Los personajes pertenecen a Rowling, etc, y no gano nada por escribir esto salvo mi propia diversión, y la vuestra. ^^

Os recuerdo: ¡¡¡hay escenas YAOI ( m/m)!!!, si no te gusta, no lo leas.

Es R por algo!!!!!!!!!!!!!!!!!

Por favooooor, escribid!!!! Disfrutaaaaad!!!

La vuelta atrás

22. In roses: Sirve a la Luz y a la Oscuridad

La luz de las velas mágicas bailaba al son de una brisa inexistente, y se reflejaba en los charcos a sus pies. El niño avanzaba lentamente, sostenido por la fuerza de la mano de su padre en su hombro, empujándole hacia delante.

Hacia su futuro, su destino.

-Ya casi hemos llegado.

Lucius Malfoy miró a sus pies, al suelo de piedra encharcado, al borde planteado de su túnica azul ciruela.

Aquel era un gran momento.

Él sabía que su padre, Tiberio Malfoy, era un brujo negro. Esta no era una concepción buena o mala, sólo un hecho. Las Artes Oscuras, así como las de la Luz, eran tan sólo medios. Eran palabras, pócimas, movimientos de varita. Lo único importante era el resultado. Terribles cosas podían hacerse empleando la magia Blanca; maravillosos milagros podían obtenerse a través de la magia Negra.

Su padre le había enseñado esto. En la lucha por el control del Poder, era necesario conocer el Orden que rige el mundo. Dumbledore y Grindelwald eran las dos caras de una misma moneda, las dos obvias maneras de aproximarse y dominar la Magia. Ambos conocían ambos terrenos. Si Dumbledore ganó, fue por ser más experto en *ambos* campos.

Y ahora, un nuevo poder tenebroso se elevaba para igualar la balanza, desequilibrada por la victoria de Dumbledore y sus fuerzas de la Luz. Un nuevo poder que había aprendido bajo la tutela del profesor de transfiguraciones y había estudiado los errores de Grindelwald. Para los otros maestros de Arte Oscuro, éste sólo había sido un prólogo. El verdadero protagonista se mostraría ahora, en toda su fuerza, en la gloria de la sangre siempre negra de Slytherin.

Lord Voldemort.

Pocos conocían su nombre verdadero. Éste se había desvanecido en las sombras en las que habitaba su dueño. Algunos susurraban "riddle": acertijo, enigma, misterio. Que la palabra se pronunciase por su significado real o por ser el verdadero apellido, nadie sabía.

Y ahora él, Lucius Malfoy, heredero de los Malfoy; iba a conocerle. En el juego de poder a la que su familia pertenecía desde tiempos inmemoriales, era hora de rendir pleitesía al nuevo Señor Tenebroso.

Sus respetos a Luz ya estaban asegurados en la compleja red de negocios tejida con el Ministerio; pero como su padre le había enseñado, el trato con la Oscuridad era siempre más sutil. Más peligroso.

Lucius tenía once años.

Ese año, en apenas un mes, atendería a la Escuela de Magia y Hechicería Hogwarts, presumiblemente en la Casa Slytherin. Y en aquel momento, en apenas minutos, ofrecería su lealtad a Lord Voldemort.

Padre e hijo llegaron al final de corredor, frente a una puerta con serpientes labradas en relieve.

-El Señor Oscuro te espera dentro. Recuerda hijo, sé un digno Malfoy. 

Tiberio tomó a Lucius por los hombros, y le miró con firmeza.

-Ten siempre dignidad, ten siempre respeto. Ocupa tu lugar con orgullo y astucia. Administra lo que es tuyo, y vuelve tu posesión aquello que no lo es. Y jamás, jamás, des el cien por cien de ti. Sirve a la Luz y a la Oscuridad con devoción, profundiza y domina la vía que mejor satisfaga tus necesidades, mas nunca cierres los ojos a la otra. El poder no es Poder sin Control. Y el Control es siempre Equilibrio. No lo olvides, hijo. Ahora ve adentro, y hazme un padre orgulloso.

Tiberio abrió la puerta con un gesto de su varita, y empujó a Lucius a través de ella. El pequeño se dio la vuelta intentando volver con su padre, pero para su sorpresa ésta ya se había cerrado, entrecruzando las serpientes a su espalda.

El niño tomó una bocanada de aire, tratando de calmar su agitada respiración.

-Mi padre debe estar orgulloso de mí. Así que, ¡Lucius Malfoy, ten calma!

Con lentitud se giró para encarar su nueva situación. Aún estaba en el pasillo, pero delante de él éste se abría en una enorme estancia, sumida en una penumbra rojiza. Un aroma dulzón impregnaba el ambiente, y podía oír un goteo distante, a través de la bóveda de piedra. El silencio era enervante.

Lucius avanzó lentamente, reuniendo todo su coraje. Cuando llegó a la sala, no pudo evitar abrir la boca como un pez.

Era *enorme*. Nunca había visto un lugar así. El techo se perdía entre las sombras, y una luz difusa que parecía venir de todos los lados y de ninguno invadía el lugar.

