bocanada de aire, mientras el joven cerraba los ojos. Lo que había sido obligado a ver, sin embargo, permanecería para siempre impreso bajo sus párpados.
-Devuelve a Snape a su casa; ya me he asegurado de que sobreviva. –ordenó Voldemort en un silbido. –No olvides nunca lo que ha ocurrido... Y no vuelvas a fallarme deliberadamente. Puedes irte. –le despidió.
Malfoy salió con lentitud de su parálisis, sin duda sintiendo punzadas y agujetas en sus miembros agarrotados. Con pasos lentos, casi reticentes, se acercó a la cama y de nuevo envolvió a Snape con su capa negra, que yacía en el suelo. Lucius evitó mirar al rostro de su amante, a su mirada opaca, a sus labios entreabiertos en un sollozo silencioso. Evitó mirar a Voldemort, y a aquella estancia de pesadilla.
Evitó pensar, temblar, retrasarse un segundo más; y se desapareció con el cuerpo laxo de Snape entre sus brazos.
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Humm... Bueno, sí... pero lo más duro, ejemm, se ha acabado ya... El próximo cap será más relajado.
¡¡¡Muchas gracias a tod@s lo que han dejado un review!!!!!!!!!!!!!! Vuestros comentarios me hacen muchísima ilusión, y me animan a continuar...
¡Por favor, no dejéis de dar vuestra opinión!!!! Escribid!!! ^_^
Y este cap, de nuevo, va dedicado a Yuzu-chan y a Claudio por su ayuda. ¡Gracias!!!!
