Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^
Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.
Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!
Muchas gracias por los Reviews!!! Por favooooor, escribid!!!! Disfrutaaaaad!!!
La vuelta atrás
20. Los días posteriores: obliviate
Lucius Malfoy se apareció en el callejón Knockturn con Snape entre sus brazos.
En cualquier otro lugar la visión del pálido joven portando aquel cuerpo desmayado y mal cubierto por la capa negra habría suscitado rumores y preguntas, pero en el callejón oscuro los muertos no interesaban a nadie. Ninguno de los mendigos hacinados en las esquinas le dedicó una mirada, ni los dependientes de las tienditas que se apoyaban aburridos en el quicio de sus puertas a ver gastarse la mañana.
Septiembre apuraba el antepenúltimo día del verano con un ambiente plomizo, cargado de esa humedad helada que se anuda a los huesos como un sudario. Los pocos magos con los que se cruzó se movían deprisa bajo una lluvia fina que apenas había comenzado a mojar la calzada, y Lucius se estremeció de frío, agotamiento y horror.
El cuerpo desnudo y usado de Severus se sentía liviano como una pluma.
Actualmente Lucius no podía verle. Había tapado diligentemente sus rostro con la capa, para escapar así del espanto de aquella mirada negra y vacía. Pero sentía cada vértebra clavada en sus brazos, cada costilla contra su pecho, el peso móvil de su nuca, el roce laxo de un brazo caído y medio descubierto contra su muslo.
Un cadáver se habría sentido más vivo que su amante.
El joven se mordió los labios, inconsciente de las lágrimas como gotas de lluvia que caían en sus mejillas.
Lord Voldemort había dicho que llevase a Snape a su casa. Allí, al sucio y triste callejón Knockturn, lejos del calor y la intimidad del dormitorio compartido en la mansión Malfoy.
Era tanto como ordenarle que separase a Snape de su vida. ¿No era esa la moraleja del asunto? Él ya no era él mismo sino él y sus seres amados. Severus, Narcisa, su pequeño Draco. Las implicaciones eran tantas...
Malfoy tembló de nuevo, de miedo y rabia e impotencia... Un odio intenso y profundo hacia Voldemort le sacudió de la cabeza a los pies, con tal fervor que paralizó sus pasos e inconscientemente le obligó a apretar a Snape con más fuerza contra su pecho. Pero al segundo siguiente esa llama de odio se diluyó por el cansancio y la infelicidad.
El joven rubio suspiró con amargura y prosiguió su penoso avance, buscando la callejuela perpendicular donde estaba la entrada de la morada de Snape. Él nunca había estado allí, actualmente.
Su alma lloró al ver el deplorable y sucio pasaje, la puerta gastada que se abrió ante un simple alomohora, la fría y oscura vivienda.
Lucius depositó el cuerpo en la cama desecha, resistiendo la urgencia de abrazar a Snape desesperadamente lejos de aquel ambiente sórdido; resistiendo el ansia de besarle, de amarle, de suplicarle perdón. Pero Severus no se movió sobre el colchón, como dormido a pesar de sus ojos entrecerrados.
Lucius no soportaba mirarle. No soportaba recordar.
Sin saber cómo sacó fuerzas para regresar a la clínica de Visconti, y sin dar explicaciones pagar su deuda y recobrar la varita de Snape.
Sintió antes de marchar la mirada oscura del niño Romano clavarse en su espalda, y abrir un boquete del tamaño de un puño en su alma. Pero Lucius no dijo nada. Hablar era racionalizar, era dar materialidad a una pesadilla que se había sentido como tal: un sueño terrible del que aún es posible despertar.
Sin embargo, quizás Snape no despertaría. Quizás él tampoco, y ya para siempre viviría con el terror y la angustia de perder lo que le era más valioso que la vida. No muy Slytherin, reconoció, pero esa palabra que había regido su destino ya no era de plata brillante sino verde moho, el verde sucio de la podredumbre.
Cuando regresó Snape estaba tal y como él le había dejado. Semiinconsciente.
Lucius jugueteó con la varita de sauce que había recobrado, la cual se sentía extraña y delicada entre sus dedos. Nada que ver con su elegante y recia varita de teca, con nervio de corazón de dragón; una varita de líder, había sentenciado Ollivander.
Ésta era flexible y liviana, frágil y embrujadora como el dueño que había elegido. Lucius la depositó en la mesilla de noche, donde descansaba también una vela medio consumida y una bandeja con restos de comida. El joven rubio tomó está última y la llevó a la cocina. Allí rebuscó, pero no había nada que le apeteciera. La despensa estaba vacía, y la cámara para preservar los alimentos tan sólo conservaba un poco de jugo de calabaza y unas piezas de fruta.
Regresó al dormitorio, pero no pudo sentarse a esperar. Snape seguía igual.
Dormido.
Un bulto negro como un cadáver amortajado. Lucius no podía acercarse a ver su rostro, a retirar sus cabellos negros. A tocarle de nuevo. No después de Voldemort. No después de...
Tenía que marcharse. Tenía que descansar, tenía que salir de esa pesadilla, de esa noche maldita. Tenía que huir...