Había pétalos de rosa. Pétalos cayendo del techo negro en una lluvia amable, pétalos transformando el suelo en una piscina roja, desdibujando las paredes.

Lucius avanzó anonadado, sus pequeños pies hundiéndose en las flores bajo su cuerpo, maravillado por el increíble espectáculo. Y entonces, delante de él, en un trono de rosas, vio a un hombre recostado.

No parecía ni joven ni viejo, pero era hermoso. Por un momento su cuerpo lánguido le recordó al de su madre, que era para el pequeño el ser más bello del universo. Pero mientras ella era rubia y pálida y blanca como un hada, este hombre era moreno.

Tenía el cabello corto y liso, de un negro brillante teñido de rosa allá donde los pétalos caían. Sus labios eran muy rojos, como si acabara de comer una granada, y cuando abrió sus ojos y le miró, Lucius vio que sus iris eran rojos también. No pudo evitar un escalofrío.

-¿Lucius...? –susurró aquel fantástico mago. –Lucius Malfoy... ven aquí, acércate.

El pequeño cumplió, tratando de no parecer demasiado ansioso.

-Mi pequeño Lucius... el nuevo heredero de los Malfoy... ¿sabes porqué estás aquí?

-Para conocer al nuevo Mesías de la Oscuridad. Y aprender de él.

El hombre rió, y su risa parecía el tintineo de cascabeles.

-Interesante respuesta... Yo podría enseñarte mucho, ¿sabes? Por eso tu padre te ha traído a mí.

Lucius asintió, en respetuoso silencio.

-¿Conoces mi nombre? –preguntó el mago repentinamente.

-Lord Voldemort, señor.

-Cierto... Más llegará un día, Malfoy, en que la gente temerá pronunciar mi nombre. Tú puedes estar entre aquellos que tengan el privilegio de llamarme por mi título, si me sirves bien.

-Así haré, señor.

Lord Voldemort le miró con aquellos ojos penetrantes, y Lucius tenía la impresión que estaba hurgando dentro de él. Descubriendo sus más recónditos secretos, incluso aquellos que él aún desconocía.

-Sí... si me sirves bien. –repitió con voz suave.

Entonces el hombre se levantó, y señaló al techo y a su alrededor.

-Dime, Malfoy, ¿te gusta mi pequeña exhibición?

-¡Mucho, señor!

-Por supuesto, los hombres siempre serán deslumbrados por las demostraciones de poder... y la belleza. Y sin embargo, esta lluvia de rosas podría ser letal, si yo quisiera. Puede ser muchas cosas: embrujadora, espía, dulce, mortal. Porque nada es lo que parece, mi pequeño Malfoy, con respecto a la Oscuridad. Esta será tu primera lección.

Lord Voldemort se acercó a él, y le tomó por los hombros, como antes hiciera su padre.

-Si me sirves bien... Este será el primer hechizo que te enseñaré.

Los ojos grises de Lucius estaban cautivos por la mirada roja de aquel increíble mago, que titilaba como los pétalos dulcemente cayendo a su alrededor.

-... Hasta los diecisiete años no podrás unirte a los míos, vistiendo mi marca y mi poder, pero por ahora te daré una señal. No necesitarás varita ni conocimiento para conjurar estas rosas hechas de sangre, porque el poder fluirá de mí a ti. Y a cambio, sólo te pediré... lealtad. ¿Aceptas, Lucius Malfoy?

Éste asintió sin pensar, exaltado. Olvidadas estaban las palabras de su padre, que hablaban de Control y Equilibrio. Que hablaban de conocer ambas Vías, y Elegir.

Lord Voldemort besó al pequeño en los labios, y mancilló su pureza con la sangre que los manchaba.

Y mientras Lucius bebía la Oscuridad de la boca de su nuevo Mesías, el conocimiento sobre aquella lluvia maldita se anidó en su mente, atado por un juramento de lealtad hasta el día en que la Marca Oscura sellaría para siempre también su cuerpo y su alma.

Sólo necesitaba sangre para conjurar aquel hermoso espectáculo. Sólo un poco de sangre... pura.

Mientras Voldemort le besaba, el pequeño Lucius podía ver el cadáver de una niña allí, tras el trono, semihundida en su mortaja de rosas.

Pero mientras las flores caían, el pequeño Malfoy olvidaba. Con la Oscuridad, nada es lo que parece.

Micaela Rosier estaba furiosa. El interrogatorio al que había sido sometida era intolerable. Acaban de comunicarle la muerte de su hermano en una ataque contra el auror Alastor Moody, ¡y casi la habían enviado a *ella* a Azkaban!

Micaela sabía lo que era su hermano. Lo sabía perfectamente: también lo era su padre. En su casa era un tema que no se discutía; aquellos eran tiempos difíciles, en los que cada decisión era irrevocable.

Los Rosier eran una antigua familia. Y sus padres, Merlín los bendiga, eran personas familiares, que sólo querían el bien para sus hijos y su posición. ¿Quién podía culparles por eso?

