Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!



Aquí está el quinto capítulo, y además he acabado los exámenes ( que por cierto, gracias por los ánimos, me han ido muy bien, juajuajuajua ) así que hoy es un gran día para mí.

Ah, por cierto, hace unos días subí la parte del capítulo cuatro que faltaba, por lo que si álguien lee esto y sólo leyó la primera parte del capítulo cuatro que colgué hará unas tres semanas, le recomiendo que repase el cuarto capítulo, porque añadí unas cuatro páginas fundamentales para entender el capítulo siguiente, que por cierto, estoy muy orgullosa de cómo me ha quedado (aunque sea cortito).

Agradecimientos a Fernalika. Chu-Cheng y Sakura-corazón, porque seguramente sin sus reviews no tendría ánimos para escribir, y a todos aquellos que lean esto aunque no envíen reviews.

Ah, por cierto, ¿alguna alma caritativa podría decirme cómo hay que hacer para que aparezca el texto en cursiva? ( ya se que suena muy estúpido e inculto por mi parte, pero es que no hay manera de hacerlo...)

Bueno, sin más preámbulos:







5- Simulationes

(Máscaras)

A aquellas horas de la noche la escuela parecía vacía; una por una todas las luces del castillo se habían apagado y ningún ruido estorbaba el sueño de los alumnos.

Nausica apartó los ojos del libro, parpadeó unos momentos para acostumbrarse a la oscuridad y miró a su alrededor; la pequeña esfera luminosa de su reloj marcaba las dos de la madrugada.

Bostezó.

En el centro de la alcoba aún había la máscara y la túnica que Aina había dejado caer; nadie los había tocado, ni ella misma ni las otras chicas del dormitorio.

Volvió a mirar su libro; "la historia interminable". Nausica tenía por costumbre leer hasta tarde casi todas las noches, y había hechizado las páginas de sus libros de tal forma que estas brillaran por la noche para poder leer sin molestar a nadie. Se debatía entre seguir leyendo o interrumpir el libro en uno de sus puntos más interesantes para poder estar despierta en clase a la mañana siguiente.

Tras pensarlo unos instantes, se decidió evidentemente por la opción más irresponsable, es decir, seguir leyendo hasta que se le cerraran los párpados.

Entonces, en medio de aquél silencio, algo llamó su atención y levantó la cabeza bruscamente. Buscó con la mirada el origen del ruido, pero en el dormitorio todas las demás chicas dormían plácidamente menos Aina, que parecía tener una pesadilla.

Cuando empezaba a convencerse de que todo había sido fruto e su imaginación, otra vez el mismo ruido hizo que se pusiera en pie de un salto; era una especie de grave lamento, un llanto desconsolado.

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2 Sin pensárselo dos veces se echó la capa sobre los hombros y salió a toda velocidad solamente con su varita en la mano.



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Jadeando trabajosamente, Aina se incorporó. Tenía el cuerpo amarado de sudor, y los escalofríos aun recorrían su espalda aunque no recordaba nada de lo que acababa de soñar. Un tenue resplandor llamó su atención, y en cuanto vio el libro de Nausica abierto sobre su cama vacía frunció el entrecejo. – Esta tía está loca; vaya horas elige para salir a pasear. – Echó un rápido vistazo; las dos y media de la madrugada.

Aunque trató de ignorar la máscara que en el centro de la habitación la miraba con sus enormes ojos oscuros, su vista se posaba una y otra vez sobre ella. Entonces, sin poder o querer evitarlo se levantó, se vistió y tomó el disfraz del suelo.

Si alguien hubiera entrado poco después en el dormitorio de las chicas, hubiera encontrado dos camas vacías.



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– Oh, fantástico; debería haberme quedado en el dormitorio. Solo espero que Filch no esté por aquí... – Nausica se frotó los brazos con las palmas de las manos para entrar un poco en calor.

Andaba descalza sobre el suelo de piedra helada; recorría los pasillos al azar, envuelta de nuevo en el silencio.