Narcisa y su pequeño Draco estarían en casa. Habrían regresado, al leer el titular sobre Moody. Estarían ansiosos por él. Necesitarían verle, certificar que seguía vivo, con ellos.
Él... no podía quedarse. Snape seguía durmiendo. No le necesitaba.
Voldemort lo había ordenado, llevarle a casa y no olvidar. Sólo eso. Y había cumplido. Había obedecido. No había fallado de nuevo.
No, no fallaría de nuevo; no olvidaría.
Lucius Malfoy era aún ignorante de que sus actuales y terribles sentimientos no iban a desaparecer de su alma... como lo hacía su cuerpo del semisótano.
Aquel día y su noche pasaron, y amaneció el veintiuno de septiembre para morir también, y dar relevo al otoño.
Muchas hojas del Bosque Prohibido vistieron sus galas doradas, y la Naturaleza siguió su curso inevitable preparándose para los rigores del invierno. La masa arbórea parecía viva desde las alturas del despacho del Director de Hogwarts, allá donde Albus Dumbledore observaba desde su ventana.
Los terrenos de la Escuela se perdían en el horizonte, y al este, entre la niebla que impregnaba el ambiente, se distinguían las luces de Hosmeage, aún encendidas a pesar del incipiente amanecer. Era una vista hermosa, una que solía calmar y contentar el alma del benevolente mago, pero que en aquel momento pasaba inadvertida. Los ojos celestes miraban por la ventana sin ver, la mente tras ellos sumida en el oscuro presente.
Un otoño avanzaba a grandes pasos hacia el invierno, desde luego. Pocas veces la metáfora se sentía tan real.
Albus acababa de regresar de San Mungo, donde había visitado a su amigo Alastor. Tan sólo habían pasado dos días desde el ataque, pero al viejo mago se le habían hecho interminables. Al estrés por la suerte de su amigo se le unió el pánico en el Ministerio, aún fuertemente tocado por la tragedia de Yorkmile y la desaparición de otro auror, Víctor Strauss. Eso sin contar con sus responsabilidades en Hogwarts donde el curso acababa de comenzar, y su tarea al frente de la Orden del Fénix. Y más secretamente, su ansiedad sobre Severus Snape.
Su espía estaba definitivamente desaparecido, lo cual no hacía nada por calmar sus nervios. Albus se repetía que era normal que su antiguo estudiante no diese señales de vida por varios días, e incluso semanas; esto ya había ocurrido antes. Pero nunca en una semana tan llena de acontecimientos. Y nunca tras haber sido directamente convocado por Voldemort.
El joven Slytherin estaba mentalmente destrozado la última vez que le había visto, lo cual no ayudaba a sus esperanzas. Sólo le había encontrado así en dos momentos anteriores: tras el incidente con Lupin y en su confesión. Y ambas ocasiones, él había tenido la oportunidad de vigilar a Snape de cerca, y al menos asegurarse de su supervivencia.
Ahora sin embargo... nada. No sabía nada, y con todo lo ocurrido, apenas había podido investigar. Tan sólo había averiguado que desde el fin de semana no había asistido al trabajo, lo cual no podía predecir nada bueno.
Sin embargo, su corazón se revelaba ante la idea de que estuviera muerto. Al menos su cuerpo no había sido encontrado en las cercanías de la casa de Moody.
Su viejo amigo mientras tanto ya había recuperado la conciencia, y con ello ciertos hechizos curativos habían actuado sacándole definitivamente de peligro. Su nariz y su ojo no había podido ser recompuestos, aunque los medimagos habían asegurado que su nervio óptico aún funcionaba. Alastor ya había murmurado su deseo de adquirir un ojo mágico, el auror dentro de él siempre a la caza de nuevas armas y avances en su cruzada contra el mal.
Albus Dumbledore había reído de buena gana al oírle, pero ahora su hilaridad se había esfumado bajo el peso de sus otras preocupaciones.
Aún faltaba más de una hora para el desayuno.
-Voy a hacerlo.
La voz cristalina de Arabella Figgs le sacó de su trance, y volvió su rostro de la ventana para mirarla.
La aurora estaba apoyada en la percha dorada de Fawkes, dormido y gris en la proximidad de su incineración. Sus ojos miel tampoco brillaban, y había un velo de determinación que los oscurecía.
Él conocía esa mirada. Se traducía en "ni Merlín en persona podrá detenerme".
-Arabella...
-No.
La mujer se dio la vuelta, atusando con sus dedos los mechones blancos que habían caído de su moño.
Albus suspiró, y se sentó en uno de los blandos sillones.
-Deberíamos esperar.
-¿A qué, a que su cadáver aparezca?
-No sabemos eso.
-¿No? ¿Entonces dónde está? ¿por qué no ha contactado contigo como siempre hace, eh?
-Si investigas demasiado, puedes... descubrirle.
-Él nunca debió haber regresado. ¡No en ese estado!
Esa conversación ya la habían tenido. Albus suspiró de nuevo, sintiendo cada uno de sus muchos años en su cansada osamenta. La mujer se había enamorado a primera vista del joven espía, y cada día desde su marcha había preguntado por él.