Micaela no estaba de acuerdo en los medios, pero no podía reprocharles el fin. Dios, ¡les amaba! Ella no se había unido a los mortífagos, ella no era una luchadora. Como buena ravenclaw, sus intereses eran otros, lejos del campo de batalla. Por supuesto, cada mago y bruja eran útiles. Ella sabía, fríamente, que su libertad era debida a la posición de su hermano.

Uno de los hijos debía al menos incorporarse a las filas. O todos sufrirían.

Micaela quería gritarle a todos esos aurores que a veces, uno no tiene elección. Que a veces, uno tiene que tomar una vida para salvar la propia, o la del hermano, o la del hijo.

Malditos hipócritas si esos bastardos se negaban a entenderlo. Eran tiempos difíciles, ¡para todos!

Ahora su familia había caído en desgracia. Para el lado de la Luz, para el lado de la Sombra. Los Rosier estaban proscritos. Era terrible, pero superable... sí Evan hubiera estado allí.

Micaela escuchaba a su madre llorar desconsolada, y sabía que todos los pactos de nobleza no eran nada para ella. Lloraba por su hijo, su hermano.

Su padre también lloraba, sin lágrimas. Él había echado a Rosier de casa, pero entonces no sabían la acusación que pesaba sobre él. Y por un momento, su padre dio gracias al cielo por haberlo hecho y desconocer su paradero, porque El-que-no-debe-ser-nombrado le había pedido su cabeza.

¿Cómo su padre iba a matar a Evan? Impensable. Probablemente el Señor Oscuro también lo sabía, y por ello, a pesar del dolor abrumador, la familia se sentía en peligro. Uno nunca sabía hasta donde llegaba la furia de Lord Voldemort.

Pero por ahora, el mayor obstáculo provenía del Ministerio y sus estúpidos aurores.

El único consuelo de Micaela es que el bastardo de Wilkes estaba también muerto. En el escueto mensaje que su hermano le había enviado desde su marcha, le había dicho que éste y Malfoy habían sido sus acusadores, quienes habían llevado las pruebas contra él. Esa maldita agenda.

Ahora Wilkes también estaba criando malvas, y su familia se veía en idéntico acoso por parte de los aurores. Lástima que al menos ellos contaran con la poderosa ayuda de las otras familias de mortífagos. Al parecer su caso ya había sido adoptado por alguien influyente dentro del Ministerio y leal a Voldemort.

Los muy bastardos.

Micaela esperó con los puños apretados la vuelta de Durán Cohe, el auror encargado del caso. Esa bestia sanguinaria... apenas podía contener la sonrisa cuando hablaba de su hermano. Y la manera en que la miraba... Asquerosa. Ese imbécil la desnudaba con los ojos cada vez que la hablaba, y ella sentía un deseo abrumador de vomitar de disgusto y estrellarle la rodilla en la entrepierna. Al diablo con la magia.

Sin embargo, tal actitud no ayudaría en su recurso. Cohe había solicitado permiso para usar Veritaserum en ella, circunstancia prohibida en cuanto que Micaela no era sospechosa de nada. Su estancia en lugares conocidos y soportada por varios testigos durante los momentos claves de los pasados eventos la dejaban fuera de duda. Pero aún así, ese bastardo estaba intentando violar su intimidad. Y sin nadie para protegerla, Micaela temía que bajo el suero de la verdad pudiera traicionar a su padre.

La joven suspiró, tratando que contener la ira que a su vez era la única defensa que disponía contra las lágrimas y la tristeza.

Cohe regresó a la habitación. Tenía el ceño fruncido.

-¿Señorita Rosier? Ha tenido suerte. –escupió con desdén.-Me ha sido negado el empleo de Veritaserum. Sin embargo, proseguiremos el interrogatorio con la ayuda de este chivatoscopio.

El auror depositó el objeto en la mesa. –Los aurores Filius y Andreu firmarán como testigos de la legalidad del proceso.

Por supuesto, pensó ella con sorna, sus dos leales sicarios... Pero Micaela asintió. Al menos sin veritaserum, podría *omitir* la verdad si era necesario.

-Señorita Rosier... Decía que su hermano abandonó el hogar familiar por la disputa acerca de su boda.

-Así es.

-Antes ha dicho que su padre le echó. Que conste en acta que el testimonio de la señorita Rosier no es exacto.

-¡Es lo mismo! Mi padre le ordenó marcharse y Evan cumplió de buena gana. Ya había previsto que algo así pudiera suceder.

-¿Ya lo había previsto...?

Micaela se mordió el labio. –Sí.

-¿Y dónde fue?

La joven se revolvió incómoda. –No lo sé.

Realmente, no lo sabía... seguro. Pero el chivatoscopio se agitó débilmente.

-Me parece que usted tenía alguna sospecha de adonde podría ir.

-Sí... pero no estoy segura.

-Comparta sus ideas.

-Ah... Bueno, mi hermano pensó alojarse en el Caldero Chorreante...

-El chivatoscopio sigue agitándose, señorita Rosier.