Levantó la punta luminosa de su varita; se había alejado mucho y apenas reconocía los pasillos por los que andaba. – Debo estar cerca de la biblioteca... creo. – Murmuró. – Casi mejor vete a dormir, estúpida. – Se dio unos golpecillos con la varita en la cabeza e intentó recordar el camino de vuelta.

De repente, otra vez aquél lamento invadió los pasadizos, más cercano, más profundo; era una voz humana.

Nausica echó a correr.

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– Hay que ver, qué frío hace. – Aina bajaba lentamente las escaleras de acceso a las mazmorras mientras con cada respiración exhalaba una nube de vaho. Apoyaba las manos en la barandilla para no caerse, puesto que la única luz existente provenía de las brasas agonizantes de algunas chimeneas. – Aún no sé por qué estoy aquí. – Apretó la máscara con fuerza y suspiró. Siguió hablando, porque de esta forma parecía encontrar consuelo en escuchar el sonido de su propia voz; de esta forma no se sentía tan atenazada por la oscuridad. – Ojalá nunca hubiéramos dejado nuestra escuela, ojalá no nos hubieran atacado aquella noche. Tal vez si no hubiera pasado nada de esto no estaría aquí, asustada, congelada. Tal vez así nunca habría visto esos ojos...

A medida que avanzaba por las mazmorras, una extraña música llegó a sus oídos; primero casi imperceptible, pero a cada paso que daba se escuchaba más claramente. Al fin, la chica se detuvo ante una puerta de roble, enorme, tachonada de metal, de donde surgía aquella fascinante melodía.

Respiró profundamente y se cubrió el rostro. Se estremeció; la máscara estaba helada al contacto con su piel, y aquella túnica oscura hacía que su cuerpo le pareciera tremendamente pesado. Posó una mano temblorosa en el picaporte.



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Jadeando, Nausica se paró ante la puerta de la biblioteca. El lamento se había detenido, pero estaba convencida de que había encontrado lo que buscaba. Con los pies azulados y la mandíbula castañeteando a causa del frío abrió con suma lentitud la puerta.

La varita inundó la biblioteca de una luz azulada. Nausica no pudo proferir ningún sonido; su garganta había quedado seca. Tragó saliva con dificultad y su varita cayó al suelo.

Allí, sentado en una de las mesas había alguien que la observaba con la expresión más triste que había visto en toda su vida.

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Una fuerte luz surgió e detrás de la puerta, y la melodía invadió sus oídos.

– Te he estado esperando.

Un joven que ocultaba su rostro tras una máscara rojiza y llevaba una túnica oscura estaba sentado cerca de un viejo reproductor de discos. Con un leve movimiento detuvo la música y entonces el único sonido que Aina oyó fue el latir de su propio corazón. Tras esto, el joven se levantó pausadamente y se acercó hasta quedar enfrente de ella, ambos ocultos tras el mismo rostro grotesco.

Ella quiso disculparse, pero él negó con la cabeza y le pasó un dedo lentamente por la línea de la mandíbula. Ella se estremeció. – No hace falta que digas nada. – Su voz tenía un aire melancólico. – Debería haber supuesto que no vendrías a la fiesta... – Sonrió tristemente. – La verdad es que había imaginado una velada algo distinta.

– Lo siento... debería... – Aina hubiera deseado decir muchas cosas, pero esto fue lo último que salió de su boca, porque en aquél instante el chico retiró las máscaras que los separaban y sin que ella pudiera hacer nada más que abrir desmesuradamente los ojos, la silenció con un beso.

Algo insegura posó los brazos en sus hombros mientras él enredaba su mano en el cabello rubio de ella y le acariciaba el cuello. En aquél momento nada había en el mundo más que ellos, el tacto del uno en el otro, ignorantes de todo a su alrededor no oyeron como de las campanas del viejo reloj que presidía la sala surgía un gong metálico, una, dos, tres veces.

Se hizo un silencio antinatural, y de pronto todo se tornó oscuro.





Fin del quinto capítulo





Mmmmmh... ¿intrigados?



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