Albus había rogado paciencia, pero la espiral de acontecimientos le había superado: Snape había sido siempre tan útil, le había informado siempre de tantos planes sin error; que ahora estos golpes tan fuertes y tan seguidos sin su noticia le enervaba.
-Alastor ha recuperado la conciencia- comentó para desviar la conversación.
-Lo sé. –la voz de la mujer era fría; ella y Moody habían tenido últimamente sus desencuentros.
-No será una búsqueda a ciegas... –continuó la mujer con voz suave, volviendo al tema. -Le di uno de mis anillos... Puedo proyectar mi conciencia en donde éste esté y luego aparecerme, el vínculo es de doble dirección.
-¡Arabella! –Albus se levantó escandalizado. -¡Es demasiado arriesgado!
Ante el silencio de su amiga el Director elaboró aún más. -¿Has pensado que Severus podría estar en la presencia de Voldemort? ¡Ese sería tu fin, y el suyo!
-No es probable...
-Pero posible. Arabella... Sabes bien que Voldemort no sería engañado por tu proyección-espía. Sí no te caza en el momento, *seguro* descubrirá tu enlace en el anillo, y si éste lo porta Severus como tú esperas...
-Bien, es un riesgo que tomaré.
-¡No...!
-¡Sí, Albus! ¡Mírate! Apenas has dormido estos días, ni comido, ni nada de nada! ¡Nos moriremos de la angustia si no actuamos! Si el chico no nos ha avisado de toda esta locura, quizás es que ya no pueda espiar... ¡Por Merlín, estaba al borde de un colapso nervioso! ¡Y tú y yo le dejamos marchar!
-Arabella, no creo que Voldemort sea estúpido... Si no le descubrió debió mandarle a su casa a dormir...
-¿Y lleva durmiendo desde el domingo? Quizás le mandó a dormir como le mandaste tú, no?
Albus casi se encogió por la puñalada verbal. La mujer tenía los labios y los puños fuertemente apretados, y el anciano mago sintió su estómago girar por la culpa.
Retiró su mirada, era lo más cercano que podía hacer a darle su aquiescencia para el descabellado plan.
El fantasma de una sonrisa apareció en el rostro de la aurora antes de desaparecerse.
Severus Snape dormía sobre su cama, en la misma posición en la que Malfoy le había abandonado al alba. Su estado de conmoción, fruto de sus terribles vivencias y agudizado por la amnesia de Obliviate, se transformó con el paso del tiempo en un profundo sueño, del que no despertó hasta muchas, muchas horas después.
Muy poca luz resbalaba entonces por el ventanuco, y el frío dormitorio estaba sumido en una densa penumbra.
La primera sensación que asaltó al joven cuando su conciencia abandonó el mundo de Morfeo fue la sed.
Una intensa y aguda sensación de sequedad que le raspaba la garganta, y le hacía daño al respirar. Su lengua se sentía como un estropajo, y su paladar bien hubiera podido ser la duna de un desierto.
Intentó toser, salivar, pero sólo consiguió acentuar su irritación. Su pecho retumbó en una costosa inspiración.
¿Por qué se encontraba tan mal? Tenía que levantarse y tomar algo, beber...
Severus intentó incorporarse, pero en el proceso una dolorosa punzada le estrujó el bajo vientre, enviándole con efectividad de nuevo a la posición horizontal. Se giró lentamente sobre el colchón, hasta quedar encogido de lado. Sus entrañas ardían, y sentía la cara interna de sus muslos y nalgas escocer. El súbito dolor llenó sus ojos de lágrimas, que mancharon la almohada.
¿Qué le ocurría? La confusión pronto se transformó en miedo, cuando intentó recordar lo último que le había sucedido sin éxito. Su cabeza parecía llena de tambores, y entonces se percató de que escuchaba su propio pulso, la sangre latiendo en oleadas por sus venas y su asustado corazón.
¡Serénate, serénate!, se obligó. Controlar su respiración fue angustioso pero sencillo, al fin y al cabo tenía práctica engañando al Señor Oscuro. Su cuerpo finalmente obedeció el mandato de su mente, y su voluntad se adueñó de sus desbocadas reacciones.
Ahora debía intentar recordar. Cómo un navegante surcando un mar de niebla, poco a poco vislumbró sus dispersas memorias.
Rosier. Rosier falsamente acusado de traidor. Su recuperación, la cena en casa de Malfoy. La muerte de... Victor Strauss, por su mano. El sexo con Lucius. La huida, su... ¿suicidio? Severus levantó su muñeca: ahí estaba, suave, la larga cicatriz.
Pero Rosier le había salvado, y él... él había confesado... Y luego huido al callejón Diagon, donde se había encontrado con Lupin, y Black, y después el Señor Oscuro había llamado.
Y se había aparecido en la mansión de Lucius, y también estaba Rosier, y Wilkes, y tenían que matar a Alastor Moody... Severus recordaba todo lo que había pensado: la rabia, el despecho, la larga espera hasta que el auror llegó; y entonces... la lucha...