-Bien, o pedir ayuda... a algún viejo compañero.

-Nombres.

-¿Qué?

-Nombres de esos compañeros. ¿Y compañeros de qué...?

-De Hogwarts.

-Nombres.

Micaela suspiró. No quería hablar, pero...

-¿Está encubriendo a alguien, señorita Rosier? En sus circunstancias...

-Nott. McNair... no sé. Snape.

Ya estaba. Ya lo había dicho. No había mentido, sólo añadido unos nombres de más. Tenía que avisar a Snape como fuera...

-...O Malfoy –continuó. –Creo recordar que eran compañeros de dormitorio...

¡Qué investigaran al muy traidor!

Cohe asintió y con un gesto de cabeza uno de los secuaces, el tal Andreu, abandonó la sala. Micaela se sintió enferma.

-Muy bien. Y entonces, ha declarado antes que lo siguiente que sabe sobre su hermano es que está muerto y ¡oh, sorpresa...! es un mortífago. ¿Cierto?

-Sí.

-Pero ha llegado a mi noticia que Rosier fue visto en la lechucería del callejón Diagon mandando un mensaje.

Micaela se encogió de hombros.

-¿Usted recibió esa lechuza?

-No.

El chivatoscopio siguió mudo. La lechuza la había recibido su madre. Ella había leído el mensaje después. Cohe torció el gesto.

-¿No sabe a quién pudiera dirigirse?

-Alguien de la familia. O algún amigo.

Verdad de nuevo.

-¿Sospecha que entre sus amigos pudiera haber otros partidarios de Quién –Tú-sabes?

-No lo sé.

-¿No lo sabe? Pero seguramente tendrá alguna opinión...

-A la vista de lo sucedido, quizás... sí. Pero no puedo acusar a nadie. Mi hermano tenía muchos amigos, era una persona sociable...

-Conste en acta que La señorita Rosier piensa expresamente que los amigos de su hermano pudieran ser mortífagos.

-¡Yo no he dicho eso! –exclamó la mujer ultrajada.

-Sí lo ha dicho.

El chivatoscopio se agitó, pero evidentemente Cohe y su "imparcial" testigo lo ignoraron.

-Esto es todo por ahora. Probablemente se le tomará otra declaración más adelante. Gracias por su tiempo... –murmuró el auror con una sonrisa desagradable.

Micaela tembló de rabia, mirando en silencio como ambos hombres recogían sus cosas y abandonaban la habitación. Ella sabía que a partir de ahora sería probablemente espiada, y su correo chequeado.

Tenía que encontrar sin embargo una manera de avisar a Snape de que pronto sería investigado. Si ese hombre había ayudado a Evan como éste le había asegurado que haría, entonces ella y su familia estaba en deuda con él.

Tenía que pensar algo, pero no podía imaginar el qué. Apenas recordaba al slytherin de su tiempo en la escuela, y lo único que sabía de él era donde vivía. Evan había compartido esa información con ella.

¿Pero cómo podría aventurarse al callejón Knockturn sin levantar las sospechas de los aurores?

Cohe tramitó sus diligencias con una velocidad increíble. Aborrecía la burocracia: él y sus "Angeles de Fuego" preferían el trabajo de calle. Desde que Crouch les había dado carta blanca sus quehaceres eran realmente placenteros. Pero siempre había esas pequeñas espinas en la vida de uno.

Por supuesto Malfoy estaba limpio. A nadie se le ocurriría investigar a tan respetable familia. Por un lado le hubiera resultado curioso –le hubiera encantado ver la mansión que la rica familia poseía- pero sus superiores no le habrían dado permiso. Una pena. No le importaría hacerse amigo de alguien importante como Lucius Malfoy.

Nott y McNair habían resultado gentes de bien. El primero era un Slytherin empleado como investigador en el Instituto de Aritmancia de Edimburgo. Todo un cerebrito, pero al parecer bastante respetable. El segundo había estado también en la casa de la Serpiente, pero ahora trabajaba criando Criaturas Mágicas para una empresa de mascotas. También cuidaba a su abuelita. A su auror Filius le había caído bien al instante. Ambos tenían coartadas sólidas.

El único sospechoso era el tal Snape.

Al parecer había desaparecido del trabajo. Su inmediato superior, un tal Asthur, le había definido como un empleado dedicado y muy competente; que con apenas más de veinte años ya tenía el título de Profesor en Pociones. Pena que sufriera de una salud "delicada".

La coordinadora de la empresa, una foca llamada Olivia Thachers, había dicho cosas diametralmente opuestas, y mucho más interesantes.

Que el tipo era un irresponsable, siempre faltando al trabajo, alegando falsas enfermedades ("¿cómo con veinte años se puede estar tan mal?"). Que el proceso había comenzado hacía ya más de un año, quizás dos. Que era un tipo muy raro, silencioso, sin amigos, que solía vestir de negro. Que tenía cara de mala persona, sumamente feo ("Parece un vampiro"). Que era bueno en pociones, ("Claro, en mi empresa no contratamos a cualquiera. ¡Nuestros productos de limpieza son lo mejor del mercado!") Que la ficha decía que actualmente vivía en el callejón Knockturn. ("¡Como un delincuente!") Que le iban a despedir. (¿Ve esta hoja? El finiquito. Demasiado he aguantado")

Bien...

