Tormenta: Epílogo.

Un gran despliegue policial ocupó la casa. Uno de sus amigos logró colarse sin ser visto entre los policías y los médicos. Conocía bien el motivo de todo aquel montaje, de toda aquella tensión. Cuando él se había dado el golpe, cuando ella reaccionó del shock, ella lo había llamado por teléfono. Le había contado todo y había reconocido que estaba asustada. Esa era la versión que había dado a la policía. Él no solía mentir, pero si no contaba aquello, buscarían inútilmente un asesino, o la culparían a ella, aun después de muerta.

Se acercó con sigilo al lugar del suceso. El cuerpo de su mejor amigo ya no yacía muerto en el césped. Se lo habían llevado. A pesar de su diminuto cuerpo, él sabría apreciar las cosas y era muy inteligente, por lo que había comprendido lo que había pasado nada más conocer la trágica noticia. Y, aunque el cuerpo de su mejor amigo y el de su prometida ya no estaban allí, no se habían ido.

Él los vio.

Estaban en el jardín, los dos, de pie uno frente al otro. Ella lo miraba a él incrédula, no podía o no quería creer que todo aquello fuese real. Volvió a reunir valor para acercarse a él, para rozar con la yema de sus dedos la mejilla de su prometido.

Y lo comprendió.

Y lo abrazó.

Y él le devolvió el abrazo con más fuerza.

Dos auras blancas los rodearon y se elevaron más allá de donde la vista puede alcanzar, alejándolos de todo el ajetreo que reinaba en la casa.

El pequeño amigo de los dos se giró y se marchó. Sabía que, pasara el tiempo que pasara, su mejor amigo y su prometida estarían felices y a salvo para toda la eternidad.

Aunque había perdido a su mejor amigo... Y jamás lo recuperaría.