Rosier cargando contra Moody cuando la barrera que protegía su casa... estallaba. Y él había intentado proteger a Lucius, y sentido todas aquellas agujas clavarse en su cuerpo y entonces...
Nada.
Su memoria se desvanecía en un hilo blanco.
¿Había estado inconsciente todo ese tiempo? Quizás...
Severus apenas notaba dolor en sus piernas y espalda, donde las dagas de cristal debían haberse clavado. Estaba muy débil, pero eso era normal después de una ardua recuperación. Y aquel dolor en sus pulmones bien podía ser un efecto secundario. Lo único que no encajaba... era las punzadas en su vientre, ni la irritación en su muslos y nalgas.
Pero él sabía a que correspondían esos síntomas, él los había vivido antes: la quemazón en su bajo intestino, el dolor en sus caderas, el picor en la tierna piel, irritada y golpeada y... Su mente no pudo seguir.
Se vio de nuevo a sí mismo con diecisiete años en el calabozo vacío de pociones, sucio y dolorido, incapaz de levantarse, mientras Lucius se iba, se iba...
Su boca se abrió en un espasmo, como queriendo tragar el aire que sus pulmones habían dejado de hospedar. Ese recuerdo era nítido y claro, perfectamente secuenciado: había sido su primera vez. ¿Cómo olvidarlo? Su primera relación sexual. Consensual, sí, pero...
Aquello no podía estar pasando. Él no recordaba, ¡NO RECORDABA!!! Si había estado herido de gravedad, ¿cómo podía haber sucedido *eso*? Pero para su terror su mente le proporcionó respuestas con macabra velocidad: le podían haber "usado" estando inconsciente, o incluso haber ejecutado un obliviate sobre él. Eso explicaría su confusión al despertar, su desorientación...
Severus no pudo reprimir un sollozo entonces, acurrucándose en un ovillo sobre la cama, arrebujando la capa negra en torno a sí. El roce de la tela con su cuerpo le reveló su desnudez, inundándole de vergüenza y rabia y de una aplastante sensación de indefensión.
Si aquello había ocurrido antes, en Hogwarts y también ahora, bien podía repetirse en el futuro. ¿Qué pasaría si no podía defenderse, o si ni siquiera le permitían esa opción?. Severus se sintió barato, y sucio, y de pronto toda su piel picaba, y necesitaba lavarse, y alejar la suciedad y el manoseo, y...
Mordiéndose con fuerza los labios se levantó con lentitud, gimiendo por el dolor que desgarraba su media sección. Fue entonces cuando la vio: la capa negra de Lucius.
La iniciales L.T.M estaban bellamente bordadas en el cuello con hilo dorado, y el broche, dos serpientes anudadas en torno a una varita y una luna, representaba el escudo de los Malfoy.
Inconfundible.
Él estaba desnudo, tan sólo cubierto por... la capa de Lucius...
No. Aquello no podía ser.
Severus estrechó la capa contra su cuerpo aterido, era cálida y aterciopelada al tacto. Olía a sándalo y perfume caro.
Lucius.
No podía haber sido él...
Y además, le recordó su mente irónica, ¿para qué habría ejecutado el rubio un obliviate? No era como si no estuviera acostumbrado a tratarle con rudeza. A usarle cuando lo desease. A...
Pero no. Lucius... había cambiado. Desde su matrimonio con Narcisa era más dulce, más cuidadoso. ¿Qué tenía que ocultar? ¿Por qué habría hecho eso?
¿Por qué habría *vuelto* a hacer eso...?
Nada tenía sentido. Sólo el dolor y la sensación de suciedad le parecían reales.
Con pasos lentos, agónicos, Severus caminó hasta la bañera. Cuando llegó su piel estaba erizada por el frío y el espanto; y la cara interna de sus muslos se había rozado al andar, volviendo el escozor casi insoportable.
El joven se desplomó sobre el inodoro, repentinamente presa de las arcadas. Sentía como si sus tripas se estuvieran recolocando dentro de él, pero apenas vomitó. Jadeando se movió al lavabo, donde bebió con avidez. El agua helada hirió su garganta seca, pero quitó el sabor a bilis que impregnaba su paladar.
Cuando consiguió meterse en la bañera sintió un rastro de calor entre sus piernas, y tras tocarse descubrió a sus dedos temblorosos levemente manchados de sangre.
Estaba sangrando.
Al andar y moverse había abierto las incisiones de la delicada piel de su esfínter. Le había ocurrido igual su primera vez, y la segunda, y la tercera... El camino de vuelta al dormitorio de la Casa Slytherin, o al baño, siempre reabría las heridas del interior de su ano.
Luego era reciente. Muy reciente.
Severus comenzó a llorar sin poder contenerse, doblado bajo la ducha de agua muy caliente. Sabía que las heridas en su interior se volverían a abrir si hacía un movimiento brusco. O si estaba estreñido. O el mismo día al hacer de vientre.