Cohe ahora ojeaba la copia de la ficha de su graduación en Hogwarts, guardada en el Ministerio. El joven de la foto le miraba ceñudo, sin sonreír. Realmente era feo...

-¡Narizota! –se burló. La foto le miró con odio, torciendo la boca en una mueca antipática.

Cohe sonrió. Escoria mortífaga...

Pasó a la siguiente hoja. Excelentes notas, matrícula de honor de Pociones. El auror hizo un gesto de repulsa, ¿a quién le gustaba jugar con ingredientes nauseabundos? Él lo había odiado. Y al profesor Yevenoc también, el viejo hurón. Lógico que éste premiara a una basura como Snape con una matrícula.

Exención de cursar vuelo... Ero era curioso. Que ponía ahí... ¿Vértigo? ¿Ese memo sufría vértigo? ¡Esa sí era buena! ¡Menudo "sangre pura" que sufría una afección típicamente muggle! Sí es que la escoria tenía que pudrirse por algún lado...

Un mago que no podía montar en escoba no era un mago de verdad. Seguro que ese Snape había sido un aguafiestas, y había odiado el quiddicht.

Realmente le estaba empezando a caer mal.

Cohe cerró el archivo, decidiendo que ese Snape tenía todas las papeletas para ser un mortífago. Ya le caía bastante mal. Él y sus compañeros iban a tener que ir a hacerle una visita a su casa.

A charlar amigablemente con él, se entiende.

El lugar estaba hecho un desastre. Lucius Malfoy avanzó con cuidado, sintiendo la furia revolver sus entrañas. Desde aquella maldita mañana, cuando abandonó el cuerpo laxo de su amante en aquel inmundo dormitorio, nada había sido igual.

Apenas recordaba como había regresado a la mansión. Se había despertado mucho después, al anochecer, empapado en sudor y presa de la fiebre. En sus oídos resonaban sin cesar los jadeos de Voldemort y los tenues sollozos de Snape, los azotes de una carne gris y horripilante sobre las nalgas blancas que había aprendido a adorar. Veía un rastro de sangre que correteaba por un muslo pálido y tembloroso. Veía a su Señor, sonriendo como un loco. Veía una maraña de cabellos negros y brillantes, sacudidos rítmicamente.

Veía a Severus. Severus. Su Severus...

Pero no era él sino Narcisa quién apretaba con fuerza su mano, y le cuidaba llena de preocupación. No era Severus sino Draco, su bebé. Su hijito, una criatura vulnerable, tan frágil... llorando por comida, por atención, por sobrevivir...

Esa noche no había cenado. Ni la siguiente. Ni después. Por tres días estuvo enfermo, sumido en una especie de delirio, sorteando el trauma de su propia debilidad: ellos.

Severus, Narcisa, Draco.

Voldemort había devorado a Sev. Su Sevvie.

Narcisa y Draco estaban aún con él. Pero no Severus. Ya no. Voldemort se lo había arrebatado.

Ahora estaba en ese detestable semisótano, revuelto y vacío.

Lucius Malfoy sabía mucho de Magia Negra. Había pagado un precio muy alto, se recordó, por las enseñanzas del Mesías de la Oscuridad.

Severus había sido la última ofrenda.

La más querida por su corazón.

Lucius no recordaba bien cuando había comenzado a fijarse en él. Ahora se odiaba por ello, ¿cuánto dolor le habría ahorrado? Severus no había marchado tras su fama como tantos otros; no, él era un chico solitario, desde el principio. Tan... tan fácil de ignorar; y a la vez, tan fácil de provocar.

Black y su panda de Gryffindors tenían el premio gordo con él. Siempre, *siempre*; respondía a sus bromas y jugarretas. No importaba que fuera a salir perdiendo, que nadie fuera a creerle o ayudarle; Snape siempre trataba de devolver el golpe. Verbalmente, o con su peligrosa varita; el chico moreno y desastrado nunca retrocedía.

Al principio, la gente de Slytherin le rehuía. Les avergonzaba, el niño era realmente un desastre con la higiene. La guarrería le chorreaba por el pelo, y bien, con esos ojos y esa nariz, y tan bajito; ¡por Merlín que era *feo*! En la casa de la Serpiente estaban los herederos de las familias más ricas y renombradas, y ese "monstruito" no encajaba. La profesora Gashen lo había dejado claro desde el primer día. Lo único que le salvaba era ser de sangre limpia: lo contrario hubiera sido su crucifixión.

Pero entonces, el chico era listo. Si uno olvidaba las clases de vuelo –nadie sabía porqué, pero Snape parecía incapaz de montar en una escoba- en el resto era de los mejores. Y en Pociones sobresaliente. El profesor Yevenoc le había *adorado* desde la tercera clase, y ya en los años siguientes no habría de bajarle del pedestal. Snape ganaba un montón de puntos, así que a pesar de su apariencia e irascible carácter, los Slytherin pronto le dejaron en paz. Ignorarle era lo más productivo, y además el niño se sabía un montón de maldiciones.