Estaba sucio, el interior de su cuerpo estaba sucio y sangraba, e ignorando el dolor se frotó con vigor el trasero y los muslos, los genitales, y de nuevo entre las nalgas. No comería. No quería que su intestino grueso trabajase, o podía infectarse. Aquello había dado resultado, antes. También había usado una poción para acelerar el metabolismo de cuerpo y sanar más deprisa. Era una poción que le dejaba somnoliento y disperso, y a menudo le daba dolor de cabeza. Pero merecía la pena.
Tenía que curarse, borrar de su cuerpo la señal de abuso. Nadie debía saberlo, nadie debía averiguar que era débil. Lucius tampoco, ¡no dejaría que éste le quebrarse!
Su piel estaba roja e irritada por el intenso frotar y el agua hirviendo, pero Severus aún podía imaginar la sangre bajando por sus piernas, mezclada con semen, y saliva, y... ¡tenía que limpiarse!
Una hora más tarde el joven salió de la bañera, mareado por el vapor y el cansancio. Toda su piel estaba sonrosada y sensible, y el más ligero movimiento enviaba una ola de agonía por sus miembros.
Regresó penosamente a la cama, encima de la cual se derrumbó. Su cuerpo estaba en el límite del colapso, tras aquella agotadora semana de graves heridas y forzadas recuperaciones, y Severus se sintió muy sólo y enfermo. Se arrebujó bajo las sábanas, y cayó en una profunda duermevela, más fruto del cansancio que del sueño.
Había un cáliz. Un cáliz plateado, con extraños símbolos labrados en su brillante superficie, y Severus podía ver su rostro desfigurado en la superficie. Aún así, notó que el ovalo de su cara era más redondeado, y su pelo más corto, apenas sobrepasando la longitud de sus orejas.
Parecía... más joven. Apenas un adolescente. Y entonces podía escuchar la voz de otra persona, una mujer..., no, una niña. Una niña hermosa, de piel clara y pecosa y cabello rojo oscuro. Las pestañas de la niña eran también rojas, y sus labios; pero sus ojos eran verdes y se veían enormes y misteriosos. Su mirada era misteriosa también. ¿qué le estaba diciendo? Ella le señalaba la enorme copa, llena de una nube blanca, vaporosa, surcada de hilos plata. Y señalaba los signos... sí, él conocía los signos, decían... ¿obliviate?
¡¡¡¡¡BROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOM!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
El ruido retumbó en el sueño quebrando su inconsciencia. Con un sobresalto Severus despertó, pero su cuerpo apenas se movió. Con la súbita adrenalina del miedo el joven se mantuvo muy quieto en la cama, escuchando.
Había alguien ahí, alguien a su lado, haciendo ruido. Se concentró para llamar a su varita a su mano.
-¡Ohhhfff!-gimió una voz. Después silencio. El intruso debía haberse quedado quieto también, evaluando la situación.
Severus le sintió cerniéndose sobre él, como si su sombra escociese sobre su cuerpo.
-¡Acio varita!-gritó mientras se giraba veloz.
En un momento apuntaba con su varita de sauce a una figura encapuchada, la cual a su vez le clavaba la suya en la garganta. Pero aquello tan sólo duró un tenso segundo: el intruso se apartó de un salto con un grito de alegría.
-¡Snape!
Arabella Figgs retiró la capucha de su capa azul oscuro, mientras daba tiempo y espacio al joven aturdido para que la reconociese. –Soy yo, la aurora Arabella Figgs, no voy a hacerte daño -musitó con su voz más dulce, abriendo los brazos en un gesto de confianza.
Ella en sí no cabía de gozo. ¡Le había encontrado, y estaba bien! Minutos antes había proyectado su conciencia en su anillo mágico, a través del cual había podido ver el oscuro dormitorio en el callejón Knockturn. Había una figura en la cama, pero no distinguía su rostro. ¿Sería Snape? La esperanza había ardido en su corazón con más fuerza que la precaución, y se había desaparecido hacia la localización del anillo, sin pensar que haría si el durmiente era otra persona o estaba acompañado.
Pero había tenido suerte; había encontrado a Severus Snape y no parecía haber otra gente allí. Con el estropicio que había armado apareciéndose *dentro* de la cómoda donde estaba su anillo, todos los habitantes de la casa habrían hecho acto de presencia.
La mujer se amonestó a sí misma: había sido descuidado el no asegurarse antes, y no desviar luego el margen de aparición. ¡Que fallo de principiante! Cosas así le llevaban a una a la tumba, se recordó.
El joven bajó su varita tras unos instantes. -¿Figgs...?-murmuró con voz cansada. Snape suspiró, y se dejó caer en la cama. Arabella sintió una inmediata preocupación. El chico no parecía estar tan bien como había pensado.
-¿Snape? Te encuentras mal... déjame ver. -La aurora se acercó despacio para no sobresaltarle. –Soy bastante buena en medimagia, ¿recuerdas? No te haré daño.
Murmurando conjuros y ondeando su varita, comenzó a chequear a su paciente.
Severus se dejó hacer sin rechistar, contento y molesto a la vez por la repentina atención. ¡Estaba tan cansado! No entendía que hacía esa mujer allí, pero últimamente su cabeza parecía incapaz de razonar. Al menos recordaba quien era: la aurora que viera en Yorkmile, y luego en Hogwarts junto al Director Dumbledore. Era un alivio poder recordar, saber que las memorias estaban allí como ficheros bien ordenados esperando su uso.
Ella le había curado el labio antes, y cuando el Señor Oscuro había llamado, ella no había querido que él fuese. ¡Oh, si el director le hubiese hecho caso! Entonces no habría tenido que torturar a Rosier, ni sentirse en deuda con él, ni matar a Strauss, ni intentar suicidarse, ni odiar a Evan, y a Lucius, y a sí mismo..., ni ver morir al primero... Ninguno de esos horribles acontecimientos habría sucedido.
¿Qué pensaría ella del asesinato de Strauss? Pero había sido defensa propia, se recordó con amarga ironía. Aquella era una guerra. ¿Qué podía esperarse? Mata o muere, ¿o es que el otro tenía más derecho a la vida que él? ¡No, no lo tenía...! Tantas veces como había estado él al borde de la muerte... ¿a quién le había importado? ¡a nadie! A nadie debía rendir cuentas, por tanto.
Sus promesas no valían nada. Dumbledore podía pedirle la Luna, pero las serpientes siempre se han arrastrado por el suelo. Los olmos no dan peras. El director sería un tonto de esperar lo contrario. Y su amiga Figgs también.
A él le daba igual. Realmente. Quizás cuando ella acabase le diera algo para dormir, y así no tendría que sentir ese escozor incómodo entre las nalgas. ¡Oh, Merlín! En su chequeo tenía que advertir que se moría de cansancio...
Y Arabella había encontrado cansancio, más una larga lista de desordenes que estaban poniendo sus cabellos plata de punta. De manera general había malnutrición, deshidratación, y una anemia aplastante. Sus defensas estaban bajísimas, así como sus niveles de glóbulos rojos y plaquetas. Prosiguiendo su análisis descubrió la posible causa: dos incisiones graves en el pulmón derecho y en la arteria femoral, prácticamente curadas. Múltiples golpes y fisuras superficiales a medio cerrar, una infección de gravedad leve en el intestino grueso. Una pérdida importante de sangre.
Podía hallar el rastro de varios hechizos curativos de diversa importancia, y probablemente su organismo aún digería alguna poción. Su estela era muy reciente, ni dos días desde su uso.
Por todos los medimagos era sabido que los conjuros y pociones para curar necesitaban de la energía vital del paciente, y en muchos casos de su consciente deseo de mejorar. Una recuperación rápida y forzada más allá de la resistencia del cuerpo podía estrangular sus defensas, volviéndose contraproducente, y en ocasiones mortal.
El cuerpo de Snape mostraba ahora esos síntomas: el desgaste físico y mágico había sido severo, y su organismo estaba tan agotado que apenas estaba regenerando sus defensas. El sueño enorme que embargaba al joven era parte de la estrategia de su cuerpo para ahorrar y redirigir energía, pero al mismo tiempo le privaba del ánimo para alimentarse, lo que constituía un círculo peligroso.
Arabella se alegró de nuevo de haber antepuesto su intuición a las siempre razonables palabras de Albus. Una espera mayor habría podido ser fatal para Snape. Y mucho había pasado mientras ellos esperaban con los brazos cruzados.
Ahora lo primero era atender al joven. Éste tenía fiebre, afortunadamente no muy alta, y luego estaba la infección intestinal. ¿Cómo habría cogido eso? Tendría que mirarlo más tarde. Snape podía contarles que le había ocurrido desde el domingo pasado cuando se encontrase mejor, y hubiese comido y descansado a fondo. Necesitaba cuidados para recuperarse, y un chico tan joven no podía hacerlo en esa oscura y fría habitación.
Según Arabella, los niños y jóvenes –casi lo mismo para ella, que había sobrepasado la centena- eran como las plantas: necesitaban luz y sol para desarrollarse. Snape mejoraría con mayor rapidez en su nueva casa secreta, decidió. Su pequeña casa unifamiliar en Surrey, concretamente en Little Whinging, una urbanización muggle de clase media. Nadie le encontraría allí.
-Snape... ¿estás despierto, me oyes?
Su paciente asintió con lentitud.
-...estás enfermo... Tienes que curarte, y será difícil para ti hacerlo aquí. Voy a llevarte a un lugar seguro, será por poco tiempo, ¿de acuerdo?
Severus asintió de nuevo. Si ella le dijera que le iba a llevar a Marte habría aceptado igual.
-Toma entonces tu varita... ¿Hay algo más que quieras llevarte? ¿No? Bien, ¡acio anillo! –el anillo mágico voló a las manos de la aurora, quizás fuera más útil en el futuro.- Nos despareceremos entonces. Te cogeré la mano...
Severus entonces movió el brazo lejos de ella, rebuscando... Ahí estaba: la capa de Lucius, tirada en el suelo al lado de la cama. Se sintió infantil llevándola consigo, pero le pareció importante.
La bruja le tomó entonces del brazo, y la oscuridad le invadió.