Lucius recordaba muy poco de él en los primeros años. Raro, si se tiene en cuenta que estaban juntos en el dormitorio. Pero entonces, Snape casi nunca hablaba. Era como si no estuviera allí. Se movía silencioso como un fantasma. No se entrometía con nadie. Y si uno se arriesgaba a hablarle, siempre había un ácido comentario en la punta de su lengua.

Actualmente no podía recordar si Snape había sido distinto en algún momento, pero entonces, probablemente no le habían dejado oportunidad. ¡Criticar su aspecto había sido tan divertido! Y luego todos crecieron y él seguía siendo un pequeñajo sucio y aburrido, con su enorme nariz siempre metida en un libro.

Y *él* era Lucius Malfoy, el hijo de una de las familias más ricas e importantes de la sociedad mágica inglesa. La gente se cuidaba de llevarse bien con él; gente de las cuatro casas, no sólo los Slytherin. Era listo y sus notas eran altas; era atractivo y le sobraban los admiradores, chicas y chicos por igual. Jugaba bastante bien al Quiddicht –pena que existiera James Potter, y tenía dinero fresco para gastar en Hosmeage.

¿Por qué iba a fijarse en un "rarito" como Snape?

Y entonces, en quinto, su padre Tiberio Malfoy le dijo que habían arreglado su matrimonio. El mundo se vino abajo para Lucius. ¡Él no quería casarse! ¡si aún estaba en la escuela! Por supuesto su boda no sería hasta que cumpliese la mayoría de edad, pero ya en el verano tendría que conocer a su futura esposa, una tal Narcisa.

Había una foto de ella en la carta: era una niña rubia y la verdad, bastante guapa, que sonreía con timidez y saludaba.

Bueno... quizás la perspectiva no fuera tan mala...

Pero algo en todo ello no encajaba. Le molestaba que su padre hubiera decidido su futuro por él, pero entonces el heredero de una familia como los Malfoy tenía ciertas obligaciones inexcusables, y traer un descendiente al mundo lo más pronto posible para asegurar el linaje era una de ellas.

El problema era quizás... esa niña.

Bien, Lucius no le hacía ascos a ningún género. Para un adolescente hasta arriba de hormonas, el sexo era diversión y aventura. Y el mundo mágico, si bien instaba con fuerza a la formación de familias para traer niños al mundo, no penalizaba las relaciones homosexuales. Al menos, no entre los jóvenes. Era bueno para ellos saciar su curiosidad, antes de contraer matrimonio y dedicarse a procrear.

La sociedad maga siempre estaba en números rojos en cuanto a población. No podía perderse gente en uniones "improductivas".

Lucius sabía esto y mucho más, pero aún así... Pasar su vida junto a una niña que lo le decía nada le frustraba. Él había tenido su justa ración de "affaires" con compañeros, y bien... Quizás esta opción le atraía más que la supuestamente natural. Lo mismo podía tener un par de críos, y entonces, echarse un amante más de su gusto.

Así que llegó el verano, y Lucius conoció a su prometida. Ella era más guapa en vivo que en la foto, pero ¡oh, desastre! también mucho más tonta. Realmente tonta, y un pelín engreída. La sensación de vacío se acentuó en su estómago.

Volver a Hogwarts fue un alivio. Sin embargo, ni siquiera en el castillo estaba a salvo. Recibía un montón de cartas de ella, y forzado como estaba por las circunstancias, se veía obligado a responderla. A menudo pensaba que ella también estaba obligada, y todo ello lo hacía parecer mucho peor. Más... erróneo.

Así que Lucius estaba de mal humor. Comenzó a buscar quietos rincones donde estar a solas, y poder pensar con tranquilidad. Y ahí, sorpresa, comenzó a coincidir con Snape.

Éste no le hablaba, por supuesto, y un par de veces se había marchado al verle llegar; pero otras simplemente le ignoraba, y Lucius encontró agradable su compañía. No le preguntaba de continuo qué le pasaba, o cómo se sentía, o ninguna otra estupidez que no estaba dispuesto a compartir.

Para ser sincero, no le preguntaba nada en absoluto.

Así que, lentamente, casi por aburrimiento o para distraerse, Lucius comenzó a fijarse en él.

Snape ya no era tan bajito. De hecho, había crecido bastante, y era casi tan alto como él. Casi un metro ochenta y cinco centímetros, se recordó. ¿Cómo es que nadie se había dado cuenta que el "rarito" se había vuelto una torre?

Seguía siendo feo, eso era evidente. Aunque su rostro se había vuelto más anguloso y ovalado, encajando mejor su enorme nariz ganchuda. Sus ojos eran enormes, dos botones negros sin fondo que brillaban embrujadoramente a la luz.