Cuando despertó el ambiente era radicalmente diferente. Un techo pintado de malva le dio la bienvenida, y por las ventanas se colaba la luz tamizada de la tarde. Una cortinas caladas ondeaban a la fresca brisa, pero la habitación tenía una temperatura agradable. Caldeada mágicamente, por supuesto.
Los muebles eran todos de madera de pino barnizada. Había un armario cuyos apoyos tenían forma de garras, una cómoda con un espejo, y un butacón tapizado con cuadros rojos y verdes. A ambos lados de la cama estaban las mesillas a juego, una con un enorme jarrón lleno de flores fragantes, y la otra con un objeto que no había visto jamás. Parecía un candil, salvo que en donde debiera estar la mecha había como un globo de cristal. Raro. Y además le salía una cuerda estrecha y blanca hacia el suelo.
Severus frunció el ceño, momentáneamente intrigado. Luego su interés se perdió entre la apatía y el desconcierto. Esa debía ser la casa "secreta" de la aurora, ¿pero dónde estaba?
Le hubiera gustado levantarse y mirar por la ventana, pero se sentía como pegado a la cama. Era agradable simplemente estar allí, en esa atmósfera cálida y tranquila, escuchando el quedo rumor de fondo de la cuidad. Ahhh... ahí tenía un dato. Al menos no estaba en una casa perdida en el campo. Se removió a gusto, percatándose de que estaba dentro de un suave pijama de algodón blanco. Se llevó una manga a la nariz e inspiró. Olía a lavanda y limpieza.
-Miauuuuu....
Un gato negro entró por la puerta entreabierta, y se estiró elegantemente sobre la alfombra de lana. Luego saltó sobre la cama, y se sentó mirándole con sus penetrantes ojos amarillos.
Severus le observó a su vez, complacido con la inesperada visita. En Hogwarts no había tenido ningún familiar -dudaba que Golum, el cuervo negro de su madre, pudiera contarse como tal; y su envidia hacia los afortunados que si los tenían le había labrado la fama de antipático con los animales. Nada más lejos de la realidad.
-Hola... ¿Cómo te llamas?
-Miaaaaau.
El gato negro se recostó sobre las piernas de Severus, ronroneando. Entonces aparecieron otros dos gatos: una hembra pequeña atigresada, y otro gato de pelaje gris y rasgados ojos azules. Los dos saltaron sobre la cama.
-¡Ehh!-se quejó Sev. –La cama es mía, caraduras...
-¡Ja, ja, ja! Vaya..., ya veo que Légolas se ha acomodado encima de ti. Le encantan los bultos...
La anciana había entrado en la habitación, llevando una bandeja. Iba vestida con una bata verde manzana abotonada hasta el cuello, pantalones anchos y zapatillas. Su pelo plata estaba trenzado a su espalda.
Dejó la bandeja en la mesilla y se movió hacia los gatos. -Vamos, bajad; Eowyn, Faramir, Légolas.
Los tres animales maullaron pero obedecieron. El gato negro llamado Légolas subió a la cómoda y se recostó allí, oteando a los dos humanos.
-¿Cómo te encuentras?
-Mhhh... cansado...
-Eso es normal. ¿Tienes hambre?
Severus negó con la cabeza.
-Oh, bien, pero debes comer, ¿lo sabes, no? Vamos, es un poco de sopa y un par de emparedados.
La mujer le ayudó a incorporarse en la cama, y colocó la almohada en su espalda. Advirtió el encogimiento del joven cuando se sentó, pero no dijo nada. Le puso la bandeja, y conjuró un vaso de agua y otro de zumo.
Severus pensó que la comida le daría arcadas, pero por sorpresa le asaltó un voraz apetito. Habría tragado la sopa de verduras de no haber estado tan caliente. Era un gesto premeditado por parte de la medimaga: el joven estaría hambriento, pero a su estómago encogido no le haría bien ingerir mucho muy deprisa. Mejor comer poco, con lentitud y mayor frecuencia.
Cuando comía los emparedados estaba más saciado, y comenzaron a ocurrírsele preguntas.
-¿Dónde estamos?
-En Privet Drive.
-¿Privet Drive?
-Una de la muchas calles de una de las muchas urbanizaciones muggles que rodean Londres.
-Ah. –No había esperado eso. Era tan útil como estar en cualquier lado. De todas formas, si era la casa secreta de un auror del ministerio, mejor no poseer demasiada información. Un día Voldemort le llamaría, y le descubriría –si no lo había hecho aún, y... Debía pensar en cualquier otra cosa.
-¿Qué hora es?
-Las cinco y media de la tarde, día veintidós de septiembre.
-¿Veintidós? -¡Vaya! Pero lo último que recordaba, el ataque por la noche contra Moody, había ocurrido el diecinueve... ¿Qué había pasado entremedias? De nuevo se sintió angustiado e indefenso.
-¿Algún problema, cielo? ¿esto te sorprende? Bueno, hoy llevas el día durmiendo... Tienes varias heridas, seguro que has estado durmiendo mientras te recuperabas.
Varias heridas... Cierto. Lo malo es que no recordaba muy bien cómo se las había hecho.
Arabella percibió el estrés en el joven, y rápidamente cambió de tema.