Su piel se veía pálida y poco saludable –el chico casi no salía afuera, pero contrastaba maravillosamente con sus cabellos oscuros y los ojos y la túnica escolar. Y sus manos eran bonitas, con dedos largos y unas uñas enormes.

Lucius comenzó a pensar cómo diantres había acabado fijándose en las uñas de Severus Snape, que para el caso solían estar siempre sucias con ingredientes de pociones.

Y luego estaba su forma de moverse. No era el andar lánguido y elegante de Evan Rosier, pero había... cierta gracia. Algo así como economía de movimientos, como si su cuerpo no fuera a gastar una onza más de energía de lo necesario. Cuando estaba quieto su cuerpo delgadísimo parecía desmañado, como mal colocado; pero cuando se levantaba desplegaba toda esa silenciosa fluidez y...

Le dejaba la boca seca.

Y de esta manera Lucius Malfoy se dio cuenta de que se estaba encaprichando de Severus Snape, de toda la gente. ¡Lo que le faltaba!!!

Así que decidió con todas sus fuerzas volver a sus hábitos sociales, y dejar de espiarle. Y justo el día que se hizo esa absurda promesa, Snape se rompió.

Si no hubiera estado tan obsesionado con él, probablemente no se habría dado cuenta. De hecho, casi nadie lo advirtió. Pero él sí.

*Él sí.*

Snape comenzó a tener pesadillas por las noches. A menudo sus ojos negros parecían inundarse, aunque no resbalara lágrima alguna por sus mejillas. Se volvió huidizo, cobarde, más ensimismado y cerrado en sí mismo que nunca.

Y entonces estaba aquel episodio, en el que estalló todas las copas de la mesa Slytherin. Lucius aprovechó para hacer propaganda de Lord Voldemort, pero, pero... Cuando se arrodilló a su lado, tan cerca...

Snape olía a química, a tierra húmeda, a animal salvaje.

Después por la noche, cuando Snape murmuraba y lloriqueaba en su sueño, él se había levantado y le había acariciado el rostro, el pelo, las manos. Quería calmarle y calmarse, saciar también su propia obsesión.

Porque Severus Snape se había vuelto una obsesión para él.

Y Lucius le necesitaba, le quería para sí. Así que primero le introdujo en su grupo de amigos, luego en el resto de la Casa. Nadie se opuso; él era Malfoy, al fin y al cabo. Y Snape se dejaba hacer, y le miraba con sus ojos insondables.

Lucius se sentía como domesticando una criatura peligrosa, y Snape... -no, Severus; iba a ser su mascota particular, exclusivamente suyo.

El siguiente verano pasó rápido, y a la vuelta... Sí, Severus fue finalmente suyo, en cuerpo y alma. Nunca rechazó sus avances. Y Lucius se sentía privilegiado, sabiendo que era el único que había poseído al moreno y que éste no permitiría acceso a ningún otro.

Pero entonces, al terminar Hogwarts, se acabó.

Snape se fue, desapareció.

*Su* Severus, ¡*suyo*!; le había abandonado.

Se veían en las reuniones de mortífagos, o para cumplir las órdenes de su Señor, pero Snape le había cerrado las puertas. No le permitía tocarle.

Y Lucius se hundió en la obsesión, el deseo jamás calmado; en una tristeza enfermiza que le estrujaba el corazón y le quitaba las ganas de todo. Se preguntaba continuamente si Severus tenía otro amante, o qué estaba haciendo, o si se acordaría de él. Se sentía como una niña enamorada y lo odiaba... Pero no podía odiar a Severus. A menudo soñaba con él.

Finalmente joven rubio no pudo posponer más su boda y se casó con Narcisa. Envió una invitación a Severus sin demasiadas esperanzas, pero para su sorpresa éste fue.

Y después, sin saber bien porqué o cómo, Snape había vuelto... había vuelto a su lado.

Había cambiado, desde luego. Era menos violento, menos inseguro, menos frío. Toda su personalidad se había templado.

Y él... él no cometería los errores del pasado. Severus ya no era su mascota, era su *tesoro*. Había vuelto, pero Lucius sabía que podría marcharse en cualquier momento. Así que tenía que cuidarle. Y mimarle. Y adorarle.

Y amarle.

No soportaría volverle a perder.

Pero ahora...

Ahora quizás no tendría otra opción.

Lucius Malfoy empujó con un pie la sucia colchoneta, la "cama" donde días atrás había depositado a Severus con toda la delicadeza de la que fue capaz. Envuelto en su capa, desnudo, como un precioso regalo, tan bello que no lo podía mirar.

Como despidiéndose.

Él sabía mucho de Magia negra, sí. Tanto había pagado...

El joven rubio se situó en el centro de la habitación, arrastrando un cadáver tras de sí. Era una niña de tez morena y cabellos oscuros, con no más de diez años. Una niña muggle, anónima, con una herida horizontal segando su estrecho cuello. Una herramienta, en definitiva.

Lucius la dejó caer, y comenzó a recitar magia prohibida. Magia para proteger su identidad, magia para repeler ojos y oídos espías, magia para rastrear huellas.