-¿Te gusta la sopa? Es una vieja receta de mi abuela, que a su vez lo aprendió de...
La mujer conversó amigablemente por casi media hora, pero el joven no parecía tener ganas de hablar. No mencionó que le había ocurrido, y el tema de la familia tampoco le arrancó palabras. Agradeció la comida, y se echó a dormir bajo la estrecha vigilancia de Légolas.
Arabella dejó los cacharros en la cocina, y con un encantamiento estos comenzaron a fregarse a sí mismos. Se preparó un té, y marchó a la pequeña mecedora del jardín trasero. Éste era pequeño, con setos altos y un par de mimosas.
El tiempo era fresco ya en el decaer de la tarde, pero la mujer estaba protegida por la gruesa bata y una manta de lana que le calentaba los pies.
Allí, en el remanso de su frondoso jardín particular, pudo pensar en paz sobre su invitado.
En su inconsciencia, reforzada por un hechizo de sueño, había podido tratarle con calma. El muchacho estaba desnudo entre las sábanas usadas, las cuales habían ido directamente al cubo de la basura.
Su análisis sobre su cuerpo reafirmó sus previas conclusiones: había una enorme cantidad de incisiones en su espalda, brazos y piernas, y su corazón se saltó un latido cuando asoció esas heridas a las que había presentado el cadáver del mortífago Rosier. ¿Había estado Snape en el ataque contra Moody? Si así era había escapado por poco...
Esas heridas habían sido tratadas con eficacia y rapidez, mostrando el trabajo de un buen profesional dada la urgencia y gravedad. Pero Arabella no se engañaba: la curación había sido difícil, lo cual demostraba que el cuerpo de Snape ya estaba antes exhausto. Encontró la causa en la muñeca de su brazo izquierdo.
Una larga incisión, una marca de... ¿suicidio? Y además de una manera muggle... Dumbledore había dicho que Snape era muy bueno en pociones, pero el joven no había intentado un veneno. La única explicación que deducía de ello es que el chico no había estado pensando claramente cuando había hecho aquello. Pero sin duda había perdido sangre, debilitándole... Aquella herida también mostraba una magnifica curación. Pero era también muy reciente... quizás el día anterior. Su cuerpo no debía haberse recuperado.
Y luego estaba aquella infección. El chequeo más exhaustivo le había provocado ganas de estrellar algo contra una pared.
Una violación. La infección del recto tenía que ser resultado de las heridas que había encontrado allí, sin duda provocadas por una penetración forzada. Las marcas eran claras sobre las caderas, nalgas y muslos, aunque toda la zona estaba limpia de restos de semen u otros residuos. Probablemente el joven se había lavado a sí mismo.
De todas maneras la infección la confundía. No era una enfermedad venérea común, más bien parecía una reacción alérgica leve a algún componente que el cuerpo consideraba venenoso. La mujer tomó una muestra de sangre y otra de tejidos y la envió a un amigo del departamento de Toxicología y Pociones del hospital San Mungo. Allí le dirían.
Luego decidió no gastar más aliento en maldecir al monstruo que podía haber hecho algo así, y procedió a sanar toda la zona. Durante todo el tiempo la torturó la propia culpa que ella y Albus compartían. No debían haberle dejado marchar... El pensamiento se repetía en su cabeza una y otra vez. También se recriminaba su morbosa curiosidad por saber bajo que circunstancias había sucedido el abuso.
¿Y cómo el chico se recuperaría de un asalto semejante? Ya era una piltrafa emocional el domingo. Parecía que Severus Snape había tenido una semana mucho peor que la suya.
Ahora Arabella repensaba todo eso y lo contrastaba con el reciente encuentro. El chico parecía tranquilo, aunque apático. Sería bueno para la recuperación de su cuerpo mantener esa calma ficticia por ahora, pero no por mucho tiempo. Al joven le haría bien hablar, descargar su conciencia de los terribles sucesos que habían acontecido.
Por otro lado, parecía que su tratamiento sobre la deshidratación y la fiebre había dado buen resultado, y habían casi desparecido. La malnutrición y la anemia llevaría tiempo, pero se curarían. Y la infección estaba estable; era de esperar que cuando Snape recuperase su fuerza su cuerpo la anulase definitivamente. Eso si ella no descubría antes como hacerlo mágicamente.
La mujer cerró los ojos, cansada. Había sido un día agotador, pero al menos Severus Snape ya estaba a salvo.
Y eso era un rayo de luz en aquello días sombríos. Con tranquilidad tomó su té, mientras un gatito pequeño y marrón, Tibbles, saltaba a su regazo maullando para que le rascase tras las orejas.
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Bueno, bueno, no me peguéis! Ya sé que éste no es el final que esperabais entre Severus y Lucius, pero en las condiciones en que estaban los dos me temo que tendrán que esperar un poco... Eso sí, la *escena* llegará, espero, en el próximo cap. Mucho angst en adelante, jis, jis... ^_^U
Muchas gracias de nuevo a Yuzu-chan y Claudio, miau, y MUCHAS GRACIAS a tod@s los que dejaron un review!!!
Por favor, escribid!!!!
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