Qué había sucedido. Quién había estado allí. Cuándo, cómo, porqué.

Los pétalos, apareciendo de la nada a su comando, comenzaron a llenar el lugar. Al principio eran transparentes, pero entonces se teñían de rosa, rojo, morado; tomando su vida de la sangre aún caliente de la niña. Su pequeño cuerpo se fue agrietando poco a poco a los pies de Lucius, secándose, pulverizándose. Pronto sería *nada* cubierta de flores. Una bella transformación.

Mientras, la información aparecía a los ojos del brujo que la invocaba.

Había una aparición. Los contornos de la figura eran borrosos: poderosa Magia Blanca la protegía, muy fuerte, muy pura, muy experimentada. Ésta tomaba a Severus y le llevaba lejos de ahí. El rastro estaba borrado con maestría, y el joven gruñó con frustración. Deshacer esa magia sería complejo.

Después aurores. Ellos habían registrado la vivienda, y tras no encontrar nada útil, la habían destrozado con saña. Estúpidos... Podía ver sus caras, reconocer sus nombres. Durán Cohe, y sus Ángeles de Fuego. Magos torpes y crueles, llenos de magia gris y cruel.

Tras ellos una mujer. Con sentimientos de miedo, extremando la precaución. Un glamourie la ocultaba, pero no era magia como la primera. Lucius la rompió, y vio su rostro y su nombre. Micaela Rosier. Interesante, ¿por qué estaba allí?

Las fuerzas Oscuras buscaron, y se apropiaron de sus secretos.

Ella había delatado a Snape, por eso Cohe y su pandilla habían ido al semisótano a interrogarle. Micaela sabía que su hermano, Evan Rosier, había planeado buscar la dirección de Snape y pedirle ayuda; y sospechaba que en aquel tiempo se había alojado con él. Quería prevenirle contra los aurores, sin saber que ya era demasiado tarde.

Lucius abandonó su trance. Mucha gente había estado allí buscando a Severus, mucha más de la que él necesitaba.

Y aún no sabía donde se encontraba Snape. Quizás Voldemort habría podido desentrañar la magia Blanca que protegía la situación de su ex amante, pero no él. No al menos en su estado de agitación.

Aún así, podía dejar las rosas.

-Avisadme-susurró.–Avisadme si Severus Snape vuelve...

Lucius Malfoy despertó sobresaltado. A su lado, su esposa Narcisa se movió perezosa. Desde el nacimiento de Draco ambos no habían compartido la misma cama, pero ahora era diferente.

Él necesitaba un cuerpo vivo a su lado, él que fuera.

Y Narcisa era hermosa, cálida, protectora. Tonta, deliciosamente tonta. Pero bien viva. Era lo que necesitaba.

Lucius miró el reloj de su mesilla, se leía "¡se va a hacer tarde para el desayuno, dormilón!".

Pasadas las nueve, pues. El joven suspiró, levantándose con cuidado del lecho y yendo al baño.

Por ahora no tenía que ir al trabajo en el Ministerio, había pedido baja dado su estado de agotamiento. El joven no quería pensar cuando había empezado éste, se contentaba en mirar el feo tatuaje de su brazo y rezar porque hoy de nuevo, su Señor le hubiera olvidado. Y rezar también, muy dentro de su corazón, porque hubiera olvidado a Severus Snape.

Se lavó el rostro con agua fría, y después se dio una ducha rápida. Tenía un sentimiento raro en la boca del estómago. ¿Qué le había despertado? Un sueño, sin duda, pero desvanecido al recobrar la conciencia.

Secó su cabello rubio con esmero, pero no se miró al espejo. No soportaba mirarse. Cuando lo hacía *la* veía.

Esa escena. Esa larga pesadilla, en el dormitorio de Voldemort...

Lucius detuvo esa línea de pensamiento. A veces le resultaba gracioso que *aquello* respetara sus noches, habiendo invadido sus días; pero la mayor parte del tiempo simplemente le enfermaba. Y quizás si que manchara sus sueños, aunque no pudiera recordarlo. Parecían siglos desde la última vez que había descansado bien.

Se vistió y bajó al comedor.

-¡Dobby! –rugió.- ¡Las tostadas están quemadas! ¡y el beicon demasiado hecho! Estúpido elfo... ¡Lo quiero casi crudo, como él! ¡Quiero mi desayuno como él!!!

Era fácil cargar su frustración sobre su pobre sirviente. Arrojar sobre sus hombros la culpa que sentía, castigarle en su lugar. Plancharle a él las orejas, quemarle las manos, golpearle contra las paredes.

Verse en el mísero elfo doméstico. Reconocerse. Sentirse igual.

Un pétalo rojo cayó en su plato, encharcándose en grasa. Al instante, Lucius se desapareció.

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Bueno, ahora sí que sí, el próximo cap tendremos el esperado reencuentro... ¡dedicado a ti, Velia!

Y me fijé que no había aparecido la direcciçon del dibu que hice para el cap anterior, es:

ios y críticas son bienvenidos. XD